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lunes, 9 de septiembre de 2024

Rosas y Darwin: Cruce de experiencias

 "Me dijo que era inhumano": el impensado encuentro entre Rosas y Charles Darwin durante la primera conquista del desierto


Desarrollada entre 1833 y principios de 1834, esta expedición militar de la que poco se habla fue más que un intento por ocupar la Patagonia.

Por Yasmin Ali || Canal 26


Rosas y Darwin

Es de público conocimiento la expedición militar a la Patagonia que emprendió Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, que años después pasaría a la historia como Conquista del Desierto y que al día de hoy genera debates enardecidos. Pero antes de ella existió una liderada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y principios de 1834 de la que poco se habla.

Luego de finalizar su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, entre 1829 y 1832, el Restaurador de las Leyes había rechazado volver al poder porque se le había negado la suma del poder público y las facultades extraordinarias. Casi sabiendo que lo mejor era esperar a que se calmen las aguas, decidió emprender una travesía por el sur de la Provincia y parte de la Patagonia donde conoció ni más ni menos que a Charles Darwin.

Un inglés en la Patagonia

Darwin, quien por aquel entonces tenía 22 años, se emprendió en un viaje desde diciembre de 1831 a octubre de 1836 donde recorrió el mundo al bordo del Beagle, de la Marina Real Británica, capitaneado por Robert Fitz Roy. A comienzos de 1833 el barco lo dejó en la desembocadura del Río Negro, lo que hoy es parte de la Patagonia argentina.

Cabalgó desde Carmen de Patagones hasta el Río Colorado donde se encontró con nada más, y nada menos, que el campamento de Rosas. Aquel ejército que comandaba el oriundo de Buenos Aires tenía como objetivo despejar a los indios y asegurar la frontera. En 1839 el inglés publicó Viaje de un naturalista alrededor del mundo donde describió su primera impresión de lo que vio:

    "Seguramente los soldados de ningún otro ejército han tenido tal apariencia de bandidos y villanos".

Rosas deseaba conocerlo y él aceptó. Darwin diría sobre él: "Un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en este país, al que probablemente terminará gobernando. Ha obtenido una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico".


Primera conquista del Desierto

El mismo Rosas también habló de aquella reunión: "Seguramente acostumbrado a sus costumbres europeas, le impresionó ver a soldados negros y mestizos, muchos mal vestidos, y no entendió a los indígenas que se bebían la sangre de las reses que se carneaban. Es la vida del desierto, míster Darwin, le expliqué. Tampoco le entró en la cabeza por qué degollábamos a los prisioneros, me dijo que era inhumano. Le aclaré que no siempre era así, y le conté de mi pacto con los tehuelches, a los que acordé pagarle por indio que pasasen a mejor vida".

Del encuentro el naturalista se llevó un pasaporte que le otorgó Rosas y que podía usar en los puestos militares del gobierno bonaerense. De esta forma logró cruzar las pampas en dirección al Río de la Plata.

Pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Santa Fe y volvió navegando por el Paraná. Al regresar se encontró que los simpatizantes de Rosas habían sitiado la Provincia. Pero Darwin pudo pasar pasar cuando mencionó que había sido huésped del general. En los primeros días de diciembre emprendió un nuevo viaje rumbo a Puerto Deseado.


La campaña militar de Rosas

La primera conquista

Alan Moorehead, autor de Darwin: la expedición en el Beagle 1831-1836, menciona lo que fue esta expedición militar al sur y el encuentro entre ambos: "El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para divertirse y tenía fama de ser muy peligroso cuando sonreía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o estaqueado. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar tranquilamente esta hazaña. No obstante, era un hombre venerado y obedecido; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años".

En otro párrafo agrega: "La táctica de su campaña contra los indios era muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga, en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaban muy ansiosos por cumplir, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que se les escapara".



El origen de las especies de Darwin

"Durante la estancia de Darwin, el campamento era un continuo hervidero. A cada hora llegaban rumores de escaramuzas. Un día vino la noticia de que uno de los puestos de Rosas, en la carretera a Buenos Aires, había sido arrasado", agregó.

Lo cierto es que aquel encuentro pasó a la historia, así como sus protagonistas. El 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó en la editorial John Murray de Londres su mítico libro El origen de las especies y Rosas volvió a gobernar en Buenos Aires hasta el 3 de febrero de 1852 cuando cayó en la batalla de Caseros.

martes, 21 de mayo de 2024

Rosas: Un revisionista conjetura por qué se fue al Reino Unido

¿Por qué Rosas se fue a Inglaterra después de Caseros? según el chanta de José María Rosa






Es una pregunta que he oído muchas veces; antes que nada debe decirse que Rosas no era antibritánico sino argentino, que no es lo mismo: luchó contra los ingleses cuando se metieron con nosotros, y los respetó cuando nos respetaron.  No tenía motivo de inquina contra ellos después que reconocieron la victoria argentina en el tratado Southern-Arana de 1849.Con los ingleses se entendió bien; con quienes nunca pudo entenderse fue con los anglófilos.  A los ingleses les pasó lo mismo. Quisieron vencer a Rosas y este contestó a la agresión con el gesto heroico de la Vuelta de Obligado.

Pero estar en guerra contra extranjeros no significa odiarlos: los ingleses eran patriotas que combatían por el engrandecimiento de su patria, y Rosas era un patriota que luchaba en defensa de la suya. Los ingleses, como los franceses, admiraron el gesto de Rosas: ellos hubieran hecho lo mismo de haber nacido argentinos.  Lord Howden llegado a Buenos Aires por 1847 para hacer la paz, fue apasionado admirador de Rosas.  Lo cual no quiere decir que dejara de ser muy inglés y tratase de sacar las ventajas posibles para su patria.Para el buen inglés no había cotejo posible entre Rosas y los unitarios. Aquél era un enemigo de frente, que los había vencido en buena lid, y digno de todo respeto; en cambio éstos eran agentes sin patria que necesitaba como auxiliares en la guerra, pero a los cuales despreciaba.  Los pagaba, y nada más.Esta posición de los imperios con sus servidores nativos, no la pudo entender Florencio Varela cuando fue a Londres en 1848 a gestionar a Lord Aberdeen la intervención permanente británica en el Plata, el apoderamiento por Inglaterra de los ríos argentinos, y el mayor fraccionamiento administrativo de lo que quedara de la República Argentina.
Fue don Florencio a Londres muy convencido de que los ingleses lo recibirían con los brazos abiertos por estas ofertas, pero Aberdeen lo echó poco menos que a empujones del despacho: le dijo claramente que Inglaterra no necesitaba el consejo de nativos para dirigir su política de expansión en América, y sabía perfectamente lo que debería tomar y cuándo podía tomarlo; que Varela se limitara a recibir el dinero inglés para su campaña en el “Comercio del Plata” en contra de la Argentina, sin considerarse autorizado por ello a alternar con quienes le pagaban.Otra cosa les ocurre a los imperialistas con los nacionalistas.  Los combaten con todas las armas posibles; pero íntimamente los respetan y admiran. Es comprensible que así sea. Tampoco un nacionalista odia a un imperialista: luchará contra él hasta dar o quitar la vida en defensa de la patria chica, pero no tiene motivos personales para malquerer a quien sirve con toda buena fe el mayor engrandamiento de la suya.
Ambos – imperialistas y nacionalistas – podrán ser enemigos en el campo de batalla o en la contienda política, pero se comprenden, pues a los dos los mueve la pasión del patriotismo. Este de su patria chica. Aquél de la grande. No se puede odiar aquello que se comprende. En cambio al cipayo que vende su patria, no lo comprenden ni unos ni otros. Los imperialistas lo emplean a su servicio, pero lo desprecian.Un auténtico nacionalista no es un anti: su verdadera posición es afirmativa y no negativa. En cambio un cipayo puede ser un anti: empieza, por ser antipatriota, y sigue por oponerse a todo imperialismo que no sea el de sus preferencias.En tiempos de Rosas había unitarios antibritánicos por profranceses, o antifrariceses por proingleses.
Como hoy encontramos antisoviéticos, antiyanquis o antibritánicos, por ser defensores de otro imperialismo foráneo.
Un verdadero argentino no entiende esas oposiciones: combatirá con uñas y dientes al imperialismo que quiera mandar en nuestra tierra, exclusivamente por ese hecho y sin llevar la lucha más allá.
Así lo hizo Rosas. Luchó contra los invasores europeos en Obligado y en cien combates y luchó contra sus auxiliares nativos.
Venció a aquéllos, y les tendió la mano de igual a igual una vez que se comprometieron (en los tratados en 1849 y 1850) a reconocer la plena soberanía argentina. Perdonó a éstos en sus leyes de amnistía por deber de humanidad, pero no les tendió la mano de igual a igual: fueron siempre los “salvajes” sin patria que ayudaron al extranjero.Por eso Rosas vivió sus últimos años en Inglaterra. Lo rodeaban gentes que sabían lo que era el sentimiento de patria y admiraban al Jefe de aquella pequeña nación americana que los venciera en desigual guerra.
Por otra parte, Rosas no eligió el lugar de su exilio: el “Conflict” que lo llevó a Europa lo dejó en el puerto de Southampton, y allí se quedó los veinticinco años que le restaban de vida.
Da la impresión de que, no siendo su patria, todo otro lugar era indiferente a ese gran criollo que fue Juan Manuel de Rosas.

Por: José María Rosa
(Revisionismo Historico Argentino)

martes, 9 de abril de 2024

Biografía: Tte. Coronel Leandro Ibáñez (Argentina)

Leandro Ibáñez




Tte. coronel Leandro Ibáñez

Fue uno de los jefes que sirvieron a Juan Manuel de Rosas en la campaña de 1829 contra el general Lavalle; en el carácter de comandante de milicias, Leandro Ibáñez mandó un escuadrón de caballería en el ataque y toma de la Guardia del Monte el 16 de marzo de 1829, acción de guerra en la que los defensores mandados por el sargento mayor Manuel Romero fueron masacrados.  Desde el Monte, los comandantes Ibáñez y Castro partieron para Chascomús, distante 17 leguas, por no haber querido acatar la autoridad del comandante Miguel Miranda, que había actuado como jefe en el ataque a la Guardia del Monte.  Por aquella razón, Ibáñez y Castro no se hallaron en el combate de las Vizcacheras, donde fue destruida la División del coronel Federico Rauch.

Participó en el resto de la campaña contra Lavalle, encontrándose en el combate del Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829 y en el sitio de Buenos Aires.  Cuando el Gral. Lavalle se entrevistó con Rosas en Cañuelas, el 24 de junio, donde ajustó la Convención de aquel nombre, el comandante Ibáñez fue uno de los jefes de toda confianza del Restaurador que acompañó a Lavalle al cruzar una zona de 10 leguas por dentro de sus enemigos hasta llegar a su campamento, en la quinta de Ramos.

Leandro Ibáñez obtuvo despachos de capitán de caballería de línea el 21 de noviembre de 1829, pero con antigüedad del 1º de junio del mismo; y el 23 de marzo de 1830 los del grado de sargento mayor; empleo cuya efectividad se le concedió el 25 de noviembre del mismo año.  Con fecha 1º de junio de 1829 fue dado de alta en la Sub-Inspección de Campaña, en la que revistó hasta el 15 de febrero de 1833, en que fue agregado a la Plana Mayor del Ejército.

Se incorporó al gobernador Rosas cuando marchó a campaña en 1831, con motivo de la guerra entablada contra el “Supremo Poder Militar de las Nueve Provincias” encabezado por el general Paz.  Estuvo en campaña con Rosas desde enero a mayo de aquel año.

Tomó parte en la campaña al Río Colorado, en 1833, formando parte de la División Izquierda; al llegar a aquel curso de agua, el mayor Ibáñez fue destacado con una división al Sur del Río Negro, la que estaba compuesta por tropas mixtas de soldados regulares e indios auxiliares.  Ibáñez operó con éxito singular y Adolfo Saldías, describiendo las actividades de cada una de las divisiones despachadas por Rosas para cumplir objetivos determinados, dice refiriéndose a la de Ibáñez: “Por fin, la división del mayor Leandro Ibáñez operó con singular éxito en los territorios al Sur del Río Negro.  “Al mayor Ibáñez –escribíale Rosas a su amigo Terrero- lo he despachado hoy (12 de setiembre), con cincuenta cristianos y cien pampas con la orden de pasar al río Negro y correr el campo hasta cien leguas al Sur.  No hay por ahí más enemigos que el cacique Cayupán con algunos indios y muchas familias.  Si da con el rastro los seguirá aunque sea hasta Chile, porque lo mando bien montado.  Después de esto ya no queda en este campamento más que ciento cincuenta infantes, los artilleros y la gente que cuida las reses y caballos flacos que siempre mantengo invernando”.  Ibáñez penetró en la larga travesía que se extiende al Suroeste.  Después de algunos días de penosísimas marchas, llegó a las ignotas regiones del río Valchetas, el cual tiene su origen en una sierra al S. O. de la de San Antonio.  El 5 de octubre sorprendió la tribu del cacique Cayupán, quien jamás pudo imaginar que llegarían allá fuerzas de la División Izquierda.  Cayupán opuso tenaz resistencia, pero fue destruido y hecho prisionero con los guerreros que sobrevivieron y las familias que los acompañaban.  Después de concluir con los últimos indios que quedaban al Sur del Río Negro, y de dejar una inscripción con fecha 5 de octubre, cerca del río Valchetas,  Ibáñez regresó al cuartel general, donde fue felicitado por el acierto con que llevó a cabo su atrevida expedición”  (El parte de la expedición sobre el río Valchetas se publicó en “La Gaceta Mercantil” del 8 de noviembre de 1833.  Véase también la del 1º de noviembre).  Terminada la campaña, el mayor Ibáñez obtuvo el 31 de diciembre de 1833 su pasaporte para regresar a Buenos Aires.

Revistando en la Plana Mayor del Ejército, el 2 de agosto de 1834 fue promovido a teniente coronel, pero disfrutó muy poco de los halagos que le proporcionaron tan merecido ascenso, pues falleció el 11 de octubre del mismo año.

Fuente


  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951).
  • Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
  • Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar

 

martes, 6 de febrero de 2024

Organización Nacional: Caseros

Caseros




Un 3 de febrero de 1852 ocurría la Batalla de Caseros en el marco de las guerras civiles argentinas donde el Ejército Grande, liderado por el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, derrotaba a los ejércitos del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.

 
A partir de 1831, el sistema de organización estatal estuvo determinado por la llamada Confederación Argentina, una laxa unión de estados provinciales unidos por algunos pactos y tratados entre ellos. Desde 1835, el dominio real del país estuvo en manos del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, munido además de la “suma del poder público”, en que la legislatura porteña jugaba un papel moderador muy poco visible.



En 1839, y en mayor medida a partir de 1840, una cruel guerra civil sacudió al país, afectó a todas las provincias y costó miles de víctimas. Rosas logró vencer a sus enemigos, aseguró su predominio más que antes. Una campaña en el interior del Chacho Peñaloza y una larga rebelión de la provincia de Corrientes, que se reveló constantemente ante el poder centralista de Rosas logró afectar a las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, pero también fueron derrotados en 1847. Desde entonces, la Confederación y la provincia de Buenos Aires gozaron de una relativa paz, aunque signada por la violencia de la Mazorca, la brutal represión de cualquier levantamiento ante Rosas y el exilio a los políticos contrarios a la política del gobernador.



Mientras que en la provincia de Entre Ríos, gobernaba el general Urquiza promoviendo el desarrollo económico al proteger la ganadería, facilitando la instalación de saladeros de carne vacuna, mejorando infraestructuras como caminos y puertos, e impulsando la instalación de molinos de agua. Además, fomentó pequeñas industrias y estableció un riguroso control fiscal, dando gran atención a la eficiencia de los funcionarios y empleados. Logró reducir el gasto público sin descuidar las funciones del estado y transparentó las finanzas mediante la publicación mensual de gastos e ingresos a través de la prensa.



Su principal enfoque fue la educación, expandiendo las escuelas primarias existentes y fundando nuevas escuelas secundarias públicas y modernas. La primera de estas instituciones fue la de Paraná, dirigida por Manuel Erausquin, y tras conflictos con el gobierno de esa ciudad, los profesores se trasladaron al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, otro proyecto de Urquiza, donde se educarían futuros presidentes de la Nación. En su gestión, se crearon periódicos, teatros, escuelas secundarias para mujeres y bibliotecas públicas. Urquiza atrajo a su provincia a emigrados ilustres, principalmente federales antirrosistas como Pedro Ferré, Manuel Leiva y Nicasio Oroño, pero también unitarios como Marcos Sastre, generando un ambiente más libre que en otras ciudades del país.



Este ambiente de libertad contrastaba significativamente con la situación en Buenos Aires, captando la atención de los exiliados antirrosistas. Personajes destacados como Domingo Faustino Sarmiento, Esteban Echeverría o el general José María Paz empezaron a vislumbrar en Urquiza al líder capaz de convocar un congreso constituyente y derrocar a Rosas. Para 1850, la provincia de Entre Ríos se destacaba como un bastión de las ideas más progresistas y liberales. Se había convertido en una de las provincias más prósperas de la Confederación. Atraía a inversores extranjeros y a los emigrados de otras provincias del país.



A pesar del asedio y la guerra en una sitiada Montevideo, Urquiza logró mantener abiertos los puertos de su provincia al comercio con esa ciudad, a pesar de que desde la perspectiva de Rosas esto era considerado contrabando. Sin embargo, debido a la necesidad de Rosas de contar con el apoyo de Urquiza, permitió esta actividad de facto.



El puerto de Montevideo era el principal puerto por el que la provincia de Entre Ríos podían ejercer el comercio con el resto del mundo, debido a que el puerto de Buenos Aires, controlado por Rosas, imponía a las provincias fuertes aranceles a la exportación. Por tal motivo, la provincia de Corrientes, que tenía puertos propios, había organizado cinco campañas militares contra Rosas entre 1839, la primera iniciando con la rebelión del gobernador Genaro Berón de Astrada, y 1852.



En el plano organizativo del país, Rosas sostenía que, dado que el país no estaba en paz, no era el momento adecuado para sancionar una constitución. Sin embargo, su política exterior mantenía un constante estado de conflicto, lo que llevó a acusaciones de mantener a la Confederación en guerra para postergar indefinidamente la sanción constitucional.



En 1850, cuando Montevideo estaba a punto de caer, el Imperio del Brasil decidió apoyar a la ciudad sitiada. Rosas respondió iniciando acciones bélicas contra el Imperio, lo que algunos opositores interpretaron como una estrategia para posponer la sanción de la Constitución. Urquiza compartió esta interpretación, aunque no mostró señales claras en ese sentido.

Rosas designó a Urquiza como comandante del ejército de operaciones contra Brasil, enviándole armamento y refuerzos, pero al mismo tiempo le exigió que suspendiera el comercio con Montevideo. Urquiza comenzó a contactar a emigrados de Montevideo y representantes del Imperio del Brasil, buscando apoyo financiero y la seguridad para enfrentar a Rosas, lo que le fue asegurado.

Urquiza interpretó que Rosas abría un nuevo frente para seguir postergando la organización constitucional; se puso en contacto con los enviados del gobierno de Montevideo y del Imperio, y reafirmó la alianza con el gobernador de la provincia de Corrientes, Benjamín Virasoro. La preocupación principal de ambos era la de liberar el comercio fluvial y ultramarino, pero también reclamaban su participación en los ingresos de la Aduana de Buenos Aires.

El 1 de mayo de 1851, la legislatura entrerriana da a conocer un documento conocido como el “Pronunciamiento de Urquiza”, donde el gobernador se opone a Rosas aceptando su renuncia a ejercer las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina (que Rosas presentaba cada año, a sabiendas de que esta sería rechazada). El pronunciamiento de Urquiza consistió en la efectiva aceptación de la renuncia de Rosas por parte de la Provincia de Entre Ríos, que reasumía su capacidad de conducir su comercio y relaciones exteriores con otras naciones hasta tanto no se formalizara la constitución de una República.

El Pronunciamiento significó la ruptura definitiva de las relaciones entre Urquiza y Rosas y el comienzo de la guerra. Solo la provincia de Corrientes apoyaría a Urquiza, mientras que el resto lo repudiaron públicamente. Rosas no aceptaría la renuncia, y permaneció en el cargo. Urquiza se convertiría allí en el caudillo de los federales antirrosistas e iniciaba la lucha contra el centralismo de Buenos Aires.

Por último, reemplazó de los documentos el ya familiar “¡Mueran los salvajes unitarios!”, por la frase “¡Mueran los enemigos de la organización nacional!”. Unos pocos días más tarde, Corrientes imitó las leyes de Entre Ríos. En un breve período de tiempo, Urquiza movilizó 10 000 u 11 000 jinetes entrerrianos (lo que fue un gran esfuerzo para una provincia de 46 000 habitantes).

La prensa porteña reaccionó indignada por esta "traición"; todos los demás gobernadores de la Confederación Argentina lanzaron anatemas y amenazas públicas contra el Urquiza, tildándolo de loco, traidor y salvaje unitario. En los meses siguientes, la mayor parte de ellos hizo nombrar a Rosas "Jefe Supremo de la Nación", esto es, un presidente sin título de tal, ni Congreso que lo controlara. Pero ninguno se movió en su defensa.

A fines de mayo se firmó un tratado entre Entre Ríos, el gobierno de Montevideo y el Imperio del Brasil, que acordaba una alianza para expulsar al general Manuel Oribe del Uruguay, llamar a elecciones libres en todo ese país y, si Rosas declaraba la guerra a una de las partes, unirse para atacarlo. Como primer paso de su plan estratégico, Urquiza ingresó con los ejércitos correntinos al mando de José Antonio Virasoro y entrerrianos a territorio uruguayo en el mes de julio.

Entre Ríos invadió Uruguay en julio de 1851 pero no hubo guerra: Oribe quedó casi solo, defendido solo por las fuerzas porteñas, que no tenían instrucciones adecuadas sobre qué hacer. De modo que Urquiza y Oribe firmaron un pacto el 8 de octubre, por el que se levantaba el sitio de Montevideo. Oribe renunció y se alejó de la ciudad sin ser hostilizado; a cambio, el gobierno del país, incluida Montevideo, sería asumido por el general Garzón.

Desde entonces, las fuerzas comandadas por el general Justo José de Urquiza pasaron a llamarse Ejército Grande. Las tropas aliadas se componían de 27 000 hombres, en su mayoría correntinos, entrerrianos y exiliados argentinas pero también uruguayos y brasileños. Otros 10.000 hombres quedaron de reserva en Colonia del Sacramento (llamado Ejército Chico). Rosas en ese momento disponía de 25.000 hombres.

A fines de octubre, Urquiza estaba de vuelta en Entre Ríos. Tras reunir y adiestrar sus fuerzas en Gualeguaychú, Urquiza reunió las fuerzas provinciales en el campamento del Calá, y partió el 13 de diciembre al encuentro del Ejército Grande, el cual se concentró en Diamante, puerto de Punta Gorda. Desde allí, las tropas fueron cruzando el Paraná desde la víspera de Navidad hasta el día de Reyes de 1852. Las tropas de infantería y los pertrechos de artillería cruzaron en buques militares brasileños, mientras la caballería cruzó a nado.

Desembarcaron en Coronda, a mitad de camino entre Rosario y Santa Fe. El gobernador Echagüe abandonó con sus fuerzas la capital, para enfrentar al ejército enemigo y contactar al general Ángel Pacheco, que tenía su división en San Nicolás de los Arroyos. Pero las tropas santafesinas se sublevaron; de inmediato, Urquiza envió hacia allí a Domingo Crespo, que asumió como gobernador.

Las tropas rosarinas del general Mansilla se sublevaron y se pasaron a Urquiza, de modo que, con las pocas tropas que les quedaban, Echagüe, Pacheco y Mansilla debieron retroceder hacia el sur. La provincia de Santa Fe había sido tomada en forma tan pacífica como el Uruguay, y el general Juan Pablo López (hermano del difunto exgobernador y caudillo santafesino Estanislao López) se puso al mando de los santafesinos unidos al Ejército Grande.

Rosas nombró al general Ángel Pacheco jefe del ejército provincial, pero luego dio órdenes contradictorias a Hilario Lagos, sin informar al general. El gobernador se instaló en su campamento de Santos Lugares, dando órdenes burocráticas y sin decidir nada útil. Pacheco, cansado de un jefe que arruinaba sus esfuerzos, renunció al mando del ejército y se retiró a su estancia usando como pretexto el estar enfermo. De modo que Rosas asumió en persona el mando de su Ejército.



Al amanecer del 2 de febrero, Urquiza hizo leer a sus tropas la siguiente proclama:



La batalla duró seis horas y se desarrolló en la estancia de la familia Caseros, situada en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, el campo de batalla se encuentra en los actuales terrenos del Colegio Militar de la Nación. Urquiza no dirigió la batalla y dejó que cada jefe de división hiciera lo que tenía pensando. Aún así, el Ejército Grande arrolló a las fuerzas comandadas por el general Juan Manuel de Rosas.



Cuando la batalla ya estaba por perderse, Rosas huyó a caballo para Buenos Aires, abandonando a sus hombres en el campo de batalla. Una vez en Buenos Aires, Rosas redactó su renuncia al cargo de Gobernador de Buenos Aires. Pocas horas después, protegido por el cónsul británico Robert Gore, Rosas se instaló en la embajada británica en Buenos Aires y al día siguiente se embarcó en la fragata Centaur rumbo al exilio en el Reino Unido, donde falleciera en 1877.

Recién quince días más tarde, el general Urquiza entró triunfante en Buenos Aires, durante un desfile y montando el caballo de Rosas, y nombró a Vicente López y Planes como gobernador de la provincia. Apenas llegada a Montevideo la noticia de Caseros, los emigrados retornaron a Buenos Aires y países vecinos, mientras los rosistas resistían perder su posición. Se formaron dos grupos políticos definidos: los federales o urquicistas, partidarios de la organización nacional bajo un poder federal y por otro lado, el Partido Liberal, heterogéneo, abogaba por la ruptura con la Confederación y se oponían a Urquiza, viéndolo como un caudillo que buscaba dominar la provincia, proponiendo incluso la secesión de Buenos Aires. De este segundo grupo participaron muchos antiguos rosistas.

Al llegar a Buenos Aires, Urquiza envió una misión para explicar su intención de restablecer el Pacto Federal y organizar constitucionalmente el país. Bernardo de Irigoyen logró que las provincias delegaran en Urquiza el manejo de relaciones exteriores y aceptaran el proyecto de organización nacional. El 6 de abril, representantes de Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe firmaron el Protocolo de Palermo, restableciendo el Pacto Federal y confiando a Urquiza el manejo de relaciones exteriores, además de encargarle la convocatoria a un Congreso Constituyente.

Para agilizarlo, Urquiza invitó a los gobernadores a una reunión en San Nicolás de los Arroyos. El 31 de mayo se firmó el Acuerdo de San Nicolás, estableciendo la vigencia del Pacto Federal de 1831, la convocatoria a un congreso constituyente en Santa Fe y la creación del cargo de Director provisorio de la Confederación Argentina, ocupado por Urquiza.



Como Director Provisional de la Confederación Argentina convocó al Congreso Constituyente, prohibió la confiscación de bienes en toda la Nación, abolió la pena de muerte por delitos políticos y declaró que el producto de las aduanas exteriores era un ingreso de la Nación. Reconoció a nombre de la Confederación la independencia del Paraguay, que nunca había sido reconocida por Rosas. A continuación declaró libre la navegación de los ríos por dos decretos de agosto y octubre de 1852 y abrió las puertas argentinas al comercio internacional.

El 11 de septiembre de 1852 estalló un levantamiento militar con apoyo civil contra la autoridad de Urquiza y su delegado, que se embarcó hacia Entre Ríos; incluso los antiguos rosistas se unieron a la revolución. Restablecida, la Sala de Representantes desconoció al Congreso Constituyente, ordenó el regreso de los dos diputados porteños a la misma y reasumió el manejo de sus relaciones exteriores.



En un primer momento, Urquiza ocupó San Nicolás de los Arroyos, decidido a volver a Buenos Aires. Pero allí tuvo conocimiento que el apoyo con que contaba la revolución era mayor que el esperado, y que incluso los federales se habían plegado a ella, de modo que regresó a Entre Ríos. A partir de ese momento, el llamado Estado de Buenos Aires se manejó como un país independiente de la Confederación. Tras un breve interinato del general Manuel Pinto, en octubre fue nombrado gobernador Valentín Alsina.




sábado, 9 de diciembre de 2023

Biografía: Cnel. Pedro Pablo Rosas y Belgrano, terror de los malones

El terror de los malones




El terror de los malones araucanos, Coronel Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo del General Don Manuel Belgrano e hijo adoptivo del Brigadier General Don Juan Manuel De Rosas, nace en Santa Fe, el 29 de Julio de 1813



Pedro Pablo Rosas y Belgrano, nació cerca de Santa Fe, el 29 de julio de 1813, y era hijo natural del prócer nacional General Don Manuel Belgrano y María Josefa Ezcurra, luego adoptado por el caudillo federal y gobernador, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y su esposa María de la Encarnación Ezcurra, y llegó a ser un distingudo oficial de caballería del Ejército Argentino, fogueado en cientos de combates contra los malones indígenas y en las luchas civiles de aquellas èpocas, alcanzando la jerarquía de coronel.

El general Don Manuel Belgrano tuvo algunos romances (a pesar de jamás haberse comprometido ni contraido enlace), entre los cuales dos tuvieron descendencia. La mamá de Pedro era María Josefa Ezcurra, una dama de buena posición social y económica, casada con su primo Juan Esteban de Ezcurra (originario de Pamplona, Navarra, España). Después de nueve años de matrimonio, sin hijos, era aquel un leal subdito de la Corona española, y disconforme con la Revolución de Mayo, decidió exiliarse en su patria, negándose María a acompañarlo; hombre de gran lealtad y firmes convicciones, prueba de ello es que aunque nunca la volvió a ver, Juan Esteban la nombraría su heredera.

María Josefa fue novia de Belgrano cuando tenía 16 años, desde 1802 a 1803. Sin embargo, su padre la casó con un primo proveniente de España. Cuando Belgrano fue nombrado general en jefe del Ejército Auxiliar del Perú (Ejército del Norte), luego de crear la Bandera Nacional en Rosario, María Josefa partió a su encuentro, producido en los primeros días de mayo de 1811 en San Salvador de Jujuy, luego de 45 días de viaje, permaneciendo a su lado durante tres meses allí y posteriormente en el Éxodo Jujeño, combate de Las Piedras y batalla de Tucumán. En octubre concibió un hijo en San Miguel de Tucumán, lugar donde residieron desde septiembre de 1812 a finales de enero de 1813, y que nacería en Santa Fe, en la estancia de unos amigos el 29 de julio de 1813.



Fue bautizado con el nombre de Pedro Pablo y anotado como huérfano en la catedral de Santa Fe; ignorándose si el niño alguna vez conoció a su padre. Al nacer, fue adoptado inmediatamente por su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con el estanciero Don Juan Manuel de Rosas.

Desde entonces sería conocido como Pedro Pablo Rosas. En 1833, al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado por Juan Manuel de Rosas de su verdadero origen, cumpliendo éste el expreso pedido de Don Manuel Belgrano. A partir de entonces, incorporó su apellido biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano. Pedro Pablo tuvo una educación limitada en la capital, y muy joven pasó al campo y a la frontera con los indígenas.

En 1829 fue secretario privado de Rosas, durante su primer período como gobernador de Buenos Aires. Más tarde lo acompañó en ese mismo cargo en la Campaña al Desierto de 1833.



Al regresar, Rosas le regaló una estancia en el pueblo de Azul; durante el año 1837 ejerció como juez de paz de Azul y comandante del fuerte de San Serapio Mártir, con el grado de mayor. A fines de ese año pidió ser relevado y se dedicó a administrar su estancia. Era, además, el encargado de entregar los regalos y víveres a los caciques Painé, Pichún, Catriel e Ignacio Coliqueo. También tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones locales de la sublevación de los Libres del Sur en 1839.



Durante la década de 1840 fue nombrado comandante de Azul, que era el pueblo más importante del sur de la provincia en esa época, y oficialmente fue el encargado de las relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se encargaba de lo que Rosas llamaba el "negocio pacífico", esto es, entregar a los indios "amigos" provisiones, alcohol y yerba mate a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran, o sea los genocidas araucanos procedentes de Chile. También llevaba adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno provincial.


A mediados de la década fue ascendido al grado de coronel, y llegó a ser un estanciero muy rico y con buenas relaciones, tanto con los estancieros y gauchos del sur de la provincia como con las distintas tribus.



Poco antes de la batalla de Caseros mantuvo varias reuniones con los caciques, a los que comprometió a unirse a sus fuerzas para defender el gobierno de Rosas, en caso de que el general Urquiza fuera derrotado y la guerra se extendiera al sur de la provincia.

Después de la caída de su padre adoptivo, siguió siendo el juez de paz de Azul, por orden directa de Urquiza. Mantuvo relaciones por carta con Manuelita Rosas, exiliada con su padre en Inglaterra. Por orden de Hilario Lagos, comandante de campaña, fue nombrado comandante del Regimiento de Caballería Número 11, con sede en Azul.

A fines de noviembre de ese año de 1852 estaba en Buenos Aires cuando estalló la rebelión de Lagos, que pronto dominó gran parte del interior de la provincia y puso sitio a la ciudad de Buenos Aires. En la capital se supo que había grupos en el sur de la provincia que aún seguían obedeciendo al gobierno porteño, pero no tenían cohesión ni podían establecer contacto con la capital. Por eso el gobernador Manuel Pinto envió a Rosas con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú.



Apenas desembarcado, convocó a los indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año antes, forzando bastante el sentido que debía habérsele dado. La noticia de la expedición de Rosas y Belgrano levantó los ánimos de los porteños, mientras que los federales se dedicaron a tratar de detenerlo antes de que reuniera demasiada gente a sus espaldas.

Rosas reunió los grupos dispersos y marchó hasta la localidad de Dolores, donde logró reunir unos 4.500 hombres, entre ellos algo más de 1.000 aborígenes. Pronto regresó hasta la costa del río Salado, a esperar una prometida expedición naval con armas y municiones, por lo que se instaló cerca de la desembocadura de este río. Pero los refuerzos y armas no llegaron nunca: los barcos en que debían ser transportados encallaron y naufragaron, y nadie avisó a Rosas y los suyos.

Allí estaban cuando aparecieron los federales, al mando del general Gregorio Paz; tan mal se había preparado, que tenía el río Salado a sus espaldas. Los indios formaban en un costado pero, antes de iniciarse la batalla, sus jefes conferenciaron con los caciques de las tropas auxiliares indígenas que formaban en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla.

Paz puso a sus fuerzas a órdenes del coronel Juan Francisco Olmos, mientras Rosas y Belgrano ponía los suyos a órdenes de Faustino Velazco. La batalla de San Gregorio fue una verdadera catástrofe para los unitarios: murieron casi 1.000 hombres, incluidos los coroneles Velazco y Acosta. Casi todos los oficiales fueron tomados prisioneros.



Tras esta victoria, Lagos reforzó el sitio de Buenos Aires, cerrando todas sus vinculaciones con el exterior, excepto por el Río de la Plata. Un consejo de guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, quizá influido por una carta que Manuela Mónica Belgrano le entregara al general Lagos, pidiéndole por la vida de su hermano Pedro, "teniendo en cuenta su sangre". Además, Lagos conocía a Pedro como hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, ya que ambos servían a las órdenes del Restaurador de las Leyes y las Instituciones.

Levantado el sitio a mediados de 1853, fue repuesto en su cargo al frente del Regimiento de Caballería número 11 y de comandante de Azul. Se le encargó que organizara un plan general de defensa de la frontera, encargo que se ignora si cumplió.

Pidió la baja por mala salud en febrero de 1855, en una época en que arreciaban los ataques contra los ex colaboradores de Rosas, y el gobierno decidió confiscar todos los bienes de éste y de sus hijos. Dado que, legalmente, Pedro era hijo de Rosas, perdió todos sus bienes, once estancias en total. También fue acusado de participar en las invasiones de los generales Jerónimo Costa y José María Flores. A fines de 1855 se marchó a Santa Fe, donde prestó servicios en la frontera.



En 1859, poco después de la batalla de Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de defenderse de un posible avance hacia el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano comandante de armas del sur de la provincia y lo envió hacia esa zona.

Convenció al cacique general Calfucurá, que atacó al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra, pero este ataque fracasó. Enviado por Rosas y Belgrano, el coronel Federico Olivencia tomó la ciudad de Azul. Un comandante de apellido Linares se presentó frente a Tandil, que estaba indefensa por haber salido su comandante Benito Machado a enfrentar a Olivencia. De modo que los habitantes de Tandil le dejaron tomar la ciudad, a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera; pero éstos se sublevaron y saquearon la ciudad.
  Olivencia entró en conflictos con Rosas y Belgrano, de modo que lo abandonó y se pasó a las filas del general Flores. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir. Y los indígenas que habían llegado a Azul con Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El coronel debió huir por "tierra de indios", llegando hasta Rosario.
  Después de la batalla de Pavón fue tomado prisionero en Rosario. A pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por orden de Mitre. Viendo que estaba ya muy enfermo, se lo dejó regresar a Buenos Aires, con orden expresa de no dejarlo acercar a Azul.
  Es así que, en medio del ostracismo (hay que resaltar que la lealtad y conducta de Pedro Pablo era la habitual de todos o casi todos los oficiales en aquellas épocas, de formación de identidad nacional), el hijo del General Don Manuel Belgrano, veterano de la Frontera y la Campaña del Desierto, veterano de la Guerra Civil y eficiente oficial del Ejército Argentino, el Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas y Belgrano, injustamente desposeído de todos sus bienes, falleció en la ciudad de Buenos Aires, a los 50 años de edad, el 27 septiembre de 1863.

Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas Y Belgrano

  • Fecha de nacimiento: 29 de julio de 1813, cerca de la ciudad de Santa Fe.
  • Muerte: 27 de septiembre de 1863 (a los 50 años), en Buenos Aires.
  • Lealtad: Partido Federal,
  • Estado de Buenos Aires
  • Hitos militares: Campañas al Desierto, Defensa de la Frontera, Batalla de San Gregorio.
  • Familia cercana:
  • Hijo biológico del general Manuel Belgrano y María Josefa de Ezcurra y Arguibel
  • Hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas y María Encarnación Josepha de Ezcurra y Arguibel
  • Marido de Angela Fernandez y Juana Rodriguez
  • Padre de Francisca Angela Rosas y Belgrano y Francisco Rosas y Belgrano Rodriguez
  • Hermano de Juan Bautista Ortiz de Rozas y Ezcurra; María Encarnación Ortiz de Rozas y Manuela Ortiz de Rozas Ezcurra
  • Medio hermano de Manuela Mónica Belgrano; Manuela Mónica del Sagrado Corazón Riva; Mercedes Rosas; Ángela Rosas; Ermilio Rosas y 4 otros.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Bahía Blanca: El fundador uruguayo sin rostro

El coronel Ramón Estomba, el hombre sin rostro

No se conoce la verdadera cara del fundador de Bahía. La historia de un fraude.


El coronel Ramón Estomba fue el fundador de Bahía Blanca, el 11 de abril de 1828.

Fue con la creación de un fuerte militar llamado Fortaleza Protectora Argentina, en el marco de una política nacional de avanzada sobre estos territorios.

Pero hay algunos detalles poco conocidos de este militar, que vivió entre 13 de junio de 1790 y el 1 de junio de 1829.

Su segundo nombre era Bernabé y murió a los 39 años.

Nació en territorio extranjero, más precisamente en Montevideo, en la Banda Oriental, por lo que Estomba era uruguayo.

Fue parte de la campaña del Alto Perú, y entre 1811 y 1813 estuvo a las órdenes del General Manuel Belgrano.

En la batalla de Ayohuma fue gravemente herido y apresado. Estuvo 7 años en cautiverio, sin ver la luz del sol en las prisiones del Callao.

No tuvo esposa ni hijos, y después de fundar Bahía, en 1929 volvió a Buenos Aires para ponerse a órdenes de Lavalle, quien le pidió hacer intervenciones en el interior de la provincia, que llevó a cabo de manera violenta y sangrieta contra los pueblos originarios.

En esos meses, se le detectó una demencia producto de haber contraído sífilis, y hecha pública esa locura, hasta el diario El Pampero tituló con su regreso: “Alarma general en la población.

Así terminó enfermo e internado en el Hospital General de Hombres. Y durante una salida, fue encontrado muerto por la policía, y finalmente enterrado en el Cementerio de la Recoleta, en Capital Federal.

En el año 1978 se extrajeron sus restos pero no fueron encontrados. Se consideró que los mismos se habían “resumido” en la tierra.

De esta manera, y teniendo en cuenta que no existían las fotografías en esa época, sólo se lo conoce por ilustraciones.

Para eso, el retratista platense José Fonrouge viajó a Montevideo para entrevistarse con sus familiares y conocer algunos retratos y así poder elaborar el propio.

Años después, se detectó un fraude y la misma cara y cuerpo que éste produjo, era idéntica a la de Édouard Adolphe Casimir Joseph Mortier, Mariscal de Francia, soldado de Napoleón, realizado por el pintor Charles Philippe Larivière.

Y por otro lado, sobre otras ilustraciones que se hicieron, su familia aseguró que no se parecían en nada.

Por eso, a Estomba, se lo conoce como el hombre sin rostro.

Fuente: La Nueva, Federico Andahazi.


domingo, 10 de septiembre de 2023

Conquista del desierto: La Fortaleza Protectora Argentina, el origen de Bahía Blanca

 Plano de la Fortaleza Protectora Argentina

 

 

 

1. Plaza de Armas de la Fortaleza
2. Corral de ganado
3. Corral de la Caballada
4. Plaza de la Población
5. La Comisaría
6. Ranchería de los Chinos
7. Campamento de los Portugueses
8. Quinta del Estado
9. Arroyo Nampostá (cc Napostá)
10. Perfil de la frontera




 

viernes, 9 de julio de 2021

Confederación Argentina: La vida en las provincias según un irlandés en 1848

Una relación de los irlandeses en el Buenos Aires de 1848

En esta ocasión el autor refiere el testimonio del inglés William Mac Cann en su libro "Dos mil millas a caballo, a través de las Provincias Argentinas...".
La Gaceta Mercantil
 



El comerciante británico William Mac Cann llegó a Buenos Aires en 1842 atraído por las ventajas económicas que podía obtener. Le tocó vivir en tiempos difíciles del gobierno de Juan Manuel de Rosas, con los conflictos con Inglaterra y Francia, y hacia 1845 se embarcó de nuevo a Europa.

Cuando el gobierno inglés envió la misión Hood y Francia el conde Waleski, conociendo sin duda las intenciones del gabinete de su país, regresó a Buenos Aires, donde desembarcó en marzo de 1847, antes de la llegada de los diplomáticos. El 29 de abril, acompañado por su amigo John Mears, salió de la ciudad “en una bella mañana otoñal, que, por lo clara y luminosa, se le antojó de primavera” y realizó dos largos viajes por el territorio bonaerense que ya en Londres publicó en la librería Smith, Elderd & Co en dos volúmenes con el título “Dos mil millas a caballo, a través de las Provincias Argentinas o sea una relación acerca de los productos naturales del país y las costumbres del pueblo, con un historial sobre el Río de la Plata, Montevideo y Corrientes, por William Mac Cann, autor de El estado actual de los negocios (políticos) en el Río de la Plata”. El trabajo fue conocido aquí en sus traducciones con el título “Viaje a Caballos por las Provincias Argentinas., las provincias litorales y Córdoba”.

Hace pocos días se celebró San Patricio, el patrono de Irlanda, por lo que nos parece oportuno dar a conocer la mirada de este inglés sobre la comunidad o los que pudo tratar en su viaje. En Quilmes se alojó en la estancia de Mr. Clark, que describió con lujo de detalles, entre ellos que en sus andanzas tuvieron ocasión de encontrar “a varios irlandeses que ganaban muy bien su vida; algunos de ellos explotaban hornos de ladrillos, vendiendo el millar a veinte chelines”, lo que nos ofrece un dato interesante: no eran todos pastores.

En Chascomús, camino a la estancia de Mr. Twaites, fueron alcanzados por un irlandés que iba al mismo lugar para pedirle al propietario que “intercediera por un hermano suyo que se encontraba preso. El tal hermano, hallándose en una pulpería en compañía de algunos criollos, había usado expresiones que importaban algo así como un delito de alta traición. Había enviado al Señor Gobernador con todos sus ascendientes y descendientes al... infierno, por el cual delito estaba en vísperas de ser enviado a Buenos Aires en calidad de preso político”. Twaites se interesó por el acusado y fue dejado en libertad “después de hacer solemne promesa de que no repetiría jamás ofensas semejantes”. Agrega este detalle que nos demuestra la necesidad de sacerdotes para hacer la misma tarea que el padre Fahy hacía en otros lugares: “La población irlandesa, en estas inmediaciones, es muy densa y se hace sentir la necesidad de un sacerdote abnegado e inteligente para atender a los servicios religiosos”.

En su camino al sur pasaron por la estancia Camarones de los Anchorena y llegaron a Dolores, donde “residen algunos súbditos británicos y en los últimos cuatro años se han establecido tres médicos irlandeses”.

En Tandil comenta: “Estuvo por aquí, no hace mucho, un irlandés muy industrioso de nombre Mr. Hanley, quien compró ocho mil ovejas al precio de un chelín y seis peniques la docena, lo que hace, al precio actual del cambio, no más de tres medios peniques cada oveja, algo menos que el valor de un huevo, porque, por entonces no podía comprarse un huevo por menos de tres peniques”.

En la marcha cruzaron el Chapaleofú y terminaron en la casa de don Ramón Gómez, donde comieron en abundancia y en un ambiente muy agradable. La estancia tenía doce leguas cuadradas, con mucho ganado aunque pocas ovejas, por falta de personal, señalando que “los cuidadores de ovejas obtenían tan buenas ganancias con sólo vigilar sus majadas, que nadie pensaba en ganar más, mediante el trabajo individual”. Más adelante se encontró con dos irlandeses que se ocupaban en cavar una zanja, con los que mantuvo una larga conversación: “Me enteré de que no hay trabajo tan lucrativo como éste y que aquellos hombres ganaban, según sus propios cálculos, diez a doce chelines por día. Todavía se mostraban quejosos, a pesar de que tenían comida en abundancia y podían economizar de diez a doce chelines por día. Ganan jornales tan altos porque muy pocos trabajadores de su condición llegan tan lejos, hacía el sur, y porque los criollos no toman jamás una pala en sus manos. Se explica así que esos hombres fuertes y laboriosos, puedan ganar lo que pidan”.

Hace el elogio de Mr. Handy, que no es otro que el ya mencionado Hanley, en cuya casa pasaron la noche: “Un irlandés meridional que se ha hecho célebre entre sus connacionales por la multiplicidad de sus actividades. Es conocido y goza de cierta notoriedad, bajo diversos nombres: a veces se llama Mr. Handy, otras el irlandés Miki, y bastante a menudo ‘el duque de Leinster’. Es un hombre chistoso y decidor, pero también muy inteligente y progresista; posee un espléndido establecimiento dedicado a la cría de ovejas, con buena casa y grandes arboledas. Tiene una mujer muy hermosa y sus chiquillos muy bien educados, están a cargo de un preceptor. Así rodeado, ¿podrá no sentirse feliz?”, concluye preguntándose.

Detalla después Mac Cann cómo a fuerza de constancia y pericia logró adquirir hasta ocho mil ovejas a 18 peniques la docena. Experimentado en su traslado “el viaje de vuelta de su compra, viaje de unas doscientas millas, lo había cumplido en treinta días, perdiendo solamente unos cien animales de aquella enorme majada. Así que engordaron las ovejas en los campos de Mr. Handy, este hizo sacrificar alrededor de mil, vendió los cueros al principio en 5 chelines y 3 peniques la docena, y destinó la carne al engorde de una gran piara de cerdos que posee. Cierta vez, encontrándome en una reunión de europeos congregados en una cena que dio Lord Howden en Buenos Aires, conté lo que acabo de referir. Mi relato suscitó un murmullo de incredulidad y yo me ofrecí a acompañar a quien quisiera hasta los campos donde pastaban las ovejas restantes de Mr. Handy”.

Tuvo allí un encuentro del que afortunadamente dejó este testimonio: “Conocí al Reverendo Mr. Fahy, sacerdote católico irlandés, que andaba en gira pastoral. Con él pasamos una noche muy agradable. Mr. Fahy es persona indispensable a sus compatriotas en estas comarcas, no solamente porque sabe cumplir los deberes de su ministerio espiritual, sino porque su experiencia le permite dar consejos muy provechosos en cuestiones puramente temporales”.

Sin duda a estos comentarios se agregará en una próxima nota una carta del padre Fahy, que destaca la situación en aquel Buenos Aires respecto al trabajo.

martes, 16 de junio de 2020

Confederación Argentina: La economía de Rosas

La Economía de la Confederación

Revisionistas


Brig. Gral. Juan Manuel de Rosas (1793 - 1877)

La capital de la Confederación se había convertido –al decir de Moussy- en “un gran taller industrial”. El censo de 1853 muestra su floreciente estado. La mitad de sus maestros eran extranjeros, pero los oficiales y aprendices pertenecían al país. La primera fábrica de vapor, el molino San Francisco, quedó establecido en 1846 (1).

Había 106 fábricas montadas (entre ellas dos fundiciones, una de molinos de viento, una de tafiletes, 8 de velas, 7 de jabones, 4 de licores, 3 de cerveza, una de billares, 3 de pianos, 2 de carruajes, además de 9 de distintos productos) y 743 talleres artesanales (110 carpinterías, 108 zapaterías, 74 herrerías, 49 tahonas de trigo, 26 platerías, 23 talabarterías, 14 lomillerías, 12 mueblerías).

Córdoba elaboraba zapatos y tejidos y se curtieron pieles de cabrito con tal perfección que debieron prohibirse en Francia por competir con la industria artesanal francesa. Tucumán fue famosa por sus trabajos de ebanistería, carretas, tintes, tabacos, cultivo de algodón; la industria del azúcar iniciada poco antes a título experimental, contaba en 1850 con trece ingenios que abastecían el consumo del interior y en parte el de Buenos Aires; Salta hilaba algodón, fabricaba cigarros “tarijeños” y en menor porcentaje harina y vinos; Catamarca y La Rioja producían algodón, tejidos, aceites, vinos y aguardiente; en Cuyo los viñedos cubrían grandes extensiones, y en los talleres se hacían carretas y tejidos; tuvo excelente curtiembre, elaboración de frutas secas, y durante un tiempo fueron famosas las sederías mendocinas; siguió produciendo trigo y llevando harinas a Buenos Aires. En el litoral, Santa Fe, principalmente ganadera, tuvo plantaciones de algodón, tejedurías, maderas, carbón de leña y construyó embarcaciones en sus calafaterías de ribera; lo mismo Corrientes, que además producía tabaco, azúcar, almidón y frutas cítricas; Entre Ríos, cueros curtidos, postes de ñandubay y cal, más barata que la de Córdoba pero de inferior calidad.

Los salarios

Por la prosperidad del comercio e industria y gran demanda de brazos, los salarios de la Confederación estaban entre los más altos del mundo. Esto producía la inmigración de campesinos irlandeses y vascos, marinos y artesanos españoles y genoveses, maestros alemanes, y obreros de toda Europa.

En 1849, cuenta el periodista español Benito Hortelano en sus Memorias, se encontraba exiliado en Burdeos a causa de los motines liberales de España. Vio a unos vascos “cubiertos de boina y poncho” que tenían muchas talegas de oro:

- ¿De dónde vienen ustedes?

- De Buenos Aires, señor.
- ¿Qué tal país es aquél?
- Magnífico, señor: es la tierra de promisión.
- ¿Qué tiempo han estado ustedes allí?
- Cinco años, y hemos ganado 20.000 patacones entre los tres.
- ¿Pues, en qué se han ocupado ustedes?
- En los saladeros, friendo grasa y desollando reses.
- Pero en ese oficio cómo han podido ganar en tan pocos años esa fortuna?
- Como que ganábamos cinco y seis patacones diarios, que es el precio que allí se paga a los peones…
La palabra de los vascos habían producido en nosotros el mismo efecto, y todos íbamos pensando la misma cosa….si unos hombres toscos, que no conocían el idioma, que no tenían un oficio ni una industria, conocimiento en los negocios y una inteligencia nada vulgar?…Quedó decidido el viaje a Buenos Aires.


Las Memorias relatan la travesía y llegada al Buenos Aires de 1849. Empezó Hortelano con un depósito de trapos, después trabajó en El Diario de avisos y más tarde fundó “El Agente Comercial del Plata” (2) redondeando una regular fortuna.

En 1851 puede decir: “¿Qué me importaba España ni los recuerdos de Madrid, ni mi antigua posición, si aquí en Buenos Aires, en menos de dos años me había labrado una nueva y se me abría un brillante porvenir?

El comercio

Buenos Aires tenía 2.008 casas de comercio en 1850 y su giro superaba varias decenas de millones. “La ciudad de Buenos Aires está en estos momentos en un período de extraordinaria prosperidad”, escribe Brossard en 1850, “Si digo que la República Argentina está próspera en medio de sus conmociones –anota Alberdi en 1847- asiento un hecho que todos palpan”. Herrera y Obes confesaba el 22 de mayo de 1849: “Buenos Aires sigue en un pie de prosperidad admirable. Es hoy el centro de todo el comercio del Río de la Plata…. su país (de Rosas) prospera, su poder se afirma cada día más”.

En 1846 se fundaba El Camuatí, actual Bolsa de Comercio; en 1850 la Casa de Moneda descontaba documentos por 71.057.617 pesos (en 1853 bajaría a 35.034.599, aunque el peso papel decayó en relación a la onza de oro).

Estado financiero

José Antonio Terry, no obstante, asegura en su historia financiera que “Rosas fue el fiel ejecutor de las leyes de emisiones, y seriamente económico dentro de las leyes de presupuesto. Durante su larga administración se quemaron fuertes cantidades de papel moneda y se amortizaron muchos millones de fondos públicos en cumplimiento de las respectivas leyes. Esta conducta impidió la desvalorización del papel moneda y colocó a la plaza en condiciones de fáciles reacciones en los momentos en que las vicisitudes de la guerra lo permitían. El comercio y el extranjero tenían confianza en la honradez administrativa del gobernador”.

Los fondos públicos, empréstito interno emitido a principios de 1850, alanzaban a 53.693.334 pesos de los que se habían rescatado 39.178.724 quedando un remanente de 14.514.610 pesos.

Firmado el convenio Southern se reanudaron los pagos parciales del empréstito Baring con 5.000 patacones mensuales girados con puntualidad.

Los gastos del presupuesto de 1850 fueron $50.046.352, que se cubrieron ampliamente con $ 6.220.159 papel, equivalentes a 115.000 libras de cambio del 31 de diciembre de 1850.

La cotización de la onza de oro (había llegado a su máximo en julio de 1840 con 514 pesos) estaba en enero de 1850 en 249 y terminará el año en 225.

Referencias

(1) Era propiedad de los señores Blumstein y Laroche y se hallaba en la calle Potosí (hoy Alsina) entre Balcarce y Paseo Colón (vereda sur), al lado de la Aduana. Su maquinaria se movía por la fuerza del vapor que producían tres calderas, que habían sido proporcionadas por la firma inglesa J. E. Hall de Dartford, Kent. La Aduana Taylor y el molino San Francisco eran por entonces las construcciones más altas de Buenos Aires.

(2) Lo fundó siete meses antes de la batalla de Caseros; lo trasformó en Los Debates, después del triunfo de Urquiza. Entregó su dirección a Bartolomé Mitre; enseguida, y anónimamente, armó el aguijón de La Avispa, pronto sofocada; abandonó la política del país y creó El Español, primer órgano de la colectividad oficialmente reconocido; en 1853 creó el semanario La Ilustración Argentina, notable muestra de las artes gráficas de su época. Al mismo tiempo, el Hortelano era dueño de la Librería Hispanoamericana, la más grande de la ciudad, y de una imprenta que emprendió la publicación de la vasta Historia de España de Lafuente.

Fuente

  • Arrieta, Rafael Alberto – La literatura argentina y sus vínculos con España – Uruguay, (1957).
  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Hortelano, Benito – Memorias – Ed. Espasa-Calpe, Madrid (1936)
  • Portal www.revisionistas.com.ar
  • Rosa, José María – Historia Argentina – Ed. Oriente, Buenos Aires (1972)

miércoles, 10 de junio de 2020

JMdR: La batalla de Rodeo del Medio (1841)

Batalla de Rodeo del Medio

Revisionistas




General Angel Pacheco (1795-1869)

Las ruidosas manifestaciones populares que provocó en Buenos Aires el asesinato frustrado contra Juan Manuel de Rosas del 27 de marzo de 1841, llegaron al interior envueltas en el sentimiento enardecido de los partidarios; y fue ese sentimiento, puede decirse, el que precedió las marchas del ejército federal sobre el de la coalición del norte, a cuyo frente iban Lavalle, Lamadrid y Brizuela.

El día 22 de setiembre el ejército federal llegó al Retamo, distante doce leguas de la ciudad de Mendoza. El general Gregorio Araoz de Lamadrid se encontraba con el suyo en los potreros de Hidalgo, entre el Retamo y la ciudad, a 5 leguas de ésta. El 23 Lamadrid avanzó hasta la Vuelta de la Ciénaga, a dos leguas del enemigo. El general Angel Pacheco ordenó entonces al coronel Jorge Velasco que con algunos escuadrones y compañías de volteadores marchase a reconocer el número y posición de los unitarios, sin empeñar ningún combate. Pero ese jefe tuvo que retroceder porque Lamadrid le llevó personalmente una carga, la cual quizá habría comprometido a todas sus fuerzas si no hubiese sobrevenido la noche.

Al amanecer del día 24 de setiembre el ejército federal se puso en marcha por el lado opuesto del puente de la Vuelta de la Ciénaga, en busca del unitario que se hallaba como a quince cuadras de este lado del referido puente, próximo al Rodeo del Medio, y que simultáneamente con aquel movimiento, avanzó como dos cuadras y tendió su línea al frente del puente. La columna de Lamadrid, inclusive los reclutas agregados a última hora en los cuerpos, apenas alcanzaba a 1.600 hombres que él distribuyó así: derecha, dos divisiones de caballería al mando de los coroneles Angel Vicente Peñaloza y Joaquín Baltar; centro, 400 infantes y 9 piezas de artillería al mando del coronel Salvadores; izquierda, una división de caballería al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, y la reserva encomendada al coronel Acuña.

Análoga era la formación de las fuerzas federales, con la diferencia de que éstas alcanzaban a 3.000 hombres de los cuales 1.800 eran de infantería en su mayor parte veterana. Pacheco colocó en su derecha una división de caballería compuesta del regimiento escolta, de un escuadrón del número 3 de Línea, de otro del número 6, y del escuadrón Rioja, todo a las órdenes del coronel Nicolás Granada. En el centro, mandado por el coronel Gerónimo Costa, el batallón Independencia, compuesto de 600 hombres, y dividido en dos de maniobra a las órdenes del coronel Jorge Velasco y del mayor Teodoro Martínez; 10 piezas de artillería al mando del comandante Castro; el batallón Defensores de la Independencia con su jefe el coronel Rincón y el de Patricios al mando del comandante Cesáreo Domínguez. En la izquierda dos escuadrones del Nº 2 de Línea con su jefe el coronel Juan Ciriaco Sosa; uno del Nº 6 al mando del comandante Anacleto Burgoa; el escuadrón Quiroga y el de San Luis, todos a las órdenes del coronel José María Flores. Y en la reserva el batallón Libres de Buenos Aires y las compañías de San Juan y Mendoza, confiadas al coronel Pedro Ramos.

La columna de Pacheco hizo alto al llegar al puente sin que entretanto Lamadrid hubiese avanzado lo suficiente para impedirla que desplegase a su frente, ametrallándola en el momento en que tentase el pasaje y sacando ventaja así del mayor número de sus enemigos. Pacheco supuso a Lamadrid mucho más próximo al puente de lo que éste realmente estaba, y tomó las mayores precauciones, adelantando al mayor Martínez con algunas compañías de cazadores, para que hiciera un prolijo reconocimiento del campo y de la posición de su enemigo, y colocando una batería que protegiera su pasaje. Iniciado apenas este movimiento, Lamadrid descubrió sus baterías, que debió reservar para el momento propicio del pasaje del puente, y que no le dieron otro resultado que el de hacerle conocer a Pacheco la verdadera posición que ocupaba y la necesidad de comprometer sus fuerzas en el pasaje. En efecto, Pacheco ordenó inmediatamente al coronel Gerónimo Costa que con dos batallones sostuviese el pasaje y sirviese de base para desplegar su columna. Costa se lanzó al desfiladero bajo un vivo fuego de cañón de parte a parte, y por su retaguardia pasaron los demás cuerpos de infantería y caballería desplegando frente a la línea de Lamadrid.

Contando con que su centro era inconmovible, Pacheco intentó flanquear la derecha de la columna unitaria, y con este objeto hizo correr sobre su izquierda el batallón Rincón y una batería de artillería. Lamadrid comprendió el movimiento y se propuso conseguir una ventaja a su vez sobre el ala derecha de su enemigo, sin inquietarse de la que éste pretendía, pues confiaba en la excelente caballería al mando del “Chacho” Peñaloza y de Baltar. Simultáneamente con aquel movimiento ordenó al coronel Alvarez que cargase a la división Granada, y a aquellos dos jefes que hiciesen otro tanto con la infantería que los amenazaba. Alvarez realizó brillantemente lo que se proponía Lamadrid, pues arrolló a Granada que tenía doble fuerza que la suya, y lo obligó a repasar el puente, sacándolo del campo de batalla. Mas no sucedió lo mismo con Baltar, quien se resistió a cargar, alegando que tenía delante una fuerte columna de infantería, y arrastró en su increíble desobediencia y en dispersión al bravo e ingenuo coronel Peñaloza, de quien aquél era, según el general Paz, alma, sombra, consejero y director. Esta desobediencia inaudita en un jefe como Baltar, que además de las responsabilidades del mando inmediato que se le había confiado, tenía las inherentes a las funciones de jefe de Estado Mayor, fue fatal para Lamadrid. Un esfuerzo de la caballería de la derecha unitaria habría producido un resultado análogo al obtenido por la de Alvarez. Las columnas de caballería federal habrían repasado el puente, envolviendo quizá a una parte de la infantería del centro, y Lamadrid podría haber aprovechado ese momento para aumentar la confusión de su enemigo, enfilando contra éste sus cañones y llevándole una carga decisiva con su infantería. Cuando quiso verificarlo, ya su derecha lo había hecho derrotar.

El coronel Salvadores y el comandante Ezquiñego llevaron una carga brillante sobre el campo federal, pero sus 400 infantes fueron acribillados por más de 1.000 veteranos que se rehicieron completamente sobre la derecha de Lamadrid. Se puede decir que ese puñado de infantes y esos pocos artilleros era lo único que quedaba en pie de la columna unitaria, pues la división Alvarez había sido llevada fuera del campo en el ímpetu de sus cargas, y la división Baltar había huido en dispersión sin combatir. Al retroceder Salvadores y Ezquiñego, vencidos por el número superior, Lamadrid reproduciendo sus romancescas proezas en la guerra de la Independencia, se precipitó sobre ellos, les dirigió varoniles palabras de aliento, y los formó todavía sobre los fuegos enemigos. Así se replegó con ellos en orden, bajo los fuegos del centro federal, y cuando la caballería de Flores comenzaba a envolverlo. Perdida ya toda esperanza, Lamadrid se retiró con los pocos hombres que le quedaban en dirección a Mendoza, dejando en el campo de batalla cerca de 400 hombres fuera de combate, 9 cañones, su parque y bagajes, y como 300 prisioneros, los que alcanzaron a 500 en la persecución que llevaron las partidas que Aldao había situado de antemano en los desfiladeros de la cordillera de los Andes.

En su retirada contuvo todavía una partida de caballería federal, cargándola personalmente con 7 de sus soldados. En seguida corrió a contener a sus dispersos para hacer menos desastrosa la derrota, mientras el coronel Alvarez hacía otro tanto con los restos de su columna. Así reunió unos 500 hombres, y pretendió caer nuevamente sobre los vencedores. Pero la desmoralización había cundido en la tropa, y fue preciso seguir camino de Chile por Uspallata, y a cordillera cerrada. Este pasaje por los Andes era una nueva batalla librada contra elementos que se desencadenas destructores e inauditos, allí donde el esfuerzo y el heroísmo humano son impotentes. A ellos fue a desafiar todavía Lamadrid, seguido de sus compañeros de infortunio, a la cabeza de los cuales iban los coroneles Crisóstomo Alvarez, Angel Vicente Peñaloza, Lorenzo Alvarez, Sardina, Avalos, Fernando Rojas, Salvadores, los comandantes Ezquiñego, Acuña y Alvarez.

Con la derrota del Rodeo del Medio concluyó la coalición del norte en las provincias de Cuyo.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo – Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1951)