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lunes, 6 de abril de 2020

Objetos símbolos del Nazismo

Del cepillo de bigote de Hitler al tanque Tigre: cien objetos para explicar el III Reich

El historiador Roger Moorhouse selecciona en un libro los elementos más representativos de la Alemania nazi a fin de contar su historia
Jacinto Antón || El País


Águila nazi del acorazado 'Graf Spee', rescatada en aguas uruguayas. AP


¿Qué cien objetos representan mejor lo que fue el III Reich hitleriano? Parece uno de esos juegos (si se puede considerar lúdico algo relacionado con el nazismo) que consisten en confeccionar listas frívolas de casi cualquier cosa. Pero en este caso se trata de una cuestión completamente seria y la respuesta -los cien objetos- la ofrece un libro magníficamente documentado, muy ameno y revelador, obra de un bien conocido historiador especializado en la historia moderna de Alemania. El británico Roger Moorhouse, autor de obras como Matar a Hitler (publicado por Debate), Berlin at war o The devil’s Alliance, Hitler’s pact with Stalin 1939-1941, selecciona en The Third Reich in 100 objets, a material history of nazi German (Greenhill Books) cien objetos icónicos del régimen nazi, y lo hace con un rigor y una precisión asombrosos, y al servicio de una cierta narratividad. Están todos los que uno puede imaginar y bastantes más, todos, hay que convenir, bastante indiscutibles. En el recorrido que hace por ellos, explicándolos, a lo largo de 250 páginas, el autor desgrana la historia completa de la Alemania de Hitler. Cada elemento está ilustrado con fotografías y da pie a un texto con cantidad de información histórica.

El volumen, que dedica entre dos y tres páginas a cada objeto y cuenta con prólogo del gran historiador Richard Overy (otra garantía), arranca con una caja de acuarelas de Hitler y se cierra con la cápsula del veneno con que se suicidó Hermann Goering en Núremberg. En medio, iconos del III Reich como la tristemente célebre estrella amarilla que se impuso a los judíos, la placa de identificación de la Gestapo, o medallas como la Cruz de Hierro, por supuesto, ese gran símbolo que, parafraseando al buen sargento Steiner, de Peckinpah, crecía en los lugares más peligrosos del Frente del Este, y la Mutterkreuz, que premiaba a las buenas madres alemanas (en bronce, plata y oro, según tuvieran cuatro, seis u ocho o más hijos) y que fue popularmente conocida, por lo bajito, como la Kaninchenorden, la Orden de la Coneja.

Mucha memorabilia nazi en la lista, como es natural, pero no de exhibición gratuita sino consagrada a explicar la historia y las raíces ideológicas y simbólicas del régimen. El brazalete del Leibstandarte Adolf Hitler; la Bandera de Sangre, empapada en la de los mártires del golpe de Múnich de 1923 y que, se explica en el libro, siempre enarbolaba el mismo tipo, un enorme SS llamado Jakob Grimminger (Hitler ungía las nuevas banderas y estandartes tocándolos con esta primigenia Blutfahne); el águila nazi, ilustrada con el impresionante ejemplar de aleación de cobre de la Cancillería que se exhibe en el Imperial War Museum de Londres y en cuyos agujeros de bala, recuerdo de la caída de Berlín, yo mismo he metido los dedos como un santo Tomás de lo militar; el carnet de Hitler del Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP), firmado por Anton Drexler y con el número inflado 555 (¡casi 666!), que en realidad correspondía al 55; un ejemplar del Mein Kampf o la insignia de oro del partido nazi (la número 1 es la que usaba Hitler y la única condecoración que portaba junto a su Cruz de Hierro de primera clase y el emblema de herido de guerra); Moorhouse explica que el Führer se la regaló a Magda Goebbels antes de suicidarse en el búnker de la Cancillería -ella no la aprovechó mucho- y sigue la pista de la insignia hasta su robo en 2005 en Moscú, donde había recalado tras la guerra. También está la limusina Mercedes-Benz de Hitler (“los mejores momentos de mi vida los he pasado en coche”, decía).

Una metralleta Schmeisser, uno de los cien objetos del libro.


El libro recoge patrimonio nazi no solo material sino inmaterial, como el saludo brazo en alto o el himno Host Wessel. Y desde objetos pequeñitos como un pote de tabletas de anfetamina Pervitin, el speed de la Wehrmacht en la guerra relámpago, o un estuche de barra de labios de Eva Braun regalo de Hitler y que sirve para explicar la extraña condición de la primera dama nazi y su personalidad, hasta elementos arquitectónicos y edificios enteros: la infame villa de Wansee, donde se pusieron las bases administrativas del Holocausto, el estadio olímpico de Berlín, el letrero de “Arbeit macht frei” de la entrada de Auschwitz, o la puerta de la muerte de Birkenau por donde pasaban los trenes camino al exterminio.

Por supuesto la lista incluye la máquina de codificar Enigma, la caja metálica cilíndrica para máscara de gas que es quizá el objeto más icónico del soldado alemán de la II Guerra Mundial (y que se usaba para llevar raciones de campaña), el casco de acero (con una interesante entrada sobre los cambios en su diseño) y la daga de las SA. También una primera página del infame diario Der Stürmer. Entre lo más curioso, el cepillo para bigote de Hitler, una entrada en la que se recuerda como hubo algunos de sus partidarios que le recomendaron no lucir tan pequeño ornamento capilar, por risible, e incluso dejarse una buena barba.
En la selección, el reactor Me-262, la gorra del Afrika Korps, el anticarro Panzerfaust y la hélice del crucero 'Prinz Eugen'
La parafernalia bélica está muy representada: el Stuka, el submarino, especialmente el modelo tipo VII - el 70 % de la flota-, que hundió más barcos que ningún otro y que mandaron comandantes como Prien o Kretschmer; la pistola Luger, tan codiciada como souvenir por los soldados estadounidenses; el cañón de 88 milímetros, la granada de palo, el tanque Tigre, un carro estupendo -que le pregunten al Brad Pitt de Fury-, pero del que solo se fabricaron 1.350 unidades, mientras que del T-34 se hicieron 60.000 y del Sherman, 50.000; el Junkers Ju 52, Tante Ju, que compite con el Stuka por la consideración del avión más icónico del III Reich; el Messerschmitt Bf-109 (otro candidato), las V-1 y V-2, y la metralleta MP-40 (Moorhouse señala que, pese a los filmes de Hollywood, no era tan omnipresente en el ejército alemán y que el popular nombre de Schmeisser es una denominación errónea de los aliados). Alguien echara a faltar la motocicleta de orugas Kettenkrad.

Figuran en la lista elementos de vestuario, como las botas militares de marcha, a juego con el paso de la oca, el uniforme de las Juventudes Hitlerianas o la gorra de diario del Áfrika Korps (Afrikamütze). Muy acertada la inclusión de las camisolas de camuflaje de las Waffen SS, recordando que las tropas de élite del ejército alemán fueron pioneras en tomarse muy en serio la ropa de camuflaje que reducía, se calculaba, las bajas en un 15 %, y que luego todos los ejércitos modernos han copiado. Moorhouse explica que en la II Guerra Mundial los estadounidenses eran reacios a usarla porque les recordaba demasiado, precisamente, a la de las despiadadas unidades de combate de las SS, y no querían llevar nada parecido.


Tropas de las SA desfilando con despliegue de banderas.


Entre los objetos más terribles, una lata Zyklon-B, el gas usado en las cámaras de Auschwitz y Birkenau, y la cama metálica de un asilo psiquiátrico alemán, reminiscencia del programa T4 de eutanasia eugenésica nazi. Entre los más emotivos, el certificado de matrícula universitaria de Sophie Scholl, la líder del movimiento antinazi la Rosa Blanca. Cosas inesperadas también, como las autopistas o el Volkswagen escarabajo. Y elementos muy específicos que muestran como afina el autor: la gorguera de la Feldgendarmerie (la policía militar, a la que se denominaba, aunque nunca en su cara, Kettenhunde, “perros encadenados”), el bastón de almirante de Doenitz, el caza a reacción Me-262, el arma contracarro unipersonal Panzerfaust, el tanque miniatura Goliath, empleado por Otto Skorzeny en Budapest, la hélice del Prinz Eugen -el buque compañero del Bismarck y que acabó radioactivo al usarlo los EE UU en pruebas nucleares tras la guerra-, las latas de combustible copiadas por todos los ejércitos (las famosas jerrycans), o la Leica de Heinrich Hoffmann, el hombre encargado de la imagen oficial de Hitler.

Como historiador británico, Roger Moorhouse no podía evitar, pese a lo terrible del asunto, un detalle de humor: con el número 72 figuran en la selección los calzoncillos largos de Rudolf Hess, confiscados después de su vuelo a Gran Bretaña y que el autor señala que no eran de gran calidad.

sábado, 19 de julio de 2014

Guerra contra la Subversión: El pañuelo de los asesinos

El pañuelo del terrorismo como símbolo patrio
Por Agustín Laje - La Prensa Popular



Mientras la gente se encuentra narcotizada con el Mundial de Fútbol, ayer la Cámara de Diputados aprobó el proyecto kirchnerista que busca declarar al pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo como “emblema nacional argentino”. ¿Y qué significa esto en concreto? Pues que el pañuelo pasará a ser parte de la simbología patria, colocado a la altura del himno nacional y la mismísima escarapela argentina. Una victoria cultural más, en suma, del marxismo gramsciano.

Lo cierto es que el proyecto en cuestión no debe entenderse de manera aislada, sino como parte de un profundo proceso de estatización de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, iniciado tras el secreto pacto Kirchner-Bonafini del 26 de mayo de 2003 al que más abajo nos referiremos. En efecto, hace algunas semanas hablábamos de la estatización de la Universidad de las Madres; poco antes la polémica pasaba por el proyecto “Sueños Compartidos” de Bonafini y Schoklender financiado por el Estado y, si nos vamos más atrás en el tiempo, podemos rememorar el salvataje económico que le dio el gobierno kirchnerista a la organización de las Madres a través de cheques millonarios emitidos por el Tesoro de la Nación y pauta oficial en el programa radial “La voz de las madres”.

Hay una gran paradoja detrás de todo esto. Y es que la organización de Hebe de Bonafini, adherida a los principios del marxismo, ha sido tradicionalmente anti-estatal, en el sentido de promover la abolición del “Estado burgués”. En efecto, si algo había caracterizado a las Madres durante los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde, eso había sido su declarada oposición a todo gobierno “no revolucionario”, es decir, no marxista. Y tanto fue así, que Bonafini incluso embistió contra políticas que fueron funcionales a su causa, como la creación de la CONADEP en los ‘80 y la sanción de leyes reparatorias durante los ’90.

A partir de Néstor Kirchner, el discurso y la praxis de Hebe de Bonafini y sus acólitos fueron diametralmente opuestos hasta entonces. Ya no se combatiría contra el sistema, sino que se negociaría desde el sistema. No por nada Sergio Schoklender ha contado en su último libro que “El programa que sosteníamos con las Madres antes de Kirchner era totalmente revolucionario. (…) La única salida que se veía lógica era la lucha armada. (…) En aquella época en el sótano de la universidad guardábamos todo. Si me llamaban a medianoche, yo pensaba que había volado la universidad. Cuando se produjo el enamoramiento entre Hebe y Néstor tuvimos que sacar urgente todo lo que había en el sótano y hacerlo desaparecer”.

La respuesta a este giro radical y paradójico viene de la mano de la pregunta sobre las causas del “enamoramiento” de Hebe y Néstor. Y la verdadera respuesta a tal interrogante tiene nombre y apellido: Fidel Castro.

El 25 de mayo de 2003 asumía Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación, y Hugo Chávez llegaba a la Argentina para presenciar el acto. No obstante, horas antes del mismo, Chávez se apersonó en la Asociación Madres de Plaza de Mayo y, según ha confesado Schoklender, les dijo: “Traigo un mensaje del Comandante Fidel Castro que pide especialmente a las Madres que le tengan paciencia a Néstor, que es un muchacho de buena madera”. Castro no podía concurrir por problemas de salud, pero ordenaba a las Madres que se acercaran al flamante gobierno. Schoklender solicitó una audiencia de inmediato a la Casa Rosada, que se concretaría al día siguiente entre Néstor y Hebe. El resultado fue un pacto entre ambos: Kirchner ofrecía una “política de derechos humanos” que brindara revancha contra los militares que derrotaron a las organizaciones terroristas en los ’70, a cambio de un apoyo incondicional de las Madres que compartirían con el kirchnerismo el banderín derechohumanista.

Que el disparador de la alianza de las Madres de Plaza de Mayo con el kirchnerismo lo haya dado un dictador sanguinario como Fidel Castro (a instancias de otro dictador como Hugo Chávez), quien tiene en su haber decenas de miles de muertos, torturados y exiliados, no deja de ser una perversa ironía que habla a las claras sobre la verdadera conformación moral e ideológica de aquellos lobos que visten de corderos.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿Encarna un verdadero valor la simbología de las Madres de Plaza de Mayo como para ser incorporada en la simbología patria?

La causa emprendida por numerosas madres en búsqueda de sus hijos a fines de los ’70 y durante los ‘80 es de suyo legítima. El dolor de una madre por su hijo faltante ha de ser indescriptible. Pero lo que ciertamente no es legítimo, es trastocar el sentido humanista de una causa para transformarla en una lucha ideológica.  Y eso fue precisamente lo que ocurrió con la línea de las Madres de Plaza de Mayo que lideró y lidera Hebe de Bonafini.

Manipulada por elementos de extrema izquierda, Bonafini y su grupo entendieron que su lucha ya no era por sus hijos, sino por la causa de sus hijos. Es decir, por el marxismo. En el libro de la historia de la Asociación que las propias madres escribieron en 1995 se da cuenta de este giro: “poco a poco, las Madres empezamos a levantar las banderas de nuestros hijos. ¿Qué queremos decir con esto? Que ya no sólo denunciamos las atrocidades de que fueron víctimas: ahora traemos a la memoria el sentido tan claro de su lucha. (…) Las madres levantamos los ideales revolucionarios de nuestros hijos”. Es decir, las Madres se quejaban de las atrocidades de la que fueron objeto sus hijos pero reivindicaban las atrocidades que sus hijos cometieron cuando actuaron en la guerrilla terrorista.

Así las cosas, las Madres de Plaza de Mayo empezarán a conformar alianzas con organizaciones terroristas internacionales como la ETA, cuyos miembros eran declarados públicamente por Hebe de Bonafini como “un ejemplo de dignidad y de resistencia para el mundo”. No era para menos: ETA financiaba a las Madres, tal como ha confesado Schoklender recientemente.

También se congeniaron alianzas con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), organización guerrillera mexicana que le solicitó a Hebe de Bonafini que ésta le enviara jóvenes a los campamentos para supervisar el accionar del Ejército Mexicano. Una importante camada de militantes izquierdistas argentinos viajó entonces a México en aquella oportunidad.

En Colombia, las Madres se acercaron tanto a las FARC como al Movimiento 19 de Abril. De este último tenían, en la Casa de las Madres, exhibido un sable que llevaba la inscripción “M-19” que había sido obsequio de los líderes de este grupo guerrillero.

Respecto de las FARC, las Madres también mandaron jóvenes argentinos a enlistarse en la organización narcoterrorista. Schoklender ha contado que “una gran cantidad de jóvenes nos pedía que los contactáramos con ellos. Triangulábamos su llegada desde Venezuela, que era el asiento natural del núcleo que se ocupaba de las relaciones exteriores de las FARC. Los jóvenes iban a Venezuela, allá cambiaban su documentación, pasaban a Colombia y se integraban a la guerrilla”. Y agrega: “Los comandantes de las FARC solían decirnos que necesitaban que les enviáramos jóvenes con formación política. (…) De los jóvenes que fueron, por medio de nosotros, muy pocos volvieron. La inmensa mayoría permaneció allá”.

¿Cuántos de esos jóvenes argentinos habrán contribuido a perpetrar en nuestro país vecino secuestros, homicidios, colocaciones de bombas, y matanzas masivas e indiscriminadas gracias al entusiasta reclutamiento de las Madres de Plaza de Mayo? ¿No es curioso que un grupo que se diga “defensor de los Derechos Humanos” reclute jóvenes para sumarlos a una agrupación que viola sistemáticamente los Derechos Humanos?

La relación de las FARC y Madres de Plaza de Mayo es de público conocimiento. Y tanto es así, que las Madres hasta han convocado a conmemorar a las FARC en marzo de 2005, en ocasión de los cuarenta años de existencia de la organización narcoterrorista. Además, en la Universidad de las Madres se han dictado cursos apologéticos sobre las FARC y, como si fuera poco, en la computadora del jerarca Raúl Reyes se encontraron e-mails donde se menciona a Hebe de Bonafini (“le abonamos a Doña Hebe” reza uno de ellos).

El pañuelo blanco de las Madres hace rato que ha dejado de representar una causa humanitaria. De hecho, ha pasado más tiempo representando a lacras homicidas como ETA, FARC, M-19, EZLN, Montoneros, ERP y Castro, que una lucha de madres por sus hijos.

El pañuelo es el símbolo del extremismo marxista encubierto en el simpático banderín de los derechos humanos. Ni más ni menos. Entonces, es dable preguntarse nuevamente: ¿Puede este pañuelo integrar los símbolos patrios?

(*) Agustín Laje es coautor del libro “Cuando el relato es una FARSA”. @agustinlaje

sábado, 21 de junio de 2014

Día de la Bandera con Tehuelches


20 de Junio - Día de la Bandera
Tehuelches portando la bandera nacional,celebran el 25 de Mayo, 1899.
Documento Fotográfico. Inventario 303105.

sábado, 31 de mayo de 2014

Los orígenes de la esvástica

Los misteriosos orígenes de la esvástica
PHD WENDY CHRISTENSEN, Society of Pages
Business Insider


Biblioteca Pública de Nueva York Galería Digitales

Encontré este anuncio para 1917 de la joyería esvástica durante la navegación a través de la Biblioteca Pública Digital Gallery de Nueva York. El texto dice en parte :
Para el usuario de la esvástica vendrá de los cuatro vientos del cielo la buena suerte, larga vida y prosperidad. La esvástica es la cruz más antigua , y el símbolo más antiguo del mundo. De origen desconocido, en el uso frecuente de los elementos prehistóricos, apareció históricamente primero en las monedas ya en el año 315 AC

Como esto sugiere, mientras que el símbolo de la esvástica se asocia más frecuentemente con Hitler y los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y todavía es utilizado por los grupos neonazis, el símbolo en sí tiene una historia mucho más larga . De wikipedia

La evidencia arqueológica de adornos en forma de cruz gamada - data del período neolítico. Un símbolo antiguo, que se presenta principalmente en las culturas que son hoy en día en la India y sus alrededores, a veces como un motivo geométrico ya veces como un símbolo religioso. Durante mucho tiempo se utiliza ampliamente en las principales religiones del mundo, como el hinduismo, el budismo y el jainismo.

Antes de que fuera cooptado por los nazis , la esvástica decorado todo tipo de cosas . Uni Watch tiene un montón de ejemplos. Aquí está en un avión militar de Finlandia :

Avión finlandés con la swastika 

Insignia Boy Scout :


Equipo de hockey de mujeres llamado las Esvásticas de Edmonton (de 1916):

Otro equipo de hockey : En los comentarios, Felicity señaló a este ejemplo:
captura de pantalla 05/23/2014 a las 03.31.10 pm ....

Ella escribe :
Mi mamá es una quilter y recoge los edredones antiguos ( cuando puede permitírselo ) . Ella dice que, si bien en general, edredones y colchas antiguas copas han subido mucho en el precio durante décadas, todavía hay una especie se puede recoger de una canción - edredones esvástica .

Es un poco triste pensar en alguien en 1900 poniendo todo ese tiempo y cosido a mano en una colcha "buena suerte" que ahora se maldecían .

Todos estos ejemplos se produjo antes de que los nazis adoptaron la esvástica como su símbolo (y cambió ligeramente inclinándola en un ángulo de 45 grados). Por supuesto, el significado original o el uso de la esvástica no viene al caso ahora. Debido a que está tan fuertemente asociado con los nazis, es imposible utilizarlo ahora, sin la gente que lee como un símbolo nazi. Y de hecho, es inimaginable que un grupo en los EE.UU. o Europa podría usar la esvástica hoy sin intencional significa recurrir a la asociación nazi y las ideas expuestas por Hitler y su partido.

Wendy Christensen es profesor asistente en la Universidad William Paterson cuya especialidad incluye la intersección de género , la guerra y los medios de comunicación . Puedes seguirla en Twitter.