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viernes, 16 de noviembre de 2018

PGM: La industrialización de las matanzas

La ‘Gran Guerra’: una barbarie industrializada que cambió el siglo XX

France 24



  © data.culture.gouv.fr | Fábrica de proyectiles de artllería en Saint-Etienne, Francia, en 1916.

Texto por Tristan Ustyanowski


De 1914 a 1918, Europa fue el escenario de una guerra mundial marcada por una escala de violencia nunca vista, hecha posible por los adelantos tecnológicos de la industria militar. Un conflicto que cobró la vida de millones y barrió ciudades enteras.

Se encontraban en pie de guerra mucho antes de entrar en acción. Las potencias europeas preparaban tanto a sus tropas como a la población para entrar en conflicto. En 1914, la configuración de los dos bloques, conformados por Francia, Rusia e Reino Unido por un lado –la Triple Entente- y los imperios germánico y austrohúngaro e Italia –la Gran Alianza- por otro.

 Era un mundo todavía repartido entre imperios y en el cual las fronteras impuestas a finales del siglo XIX se veían fragilizadas por las diferentes reivindicaciones que surgían entre los pueblos. La primera guerra de los Balcanes, entre 1912 y 1913, que dejó medio millón de muertos, había dejado vislumbrar el polvorín sobre el cual se encontraba el viejo continente y la peligrosa mezcla de rivalidades regionales e industrialización.

Fue de hecho en esa región que se produjo la chispa. El 28 de junio de 1914 el asesinato del heredero al trono del Imperio austrohúngaro en Sarajevo, destapó tensiones que fueron amplificadas por las alianzas vigentes y los antagonistas.

En vísperas del estallido de las hostilidades, Europa se encontraba en plena segunda revolución industrial. Las sucesivas innovaciones técnicas hacían surgir cada vez más fábricas en las ciudades, cuya productividad se disparó hasta niveles nunca vistos. Una evolución aprovechada en cada nación a favor de la carrera armamentista en curso.

Modernizar la maquinaria industrial para alimentar la guerra

“La única manera de abolir la guerra entre los pueblos, es aboliendo la guerra económica”, decía Jean Jaurès, diputado y socialista francés, quien trató a toda costa de impedir la guerra. Postura por la cual fue asesinado por un nacionalista el 31 de julio de 1914, en pleno recrudecimiento de tensiones a nivel internacional. El día después, Francia decretó la movilización de sus tropas y el 4 de agosto, junto a Reino Unido, declaró la guerra a Alemania que acaba de invadir a Bélgica.

Una cadena imparable de reacciones que se explica por las coaliciones geopolíticas, pero también por los viejos rencores entre dirigentes. En 1871, Alemania había arrancado a Francia los departamentos de Alsacia y Lorena tras vencer a las tropas imperiales de Napoleón III.

En los años siguientes, las autoridades francesas se empeñaron a alimentar el espíritu de venganza en contra del vecino germánico. Bajo la promesa de recuperar a la región perdida, una intensa propaganda ganó a todos los estratos de la sociedad, incluso a los científicos e intelectuales. “La lucha iniciada contra Alemania es la propia lucha de la civilización contra la barbarie, todos lo sienten, pero nuestra academia tiene una autoridad particular para decirlo”, dijo el filósofo francés Henri Bergson en agosto de 1914 frente a la Academia de Ciencias Morales y Políticas. “Cumple un simple deber científico al señalar la brutalidad y el cinismo de Alemania, su desprecio de cualquier justicia y verdad, en una regresión al estado salvaje”, añadió.

Un discurso dominante impulsado desde las altas esferas del Estado con el fin de preparar el terreno para un enfrentamiento inevitable con el « enemigo », cuya derrota era considerada evidente frente a la potencia nacional, presumida en todos los aparatos de propaganda. Una potencia impulsada por la fuerza industrial que debía que llevar el país a una pronta victoria.


Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses con máscaras para protegerse de los gases tóxicos en las trincheras, en 1917. © Bibliotheque nationale de France




Tanques franceses de la marca Renault, en 1918. © Bibliotheque nationale de France



Ametralladora en acción, en 1915. © Bibliotheque nationale de France




Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France

En el momento de la movilización de las tropas, muchos soldados pensaban regresar a sus hogares antes de la Navidad de 1914. Una ilusión compartida por los dirigentes de ambos bandos, convencidos de tener una superioridad aplastante sobre el otro.

En agosto, al estallar la guerra, el ejército francés demandaba una producción diaria de 10.000 proyectiles de artillería. A finales de septiembre, exigía diez veces más. Después de unos enfrentamientos que se inscribían en una clásica guerra de movimientos, el frente se estancó. Al tiempo que los combates se intensificaban cada vez más y requerían más recursos, los protagonistas se disparaban entre sí desde distancias muy cortas, a veces metros, desde unas trincheras que se convirtieron en las tumbas de millones de combatientes.

Con el fin de alimentar la maquinaria, aceleraron la producción. En Francia, más de 15.000 empresas se pusieron al servicio de la defensa nacional mientras que las autoridades planteaban una reorganización casi total de la economía debido a la ocupación alemana. Al volver inaccesibles las fábricas y yacimientos del norte y este del país, las tropas imperiales alemanas privaron a Francia del 75 % de su carbón y del 63 % de su acero.

Lluvia de bombas responsables de una asombrosa cantidad de muertes y desapariciones

A marchas forzadas, la nación gala reorganizaba su industria, pero también la modernizaba. Una innovación técnica pensada en función de la guerra, nutrida por la competencia entre contrincantes, que representó un salto sin precedentes, en desmedro de los soldados, arrasados por cientos de miles precisamente gracias a este progreso armamentístico.

En primera línea, los soldados enfrentaban aguaceros de bombas. Se estima que murieron entre 8,5 y 10 millones de militares durante la Primera Guerra Mundial. Dentro de este balance trágico, millones de desaparecidos o cuerpos que nunca pudieron ser identificados debido a la intensidad de estos combates marcados por estas nuevas armas. En el Osario de Douaumont, en el noreste de Francia, se encuentran los restos de 130.000 personas sin identidad, tanto franceses como alemanes, caídos en la batalla de Verdún.

Verdún fue el infierno en la tierra. Símbolo de la barbaridad de este conflicto, los diez meses de combates dejaron más de 300.000 muertos, causados en su gran mayoría por la artillería. En los momentos más caóticos, un proyectil caía cada tres segundos. En total, más de 53 millones fueron disparados en este campo de batalla convertido en cementerio. La ofensiva alemana fue detenida, pero nadie ganó realmente esta batalla trágica.

El avance tecnológico no se limitó al campo de las municiones. Al iniciar las hostilidades, el mariscal Ferdinand Foch, un emblemático comandante de las fuerzas armadas francesas, consideraba los aviones como un deporte. Cuatro años más tarde, los aparatos bombardeaban a París, junto a cañones de alcance cada vez mayor y los zepelines.

Aunque los combates más violentos ocurrieron en Francia, cabe recordar que el conflicto fue planetario. En los mares y océanos, los submarinos sembraban el terror. La armada alemana no dudaba en atacar barcos civiles. Una guerra marítima muy avanzada para esta época, que los Aliados se tardaron en contrarrestar.

Ametralladoras, lanzallamas, granadas e incluso gases tóxicos, como el “gas mostaza”, fueron nuevos elementos que hicieron más cruentos los combates y aún más insoportables las condiciones de los soldados en las trincheras. Un verdadero giro industrial, que masificó la tecnología de la muerte a una escala sin precedentes y preparó el terreno para las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.

En 1917, agotados, aniquilados, los motines florecieron entre los batallones de soldados. La revolución en curso en Rusia estaba en las mentes, pero la ‘carnicería’ a la cual les mandaban los generales también. Unos 600 combatientes franceses fueron fusilados por “desobediencia militar”. Refiriéndose a los dirigentes los amotinados cantaban en sus trincheras: “Si para ellos la vida es rosa, para nosotros no es lo mismo. En lugar de esconderse de todas estas emboscadas, que vengan a las trincheras, para defender sus bienes, pues nosotros no tenemos nada.”

La ‘Gran Guerra’ no solo fue una gran carnicería. Pese a que los franceses estaban convencidos de que sería la “última de las últimas” solo fue el preludio de otra gran confrontación, mucho más extensa y costosa en vidas militares y civiles: al firmarse el armisticio, con las humillantes condiciones impuestas a Alemania, se puso la semilla de la próxima gran conflagración mundial. Veintiún años después, cuando Hitler desató la Segunda Guerra, la industrialización de la muerte había llegado a su apogeo.

sábado, 30 de junio de 2018

Japón Imperial: De la Restauración Meiji a Silicon Valley


Japón tuvo una guerra por talentos hace un siglo. Silicon Valley puede aprender de eso

Por Oliver Staley | Quartz

La lucha para contratar a los mejores y más brillantes está transformando negocios, y particularmente compañías de tecnología, en todo el mundo. Está presionando a las compañías para que ofrezcan beneficios antes inauditos, reconsideren sus identidades corporativas y aumenten sus salarios hasta el punto en que está creando crisis de vivienda en Seattle y San Francisco.

La guerra por el talento está impulsada por un temor existencial entre los ejecutivos que temen que el futuro de su empresa se vea comprometido sin el acceso a las mejores mentes.

La historia muestra que pueden tener razón para preocuparse. En un nuevo estudio ambicioso y fascinante, los economistas rastrearon la evolución de cientos de empresas en la industria de hilado de algodón de Japón desde 1883 hasta 1914. Basándose en registros riquísimos y detallados, los investigadores mostraron que las empresas que crecieron y prosperaron sacaron lo mejor de su talento, tanto en adquirirlo y desplegarlo en los primeros puestos de gestión. El estudio fue publicado como un documento de trabajo por la Oficina Nacional de Investigación Económica, y aún no ha sido revisado por pares.

Después de la Restauración Meiji de 1868, Japón emergió de siglos de feudalismo para convertirse en la única nación industrializada de Asia oriental en el siglo XIX. La hilatura del algodón, que ayudó a lanzar la revolución industrial en Europa y EE. UU., se convirtió en una industria importante en Japón.

El estudio, realizado por Rajshree Agarwal y Serguey Braguinsky de la Universidad de Maryland y Atsushi Ohyama de la Universidad de Hitotsubashi, documenta la historia de 90 empresas de hilado de algodón y sus empleados, y se encontró que siete de estas empresas se convirtieron en “centros de gravedad”, su término para empresas que crecieron y prosperaron a través de la innovación y adquisiciones de rivales.

La clave de su éxito fue la capacidad de atraer el talento de ingeniería que comenzaba a surgir de las nuevas universidades y escuelas de comercio niponas. En el transcurso del estudio, la proporción de ingenieros con educación universitaria en los siete centros de gravedad "creció de aproximadamente 45% a más del 75%, y su porcentaje de ingenieros educados en escuelas técnicas creció de aproximadamente un tercio a casi el 70% de el grupo total de talentos en la industria ".

Los investigadores lograron establecer una línea directa desde la incorporación del talento de la ingeniería al éxito financiero: las empresas que duplicaron el número de ingenieros que contrataron crecieron un 19% en los siguientes tres años.

Las empresas exitosas no solo contrataron talento, sino que lo incorporaron dentro de su liderazgo. Las empresas del centro de gravedad se basaron en un modelo de liderazgo compartido, donde las decisiones fueron tomadas por dos o más altos ejecutivos. Mientras que las compañías tradicionalmente japonesas de la época eran dirigidas por miembros de familias mercantiles ricas, las compañías más exitosas rompían con las convenciones y promocionaban a los ingenieros y administradores con educación universitaria en sus rangos superiores basados ​​en el talento, no en la familia.

En última instancia, el capital humano -el conocimiento, las habilidades y la creatividad del trabajo- fue la diferencia en el crecimiento de las empresas y la evolución de una industria. Las siete empresas del centro de gravedad "alcanzaron el dominio, ante todo, gracias a su acumulación de talento superior".

La evolución de la industria tecnológica está siguiendo la misma trayectoria, con empresas más pequeñas que se quedan atrás o son engullidas por los grandes centros de gravedad de la costa oeste de Estados Unidos: Google, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple. Hay diferencias obvias, por supuesto, pero al igual que en Japón hace más de un siglo, lo que separa a los ganadores de la tecnología de los perdedores comienza con el talento.

martes, 28 de octubre de 2014

¿Cuántos (millones) murieron en la gran Hambruna china?

¿Cuánta gente murió en la Gran Hambruna de China?
por Mao Yushi



Hay un misterio en China desde hace décadas: ¿cuánta gente murió durante la Gran Hambruna en China?
Es casi imposible determinarlo. Algunos historiadores lo llaman el peor desastre humano en la historia causado por los hombres, matar una de cada ocho personas en algunos lugares. Pero la discusión acerca mucho de lo que sucedió durante esta época es activamente reprimida en China. De hecho, a este periodo se le llama “Los Tres Años de Desastres Naturales” ahí, y la discusión sigue siendo algo prohibido.
 Como un economista y un ciudadano preocupado, he estado buscando la verdad. No solo hay lecciones históricas y económicas importantes que deberíamos aprender de este episodio, la continua censura del pasado que impone el gobierno chino ayuda a perpetuar el autoritario sistema político que impera en el país.
También es importante entender esto porque la Gran Hambruna fue causada por errores humanos evitables, no por desastres naturales inevitables.
Los problemas empezaron en 1949 cuando el Partido Comunista llegó al poder. Poco después, el Gran Salto Hacia Delante de Mao intentó modernizar el sistema agrícola de China. Pero muchos agricultores fueron incapaces de cultivar suficientes alimentos para ellos luego de darle una porción considerable de este al gobierno.
Esto condujo a una hambruna masiva alrededor del campo en el país. En ese entonces, yo recién había cumplido 30 años y estaba trabajando en el Instituto de Investigaciones Ferroviarias. Recuerdo que nuestra cancha de básquetbol había sido transformada para cultivar trigo.
Eventualmente, fui denominado un “derechista” y perseguido, junto con miles de otros. Fuimos removidos de nuestros puestos y enviados al campo para ser “re-educados”. Fui reducido a la forma más mísera del ser humano, constantemente perseguido por la pesadilla que nunca podía dejar a un lado: el hambre.
Habían 700 personas en un la pequeña aldea donde me hospedé durante este periodo. Alrededor de 80 a 90 personas morían de hambre o enfermedades relacionadas antes de que terminara la hambruna en 1961.
Incluso el día de hoy, la gran mayoría del pueblo chino no está consciente de los impactos reales de la Gran Hambruna. Los investigadores debaten el número de personas muertas, estimando que esta cifra se ubica en cualquier lugar entre 18 millones o incluso más de 42 millones. El cálculo oficial del gobierno chino se ubica alrededor de los 20 millones.
He estado investigando esta pregunta. Según el propio anuario estadístico del gobierno chino, la población de China estaba creciendo continuamente hasta fines de 1958. Si seguimos esta tendencia del crecimiento, la población debería haberse ubicado entre 711,18 millones para 1962, en lugar de 658,59 millones, una diferencia de alrededor de 52 millones de individuos.
No podemos, sin embargo, simplemente decir que el Gran Salto Hacia Delante mató a 52 millones de personas. Aunque millones se murieron de hambre, ese número también incluye a las mujeres que no tuvieron hijos y bebés que nunca nacieron. Si sustraemos los bebés que hubieran nacido, utilizando las tasas promedio de mortalidad y fertilidad del periodo, el número de muertes anormales durante la Gran Hambruna fue de 36 millones.
Si esta cifra es la correcta, la Gran Hambruna mató aproximadamente las misma cantidad de personas que la Segunda Guerra Mundial. Esto es el equivalente a la Masacre de Nanjing en cada una de las 30 capitales provinciales de China, multiplicado por cinco.
“El pueblo chino fue engañado”, Jo Lusby, director de las operaciones en China de Penguin, le dijo al diario The Guardian. “Ellos necesitan una historia verdadera”. Esa es mi misión—responder las preguntas que muchas veces no se nos ocurre plantear.