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miércoles, 9 de diciembre de 2020

Comunismo: Aleksandr Lvóvich Parvus

 Aleksandr Lvóvich Parvus

 



Aleksandr Lvóvich Parvus (Алекса́ндр Льво́вич Па́рвус, nacido Izráil Lázarevich Guélfand, también transcrito como Helphand; en ruso, Изра́иль Ла́заревич Ге́льфанд), más conocido por su seudónimo Alexander Parvus, fue un socialista revolucionario nacido en 1867 en Bielorrusia. De origen judío ruso, se afincó en Alemania, donde alcanzó distinción como economista y escritor marxista.​

 

Juventud

Hijo de padres judíos1​ de clase media, nació en Berezinó, provincia de Minsk, en 1867.​ Pasó su juventud en Odesa, donde comenzaría a establecer contactos en diversos círculos revolucionarios.​ Como otros revolucionarios de la época, fue influenciado por el movimiento populista ruso (naródnik) y aprendió un oficio para «estar más cerca del pueblo». Realizó diversos viajes a Europa occidental para trabar contacto con los revolucionarios rusos emigrados.​ 

 

Exilio en Suiza y Alemania

A los 19 años, en 1887, se estableció en Basilea, para estudiar en su universidad.​ Pronto se dedicó al periodismo en apoyo del Partido Social Demócrata alemán,​ que creció espectacularmente en la década de 1890.3​ Más tarde marchó a Zúrich, donde continuaría sus estudios alcanzando el título de doctor en filosofía en 1891. Tras haber abrazado el marxismo, se trasladó a Alemania uniéndose al Partido Social Demócrata, en el que mantuvo una estrecha colaboración con Rosa Luxemburgo, a la que había conocido como estudiante durante su residencia en Suiza.​ Pertenecía a la corriente más izquierdista​ del partido y se opuso con firmeza al revisionismo.​ Desató sus duros ataques a esta corriente en una serie de artículos en 1898 y comenzó la disputa con Eduard Bernstein que dividió al partido hasta 1914.​ Escribía en el prestigioso Die Neue Zeit (Los Nuevos Tiempos),​ el más importante periódico socialista de la época, editado por Karl Kautsky, además de contar con una publicación propia Aus der Weltpolitik (De la Política Mundial).​ En esta última predijo en 1895 la guerra entre Rusia y Japón y la consiguiente revolución. ​ No abandonó, sin embargo, sus contactos con los revolucionarios rusos, aunque se mantuvo alejado de las disputas entre sus distintas corrientes.3​ En la socialdemocracia alemana se lo consideraba un escritor original que aportaba nuevas ideas al partido, como el uso de las grandes huelgas como instrumento político del proletariado.​

Si en 1893 se lo había expulsado de Prusia, en 1898 lo expulsaron de Sajonia, no sin lograr antes que lo sucediese al frente del periódico socialdemócrata de Dresde Rosa Luxemburgo, lo que supuso para ésta su primer contacto con la actividad periodística en Alemania.​ Tras su expulsión viajó a Rusia con pasaporte falso para informarse sobre la hambruna en el Volga.​

A su regreso de Rusia, se instaló en Múnich en 1900, desde donde continuó sus ataques a los revisionistas.​ La dureza de sus artículos fue mal recibida en algunos círculos del partido, que los consideraban extremistas.5​ Inseguro de su situación en el partido por la hostilidad que generaba su actitud hacia los revisionistas, decidió fundar su propio periódico en 1902, gracias a la fructífera experiencia obtenida en Dresde. Para obtener los fondos necesarios, fundó una editorial que comenzó a publicar obras de autores rusos, que no contaban aún con derechos de autor ya que Rusia no había firmado la Convención de Berna. La editorial, que se cerró en 1906 porque sus dueños se vieron envueltos en la revolución rusa de 1905, fracasó en su objetivo de obtener dinero para el nuevo diario socialista. Además entró en conflicto con el célebre escritor ruso Gorki, debido al incumplimiento de los pagos acordados por la publicación de sus obras.

En Europa, era un referente para los exiliados rusos socialistas, para los que representaba el papel de guía en el mundo político de la Europa occidental.

En 1900, Parvus se encontraría en Múnich con Vladímir Lenin por primera vez. La relación personal entre ambos fue amistosa y, hubo cierta admiración mutua hacia sus respectivas obras; Parvus le sugirió que produjese allí su nueva publicación, Iskra. Contribuyó con diversos artículos en Iskra,​ a menudo en series intermitentes, que frecuentemente aparecían en portada de la publicación, por deferencia de los editores, que apreciaban sus conocimientos y juicio.​ Se lo consideraba una de las mentes más agudas de la política de la época.

Trató en vano de reconciliar a la corriente economicista con la encabezada por los editores de Iskra y, más tarde, a mencheviques y bolcheviques, tras apoyar brevemente a los primeros. ​ Su prestigio hizo que, aunque sus intentos de reconciliación fracasasen, sus críticas a las dos corrientes se recibiesen con inusual respeto.​ En vísperas de la revolución de 1905, acogió en su casa de Múnich a Trotski,78​ con el que ideó la teoría de la revolución permanente.​ Ciertas ideas del veterano Parvus influyeron en el joven Trotski, como la obsolescencia de los Estados-nación.

La revolución de 1905

Parvus junto a Trotski y Lev Deutsch en 1906, tras su encarcelamiento por las autoridades rusas. Parvus tuvo gran influencia en Trotski, que rompió relaciones con él durante la Primera Guerra Mundial por su apoyo a Alemania.

Durante la Guerra Ruso-Japonesa, Parvus calculó correctamente a través de un artículo publicado en la prensa socialista que Rusia perdería, y que ello daría lugar a disturbios y revolución. Este acierto y la novedosa teoría de que los fracasos de una guerra exterior podían servir para provocar revueltas dentro del país, haría aumentar el prestigio de Parvus a ojos de sus camaradas alemanes. A comienzos de 1905, escribió el prólogo de un opúsculo de Trotski sobre la revolución en el que auguraba la toma del poder por los socialdemócratas, punto de vista que entonces solo encontró el respaldo del propio Trotski.

Parvus llegó a San Petersburgo en octubre​ de 1905 con documentación austrohúngara falsa. Publicó junto a Trotski Nachalo (El Comienzo), diario en el que defendían la teoría de la revolución permanente.​ En diciembre de aquel año, Parvus escribió un provocador artículo a favor del Sóviet de San Petersburgo llamado El Manifiesto Financiero, sosteniendo que la economía rusa se encontraba al borde del colapso. El pánico generado, que incitó a la ciudadanía a retirar sus ahorros de los bancos, afectó a la economía y enfureció al primer ministro Serguéi Witte, pero no causó una catástrofe financiera. Fue detenido a comienzos de 1906, acusado de desestabilizar la economía y participar en actividades antigubernamentales durante la Revolución de 1905, junto a otros revolucionarios como Lev Trotski).

Fue elegido presidente del segundo Sóviet de San Petersburgo, surgido durante la revolución, aunque se mostró como un ineficaz dirigente revolucionario, al contrario que Trotski. En prisión continuaría sus actividades revolucionarias, y sería visitado por Rosa Luxemburgo, recién liberada de la prisión de Varsovia. Sentenciado a tres años de exilio en Siberia, Parvus escapó a finales de 1906 y huyó a Alemania, donde al año siguiente publicó un libro sobre sus experiencias titulado En la Bastilla rusa durante la Revolución. A su regreso a Alemania se encontró completamente arruinado y tuvo que vivir en la clandestinidad.

También Trotski volvió a Alemania tras huir de Rusia en el verano de 1907, logrando publicar su Historia de la revolución rusa, gracias a Parvus.

Durante su estancia en Alemania, Parvus entabló un trato con el escritor ruso Maksim Gorki para producir su obra Los bajos fondos. Según este acuerdo, la mayor parte de los beneficios de la obra irían a parar al Partido Socialdemócrata Ruso (y aproximadamente un 25 % para el propio Gorki). Parvus no podría asumir los gastos (a pesar de que la obra fue representada más de 500 veces). Gorki le amenazó con ir a juicio, pero Rosa Luxemburgo lo convenció para mantener el litigio dentro del propio tribunal arbitral del partido. Finalmente, Parvus devolvió el dinero a Gorki, pero su reputación en los círculos del partido se vería deteriorada, agravada el recelo con que se recibía su apetencia hacia el lujo y el dispendio, y su gusto por el libertinaje.

Periodista en los Balcanes

Insatisfecho con el ambiente político en Alemania tras haber vivido la revolución en Rusia, se trasladó primero a Viena y, en 1910, se mudó a Constantinopla, donde permanecería cinco años. Allí creó una empresa mercantil de armas que obtendría cuantiosos beneficios durante las Guerras balcánicas.

Parvus se dedicó inicialmente al periodismo, convencido de que la siguiente gran crisis europea surgiría precisamente en los Balcanes. Primero escribió sobre los Jóvenes Turcos para la prensa alemana, y más tarde comenzó a escribir en La Jeune Turquie (La Joven Turquía), periódico oficial del nuevo gobierno turco en el que analizó el impacto del novedoso fenómeno del imperialismo de la Europa occidental en el Imperio otomano. ​ Poco a poco, el periodismo fue dejando paso a los negocios y la prosperidad económica: Parvus se convirtió en asesor de negocios de comerciantes rusos y armenios.​

La guerra mundial

El estallido de la Primera Guerra Mundial llevó a Parvus, gracias a su gran habilidad en los negocios y a la influencia que había alcanzado en los círculos de poder del Imperio Otomano. Se convirtió en una figura clave de la movilización económica del imperio, necesaria por el conflicto mundial. ​ Su posición política también cambió bruscamente: el revolucionario ruso se convirtió repentinamente en el representante por excelencia de la causa alemana en el Imperio otomano. ​ Defendió el apoyo socialdemócrata alemán a la guerra porque consideraba que la revolución necesitaba la victoria del país con el movimiento socialista más desarrollado, que en aquel momento era Alemania. Esta actitud, que no compartían ni los revolucionarios rusos ni aquellos emigrados integrados en el movimiento socialista alemán, hizo que se rompiesen sus lazos con estos.​ Para los socialistas rusos que apoyaban a los Aliados, se convirtió en el paradigma del traidor.

Expresó su apoyo a Alemania en una publicación de una organización ucraniana apadrinada por Austria-Hungría y en enero de 1915 abogó en vano ante los socialistas búlgaros para que su país se uniese a los Imperios centrales para favorecer así la causa revolucionaria. ​ Sus intentos de lograr lo mismo en Rumanía el mismo mes volvieron a fracasar, pero le permitieron enviar clandestinamente dinero a los socialistas rumanos en 1915 y 1916. Alemania financiaba a los socialistas revolucionarios de los países con los que estaba en guerra, porque sus actividades subversivos debilitaban su poder militar.

Durante su estancia en Turquía, Parvus trabó amistad con el embajador alemán Von Wagenheim, a quien le ofreció un plan: desmembrar la Rusia zarista, promoviendo una revolución financiada por el gobierno alemán. En aquel momento Alemania debía atender dos frentes, el occidental contra Francia e Inglaterra, y el oriental contra Rusia, comprometiendo seriamente sus probabilidades de resultar victoriosa en la guerra.14​ Von Wagenheim lo envió a Berlín, adonde llegaría el 6 de marzo de 1915, exponiendo al máximo nivel del gobierno alemán, su plan de 20 páginas, titulado Preparación de huelgas políticas masivas en Rusia. Ese mismo mes, Berlín, impresionado por el plan de Parvus, le concedió facilidades para viajar, dos millones de marcos para hacer propaganda en Rusia, que luego fueron aumentados sumando otros cinco millones en julio.​ Se desconoce el destino de estas cantidades.​ El apoyo alemán era, sin embargo, titubeante: al apoyo financiero se unió el rechazo de algunas de las medidas propugnadas por Parvus, como el ataque al rublo.

El plan recomendaba promover la división de la población rusa mediante la financiación de la facción bolchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, alentar los separatismos étnicos en varias regiones, y apoyar a varios escritores cuya crítica del zarismo seguía activa durante la guerra.

Parvus apostó por Lenin y los bolcheviques, ​ no solo por sus ideas radicales sino porque se trataba del único sector político ruso que podría aceptar el patrocinio alemán en guerra contra Rusia, debido a que se oponía frontalmente a la misma. Los encuentros con los revolucionarios rusos en Suiza a finales de la primavera, sin embargo, resultaron infructuosos.​ Trotski rompió públicamente con Parvus,​ y Lenin denunció a Parvus por su postura proalemana como el nuevo «Plejánov alemán», quien poco antes había abandonado el internacionalismo para adoptar una postura defensista, favorable a la guerra. A pesar de las críticas políticas a Parvus, Trotski y los bolcheviques no lo consideraban un agente alemán.

Finalmente, ambos se reunieron en Zúrich y acordaron colaborar, aunque con el tiempo Lenin se iría volviendo cada vez más receloso hacia aquel y evitaría el contacto siempre que fuera posible.

Regresado a Alemania en la primavera de 1915, Parvus continuó sus actividades a favor de Alemania al tiempo que seguía considerándose un revolucionario y mantenía contactos con socialistas y sindicalistas en distintos países.​ Entre mediados de 1915 y mediados de 1917, operó desde Dinamarca, donde mantenía estrechas relaciones con los sindicatos locales y contaba con el apoyo del embajador alemán, el conde Von Brockdorff-Rantzau. La red financiera de Parvus se organizó mediante ciertas operaciones en Copenhague, estableciendo diferentes etapas intermedias para el dinero alemán a través de transacciones falsas entre entidades y empresas fantasma. La más importante de éstas era el Instituto para el Estudio de las Consecuencias Sociales de la Guerra, que Parvus ubicó en Dinamarca.​

Parvus propuso a Nikolái Bujarin para que dirigiera la operación del apoyo alemán a los bolcheviques, pero Lenin, que no creía en la capacidad de este último para guardar secretos (Trotski le puso el mote de Nick el Chismoso), presionó para que se nombrara a un hombre de su confianza, el bolchevique Jacob Ganetski. Las actividades de los mensajeros fueron organizadas por el bolchevique Moiséi Uritski, que con posterioridad se convertiría en el jefe de la Cheka del Soviet de Petrogrado. Las sospechas de contrabando de armas sobre Ganetski arrojaron una atención no deseada sobre él, por lo que fue enviado fuera de Dinamarca. Las relaciones de Parvus con Lenin se volvieron cada vez más difíciles, y Parvus empezaría a buscar otras vías de acción.

Rico y ciudadano alemán por sus servicios al imperio, comenzó por fin a editar su propio diario, Die Glocke (La Campana) en agosto de 1915. ​ En el periódico colaboraron socialistas que habían pertenecido a la corriente más izquierdista del partido y que entonces defendían la causa de los imperios centrales (Alemania y el imperio Austrohúngaro).16​ Además, durante la guerra se convirtió en consejero de los dos dirigentes principales del Partido Socialdemócrata Alemán: Friedrich Ebert y Philipp Scheidemann.​

Realizó pagos a contactos rusos en marzo, julio y diciembre de 1915 y promovió el estallido de una revolución el 9 de enero de 1916, aniversario del Domingo Sangriento, pero sus planes fracasaron. Este fracaso cortó la financiación alemana a sus planes subversivos.

La reputación de Parvus dentro del ministerio alemán de Asuntos Exteriores quedó en entredicho cuando, en el invierno de 1916, sucedió una catástrofe financiera planificada para provocar un levantamiento general en San Petersburgo (parecida a la provocación contra los bancos rusos de 1905). A consecuencia de esto, se congeló la financiación de sus actividades. Parvus buscó el apoyo de la Armada alemana, trabajando brevemente como asesor. Consiguió evitar que el almirante ruso Kolchak llevara a cabo una ofensiva sobre la flota turcoalemana en el Bósforo y los Dardanelos mediante el sabotaje de su mayor barco de guerra. Este logro le permitió recuperar credibilidad entre los alemanes.

La revolución rusa de 1917

Cuando estalló la Revolución de Febrero en Rusia, el Gobierno Provisional confirmaría su compromiso con las potencias aliadas de Europa occidental y rechazó firmar un armisticio separado con Alemania. Esto provocó que el ministerio alemán confiara de nuevo en Parvus para financiar a Lenin y los bolcheviques.

En abril de 1917, en un plan ideado por Parvus, el gobierno alemán le ofreció a Lenin y un grupo de treinta colaboradores suyos también exiliados, regresar a Rusia desde Suiza a través de Alemania en un tren sellado bajo supervisión del socialista suizo Fritz Platten, continuando luego por Suecia y Finlandia hasta llegar a Petrogrado.Von Brockdorff-Rantzau recomendó a sus superiores en el Ministerio de Exteriores que se utilizase a Parvus para entablar buenas relaciones con la izquierda rusa; el ministerio aceptó la propuesta y envió a Parvus a Estocolmo en mayo, donde iba a celebrarse una conferencia socialista que debía conducir al final del conflicto mundial.​ Los intentos de alianza de los socialdemócratas alemanes favorables al gobierno y los bolcheviques fracasaron; Lenin se negó a entrevistarse con Parvus, cuando llegó a Estocolmo camino de Petrogrado.​

La oposición de Lenin a la conferencia de Estocolmo dejó a Parvus solo para tratar con mencheviques y socialrevolucionarios, hostiles a los Imperios Centrales.​ Parvus quería reunirse con Lenin durante su parada prevista en Estocolmo, pero Lenin mandó en su lugar a sus socios Jacob Ganetski y Karl Radek.

Eduard Bernstein calculó que el monto total entregado por los alemanes a los bolcheviques en 1917 y 1918 ascendió a unos 50 millones de marcos oro.

Las operaciones de Parvus tuvieron un lugar destacado en las acusaciones contra Lenin publicadas por el Gobierno Provisional Ruso durante las Jornadas de Julio.​ Según el gobierno de Kérenski, el dinero de Parvus llegaba a Lenin a través de una serie de intermediarios. ​ Las acusaciones nunca se probaron, peros sirvieron para que el gobierno menchevique persiguiese y encarcelase a varios dirigentes del partido bolchevique. Por su parte, Parvus negó haber financiado a los bolcheviques al tiempo que defendía sus posiciones, convencido de su próxima victoria política.

Convencido de tener un futuro relevante tras la Revolución de Octubre con las conversaciones de paz germano-rusas, Parvus trató de pasar a Rusia.​ Logró que se lo enviase a Estocolmo, donde se hallaban los únicos representantes en el extranjero del nuevo Gobierno. ​ Felicitó a los bolcheviques por su victoria política y sostuvo que el proletariado alemán podía forzar a Berlín a conceder una paz favorable al nuevo Gobierno ruso mediante la amenaza de huelga, Parvus creía que podía lograr que la paz se negociase entre los partidos socialistas de las dos naciones, idea que el Gobierno alemán rechazó. Parvus solicitó permiso a Lenin para acudir a la nueva Rusia soviética y tener un papel activo en ella —se ofreció incluso a que lo juzgase un tribunal revolucionario por sus actividades—.​ Lenin se lo denegó, alegando como respuesta que «La revolución no se puede hacer con manos sucias».

Esto arruinó definitivamente las relaciones de Parvus con Lenin y, de ensalzar a los bolcheviques, pasó inmediatamente a convertirse en un acerbo crítico del régimen soviético.24​ También se enturbiaron los contactos con Rosa Luxemburgo y otros socialistas alemanes. Su actividad política decayó, a pesar de ser el asesor principal del presidente Friedrich Ebert.24​ Se retiró poco después a una isla alemana donde viviría en una mansión de 32 habitaciones. Más tarde publicaría sus memorias.

Murió en Alemania, en diciembre de 1924.24​ Su cuerpo fue incinerado y enterrado en un cementerio berlinés.

 

 

 

 

domingo, 1 de diciembre de 2019

Imperio español: Los banqueros de los Austrias

Los banqueros de los Austrias


Las necesidades de capital de un imperio en constantes conflictos bélicos obligaron a la Corona española a solicitar cuantiosos préstamos. Así, sobre el destino de la monarquía se proyectaba a menudo la alargada sombra de sus acreedores.

Vista de la ciudad de Sevilla, siglo XVI. (Sevilla Banqueros Austrias)


Joan-Lluís Palos || La Vanguardia

Mantener imperios ha sido siempre una actividad costosa. Y más aún si, como ocurría en el caso español, sus territorios se encuentran dispersos y rodeados de enemigos. Entre la coronación de Carlos V en 1517 y la muerte en 1700 de Carlos II –el último soberano de la casa de Austria–, la monarquía española vivió en un estado casi permanente de guerra que, durante largos períodos, tuvo varios escenarios simultáneos.

Muchos observadores percibieron ya entonces la conveniencia de mantener una proporción entre los objetivos imperiales y los recursos económicos disponibles. De hecho, varios de ellos aconsejaron a los reyes renunciar a algunos de sus dominios, como Italia o los Países Bajos.

Pero este principio no era aplicable para los gobernantes de un imperio que, desde su punto de vista, era portador de un destino mesiánico ineludible: la defensa de la fe católica, permanentemente amenazada por herejes e infieles.

Para financiarlo, la Corona acudió a un incremento constante de la presión fiscal. Por un lado se crearon nuevos impuestos, como el excusado, los millones, la sisa o el subsidio de galeras, que recayeron principalmente sobre el contribuyente castellano. Por otro, los gobernantes pidieron una y otra vez a las Cortes la aprobación de servicios extraordinarios.

Cuando la situación se puso verdaderamente difícil, el Imperio no dudó en vender bienes pertenecientes a la Iglesia y las órdenes militares, así como encomiendas o cargos públicos. Y en los momentos de desesperación, como ocurrió en 1649, se tomaron medidas aún más extremas, como incautar la plata procedente de las Indias que iba destinada a particulares.

Los banqueros alemanes que más intensamente contribuyeron a la gestión económica del imperio de Carlos V fueron los Fugger.

Pero todo ello fue en vano. Cuanto mayor era el esfuerzo, más insuficientes eran los resultados. Por fortuna para los reyes, hacia 1540 se descubrió el método de la amalgama, que consistía en separar el metal de los residuos mediante su tratamiento con mercurio. Gracias a este proceso, las minas americanas empezaron a producir una cantidad de metales preciosos nunca vista hasta entonces. Una quinta parte del total, el llamado quinto real, iba directamente a las arcas de la Corona.

No obstante, su traslado hasta la península ibérica era una operación extremadamente dificultosa. Además, la llegada de las flotas al puerto de Sevilla no siempre se ajustaba a las exigencias de pagos comprometidos por la monarquía.

 
Vista de Augsburgo en las Crónicas de Núremberg, c. 1493. (TERCEROS)

En manos de los Fugger

La necesidad de liquidez para atender sus compromisos obligó ya a Carlos V a acudir a los préstamos de numerosos banqueros, a los que por entonces se llamaba “factores”. Esto sucedió desde el inicio de su reinado, y no solo a nivel nacional.

Además de a los banqueros castellanos, el rey recurrió a otros alemanes, flamencos, italianos... Algunos de ellos, como el germano Bartolomé Welser, habían contribuido con sus aportaciones a obtener el voto de los electores que, en 1519, le concedieron la Corona imperial. A cambio, Carlos le recompensó con el derecho de colonizar tierras en la isla de La Española y Venezuela, además de explotar yacimientos mineros en México.

Sin embargo, los financieros alemanes que más intensamente contribuyeron a la gestión económica del imperio de Carlos V fueron los Fugger. Se trataba de una familia de orígenes campesinos, instalada en la ciudad de Augsburgo a finales del siglo XIV.

Gracias principalmente a su participación en el comercio textil, los Fugger habían experimentado un rápido proceso de enriquecimiento. Jakob (1459-1525) fue su figura más destacada.

Aunque al final de su vida llegó a ser el comerciante más rico de Europa, su destino inicial parecía muy alejado del mundo de los negocios. Como noveno de los 10 hijos de Jakob el Viejo, fue destinado a la vida religiosa en el convento franciscano de Herrieden. Pero el fallecimiento inesperado de varios hermanos hizo que abandonara la carrera eclesiástica y pasara a atender los negocios familiares.

Para ello recibió una intensa formación en Italia. Durante sus estancias en Venecia, Roma y Florencia no solamente aprendió los secretos de la doble contabilidad, sino también las sutiles relaciones entre el mundo de las finanzas y los príncipes de la Iglesia.

Años más tarde, el papa León X le concedería la gestión de los beneficios obtenidos por la predicación de las indulgencias, destinada a la construcción de la basílica de San Pedro. Después visitó personalmente todas las agencias que la compañía familiar tenía repartidas por Europa, en las que introdujo los nuevos sistemas modernos de contabilidad.


La colaboración de Jakob con los Habsburgo le permitió hacerse con el monopolio del comercio de plata en Europa.

Finalmente, centró su interés en el suculento negocio que proporcionaba la explotación de las minas de plata en el Tirol. Consciente de la importancia de mantener buenas relaciones con los poderosos, Jakob hizo una apuesta decidida, aunque no exenta de riesgos, por la financiación de la casa de Habsburgo.

Su colaboración con el emperador Maximiliano (1459-1519) fue tan importante que, con el tiempo, llegó a ser su único prestamista. Gracias a ello obtuvo privilegios que le permitieron hacerse con el monopolio del comercio de plata en Europa.

Cuando Maximiliano murió en 1519, legó a su nieto Carlos el grueso de su herencia: las tierras patrimoniales de los Habsburgo, la herencia de Borgoña, sus opciones a la Corona imperial y una abultadísima deuda con Jakob Fugger.

 
Retrato de Jakob Fugger, de Alberto Durero, c. 1519. (TERCEROS)

Años más tarde, el joven emperador intentó liberarse de esta dependencia, pero obtuvo una respuesta contundente. Jakob Fugger le escribió: “Es bien sabido, y puedo hacerlo patente, que V. M. I. no hubiera obtenido sin mi ayuda la Corona del Imperio, lo que puedo probar por medio de los manuscritos de los comisarios de V. M. I., y que no he hecho esto en ventaja mía lo demuestra que, de favorecer a Francia en perjuicio de la casa de Austria, hubiera adquirido grandes bienes y riquezas que se me habían ofrecido. Los perjuicios que habrían resultado de ello para la casa de Austria quedan bien patentes para la alta inteligencia de V. M. I.”.

Lo que Jakob Fugger no mencionaba eran los enormes beneficios que él había obtenido a cambio de su ayuda, como la explotación de las minas de plata de Guadalcanal, en las proximidades de Sevilla, y las de mercurio de Almadén. Eso, sin mencionar su importante participación en el comercio americano.

Tras la muerte de Jakob, los Fugger continuaron manteniendo una estrecha relación con los Habsburgo. Lo hicieron a través del nuevo responsable de la compañía, Anton, sobrino de Jakob. Al final de sus días, Anton logró nada menos que doblar la fortuna que había recibido.

Las grandes firmas

El papel de estos banqueros en las finanzas de la Corona fue decisivo. Pero su importancia no solo radicaba en su capacidad para proporcionar dinero en el momento necesario, sino también en el lugar adecuado. Es decir, en el campo de batalla, donde se encontraban las tropas dispuestas a amotinarse en caso de no recibir su soldada.

Y eso era algo que solo podían hacer las grandes firmas internacionales. Redes bancarias como la de los Fugger, con agencias distribuidas en las principales plazas financieras de Europa.

Estos banqueros, expertos en la gestión de enormes fortunas, eran conscientes del riesgo que asumían prestando dinero a una monarquía con una deuda creciente. Por ello, su principal exigencia siempre fue la de cobrar, con cargo, a la primera remesa de oro y plata procedente de América que llegara a Sevilla.

Los intereses que se pactaban eran tan elevados que, con frecuencia, la Corona se mostraba incapaz de devolver los créditos a tiempo.

El contrato mediante el cual se establecían las condiciones de cada uno de estos préstamos fue conocido como el asiento. Los intereses que se pactaban eran tan elevados que, con frecuencia, la Corona se mostraba incapaz de devolver sus créditos a tiempo. Su acumulación dobló con frecuencia el importe de las sumas obtenidas.

Para hacerse una idea, mientras los ingresos anuales de Carlos V oscilaron entre 1 y 1,5 millones de ducados, el conjunto de los créditos que hubo de solicitar alcanzó un total de 39 millones. En 1556, cuando Carlos transmitió su herencia a su hijo Felipe II, quedaban por devolver casi siete millones de ducados.

En la práctica, eso significaba que todos los ingresos de la Corona en los cinco años siguientes se encontraban gastados de antemano. De poco iba a servir que las remesas de metal americano se triplicaran durante su reinado. Todo resultaba insuficiente. ¿Qué hacer entonces, en tales circunstancias?

 
Retrato de Felipe II por Tiziano, 1551. (TERCEROS)

El desembarco genovés

Al año siguiente de tomar el poder, Felipe se declaró en bancarrota. O, lo que es lo mismo, decidió suspender todos los compromisos adquiridos con sus banqueros. Esto se tradujo en una renegociación de las deudas, compensando a los acreedores con juros, o títulos de deuda pública, que, con frecuencia, apenas eran algo más que papel mojado.

La crisis de 1557 dejó a los Fugger en una situación extremadamente comprometida, lo que abrió las puertas a los genoveses. En realidad, la participación genovesa en la economía hispánica existía desde los tiempos bajomedievales.

Por entonces, la república ligur –en abierta competencia con los catalanes– se había hecho con el control de buena parte del comercio en el Mediterráneo occidental. Tras la conquista de Constantinopla en 1453, la creciente amenaza turca había supuesto un duro golpe para la actividad mercantil genovesa.

No obstante, los genoveses supieron encontrar alternativas, pasando del comercio a las finanzas y buscando nuevos espacios de actividad en el mundo atlántico. Su presencia en ciudades como Lisboa o Brujas era ya una realidad a comienzos del siglo XVI.

Después de 1557, y durante la centuria siguiente, Génova fue la principal metrópoli financiera del Imperio español. A diferencia de lo que ocurrió con los alemanes, la fortuna genovesa estaba repartida entre un amplio abanico de familias. Esto permitió que, cuando alguna de ellas atravesaba dificultades, pudiera ser sustituida por otra. Durante más de cien años, el destino de la monarquía española estuvo estrechamente ligado a sus créditos.

Tuvieron una vital importancia establecimientos financieros como los de Spinola de San Luca, Spinola de Lucoli, Centurione, Strata, Pallavicino, Invrea, Pichinotti y Balbi. Todas estas familias obtuvieron suculentos beneficios por su colaboración con la monarquía española (aunque la amenaza de nuevas suspensiones de pagos pesaba sobre sus cabezas como una espada de Damocles).

Después de la crisis de 1557, y durante la centuria siguiente, Génova fue la principal metrópolis financiera del Imperio español.

En 1607, cuando el pintor Pedro Pablo Rubens visitó Génova, no pudo menos que asombrarse por la opulencia de los palacios que muchas de ellas se habían hecho levantar en la Strada Nuova. Era la nueva arteria del lujo en el extrarradio de la ciudad, y todavía hoy constituye la mayor concentración de residencias aristocráticas en Europa.

Estos beneficios se debían, en gran medida, a una sofisticada organización. Los asentistas solían residir en Madrid, cerca de la corte. Con ellos colaboraban los agentes encargados de cobrar las consignaciones en la Real Casa de Contratación de Indias –que desde Sevilla regulaba el comercio con el Nuevo Mundo– y remitían estos fondos al lugar que se les indicara. Aun gozando de autonomía, las delegaciones de Madrid mantenían una estrecha relación con la casa matriz en Génova.

Los lazos económicos se asentaban sobre vínculos familiares, que daban confianza y estabilidad a las operaciones de alto riesgo. Lo habitual era que el primogénito varón de la familia se quedara en Génova. Mientras tanto, los hermanos menores eran enviados a la corte española, lo que les permitía conocer de primera mano el contexto económico en el que tenían que desenvolverse. Vista de la ciudad de Génova, c. 1572. (TERCEROS)

El precio de la guerra

A pesar de los préstamos genoveses, los apuros de la Corona siguieron siendo enormes después de 1557, a causa de numerosos sucesos. Los moriscos se sublevaron en Andalucía y la presión de los turcos en aguas del Mediterráneo creció, a lo que se sumó la intervención en la guerra civil de Francia. Además, mientras las relaciones con Inglaterra empeoraban de forma progresiva, comenzaron las guerras de Flandes.

Todo ello condicionó la evolución política del reino y selló la personalidad de Felipe II, cuya hacienda terminó arruinada. En 1575 la situación volvió a alcanzar un punto límite, y el monarca decretó una nueva suspensión de pagos. Por entonces, la Corona adeudaba solo a los banqueros genoveses 17 millones de ducados.

La respuesta de los acreedores fue contundente: mientras no recibieran garantías de cobro, se negaban a pagar a los soldados que luchaban en los Países Bajos. La sublevación de las tropas de Amberes en 1576, donde asesinaron a más de seis mil habitantes, supuso un duro golpe para los intereses españoles.

A nadie le quedó duda alguna de que el destino de la monarquía estaba ligado a sus banqueros. La reacción del monarca consistió en tratar de sustituir a los genoveses por banqueros castellanos, como los Ruiz, Maluenda, Presa, Curiel, Cuevas, Santa Cruz, Salamanca, Ortega, Bernuy, Orense o Carrión. Muchos de ellos se habían enriquecido con el comercio de la lana y tenían buenas relaciones en Flandes. Pero el intento fue en vano. Todos ellos carecían de los recursos necesarios para satisfacer las exigencias de la Corona.

El desastre de la Armada Invencible en 1588 y una nueva suspensión de pagos en 1596 obligaron a la Corona a recurrir otra vez a los genoveses.

Seguramente la única excepción fue la de Simón Ruiz, que había amasado una importante fortuna. Un socio francés, Ivon Rocaz, le enviaba desde Nantes las telas que este vendía después en la feria de Medina del Campo. Sus conexiones internacionales iban desde Francia y Flandes hasta Nápoles, Hamburgo, Suecia y Hungría. Esto le permitió convertirse, entre 1576 y 1588, en el principal financiero del rey.

 
Retrato de Simón Ruiz, 1597. (TERCEROS)

Pero el desastre de la Armada Invencible en este último año, seguido de una nueva suspensión de pagos en 1596, desbordó sus posibilidades. La Corona tuvo que volver a recurrir a los genoveses.


La asfixia económica

A la muerte del rey en 1598, su hijo Felipe III recibió una deuda con los banqueros de 100 millones de ducados. No es de extrañar que, en estas circunstancias, una de sus primeras decisiones fuera la de firmar la paz con Inglaterra en 1604. Aun así, tres años más tarde se hizo necesaria una nueva suspensión de pagos.

En 1609, agobiado por la falta de crédito, el monarca se vio obligado a aceptar una tregua con los rebeldes holandeses que muchos consideraron vergonzosa. A pesar de la galopante corrupción y el desorden generado por la devaluación de la moneda, las exhaustas arcas de Felipe III conocieron un relativo alivio. Al menos hasta que, en 1618, decidió involucrarse en el conflicto de Alemania, que derivaría en la guerra de los Treinta Años.

El estallido de la contienda dejó de nuevo a la monarquía española en manos genovesas. Entre 1621 y 1627, durante los primeros años del reinado de Felipe IV, los genoveses percibieron el 76% de los metales preciosos de la Real Hacienda que llegaron a Sevilla.

Es lógico, por lo tanto, que estos banqueros también fueran los más perjudicados por la nueva bancarrota, decretada en enero de 1627. Aunque esto no impidió que continuaran siendo los asentistas más importantes de la Corona. En los años siguientes, el 44% de los pagos llevados a cabo en la Casa de Contratación de Sevilla acabó en manos de aquellos financieros. Bartolomé Spínola, Ottavio Centurione, Antonio Balbi, Carlo Strata y, sobre todo, Gio Luca Pallavicino fueron algunos de ellos. Eso sí, a partir de entonces, fueron mucho más prudentes en sus servicios y demandaron mayores garantías en la cancelación de los préstamos.

El paréntesis portugués

Las crecientes exigencias de los genoveses llevaron al favorito del rey, el conde-duque de Olivares, a poner los medios necesarios para no depender de una única fuente de financiación. Fue él quien decidió que había llegado el momento de acudir a los financieros portugueses, a pesar de los recelos que despertaba el origen judío de muchos de ellos.

 
Retrato del conde-duque de Olivares, de Velázquez, c. 1636. (TERCEROS)

Gracias a sus buenas conexiones en Holanda, banqueros como Manuel de Paz, Duarte Fernández y Jorge de Paz Silveira pasaron a tener un papel preponderante. Pero bastante efímero.

Sin apenas tiempo para recuperarse de la suspensión de 1627, la catastrófica década de 1640 –con las sublevaciones de Cataluña, Portugal, Andalucía y Nápoles– acabó por destripar la hacienda real.


A partir de 1648, los banqueros genoveses tomaron numerosas precauciones, lo que dificultaba la negociación de los asientos.

El 1 de octubre de 1647 fue publicado un nuevo decreto de suspensión de pagos. Ahora ya no se trataba de reordenar las finanzas para facilitar la entrada de nuevos prestamistas, sino de salvar una monarquía que agonizaba. Años de malas cosechas, hambre, pestes y una caída en picado del metal precioso que llegaba al puerto de Sevilla forzaron una nueva bancarrota en 1652.

Demasiado para la capacidad de los portugueses, que además veían cómo los recelos hacia ellos aumentaban: además de por su filiación religiosa, ahora pertenecían a un país que estaba en guerra con España. Tras el golpe sufrido en 1647, solo las casas más fuertes lograron recuperarse. Los que lo consiguieron fueron, sobre todo, asentistas especializados en provisiones de pertrechos (como Duarte de Acosta y Ventura Donís).

Después de esta nueva suspensión de pagos, la iniciativa crediticia volvió de nuevo a los italianos. Pero la nueva apuesta por el crédito genovés a partir de 1648 acabó en fracaso. Ninguno de los hombres de negocios estuvo dispuesto a adoptar el papel de líder, que primero había desempeñado Bartolomé Spínola y después Gio Luca Pallavicino. Se limitaron a intervenciones tímidas y a tomar numerosas precauciones, lo que dificultó extremadamente la negociación de cada asiento.

La época de los grandes banqueros parecía haber tocado a su fin. En todo caso, antes de terminar su reinado en 1665, Felipe IV aún tuvo tiempo de decretar una última suspensión de pagos, en 1662. Con ella perdió el poco crédito que aún le quedaba.

lunes, 14 de octubre de 2019

SGM: El fraude bancario de los holandeses contra los Nazis

El asombroso fraude bancario contra la invasión nazi de Holanda: una victoria silenciosa y con papeles falsos sobre las hordas de Hitler 

Su mayor cerebro fue el banquero Walraven van Hall: diseñó una estafa patriótica que salvó miles de vidas, pero murió fusilado

Por Alfredo Serra ||  Especial para Infobae
  Walraven van Hall, a la derecha, y su hermano Gijs, en los años '30. (Cortesía de la familia van Hall)

El 5 de mayo de 1940, cuando las hordas nazis caen sobre Holanda y la ocupan a su modo (sangre, muerte, asesinatos en masa de judíos, hombres y mujeres obligados a trabajos forzados), no pueden encontrar un terreno menos hostil.

El Reino de los Países bajos no ha guerreado en los últimos ciento veinticinco años. Sus soldados son apenas un símbolo. Sus armas, viejas, sin memoria del contacto humano, recuerdan una línea de “Prendimiento de Antoñito el Camborio en el camino de Sevilla”, de Federico García Lorca: “Están los viejos cuchillos / tiritando bajo el polvo”.

Ergo, la derrota de su débil defensa es casi un trámite para el invasor: una fuerza criminal poderosa, fanática, lavado el cerebro de sus hombres por el delirio de La Nueva Alemania y el Nuevo Orden Mundial “para los próximos mil años”, como prometía el desaforado führer desde 1934.

Pero Holanda y su pueblo no eran sólo cuna de pintores geniales, de quesos mágicos, de costosos bulbos de tulipán por los que el mundo pagaba fortunas…

Ese pueblo eligió luchar por su libertad del único modo posible: sin armas –no las tenía–, con inteligencia, astucia, sin violencia, ejerciendo resistencia pasiva en cada rincón.

Empezó con pequeños actos de sabotaje: cortar el paso de los blindados alemanes con barricadas, desarmar a distraídos soldados de guardia, pintar paredes con consignas antinazis, dar refugio a los aviadores aliados caídos antes de que la tropa invasora los detuviera, oír la radio londinense, dejar desiertas las salas de cine –sigilosamente– en las que se proyectaban films de propaganda del Tercer Reich, publicar periódicos clandestinos…

El 29 de junio de 1940, cumpleaños del príncipe Bernardo de Lippe-Biesterfeld, marido de la reina Juliana I de los Países Bajos, y padres de Beatriz y Margarita. Una familia real… que huyó del país al primer taconeo de las botas germanas. Y Bernardo, siempre bajo la sospecha de su conversión: en 1937 fue seducido por las juventudes hitlerianas, y siempre lo persiguió la sombra de que lavó ese pecado al casarse con Juana y renegar (¿convencido?) del brazalete con la cruz gamada…

Con el trono vacío, la resistencia quedó huérfana de apoyo. Pero no se rindió. Y urdió una jugada maestra sin más armas –créase o no– que papeles…

Sus cerebros fueron dos hermanos banqueros: El primero, con probada eficacia en el británico Lloyds Bank y en bancos neoyorkinos, volvió a su patria en 1931, y sucedida la ocupación nazi comprendió que la resistencia en cuentagotas era un riesgo sin sentido. Era necesaria una jugada maestra: recaudar millones de dólares y ponerlos al servicio de la lucha… con un gigantesco fraude bancario: un delito patriótico de alto vuelo. Una sutil jugada de ajedrez contra la fuerza bruta del enemigo…

Amsterdam, tomada por los nazis

¿Cómo lo hizo? Primero creó un fondo de ayuda para pagarles a las familias de marineros que cumplían servicio en alta mar… sin cobrar. Y también para ayudar a familias de judíos refugiados o presos, y a miembros de la resistencia con sus bolsas agotadas.

En total, ciento cincuenta mil almas necesitadas de dinero como el aire que respiraban…

En poco tiempo recaudó decenas de miles de florines que, entre otras cosas, sirvieron para sostener una huelga ferroviaria que les cortara el paso a los alemanes.

El mecanismo: Walraven, presidente del Banco Holandés, ordenó falsificar los pagarés y las letras del Tesoro. El cajero general, C.W Ritter, retiró los auténticos, bien custodiados en la caja fuerte, y los reemplazó por los falsificados…

No sin riesgo: las copias truchas –diríamos en nuestro país–, por la carencia de materiales nobles (papel, tintas) no eran perfectas, y además, el banco estaba rigurosamente vigilado por los nazis.

Pero el jaque mate fue posible. Walraven y su hermano, dueños de millones falsos, los lanzaron al mercado para convertirlos en dinero líquido y auténtico, y destinarlo a las maniobras de la resistencia.

Y al mismo tiempo, los alemanes, que no advirtieron la jugada y contaban con los papeles auténticos para seguir financiado la ocupación…, quedaron con los bolsillos vacíos, ya que el Reich les cortó las remesas de dinero.
  Monumento a la resistencia en la capital holandesa, en el lugar donde Walraven y otras 7 personas fueron ejecutadas el 12 de febrero de 1945

Una vez obtenido el dinero legítimo, ¿Qué hizo Walraven para que llegara a destino? Otra jugada brillante… Creó una red de niños repartidores de bicicletas –insospechable–, que en poco tiempo hizo llegar millones de guilden (450 millones de euros de hoy) a familias sin recursos, gente que ocultaba judíos, artistas que se negaron a afiliarse al Nazi Kulturkamer (entidad para adoctrinamiento), parientes de prisioneros de guerra, y fabricación de documentos falsos y tarjetas de racionamiento para dos destinos: huir del país y su yugo, y asegurar más comida para los condenados a las misérrimas cuotas del enemigo.

Casi al final de la guerra, Walraven era un blanco inevitable para los esbirros nazis. Su cabeza tenía precio. El 27 de enero de 1945, mientras llegó al puerto para ponerse a salvo –lo esperaba una barcaza–, delatado por uno de sus hombres, una patrulla lo capturó. Condenado a muerte, lo fusilaron el 4 de mayo en la ciudad de Haarlem.

Cruel ironía: un día después, retiradas las tropas del Reich, Holanda fue libre tras un lustro de opresión, deportaciones, asesinatos. Gijs, su hermano, de menos peso en la estructura del fraude, no fue encontrado.

Walraven fue honrado con la Cruz de la Resistencia, la Medalla de la Libertad, la Palma de Oro de La Haya, y el título de Justos entre las Naciones: la máxima distinción de Israel para quienes salvaron vidas de judíos.

Su cruzada y su sacrificio probaron, luminosos, el poder de la inteligencia sobre la barbarie.

El poder de unos papeles falsos sobre la metralla y los patéticos gritos ¡Heil Hitler!