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domingo, 10 de noviembre de 2024

Guerra del Paraguay: El terror a las enfermedades

 

El terror de las enfermedades en la Guerra del Paraguay

La mayoría de los soldados que participaron en el mayor conflicto armado de América del Sur murieron a causa del cólera y otras dolencias infecciosas, no por las heridas de la batalla

Batalha do Avaí, librada en diciembre de 1868 y retratada en esta pintura al óleo realizada por Pedro Américo entre 1872 y 1877

Wikimedia Commons

Carlos Fioravanti
Revista Pesquisa




En 1982, el historiador Jorge Prata de Sousa encontró en el Archivo Histórico del Ejército de Brasil, en el centro de la ciudad de Río de Janeiro, una colección con 27 libros, cada uno con entre 100 y 370 páginas, que registraban los movimientos en los 10 hospitales y enfermerías de campaña que atendieron a los enfermos o heridos durante la Guerra del Paraguay, el mayor conflicto bélico entre países sudamericanos, que tuvo lugar entre diciembre de 1864 y abril de 1870. Prata de Sousa no pudo evaluarlos de inmediato porque estaba yéndose a hacer una maestría en México, pero volvió a ellos en 2008, durante su investigación posdoctoral en la Escuela Nacional de Salud Pública de la Fundación Oswaldo Cruz (Ensp/Fiocruz), y desde 2018 los está estudiando nuevamente, ahora intercambiando información con la historiadora Janyne Barbosa, de la Universidad Federal Fluminense.

Los análisis de los registros que contienen nombres, edades, grados militares, motivos de la hospitalización, tratamientos, fechas de ingreso y egreso de los hospitales y cantidades de curados o fallecidos, de lo cual se ocupó Barbosa, dimensionaron por primera vez el impacto de las enfermedades en esa guerra: alrededor del 70 % de los integrantes de las tropas aliadas (Brasil, Argentina y Uruguay) habrían muerto a causa de enfermedades infecciosas, principalmente cólera, paludismo, viruela, neumonía y disentería.

El trabajo de ambos aporta un enfoque amplio sobre las causas de la mortandad en la guerra que unió a la llamada Triple Alianza –conformada por Brasil, Uruguay y Argentina– contra Paraguay y, sumado a otros, da cuenta de la precariedad de las condiciones sanitarias en que vivían y luchaban los soldados. Antes, los historiadores tan solo disponían de una conclusión genérica de que las enfermedades habían causado más muertos que las heridas de batalla. La guerra concluyó con unos 60.000 decesos para el bando brasileño, mientras que Paraguay, derrotado en el conflicto que inició al invadir lo que entonces era la provincia de Mato Grosso, perdió alrededor de 280.000 combatientes, más de la mitad de su población.

Una iglesia adaptada para funcionar como hospital de campaña en Paso de Patria (Paraguay), sin fecha
Excursão ao Paraguay
/ Biblioteca Nacional

“Las altas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas también caracterizaron a otras guerras de la misma época, tales como la de Crimea, en Rusia (1853-1856), y la Guerra de Secesión, en Estados Unidos (1861-1865)”, dice Prata de Sousa, autor del libro intitulado Escravidão ou morte: Os escravos brasileiros na Guerra do Paraguai [Esclavitud o muerte. Los esclavos brasileños en la Guerra del Paraguay] (editorial Mauad, 1996). Fueron lo que se conoció como guerras de trincheras, zanjas excavadas que servían de cobijo a las tropas, pero facilitaban la propagación de enfermedades infecciosas, a causa de la falta de higiene, la abundancia de roedores e insectos y las inundaciones.

“La Guerra del Paraguay fue una guerra epidémica”, concluye Barbosa. “Las enfermedades infecciosas eran parte del conflicto, de principio a fin, sin contar los brotes, como fue el caso del cólera”. El historiador Leonardo Bahiense, quien realiza una pasantía posdoctoral en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), reitera: “Tan solo el cólera fue responsable, como mínimo, de 4.535 muertos entre los soldados brasileños durante el tiempo que duró la guerra”. Según él, con base en documentación que se conserva en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, durante el primer semestre de 1868, el 52,5 % de los decesos entre las tropas aliadas obedeció a la grave deshidratación causada por la bacteria Vibrio cholerae y un 3,6 % al paludismo y otras enfermedades caracterizadas genéricamente como fiebres. “A menudo”, añade la investigadora de la UFF, “los soldados y prisioneros paraguayos con cólera eran abandonados en los caminos por orden de los comandantes, cuando las tropas se desplazaban de un campamento a otro”.

Los relatos de quienes vivieron la guerra respaldan sus conclusiones. En el libro A retirada da Laguna, publicado en francés en 1871 y en portugués tres años más tarde, el ingeniero militar Alfredo Taunay (1843-1899) describió a los brotes de cólera como “el adversario oculto”, “que no perdonaba a nadie”. “La peste es la mayor enemiga que tenemos”, informó el mariscal de campo Manuel Luís Osório (1808-1879) al ministro de Guerra, Ângelo Muniz da Silva Ferraz (1812-1867), al asumir el mando de las tropas, en julio de 1867.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Carlos Cesar / Biblioteca Nacional

En los libros del Archivo del Ejército, Barbosa halló registros de una categoría de enfermedades infecciosas raramente recordada en los relatos de la época, las enfermedades de transmisión sexual: “La sífilis era habitual. Los oficiales acusaban a sus esposas o amantes que convivían con los soldados. En los campamentos había prostitución, principalmente con las paraguayas, a causa del hambre”. Una peculiaridad de esta guerra residió en que las mujeres que acompañaban a la tropa eran las madres, hijas, hermanas o las parejas de los soldados, para quienes lavaban los uniformes y cocinaban.

Incluso los desplazamientos eran riesgosos. “Un grupo de médicos y enfermeros que partió en abril de 1865 desde la ciudad de Río de Janeiro se unió a un batallón de 500 soldados en la ciudad de São Paulo, pero tuvieron que detenerse dos semanas después en Campinas, donde había un brote de viruela que causó la muerte de seis integrantes de la tropa”, relata el médico intensivista José Maria Orlando, autor de Vencendo a morte – Como as guerras fizeram a medicina evoluir (editorial Matrix, 2016). Tras ello, el grupo debió enfrentarse al paludismo que transmitían los insectos que proliferaban en las ciénagas del Pantanal, que debían atravesar para llegar a los campos de batalla, casi nueve meses después.

“Muchos de los soldados no estaban vacunados contra la viruela y eran portadores de enfermedades propias de sus regiones”, comenta la historiadora Maria Teresa Garritano Dourado, del Instituto Histórico y Geográfico de Mato Grosso do Sul, basándose principalmente en los documentos del Archivo de la Marina, también de Río de Janeiro. Autora de A história esquecida da Guerra do Paraguai: Fome, doenças e penalidades [La historia olvidada de la Guerra del Paraguay: Hambre, enfermedades y penurias] (editorial UFMS, 2014), ella identificó otro enemigo: el clima. “Ante la falta de ropa adecuada y al no estar acostumbrados al clima del sur, los soldados del norte se morían de frío”, relata. “La lucha no era solamente contra el enemigo, sino también por la supervivencia en los campamentos”.

El general Dionísio Evangelista de Castro Cerqueira (1847-1910), quien estuvo en el frente y escribió Reminiscências da campanha do Paraguai, 1865-1870 (Biblioteca do Exército, 1929), relató que en los campamentos se bebía “agua espesa y amarillenta, contaminada por la proximidad de los cadáveres”. Los muertos se amontonaban o se los arrojaba a los ríos, contaminando el agua. Otro problema era la faena y la preparación de los animales con los que se alimentaban: las vísceras y otras partes que no se aprovechaban se dejaban expuestas al sol, generando mal olor. “Los buitres y los caranchos [aves de rapiña] se encargaban de la limpieza, devorando los restos”, describió el oficial.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Archivo Histórico del Ejército / Reproducción Janyne Barbosa / UFF

Los heridos en combates
Los cirujanos civiles que fueron al frente de batalla, concluyó Bahiense, inicialmente aprendieron con los informes de los equipos médicos que habían servido en guerras anteriores. En las Guerras Napoleónicas (1803-1815), Dominique Jean Larrey (1766-1842) cirujano en jefe del ejército francés, insistió en ubicar a los equipos quirúrgicos cerca del frente de batalla, para asegurar una atención de prisa y el rápido retiro de los hombres heridos en ambulancias, en ese entonces tiradas por caballos. En la Guerra de Crimea, la enfermera inglesa Florence Nightingale (1820-1910) implementó lo que Orlando denominaba “filosofía de la UTI [unidad de terapia intensiva]”: ubicar a los pacientes más graves cerca del puesto de enfermería, para su atención permanente, y a los menos graves más lejos.

“Durante la Guerra del Paraguay, se suscitó un fructífero debate al respecto de las técnicas quirúrgicas”, recalca Bahiense. Se discutió, por ejemplo, si el mejor momento para amputar un brazo o una pierna [afectados por balas, machetes o bayonetas] era inmediatamente después de ser heridos o si se debía esperar a que el combatiente asimile que había sido herido. Aunque las intervenciones quirúrgicas fueran bien hechas, los soldados podían morir poco después debido a una infección generalizada, a causa de la escasa preocupación –y conocimientos– acerca de la asepsia. Él comprobó que los medicamentos –principalmente el cloroformo, que se usaba como anestésico, y el opio, para el dolor–, los vendajes y la ropa para los pacientes hospitalizados tenían gran demanda, porque siempre se agotaban las existencias.

El general argentino Bartolomé Mitre junto a sus oficiales en la región de Tuyutí, escenario de la batalla más encarnizada de la guerra, en mayo de 1866, que dejó un saldo de 7.000 muertos y 10.000 heridos

Excursión al Paraguay / Biblioteca Nacional

“Las guerras, al igual que las epidemias, han hecho del mundo un campo de experimentación y, aún a costa de un inmenso sufrimiento, han acelerado el descubrimiento de nuevas técnicas quirúrgicas, el tratamiento de las quemaduras o de las enfermedades infecciosas”, comenta Orlando. Según él, solo a partir de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue que el número de muertes por heridas en combate comenzó a ser mayor –en este caso, el doble– que las causadas por enfermedades infecciosas.

Las razones de este cambio han sido la mejora de las condiciones de higiene y la adopción de técnicas de tratamiento: se les inyectaba a los heridos una solución salina directamente en sus venas para compensar las consecuencias de la gran pérdida de sangre. A partir de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el uso de antibióticos como la penicilina redujo aún más la mortandad de los soldados a causa de las infecciones generadas por las heridas. Durante la Guerra de Corea (1950-1953), las amputaciones se hicieron menos necesarias con el desarrollo de las técnicas de cirugía vascular.

Bahiense apunta otra razón para la elevada mortalidad debido a las enfermedades infecciosas durante la Guerra del Paraguay: “En Brasil todavía no existía la enfermería profesional, como en Estados Unidos y en Europa”. El equipo de asistencia de los cirujanos estaba integrado por soldados, cabos o prisioneros paraguayos adiestrados a toda prisa con un curso rápido de enfermería y luego reemplazados por las religiosas o las mujeres que acompañaban a los militares.

Entre ellas se destacó Anna Nery (1814-1880) quien se convirtió en una referente del área en Brasil. A disgusto por tener que separarse de dos de sus hijos, ambos reclutados para marchar al frente, se alistó como voluntaria para cuidar a los heridos. Tras conseguir la autorización del gobierno de Bahía, Nery los acompañó, aprendió nociones de enfermería con unas monjas en Rio Grande do Sul y trabajó como enfermera en los hospitales del frente de batalla. En reconocimiento a su labor, el emperador Pedro II le concedió una pensión vitalicia, con la cual pudo educar a sus otros hijos.

En marzo y abril de 2022, la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul, campus de Aquidauana, celebrará un congreso internacional para debatir sobre el 150º aniversario del final de la guerra, que se cumplió el año pasado.


domingo, 3 de noviembre de 2024

Crisis del Beagle: Más que diplomacia

 

El conflicto del Beagle. Cuando la diplomacia sola no alcanza

El acuerdo logrado en el diferendo sobre las posesiones marítimas en el entorno del canal de Beagle atravesó previamente un difícil proceso donde estuvieron en juego, como última ratio, las capacidades de los aparatos defensivos de cada país en apoyo de su diplomacia.

El Tratado de Límites entre Chile y la Argentina suscripto en 1881 decía: “Pertenecerán a Chile todas las islas al Sur del Canal Beagle hasta el Cabo de Hornos y las que haya al Occidente de la Tierra del Fuego”. La dificultad de interpretación de algo que parece tan claro fue acordar cuál era la traza del canal de Beagle. En los primeros años luego de aquel tratado, la Argentina reconoció en su cartografía que el canal de Beagle corría por el norte de las islas Picton, Nueva y Lennox. O sea que reconocía su pertenencia a Chile. Sin embargo, cuando se estudiaron las profundidades se observó que el canal giraba hacia el sur de las islas, dejándolas en la Argentina.

"El primer tratado de límites entre la Argentina y Chile data de 1881"

Los gobiernos de ambos países intentaron resolver esta cuestión. En 1960, los presidentes Arturo Frondizi y Jorge Alessandri firmaron un protocolo de arbitraje por la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Debido a resistencias en ambos países, el proceso se detuvo. Hubo otros dos intentos infructuosos, en 1964 y 1967, hasta que en julio de 1971 los presidentes Alejandro Lanusse y Salvador Allende suscribieron el Acuerdo sobre Arbitraje. Se solicitaba solo la determinación del límite en el canal Beagle y la adjudicación, a un país o al otro, de las islas Picton, Nueva y Lennox e islotes adyacentes. Se designó un tribunal arbitral de cinco jueces de la Corte Internacional de Justicia.

El laudo del 2 de mayo de 1977 dictaminó que las islas Picton, Nueva y Lennox, así como los islotes adyacentes, pertenecerían a Chile, mientras las islas Gable y Becasses fueron otorgadas a la Argentina. El Canal de Beagle quedó definido hasta su extremo Este al tocar el océano Atlántico. A ese punto se le dio la denominación XX. Los responsables del gobierno argentino no imaginaron las consecuencias que podía tener el resultado de ese arbitraje sobre la proyección marítima. Hasta entonces la aceptada posesión chilena de las demás islas ubicadas al Sur de las tres en conflicto, no había motivado reclamos de Chile por su proyección sobre el Atlántico. Pero tras el laudo, el gobierno chileno definió y aprobó por ley las denominadas Líneas de base rectas, que unían los puntos periféricos en torno al archipiélago hasta el Cabo de Hornos. En base a ellas y a partir del punto XX, Chile delimitó su área marítima económica exclusiva. Desde ese punto trazaba una línea recta equidistante de las costas de ambos países en dirección Sudeste hasta las 200 millas y luego hacia el Sur, manteniendo esa distancia de las líneas de base rectas. Alegaba aplicar las normas del derecho internacional y determinaba así un amplio triángulo marítimo en el Atlántico que quedaría en posesión de Chile. La Argentina perdería su proyección antártica y debería atravesar aguas chilenas en cualquier derrotero marítimo hacia el Sur.

Soberanía marítima

Si bien ambos países en 1971 se habían comprometido formalmente a respetar el laudo, el gobierno argentino expresó de inmediato reservas a la decisión arbitral. Se trataba de un caso en donde se ponían en juego cuestiones de soberanía marítima de la mayor importancia. Su aceptación tendría un alto costo, aunque también lo tuviera la ruptura de un compromiso internacional formalmente asumido. La Argentina podía alegar que cuando se firmó el Tratado de Límites en 1881 solo se reconocía jurisdicción marítima hasta las dos millas y que por lo tanto la cesión de las islas al Sur del Beagle no generaban derechos marítimos significativos. También se apoyaba en el principio bioceánico “Chile en el Pacífico, Argentina en el Atlántico”, establecido como complemento en el Protocolo 1893 para precisar los límites en el sector continental.

"La negociación se encauzó con el invalorable aporte del cardenal Samoré"

El gobierno argentino adelantó su rechazo a la sentencia arbitral y su disposición a iniciar una negociación política. El gobierno chileno accedió a realizar una reunión para escuchar los puntos de vista. Se realizaron dos encuentros, el primero en Buenos Aires y el segundo en Santiago de Chile. La delegación argentina estaba conducida por el general Osiris Villegas y la chilena por el ex canciller Julio Philippi. Quien suscribe esta nota formó parte de la delegación argentina. No se logró ningún acuerdo. La posición chilena era la de respetar el laudo y atenerse a las reglas del derecho internacional.


El cardenal Samoré en su reunión con Videla, en 1979

La segunda reunión, en julio de 1977, comenzó con un saludo amigable de Philippi: “Don Osiris, es un gran gusto recibirlos, pero no hay nada que tratar. Las normas del derecho internacional y los compromisos que ambos países hemos tomado lo resuelven todo. Les propongo que comamos un buen asado”. El general Villegas respondió: “No coincidimos. Hay un problema y si estamos aquí es porque consideramos que debemos encontrar una solución política”.

Las reuniones fracasaron. En la delegación argentina participaba el ex embajador en Chile Manuel Malbrán, que indagaba internamente cómo no salirse de una solución jurídica. Sin embargo, ese camino no parecía factible sin recurrir a una voluntad argentina de mantener con firmeza la preservación de las aguas australes que nunca antes habían sido reclamadas por Chile ni puestas a arbitraje.

A fines de 1977 se reunieron los cancilleres de ambos países, Oscar Montes y Patricio Carvajal, sin llegar a un acuerdo. El 19 de enero de 1978 se realizó una primera reunión en Mendoza entre los presidentes Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet. Este último preguntó hasta donde estaría la Argentina dispuesta a defender su posición. Videla respondió que hasta donde fuera necesario. Pocos días después, el 25 de enero de 1978, el gobierno argentino declaró la nulidad del laudo, mientras Chile mantenía su posición de darlo por válido y sostener sus efectos jurídicos respecto de las proyecciones marítimas. Una segunda reunión de los presidentes en Puerto Montt definió un proceso de negociación en dos etapas que se extendería durante todo 1978. Para eso se constituyó la Comisión mixta N° 2, conducida por el general Ricardo Etcheverry Boneo, por la Argentina, y Francisco Orrego por Chile.

La voluntad argentina del uso de su potencial militar se manifestó durante ese año mediante declaraciones y hechos concretos protagonizados por altos oficiales y unidades de las Fuerzas Armadas. Emergieron “halcones” que podían forzar acciones militares en caso que no se alcanzase un acuerdo que evitara una pérdida tan importante de mar argentino. También había “palomas”. La preminencia de unos u otros era permanentemente indagada por la inteligencia chilena. La evaluación de sus negociadores sobre el predominio de los halcones sobre las palomas era determinante del avance o del retroceso en el logro de un acuerdo aceptable para la Argentina. Entonces el potencial militar argentino conservaba una capacidad que en un enfrentamiento no aseguraba a Chile y tampoco a la Argentina evitar graves consecuencias humanas y materiales.

Sin acuerdo

Las negociaciones no alcanzaron un acuerdo en el plazo establecido. La representación argentina aspiraba a tener mojones en las islas atlánticas periféricas para asegurar sin riesgo futuro su proyección marítima. La delegación chilena se había fijado como límite el reconocimiento de su soberanía íntegra en todas las islas, de acuerdo con el Tratado de 1881 y pretendía la proyección marítima.


Dante Caputo durante su debate con Saadi. DYN

La ausencia de un acuerdo puso a los dos países en la antesala del uso de sus fuerzas armadas en los días previos a la Navidad de 1978. Hubo movilización de fuerzas. En conciencia, las cúpulas de ambas partes entendían que cualquier acción bélica podría tener consecuencias que nadie deseaba.

Con el conflicto bélico en sus inicios se produjo la intervención papal. Juan Pablo II ofreció su mediación. Tres meses antes, el 20 de septiembre de 1978, había enviado una carta autógrafa a los episcopados de ambos países pidiéndoles intervenir para evitar un enfrentamiento bélico. Los canales operaron rápidamente en ambos sentidos. Los dos gobiernos aceptaron la mediación papal y desistieron de cualquier acción militar. Las negociaciones se reencauzaron con el invalorable aporte del cardenal Antonio Samoré. El fallo papal fue emitido dos años después, el 12 de diciembre de 1980, luego de intensas negociaciones en Roma que permitieron encontrar los espacios para una aproximación entre las partes. Proponía una reducida zona marítima económica exclusiva para Chile y un límite sobre las aguas que al sur retomaba el meridiano del Cabo de Hornos. También establecía itinerarios de libre navegación para ambos países. La Argentina había logrado evitar lo que realmente más la afectaba y Chile mantenía su soberanía sobre las islas que tradicionalmente ocupaba. Además, quedaba limitada la proyección marítima. Con una extensa demora, el acuerdo fue sometido a un referéndum y votado favorablemente en los comienzos del gobierno de Raúl Alfonsín. Finalmente, ambos países firmaron el Tratado de Paz y Amistad el 29 de noviembre de 1984.

No debe entenderse este relato como una apología del militarismo. Por definición, la diplomacia es el instrumento de las naciones para llevar las relaciones internacionales en paz y con respeto de las propias soberanías. Por sí sola puede resolver disputas cuando las consecuencias económicas, sociales o políticas para un país son acotadas. Pero no puede desconocerse la importancia del potencial económico y el militar cuando están en discusión asuntos de mayor gravitación o cuestiones territoriales. En estos casos, la diplomacia por sí sola puede carecer de la fuerza necesaria cuando el objetivo requiere disuadir o presionar. Un país desarmado es un Estado incompleto y ese es el caso actual de la Argentina. En la guerra de Malvinas se perdió material que no fue repuesto y el estrangulamiento presupuestario a partir de 1983 logró prácticamente anular su capacidad militar.

Las circunstancias que hemos relatado en el caso del Beagle ponen de manifiesto de qué forma el efecto disuasivo de la capacidad militar acompañó las negociaciones para evitar la pérdida de jurisdicción sobre 75.000 km2 de mar y de su proyección antártica. Si el conflicto hubiera sucedido hoy, distinto hubiera sido el resultado.

Ingeniero, economista, fue secretario de Hacienda de la Nación



jueves, 31 de octubre de 2024

Pueblos originarios: Las casas enterradas de los Sanavirones/Comechingones

Las Casas Subterráneas de los Sanavirones/Comechingones






Para protegerse de los inviernos y refrescar los calurosos veranos los Sanavirones construyeron sus "casas bajo tierra", manteniendo así protegidas a sus familias del sol, la lluvia y de los fuertes vientos del Sur que soplaban en el amplio territorio donde asentaban sus pequeños pueblos (Sur de la Provincia de Santiago del Estero y Norte de la actual Provincia de Córdoba en Argentina).
Según relatan la Crónicas Españolas estás "casa pozo" eran un hogar para varios núcleos familiares, vivían allí abuelos, tíos y sobrinos, alrededor de 15 a 20 personas: "A veces las paredes se compactaron con arcilla más fina, dando como resultado una capa de revestimiento". "Se podía ingresar a ellas al menos con 5 hombres montados en sus caballos".
Las casas semi enterradas de los Sanavirones aunque los Comechingones era en realidad un apodo de los Sanavirones. Quiere decir en su idioma vizcachas, porque vivían en esas cuevas hechas debajo de las piedras. Guardaban mucho similitud con las viviendas del pueblo originario Kaingang, del Sur de Brasil.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Conflicto del Beagle: Escenarios de batalla


Playa de desembarco de poco más de un kilómetro al norte de la isla Nueva.

Escenarios de una guerra en el Sur, 1978




Las tensiones entre Argentina y Chile en 1978 por la disputa del Canal Beagle, específicamente la soberanía de las islas Picton, Lennox y Nueva, casi escalaron hasta convertirse en un conflicto a gran escala. El Orden de Batalla (ORBAT) de ambas naciones en ese momento incluía extensas fuerzas navales, aéreas y terrestres preparadas para una posible confrontación. En este análisis, esbozaré el planeado asalto argentino a las islas en disputa y examinaré cuatro escenarios potenciales de escalada del conflicto.

Contexto histórico y ORBAT

A finales de 1978, tanto Argentina como Chile habían movilizado importantes recursos militares en previsión de un posible conflicto. El ORBAT de Argentina incluyó:




ORBAT argentino:

  • Fuerzas Navales: Flota compuesta por destructores, fragatas, corbetas, submarinos, buques anfibios y portaaviones (por ejemplo, ARA Veinticinco de Mayo).
  • Fuerza Aérea: una combinación de aviones Mirage III, A-4 Skyhawk e IAI Dagger (118 aproximadamente), junto con aviones de reconocimiento y transporte (47 aproximadamente).
  • Ejército: varias divisiones que incluyen tropas de montaña, brigadas blindadas (M4 repotenciado como principal tanque) y regimientos de infantería, apoyadas por artillería y unidades logísticas.


ORBAT chileno:

  • Fuerzas navales: una flota más pequeña pero capaz de destructores, fragatas, submarinos y lanchas patrulleras. El único submarino en condiciones de navegabilidad había sido detectado y estaba siendo seguido por submarinos argentinos.
  • Fuerza Aérea: aviones F-5E Tiger II, aviones Hawker Hunter, A-37s (54 a lo máximo) y otros aviones de apoyo (24).
  • Ejército: Unidades bien entrenadas, incluidas brigadas de montaña y de infantería, apoyadas por artillería y unidades blindadas ( pocas decenas de M41 Pershing).


Asalto argentino planificado a las islas Picton, Lennox y Nueva


El plan de Argentina para asaltar las islas probablemente involucraría una operación de armas combinadas, aprovechando su superior poder naval y aéreo para asegurar las islas de manera rápida y decisiva. La operación comenzaría con:

  1. Bombardeo y bloqueo naval: las fuerzas navales argentinas llevarían a cabo un bombardeo inicial de las posiciones chilenas en las islas, seguido de establecer un bloqueo para evitar que los refuerzos chilenos lleguen al área.
  2. Superioridad y apoyo aéreo: La Fuerza Aérea Argentina tendría como objetivo lograr la superioridad aérea sobre el canal, apuntando a bases aéreas chilenas y brindando apoyo aéreo cercano a las fuerzas terrestres.
  3. Asalto anfibio: Fuerzas anfibias, incluida la infantería de marina, desembarcarían en las islas, apoyadas por disparos navales y ataques aéreos. Asegurar las islas rápidamente sería esencial para evitar que Chile montara un contraataque eficaz.
  4. Preparativos defensivos: Una vez aseguradas las islas, las fuerzas argentinas establecerían posiciones defensivas para repeler cualquier contraofensiva chilena.

Análisis de escenarios

Escenario 1: Argentina toma las islas y Chile responde en el área


En este escenario, Chile responde directamente a la toma argentina de las islas con un contraataque concentrado.

  • Respuesta naval chilena: Chile movilizaría su flota para enfrentarse a la armada argentina en el Canal de Beagle. Dada la proximidad de las bases chilenas, sería posible un despliegue rápido. El objetivo sería romper el bloqueo y retomar las islas.
  • Enfrentamientos aéreos: Se producirían intensas batallas aéreas sobre el canal, con ambos lados intentando controlar el espacio aéreo. Los Hunters de Chile se enfrentarían a los Mirages y Daggers argentinos. Los pocos F-5Es chilenos se supone quedarían para defensa de la capital. A los activos aéreos de la FAA se sumarían los activos aéreos del COAN con base en tierra (BAN Río Grande). Ello incluirían T-28 Fennec, Turbo Mentors y Aermacchi MB-326, todos con capacidad de ataque aéreo ligero.
  • Contraofensiva terrestre: los infantes de marina chilenos intentarían defender las fortificaciones de las islas, apoyados por disparos navales y cobertura aérea. Dadas las preparaciones defensivas de Argentina, esto resultaría en una lucha prolongada y sangrienta.
  • Contraofensiva naval argentina: El portaaviones Veinticinco de Mayo y su grupo aéreo de A-4Q podría diezmar a la flota chilena (capacidad observada empíricamente en Malvinas). Ello lo podría hacer de manera impune dada que incapacidad de respuesta submarina chilena. Una vez atacada la flota chilena, los A-4Qs podrían reubicar posición para lanzar ataques a blancos terrestres e infraestructura desde el Sur y Suroeste como factor sorpresa.

Escenario 2: Argentina toma las islas y Chile ataca en el norte (penetración en la provincia de Salta)


Chile podría optar por abrir un nuevo frente en el norte para desviar las fuerzas argentinas.

  • Frente Norte: Las fuerzas chilenas, ¿potencialmente apoyadas por fuerzas internacionales?, lanzarían una ofensiva en la provincia argentina de Salta. El objetivo sería alejar a las tropas argentinas del teatro sur y ejercer presión en un nuevo frente.
  • Respuesta argentina: Argentina tendría que redesplegar unidades de otras regiones, lo que podría debilitar sus defensas en las islas. Se movilizarían tropas de montaña y unidades blindadas para contrarrestar el avance del norte.
  • Compromiso prolongado: El terreno accidentado del norte de Argentina conduciría a un conflicto prolongado y de desgaste, en el que ambas partes enfrentarían importantes desafíos logísticos.






Escenario 3: Argentina toma las islas y ataca por el centro (hacia Santiago), junto con Perú por el norte


Argentina, con potencial apoyo de Perú, abre una campaña en múltiples frentes.

  • Ofensiva Central: Las fuerzas argentinas avanzarían por los Andes hacia Santiago. Esto implicaría una desafiante guerra de montaña, con importantes consideraciones logísticas y de cadena de suministro.
  • Participación peruana: Perú, al entrar en el conflicto, abriría un frente norte contra Chile, añadiendo presión a las defensas chilenas y agotando sus recursos.
  • Defensa chilena: Chile se vería obligado a adoptar una postura defensiva en múltiples frentes. El principal esfuerzo sería proteger a Santiago y al mismo tiempo contener los avances peruanos en el norte.
  • Coordinación aliada: La coordinación entre las fuerzas argentinas y peruanas sería crucial. Si tiene éxito, esto podría abrumar las defensas chilenas, pero la complejidad de las operaciones en múltiples frentes plantearía desafíos importantes.


Caída del Palacio de Gobierno de Punta Arenas a manos de paracaidistas argentinos.

Escenario 4: Chile respondió atacando a través de la Patagonia central y norte


Chile decide atacar territorio argentino en la Patagonia, con el objetivo de capturar lugares estratégicos clave.

  • Ofensiva Patagónica: Las fuerzas chilenas, sin apoyo aéreo ni naval, apuntarían a la Patagonia central y norte, con el objetivo de capturar Comodoro Rivadavia y Bahía Blanca.
  • Operaciones navales: la armada chilena intentaría controlar los accesos al Atlántico Sur, interrumpiendo las líneas de suministro argentinas y apoyando las ofensivas terrestres. Escenario altamente difícil sin submarinos para contrarrestar a la FLOMAR siendo que los submarinos de ésta operarían con plena libertad dada la escasez de activos ASW de la ACh.
  • Defensa argentina: Argentina necesitaría defender centros urbanos e instalaciones petroleras clave en la Patagonia. Los refuerzos se obtendrían de otras regiones, incluidas las fuerzas que aseguran las islas.
  • Conflicto extendido: la región vasta y escasamente poblada daría lugar a escaramuzas extendidas y guerras de maniobras, con ambos lados compitiendo por el control de puntos estratégicos.


Conclusión

Los escenarios del conflicto del Canal de Beagle de 1978 resaltan las complejidades y el potencial de escalada de las tensiones entre Argentina y Chile. Cada escenario presenta desafíos y oportunidades únicos para ambas naciones, enfatizando la importancia de la planificación estratégica y la diplomacia internacional. Si bien el contexto histórico proporciona una base, la naturaleza impredecible de los conflictos militares subraya la necesidad de una evaluación y adaptación continuas tanto por parte de Argentina como de Chile.

domingo, 27 de octubre de 2024

Patagonia: Las maravillosas aventuras de Mr. Musters

El inglés Musters y los tehuelches


Por Héctor Pérez Morando || Diario Río Negro




Vida muy singular y poco conocida la de George Chaworth Musters. Como para el libro. Inglés de sangre pero nacido en Nápoles, casualmente, «en transcurso de un viaje de sus padres» (13/2/1841). De familia acomodada y huérfano desde pequeño, tal vez los tíos marinos tuvieron que ver en su vida marina -desde los 13 años- y el «Algiers», la escuela. Recibió medallas por su actuación en Crimea. Escritos de Falkner, Darwin, Guinard, Fitz Roy, Viedma, De Angelis y otros fueron los antecedentes documentales para su formidable travesía patagónica que se inició en Punta Arenas, pasando por Gallegos, isla Pavón y finalizó en Carmen de Patagones (abril de 1869-26/5/1870) ¿Cuál fue el motivo principal del viaje? Varias hipótesis se han emitido y hasta la de «una misión especial del almirantazgo británico para el reconocimiento del interior de la Patagonia» (Balmaceda, Rey 1976). ¿Espía? Tenía permiso de la Marina inglesa. Percibía una renta.

Cualquiera fuera el motivo, la realidad es que dejó un incomparable aporte toponímico y etnográfico principalmente, como nunca había ocurrido hasta poco después de la mitad del siglo pasado, y hasta un «vocabulario parcial de la lengua tsoneca» que incluyó en su libro «At home with the Patagonians. A year»s wanderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Río Negro», editado en Londres en 1871 y traducido al castellano en 1911 como «Vida entre los patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro». «El mapa de Musters es la primera información cartográfica directa del interior de la Patagonia». (Rey Balmaceda, ídem). Es llamativa la adaptación, el mimetismo que logró entre los tehuelches y sus formas de vida. Dio un «paseo» de 2.750 kilómetros y un año de duración, con los consiguientes peligros, y tuvo que afrontar y participar de la vida tehuelche: vestir quillango, usar boleadoras, andar a caballo, alimentarse con carne de guanaco, de avestruz (y huevos), de yegua y raíces. Debió habitar en toldos, dormir a la intemperie, hacer trenzados de cuero y -lo más importante- anotar los acontecimientos de la gran aventura, con mucha precisión y útiles detalles sobre flora, fauna, topografía y costumbres de los tehuelches. Es largo de detallar. Llegó a afirmar que «no merecen seguramente los epítetos de salvajes feroces, salteadores del desierto, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter». Y en cuanto a las creencias, «la religión de los tehuelches se distingue de la de los pampas y araucanos porque no hay en ella el más mínimo vestigio de adoración al sol, aunque se saluda la luna nueva con un ademán respetuoso… creen en un espíritu bueno y grande… no tienen ídolos ni objetos de adoración…».

Según parece, dominaba bien el castellano y una partida de soldados en busca de prófugos de Punta Arenas facilitó el primer tramo de su viaje desde allí hasta la isla Pavón, desembocadura del río Santa Cruz, donde por entonces tenía sus dominios Luis Piedra Buena, a quien no pudo entrevistar por haber viajado poco antes. Llevaba una carta de presentación de Jorge M. Dean, de Malvinas, donde había estado. Carbón y oro son existencias de las que se fue informando. Se encontró con Sam Slick, hijo del cacique Casimiro. Hablaron en inglés. A partir de Pavón se iniciaría la parte más destacada de la aventura de Musters, acompañado por la parcialidad aóni-ken que hablaba el aóni-aish, «lengua que sería entonces la aprendida por Musters». Y desde allí, estuvo acompañado nada menos que por los célebres caciques Casimiro y Orkeke, de quienes llegó a ser muy amigo. ¿Qué método empleó el viajero inglés para llegar a ser admitido en los toldos andantes tehuelches y merecer gran respeto y confianza?

 

Lo describe a Orkeke: «Había cumplido ya sus 60 años; y, cuando saltaba sobre su caballo en pelo o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven… abundante cabello negro… ojos brillantes e inteligentes… era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus costumbres… desde el momento que fui huésped de él, su conducta para conmigo fue irreprochable». Y de Casimiro: «Cuando no estaba ebrio, este hombre era vivo e inteligente, astuto y político. Sus extensas vinculaciones con todos los jefes, inclusive Reuque y Callfucurá (sic), le daban mucha influencia. Era también obrero diestro en varias artes indígenas, como la de hacer monturas, pipas, espuelas, lazos y otras prendas. Era muy corpulento, de seis pies cabales de estatura». (Musters, G. Ch., Vida, 1964).



Luego de isla Pavón, los tehuelches -más de doscientos entre hombres, mujeres y niños- y el viajero inglés se dirigieron a la precordillera. Llegaron al paraje Yaiken-Kaimak. Una escena de caza: vio un guanaco y «lo boleé con una boleadora para avestruz» y en ese lugar surgió «una inquietud general»: estar preparados «para el caso de que encontráramos a los tehuelches del norte en guerra con los araucanos o manzaneros». Todos se daban un baño diario en los cursos de agua. Llevaba una brújula -que le regaló a Foyel- y anzuelos para pesca que usó. Los tehuelches no comían pescado. Llegaron los tehuelches del norte -comandados por Hinchel- y se produjo un gran parlamento. «Casimiro había tratado de inducirme a que hiciera de capitanejo… por nuestra parte se desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, mientras los del norte hacían flamear una tela blanca». (Musters, ídem).

«Después de varias arengas, dichas por Hinchel y otros, se resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los tehuelches», anotaría Musters. Musters dedujo que «las relaciones entre los tehuelches o tsonecas de la Patagonia y los indios araucanos de Las Manzanas no habían tenido antes, de ninguna manera, un carácter pacífico». El padre de Casimiro había sido muerto por los araucanos, pese a lo cual «la diplomacia de Casimiro lograba conciliar a todas las partes». En ese lugar recibieron una partida del Chubut, «unos setenta u ochenta hombres, con mujeres y criaturas, y ocupaban unos veinte toldos», la mayoría «jóvenes de sangre pampa o pampa tehuelche… unos cuantos tehuelches puros» cuyo jefe se llamaba Jackechan o Juan (Chiquichano), «un indio muy inteligente, que hablaba corrientemente el español, el pampa y el tehuelche». El «Marco Polo de la Patagonia», como lo llamaron algunos autores, continuaba adentrándose en la vida tehuelche: «atoldándose», haciendo boleadoras y tientos, ganándose los alimentos cazando con ellos y como ellos y participando de acontecimientos muy celebrados por aquellos pobladores de la Patagonia: nacimientos, entrada a la pubertad, casamientos, muertes, etc. y hasta para evitar el efecto nocivo de los vientos «volví a aplicarme la pintura» (en el rostro), sin olvidar beber aguardiente, fumar en pipa y usar armas largas y cortas. En Teckel, por enero de 1870, recordaría que «estaba muy al tanto del género de vida y de las costumbres de los tehuelches, que me consideraban casi uno de ellos (en verdad, había llegado a adquirir cierta posición e influencia entre esa gente)». (Musters, ídem).

Llegaron al campamento Carge-kaik (Cuatro Colinas) y recibieron la amistosa visita de un hijo de Quintuhual, con un mensaje del padre. Hubo danza: «Entré con Golwin (Blanco) y dos más en la danza, apareciendo en traje completo de plumas de avestruz y cinturón de campanillas, y debidamente pintado, para gran delicia de los indios. Mi ejecución arrancó grandes aplausos». Tenía razón Musters, parecía uno más de ellos. Bien manejadas las relaciones públicas para entonces… Recibieron mensajes araucanos. Luego visitaron los toldos de Quintuhual y continuando la marcha llegaron a Diplaik (Moreno lo cita como Dipolokainen), donde un mensajero de Foyel les entregó una noticia: el araucano (chileno) Culfucurá -no emplea la denominación mapuche- incitaba a unirse para «hacer la guerra a Buenos Aires». Ni más ni menos que sus depredadores malones a la zona de Bahía Blanca y el gran espacio bonaerense. Se convocó a parlamento y se decidieron por la negativa. Aquellos tehuelches e «indios mansos» defendían y apoyaban a El Carmen (Carmen de Patagones) y allí se dirigirían en busca de «vicios», ración de ganado y demás que les entregaba el gobierno. Orkeke, Casimiro -«el gran cacique del sur»-, los pellejos con aguardiente y la nutrida caravana seguían la rastrillada para el norte (más o menos la actual ruta nacional 40) hasta llegar al campamento de Foyel, con buen recibimiento. Anteriormente -anotó Musters- un incidente le «facilitó la oportunidad de observar la predisposición de los araucanos para esclavizar y maltratar a todo «cristiano» que podían robar o comprar». Luego de otras bien narradas alternativas, emprendieron viaje a «Las Manzanas», los dominios de Cheoeque (sic), es decir el famoso Sayhueque. Se instalaron en Geylun -posiblemente al sur de Paso Flores y cerca de Pilcaniyeu actuales-, donde quedó la mayoría de los nativos y luego de cruzar el Limay y visitar a Inacayal, donde también son bien agasajados, fueron recibidos por el jefe manzanero: «Hombre de aspecto inteligente, como de 35 años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de cuero»… Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado de su madre tehuelche». En el toldo estaba «la bandera de Casimiro, esto es, la bandera de la Confederación Argentina». Tenían temor al «gualicho» y a otras circunstancias diarias.



Hubo fiesta, aguardiente en abundancia -con las armas guardadas-, manzanas frescas, piñones, carne e intercambio de objetos, alimentos y aguardiente. Pudo comprobar que el intercambio -pieles, tejidos, trenzados, caballos, alimentos, etc.- era moneda corriente. Tal como el trueque actual, que va ganando posiciones por la crisis. Hacían carreras de caballos. Se celebró un parlamento con tres temas: «Paz firme y duradera entre los indios presentes», «protección de Patagones» y «considerar el mensaje de Callfucurá (sic) acerca de un malón a Bahía Blanca, y en general la frontera bonaerense», sobre lo cual los tehuelches ya se habían expedido negativamente antes de llegar al lugar. Estaba allí Mariano Linares -de la tribu de ese apellido-, que había llegado de Patagones en misión de paz. Los picunches -anotaría el viajero inglés- eran «una rama de los araucanos bajo el dominio de Cheoeque… viven cerca de los pasos de la cordillera y saquean a todos los viajeros». Hubo otro parlamento en el que se resolvió unánimemente que «Cheoeque protegería la orilla norte del río Negro y cuidaría a Patagones por ese lado, mientras que Casimiro garantizaría el sur». Se ratificó el no malón a Calfucurá, «pidiéndole que limitara sus hostilidades a Bahía Blanca». Todo eso lo vivió el marino y aventurero inglés, como principal partícipe en aquellos conflictos internos, pero cuyos protagonistas maloneros más feroces y ladrones procedían del otro lado de la cordillera. Aunque Calfucurá estaba asentado en «Las Salinas» (La Pampa).

Luego del regreso a Geylun, se preparó el viaje a Patagones. Fueron de la partida Musters, Orkeke, Casimiro, Quintuhual, Crime, Meña y numerosos tehuelches, mujeres y niños. Es la primera vez que la «línea sur» rionegrina -con ligeras variantes en el trazado caminero y ferroviario actual- ve pasar tan numerosa y heterogénea comitiva. La toponimia incorpora y confirma nombres: Margensho (Maquinchao), Trinita (Treneta), Valcheta. Desde Maquinchao, Musters y dos acompañantes decidieron adelantar el viaje a Patagones. Llevaba una carta para el comandante Murga y la misión de preparar el terreno para la visita de los restantes. En cierta parte del trayecto «alegró nuestros ojos la vista del mar». Cruzaron para el río Negro y entonces «Haciendo a un lado la manta india, volví a ponerme el traje de un inglés de la época, saco de cazador, etc.» Había tenido el equipo bien guardado. Cerca de «San Xavier» (Javier) tuvo contacto con los otros hermanos Linares y las estancias de Kincaid, Alexander Fraser y Grenfell. Estos últimos le facilitaron dinero. Durmió en el toldo de Chalupe. En Patagones se entrevistó con Pablo Piedra Buena -hermano de Luis-, el Dr. Humble, la galesa familia de Morris Humphreys y con Murga. Días después llegaron Casimiro, Orkeke y sus tribus. Recorrió la zona y tomó valiosos apuntes. Se embarcó en el vapor «Patagonia» (ex «Montauxk», de Boston) rumbo a Buenos Aires, que encalló en la desembocadura del Negro, y siguió viaje en la goleta «Choelechoel». El «tehuelchizado» -perdón por el neologismo- inglés había recorrido la Patagonia durante poco más de un año -llegó a Patagones el 26/5/1870- y daría a luz el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de un gran valor documental. Anduvo por otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata (commander). Estuvo casado con una peruana descendiente de ingleses y murió en 1879.

Una estación ferroviaria en Río Negro, un lago en Chubut y varias calles llevan su nombre, recordando la gran hazaña del inglés-tehuelche.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Biografía: Bernardo de Irigoyen

Bernardo de Irigoyen





Dr. Bernardo de Irigoyen (1822-1906)

Nació en Buenos Aires, el 18 de diciembre de 1822, y era descendiente de una vieja familia porteña. Su apellido vasco de iri “villa” y goien, “extremidad”, “altura”, “en la parte superior”, se escribe con i inicial y no con y, pues es la grafía que consideran correcta los más autorizados especialistas. Fueron sus padres Fermín Francisco de Irigoyen, y María Loreto de Bustamante. Hizo sus estudios en la ciudad natal, y desde temprano reveló condiciones intelectuales excepcionales.

En 1843, a los 21 años, se graduó de doctor en jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, con una tesis titulada Disertación sobre la necesidad de reformar el actual sistema legislativo, siendo una de las primeras iniciativas encaminadas a sustituir la legislación española que todavía se aplicaba en el país. Poco después, practicó en el estudio del doctor Lorenzo Torres, uno de los más acreditados de la ciudad, e ingresó en la Academia de Jurisprudencia, de la cual llegó a ser prosecretario, por elección de sus miembros.

Comenzó la carrera diplomática con un cargo de oficial en la legación argentina en Santiago de Chile. Llevaba como misión principal la de promover negociaciones sobre las cuestiones de límites existentes entre ambos países, en la zona del estrecho de Magallanes, puntos debatidos sin llegar a ningún resultado concreto. Sin embargo, prestó importantes servicios, y desempeñó con corrección y eficacia sus funciones jurídicas y diplomáticas. Diversos testimonios de aquel entonces afirman que en Chile, el joven funcionario alternó intensa y cordialmente con los exiliados argentinos, muchos de los cuales le tuvieron un gran aprecio.

En 1846, al ser retirada la Legación Argentina, pasó a Mendoza donde tuvo una prolongada permanencia, contribuyendo espontáneamente a la defensa de la ciudad durante el gobierno de Alejandro Mallea. Prestó importantes servicios al detener el avance de la montonera rebelde, y su actitud mereció que el pueblo de Mendoza le tributara su aprecio y gratitud, despidiéndolo con un elocuente discurso Guillermo Rawson. Una resolución legislativa del 23 de marzo de 1850, lo declaró “ciudadano mendocino con los goces y preeminencias de natural del país, conforme a nuestras leyes provinciales”. Antes de su retiro, el gobernador Mallea le encargó la redacción de un informe sobre la reforma de la provincia, en sus diferentes ramas de gobierno, principalmente, de carácter administrativo y legislativo, que produjo resultados beneficiosos para las instituciones locales. Esos trabajos le señalaron como firme candidato para reemplazar al gobernador Mallea, siendo lanzada su candidatura en tal sentido, pero regresó a Buenos Aires como lo había solicitado.

En 1851, fue encargado de recopilar los antecedentes históricos sobre los cuales se basaría la defensa de los derechos argentinos respecto del estrecho de Magallanes, y de las reglas que debían utilizarse para regir la navegación en sus aguas, en concordancia con el Derecho Internacional. Asimismo, estudió los problemas pendientes con la Santa Sede sobre el derecho de patronato, y se le comisionó para efectuar el arreglo de una reclamación extranjera entablada por los herederos del ciudadano estadounidense Halsey. Pero estas tareas delicadas, fueron superadas porque su figura sobresalía como la de un ciudadano de relieve y de opinión influyente.

Derrocado Juan Manuel de Rosas, Urquiza lejos de desechar sus servicios le encomendó, el 28 de febrero de 1852, la misión de recorrer las provincias del interior del país, para llevar su mensaje e invitar a los reacios gobernadores y caudillos a contribuir a la organización nacional. A su capacidad y esfuerzo se debieron las primeras negociaciones que condujeron al Acuerdo de San Nicolás, antecedente fundamental de la Constitución de 1853.

Terminada con éxito su misión, a su regreso, cuando el director provisional de la Confederación había disuelto la Legislatura, formó parte durante poco tiempo, del Consejo de Estado, nombrado por Urquiza en 1852. Tuvo influencia personal en el gabinete, y entre otras importantes resoluciones, propuso la abolición de la pena de muerte por delitos políticos y la confiscación de bienes por cualquier clase de delito. Luego declinó su candidatura a diputado, y la secretaría del Congreso Constituyente próximo a reunirse, que le ofreciera Urquiza, retirándose transitoriamente de la vida pública.

Al producirse la revolución del 1º de diciembre de 1852, encabezada por el general Hilario Lagos, pasó a Montevideo donde residió por algún tiempo. Se mantuvo alejado de la política hasta 1856, dedicado a negocios particulares de carácter comercial en campos y haciendas. Abrazó con éxito el ejercicio de su profesión y su bufete se convirtió en uno de los primeros de Buenos Aires. Fue abogado y consejero de una parte principal del comercio nacional y extranjero. Tuvo a su cargo una brillante defensa en una causa que trataba de la confiscación de unos armamentos dirigidos al Paraguay y de seis cargamentos de yerba mate salidos de aquella república después de la declaración de guerra de 1865.

En 1860, fue elegido convencional de la Asamblea convocada por la provincia de Buenos Aires para estudiar la reforma de la Constitución Nacional. Su mediación en los debates que se suscitaron entonces, revelaron su talento de hombre de elocuencia excepcional. Al año siguiente, declinó un ministerio nacional que le ofreció el presidente Derqui, como en 1866, la legación de Chile que quiso confiarle el presidente en ejercicio, doctor Marcos Paz. Entonces fue llamado a integrar como vocal la Junta de Crédito Público Nacional, en cuyo organismo desarrolló durante dos años una labor fecunda.

En 1869, a propuesta del Senado se le designó fiscal del Superior Tribunal de Justicia, puesto que rechazó por razones de índole privada. Poco después, debió ocupar las funciones de conjuez de la Corte Suprema para dirimir la divergencia planteada entre sus miembros sobre si las provincias debían comparecer ante la misma, decidiendo por la afirmativa.

Hacia 1870, Sarmiento lo designó procurador del Tesoro Nacional, y en su administración fue vicepresidente de la Exposición Nacional realizada en Córdoba. En ese mismo año, fue elegido diputado a la Legislatura de Buenos Aires, en la que tomó parte en las más importantes cuestiones debatidas, destacándose especialmente, en la discusión entablada con motivo del proyecto de ley suprimiendo la pena de muerte,.

Fue también vicepresidente del Crédito Público. En 1872, se le eligió senador por Buenos Aires, siendo nombrado poco después vicepresidente de ese alto cuerpo. Actuó además, como miembro de la Convención reformadora encargada de revisar la Constitución bonaerense. Integró la comisión redactora del sistema municipal, pronunciando en la Cámara magistrales discursos, que acentuaron su prestigio de parlamentario avezado.


Monumento al Dr. Bernardo de Irigoyen, Plaza Rodríguez Peña, Buenos Aires

Ocupó una banca en el Congreso de la Nación en 1873, y participó de los debates que dieron lugar la ley electoral. En ese año, fue miembro del Consejo de Instrucción Pública provincial. En 1874, rechazó el ofrecimiento que le hizo el doctor Nicolás Avellaneda de la cartera del Ministerio de Relaciones Exteriores, lo mismo que la Legación en Río de Janeiro, retirándose de la política. Al año siguiente, la Cámara de Diputados lo eligió por unanimidad de votos, su presidente, y entonces fue, cuando cediendo a la insistencia de hombres como Leandro N. Alem, Nicolás Avellaneda, Adolfo Alsina, Carlos Pellegrini y Aristóbulo del Valle, aceptó el cargo de ministro de Relaciones Exteriores, en momentos en que el país atravesaba por una situación delicada respecto de varios países limítrofes.

Bernardo de Irigoyen supo imponerse a las dificultades, justificando plenamente la elección que había recaído en su persona. En 1876, hubo de actuar en un conflicto suscitado por la intervención que el gobierno de Santa Fe tomó contra la sucursal local del Banco de Londres. En esa oportunidad, fue receptor de una amenaza inaudita que provino del abogado del Banco de Londres, Manuel Quintana, quien le previno en nombre de su Majestad Británica, que para hacer respetar los derechos del banco una cañonera inglesa había salido hacia Rosario. Aunque esto haya sido no más que un grave exceso emotivo, ya que la amenaza no se concretó ante la altiva protesta de Irigoyen, lo importante fue la doctrina que esbozó en su trabajo: La Soberanía nacional y la protección diplomática de las acciones al portador, el cambio de cartas que se produjo entre él y el encargado de negocios inglés. A la presentación de éste, en el sentido de que el gobierno nacional debía intervenir ante la provincia a los fines de que cesara en su accionar sobre el Banco, el canciller argentino respondió negativamente sosteniendo que las sociedades anónimas carecían de nacionalidad, y no les correspondía, en modo alguno, la protección diplomática. En ese año, negoció con éxito los tratados de paz y límites con el Paraguay y el Brasil, que resolvieron múltiples cuestiones emergentes de la terminación de la guerra de la Triple Alianza. Inició también las negociaciones con Chile por las cuestiones de límites que se hallaban pendientes por aquel Estado y después de largas y difíciles gestiones, logró sentar las bases de un tratado preliminar de los plenipotenciarios que fue firmado en Buenos Aires, el 18 de enero de 1878, por Diego Barros Arana y Rufino de Elizalde.

Al reorganizare el gobierno en 1877, el doctor Irigoyen ocupó el ministerio del Interior, desenvolviendo una política constructiva en beneficio del país. Cuando abandonó ese alto cargo, fue elegido vicepresidente en 1878, del Comité Patriótico, organizado para sostener los derechos de la República en la cuestión de límites con Chile. Con tal motivo, presidió una gran conferencia pública efectuada en el Teatro Colón, el 25 de mayo de 1879.

Al verse la posibilidad de producirse un gran conflicto en 1880, con el Uruguay, el presidente Avellaneda, lo designó ministro plenipotenciario y enviado extraordinario ante el gobierno de Montevideo, logrando pleno éxito en sus gestiones. En ese mismo año, no quiso aceptar la candidatura que le fue ofrecida para la Presidencia de la República. Nuevamente fue ministro de Relaciones Exteriores y Culto, en el gobierno del general Roca, y a su talento diplomático se debió que se conjurase un conflicto armado con Chile, por cuestiones limítrofes. En 1881, llevó a feliz término la vieja cuestión con ese país, al firmarse el tratado fundamental de límites sobre las bases que propusiera cinco años antes. Expuso con brillo y resonancia los principios del Derecho público americano que actualmente han sido reconocidos por la doctrina uniformemente. Resuelta la cuestión chilena, en 1882, el presidente Roca lo nombró ministro del Interior, en cuyo cargo realizó obras de interés público.

En 1885, se decidió finalmente a dejarse proclamar candidato popular a la primera magistratura del país, Renunció como ministro, y se dedicó enteramente a la campaña electoral por el Partido Autonomista. El general Roca impuso en las elecciones a su candidato, el doctor Miguel Juárez Celman. Irigoyen entonces, se retiró de toda actividad pública, en 1886.

Se lo consideraba definitivamente alejado de la vida pública, cuando resultó que el viejo estadista compartía los ideales de la nueva generación revolucionaria. En 1889, prestó su apoyo moral a la organización de la Unión Cívica.

Estuvo en la rebelión de 1890, y después de la caída de Juárez Celman perteneció a la junta consultiva de la Unión Cívica. En 1891, la convención de este movimiento político, reunida en Rosario, proclamó la fórmula presidencial Mitre-Irigoyen, para el período 1892-1898. Pero el general Mitre llegó a una transacción con el general Roca, y entonces –frente al cisma producido dentro del movimiento cívico- Irigoyen se declaró contra la política de los acuerdo, y pasó a las filas del naciente radicalismo.

En 1892, la Convención de la Unión Cívica Radical que acababa de separarse de la Unión Cívica, votó su candidatura a la Presidencia de la República por aquel partido. Al año siguiente, el presidente Sáenz Peña lo desterró a Montevideo.

Representó a la nueva fracción en el Senado de la Nación, y en 1894, desde su banca de senador interpeló al ministro del Interior, doctor Quintana, con un discurso magnífico por su estilo y de alta significación por su trascendencia nacional. Tratábase en aquel entonces, de la imposición del estado de sitio en ciertas partes del territorio argentino, así como la intervención federal en algunas provincias, medidas arbitrarias de acuerdo con el sentir del estadista. La interpelación dio por resultado la crisis de gabinete, formulando la minuta de amnistía, que provocó la renuncia del presidente Sáenz Peña.

Desempeñó la senaduría hasta 1898, en que resultó electo gobernador de la provincia de Buenos Aires, cuyos destinos rigió hasta 1902, y su gestión mereció general aprobación. En 1899, formo parte de la Junta de Notables, argentinos y chilenos, nombrada para solucionar las diferencias sobrevinientes.

Al término de su período de gobierno, en 1902, fue elegido senador nacional por la provincia de Buenos Aires, tomando parte en los principales debates. Se recuerda aquél donde interpeló al entonces ministro de Relaciones Exteriores y Culto, doctor Manuel Augusto Montes de Oca, en cuya ocasión no se supo qué admirar más, si la sabiduría o su experiencia, o el respeto y la pericia con que el joven canciller, cincuenta años menor, contestó a su eminente antagonista Retuvo la banca senatorial hasta el momento de su muerte.

En su larga vida recibió distinciones de importancia, como la de académico titular y luego honorario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, académico honorario de la Facultad de Filosofía y Letras, miembro honorario de la Academia Internacional de Ciencias Industriales, de Madrid, y de otras instituciones científicas y sociales. Fue Caballero Gran Cruz de la Real Orden Española de Isabel la Católica; Gran Cruz de la Orden Imperial de la Rosa, del Brasil; y Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro.

La desaparición del ilustre estadista ocurrió en Buenos Aires, el 27 de diciembre de 1906, a los 84 años de edad, ocasionando su deceso un verdadero luto nacional. Se había casado con Carmen de Olascoaga.

El diario “La Prensa” estampó en sus columnas que “La República acaba de perder a uno de sus hijos más eminentes, a uno de sus ciudadanos más virtuosos, a uno de sus servidores más leales”. Otro prestigioso periódico, “La Nación”, dijo que “Don Bernardo de Irigoyen fue uno de los grandes señores de la República”, y en otra oportunidad, agregó que fue “el señorial representante de la cultura porteña, el carácter más blando, más suave y más accesible de nuestro escenario político”.

Los poderes públicos de la Nación y de las provincias le decretaron los más altos honores. En el acto del sepelio hablaron para despedir sus restos, el ministro del Interior, doctor Manuel A. Montes de Oca, en nombre del gobierno Nacional; el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, doctor Emilio Carranza; el presidente del Senado, Benito Villanueva; el doctor Adolfo Saldías, por la Cámara de Diputados; el ministro de Instrucción Pública, doctor Federico Pinedo, y el doctor Francisco A. Barroetaveña.

El Congreso de la Nación sancionó la erección de su monumento en nuestra ciudad, como gran ciudadano de la República, siendo inaugurado en la esquina de Callao y Paraguay, en la plaza Rodríguez Peña, el 27 de diciembre de 1933, obra del escultor Mariano Beulliure. En ese acto pronunciaron discursos, los doctores Vicente C. Gallo, Mariano de Vedia y Mitre y Leopoldo Melo. Una calle de la ciudad y una escuela llevan su nombre.

Bernardo de Irigoyen fue una figura representativa y consular en los tiempos de la organización nacional, y durante las décadas que le siguieron. Su larga y activa vida abarcó diversas etapas dentro de la historia argentina, en todas las cuales desempeñó un papel de hombre de confianza y de consejo, de intermediario hábil y de negociador de dones sobresalientes. Mantuvo siempre una limpia línea de conducta personal y un concepto elevado de sus funciones como servidor del Estado y como ciudadano.

Acerca de su personalidad pronunciaron juicios altamente elogiosos hombres de ideas y tendencias tan encontradas como Urquiza, Sarmiento, Rawson, Pellegrini, Avellaneda y Roca. Era de estatura mediana, de semblante pálido, ojos serenos, labios delgados, y en su cara lucían patillas de gentilhombre inglés.

Escribió alrededor de cuarenta trabajos, entre defensas, informes, discursos, etc., que se publicaron en forma de folletos y libros. En otro orden sobresalen, un breve ensayo sobre Recuerdo del general San Martín, en el “Archivo Americano” (1951), reproducido después en “La Revista de Buenos Aires” (1863); Recuerdos de don Bernardo Monteagudo; Delfín Gallo, Apuntes Biográficos (1890); Colonización e Inmigración en la República (1891). En uno de sus escritos utilizó el seudónimo de “Unos Argentinos”.


Fuente

Amadeo, Octavio R. – Vidas Argentinas – Buenos Aires (1957).
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1971).
De Vedia y Mitre, Mariano – Bernardo de Irigoyen – La Nación, diciembre (1933).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Gómez, Antonio F. – Notas biográficas del Dr. Bernardo de Irigoyen, Epoca de Rosas – Buenos Aires (1907).
Portal www.revisionistas.com.ar

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martes, 22 de octubre de 2024

Guerra de independencia: El hijo del Gral. San Martín

El hijo del Gral. San Martín

Revisionistas



Hemiciclo de la Rotonda – Guayaquil, Ecuador

Desde enero de 1822 José de San Martín proyectaba entrevistarse con Simón Bolívar.  El objeto secreto —según lo escribió Rufino Guido- era el de apoderarse de Guayaquil; el público —según San Martín- pedir auxilios bélicos para terminar la guerra en el Perú (1) (2).

En el barco “Macedonia” remontó el Pacífico en julio de 1822 un hombre de 44 años, corpulento, de carácter franciscano, taciturno, positivo, metódico, nunca acostumbrado a los cumplidos ni a las palabras persuasivas (3).

Quince días antes de su arribo, Bolívar se le había adelantado y en esas 2 semanas hizo cálida y fructífera amistad con las Garaycoa.  De acuerdo al análisis posterior de los hechos, se desprende claramente que Bolívar pidió a Carmen Calderón Garaycoa el que coronara a San Martín.  Pero este no fue un acto sincero: ni estaba en la ideología de las Garaycoa, ni peor aún en el ardiente temperamento terriblemente competitivo de Bolívar.

Lo que Bolívar quería simbólicamente es herir al héroe argentino, al coronarlo quería demostrar ante todos de las ideas monárquicas de éste y el juego resultó por supuesto efectivo.

El barco en que arribó San Martín llegó al muelle el viernes 26 de julio de 1822 a las 12 del día. San Martín —hombre escrupuloso como era— estaba ya bien arreglado al arribo y según la memoria de José Gabriel Pérez, Bolívar subió a bordo y allí San Martín le abrazó y manifestó tenerle la amistad más íntima y constante (4).

Sin embargo y según otros testimonios de testigos presenciales, parece que Pérez mintió.  En efecto, según Rufino Guido y Jerónimo Espejo, al muelle llegaron salo dos ayudantes de Bolívar quienes invitaron a desembarcar a San Martín.

El muelle estaba ubicado frente a la gobernación (5), desde allí San Martín en medio de un batallón de infantería, caminó cuatro cuadras por el Malecón hasta la casa esquinera de los Luzárraga situada en la calle del Comercio (hoy Pichincha) y la San Francisco (hoy 9 de octubre) (6).

La casa era de 2 pisos, al pie de la escalera estaba Bolívar de gran parada junto con su estado mayor, entre ellos Sucre, Salom y Tomás Cipriano de Mosquera, el sombrero era muy alto, con franja de oro y con plumas (7a).

Al ver a San Martín —eran las 12 y 30— dio algunos pasos adelante para saludarlo y extendiéndole la mano le dijo: “Al fin se cumplieron mis deseos de conocer y estrechar la mano del renombrado Gral. San Martín”.

San Martín con su innata timidez le manifestó que no aceptaba aquellos encomios (6a).  Bolívar se dio cuenta entonces que la batalla la había empezado a ganar.  A poco notó que le faltaba a su opositor “la sal de la crítica” (7).

San Martín se decidió a hacer la primera pregunta: “Usted, estará muy sofocado por las pellejerías de Guayaquil” y sin dejar tiempo a que le conteste, mostrando de nuevo su horrenda timidez, le endilgó de nuevo: “¿y que cuánto tiempo están de pellejerías en medio de los mayores embarazos?”.

Pellejerías lo había utilizado para significar enredos en el primer caso y revolución en el segundo.  Bolívar no contestó casi y vino la tercera intervención del protector: “Nada tengo que decirle sobre los negocios de Guayaquil, en los que yo no tengo que mezclarle; la culpa de que Guayaquil no quiera incorporarse a Colombia, la tienen los mismos guayaquileños” (8)

De 1 a 2 de de la tarde vinieron las felicitaciones de las corporaciones y luego de las señoras.  Al final y de manera al parecer espontánea, se levantó Carmen Calderón “linda como un ángel” con las manos atrás y luego de pronunciar una arenga le puso lo que llevaba escondido: una corona de laurel esmaltado.

San Martín se puso rojo como un tomate; a la agresión inconsciente -había sido descubierto- le faltaba poros para salir.  Se quitó la corona y viendo de reojo a Bolívar dijo “que habían otros que la merecían más que él” y como el Libertador no esperaba esto y pensando que iba a su vez a ser coronado, se puso “pálido y lívido como un muerto” según el testigo Rufino Guido.

A la final, dijo que no podía desprenderse de la corona y que la guardaría para siempre.

Muchos años después la misma Carmen se lo narró al historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna (9).

Los dos grandes hombres se encerraron de 2.30 a 4 de la tarde en la misma casa de Luzárraga teniendo su primera conferencia.  El propio Bolívar en carta a Santander le dijo: “Dice (San Martín) que no quiere ser rey, pero que tampoco quiere la democracia y sí el que venga un príncipe de Europa a reinar en el Perú” (10)

Bolívar le dijo que prefería el que se coronara al Gral. Itúrbide -mejicano- a cualquier Borbón.  Sin embargo San Martín en carta al Gral. Miller cinco años después negó rotundamente lo anterior, calificando de pillo e impostor al que se atreviera a decir tal cosa (11).

Bolívar se retiró a las 4 de la tarde con el sentimiento de haberlo abrochado.  De 4 a 5 recibió el argentino algunas visitas y luego caminó las 5 cuadras que le separaban de la casa de la Aduana y con su Estado Mayor fue a pagar la visita a Bolívar, permaneciendo con él de 5.30 a 6.

Pasadas las 6 regresó a comer a casa de Luzárraga.  Y luego de las 7 Guido anota como que nada: “la noche se pasó en recibir nuevas visitas y entre ellas algunas señoras”.

A nosotros no nos cabe duda que el propio Bolívar se sirvió de una dama casada para tentar al héroe.  Se llamaba Carmen Mirón y Alayón y era una real hembra: tenía 20 años, en su rostro y cuerpo revelaba no pocas gotas de sangre africana, era hija de Don Antonio Mirón, nacido en la isla de León, síndico de la capilla del Astillero en 1821, casado desde 1791 con Asunción Alayón y Troya, babieca del estado Llano (12).

Carmen era viuda de un Sr. Pérez, matrimonio que le había durado sólo pocos meses (13a).  Por el padre tenía abundante sangre árabe, por un abuelo murciano; por su madre, esta era bisnieta del español Francisco Martínez de Alayón, vecino de Guayaquil en 1687 y de Jerónima de Henao, ésta a su vez hija del secretario Antonio de Henao (13).

San Martín se quedó encandilado con su presencia.  Bolívar le había hecho sentir tan mal que necesitaba una válvula de escape; Carmen era el regalo que quizás el mismo sabio astuto de Bolívar le enviaba para mitigar sus penas.  Y se hizo una cita, ella lo esperaría en su casa el sábado 27 a primera hora de la mañana.

Y así fue, San Martín se trasladó al barrio del Astillero —donde ella vivía— con el sigilo que él acostumbraba y allí pasó 6 horas entregado a los más dulces deleites.

Ni Rufino Guido ni Jerónimo Espejo dan dato alguno sobre qué pasó con el General José de San Martín aquella luminosa mañana de julio.

El barrio del Astillero le recordó sin duda a Cádiz, tenía 151 casitas distribuidas en 9 calles todas con nombres simpáticos: Real, de la Compañía, de la Plazuela, de la Cárcel vieja, de la espalda de Gobierno, de San Agustín, de la Victoria, de la Águila y cerrada (14).

Mientras San Martín goza —aquella mañana— parcamente de la vida, Bolívar se pasa despachando correspondencia a Quito, Pasto y a la misma Guayaquil.

El protector almorzó frugalmente en la casa de Luzárraga pasado el mediodía y ordenó que todos tuvieran las maletas listas.  Se sintió casi engañado y quería volar de Guayaquil a las 24 horas de haber llegado.

A la 1 fue a la casa de la Aduana a tener la segunda y más severa conferencia con Bolívar.  Esta duró 4 horas y se han tejido muchas versiones sobre lo que hablaron, lo único seguro es que San Martín dejó el campo totalmente a Bolívar y se retiró para siempre de la vida pública.

Enseguida a las 5 pm. Bolívar ofreció una espléndida cena para 50 invitados, megalómano como él solo, se levantó e hizo el brindis: “Por los hombres más grandes de la América del Sur: el general San Martín y yo”.  Este, con la timidez y prudencia características, respondió en el segundo brindis “Por la pronta conclusión de la guerra y por la salud del Libertador”.  Y el buen argentino no se equivocaba, la tisis se notaba ya en el semblante de Bolívar, a él mientras tanto -le quedaban casi 30 años más de vida-.

De 7 a 9 tuvieron un receso y a las 9 fueron al baile que les daba la Municipalidad.  San Martín se las aguantó 4 horas sin bailar: Carmen Mirón estaba allí, pero él la miraba con una desconfianza e intriga sin límites.  A la 1 le llamó a Guido y le dijo: “Llámeme Ud. a Soyer que ya nos vamos, no puedo soportar este bullicio”.  Salieron por una puerta excusada, según el mismo San Martín en su carta a Miller, Bolívar le acompañó hasta el bote y le regaló su retrato.  Al despedirse -esta vez- a Bolívar le saltó la desconfianza y San Martín al cabo de muchas horas le volvió el alma al cuerpo.  Bolívar dio unos pasos atrás para solemnizar el acto con un frío apretón de manos, pero San Martín le retuvo por el brazo y en voz baja le dijo: “Ha terminado mi vida pública. Iré a Francia y pasaré lo que me queda de vida en el retiro. Sólo el tiempo y los sucesos dirán quién de nosotros vio el futuro con más claridad” (15).

En el barco que iba rumbo a la Puna, San Martín pensaba en el orgullo de Bolívar, en su dificultad de mirar de frente a la persona, en su falta de franqueza y en su tono altanero, en sus maneras distinguidas, en su ambición.  Y pensó también en su desinterés, en su popularidad, en su constancia monstruosa, por eso 18 años después cuando el marino francés Lafond le preguntó su concepto final sobre Bolívar dijo: “Es el hombre más asombroso que ha conocido la América del Sur” (16).  En todo el viaje se pasó obsesionado en Bolívar, salían a flote todos sus defectos y sin embargo su grandeza era inconmovible.

El final

San Martín se instaló en Lima en la quinta de la Magdalena y allá en noviembre recibió la visita de Carmen ya embarazada de 4 meses.  La prometió apoyar y la regresó.  A Rosa Campuzano tampoco quiso verla más.

Su mujer estaba grave en Buenos Aires, pero temía ir, pues sabía que lo apresarían (17).

Joaquín Miguel de San Martín y Mirón nació a fines de abril de 1823 y fue bautizado en la iglesia de San Agustín, calle de San Alejo con calle de la cárcel, en Guayaquil el 13 de mayo (18).  Su partida fue inscrita con sigilo en el Archivo de la Logia en Lima, pues San Martín pidió a sus “hermanos” que no la dejaran ver sino a sus descendientes (19).

José de San Martín viajó a Chile y luego estuvo en Mendoza y Buenos Aires.  Su esposa murió muy joven en 1824 de apenas 27 años y él se embarcó con su hija de 8 años a Francia.  En 1827 estuvo en Bruselas, hacia 1840 escribió a pedido del marino Lafond algunos recuerdos sobre Bolívar; en 1846 tuvo la satisfacción de recibir en su pequeño cuarto de Grand Bourg a 1 legua de Nainsville a Domingo Faustino Sarmiento.  Tenía para entonces los ojos pequeños y ya encorvada la espalda.  En su habitación tenía el pequeño retrato de Bolívar que eéste le había regalado (20).

Su hija Mercedes fue pintora de afición y ella hizo un retrato de Bolívar por 1846 a base de las indicaciones que le dio su padre (21).

En 1848 a los 70 años estaba casi ciego, y ya no podía firmar sus cartas.

Mercedes de su matrimonio con Mariano Balcarce le había dado 2 nietas: Josefa y Mercedes.  En las guerras que la Argentina tuvo con Brasil, Francia e Inglaterra, San Martín ofreció sus servicios y las 3 veces su oferta fue rechazada.

Murió el 17 de agosto de 1850 a los 72 años en Bolougne-sur-mer (Francia).  Sus restos descansan en la catedral de Buenos Aires.

Rosita Campuzano se quedó con pasmo luego de sus amores con el héroe.  Nadie le conoció amante de 1822 a 1831, hasta que este año cedió ante un alemán llamado Juan Weniger, dueño de 2 almacenes en Lima y con él tuvo su hijo único; el alemán le quitó al niño a su madre para educarlo en un colegio (22).

Rosa en 1847 vivía de balde en los altos de la Biblioteca Nacional de Lima, gracias a la ayuda de Constancio Vigil; fue entonces cuando le entrevistó Ricardo Palma; para entonces usaba muleta y no parecía de 51 años, sino de 71.

A su hijo lo mataron en un combate por 1852.  Ventajosamente a Rostía el Congreso del Perú le otorgó una pensión mensual. Murió en 1860 a los 64 años más sola que nadie.

Carmen Mirón también guardó largo celibato por el héroe y sólo hacia 1840 procreó a Rosa Mirón y Rivera quién vivió en San Alejo de Guayaquil casada con Eusebio Castro Rivera.  Vivió atormentada por la suerte de su hijo Joaquín trotamundos por Sullana, Lima y Lambayeque.  Murió de 80 años en Guayaquil quemada por un cigarrillo que incendió su cama (23).

La truculenta vida del hijo de San Martín

Joaquín San Martín y Mirón nació en Guayaquil el 27 de abril de 1823 y se bautizó el 13 de mayo en San Agustín.  A los 18 años pasó al Perú.  Perteneció al partido liberal desde joven.  En 1852 a los 29 años estaba de marino y viajó a la Nueva Granada como tercer oficial de cargo del bergantín de guerra “6 de marzo” que había sido construido en Baltimore 7 años antes.  Tenía el grado de alférez.  El barco zarpó el 20 de setiembre de Guayaquil, arribó a Buenaventura, pero al regreso fue sorprendido en las costas del Chocó por un fuerte temporal y se encalló en los bajos de arena de Huascaona frente a Iscuandé.  Sólo 8 personas que tomaron un bote se salvaron en forma milagrosa, uno de ellos fue San Martín (23a).

Hacia 1860 se estableció en Sullana, al norte del Perú huyendo de García Moreno, y casó con Isabel García Saldarriaga, con quien tuvo 2 hijos nacidos en Lima en 1862 y 1865.  En esa ciudad se afilió a la Logia.

Por 1866 su esposa faltó a la fe del matrimonio y se separaron.  En este año y cuando García Moreno pasaba por Lima con destino a Santiago, participó en el complot para asesinarlo en unión de los refugiados ecuatorianos que vivían en Lima.

Al arribar el tren a esta ciudad el 2 de julio de 1866 a las 11.30, le atacaron Juan Viteri Villacreses –ambateño- y San Martín en momentos en que recién bajaba del tren (24).  Viteri le disparó 2 veces, pero sólo le hirió ligeramente en la frente y la otra bala traspasó el sombrero.  San Martín parece que hizo solamente de campana, pues la Corte de Lima reconoció a Viteri como único culpable.

Hacia 1868 se estableció en Lambayeque y allí tuvo sucesor en la señora Petronila Alvarado, el hijo se llamó José Joaquín, en honor al padre y al abuelo.  Por 1874 tuvo una relación con una señora Vargas.

Muerto García Moreno en 1875, regresó al Ecuador y se estableció en Máchala donde tuvo relación con una señora Avila, tenía entonces 6 hijos en 5 señoras diferentes.  Por 1883 casó a su primera hija en Guayaquil.  Cuando Caamaño subió al poder en 1884, conspiró contra éste, siendo desterrado a Lima -Allá fue precursor del saneamiento en esa ciudad (25).

Regresó al Ecuador por 1890, casando a su segundo hijo en Guayaquil en 1893.  En 1894 fue Comisario de Máchala y Santa Rosa.

Murió asesinado en 1895 a los 72 años en Gualtaco (cerca a Santa Rosa) cuando iba a despedir a unos amigos.

Según el historiador y genealogista Fernando Jurado Noboa el prócer reconoció a su hijo.

No le gustaba hablar de su origen pero a raíz de que su hijo casó con una sobrina carnal de él (de D. Joaquín) e hija de su hermana de madre Rosa Mirón y Rivera, reveló confidencialmente el secreto a su hija mayor Rosa Isabel, pidiéndole que lo guardara todo el tiempo que ella lo juzgara conveniente.

Fueron sus hijos:

1. Rosa Isabel San Martín García, nacida en Lima en 1863, m. en Guayaquil 14 de mayo 1941, ce . Manuel Andrés Pazmiño, n. de Máchala. Suc: Pazmiño-Aguilera.

2. Justo Vicente San Martín García, nacido en Lima 1865, se crió con su padre y a los 11 años, en 1876, pasó a Guayaquil, casó en San Alejo en 1893 con su prima hermana Mercedes Castro y Mirón, vecinos de Baba en 1895. En 1910 fue desterrado al Perú, cuando nuestros conflictos de frontera. Sucesión — San Martín-Guevara; San Martín-Santos; López San Martín; Moncayo-San Martín; San Martín-Morán.

3. José Joaquín San Martín Alvarado, nacido en Lambayeque por 1868, casó en Lima con María Francinet, brasilera, tuvo 1 hijo marino, otro aviador, otro médico y otro ingeniero. El médico (Mauricio) fue Rector de la Universidad de San Marcos de Lima. Descendencia en Lima y Huamanga (Perú): San Martín Navea; San Martín-Rappeto; San Martín-Fernández: San Martín-Valestra; San Martín-De la Fuente; Romero-San Martín; y Bermúdez-San Martín.

4. Juan San Martín, nacida en Perú por 1871.

5. Eduardo San Martín Vargas, nacido en Perú por 1874, c. en Guayaquil con Enma Lanfranco y es. en n. Vargas.

6. Teniente coronel Luis Alberto San Martín Avila, nacido en Máchala por 1877, ce. Matilde Hurtado.

Testimonio documental

Reunido en julio de 1972 el Instituto Genealógico de Guayaquil, bajo la presidencia de D. Pedro Robles Chambers y con la asistencia de los Sres. Julio Pimentel Carbo, Genaro Cucalón, Clemente Pino, Luis Noboa y Jorge Arteaga.

CONSIDERANDO

1. Que la copia de la partida bautismal de D. Joaquín San Martín Mirón que se conserva en la Logia de Lima es un documento auténtico, que ha sido enviado al Instituto por el Dr. Fernando Romero, Rector de la Universidad de San Cristóbal en Huamanga.

2. Que el retrato original de D. Joaquín y que lo ha adquirido, el Sr. Robles Chambers, muestra un parecido extraordinario con el héroe.

3. Que encaja perfectamente los cálculos entre fechas de concepción y nacimiento de D. Joaquín.

4. Que en Guayaquil y Lima se han mantenido constantes y respetables tradiciones sobre el origen verídico de la familia San Martín.

5. Que los descendientes de ambas ramas han sido tenidos por personas serias y honorables, incapaces de fraguar orígenes falsos.

6. Que el testimonio oral de Da. Rosa Isabel San Martín, nieta del héroe, muerta en 1941 en Guayaquil, merece todo crédito.

ACUERDA

Aceptar como verídica la paternidad de D. Joaquín San Martín y Mirón.

Referencias

(1)La Entrevista de Guayaquil II, 248 .

(2)Carlos Salas: Bibliografía de San Martín, III, 81 .

(3)Teodoro Alvarado: La histórica entrevista de Guayaquil de 1822, Bol. ANH. 120 pg. 159, Quito.

(4)Cartas del Libertador, Tomo III, 254.

(5)Manuel Villavicencio: Geografía del Ecuador, 1858 , ver plano de Guayaquil.

(6)Jerónimo Espejo afirma lo de Luzárraga.

(7a)Para nosotros es muy dudosa la presencia de Sucre, aunque Espejo la asienta.

(6a)La entrevista de Guayaquil, II, 24 8 – 250 .

(7)Abel R. Castillo: Sobre la entrevista de Bolívar y San Martín, Bol. ANH 120 , Quito, pg. 278 .

(8)Hemos reconstruido esto en base a la citada carta de José Gabriel Pérez a la Cancillería de Bogotá.

(9)Julio C. Chávez: San Martín y Bolívar en Guayaquil, Buenos Aires 1950, pg. 140.

(10)Cartas del Libertador, III, 262.

(11)Carlos Salas, Oc. III, 81.

(12)Arch. Catedral Guayaquil Baut. 1792-1802.

(13)Fichero Robles – Chambers.

(13a)Luis Ramírez Ch.: La bisnieta de San Martín, Rev. La Otra , Guayaquil 1988, pg. 60 – 61 . Mercedes San Martín de Checa, clarífica parentesco co n procer, El Universo, Guayaquil, julio 26, 1972.

(14)Gustavo Monroy : Documento s de la época colonial de Guayaquil, Bol. CIH T.2, pg. 73

(15)Teodoro Alvarado: oc. 163.

(16)Abel R. Castillo: oc. 290.

(17)Javier Peñalosa: oc. 34.

(18)Arch. Robles Chambers, Guayaquil.

(19)Carta del Dr. Mauricio San Martín, Rector de la Universidad de S. Marcos a Pedro Robles, Arch. de éste.

(20)Sus herederos le obsequiaron al Museo Histórico de Buenos Aires.

(21)Se ha publicado varias veces, por ej. en la Rev. El Libertador de Quito No. 105.

(22)Rodolfo Pérez: Nuestro Guayaquil Antiguo, 118.

(23)Archivo Robles, Guayaquil.

(23a)Mariano Sánchez: Naufragio del bergantín de guerra 6 de marzo, Instituto de Historia Marítima. Rev. 1989, pgs. 19-27, Guayaquil.

(24)Severo Gómez jurado: Vida de García Moreno, V, 222 – 223

(25)Archivo Robles, Guayaquil.

Fuente

Barrera, Isaac: José de San Martín el Libertador del Sur, Bol. ANH , nums 76, pgs. 225-232, Quito 1950.

Diario El Globo Nº. 1851 Guayaquil 3 de noviembre de 1893

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Jurado Novoa, Fernando – Las noches de los Libertadores – Vol 2. IADAP, Colección Identidad, Quito, Ecuador (1991).

Portal revisionistas.com.ar

Videla Morón, Mario – San Martín y sus vinculaciones familiares, Rev. Genealogía 18, Buenos Aires 1979

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