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martes, 5 de noviembre de 2024
jueves, 8 de agosto de 2024
SGM: Ucrania durante el conflicto
Ucrania durante la SGM
Weapons and Warfare
Durante la Segunda Guerra Mundial, los ucranianos experimentaron lo peor tanto de Hitler como de Stalin. Como resultado del Pacto Molotov-Von Ribbentrop de 1939, cuando los alemanes invadieron Polonia, la URSS ocupó gran parte del oeste de Ucrania, argumentando que estaba uniendo a los ucranianos con sus compatriotas en la Ucrania soviética. Inicialmente, los soviéticos ucranizaron la administración, así como los sectores cultural y educativo. Mientras tanto, los polacos de estas regiones fueron sometidos a represiones y deportaciones masivas al este soviético. Pronto, los soviéticos introdujeron otras características del sistema soviético como las expropiaciones; ataques a la iglesia uniata, predominante en el oeste de Ucrania; y colectivización. La policía secreta soviética (NKVD) arrestó a muchos activistas ucranianos. Mientras tanto, la OUN se dividió en facciones en guerra: una, más dinámica y de base juvenil, liderada por Stepan Bandera, y la otra por Andrii Melnyk. Cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, los soviéticos en retirada ejecutaron a más de diez mil de sus prisioneros en el oeste de Ucrania, lo que contribuyó enormemente al ya fuerte sentimiento antisoviético en la región.
Después de que las fuerzas alemanas capturaron Lviv en el oeste de Ucrania, la OUN de Bandera intentó proclamar allí un estado ucraniano independiente el 30 de junio de 1941. Los alemanes reaccionaron bruscamente y arrestaron a los dirigentes de la OUN, incluido Bandera. Además. frustraron las esperanzas de independencia de los ucranianos al anexar Galicia a las tierras polacas que comprendían el Gobierno General (las áreas de Polonia administradas por Alemania). El aliado de Alemania, Rumania, ocupó Transdnistria, que incluía Odessa, toda Besarabia y partes de Bucovina. Transcarpatia quedó bajo control húngaro.
Ucrania central y oriental, llamada Reichkommissariat Ucrania, estaba gobernada por Erich Koch, quien instituyó el régimen nazi más brutal de toda la Europa ocupada. De acuerdo con los conceptos nazis de superioridad racial y Lebensraum (espacio vital), a los ucranianos se les asignó el papel de población esclava y sus tierras fueron destinadas a la colonización alemana. Las esperanzas de independencia o autogobierno quedaron destrozadas, las expectativas de que la colectivización sería abolida se desvanecieron y las represiones y ejecuciones masivas fueron frecuentes. Con la intención de convertir a Ucrania en una colonia estrictamente agrícola, los gobernantes nazis mataron de hambre a las principales ciudades. Kiev perdió el 60 por ciento de su población y la población de Jarkov disminuyó de 700.000 a 120.000. Especialmente odiada fue la política de enviar un gran número de ucranianos, alrededor de 2,2 millones, a Alemania como trabajadores forzados. Los judíos en Ucrania eran especialmente vulnerables. A los pocos meses de la invasión, los escuadrones de exterminio nazis, a veces ayudados por colaboradores ucranianos, ejecutaron a aproximadamente 850.000 personas. En Baby Yar, en Kiev, 33.000 personas fueron asesinadas en dos días. El gobierno nazi fue relativamente menos duro en el Gobierno General y en 1943 se formó allí la División Ucraniana de las SS “Galicia” para luchar contra los soviéticos.
La resistencia tanto al régimen nazi como al soviético comenzó en 1942, cuando el UPA (Ejército Partidista Ucraniano), finalmente controlado por la OUN de Bandera, inició operaciones en Volinia. Dirigido por Roman Shukhevych, contaba con unos cuarenta mil hombres que contaban con la ayuda de una amplia red civil. La UPA también intentó expulsar a los polacos de Volinia. En el verano de 1943, esto desembocó en un conflicto sangriento durante el cual perdieron la vida unos cincuenta mil civiles polacos y veinte mil ucranianos. Los historiadores de la Polonia comunista y la Unión Soviética a menudo acusaron a la UPA de tendencias fascistas, colaboración con los nazis y atrocidades, mientras que los historiadores ucranianos en la diáspora y en la Ucrania independiente generalmente consideran que la UPA y los nacionalistas ucranianos en general participan en una lucha de liberación nacional. Los partisanos soviéticos, apoyados por Moscú y los comunistas locales, también se concentraron en las regiones del norte densamente boscosas. En 1943, lideradas por Sydir Kovpak, sus unidades lanzaron una importante incursión en zonas controladas por los alemanes en Galicia.
La resistencia organizada por los nacionalistas ucranianos fue la mayor en las zonas fronterizas. En el apogeo de su fuerza en 1944, los nacionalistas desplegaron entre 25.000 y 40.000 guerrilleros. Dado que los insurgentes sufrieron grandes pérdidas en 1944-1945, el número total de personas involucradas en sus actividades entre 1944 y 1950, incluido el suministro, el entrenamiento, la recopilación de inteligencia, la propaganda y el servicio médico, probablemente alcanzó los 400.000 hombres y mujeres. La resistencia ucraniana estuvo absolutamente dominada por OUN-B. OUN-M creía que la lucha armada contra los soviéticos sería infructuosa y prácticamente se abstuvo. A finales del otoño de 1944, OUN-M lanzó el lema: “¡No en los bosques sino entre la gente!” lo que implica que la acción política podría ser más efectiva que la acción militar. Sin embargo, OUN-M tuvo poca influencia política después de la derrota de Alemania. Por el contrario, OUN-B era una red clandestina profundamente arraigada que gozaba de apoyo popular. Explotó el odio de los campesinos hacia la colectivización y hacia los polacos e inspiró la resistencia, aprovechándola y dirigiéndola para proteger sus propios objetivos. La UPA era formalmente una fuerza armada suprapartidaria subordinada al Consejo Supremo de Liberación de Ucrania que se organizó en julio de 1944 como una coalición de varios grupos nacionalistas. OUN-B, aunque sólo era un miembro del consejo, en la práctica controlaba tanto el consejo como la UPA, imponiendo su ideología y manteniendo una infraestructura civil sofisticada para las guerrillas. La UPA se organizó sobre una base territorial. Tenía una estructura administrativa similar a la OUN; sus grandes regiones operativas se subdividieron en redes más pequeñas con nombres en clave. Sus comandantes planeaban tener cuatro cuarteles generales: UPA-Oeste y UPA-Norte en el oeste de Ucrania y UPA-Sur (norte de Bucovina y la parte sur de Ucrania central) y UPA-Este (la parte norte de Ucrania central). Bandera era simplemente el líder nominal de la resistencia. Nunca había estado en la Unión Soviética y prácticamente no desempeñó ningún papel en la lucha armada. Después de que los alemanes liberaron a Bandera y Stets’ko de un campo de concentración en septiembre de 1944, no existió comunicación regular entre ellos y la guerrilla, y los dos se distanciaron cada vez más de las realidades ucranianas. Sin embargo, la mayoría de los comandantes superiores y medios de la UPA eran líderes de la OUN. Dmytro Kliachkivs’kyi, comandante en jefe de la UPA hasta noviembre de 1943, encabezó simultáneamente la región noroeste de la OUN; Roman Shukhevych, que sucedió a Kliachkivs’kyi como comandante en jefe, presidió el provod central OUN-B a partir de mayo de 1943. La UPA mantuvo su infraestructura de mando dispersa en los bosques, evitando efectivamente las redadas policiales. A pesar de sus frenéticos esfuerzos, las fuerzas de seguridad rara vez lograron capturar a altos comandantes de la UPA.
En el verano de 1943, las fuerzas soviéticas lanzaron una ofensiva masiva, en la que participaron el 40 por ciento de su infantería y el 80 por ciento de sus tanques, con el objetivo de retomar Ucrania. En el otoño de 1943 recuperaron la orilla izquierda y el Donbás; el 6 de noviembre entraron en Kiev; y en otoño de 1944 todo el territorio étnico ucraniano estaba en manos soviéticas. Para ganarse las simpatías de los ucranianos, Stalin también lanzó una campaña de propaganda. Incluyó llamar “ucranianos” a algunos sectores del frente, nombrar honores militares en honor a héroes históricos ucranianos y crear la impresión de que Ucrania era una república soberana.
Cuando el Ejército Rojo se acercó a las zonas fronterizas occidentales a principios de 1944, los comandantes de la UPA sobreestimaron sus propias fuerzas. Algunos de ellos fantaseaban con poder capturar Kiev antes que el Ejército Rojo y bloquearlo en el Dniéper. Anticipando grandes enfrentamientos con las fuerzas soviéticas, las guerrillas ucranianas organizaron grandes formaciones. Los batallones de la UPA, de hasta 600 hombres, se enfrentaron fácilmente a unidades de seguridad del Ejército Rojo o del NKVD en combates convencionales. Los soviéticos emplearon tanques y fuerza aérea contra la UPA en varias batallas. La policía registró que los guerrilleros “lucharon de manera bastante activa, sacrificándose a veces imprudentemente”. El 9 de abril de 1944, la UPA atacó tres veces una compañía del NKVD atrincherada con el grito de guerra: "¡Gloria a Ucrania!". y cada vez fue rechazada, perdiendo, según un relato soviético, 300 hombres. Borovets observó que “casi todas esas batallas prolongadas se perdieron” y explicó por qué: “No fueron oficiales profesionales quienes comandaron las unidades [de la UPA] sino líderes del partido inexpertos e ignorantes de las tareas y tácticas de la guerra partidista”. La UPA obtuvo algunos éxitos impresionantes cuando hirió de muerte al general Nikolai Vatutin, comandante del Primer Frente Ucraniano, en febrero de 1944 y luego tendió una emboscada y destruyó un batallón de fusileros soviético regular en agosto. Sin embargo, por lo general, las divisiones del NKVD rápidamente arrinconaron y aniquilaron a grandes unidades guerrilleras porque el oeste de Ucrania tenía pocos bosques extensos que les dieran cobertura. El grupo UPA Zagrava, el más fuerte de Volhynia, perdió la mitad de sus fuerzas durante 1944 y 47 de los 50 comandantes de compañía. En 1945, la UPA había sufrido bajas prohibitivas. Sus comandantes se dieron cuenta tardíamente de que sus tácticas eran deficientes. En febrero de 1945, ordenaron a sus batallones que evitaran el combate convencional y los dividieron en pelotones o secciones. Algunos guerrilleros vivían como simples agricultores y se reunían sólo para misiones, mientras que otros eran combatientes a tiempo completo. La policía necesitaba mejor inteligencia y mayores esfuerzos para erradicar esta red de pequeñas células dedicadas principalmente al terrorismo contra colaboradores locales: comunistas y miembros del Komsomol, administradores, milicias y otros partidarios de las autoridades. Para entonces, sin embargo, la flor de la mano de obra de la UPA se había marchitado; nunca se recuperó de las horrendas pérdidas del primer año después de la reocupación soviética
Las pérdidas ucranianas en la guerra fueron asombrosas: el país perdió 5,3 millones de personas o alrededor del 15 por ciento de su población. Más de setecientas ciudades y pueblos y veintiocho mil aldeas quedaron parcial o totalmente destruidas, dejando a unos diez millones de habitantes sin hogar. Sin embargo, hubo algunos avances. Galicia, Bucovina y Transcarpatia fueron anexadas a la Ucrania soviética, uniendo a todos los ucranianos en un solo estado y, para fortalecer la influencia soviética en las Naciones Unidas, Stalin permitió que Ucrania se convirtiera en uno de sus miembros fundadores en 1948.
Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, la composición étnica de Ucrania cambió drásticamente. La persecución nazi diezmó a la población judía; la mayoría de los polacos se trasladaron a Polonia durante los traslados de población de la posguerra; y, en relación con la reconstrucción industrial, llegaron al país un gran número de rusos. Para el régimen soviético, la incorporación de Ucrania occidental fue un problema importante. Allí, la UPA continuó ofreciendo una resistencia amarga, aunque desesperada, hasta principios de los años cincuenta. La iglesia uniata (o greco-católica), bastión de la conciencia nacional, fue disuelta y conducida a la clandestinidad y cientos de miles de ucranianos occidentales recalcitrantes fueron deportados a los gulags.
martes, 6 de agosto de 2024
Argentina: La masacre peronista de Rincón Bomba
Rincón Bomba: el silencio de Perón y la masacre étnica en Formosa que fue ocultada durante más de medio siglo
En 1947, durante el primer gobierno de general, la Gendarmería, con el apoyo de la Fuerza Aérea, mató entre 500 y 750 hombres y mujeres del pueblo aborigen pilagá, por temor a un “un ataque indígena”. Más de setenta años después, la justicia calificó la acción como “genocidio”, aunque jamás llegó a condenar a los responsables
Por Marcelo Larraquy || Infobae
En marzo de 2020, la Cámara Federal de Resistencia declaró que la masacre contra el pueblo indígena pilagá en la zona de Rincón Bomba, Formosa, debía ser calificado como un “genocidio”. El crimen contra el pueblo indígena, llevado a cabo por fuerzas de la Gendarmería y la Fuerza Aérea, era de larga data. Había sido perpetrado el 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón. La sentencia ordenó la reparación económica colectiva del pueblo pilagá, con inversiones públicas de infraestructuras y becas de estudio, pero no la reparación individual de los familiares de las víctimas de la etnia.
La represión de los aborígenes era una triste herencia del peronismo, gestada desde la División de Informaciones Políticas de la presidencia de la Nación, que dirigía el comandante de Gendarmería, general Guillermo Solveyra Casares.
Solveyra había creado y comandado el primer servicio de inteligencia de la fuerza en la década del ‘30 e internó a los gendarmes, vestidos de paisanos, en los bosques del Territorio del Chaco para buscar información que ayudara a capturar a Segundo David Peralta, alias “Mate Cosido” -a quien popularizó León Gieco en el tema “Bandidos rurales”- y otros bandoleros sociales que atormentaban, con asaltos y secuestros, a gerentes de compañías extranjeras y estancieros.
Para la época de la masacre del pueblo pilagá, Solveyra Casares tenía su despacho contiguo al del presidente Perón en la Casa Rosada y participaba en las reuniones de gabinete.
En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea.
La operación había sido ordenada por el escuadrón de Gendarmería de la localidad de Las Lomitas en respuesta al temor a una “sublevación indígena”.
Para reducir ese temor, exterminaron a los indígenas.
El conflicto se había iniciado unos meses antes.
En abril de 1947, miles de hombres, mujeres y niños de diferentes etnias marcharon hacia Tartagal, Salta, en busca de trabajo. La Compañía San Martín de El Tabacal, propiedad de Robustiano Patrón Costas, se había interesado en contratar su mano de obra para la explotación azucarera.
Patrón Costas era el representante político de los terratenientes. Había fundado la Universidad Católica de Salta, luego fue gobernador de esa provincia y presidente del Senado de la Nación. Su candidatura a presidente por el régimen conservador se malogró en 1943 por el golpe militar del GOU. También se acusaba a Patrón Costas de apropiarse de tierras indígenas en Orán.
Lo cierto es que una vez que llegaron a Tartagal, los caciques se rehusaron a que los hombres y mujeres de la etnia trabajasen en condiciones de esclavitud. Habían acordado una paga de 6 pesos diarios y cuando iniciaron sus labores les pagaron 2,5.
Patrón Costas decidió echarlos y los aborígenes retornaron a sus comunidades. Eran cerca de ocho mil.
El regreso se hizo en condiciones miserables, con una caravana que arrastraba enfermos y hambrientos. Durante varios días de marcha, desandaron a pie más de 100 kilómetros hasta llegar a Las Lomitas.
La caravana estaba compuesta por mocovíes, tobas, wichís y pilagás, la etnia más numerosa. Tenían la costumbre de raparse la parte delantera del cuero cabelludo, hablaban su propio idioma, además del castellano, y habitaban en varios puntos de Formosa. Vivían como braceros de los terratenientes, o de lo que cazaban y recolectaban.
Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba.
La Comisión de Fomento del pueblo pidió ayuda humanitaria al gobernador del Territorio Nacional, Rolando de Hertelendy, nacido en Buenos Aires y educado en Bélgica, y designado en el cargo por el Poder Ejecutivo el 10 de diciembre de 1946.
La falta de recursos en las arcas de la tesorería del Territorio hizo que Hertelendy trasladara el pedido al gobierno nacional.
Perón reaccionó rápido. Conocía el tema.
En el año 1918, al frente de una comisión militar, había ido a negociar con obreros de La Forestal en huelga en el bosque chaqueño y había logrado apaciguar el conflicto. Les había aconsejado que hicieran los reclamos de buenas maneras.
De inmediato, Perón ordenó el envío de tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.
En la segunda quincena de septiembre de 1947, la Dirección Nacional del Aborigen ya los tenía en su poder en la estación de Formosa.
Pero la carga fue recibida con desidia por las autoridades. La ropa y las medicinas fueron robadas, los alimentos quedaron a la intemperie varios días y luego fueron trasladados a Las Lomitas para ser entregados a los aborígenes. Ya estaban en estado de putrefacción.
El consumo provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir. Los indios denunciaron que habían sido envenenados. Las madres intentaban curar a sus bebés muertos en sus brazos.
El asentamiento indígena se convirtió en un mar de dolores y de llantos que retumbaban en el pueblo. El cementerio de Las Lomitas aceptó los primeros entierros, pero luego les negó el paso del resto de los cuerpos. Ya había más de cincuenta cadáveres.
Los indígenas los llevaron al monte y enterraron a los suyos con cantos y danzas rituales.
En Las Lomitas se instaló la creencia de que ese grupo de enfermos y famélicos estaba preparando una venganza. Se difundió el rumor del “peligro indígena”, una rebelión en masa contra las autoridades y los vecinos del pueblo.
Desde hacía días, las madres aborígenes golpeaban las puertas del cuartel de la Gendarmería y de las casas de Las Lomitas con sus hijos. Al principio se las ayudó. Pero de un día para otro se las dejó de recibir. La fuerza armó un cordón de seguridad en su campamento y no se les permitió el ingreso al pueblo.
Más de cien gendarmes armados las vigilaban con ametralladoras.
El 10 de octubre de 1947 se reunieron el cacique Nola Lagadick y el segundo jefe del escuadrón 18 de Las Lomitas, comandante de Gendarmería Emilio Fernández Castellano. Era una entrevista a campo abierto.
El comandante tenía dos ametralladoras pesadas apuntando contra la multitud de indígenas, dispuestos detrás de su cacique. Eran más de mil, entre hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos portaban retratos de Perón y Evita.
El cacique exigió ayuda a la Gendarmería. Querían tierras para la explotación de pequeñas chacras, semillas, escuelas para sus hijos. Invitó al comandante para que visitara el campamento y tomara conciencia de sus miserias.
Hay distintas versiones de cómo sucedieron los hechos.
Una indica que los aborígenes comenzaron a avanzar hacia la reunión. Otra, que los hechos se desencadenaron como ya habían sido planeados: provocar una “solución final” al problema indígena en el Territorio de Formosa.
Como fuese, la fuerza estatal abrió fuego contra la etnia desarmada. Lo hizo con ametralladoras, carabinas y pistolas automáticas. Fernández Castellano se sorprendió del ataque y ordenó detenerlo. Sus dos baterías no habían disparado. Pero el segundo comandante Aliaga Pueyrredón, que no estaba de acuerdo con parlamentar con los indígenas, había desplegado ametralladoras en puntos estratégicos y acababa de dar la orden.
El ataque provocó la huida de la etnia pilagá hacia el monte. Algunos arrastraban los cadáveres de sus familiares. Los heridos fueron siendo rematados. La persecución continuó durante la noche; los gendarmes lanzaron bengalas para iluminar un territorio que desconocían. Desde el pueblo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras.
La Gendarmería continuó la matanza porque no quería testigos. Muchos civiles de Las Lomitas, miembros de la Sociedad de Fomento, colaboraron para que el “peligro indígena” cesara en forma definitiva y brindaron asistencia logística. Recorrieron los montes Campo Alegre, Campo del Cielo y Pozo del Tigre para marcar los escondrijos en la espesura.
Muchos cadáveres fueron incinerados. La persecución no dejaba tiempo para enterrarlos. Otros cuerpos fueron tirados en el descampado, en un camino de vacas, y la tierra y la maleza los fueron cubriendo con el paso del tiempo.
El trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes, fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. El diario Norte del Chaco mencionó que había habido un “enfrentamiento armado” ante la sublevación de los “indios revoltosos”.
Los diarios de Buenos Aires, a mediados de octubre de 1947, informaron sobre la incursión de un “malón indio”, para justificar la masacre.
Perón hizo silencio.
Nadie de la Gendarmería fue castigado.
Lo mismo había sucedido en Napalpí, en el Chaco, en 1924, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, aunque en ese caso existió un proceso judicial para convalidar el ocultamiento.
En Las Lomitas no. Se calcula que entre 750 hombres, mujeres y niños de distintas etnias, en especial los pilagás, murieron a manos de la Gendarmería.
Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie.
La matanza, además de la tradición oral que se extendió en los pilagá, fue narrada por uno de los represores , el gendarme Teófilo Cruz, que publicó un artículo en la revista Gendarmería Nacional.
En 2010 la documentalista Valeria Mapelman estrenó dos documentales sobre la masacre, Octubre pilagá, relatos sobre el silencio y La historia en la memoria en el que logró registrar historias personales de algunos sobrevivientes y sus hijos, y testigos de la masacre.
Dado que la incursión de la Gendarmería había contado con el apoyo de un avión con ametralladora, la justicia federal en la última década -cuando se inició el expediente-, llegó a procesar a Carlos Smachetti en 2014, que disparó contra los originarios de la comunidad de pilagá desde un avión que había despegado el 15 de octubre desde la base de El Palomar. Murió al año siguiente, a los 97 años. Otro de los imputados que participó de la masacre como alférez de Gendarmería, Leandro Santos Costa, luego se había graduado de abogado y fue juez de la Cámara Federal de Resistencia. Había utilizado una ametralladora pesada para eliminar a los aborígenes, y la Gendarmería lo había condecorado por su “valerosa y meritoria” intervención en el hecho. Murió en 2011, antes de que el proceso finalizara.
En su sentencia de 2020, la Cámara Federal destacó la responsabilidad del Estado Nacional al momento de la masacre y lo condenó a reparaciones colectivas, un monumento en el lugar de la masacre, incluir el 10 de octubre como fecha recordatoria, becas estudiantiles a jóvenes escolarizados y un dinero anual para inversiones de infraestructura y otro para sostener a la Federación de pilagá. Y calificó la masacre como genocidio, que había sido rechazada por primera instancia.
Pasaron más de siete décadas del crimen masivo, y las comunidades indígenas perdieron sus tierras y los montes fueron arrasados por las topadoras. Todavía viven en las vías muertas de los ferrocarriles o en la periferia de las ciudades, en busca de una vivienda, un trabajo o algo para comer. Como hace más de setenta años.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado es “Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva Montonera”. Ed. Sudamericana, noviembre de 2021.
sábado, 20 de julio de 2024
Caída de Berlin: El abuso aliado a las mujeres alemanas
El rapto de Berlín
La violación de Berlín
Todos conocemos los horrores de la Segunda Guerra Mundial y lo que Hitler y los nazis hicieron en toda Europa en nombre de la supremacía aria. Pero lo que mucha gente no sabe es lo que realmente ocurrió en Alemania en los últimos días del régimen nazi.
Durante los meses de abril y mayo de 1945, cuando las tropas del Ejército Rojo soviético se acercaron y finalmente invadieron Berlín, casi dos millones de mujeres alemanas fueron violadas con un nivel de violencia nunca antes visto ni después. Las cifras proporcionadas por historiadores como Antony Beevor (2002) sugieren que de los dos millones de víctimas, casi 100.000 acabaron por suicidarse, y en 1946 el 10% de todos los bebés nacidos en Alemania tenían padres soviéticos.
Si bien estas cifras son sorprendentes, lo que tal vez sea aún más notable es el hecho de que durante más de 50 años hubo un esfuerzo concertado para mantener en secreto los hechos de estos acontecimientos. Por temor a revitalizar el nacionalismo alemán a través de un sentimiento de victimismo y simpatía nacional, primero los políticos y autoridades alemanes protegieron este encubrimiento, seguidos por historiadores prosoviéticos y antialemanes en los últimos 20 años.
Un ejemplo de este silencio lo tenemos en una de las únicas fuentes primarias que refleja estos terribles días. “Una mujer en Berlín” fue escrito de forma anónima por un periodista alemán y es un diario de las últimas semanas del régimen nazi. Revive con desgarrador detalle las violaciones masivas y la violencia sufridas por las mujeres de Berlín. Parecía no haber escapatoria: niñas, ancianas y damas de todas las clases eran "cazadas" y escogidas para satisfacer la violencia sexual con carga racial de los soldados soviéticos.
Este libro se publicó originalmente a finales de la década de 1950, pero inmediatamente se retiró del mercado en Alemania y los editores sólo pudieron encontrar Suiza como mercado para el tomo. A pesar de esto, el libro fue retirado; Y no fue hasta 2001 que el libro volvió a verse en Alemania y encontró una nueva audiencia. Esto se debió al temor de que los hechos y el relato de lo ocurrido pudieran conducir a un resurgimiento de los ideales nacionalistas.
Una mujer en Berlín (2001) – ¿Alentando a los nazis del mañana?
Si bien este temor puede parecer ridículo para la mayoría, todavía es evidente en las opiniones de muchos historiadores sobre este episodio. Historiadoras como Annita Grossmann creen que las violaciones fueron más bien el resultado de ser cómplices de la máquina de guerra nazi, y no la simple cuestión de ser víctimas inocentes. Si bien esta opinión puede sorprender a muchos de ustedes, desafortunadamente ella no es la única historiadora que cree que las mujeres alemanas recibieron su "justo postre".
La pregunta de si estas mujeres alemanas fueron de alguna manera cómplices de estos ataques, porque brindaron apoyo a sus maridos, hermanos e hijos, ignora la asombrosa violencia y los horrores que sufrieron. Los relatos de otras mujeres de este período incluyen “¿Por qué tenía que ser una niña?” de Gabi Kopp. que relata cómo, cuando tenía 14 años, la autora era "pasada" regularmente, incluso por sus compañeras víctimas debido a su corta edad. Si bien la maquinaria de propaganda nazi advirtió a las mujeres sobre las hordas asiáticas del Este, todavía no estaban preparadas para los incesantes ataques nocturnos y el flagrante desprecio que estos soldados tenían hacia las mujeres.
Si bien los historiadores intentan comprender el razonamiento estratégico de la violación, la teoría central detrás de su crueldad apunta a los matices raciales que soportó la guerra en el Este. La casi aniquilación de la Unión Soviética y los constantes pronunciamientos sobre la supremacía aria instigaron un toque casi genocida a las violaciones. La propagación de la semilla bolchevique, especialmente entre las doncellas alemanas después de derrotar tan ampliamente a sus hombres, parece ser el índice principal de este horrible acontecimiento.
La propaganda alemana advertía constantemente sobre el animal como los bolcheviques del Este.
Si bien las autoridades y los historiadores soviéticos guardan silencio sobre el tema, se cuentan historias contradictorias sobre la reacción de Stalin ante la noticia de las violaciones. Desde burlarse de ellos como "bagatelas" hasta negar que los soldados soviéticos estuvieran en Alemania para algo más que la guerra. El sellado de archivos ruso-soviéticos, inicialmente por parte de la KGB y más recientemente por el gobierno de Putin, obstaculiza cualquier intento de conocer las opiniones oficiales sobre la tragedia.
A pesar de esto, algunos corresponsales de guerra soviéticos integrados en divisiones del Ejército Rojo informaron de que "les sucedieron cosas terribles a las mujeres alemanas" (Vassily Grossman), y Natalya Gesse informó que se trataba de "un ejército de violadores".
El rapto de Berlín es un episodio de la historia que nunca debe silenciarse ni olvidarse. Es una parte oscura de la historia que debe ser reconocida por su magnitud y la falta de simpatía y reconocimiento hacia las víctimas. Una cosa que se debe reconocer es que es historia, y eso nunca se debe negar.
REFERENCIAS:
Anonymous. 2006. A Woman in Berlin (Eine Frau in Berlin). Translated by P. Boehm. London: Virago.
Beevor, A. 2002. Berlin: The Downfall, 1945. London: Viking, UK.
Grossmann, Attina. 1995. “A Question of Silence: The Rape of German Women by Occupation Soldiers.” October- Berlin 1945: War and Rape: Liberators Take Liberties 72: 42-63.
Kopp, Gabriele. 2010. Warum war ich bloss ein Madchen
martes, 14 de mayo de 2024
Revolución cubana: Fidel hace ingresar a Cuba en un infierno comunista
“¡Señores, esto se acabó!”: la noche que Fulgencio Batista huyó de Cuba y le dejó el camino libre a Fidel Castro
Las horas finales del dictador cubano tuvieron ribetes insólitos. La fiesta que dio el 31 de diciembre por la noche y cómo dejó plantados a sus invitados para escapar. La situación económica de Cuba en el momento de la revolución. La carta del Che Guevara para romper con su primera esposa. El rol del embajador de los Estados Unidos. Y la extorsión del dictador dominicano Trujillo para dejar salir a Batista
Por Juan Bautista Tata Yofre || Infobae
El miércoles 31 de diciembre de 1958 se desarrollaron los instantes previos a la partida del dictador cubano Fulgencio Batista, sus familiares y sus colaboradores más íntimos. No fueron como se conto más tarde en las películas de Hollywood. La recepción no se llevó a cabo en un hotel-casino de lujo y no se escuchaba la estrofa”…te vas yo no sé por qué, la vida lo quiso así” cantada por “El Guapachoso” Rolando Laserie en su exitoso “Tenía que ser así”, aunque podía haber sido así porque era una canción de despedida. Para millones de cubanos se iba una época y llegaba otra. Presentían que diferente aunque no sospechaban tan terrible, tan triste... Y ya lleva más de medio siglo.
El estrepitoso derrumbe de Batista había comenzado días antes. En el atardecer del miércoles 17 de diciembre de 1958, Earl T. Smith, el embajador de los EEUU en Cuba entró en la residencia “Kuquine”, propiedad de Fulgencio Batista. Según Smith, durante dos horas y media intentó convencer a Batista para que abandonara el poder cuanto antes y facilitara la asunción de una junta militar. Para el gobierno norteamericano Batista no tenía más nada que proponer porque “había perdido el dominio de la situación”. En lo que se asimilaba a una respuesta negativa, Batista contestó que el ejército se “desintegraría” si se marchaba del país. Minutos más tarde, volviendo sobre sus pasos, preguntó si podía establecerse en Daytona Beach, Estado de la Florida, y Smith le contestó que sería mejor, para su seguridad personal, que se pasara un año en España.
Faltaban apenas dos semanas para que Fulgencio Batista huyera, no a los Estados Unidos sino a la República Dominicana presidida por Rafael Trujillo, luego a Portugal y España donde moriría en 1973. Batista no podía permanecer más en el poder porque todo su entorno estaba viciado. Otros, más drásticos, dirán “podrido”. Tenía un ejército casi intacto de 40.000 efectivos pero los altos mandos no querían combatir contra unos pocos cientos de guerrilleros. ¿Falta de convicción, de voluntad, para pelear? El gobierno de Batista se desintegraba de a poco sin que se pudiera evidenciar que la situación económica cubana era desesperante. “A pesar de la intermitente violencia revolucionaria, 1957 fue el año cumbre de la economía cubana. A fines del mismo, La Habana rebosaba de actividad, alegría y optimismo” se atrevió a decir Mario Lazo en su obra “Cuba traicionada. Una daga en el corazón”. La inflación era baja, fluían inversiones, la balanza comercial era favorable y La Habana era considerada una de las ciudades más adelantadas del planeta. Cuba, con una población de 6,5 millones de habitantes, tenía una tasa de mortalidad infantil más baja que la de Estados Unidos, Canadá y la Argentina. ¿Había pobreza, desigualdades? Claro que las había pero no en la dimensión que vendría más tarde.
En materia de bienes suntuarios, en 1959, según las estadísticas de Naciones Unidas, había una radio cada cinco habitantes; un televisor cada 28; un teléfono cada 38 y un automóvil cada 40 habitantes. La educación pública tenía 25 mil maestros y 3.500 la privada. Cuando el escaso exilio cubano llegó a la Argentina se sorprendió por el grado de ausencia de confort en que se vivía. Más aún cuando se sostenía que ese país fuerte, que prometía, en el Sur de Sudamérica, era acaso una potencia emergente. En Centroamérica, a manera de ponderación, se sostenía que “los cubanos son los argentinos del Caribe”. En Buenos Aires circulaban los Packard 49 mientras La Habana estaba atestada de los modelos más modernos de la época, hoy fieles testigos de tiempos mejores. Entonces, el problema en Cuba era político, institucional, y Batista se negaba a reconocerlo. Una sociedad moderna, o que aspiraba a serlo, no podía contar con ese Presidente que, además, era un dictador. Entonces llegó Fidel Castro, algo peor. Cuando Cuba, en general, se dio cuenta, había cambiado un dictador por un tirano. Así, se fueron los gringos y llegaron los bolos (rusos).
El sábado 20 de diciembre cayó la guarnición de Palma de Soriano, sobre la Carretera Central, casi en el medio de las ciudades de Bayamo y Santiago. La ciudad de Cienfuegos, en la provincia de Las Villas, estaba al alcance de las manos del Che y Camilo Cienfuegos. Todo se venía abajo. Hugh Thomas, en su obra “Cuba, la lucha por la libertad”, agrega que la llegada de Ernesto Guevara a Las Villas contó con la adhesión del Partido Comunista a “la causa revolucionaria”: esto significó que los comunistas de Las Villas ya estaban en armas y estuvieron dispuestos a apoyarlo en todo”. En el frente de Las Villas un tren blindado cargado con soldados y pertrechos para enfrentar a Guevara luego de negociaciones fue vendido por el coronel Hernández en cincuenta mil pesos, pagados por Arnaldo Milián, representante clandestino en Las Villas del PSP (comunista). Cuando el pago se concretó, a Hernández se le permitió escapar a Miami en un monomotor Cesna. Los jefes militares que no se rendían por la fuerza de las armas lo hacían tras recibir sumas de dinero. El 7 de julio de 1968, hablando sobre la revolución castrista, Juan Domingo Perón le diría a un grupo de estudiantes argentinos en Madrid: “En Cuba los revolucionarios luchaban contra un Ejército que era cualquier cosa menos un Ejército. Mandaban un general y le daban 10.000 dólares y entregaba todo. Eso era jauja. En nuestros países no. En nuestros países hay una fuerza militar organizada, que sabe luchar, que va a luchar, disciplinada, etc. Y hasta que esa disciplina no se rompa es difícil voltear ese muro, diremos así.”
El 24 de diciembre de 1958 tres altos jefes militares cubanos entraron en la residencia del embajador Smith para conferenciar. El más importante era Francisco Tabernilla Dolz, conocido por la tropa como El Viejo Pancho, comandante en jefe de las fuerzas armadas cubanas. Durante el diálogo Tabernilla Dolz le dijo a Smith que la situación era gravísima y que sus soldados no querían pelear. Eso significaba que el gobierno no podría sobrevivir mucho tiempo”. Entre el 24 y el 31 de diciembre se realizaron innumerables alternativas para frenar la victoria de Fidel Castro.
Mientras se tejían toda clase de alternativas y rumores, el domingo 28 de diciembre Castro se encontró con el general Eulogio Cantillo, con el consentimiento del general Francisco Tabernilla Dolz en las cercanías de Palma Soriano. En esa oportunidad, Castro volvió rechazar la idea de la formación de una Junta Militar y exigió la entrega del poder a las fuerzas del Ejército Rebelde. Antes de despedirse Cantillo se comprometió ante testigos a encabezar una sublevación militar el miércoles 31 de diciembre de 1958, detener a Batista y entregar el mando. En consecuencia Fidel mandó detener las actividades militares para darle tiempo a Cantillo para que entrara en La Habana pero el general rompió su palabra, le informó a Fulgencio Batista y le dio plazo hasta el 6 de enero de 1959 para abandonar Cuba. Batista presentía su caída por eso el 29 mandó secretamente a sus hijos al exterior (EEUU) y quemó sus papeles privados y su correspondencia. El 30 de diciembre la columna de Ernesto “Che” Guevara tomó gran parte de la ciudad de Santa Clara y se hizo de cuantiosos pertrechos militares. El miércoles, 31 de diciembre de 1958, como todos los años, Batista solía invitar, mediante tarjeta RSVP, a numerosos invitados a esperar la llegada del Año Nuevo en los salones del Cuartel de Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad) defendido por un amplio murallón con torretas para soldados cada 20 metros. Esta vez la lista de invitados no pasaba de setenta, es lo que contó el embajador Earl E. T. Smith con precisos detalles. La atmósfera era tensa y se podía observar que tanto el secretario privado del dueño de casa (Andrés Domingo) y el Ministro de Estado, Gonzalo Güell, caminaban entre las mesas aferrados a grandes sobres de papel Manila. Pocos podían saber que adentro estaban los pasaportes. Batista se paseó entre los presentes y saludaba a cada uno de los invitados con una palabra agradable. Gran parte de la recepción se la pasó en el hall de entrada, con sus íntimos, y en un cuarto adyacente donde recibía informes de la situación que le entregaban los jefes militares. A eso de la una de la madrugada la señora Marta Fernández Miranda de Batista abandonó el salón anunciando que se iba a cambiar de vestido porque sentía frío. Minutos más tarde los invitados comenzaron a abandonar la fiesta y se despedían del dueño de casa con un “hasta mañana Presidente”, sin sospechar la mayoría que no lo verían más. Cerca de las dos de la madrugada Fulgencio Batista renunció y se designó un gobierno provisional presidido por Carlos Piedra, un veterano juez de la Corte de Justicia. El general Eulogio Cantillo Porras fue designado titular del Estado Mayor del Ejército.
Seguidamente, Batista, su esposa, su hijo Jorge; jefes de las Fuerzas Armadas; ministros de gobierno y jefes de la policía, sus esposas y sus hijos, se dirigieron al aeropuerto militar de Columbia, en cuya pista esperaban tres aviones DC-4 del Ejército de Cuba, conducidos por pilotos de Cubana de Aviación. Los pilotos no sabían a quiénes esperaban, ni su misión, hasta que vieron llegar la caravana de unos 30 automóviles con el ex presidente a la cabeza. Fulgencio Batista no estaba en condiciones de decidir quiénes serían algunos de los “elegidos” a huir. Esa tarea, según se cuenta, la cumplió el coronel Orlando Piedra Negueruela. Luego de gritar “Señores, ¡esto se acabó!” el temible jefe policial de Batista hizo subir, entre otros, a los jefes más duros de la represión batistiana…sin contar los que ya estaban ya dentro. Los motores de los aviones casi no dejaban escuchar. La Operación Fuga terminaba, mientras que en las inmediaciones de la pista decenas de hombres se enfrentaban a un incierto destino. Por ejemplo, José Castaño Quevedo, el segundo de Mariano Faget (jefe de la represión anticomunista), no alcanzó a escapar y fue fusilado por el Che Guevara en la fortaleza de La Cabaña. Los pilotos no sabían cuál era el plan de vuelo, recién lo conocieron cuando estuvieron en el aire. Uno de los aviones transportó a Batista, su esposa y su hijo, el Ministro de Estado Güell y su esposa, el doctor Rivero Agüero, el coronel Piedra y otros funcionarios. Batista se tuvo que contentar con aterrizar en Ciudad Trujillo, República Dominicana. Los otros dos aviones salieron con el gobernador de La Habana, Francisco “Panchín” Batista Zaldívar, hermano del presidente, y demás colaboradores íntimos. Todo fue tan poco planificado que el embajador play boy dominicano Porfirio Rubirosa, yerno de Trujillo, le contó a Smith que su gobierno desconocía el destino de Batista. Fue como un “aquí estoy”. A las 8 de la mañana Ranfis Trujillo, primogénito de El Benefactor dominicano, recibió a los fugados en la Base Militar San Isidro. La caravana de la derrota estaba compuesta por el ex presidente, sus familiares, su servicio doméstico, generales, almirantes, embajadores, agentes policiales. Fueron llevados a la embajada cubana donde Batista habló telefónicamente con Leónidas R. Trujillo. Poco después el grupo se dividió. Unos fueron al Palacio Presidencial, otros al Hotel Jaragua, los más a modestos hoteles. Los Batista y sus 25 valijas, más sus empleadas domésticas, estuvieron dos semanas en el Palacio Presidencial. El Presidente Trujillo estaba indignado con Batista. Le dijo a su ayuda de cámara: “Este tipo le ha regalado el país a los fidelistas. Ahora tenemos el costado abierto al ataque directo. Por eso no me contesto la oferta de apoyo por aire, mar y tierra que le llevó (el general Arturo) Espaillat. Llama a Ranfis y averigua con él si Johnny Abbes García (jefe del Servicio de Inteligencia de Trujillo) había sido dejado abandonado por Batista en La Habana.” Después de confirmarlo, Trujillo no le perdonó el haberlo dejado abandonado en Cuba. Abbes García portaba papeles muy secretos de la intimidad trujillista y finalmente pudo escapar de las fuerzas castristas.
El ex Secretario de Prensa del dictador cubano, Enrique Porras, detallo que Batista le debía dinero a Trujillo por compras previas de armamentos, que debió abonar antes de salir de República Dominicana: 600.000 dólares de armamentos; 800.000 dólares por pago pendiente al traficante de armas americano y 2.500.000 de dólares para dejarlo salir de Santo Domingo. Después de pagar dichas cantidades, Trujillo exigió un millón más, lo que retrasó en 24 horas su salida de la isla mientras conseguía la cantidad reclamada.
En los primeros instantes del 1° de enero de 1959, a unos kilómetros del Cuartel de Columbia, el clima del Nuevo Año era diferente. Otros aires se respiraban en la residencia y el jardín del presidente del Tribunal de Cuentas. Mujeres de largo, algunos hombres con smoking de saco piel de tiburón, otros de traje blanco… nada de guayaberas. Un muy moderno equipo de sonido vibraba a todo volumen obligando a varias parejas a formar un trencito que se mecía. Desde la calle se escuchaba la voz de un argentino que recitaba, acompañado por unos fabulosos instrumentos de viento y un coro:
“Lola con tu indiferencia a mí corazón lo vas a matar
Sabes muy bien que se está muriendo por ti.
Sin tu querer sé que dejará de latir
Lola, ay Lolita Lola, conmigo vas a acabar.”
Era el tema “Ave María Lola” de La Sonora Matancera, con la voz de Israel Vitensztein Vurm, más conocido como Carlos Argentino, el Rey de la Pachanga, un muchacho nacido en el lejano barrio de La Paternal, Buenos Aires, e hincha del club del fútbol Argentinos Juniors. Bien entrada la madrugada, mientras la fiesta alcanzaba su mayor nivel una persona del servicio doméstico se acercó al dueño de casa para decirle que tenía un llamado telefónico. El titular del Tribunal de Cuentas escuchó que le decían: “Batista se fue del país”. Cuando colgó, incrédulo, comentó a los presentes el mensaje que le habían dado y se sumergió nuevamente en la pista de baile. Algunos de los invitados que estaban un poco más sobrios se abalanzaron sobre el teléfono, se comunicaron con otras fuentes, y confirmaron que la noticia era cierta. A partir de ese instante se produjo una fenomenal corrida en la que se pisaban unos a otros intentando salir de la residencia, apurados por dirigirse a sus automóviles. No muy lejos de allí, en la residencia del embajador de Brasil, Vasco y Virginia Leitao da Cunha celebraban el Año Nuevo junto con algunos colaboradores y su asilada Juana de la Caridad “Juanita” Castro Ruz, hermana menor de Fidel y Raúl. Tal como cuenta en “Mis hermanos” bien pasada la medianoche se escucharon fuertes golpes en la puerta de la casa al tiempo que un hombre del otro lado gritaba: “¡Ábranme la puerta, por favor. Ábranla!”. Los dueños de casa fueron a recibir al desesperado visitante. Al verlo, la esposa del embajador exclamó: “Otto, por Dios. ¿Qué sucede que has llegado en estas condiciones”.
--”Oficialmente, les estoy pidiendo asilo, mi vida corre peligro”. Quien hablaba sobresaltado era Otto Meruelos, el Ministro de Información de Fulgencio Batista.
--”¿Asilo político? ¿Tú? ¿Acaso Batista se te ha volteado en contra y quiere matarte?”
-- “Vasco, Virginia: peor que eso ¡El presidente Batista se despidió hace unos minutos del país y se ha marchado al extranjero! Los rebeldes han tomado prácticamente todo el territorio y es cuestión de días que entren en La Habana. Batista se ha marchado al exilio, sin darnos indicio alguno, y nos ha dejado colgados. Mi vida está en peligro.”
Así fue como la hermana de Fidel Castro Ruz se enteró del colapso del gobierno de Fulgencio Batista. Esa noche parecía que se acercaba la felicidad para “Juanita”. No duró demasiado, en menos de un lustro huiría de Cuba. De la Cuba gobernada por sus hermanos y el Che Guevara, a quien detestaba. Consideraba que se habían traicionado los ideales de la revolución. Juana de la Caridad Castro Ruz se sintió estafada. En realidad, a contramano de toda la parafernalia histórica del castrismo, repetida hasta el cansancio una y mil veces, la toma del poder por el comunismo en Cuba fue una de las experiencias más exitosas del Partido Socialista Popular (PSP) cubano. Socialista se decía pero en realidad era comunista. La operación no se imaginó en 1959, venía de antes. No fue el producto del “vacío” creado por el gobierno norteamericano, aunque la insensatez estadounidense le tendió una alfombra roja.
El comandante Fidel Castro pasó la noche del 31 de diciembre de 1958 en un ingenio azucarero cercano a Palma Soriano, provincia de Oriente, acompañado por Celia Sánchez Manduley (a) Norma y algunos de sus comandantes y se enteró de que el dictador había huido, durante la madrugada, escuchando la radio. Coincidentemente, a pocas cuadras del comando de Castro se encontraba el actor Errol Flynn rodando una película. En la mañana del 1° de enero de 1959, Fidel Castro lanzó una proclama por Radio Rebelde desconociendo al gobierno provisorio del doctor Piedra y llamó a una huelga general para el día siguiente. Al mismo tiempo ordenó a los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara de la Serna avanzar sobre La Habana y apoderarse del Cuartel Columbia y la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña. Raúl Castro se hizo cargo del mando militar en Santiago. Él se reservó el cargo de Comandante en Jefe del Ejército. Los comandantes Cienfuegos y Guevara del MR-26 de Julio arribaron a La Habana la tarde del viernes 2 de enero de 1959, el mismo día que Fidel Castro y su columna entraba en Santiago, la segunda ciudad más importante de Cuba, rodeado por una adhesión popular enorme. Desde allí nombró a Manuel Urrutia Lleó presidente provisional de Cuba y declaró a Santiago la capital provisional del país. Lejos de las formalidades, Castro comenzó a gobernar, inicialmente con un claro objetivo: destruir todo aquello que ligaba con “el viejo orden” y, como dijo en su primer discurso, “la revolución empieza ahora”. Urrutia sólo pudo designar en su gabinete al Ministro de Justicia porque todos los demás se los nombró Castro. Con las primeras luces del 3 de enero Guevara se hizo cargo de La Cabaña, un antiguo fuerte que dominaba el puerto de La Habana, que pasaría a convertirse en el símbolo atroz de la represión castrista. Sus efectivos, rendidos previamente a los guerrilleros del 26 de Julio, lo esperaban en formación castrense. Guevara les dirigió unas palabras y los humilló calificándolos de “ejército colonial” que sólo le podían enseñar a sus milicianos a marchar mientras éstos podían enseñarles a “combatir”. Jon Lee Anderson en su libro “Che Guevara, una vida revolucionaria” observa que La Cabaña era un destino militar modesto para Guevara y explica que Fidel Castro lo quiso así para no exponerlo porque para los batistianos, sus seguidores y Washington era un “comunista internacional” y no quería tener problemas antes de asirse del poder.
A través de la Carretera Central, Fidel Castro encabezó durante cinco días una larga marcha desde Santiago hacia la ciudad de La Habana en la que fue aclamado por las multitudes de todos los pueblos de las provincias Oriente, Camagüey, Las Villas, Matanzas y La Habana. Todo seguido atentamente por la televisión nacional. Después de Venezuela, el miércoles 7 de enero de 1959 el gobierno de los EEUU reconoció al gobierno revolucionario de Urrutia Lleó. Tres días más tarde el gobierno soviético –que no tenía embajada en La Habana-- también lo reconoció. Ese mismo día, Castro ya se encontraba en la provincia de Matanzas y el primer periodista televisivo extranjero que pudo entrevistarlo fue el director del noticiero de Televisa, Jacobo Zabludovsky, quien seis meses antes había hecho lo mismo con Fulgencio Batista y éste le dijo que todos los guerrilleros habían muerto.
Fidel Castro entró en La Habana a bordo de un tanque y luego en un jeep militar recorrió el Malecón y las principales avenidas de la ciudad. Más tarde habló a una multitud que deliraba en el cuartel militar de Columbia. En un momento lo miró al comandante Cienfuegos y le preguntó en voz alta: “¿Lo hago bien Camilo?” En un momento de su agotadora jornada del jueves 8 de enero de 1959, el comandante Ernesto “Che” Guevara tomo una hoja impresa con los títulos de “República de Cuba”, más abajo “Ministerio de Defensa Nacional. Ejército” y comenzó a escribir una carta de despedida (cuya copia tengo en mi archivo) que decía así:
“Querida Hilda:
La magnitud de cosas que había que resolver me impidió escribirte antes y lo hago hoy, día de la entrada de Fidel que ha volcado sobre él La Habana entera.
Podría escribirte muy largo sobre todo lo que pasa por mi cabeza luego de una lucha tan ardiente que llega a su primera etapa hoy, empezando ya la segunda. Te interesará mucho todo esto, ya lo sé, pero el problema personal que hay entre nosotros hace que me vea obligado a hablar de ello.
Tú siempre ignoraste mi resolución de acabar nuestras relaciones pero eso estaba firme en mi espíritu y nunca me consideré ligado a ti después de la salida del “Granma”; ése era nuestro acuerdo.
Ahora llegamos al punto de conflicto: considerándome libre establecí relaciones con una muchacha cubana y vivo con ella a la espera de poder formalizar nuestra situación.
Tu presencia aquí no traerá más que conflictos y problemas personales para mí.
Quiero que comprendas que siempre traté de herirte lo menos posible, respeté todo lo que me permitían las circunstancias nuestro pacto y públicamente ser mi mujer, quisiera que la retribución tuya y un divorcio sencillo, sin publicidad.
Te diré que lo que más quiero en este momento es ver a Hildita. Veré si puedo darme un viaje por Perú cuando cese el” (incomprensible) “de reconstrucción que hay” (incomprensible).
Hilda. No quiero escribir más las palabras huelgan. Te abraza con todo el cariño de compañero y padre de nuestra hija.”
Ernesto.
Al día siguiente de escribir la carta, el viernes 9 de enero de 1959, el argentino comandante Ernesto Guevara será declarado “ciudadano nativo” de Cuba. El mismo día, en un avión de Cubana de Aviación fletado por Camilo Cienfuegos arribaron a La Habana, Ernesto y Celia, sus padres, acompañados por Celia hija y su hermano Juan Martín. También llegaron varios cubanos exiliados en Buenos Aires y su amigo Jorge Masetti, a quien se le encargaría fundar la agencia noticiosa Prensa Latina y que cuatro años más tarde intentaría invadir Orán, Salta, con soldados cubanos. Guevara ya convivía con Aleida March cuando marcharon juntos hacia La Habana el 2 de enero de 1959. El 22 de mayo de 1959 logró su divorcio de Gadea y el 2 de junio, a punto de cumplir treinta y un años, se casó con Aleida. La fiesta de casamiento se llevó a cabo en la casa del jefe de su escolta Juan Alberto Castellanos Villamar (cubano, integrante del Ejército Guerrillero del Pueblo que lideró Jorge Massetti y que asoló la Argentina a través de Salta) y asistieron, entre otros, Efigenio Ameijeiras, jefe de la Policía Nacional Revolucionaria; Raúl Castro y su esposa Vilma Espín; Harry Villegas Tamayo (a) Pombo (que lo seguiría más tarde al Congo y a Bolivia) y Celia Sánchez Manduley, amiga íntima de Fidel Castro. Diez días más tarde iniciaba un largo viaje que lo llevaría a Italia, Egipto, Yugoslavia, Cercano Oriente, India, Indonesia y Japón, con el objetivo de abrir y ampliar nuevos mercados para el azúcar cubano. En El Cairo inició secretamente negociaciones con la URSS, acuerdo que sería anunciado al año siguiente con la visita de Anastas A. Mikoyan.
lunes, 29 de abril de 2024
domingo, 14 de abril de 2024
Guerra de Secesión: El infierno de Andersonville
Sobreviviente del campo Andersonville
Un prisionero sobreviviente del campo de prisioneros de Andersonville, el propio campo de concentración de Estados Unidos, 1864-1865
Andersonville o también conocido como el campo de Sumter, fue un campo de concentración administrado por los confederados durante la guerra civil estadounidense para soldados de la Unión. Estuvo en funcionamiento durante los últimos 14 meses de la guerra civil. Andersonville tenía aproximadamente 45,000 y 13,000 de ellos morirían como resultado de su internamiento en Andersonville.
Andersonville tuvo varios problemas que llevaron a altas tasas de mortalidad. Es más fácil compilarlos en una lista. También proporcionaré un mapa de Andersonville para que pueda ver estas características más fácilmente. Aquí están:
1. El suministro de agua estaba muy contaminado. Andersonville tenía un río muy pequeño que fluía a través de él, en el que los soldados confederados arrojaban heces y orina río arriba para propagar enfermedades en el campamento.
2. Enfermedades como el escorbuto, la diarrea y la disentería eran muy comunes. Los parásitos como el anquilostoma también eran comunes. Muchos presos murieron de enfermedades ya que se practicaba muy poca higiene.
3. Era muy difícil escapar de las defensas alrededor del campamento. Una empalizada alta de 19 pies dificultaba que alguien saliera del campamento. Los guardias de las plataformas llamadas palomares disparaban a cualquiera que veían tratando de escapar.
4. La comida era muy mala en el campamento y cualquier alimento con algún tipo de valor nutricional bueno era raro.
5. La estructura social desempeñó un papel vital. Los presos a menudo se encontraban en grupos. Cada uno de estos grupos jugó un papel diferente en la jerarquía de la prisión. Ejemplos de estos grupos fueron los Anderson Raiders y los Reguladores. Los asaltantes atacarían a otros grupos y robarían alimentos, suministros y ropa. Los reguladores se crearon para combatir a los asaltantes e incluso celebraron sesiones judiciales, en las que los presos ahorcaron a 6 asaltantes por sus delitos contra otros reclusos.
6. Los presos no recibieron ropa, y esto dejó a los presos con sus uniformes que se hicieron jirones a medida que pasaban los meses y exponían a los presos a los elementos.
martes, 26 de marzo de 2024
miércoles, 13 de marzo de 2024
Malvinas: Un oficial argentino complicado
La “bestia negra” de Malvinas: la historia del militar argentino que todavía despierta terror en las islas
Douglas Patrick Dowling, alias “El Inglés”, era un mayor del Ejército argentino al que acusan de violar derechos humanos en los primeros días de la guerra; dramáticos testimonios
LA NACION
Hay un militar argentino cuyo apellido todavía causa escalofríos en las islas Malvinas. A 40 años de la guerra, su sola mención afecta a los hombres, mujeres y niños isleños que lidiaron con él. Algunos aún sufren de estrés post traumático por sus acciones, que remiten a las peores prácticas de la dictadura. Es la “bestia negra” de las islas.
Ese militar figura en los legajos de la Conadep y
en al menos dos causas de lesa humanidad. Pasó a retiro en los primeros
años de la democracia y murió en 2000. Pero en las islas es como si no
hubiera muerto. Allí todavía se habla de él en presente. Acaso porque
muchas víctimas aún le temen. Como la niña a la que amenazó con un rifle en la cara.
O los hombres a los que simuló ejecutar. O aquellos a los que golpeó
hasta derribarlos. O al que subió a un helicóptero y le abrió la puerta
lateral, como en los “vuelos de la muerte”. O las mujeres a las que pregonó las bondades de encarar una “solución final”. Todo eso y más, en violación a la Convención de Ginebra.
Si terminar con los isleños fue su intención real, jamás se sabrá. Porque ese militar duró apenas cuatro semanas en las islas. Un superior, mano derecha del general Mario Benjamín Menéndez, ordenó su regreso al continente, preocupado por sus acciones. Pero la sombra del militar es, todavía hoy, un obstáculo en el diálogo. Decía llamarse Patricio Dowling, ser descendiente de irlandeses y detestar todo lo británico, aunque ese era uno de sus “nombres de guerra” en los centros clandestinos de detención: “El inglés”.
Su verdadero nombre era Douglas Patrick Dowling y llegó a Stanley con
36 años y rango de mayor del Ejército, en las primeras horas del 2 de
abril, tres días antes de que la ciudad capital de las islas pasara a
denominarse Puerto Rivero y, luego, Puerto Argentino. Desembarcó como máximo responsable de la Policía Militar, aunque su misión real era otra: contraespionaje.
Es decir, detectar a los isleños que pudieran encarnar la resistencia o
pasarles información a las tropas británicas. Pronto quedó claro que
sabía quién era quién, según relatos coincidentes.
Esos testimonios, que LA NACION recabó en las islas, ahondan en una faceta de la guerra que muchos prefieren callar u ocultar. Como los relatos de los excombatientes que afrontaron torturas físicas y psicológicas de un centenar de militares –estaqueamientos y enterramientos incluidos- y reclaman que la Corte Suprema tome una decisión. ¿Son delitos de lesa humanidad -y por tanto, juzgables, como resolvió un Juzgado y una Cámara Federal- o son delitos comunes y están prescriptos -como sostuvo la Casación Penal-? Ahora los isleños aportan otra faceta de esas agresiones.
"Cruzaron la calle, lo puso a papá de rodillas junto a la orilla, le dijo que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza, para ver si se quebraba"
Nicholas Pitaluga
El ejemplo más brutal del accionar del mayor Dowling entre los isleños acaso fue contra una niña que tenía 12 años en 1982, Lisa Watson,
editora hoy del semanario local, Penguin News. Su padre, Neil, había
llamado a los argentinos para informarle que seis soldados británicos
que habían escapado durante el desembarco del 2 de abril estaban en su
casa, dispuestos a rendirse. Poco después, dos aviones Pucará
sobrevolaron su casa y tres helicópteros aterrizaron a su alrededor. Con
los marines ya esposados, Dowling pateó la puerta y obligó a los Watson
a pararse contra la pared. Pero la niña siguió sentada, a pesar de los
ruegos de sus padres y los gritos del militar, que le apuntó con el
rifle y amenazó reiteradas veces con dispararle. Hasta que se dio por
vencido. La niña no se movió del sofá.
“Recuerdo que Dowling tenía el casco puesto, pero es poco más lo que puedo decirle. Todo pasó muy rápido, aunque me quedó la impresión de sus facciones, que era buen mozo, muy limpio. Pero yo era una niña”, contó Watson a LA NACION.
Los testimonios coincidieron sobre ese punto. Los isleños describieron a Dowling como alguien muy preocupado por su apariencia, siempre afeitado y peinado, que hablaba inglés fluido y que siempre se movía con su uniforme limpio y planchado, en línea con el testimonio de una de las víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención El Vesubio, Hugo Luciani. Lo recordó como “un hombre de cultura, [...] de tener una voz bien conformada, inclusive por su ropa, su calzado, era una persona que demostraba tener algún estudio”.
Pronto,
se sumaron otros incidentes. Como el de Robin Pitaluga, quien murió un
par de años después. “Papá tenía un carácter fuerte y se resistía al
adoctrinamiento que querían imponer los argentinos. Una noche escuchó
por radio un mensaje que el almirante Sandy Woodward [máximo responsable
de la flota británica que iba hacia las islas] quería hacerle llegar a
Menéndez para que se rindiera. Así que mi papá se encargó de eso. Poco
después aparecieron los helicópteros”, relató Nicholas Pitaluga.
“Recuerdo que cuando se lo llevaban a papá, mamá les reclamó a los
gritos una constancia porque sabíamos lo que ocurría en la Argentina
cuando los militares se llevaban a alguien. Así que uno de los soldados
le extendió un recibo, como si papá fuera una mercancía”.
En Puerto Argentino ocurrió lo peor. “Lo trasladaron a la Estación de Policía en Stanley, donde Dowling lo tomó como un líder de los isleños. Así que cruzaron la calle, lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza, para ver si se quebraba. Luego lo pusieron bajo arresto domiciliario”, relató Nicholas, quien había estudiado el secundario en Córdoba, donde una de sus maestras había desaparecido. El 2 de abril lo sorprendió en Buenos Aires, cuando volvía de Nueva Zelanda, donde cursaba la universidad. Nunca más volvió al continente, aunque sigue en contacto con sus amigos.
“Algunos militares expresaban abiertamente su interés por ir más lejos -dijo Pitaluga, hijo, a LA NACION-. Hablaban de una ‘solución final’. Pero otros respetaban el ‘código de honor’ militar, así que prefiero pensar que las cosas pudieron ser mucho peor para los isleños. De hecho, Dowling era como [Alfredo] Astiz. Ojalá ambos estuvieran en prisión”.
Como los “vuelos de la muerte”
Dowling actuaba con visos de espectacularidad. También recurrió a los helicópteros cuando buscó a otro isleño, Bill Luxton.
Doce buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa y Dowling se llevó al isleño, a su esposa y a su hijo
adolescente a Puerto Argentino. En pleno vuelo temieron por sus vidas.
Ocurrió cuando les abrieron la puerta del helicóptero sobre el mar, algo
que les recordó a los “vuelos de la muerte” que ya eran conocidos fuera
de la Argentina.
“Ya habíamos tenido un incidente previo, el 2 o 3 de abril, cuando me llevaron detenido a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”, recordó Luxton, quien por entonces era funcionario en las islas. “Después me advirtió que no me metiera en problemas. ‘Tenemos muy malos reportes sobre usted, ándese con cuidado’, y dijo que tenía informes detallados sobre más de 600 de nosotros. No sé si sería cierto, pero sí puedo decirle que sabía mucho sobre mí”.
"Me llevaron a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”"
Bill Luxton
Luxton no fue el único al que Dowling mencionó esos informes de inteligencia. “Sé todo de usted”, le previno a John Smith, un marino mercante británico que llegó a las islas en 1958, se enamoró de una isleña, Ileen, y se quedó. Hoy, octogenario, fue el primer director del Museo local y autor de varios libros. Es considerado el máximo historiador local. “Dowling tenía legajos de todos, con precisiones sobre sus ideas políticas, afinidades y parentescos. Según él, era el trabajo de diez años, con buena inteligencia”, relató Smith a LA NACION, en su casa de las afueras de la ciudad. Poco después, un conscripto comenzó a vigilar sus movimientos. Y con el paso de los días terminó dándole de comer. “A diferencia de los oficiales, los soldados pasaban hambre. En la zona oeste de la ciudad desaparecieron todos los gatos, carnearon un caballo y varias ovejas”.
Dowling repitió su abordaje con un agente de la Policía local hasta el desembarco, Anton Livermore.
“Me relató mi vida. Cuál era mi familia, a qué colegio había ido, mis
trabajos previos. Yo había simulado que no hablaba español, pero él
sabía que había pasado dos años en la Argentina”, rememoró. Para más
precisiones, estudió parte del secundario en Bariloche y conoció de
primera mano cómo actuaba la dictadura. “No dudo que si Dowling hubiera estado más tiempo en las islas, no hubieran quedado muchos isleños”.
El propio Dowling se encargó de fomentar ese temor entre los isleños. En ocasiones, de manera deliberada; en otras, sin saberlo. En el Upland Goose, por entonces uno de los dos hoteles de Puerto Argentino, le exigió al dueño, Desmond King, que le entregara la mitad de las habitaciones y le diera de comer a él y a otros oficiales, “por las buenas o por las malas”.
Fue durante una de esas comidas en el Upland Goose que Dowling discutió con otros oficiales argentinos la idea de implementar una “solución final” con los isleños, mientras que las hijas del dueño, Anna y Alison King, servían su mesa. Ambas habían estudiado el secundario en Montevideo y hablaban español, lo que ocultaban. “Dijo que el problema éramos los isleños y que sin nosotros, Londres no enviaría tropas. Así que lo mejor era ´exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó”, sostuvo Alison. A su lado, Anna, asintió.
Golpes e interrogatorios
Los incidentes se sucedieron. Dowling recurrió a los helicópteros para ir a San Carlos, donde hizo alinearse a hombres, mujeres con bebes en brazos y niños frente a un galpón. Cuando el gerente de la granja, Allan Miller, protestó por el maltrato, el militar lo golpeó hasta que el isleño no pudo levantarse del piso. “Lo golpeó varias veces con la culata de su rifle o fusil, y cuando estaba en el piso, se puso detrás suyo, le apuntó a la espalda y empezó a interrogarlo”, detalló su hermano Tim, quien cuida del cementerio argentino en Darwin y del británico en San Carlos desde hace años.
"Decía que sin nosotros Londres no iba a reaccionar. Lo escuchamos decir que lo mejor era ‘exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó"
Alison King
Dowling
encaró varios interrogatorios en la estación de Policía en Puerto
Argentino. Así lo hizo con un empleado de Obras Públicas, Philip Rozee, a
quien lo acusó de espionaje, mientras que sus subalternos lo cacheaban,
manoseaban e insultaban. Y también con el contralor del tráfico aéreo
en el aeropuerto local, Gerald Cheek. “Al final de la
‘conversación’, Dowling sacó una pistola y golpeó el escritorio,
exasperado por mis respuestas”, resumió. El primero fue deportado; el
segundo, trasladado a la isla Gran Malvina.
Al final, sin embargo, los métodos de Dowling resultaron contraproducentes para los planes argentinos. Los isleños redoblaron su colaboración clandestina con las tropas británicas, antes y después de su desembarco, mientras que él fue reenviado al continente el 26 de abril, semanas antes del desembarco británico en la bahía San Carlos. Así lo ordenó el entonces secretario general de Menéndez, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve, quien conocía las islas y a los locales desde los años 70, cuando fue uno de responsables de implementar en el terreno los “Acuerdos de Comunicaciones”.
“Bloomer Reeve era una buena persona y nos cuidó. Sin él, todo hubiera sido peor”, evaluó el entonces director de la radio local, Patrick Watts. Él también sufrió los métodos de Dowling y sus acólitos. “Cuando estaban deteniendo a Cheek, que era mi vecino, para llevarlo a la estación, protesté y terminé con una pistola en el estómago. Por suerte pasó un capitán argentino que me conocía y me defendió”. Poco después, fue a verlo a Bloomer Reeve.
-¿A dónde están enviando a toda la gente?
-¿Qué gente?- recuerda Watts que le respondió el oficial de la Fuerza Aérea.
-¿La van a desaparecer? ¿La van a tirar a la bahía como hacen en el Río de la Plata?
-No seas estúpido. Dame un minuto.
“Adelante mío, Bloomer Reeve levantó el teléfono”, recordó Watts. “Luego cortó y dijo una sola palabra: Dowling. Poco después, a Dowling lo trasladaron al continente”.
Lesa humanidad
Dowling estuvo asignado a las islas Malvinas hasta el 26 de abril, de acuerdo a la copia de su legajo del Ejército Argentino que obra en el Tribunal Oral Federal de Santa Fe, donde también se lo investigó por su participación en crímenes de lesa humanidad como parte del Destacamento de Inteligencia 122 que actuó en esa provincia. Dowling falleció, pero otro acusado en ese expediente, el interventor de facto de la provincia José María González, terminó condenado a prisión perpetua por homicidio doblemente calificado en concurso real con privación ilegal de la libertad y allanamiento ilegal de domicilio.
En el legajo de Dowling consta que se retiró en 1986 con el grado de teniente coronel. A lo largo de su carrera militar, que comenzó en diciembre de 1964, acumuló múltiples apercibimientos y días de arresto. Pero sus superiores lo definieron como “serio, subordinado, respetuoso y con capacidad de mando”. Así no lo caracterizó Bloomer Reeve.
El número dos del general Menéndez falleció días atrás con el rango de brigadier. Pero antes confirmó que ordenó la remisión de Dowling al continente. Lo hizo ante el periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, quien conocía a oficial argentino de su anterior paso por las islas y lo entrevistó para el libro “Invasión 1982. La historia de los isleños”.
“Dowling consideraba a todo isleño como un enemigo. Muchos otros oficiales jóvenes pensaban lo mismo, pero no tenían poder. Este hombre, en cambio, era el jefe de Policía. Él tenía ‘el’ poder”, afirmó, antes de relatar que lo citó a su oficina, le ordenó ser “más cordial” con los locales, y le recordó que tenía que obedecer las órdenes dadas por un superior, aunque se las impartiera un oficial de la Fuerza Aérea. Pero Dowling respondió con “hosquedad”, así que se reunió de apuro con Menéndez y le pidió que apoyara su decisión de reenviarlo al continente. Tres días después, Dowling se marchaba de Puerto Argentino, donde todavía lo recuerdan -y temen- en tiempo presente.
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