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sábado, 24 de abril de 2021

Royal Navy: El cadáver del almirante Nelson es mantenido en brandy para llevarlo a Londres

Después de la batalla de Trafalgar, el almirante Horatio Nelson viajó de regreso a Inglaterra en escabeche con brandy





Jinny McCormick, War History Online

Un eufemismo utilizado durante mucho tiempo en los círculos de navegación, y en algunos pubs y bares, se refiere a sorber licor de una pajita directamente del barril. La práctica se llama "chupar (o sangrar) al mono", y también conocida como sugiere el título de este artículo, "tocar al almirante". El licor en cuestión, el que más probablemente se haya utilizado para encurtir al héroe militar más estimado de Gran Bretaña, fue el brandy, al que a veces se hace referencia como "Nelson's Blood". Muchos pubs ingleses se llaman "The Lord Nelson", por esto más que en su honor.

La historia de cómo surgieron estas frases es la historia de un gran hombre, sus asombrosos últimos momentos, el pensamiento agudo de un cirujano irlandés y los espeluznantes rumores espantosos de una tripulación que se embebe de los espíritus de su venerado líder.

Un diablo de un chico

El almirante Horatio Nelson era un personaje impresionante, incluso cuando era niño. Aunque era un niño frágil, propenso a las enfermedades, jugaba con capa y espada a lo largo de los ríos de su ciudad natal, siempre atento a cualquiera que le contara historias de marineros.

Su tío, un capitán de la Royal Navy, se llevó al niño en su primer viaje a la edad de 12 años. Tampoco se trataba solo del canal, sino que lo llevó hasta las Malvinas y de regreso. Horatio fue un estudio rápido, y cuando tenía 20 años estaba a cargo de su propio barco.


Vicealmirante Horatio Lord Nelson, por Lemuel Francis Abbott.

A medida que ascendía cada vez más en las filas, no fue por rascarse la espalda o traicionar. Horatio se lo ganó por mérito e integridad. Era un gran estratega que también tenía talento para la brillantez táctica en el momento. También se preocupaba genuinamente por la moral de sus tripulaciones y era un líder popular.


Nelson recibe la rendición del San Nicholas, un retrato de 1806 de Richard Westall.

Su popularidad no se debió solo al trato que dio a sus subordinados, sino también a su naturaleza inherente de no caer ante la adversidad. Siguió luchando cuando estaba herido, ya sea por la pérdida de un ojo, la pérdida de un brazo o en la agonía de la muerte. Se dice que bromeó diciendo que la parte restante de su brazo era su "aleta". Nunca rehuyó la verdad y siempre demostró su valor.
Victoria en la muerte

Nelson encontró su destino mientras comandaba el HMS Victory a través de la Batalla de Trafalgar. El 21 de octubre de 1805, tenía 27 barcos contra los 33 de España, sin pensar en una posible derrota. Cuando el enemigo comenzó a acercarse, Nelson, como hacía a menudo, decidió utilizar una estrategia inusual. En lugar de disponer sus barcos en línea recta, que era el método ortodoxo, formó dos columnas perpendiculares. Fue un éxito.

Sin embargo, pudo haber sabido que, aunque ganara la batalla, perdería la vida. Antes de que la volea realmente se pusiera en marcha, bajó a cubierta y escribió su testamento, luego revisó las cosas en cubierta antes de regresar abajo para escribir una oración.


Nelson herido durante la batalla de Santa Cruz de Tenerife; 1806 pintura de Richard Westall.

Mientras la batalla se desarrollaba, se sugirió que Nelson se quitara las decoraciones de su abrigo. El capitán del Victory, Thomas Hardy, sabía que los francotiradores estarían buscando disparar contra el Almirante. La respuesta de Nelson fue que no tenía tiempo para cambiarse de abrigo y que respetaba las "órdenes militares" del abrigo. Tampoco quería que el miedo al enemigo eclipsara el honor.

Nelson también rechazó su traslado a otros dos barcos y continuó como el barco líder en la batalla. En la pelea, los hombres a bordo de su barco estaban muriendo horribles muertes: un hombre fue partido en dos por una bala de cañón. A pesar de todo esto, el capitán Hardy y el almirante Nelson permanecieron en cubierta animando y dirigiendo a sus hombres a pesar de la carnicería y el peligro.

Nueve horas después, el capitán Hardy se dio la vuelta y vio caer a Nelson. Le habían disparado en la columna vertebral. Mientras lo llevaban abajo, a pesar de que tenía un gran dolor y era plenamente consciente de su muerte inminente, el gran héroe naval detuvo a los hombres que lo llevaban para que pudiera hablar con un timonero y darle indicaciones. Trabajando hasta el final, cuidando a todos antes que a sí mismo.


La muerte de Nelson, 21 de octubre de 1805 por Arthur Devis, 1807.

Nelson le dijo al cirujano irlandés William Beatty, a quien se le concedió un gran respeto a pesar de la indiferencia de los irlandeses en ese momento, que no se podía hacer nada. “Me queda poco tiempo de vida”, dijo. El cirujano le administró vino y limonada y trató de que los últimos momentos del almirante fueran cómodos.

Nelson se aferró a la vida durante tres horas, durante las cuales siguió dando órdenes entre súplicas para enviar declaraciones de amor a su amante.

Lady Emma Hamilton. Sus últimas palabras fueron: “Gracias a Dios he cumplido con mi deber. . . Dios y mi patria ".

Preservación de la grandeza

Durante la batalla, el Victory había sufrido muchos daños y un huracán posterior se había apoderado del mástil. Beatty hizo todo lo posible por preservar el cuerpo para el largo viaje de regreso a Londres. Ese viaje iba a durar casi dos meses.

Era de conocimiento común que un cadáver se podía conservar en ron, pero Beatty, con razón, decidió utilizar un licor de mayor graduación: el brandy. Mezcló alcanfor y mirra en el barril de brandy y metió al almirante dentro. Una vez durante el viaje, los gases de descomposición hicieron que la parte superior del barril saltara, aterrorizando a un marinero cercano.

Cuando llegaron a la costa de Gibraltar, trasladó el cuerpo a un ataúd revestido de plomo y refrescó la mezcla. Se envió un mensaje a Inglaterra sobre la muerte de Nelson, a bordo de un mal juego de palabras: el HMS Pickle.


Apoteosis de Nelson de Scott Pierre Nicolas Legrand, c. 1805-18. Nelson asciende a la inmortalidad con la batalla de Trafalgar en el fondo. Es apoyado por Neptuno, mientras que Fame sostiene una corona de estrellas como símbolo de inmortalidad sobre la cabeza de Nelson. Una afligida Britannia extiende sus brazos, mientras Hércules, Marte, Minerva y Júpiter miran.

Beatty dijo de su decisión de usar brandy, “... se encontró que prevalecía una opinión muy general pero errónea sobre la llegada del Victory a Inglaterra, que el ron preserva el cadáver de la descomposición por mucho más tiempo y más perfectamente que cualquier otro licor, y por lo tanto debería se han utilizado: pero el hecho es todo lo contrario, porque hay varios tipos de aguardiente mucho mejores para ese propósito que el ron; y como su idoneidad a este respecto surge de su grado de fuerza, del cual depende únicamente su calidad antiséptica, el brandy es superior. El espíritu de vino, sin embargo, es sin duda el mejor con mucho, cuando se puede conseguir ".

Algunos dicen que cuando el barril llegó a la orilla, estaba vacío de todos menos del almirante. Cuenta la leyenda que se hizo un pequeño agujero en el fondo del que los marineros habían bebido el contenido. Otras fuentes dicen que nunca sucedió y que el brandy todavía estaba en el tonel cuando Beatty lo abrió en Gibraltar.

Tanto si la leyenda es cierta como si no, los eufemismos y apodos permanecen.


Póster Batalla de Trafalgar 1805

El brebaje de Beatty conservó el cuerpo del almirante Nelson durante 80 días. La recepción y el funeral del 9 de enero de 1806 habrían rivalizado con una boda real, y en nuestros días habrían costado más de un millón de dólares. Los poemas de su heroísmo en vida fueron enviados a los periódicos por cientos, y su procesión fúnebre consistió en 32 almirantes, más de 100 capitanes y 10,000 soldados.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Vikingos: Descubren entierro con radar

Descubierto en 1903, el barco Oseberg es uno de solo tres barcos vikingos bien conservados en exhibición en el Museo de Barcos Vikingos en Oslo, Noruega.

Fotografía de Omar Marques, Agencia Anadolu / Getty Images
Cultura y Exploración

Enorme, raro entierro de un barco vikingo descubierto por radar

Los arqueólogos en Noruega que utilizan un radar de penetración en el suelo han detectado una de las tumbas de los barcos vikingos más grandes que se hayan encontrado.
Por Andrew Curry | The National Geographic


Los arqueólogos han encontrado los contornos de un barco vikingo enterrado no muy lejos de la capital noruega de Oslo. El barco de 65 pies de largo se cubrió hace más de 1,000 años para servir como el lugar de descanso final de un prominente rey o reina vikingo. Eso lo convierte en una de las tumbas vikingas más grandes jamás encontradas.



Una imagen generada por un radar de penetración en el suelo revela los contornos de un barco vikingo dentro de un túmulo funerario.
Fotografía cortesía de NIKU.

Los expertos dicen que las tumbas de barcos vikingos intactas de este tamaño son extremadamente raras. "Creo que podríamos hablar de un hallazgo de cien años", dice el arqueólogo Jan Bill, curador de barcos vikingos en el Museo de Historia Cultural de Oslo. "Es bastante espectacular desde el punto de vista arqueológico".

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El sitio donde se encontró la tumba del barco es bien conocido. Un túmulo funerario de 30 pies de altura se cierne sobre el sitio, y sirve como un punto de referencia local visible desde la carretera justo al norte de la frontera sueca. Pero los arqueólogos pensaron que los restos arqueológicos de los campos cercanos debían haber sido destruidos por los arados de los agricultores a fines del siglo XIX.

Luego, esta primavera, los funcionarios del condado circundante de Ostfold pidieron a los expertos del Instituto Noruego de Investigación Cultural que inspeccionaran los campos utilizando una gran variedad de radares que penetran en el suelo. Pudieron escanear el suelo debajo de casi 10 acres de tierras de cultivo alrededor del montículo.

Debajo, encontraron evidencia de diez tumbas grandes y rastros del casco de un barco, ocultos a solo 20 pulgadas debajo de la superficie. Knut Paasche, jefe del departamento de arqueología del Instituto Noruego de Investigación Cultural y director del trabajo reciente en el sitio, estima que el barco tenía al menos 65 pies de largo. Parece estar bien conservado, con contornos claros de la quilla y los primeros trazos, o líneas de tablones, visibles en las exploraciones de radar.

El barco habría sido arrastrado a tierra desde el cercano fiordo de Oslo. En algún momento durante la Era Vikinga, fue el lugar de descanso final de alguien poderoso. "Naves como esta funcionaban como un ataúd", dice Paasche. "Había un rey o una reina o un cacique local a bordo".


Usando un radar de penetración en el suelo montado en la parte delantera de un vehículo todo terreno, los arqueólogos de Noruega miraron por debajo de los campos de cultivo y descubrieron los contornos de un barco vikingo y casas largas.

Quien fue enterrado en el barco no estaba solo. Hay rastros de al menos otros ocho túmulos funerarios en el campo, algunos de casi 90 pies de ancho. Debajo de la tierra del sitio se pueden ver tres casas grandes, una de 150 pies de largo, junto con una media docena de estructuras más pequeñas.

Los arqueólogos esperan que las futuras excavaciones ayuden a fechar los montículos y las casas largas, que pueden haber sido construidas en diferentes momentos. "No podemos estar seguros de que las casas tengan la misma edad que el barco", dice Paasche.

Paasche planea regresar al sitio la próxima primavera para realizar escaneos más sofisticados, incluyendo inspeccionar el sitio con un magnetómetro y tal vez cavar trincheras de prueba para ver en qué condición se encuentran los restos del barco. Si hay madera del casco del barco preservada debajo del suelo, Se podría utilizar para fechar el hallazgo con mayor precisión.

Las posibilidades de encontrar el tesoro de un rey son escasas. Debido a que eran tan prominentes en el paisaje, muchos entierros de la época vikinga fueron robados siglos atrás, mucho antes de que fueran arrasados ​​por agricultores del siglo XIX. Pero "sería muy emocionante ver si el entierro sigue intacto", dice Bill. "Si lo es, podría estar sosteniendo algunos hallazgos muy interesantes".

sábado, 4 de agosto de 2018

Guerra Hispano-Norteamericana: Las fosas comunes de soldados españoles

Fosas comunes de soldados españoles: la herida abierta de la Guerra de Cuba

Un enterramiento colectivo con 102 repatriados que fallecieron tras regresar enfermos en 1898 permanece olvidado en Puerto Real (Cádiz)
Israel Viana
ABC



Una fosa común con 102 soldados españoles olvidada en Puerto Real, Cádiz, es una de las pocas heridas de la Guerra de Cuba que España mantiene abiertas. Sus cadáveres fueron arrojados en una zanja junto al cementerio de San Roque, apenas unos días después de regresar moribundos a la patria, a finales de 1898, tras la pérdida de nuestras últimas colonias en ultramar.

«Este enterramiento colectivo es el ejemplo más claro de que la desinformación por parte del Gobierno con respecto a los repatriados de Cuba fue total. De los 104 soldados que murieron en el lazareto del Fuerte de San Luis, 102 terminaron en esa fosa común sin que ninguna de sus familias recibiera información alguna de que su padre, hijo o hermano había regresado enfermo a Puerto Real. Allí fueron lanzados sin más», explica el historiador gaditano Manuel Izco, autor de «Soldados en el olvido».

Para Guillermo Cervera Govantes –bisnieto del famoso almirante Cervera, héroe de la Guerra de Cuba y ministro de la Marina entre 1892 y 1893– estamos ante la punta del iceberg del drama que vivieron los 158.492 repatriados que, según el estudio de Jordi Maluquer de Montes, recibió España entre 1895 y 1899. «Los de Puerto Real fueron los peor parados. Al Estado le fue materialmente imposible atenderlos a todos. El país estaba arruinado, era una nación moral y materialmente vencida. La mala conciencia por provocar semejante desastre llevó a las autoridades a abandonar a su suerte a estos soldados al llegar a casa», cuenta a ABC este capitán de fragata retirado, que se puso en contacto con Izco para intentar sacar del olvido a estas víctimas y que se les coloque (de momento sin éxito) un monumento funerario próximo a la fosa.

«Espectros»


Cádiz fue uno de los primeros lugares de España en conocer la magnitud humana del desastre. Su puerto fue de los que más barcos recibió, con todos aquellos militares exhaustos y agonizantes. «Héroes enfermos que marchitaron infructuosamente su juventud por la patria», aseguraba entonces «Blanco y Negro». También atracaron en Vigo, Santander, Cartagena, Barcelona, Málaga, Valencia o La Coruña. «La Ilustración Americana y Española» calificaba a los pasajeros del vapor que llegó a esta última ciudad el 23 de agosto de 1898 de «espectros». «Sus cuerpos flácidos y escuetos cubiertos con andrajos les daban un aspecto repugnante hasta el horror y tristísimo hasta hacer derramar las lágrimas», comentaba el diario. Habían muerto 96 pasajeros durante el viaje. El 85% de ellos, a causa de tres enfermedades: disentería, diarrea crónica y paludismo.

«A través de los archivos de la Guardia Civil descubrí que mucha gente se enteró del paradero de sus familiares tarde y mal. Hubo incluso peticiones de pensiones por parte de viudas hasta 1910, cuyos maridos no habían regresado de Cuba. Muchas madres se enteraron años después de que sus hijos habían muerto de fiebre amarilla. Otros familiares tampoco pudieron cobrar la pensión porque nunca supieron qué les había pasado a sus parientes. El Gobierno tuvo mucho interés de que esto no trascendiera a la opinión pública y echó tierra encima», defiende el arqueólogo aragonés Javier Navarro, que ha conseguido identificar a los más de 58.000 muertos que produjo la guerra tras una investigación de diez años que publicará en 2019. Y revela que más de cincuenta familias se han puesto en contacto con su asociación, «Regreso con Honor», en búsqueda de información sobre el paradero de aquellos abuelos y bisabuelos que se marcharon a luchar a Cuba y nunca más volvieron a saber de ellos.

Según la información del Archivo Histórico Nacional, entre febrero de 1896 y noviembre de 1898, se contabilizaron 10.995 soldados repatriados inútiles y 33.808 enfermos. Siguieron llegando hasta bien entrado 1899, en un viaje de regreso que era una auténtica tortura. Se le llamó «La flota silenciosa». Dos semanas de travesía apretados en los barcos de la Compañía Transatlántica sin apenas comida ni bebida, mezclados sanos y enfermos y sin apenas asistencia sanitaria. La realidad de la guerra no podía ocultarse en sus cuerpos demacrados. Ya no había representantes políticos dándoles la bienvenida en el puerto. La sociedad pasó de la orgullosa exaltación patriótica de las despedidas a la más absoluta tristeza. «Lo que nosotros vimos no eran cien soldados, sino cien cadáveres en el más lastimoso estado», relataba desde Jaén «El Diario Católico» el 29 de septiembre de 1898.

Cádiz: 15 muertos al día


La mayoría de ellos iban a parar a los lazaretos, donde intentarían conservar la vida durante las terribles cuarentenas. El objetivo: evitar la extensión de las epidemias por tierra firme. «En los libros de sepultura del cementerio de Puerto Real y en los certificados de defunción del registro civil pude comprobar que, algunos días, morían 14 o 15 personas en el lazareto del Fuerte de San Luis. A veces fallecían dos soldados en la misma cama en menos de 24 horas. Llegaba uno, moría, colocaban rápidamente a otro en su lugar, y fallecía también. La mortalidad en las primeras semanas fue tremenda. Tuvo que ser algo esperpéntico, con decenas de chavales muriendo en cuestión de horas tras llegar de Cuba», explica el historiador gaditano, que ha averiguado los nombres y las causas de defunción de todos los cadáveres enterrados en la fosa común, la mayoría menores de 23 años que sucumbieron a la disentería y al «catarro intestinal». Los restantes, a causa de otras enfermedades traídas de Cuba, como el paludismo, la caquexia o la disentería.

Los supervivientes sufrieron otro calvario: el de su reinserción social y laboral en una España en ruinas. «Muchos llegaron inválidos, sin posibilidad de recuperar sus trabajos en el campo. Volvían a la pobreza y el Gobierno no supo darles respuesta», afirma Navarro sobre los jóvenes españoles de clase baja que nutrieron el Ejército, al no disponer de las 1.500 pesetas que costaba librarse de ir a la guerra. Esto perjudicó a las economías familiares más pobres, cuyos repatriados tuvieron que soportar duras condiciones de vida: niveles de empleo enfermizos, salarios deficientes y problemas de vivienda, alimentación, sanidad y educación. Muchos se vieron abocados a la indigencia, según defienden Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox en «1818-1996. El Desafío a la Modernidad», donde hablan, incluso, de las leyes dictadas para evitar que estos pidieran limosna en las calles.

Un infierno que ya anticipó el escritor Vicente Blasco Ibáñez en su artículo «El rebaño gris», publicado dos semanas después de comenzar la guerra: «Si quedan inválidos, pueden aprender a tocar la guitarra para pedir caridad a cualquiera de esas familias enriquecidas en Cuba. Es posible que les arrojen dos céntimos desde sus carruajes». Y lo constató en otro texto de enero de 1899: «Esos infelices españoles son las únicas víctimas de las locuras patrioteras y de los errores gubernamentales, pues continúan siendo víctimas al poner el pie en la Península. Pero no por desdichas nacionales inevitables, sino por olvidos voluntarios».


Soldados españoles en Cuba, en una image de 1895 - ABC
«Es injusto que haya soldados españoles muertos olvidados en Cuba»

Javier Navarro lleva dos décadas buscando otras fosas comunes en Cuba con soldados españoles muertos durante la guerra de finales del siglo XIX. Ha localizado cinco –algunas por confirmar y excavar– y ha realizado una base de datos con los nombres de la mayoría de ellos y las causas de su fallecimiento. «Me pareció una injusticia histórica que estos caídos en combate por España estuvieran olvidados en un lugar desconocido de la isla como si fueran alimañas», reconoce.

Su interés comenzó en 1998, cuando decidió que quería recuperar los restos de 150 muertos de la batalla naval de Santiago de Cuba, pertenecientes a la escuadra del almirante Cervera. «Los periódicos de la época decían que fueron enterrados en una fosa en forma de pozo en las playas de Nima Nima y Juan González. Durante cuatro años realicé allí prospecciones, sondeos y otras pruebas con la ayuda del Ministerio de Defensa español y las instituciones cubanas. Luego nos cortaron la financiación y la búsqueda quedó inconclusa», explica el también presidente de la asociación Regreso con Honor.

Aunque la mayoría de los muertos españoles de Cuba fallecieron a causa de enfermedades (más del 90%), una parte quedó sepultada en el campo de batalla o en estas fosas. Este investigador ha localizado algunas, como la ubicada en el cementerio de Manzanillo: un total de 142 cadáveres procedentes de las batallas de Peralejo, Cacao, Melones y los Indios. «Se encuentran allí abandonados, sin nombres, con un echadizo de hormigón encima», asegura.

Cerca de Cruces hay otra con 66 españoles más caídos en la famosa Batalla de Mal Tiempo, el 15 de diciembre de 1895. Y otra en el Campamento de San Juan, donde fueron a parar en condiciones «insalubres» los heridos de, entre otras, la Batalla de Caney. «Allí murieron como moscas y fueron enterrados juntos. La prensa hablaba de 700 cadáveres que habrían intentado ser incinerados sin éxito por las lluvias. La cifra parece un poco exagerada, tendríamos que confirmarlo», comenta. La última fosa estaría en Camagüey, con 250 muertos en la batalla de las Guásimas de 1874. «Se supone que fueron quemados. Hace siete años unos investigadores cubanos me dijeron que habían encontrado el pozo donde se encuentran, pero también habría que excavarlo».

jueves, 21 de julio de 2016

PGM: Salir del campo de prisioneros para volver voluntariamente

El soldado que regresó al campo de prisioneros tras visitar a su madre moribunda durante la Gran Guerra

Javier Sanz | Historias de la Historia


Pocas semanas después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el capitán del ejército británico Robert Campbell se encontraba al mando del Primer Regimiento East Surrey en una posición cercana al Canal de Mons-Condé, en el noroeste de Francia, cuando sus tropas fueron atacadas por el ejército alemán. Durante el combate, el joven capitán de 29 años fue gravemente herido y capturado, siendo trasladado a un hospital militar en Colonia (Alemania), donde fue tratado de sus heridas antes de ser enviado al campo de prisioneros de guerra de Magdeburg, en Alemania.


Robert Campbell

Al cabo de dos años, durante su internamiento en Magdeburg, Campbell recibió una carta con una triste noticia: su madre, Louise, padecía cáncer. Le quedaba muy poco tiempo de vida y Campbell se encontraba muy lejos de su hogar y de su querida madre. En un intento desesperado, el capitán decidió escribir una carta al mismísimo Káiser Guillermo II, rogándole que, por motivos humanitarios, le permitiera ver a su madre por última vez y despedirse de ella. Sorprendentemente, el Káiser contestó la petición permitiendo a Campbell regresar a su casa familiar en Gravesend (Kent) para visitar durante dos semanas a su madre agonizante. El emperador alemán solamente puso una condición: Campbell debería dar su palabra de caballero y de oficial del Ejército Británico de que, finalizada la visita, volvería al campo de prisioneros. Robert Campbell dio su palabra al Káiser.


Campbell regresa

Los Archivos Nacionales Británicos contienen documentos que demuestran la intervención de la Embajada de Estados Unidos para llevar a buen fin el acuerdo entre Alemania y Campbell, que llegaría a Inglaterra el 7 de noviembre de 1916. Se cree que viajó hasta la neutral Holanda y desde allí tomó un barco a Kent. Y así fue como Campbell pudo ver a su madre y despedirse de ella antes de regresar —dentro del plazo concedido por el Káiser— al campo de prisioneros de Magdeburg, cumpliendo con ello su palabra de caballero. Su madre fallecería en febrero de 1917, cuando Robert todavía seguía preso… aunque no sería la única ocasión en la que “saldría” de Magdeburg. Siguiendo la máxima que reza que los prisioneros de guerra tienen la obligación de intentar escapar para mantener ocupados recursos humanos enemigos, junto a otros prisioneros escaparon por un túnel que habían estado excavando durante 9 meses. Fueron capturados en la frontera de Holanda y devueltos a Magdeburg. Robert fue liberado cuando finalizó la guerra y permaneció en el ejército hasta 1925. También participó en la Segunda Guerra Mundial y falleció en 1966 a la edad de 81 años.

Lamentablemente, los británicos no respondieron en el mismo sentido con una petición similar: el prisionero alemán Peter Gastreich se encontraba preso en la Isla de Wight cuando supo que su padre se estaba muriendo, y al igual que Robert pidió poderlo visitar para despedirse; pero el Departamento de Guerra británico no lo permitió…

No se puede reconocer la liberación temporal en base al precedente de la liberación condicional del capitán Campbell. No fueron consultados antes de que el Gobierno alemán concediese la licencia al oficial y no habrían dado su consentimiento a dicha propuesta si se les hubiese planteado.
Documento Ejército Británico



La realidad es que a los británicos no les hizo ninguna gracia aquella concesión humanitaria. De hecho, el único motivo para no impedir el regreso del capitán fue que estaba en juego la palabra de un oficial británico. Si estuviese en vuestras manos, ¿actuaríais como el gobierno alemán o británico?

martes, 16 de febrero de 2016

Fotos del funeral del tirano Perón



Las 12 fotos del funeral de Perón que fueron borradas
La obra histórica había sido publicada en 2014, al cumplirse 40 años de la muerte del ex presidente. Las imágenes del fundador del PJ eran inéditas y fueron desaparecidas de un sitio oficial


Infobae


Se trata de una obra histórica inédita. Son fotos. Doce. Habían sido publicadas en una base de datos oficial durante el gobierno de Cristina Kirchner, en 2014. Pero las nuevas autoridades las borraron. Las imágenes habían sido tomadas por la fotógrafa Marta Merkin para la agencia Noticias Argentinas tras la muerte, el 1° de julio de 1974, de Juan Domingo Perón.
Las fotos mostraban –según se reflejó en la publicación de 2014, que ahora está desaparecida- "el fuerte dispositivo de seguridad montado para despedir al general, así como la relativa ausencia de banderas políticas –salvo la de Montoneros y la Juventud Peronista- que podrían haber caldeado los ánimos". También, según la crónica borrada, las imágenes revelaban que "las muestras de dolor se alternan con las de abnegación: en esos días fríos y lluviosos, 135 mil personas desfilaron ante el féretro en el Congreso Nacional, y más de un millón se quedó afuera".

LAS IMÁGENES QUE AHORA ESTÁN DESAPARECIDAS MOSTRABAN, ADEMÁS DEL FUNERAL, EL PAÍS Y TODA UNA ÉPOCA.


La decisión de borrar las imágenes fue recibida por Irene Ulanovsky, la hija de la autora del material histórico, con desagrado y duros cuestionamientos. "¿Quién y con qué absurdo criterio borró estas notas? ¿Habrá sido otro error de carga? ¿Cambiemos es un Estado que borra los archivos?", se preguntó y aclaró: "Todavía no hay explicaciones oficiales sobre este asunto".
La reacción de Irene, hija del periodista Carlos Ulanovksy y de Merkin, fue publicada en su muro de Facebook y recordó todo el camino que tuvo el material fotográfico que había estado perdido durante años y que apareció cuando trabajaba en el Archivo Nacional de la Memoria. "Una tarde, un compañero de trabajo trajo una pilita de sobres de negativos. Uno de los sobres decía sepelio de Perón y al lado las letras MM. Enseguida lo reconocí. Era la letra de mi mamá", contó.

"Fue un gran momento. Las digitalicé y las retoqué yo, por supuesto. Eran fotones. Una cobertura completa. Fotos de día, de noche, retratos, vistas, detalles. Estaba todo. Y eran de mi mamá. Un tiempo después, al cumplirse los 40 años de la muerte de Perón las publicaron en Infojus. La nota se llamó "Las doce fotos del funeral de Perón que nunca viste". Fue una alegría verlas publicadas y replicadas infinidad de veces en las redes sociales. Fue sentir que como Estado estábamos haciendo las cosas bien. Se rescataron archivos que estaban desaparecidos y se pusieron en valor", recordó la hija de la autora del material.
"Ése era el país que Perón dejó al morir. En las fotos, inéditas hasta ahora, puede verse las muestras de dolor, que se alternan con las de abnegación: en esos días fríos y lluviosos, 135 mil personas desfilaron ante el féretro en el Congreso Nacional, y más de un millón se quedó afuera", decía la nota que fue borrada del sitio Infojus, acto que fue criticado por Irene Ulanovsky.
La decisión de las nuevas autoridades afectó a una obra histórica que muestra una etapa de la Argentina que fue clave para el futuro del país. Por ahora, se pudieron recuperar 10 de las fotos. La crónica de Infojus hablaba de doce. Las dos que faltan aún no fueron encontradas.


viernes, 31 de julio de 2015

San Martín: Las necrológicas francesas

Así informaron en Francia la muerte de José de San Martín
Claudia Peiró - Infobae
Por: Claudia Peiró cpeiro@infobae.com




El 21 de agosto de 1850, un diario de Boulogne-sur-mer publicó una necrológica que sorprende por lo completa y detallada. Escrita por un amigo francés, es una minibiografía exenta de algunas deformaciones de que fue objeto luego la trayectoria del Libertador

Adolph Gérard era el propietario de la casa que San Martín habitó en Boulogne-sur-mer durante poco más de un año y medio y en la cual murió. El general alquilaba un piso del edificio de la Grande Rue 105 –hoy propiedad de la República Argentina– en cuya planta baja residía el propio Gérard, abogado, periodista y por entonces director de la biblioteca de esa ciudad marítima del noroeste de Francia.

Gérard cultivó la amistad de San Martín en ese período y cuando éste murió auxilió a su hija y yerno en todos los trámites relativos a su sepelio. Días después, el 21 de agosto, publicó un extenso artículo en el diario local sobre la vida y la trayectoria político-militar de su ilustre inquilino.



Considerando que no se había escrito aún la historia de la Independencia Sudamericana y de sus protagonistas, y teniendo en cuenta también la inmediatez de esta publicación –hecha a tan sólo cuatro días de la muerte del general– cabe suponer que la fuente de los detallados conocimientos de que hace gala Adolph Gérard en su texto sobre la vida de San Martín era el mismo protagonista. De ahí su incalculable valor. Y por eso también la sorpresa ante la escasa atención que le prestaron posteriormente los estudiosos de la vida de San Martín a este texto, en el cual hay referencias a aspectos de su trayectoria que luego fueron reinterpretados, polemizados o silenciados por biógrafos supuestamente más “rigurosos” y documentados. Un caso es el de la famosa entrevista de Guayaquil. Gérard refiere lo allí discutido –no habla de secreto– y da por cierta –citando un párrafo– una famosa carta de San Martín a Bolívar –posterior a su célebre encuentro– que hizo correr ríos de tinta a los historiadores en una interminable polémica sobre su autenticidad.

“Aunque cinco años mayor que su rival de gloria, (San Martín) le ofreció (a Bolívar) su ejército –dice Gérard sobre la entrevista que tuvo lugar en Guayaquil el 22 de julio de 1822–, le prometió combatir bajo sus órdenes, lo conjuró a ir juntos al Perú y a terminar allí la guerra con brillo, para asegurar a las desdichadas poblaciones de esas regiones el descanso que tanto necesitaban. Con vanos pretextos, Bolívar se negó. Su pensamiento no es, parece, difícil de penetrar: quería anexar el Perú a Colombia, como había anexado el territorio de Guayaquil. Para eso, debía concluir solo la conquista. Aceptar la ayuda de San Martín era fortalecer a un adversario de sus ambiciones. Bolívar sacrificó por lo tanto sin hesitar su deber a sus intereses”.

Y sobre la que se conoce como “carta de Lafond” por el nombre del autor francés que primero la publicó completa, agrega Gérard: “De Lima misma, y con fecha del 29 de agosto, había anunciado a Bolívar sus designios en una carta mantenida secreta hasta estos últimos años, y que es como un testamento político (…): ‘He convocado, le decía, para el 20 de septiembre, el primer congreso del Perú; al día siguiente de su instalación, me embarcaré para Chile, con la certeza de que mi presencia es el único obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército que usted comanda… No dudo de que después de mi partida el gobierno que se establecerá reclamará vuestra activa cooperación, y pienso que usted no se negará a una tan justa demanda’”.

Otro detalle interesante en el artículo del Impartial de Boulogne-sur-mer es la síntesis que hace Gérard del pensamiento político de San Martín, en términos que iluminan la futilidad de la discusión sobre el monarquismo del Libertador; no porque lo niegue, sino porque lo explica, al ponerlo en contexto: “Partidario exaltado de la independencia de las naciones, sobre las formas propiamente dichas de gobierno no tenía ninguna idea sistemática. Recomendaba sin cesar, al contrario, el respeto de las tradiciones y de las costumbres, y no concebía nada menos culpable que esas impaciencias de reformadores que, so pretexto de corregir los abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de su país: ‘Todo progreso, decía, es hijo del tiempo’. (…) Con cada año que pasa, con cada perturbación que padece, la América se acerca más aún a esas ideas que eran el fondo de su política: la libertad es el más preciado de los bienes, pero no hay que prodigarla a los pueblos nuevos. La libertad debe estar en relación con la civilización. ¿No la iguala? Es la esclavitud. ¿La supera? Es la anarquía”.



Gérard nos deja también una descripción del aspecto y carácter de San Martín por aquel entonces. Cabe señalar que, dos años antes de su muerte, en 1848, su hija Mercedes lo convenció de posar para un daguerrotipo, por entonces toda una novedad. Esa es por lo tanto la única “fotografía” que tenemos de él: aquella en la cual está sentado y luce el cabello encanecido. Permite calibrar cuáles de los tantos retratos pintados de él son los más fidedignos.


Así describía Gérard a su inquilino: “El señor de San Martín era un bello anciano, de una alta estatura que ni la edad, ni las fatigas, ni los dolores físicos habían podido curvar. Sus rasgos eran expresivos y simpáticos; su mirada penetrante y viva; sus modales llenos de afabilidad; su instrucción, una de las más extendidas; sabía y hablaba con igual facilidad el francés, el inglés y el italiano, y había leído todo lo que se puede leer. Su conversación fácilmente jovial era una de las más atractivas que se podían escuchar. Su benevolencia no tenía límites. Tenía por el obrero una verdadera simpatía; pero lo quería laborioso y sobrio; y jamás hombre alguno hizo menos concesiones que él a esa popularidad despreciable que se vuelve aduladora de los vicios de los pueblos. ¡A todos decía la verdad!”.



Del relato de Gérard, emerge además una imagen diferente del ostracismo de San Martín, presentado por muchos de sus biógrafos como un período de oscuridad y silencio. Aunque, “menos conocido en Europa que Bolívar, porque buscó menos que él los elogios de sus contemporáneos”, dice Gérard, no era un exiliado ignoto: “En sus últimos tiempos, en ocasión de los asuntos del Plata [el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata en tiempos de Rosas], nuestro Gobierno se apoyó en su opinión para aconsejar la prudencia y la moderación en nuestras relaciones con Buenos Aires; y una carta suya, leída en la tribuna por nuestro Ministro de Asuntos Extranjeros, contribuyó mucho a calmar en la Asamblea nacional los ardores bélicos que el éxito no habría coronado sino al precio de sacrificios que no debemos hacer por una causa tan débil como la que se debatía en las aguas del Plata”.

Este hecho –la lectura de una carta de José de San Martín en el parlamento francés en la cual el general les advertía de que no podrían doblegar al pueblo argentino– muestra no sólo que su presencia en Francia no era ignorada por las autoridades de ese país sino que él se mantuvo siempre atento a lo que sucedía en su Patria e intervino cada vez que pudo con los medios a su alcance en defensa de la independencia que había conquistado.