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jueves, 17 de agosto de 2023

SGM: Los desgarradores efectos de la bomba nuclear sobre Nagasaki

El día que el aire se prendió fuego y la gente de desintegró: el estremecedor relato de los sobrevivientes de Nagasaki

El 9 de agosto de 1945, tres días después de la bomba atómica sobre Hiroshima, Fat Man cayó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. Tres científicos estadounidenses le enviaron un mensaje a un físico japonés. Lo hicieron con una carta que cayó sobre los restos la ciudad que segundos antes había sido arrasada. Los testimonios de quienes vieron cómo nada quedaba en pie

Por Matías Bauso  ||  Infobae




El 9 de agosto de 1945, tres días después de la bomba atómica sobre Hiroshima, Fat Man cayó sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. El factor sorpresa de nuevo buscaba surtir efecto en la resistencia de Japón (U.S. National Archives and Records Administration/Handout via REUTERS)

La bomba se denominó Fat Man. El avión que la transportó se llamó Bockscar. Y el comandante que la activó fue Charles Sweeney. El mundo había entrado en la era nuclear el 6 de agosto de 1945: cuando el Enola Gay arrojó la bomba Little Boy desde un bombardero pilotado por el comandante Paul Tibbets sobre los cielos de Hiroshima. Sobre el hongo nuclear que germinó sobre el suelo japonés, todas las cosas vivas se murieron y el aire se prendió fuego.

El presidente estadounidense Harry S. Truman informó, horas después del ataque, que la ofensiva recién había empezado: “Hace poco tiempo un avión americano ha lanzado una bomba sobre Hiroshima, inutilizándola para el enemigo. Los japoneses comenzaron la guerra por el aire en Pearl Harbor: han sido correspondidos sobradamente. Pero este no es el final, con esta bomba hemos añadido una dimensión nueva y revolucionaria a la destrucción”.

Tres días después, el 9 de agosto, despegó un nuevo vuelo. La operación, planeada con meticulosidad, debió sortear varios imprevistos. Ya todos, aunque nadie lo hubiera confirmado, sabían qué clase de bomba llevaba el avión. En el momento del despegue de uno de los aviones de apoyo, el que llevaba al personal de observación (científicos y encargados de tomar las imágenes), el piloto hizo bajar a uno de los tripulantes: en vez de paracaídas, en un error por los nervios, había tomado un segundo salvavidas.

En esa nave iban también los instrumentos de medición, que lanzados con pequeños paracaídas, buscaban establecer la magnitud de la explosión, el poderío de la bomba. El general Groves y Robert Oppenheimer habían enviado tres científicos directo desde Los Alamos a Tinian. Eran los representantes del Proyecto Manhattan en la base militar. Eran Luis Walter Álvarez, Lawrence Johnston y Harold Agnew. Uno de ellos tuvo una idea. Una improvisación en el detallado plan. Querían enviar un mensaje.

Se sabía del poder de devastación de la bomba atómica pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaron las consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado y que no había secuela posible. Mentían (U.S. Air Force/Handout via REUTERS)

Cuando se enteraron que la segunda bomba sería lanzada casi de inmediato, los físicos norteamericanos sostuvieron que eso terminaría de desconcertar a los japoneses. Que si ellos estuvieran del otro lado, y los comandantes les preguntaran qué posibilidades habría de un segundo ataque, ellos dirían que sería casi imposible, que tendrían tiempo dado que esas bombas eran muy difíciles y muy costosas de construir. Por lo tanto el factor sorpresa, de nuevo, sería importante.

Los tres que estaban en la base del Pacífico no estaban preocupados por las vidas que se habían perdido en Hiroshima sino por las que podrían perderse en caso de continuar la contienda. Así decidieron mandar un mensaje a un par. A alguien que pudiera explicarle a los gobernantes japoneses qué era eso que les había caído del cielo.

Luis Walter Álvarez, luego Premio Nobel de Física, dictó una carta. Sus colegas Johnston y Agnew, la transcribieron y agregaron algunos párrafos. La misiva estaba dirigida a Ryokichi Sagane, un respetado físico japonés que ellos habían conocido en Estados Unidos unos años antes.

El piloto Charles Sweeney lanzó la bomba sobre Nagasaki (Wikipedia: Gobierno de EEUU)

En la carta sin firma se presentaban como “tres colegas de Bekerley” y entre otras cosas decían: “Como científicos deploramos el uso que se ha dado a tan bello descubrimiento, pero podemos asegurar que a menos que Japón se rinda una lluvia de bombas atómicos caerá sobre el país”. Le rogaban a Sagane que utilizara sus conocimientos e influencias para convencer a las autoridades japonesas.

Adosaron la carta a uno de los instrumentos de medición y la dejaron caer hacia suelo japonés. La misiva fue encontrada unos pocos días después y estudiada por funcionarios nipones. Recién llegó a su destinatario el Dr. Sagane varios meses más tarde.

La carta no tenía firma pero luego consiguió quien la suscribiera. Varios años después de la guerra, los físicos volvieron a cruzarse. Sagane sacó el papel arrugado de su bolsillo y se lo extendió a Álvarez que lo leyó en silencio. Luego sacó una lapicera del bolsillo interno de su saco y escribió. Tras eso, varios años después de que fuera escrita, la firmó.

Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante decidió cambiar de objetivo. La ciudad de Kokura, sin saberlo, gracias a un súbito cambia de clima, evitó ser destruida (Department of Energy/Lawrence Berkeley National Laboratory/REUTERS)

Ni Álvarez ni los otros dos científicos mostraron remordimiento ni pesar por las bombas. Constituyeron casi una excepción (otro caso notable fue el de Edward Teller, creador de la Bomba H) entre los especialistas del Proyecto Manhattan que se convirtieron casi de inmediato en pacifistas y abogaron por el desarme atómico, por desactivar el infierno que crearon con sus conocimientos y trabajo.

La visión de Álvarez y de sus compañeros, posiblemente, se sustentaba en su experiencia en el campo de batalla. Ellos salieron del laboratorio, vivieron en bases militares, participaron de misiones, vieron a los hombres morir en combate. Esas vivencias pueden haberlos convencido que la extensión de la guerra hubiera acarreado mayor número de muertos que los que produjeron las dos bombas atómicas.

Álvarez había estado en el lanzamiento de prueba del nuevo arma en el desierto californiano y en Hiroshima. El 9 de agosto se quedó en la base y fue Johnston en el avión. Así, Johnston se convirtió en la única persona que fue testigo ocular de los tres lanzamientos atómicos de esa guerra. Un récord nada envidiable.

Una postal de la devastación causada por la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki, Japón, el 9 de agosto de 1945 (Departamento de Energía/Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley/REUTERS)

La misión del Bockscar encontró inconvenientes. Primero no pudo juntarse con los aviones de apoyo. Pese al informe del avión meteorológico, Sweeney se encontró con un espeso manto de nubes cuando llegó a su destino. Intentó encontrar un hueco en el que la visibilidad hiciera posible el lanzamiento pero fue infructuoso. En ese instante decidió cambiar de objetivo. La ciudad de Kokura, sin saberlo, gracias a un súbito cambia de clima, evitó ser destruida.

El avión se dirigió a Nagasaki, la ciudad que indicaba el plan de contingencia. Pero un nuevo problema surgió. El avión mostró desperfectos. Perdía combustible. No se sabía si podría regresar. A Nagasaki también la cubrían las nubes, cuando no quedaba demasiado tiempo, Sweeney descubrió una brecha. De no haber aparecido ese espacio despejado, le quedaban dos opciones: lanzar la bomba por indicación del radar (método del que se desconocía la eficacia en ese momento) o dejarla caer en el mar. Pero finalmente nada de eso pasó.

La bomba atómica sobre Nagasaki mató 40 mil personas en el momento de la detonación. Y otras tantas murieron con el transcurrir del tiempo por efecto de la radiación. La fábrica Mitsubishi que proveía armamento fue destruida, al igual que el 40% de las viviendas de la ciudad.

Una niña con su madre en Nagasaki la mañana siguiente al lanzamiento de la bomba atómica, el 10 de agosto de 1945. Su casa fue destruida, están a 1,5 km al sureste núcleo de la explosión y les han dado una bola de arroz como alimento (Galerie Bilderwelt/Getty Images)

Pero hubo quienes no murieron. Son conocidos comos los hibakusha. Los sobrevivientes a las explosiones atómicas. Los afectados por la radiación. Aquellos a los que la destrucción signó de por vida. Las secuelas físicas, las pérdidas materiales, la muerte de los familiares. Entre ellos hay algunos que revisten un estado aún mayor de excepcionalidad. Son doblemente hibakushas: sobrevivieron a ambas explosiones atómicas.

Tsutomu Yamaguchi era un joven empleado de Mitsubishi. Había sido enviado a Hiroshima a realizar unas tareas. El tren que lo devolvería a Nagasaki partía a las nueve de la mañana del 6 de agosto. Camino a la estación se dio cuenta de que había dejado documentación en el hotel. Regresó a buscarla y se separó de sus dos compañeros de viaje. Al regresar una explosión de una potencia desconocida lo hizo volar por el aire. Luego de unos minutos de atontamiento se levantó. Vio el peor paisaje imaginable. Tenía algunas lastimaduras, le sangraba la cabeza pero nada más. Se escondió en un refugio antiaéreo.

A la mañana siguiente, con la ciudad todavía cubierta por la bruma atómica, inició el camino de regreso a su casa. Una odisea de más 250 kilómetros. Llegó a Nagasaki a la noche del 8 de agosto. Abrazó a su esposa y a su hijo pequeño. A la mañana siguiente se dirigió a la fábrica. A media mañana se reunió con su jefe. Intentaba convencerlo de lo sucedido. El jefe valoró darle licencia. Pensó que Yamaguchi se había vuelto loco. Era inconcebible suponer que una sola bomba podía arrasar una ciudad. Cuando el jefe estaba por echarlo de la oficina, la explosión.

Un joven yace en una colchoneta con quemaduras cubriendo su cuerpo, producto de la la explosión de la bomba atómica sobre Nagasaki, Japón (CORBIS/Corbis vía Getty Images)

Estados Unidos había lanzado la segunda bomba atómica. Una vez más, Tsutomu salió indemne. Entre los escombros se levantó con nuevos magullones y quemaduras para ir a buscar a su familia. Su esposa y el bebé tampoco habían sufrido daños. La familia pasó varios días en un refugio hasta que pudieron regresar a su casa. Yamaguchi sólo perdió parte de la audición de un oído y le quedó cierta debilidad en sus piernas; secuelas menores para haber soportado dos explosiones atómicas. Murió en el 2010. Tenía 94 años. Su hijo vivió bastante menos; murió de cáncer afectado por la radiación a fines del Siglo XX.

Kazuko Sadamaru tenía veinte años y la guerra la había transformado en enfermera. Ella también fue doble hibakusha. Desde Nagasaki acompañó en tren a unos heridos cuya lugar de residencia era Hiroshima. Cuando la formación ingresaba en la ciudad, el destello cegador. El tren cimbreó. Cuando bajaron se encontraron con el paisaje más funesto. Al día siguiente regresó a Nagasaki. El 9 de agosto, la siguiente bomba. Allí vivió los peores días de su vida. Trabajando varios días seguidos, sin dormir, sin materiales para asistir a los heridos, sin saber contra qué luchaban. Ella, con el paso de los meses, tuvo problemas en la sangre y perdió casi todo el pelo. Pero se recuperó. Tuvo una hija y cuatro nietos.

En septiembre de 1945, un hombre con uniforme de coronel del ejército de Estados Unidos entró a Nagasaki. Japón ya se había rendido. La guerra había terminado. En la ciudad sus escasos habitantes parecían espectros. Era como si nada de lo anterior hubiera quedado en pie. Destrucción total. El horizonte más desolador posible.

Por ese tiempo Estados Unidos disfrutaba del éxito. Las bombas habían derribado las últimas defensas japonesas. Nada se sabía (al menos públicamente) de las consecuencias de las bombas. Todavía ni siquiera era sencillo determinar los daños instantáneos que había ocasionado, mensurarlos con precisión. Se sabía de su poder de devastación pero no mucho más. Los generales norteamericanos negaban consecuencias. Afirmaban que ya todo había pasado. No había secuela posible. Mentían.

Un bebé japonés se retuerce la cara por el intenso dolor de las quemaduras sufridas cuando se lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki, mientras otro sobreviviente vendado intenta consolarlo. Decenas de otros, horriblemente quemados en el cegador destello de llamas que envolvió la ciudad cuando explotó la bomba, yacían esparcidos entre los escombros del edificio destrozado (Getty Images)

Entre la vocación por silenciar las decenas de miles de muertes, las secuelas de la radiación y que había sido la segunda bomba, Nagasaki no tenía demasiada atención de los medios.

El hombre con ropa de coronel era periodista. Se llamaba George Weller. En su libreta de apuntes tomó nota de todo lo que vio. Un espectáculo atroz. Le costaba imaginar qué había provocado eso. Encontró un campo de prisioneros de guerra. Sus reclusos eran soldados americanos capturados por los japoneses. Todavía no sabían que la guerra había terminado. Weller les dio la noticia. Ellos le relataron el resplandor, el ruido atronador y la ola expansiva. El periodista escribió un informe estremecedor. Siguió recorriendo la ciudad, lo que quedaba de ella, y reportando. Envió sus notas. Hablaba también de enfermedades extrañas que parecían tener origen en la bomba. La noticia era que la radiación afectaba a las personas.

Semanas después se enteró de que ninguna había llegado al diario. Los oficiales de Estados Unidos las habían retenido y destruido. No eran tiempos de dar malas noticias; eso era hacerle el juego al enemigo (ya derrotado). Las excusas que se suelen esgrimir para ejercer la censura.

Weller regresó a su país y vivió convencido que sus crónicas se habían perdido para siempre. Tras su muerte, una de sus hijas, encontró un copia en carbónico y los publicó. Sesenta años después el mundo seguía conociendo qué había ocurrido en Nagasaki.


lunes, 2 de enero de 2023

SGM: Los perros norteamericanos en el Frente del Pacífico

Los perros de guerra en el Frente del Pacífico

Fuente:



En la fotografía coloreada: médicos veterinarios del Cuerpo de Marines de los EE. UU. tratan a un dóberman pinscher herido, perteneciente al 3° Pelotón de Perros de Guerra en la península de Orote, Guam, 1944. El Cuerpo de Marines de los Estados Unidos (USMC) utilizó perros en el Pacífico, para ayudar a recuperar las islas de las fuerzas de ocupación japonesas. Fueron utilizados para tareas de centinela y para rastrear a los soldados enemigos en medio de la jungla. Todas las razas fueron elegibles, pero los dóberman y pastores alemanes generalmente fueron los preferidos. El dóberman pinscher se convirtió en el perro “oficial” del USMC. Al finalizar la contienda, muchos perros volvieron a casa con sus cuidadores y la mayoría volvió a la vida civil.
La primera unidad en ir al extranjero fue el 25° Pelotón de Perros de Guerra de la Marina que partió de San Francisco el 11 de mayo de 1944 y llegó a Guadalcanal el 6 de junio. A fines de junio, viajaron a Bougainville y se unieron a la 164° División de Infantería para acabar con las fuerzas japonesas en la isla. Los perros se desempeñaron bien y los informes indicaron que las tropas de infantería apreciaron a los perros y el servicio que realizaron. El segundo pelotón en llegar, el 26°, acompañó a soldados de la 41° División de Infantería en Nueva Guinea y las islas circundantes. Poco después fue asignado a las Divisiones de Infantería 31° y 32°. En Morotai, en las Indias Orientales Holandesas, la 31° División utilizó el 26° Pelotón de Perros de Guerra de la Marina para ayudar a realizar 250 patrullas en el transcurso de dos meses y medio. En este período, ninguna de estas patrullas fue emboscada, lo que demuestra la invaluable naturaleza de los perros exploradores que alertaban a los soldados sobre la presencia del enemigo a distancias que iban en promedio desde 70 a 200 metros de distancia.
Para la invasión de Filipinas, los pelotones 25°, 26°, 39°, 40°, 41° y 43° se adjuntaron a varias unidades de infantería. En ese momento, la efectividad de los perros era bien conocida, y no había suficientes para todas las unidades que los solicitaban para sus patrullas. Los perros fueron invaluables en la guerra en medio de la jungla que caracterizó gran parte del combate en el Teatro del Pacífico. La espesa jungla limitaba la efectividad humana, dependiendo de la vista y el oído, pero los perros podían oler la presencia del enemigo a pesar de los obstáculos. Además, se abocaron a la búsqueda de francotiradores, de los rezagados, buscaron en cuevas y fortines, trasladaron mensajes y protegían las trincheras y refugios de los marines como lo harían en casas particulares. Los perros comían, dormían, caminaban y vivían con sus cuidadores. La presencia de perros en la línea podría prometerles a los infantes de marina una noche de sueño, ya que alertaban a sus adiestradores cuando el enemigo se acercaba.
Al principio de las acciones en la isla de Guam, algunos perros resultaron heridos o muertos por disparos de ametralladoras y fusiles, y los morteros de los japoneses fueron tan devastadores para los perros como para los marines. Cuando los perros resultaban heridos, los marines se aseguraban de llevarlos a la retaguardia, al veterinario, lo más rápido posible, siempre que pudieran hacerlo. En los combates que tuvieron lugar en Guam, 20 perros resultaron heridos y 25 muertos. En general, unos 350 perros de guerra sirvieron en las operaciones de Guam. Desde el final de la campaña hasta el final de la guerra en el Pacífico, Guam sirvió como área de preparación para los perros de guerra, de los cuales 465 sirvieron en operaciones de combate. De los perros de guerra de la Infantería de Marina, el 85% eran dóberman pinscher, y el resto principalmente pastores alemanes.
Dos meses después de la conquista de Guam, el 15 de septiembre de 1944, la 1° División de Infantería de Marina atacó Peleliu, una isla de coral en el grupo Palau, aproximadamente a 500 kilómetros al este de la Filipinas. El 4° Pelotón de Perros de Guerra de la Marina (36 perros y 60 hombres) desembarcó en Peleliu una hora después de la primera tanda de marines. El 5° Pelotón de Perros de Guerra desembarcó al día siguiente, y uno de sus miembros, “Duke”, un pastor alemán, pronto se destacó en la batalla por la posesión del aeródromo de Peleliu, en torno al cual giraron los combates iniciales. ”Duke” trasladaba mapas, documentos y pedidos a través del aeródromo bajo un intenso fuego de mortero, entregando con éxito a los oficiales de inteligencia que esperaban al otro lado.
Al final de la Guerra del Pacífico, la Infantería de Marina estadounidense tenía 510 perros de guerra en el servicio.
Fuentes:
“On the History of Dogs in Warfare” de Boyd R. Jones
“That dog was Marine! Human-Dog Assemblages in the Pacific War” de Fiona Allon y Lindsay Barrett

miércoles, 19 de octubre de 2022

SGM: El relevo de la isla Wake en 1941

El relevo de la isla Wake 1941

Weapons and Warfare


 



El Vicealmirante William S. Pye, cuya decisión de abandonar el relevo de Wake Island resultó en su eterno odio por el Cuerpo de Marines de EE. UU. El nombramiento de Pye como CINCPAC temporal sorprendió a Layton, quien recordó vívidamente la predicción del almirante del 6 de diciembre. Otros notaron que Pye, después de haber descartado la amenaza de la Flota Imperial Japonesa, ahora había dado un giro completo y parecía ser particularmente tímido acerca de atacarla, especialmente cuando leyó cualquier informe de inteligencia que contenía las palabras "portaaviones japonés". ” Aun así, Pye no anuló la misión de la Task Force 14. También permitió que continuara un ataque de distracción en las Islas Marshall controladas por los japoneses por parte del portaaviones Lexington.


El almirante Kimmel, que pronto sería relevado por Nimitz, había pensado mucho en Wake Island incluso antes del 7 de diciembre. El abril anterior había supuesto que el pequeño atolón podría servir como cebo para sacar a la luz las fuerzas navales japonesas, "ofreciendo así nos da la oportunidad de llegar a las fuerzas navales con las fuerzas navales”. El miércoles 10 de diciembre, Kimmel aprobó un plan audaz para desplegar sus tres grupos de trabajo de portaaviones hacia el oeste, donde con un poco de suerte podrían tender una emboscada a la flota japonesa y los transportes de tropas que esperaba que convergieran en Wake. Saratoga, en ruta desde California, sería puesto bajo el mando del contraalmirante Frank Jack Fletcher. Ella sería el núcleo de un grupo de trabajo (No. 14) que reforzaría a Wake, mientras evacuaba a los heridos y trabajadores civiles. Un destacamento del 4º Batallón de Defensa de Infantería de Marina, con municiones, armas, y provisiones, se embarcarían en el hidroavión Tánger. (Aunque el plan inicial no requería el abandono de Wake al enemigo, la opción estaba allí; el Capitán Charles H. McMorris, el jefe de planificación de guerra de Kimmel, había escrito el 11 de diciembre que Tánger podría tomar toda la población de la isla de 1500 a bordo: "Ella estaría abarrotada en un grado extremo, pero creo que podría hacerse".) Lexington (Fuerza de Tarea 11, Vicealmirante Wilson Brown, Jr.) llevaría a cabo una incursión de distracción en el aeródromo enemigo en Jaluit en el Marshall Islas, y luego diríjase al noroeste para unirse a Fletcher si es necesario. Enterprise (Task Force 8, todavía bajo el mando de la almirante Halsey) navegaría al oeste de Johnston Island y estaría lista para aumentar el vapor y apoyar a sus hermanas si el enfrentamiento se convierte en una batalla importante. Con los varios cruceros,

Desde el principio, la misión de rescate estuvo plagada de una serie de retrasos casi increíbles, atribuidos al clima, percances en el reabastecimiento de combustible y sustos submarinos. La dura verdad era que los grupos de portaaviones estadounidenses aún no estaban acostumbrados a operar en el mar en condiciones de guerra y estaban subiendo una curva de aprendizaje empinada. El mar embravecido ralentizó el progreso de los destructores de detección. Repostar en marcha con cualquier tipo de clima era un arte aún por perfeccionar. Los falsos contactos submarinos abundaban. (En uno de los primeros cruceros de guerra del Enterprise, Halsey había señalado a su grupo de trabajo: "Estamos desperdiciando demasiadas cargas de profundidad en peces neutrales. Actúen en consecuencia".) Las entradas en el diario de guerra de CINCPAC se centran en esos problemas a lo largo de diciembre. 12 de diciembre: “Task Force Twelve aún no podía abastecerse de combustible en el mar y se decidió llevar al grupo de Lexington a Pearl Harbor para lograrlo”. 12 de diciembre de nuevo: “El Saratoga estaba siendo retrasado por el efecto del mal tiempo en su escolta de tres destructores de 1200 toneladas”. 13 de diciembre: “La llegada de Saratoga se retrasó aún más por el clima”. Estaba a cuatro horas de Pearl cuando un informe erróneo de un submarino japonés enano acechando en el puerto la obligó a quedarse atrás: no llegó hasta la mañana del 15 de diciembre.

Fletcher envió al Tánger, un petrolero, Neches y una división de destructores adelante, con la intención de alcanzarlos cuando Saratoga estuviera lleno de combustible. El portaaviones se hizo a la mar el 16 de diciembre y levantó vapor hacia el noroeste, superando a sus compañeros la tarde siguiente. El grupo de trabajo avanzaba a paso majestuoso de 13 nudos, la velocidad máxima del Neches. Hacía días que hacía buen tiempo, pero el 22 de diciembre, cuando el grupo de trabajo aún estaba a 600 millas de Wake, el viento aumentó a 20 nudos y se levantó un oleaje cruzado de capa blanca. Fletcher había recibido órdenes de Pearl de reabastecerse de combustible en las coordenadas especificadas, de modo que el grupo de Lexington pudiera reunirse si fuera necesario. El proceso de abastecimiento de combustible en curso fue largo y minucioso, con todas las trampas habituales llenas de blasfemias de casi colisiones y líneas de combustible rotas, particularmente cuando los destructores llegaron junto a la cubierta agitada del Neches. Pasaron diez horas y el grupo de trabajo apenas hizo ningún progreso hacia el oeste, y en ese momento la batalla por Wake Island estaba cerca de su fin.



En cierto sentido, el mundo entero estaba mirando. La obstinada defensa de la isla Wake había sido un bálsamo para los espíritus heridos del pueblo estadounidense, que aprovechaba cada nueva pizca de noticias aprobadas por la censura del atolón asediado. El presidente Roosevelt había saludado sus acciones. Los periódicos y las cadenas de radio se habían deleitado informando (y embelleciendo) el gallardo stand del “Álamo del Pacífico”. “La pequeña e indomable guarnición de infantes de marina de los Estados Unidos de Wake Island todavía se aferraba tenazmente al atolón lleno de cicatrices y maltratado el viernes por la noche después de vencer a dos ataques japoneses más”, informó Associated Press el 19 de diciembre. Cuando Pearl Harbor le pidió una lista de los suministros necesarios, el comandante Se dice que Cunningham respondió: "¡Envíanos más japoneses!" No había dicho nada por el estilo: la cita fue una lectura errónea (posiblemente deliberada) del "relleno" verbal sin sentido que se usa en las comunicaciones por radio para despistar a los descifradores de códigos enemigos. Cuando el informe fue recogido por una radio de onda corta en Wake, los defensores no se divirtieron. “Más japoneses eran absolutamente lo último que necesitábamos”, observó el teniente Kinney. Cunningham pensó que el tono adoptado en casa estaba mal; adoptó una arrogancia de Hollywood que desmentía la terrible situación del atolón. “La imagen evocada por los informes de radio estaba tan alejada de la realidad como lo estaba Wake de Pearl Harbor”, escribió más tarde el comandante. “Estábamos haciendo lo mejor que podíamos y estábamos orgullosos de ello, pero lo mejor rara vez incluía ese desprecio por la cordura que marca tantas visiones románticas de las delgadas líneas rojas de los héroes. . . . Queríamos vivir”. “Más japoneses eran absolutamente lo último que necesitábamos”, observó el teniente Kinney. Cunningham pensó que el tono adoptado en casa estaba mal; adoptó una arrogancia de Hollywood que desmentía la terrible situación del atolón. “La imagen evocada por los informes de radio estaba tan alejada de la realidad como lo estaba Wake de Pearl Harbor”, escribió más tarde el comandante. “Estábamos haciendo lo mejor que podíamos y estábamos orgullosos de ello, pero lo mejor rara vez incluía ese desprecio por la cordura que marca tantas visiones románticas de las delgadas líneas rojas de los héroes. . . .

Kimmel había sido relevado formalmente del mando el 17 de diciembre, el mismo día en que se nombró a Nimitz como su sucesor. Pero Nimitz no llegaría a Hawái hasta dentro de una semana. Durante el breve interregno, el cuidador de CINCPAC sería el vicealmirante William S. Pye, comandante de la Fuerza de Batalla (es decir, los acorazados, ahora en gran parte fuera de servicio). Pye tenía menos confianza que Kimmel en la perspectiva de éxito de la misión de socorro de Wake y mucho más cauteloso con los japoneses. La situación de mando en el cuartel general de la Flota del Pacífico ahora era muy confusa. Pye escuchó con un oído al antiguo personal de Kimmel, pero también siguió confiando en su antiguo personal de Battle Force, que se quedó sin hogar por los graves daños a su buque insignia California. Pye reclutó al contraalmirante Milo S. Draemel, jefe de la flotilla destructora, para que sirviera como su jefe de personal temporal, y Draemel, a su vez, trajo a varios de sus destructores al cuartel general. El resultado, en palabras de un oficial de inteligencia de radio, “fue una confusión superpuesta al desastre”. El destino de Wake (y los portaaviones que convergían en Wake) era el asunto más apremiante de Pye; pero era consciente de que solo estaba manteniendo el asiento caliente para Nimitz, y parece haber sentido una gran obligación de entregar los portaaviones a salvo en manos del nuevo jefe.

Además, Washington le recordaba urgentemente a Pye que Hawái mismo estaba expuesto, y ¿qué negocio tenía la flota en apoyar un puesto de avanzada distante con poco valor militar, cuando se pensaba que el principal bastión estadounidense era vulnerable? La cruel realidad, como Pye, Kimmel y los almirantes de Washington entendieron y reconocieron, era que Wake era una "responsabilidad". Tarde o temprano, Japón se apoderaría de él. Aunque el objetivo aparente de la expedición seguía siendo reforzar la guarnición y el grupo aéreo en Wake, el plan alternativo era evacuar el atolón por completo y tal vez infligir un castigo desde el aire a las fuerzas de invasión japonesas. Lo más importante de todo era no perder ninguno de los preciosos portaaviones restantes, incluso si los 1.500 hombres de Wake tuvieran que ser abandonados al enemigo. Ese era el resultado final de Pye, como pronto revelaría.

Pye se sintió ciego. No tenía forma de conocer la ubicación de la gran fuerza de portaaviones japonesa que había atacado Pearl el 7 de diciembre y temía que pudiera estar al acecho de los portaaviones estadounidenses. Al intentar tender una emboscada a los japoneses, los propios estadounidenses podrían estar metiéndose en una emboscada. El personal de inteligencia de Pye estimó que la mayor parte de la fuerza, quizás cuatro de los seis portaaviones, habían regresado a Japón para repostar y reabastecerse, pero eso era poco más que una conjetura. También existía el peligro que representaban los bombarderos terrestres que operaban desde bases en las Islas Marshall. Había preocupaciones sobre la preparación para la batalla de los portaaviones: los ejercicios antiaéreos en el Lexington habían sido alarmantemente malos. ¿Podrían los portaaviones defenderse de un ataque aéreo, incluso con suficiente antelación? El día 20, Pye y Draemel consideraron seriamente ordenar a la Task Force 14 que regresara a Pearl, pero cedieron ante la disidencia de sangre caliente del jefe de planificación de guerra de CINCPAC, el Capitán McMorris. Sin embargo, en las notas registradas ese día, Pye sentó las bases para su decisión pendiente de abandonar Wake. También llamó por radio al almirante Brown y al grupo de Lexington, indicándole que abandonara la incursión en las Islas Marshall y se desviara hacia el norte para encontrarse con Fletcher. El personal de Brown estaba indignado y se habló de un motín en el puente sobre romper las órdenes y arrojarlas al mar; pero Brown obedeció. El día 21, Pye informó al almirante Stark, jefe de operaciones navales, que la operación Wake continuaba pero que los portaaviones estadounidenses no se acercarían a la isla más de 200 millas. pero cedió ante la disidencia de sangre caliente del jefe de planificación de guerra de CINCPAC, el Capitán McMorris. Sin embargo, en las notas registradas ese día, Pye sentó las bases para su decisión pendiente de abandonar Wake. También llamó por radio al almirante Brown y al grupo de Lexington, indicándole que abandonara la incursión en las Islas Marshall y se desviara hacia el norte para encontrarse con Fletcher. El personal de Brown estaba indignado y se habló de un motín en el puente sobre romper las órdenes y arrojarlas al mar; pero Brown obedeció. El día 21, Pye informó al almirante Stark, jefe de operaciones navales, que la operación Wake continuaba pero que los portaaviones estadounidenses no se acercarían a la isla más de 200 millas. pero cedió ante la disidencia de sangre caliente del jefe de planificación de guerra de CINCPAC, el Capitán McMorris. Sin embargo, en las notas registradas ese día, Pye sentó las bases para su decisión pendiente de abandonar Wake. También llamó por radio al almirante Brown y al grupo de Lexington, indicándole que abandonara la incursión en las Islas Marshall y se desviara hacia el norte para encontrarse con Fletcher. El personal de Brown estaba indignado y se habló de un motín en el puente sobre romper las órdenes y arrojarlas al mar; pero Brown obedeció. El día 21, Pye informó al almirante Stark, jefe de operaciones navales, que la operación Wake continuaba pero que los portaaviones estadounidenses no se acercarían a la isla más de 200 millas. Pye sentó las bases para su decisión pendiente de abandonar Wake. También llamó por radio al almirante Brown y al grupo de Lexington, indicándole que abandonara la incursión en las Islas Marshall y se desviara hacia el norte para encontrarse con Fletcher. El personal de Brown estaba indignado y se habló de un motín en el puente sobre romper las órdenes y arrojarlas al mar; pero Brown obedeció. 

Las dudas de Pye se filtraron en sus transmisiones de radio a la Task Force 14. Las instrucciones del CINCPAC eran vacilantes e indecisas, y tendían a carcomer la confianza de Fletcher. El 21 de diciembre, Fletcher recibió la orden de navegar a toda velocidad hacia Wake y lanzar aviones a una distancia de 200 millas. Esa orden fue revocada rápidamente y, en cambio, se le dijo que enviara el Tánger a toda velocidad para embarcar a la guarnición y llevarla a un lugar seguro. No había pasado una hora antes de que esa orden también fuera revocada.

Las condiciones en Wake se estaban volviendo desesperadas. El 20 de diciembre (el 19 en Hawái), Cunningham informó que sus aviones de combate restantes estaban "llenos de agujeros de bala", y solo podría describirse como un "milagro" que no hubieran sido derribados en combate aire-aire. . La isla carecía de equipos y suministros críticos, desde equipos de radar hasta instrumentos de control de incendios, provisiones y municiones de todos los calibres. Las baterías antiaéreas de 3 pulgadas no servían para ataques a gran altura y, en cualquier caso, la munición de 3 pulgadas duraría solo otro día, tal vez dos. Los ataques aéreos continuaron casi a diario. Las comunicaciones telefónicas dentro de la isla eran un desastre, los cables habían sido destrozados por el daño de la bomba. Las cuadrillas trabajaron desde el amanecer hasta el anochecer cada día para mejorar las defensas de la isla, cavando trincheras y búnkeres, llenando sacos de arena, distribuyendo municiones, tirando ramas sobre los emplazamientos de las armas, pero la lista de víctimas era larga y cada vez más larga, y largas filas de catres se amontonaban en hospitales improvisados ​​en polvorines vacíos. Incluso los hombres "sanos" estaban exhaustos y privados de sueño, y había signos crecientes de disentería. La moral no se elevó por un mensaje ridículo de Pearl Harbor, recibido el día 17, preguntando cuánto tiempo tomaría terminar de dragar la laguna. ¿Los almirantes ignoraban por completo la situación en Wake? preguntando cuánto tardaría en terminar de dragar la laguna. ¿Los almirantes ignoraban por completo la situación en Wake? preguntando cuánto tardaría en terminar de dragar la laguna. ¿Los almirantes ignoraban por completo la situación en Wake?

Mantener a los cazas marinos en el aire había requerido esfuerzos heroicos, pero sin aviones de reemplazo o al menos piezas adicionales, era inevitable que Wake pronto no tuviera defensa aérea en absoluto. El 14 de diciembre, una bomba golpeó a un Wildcat en su revestimiento, destruyendo la sección de cola pero respetando el motor. El teniente John Kinney decidió intentar trasplantar el motor del avión destruido a otro en el que el motor funcionaba muy mal. Sin un elevador de motores adecuado o un hangar de mantenimiento, la operación tomó nueve horas de esfuerzo agotador. Pero esa misma noche, otro avión se estrelló al aterrizar después de desviarse de la pista para evitar una multitud de espectadores civiles. Eso dejó tres aviones en condiciones de volar. Para la segunda semana de la guerra, la escasez se volvió crítica, y los aviones voladores se habían convertido en los monstruos de Frankenstein, llenos de balas y traqueteos. amalgamas remendadas de partes recuperadas de los restos esparcidos por el aeródromo. El 20 de diciembre, dos aviones fueron capaces de despegar.

Ese día y nuevamente el 21, la isla fue atacada por bombarderos en picado monomotor Aichi Tipo 99 “Val”, que se sabía que eran aviones de tipo portaaviones. El segundo día, los Vals fueron acompañados por Zeros. En el cuerpo a cuerpo aéreo, uno de los Wildcats fue derribado y el otro se estrelló y se consideró una pérdida. La isla ahora no tenía defensas aéreas en absoluto.

Cuando Cunningham informó de la aparición de los aviones de transporte, a Pye le preocupó que un grupo de trabajo de portaaviones japonés estuviera cubriendo la aproximación de una nueva flotilla de invasión. De hecho, los bombarderos en picado habían volado desde dos de los seis portaaviones que habían golpeado Pearl Harbor y ahora se retiraban hacia Japón; había sido una redada oportunista, de golpe y fuga, y no se repetiría. Pero una segunda fuerza de invasión estaba en camino, esta vez cubierta por cuatro cruceros pesados. Los buques de guerra permanecieron cuidadosamente fuera del alcance de los cañones de la costa, mientras enviaban una fuerza de unos 1.000 infantes de marina japoneses en barcazas de desembarco. Los aterrizajes comenzaron a las 2:35 am del 23 de diciembre hora local (22 de diciembre en Pearl Harbor). Esa noche, la fuerza invasora barrió rápidamente las islas, aislando a los defensores en focos aislados. Los marines se defendieron valientemente, y cobró la vida de 700 a 900 atacantes, pero sus posiciones fueron invadidas gradualmente. A las 2:50 a. m. del 23 de diciembre, hora local, el comandante Cunningham notificó a Pye: “Aparentemente, el enemigo aterriza”. Con superioridad numérica, los invasores avanzaron gradualmente por las islas, ya las cinco de la mañana Cunningham señaló: “El enemigo está en la isla. El tema está en duda”.

Con esos despachos en la mano, Pye se acurrucó con su personal. Le pidió al jefe de planes de guerra, el capitán McMorris, y a su jefe de personal interino, el almirante Draemel, que pusieran sus recomendaciones por escrito. Ambos acordaron que era demasiado tarde para salvar a Wake, ya sea mediante refuerzo o evacuación. Pero diferían mucho sobre la cuestión de si enviar los portaaviones estadounidenses para atacar la flota enemiga. El grupo Saratoga de Fletcher todavía estaba a 425 millas de Wake, y los destructores aún luchaban por reabastecerse de combustible en un oleaje cruzado lleno de baches, pero aún era posible que Sara hiciera una carrera de alta velocidad hacia Wake y lanzara sus aviones de ataque a la mañana siguiente. El grupo Lexington de Brown estaba lo suficientemente cerca para unirse a la refriega desde el sur, y el grupo Enterprise de Halsey podría haber estado en posición para cubrir la retirada posterior.

En un memorando redactado enérgicamente, McMorris aconsejó a Pye que continuara con el ataque. Las fuerzas estadounidenses en la vecindad probablemente eran más fuertes que las del enemigo, y retirarse sin ofrecer batalla sería "indebidamente cauteloso". Si bien era cierto que se desconocía la composición exacta de las fuerzas japonesas (los portaaviones, especialmente), a menudo es necesario aceptar las probabilidades en la batalla y "El enemigo no puede tener fuerzas superiores en todas las direcciones". Retirarse también “tendería a destruir el servicio y la confianza pública”. Concluyó: “Es una oportunidad poco probable que vuelva pronto. Tenemos una gran necesidad de una victoria”.

La evaluación de Draemel respaldó la mentalidad más cautelosa de Pye. La situación de abastecimiento de combustible de la fuerza de Saratoga era un problema importante y correría el riesgo de poner a los barcos estadounidenses dentro del alcance de ataque de fuerzas superiores sin medios de escape. "¿Estamos dispuestos a aceptar un compromiso importante, a esta distancia de nuestra base, con incertidumbre en la situación del combustible?" Su respuesta fue no: “No hay reservas, todas nuestras fuerzas están en el área de posibles operaciones. . . . La situación general dicta precaución, extrema precaución”.

Pye había oído suficiente. A las 9:11 am del 22 de diciembre, llamó a los tres grupos de portaaviones de regreso a Pearl Harbor. La orden fue recibida con gran resentimiento. Los hombres de las fuerzas especiales sollozaban abiertamente. El comandante George C. Dyer, oficial ejecutivo del buque insignia del almirante Brown, acusó más tarde que "el almirante Pye había tenido un susto, aparentemente visualizando la flota japonesa en todo el Océano Pacífico". El comandante Edwin Layton, el oficial de inteligencia de la Flota del Pacífico, se hizo eco del punto: “Perder ante un enemigo que luchó contra ti y luchó bien contra ti, era una cosa. Pero perder porque tu propio almirante era un 'Nellie nervioso' era otra". En el puente de la bandera de Saratoga se habló libremente de ignorar la orden de retirada, y algunos pensaron que Fletcher debería haber imitado el famoso gesto de Horatio Nelson en Copenhague, cuando levantó su mira hasta su ojo ciego y exclamó que no podía leer la señal que le ordenaba retirarse de la flota enemiga. Los aviadores marinos de Saratoga, que estaban listos para volar a Wake para relevar a sus colegas, amenazaron con subirse a sus aviones e irse. El contraalmirante Aubrey "Jake" Fitch, cuya bandera ondeaba en el Saratoga, se vio obligado a retirarse a su camarote para no escuchar ninguna de las conversaciones amotinadas en su puente. El almirante Joseph M. Reeves, en Pearl Harbor, exclamó: “¡Por ​​Dios! Solían decir que un hombre tenía que ser luchador y saber pelear. Ahora todo lo que quiero es un hombre que pelee”. cuya bandera ondeaba en el Saratoga, se vio obligado a retirarse a su camarote para no escuchar ninguna de las conversaciones amotinadas en su puente. El almirante Joseph M. Reeves, en Pearl Harbor, exclamó: “¡Por ​​Dios! Solían decir que un hombre tenía que ser luchador y saber pelear. Ahora todo lo que quiero es un hombre que pelee”. cuya bandera ondeaba en el Saratoga, se vio obligado a retirarse a su camarote para no escuchar ninguna de las conversaciones amotinadas en su puente. El almirante Joseph M. Reeves, en Pearl Harbor, exclamó: “¡Por ​​Dios! Solían decir que un hombre tenía que ser luchador y saber pelear. Ahora todo lo que quiero es un hombre que pelee”.

Para muchos en Hawái, tanto militares como civiles, ese fue el peor día de la guerra. La cancelación de la operación de socorro de Wake coincidió con noticias ominosas de Filipinas: los transportes japoneses estaban enviando tropas a las playas de Luzón y Leyte sin oposición, y MacArthur había huido de Manila. Estados Unidos no tenía ninguna esperanza realista de enviar refuerzos o suministros a Filipinas; probablemente serían abandonados y entregados al enemigo, como lo había sido Wake.

En Hawái, el espectro de la invasión parecía muy real tanto para los civiles como para los militares. Carroll Robbins Jones, de siete años, que vivía en Honolulu, escuchó a su madre llorar que la isla iba a ser “tomada”. Carroll se arrodilló y “le confesé a Dios todos mis pecados y oré para que Él me hiciera bueno, pensando que de alguna manera mi confesión y promesa de bondad ayudaría a terminar la guerra”. Robert Casey, un corresponsal del Chicago Daily News que había estado en París durante la Blitzkrieg nazi dieciocho meses antes, estudió los rostros de los residentes civiles de Honolulu y recordó las expresiones que había visto en Francia en mayo de 1940. “El paralelo era repugnante”, escribió. El trauma de la derrota había dejado a muchos oficiales, incluso a aquellos con excelentes antecedentes, en un letargo aturdido. Era un secreto mal guardado que el cirujano de la flota,

martes, 30 de agosto de 2022

SGM: MacArthur y la Batalla del Mar del Coral en 1942

MacArthur y la Batalla del Mar del Coral 1942

Weapons and Warfare
 


Altos comandantes aliados en Nueva Guinea en octubre de 1942. De izquierda a derecha: Sr. Frank Forde (Ministro del Ejército australiano); MacArthur; General Sir Thomas Blamey , Fuerzas Terrestres Aliadas; Teniente General George C. Kenney, Fuerzas Aéreas Aliadas; Teniente General Edmund Herring , Fuerza de Nueva Guinea; General de Brigada Kenneth Walker , V Comando de Bombarderos.

La máquina de relaciones públicas de MacArthur no necesitaba cobertura: ya estaba a la ofensiva. De hecho, bajo los auspicios de Pick Diller, con fuertes contribuciones del propio MacArthur, había continuado con su práctica de Manila y Corregidor de producir comunicados de prensa omnipresentes desde el momento en que la banda de Bataan desembarcó en Batchelor Field. Por un lado, la propaganda japonesa se jactaba de los triunfos, reales e imaginarios, del ejército y la armada japoneses, y MacArthur parece haber sentido que parte de su responsabilidad era contrarrestar esta corriente con su propia propaganda. Pero, por otro lado, sus comunicados se publicaron tan rápido que con frecuencia no tenían todos los hechos claros. Además, a veces informaban de los resultados de operaciones sobre las que MacArthur no tenía un mando directo,

Marshall llamó a MacArthur a la tarea precisamente por esas razones después de un comunicado de prensa con la fecha "Cuartel general aliado, Australia, 27 de abril", que informaba con gran detalle sobre la acumulación de fuerzas japonesas en Rabaul. Los japoneses tenían que sospechar, le dijo Marshall a MacArthur, que el reconocimiento por sí solo no podría haber recopilado tal información y que sus códigos estaban comprometidos, si no rotos. “Esto, junto con incidentes anteriores”, advirtió Marshall, “indica que la censura de las noticias que emanan de Australia, incluida su sede, necesita una revisión completa”.

MacArthur respondió que después de lo que calificó de "una verificación cuidadosa", el material en cuestión no había sido anunciado "por comunicado directo" desde su cuartel general. Afirmó que Marshall creía que los periodistas se habían apropiado libremente del término "Cuartel general aliado, Australia", a pesar de que MacArthur era tan particular con esas cosas, y que su uso no implicaba su control o aprobación. MacArthur culpó a un censor australiano por la publicación y luego señaló deliberadamente: "Como expliqué anteriormente, es absolutamente imposible para mí, bajo la autoridad que poseo, imponer una censura total en este país extranjero". Pero luego las apuestas aumentaron.

La unidad de descifrado de códigos de la Marina de los EE. UU. en Filipinas, cuyo nombre en código es Cast, había sido una evacuación de alta prioridad de Corregidor a principios de febrero. Una unidad militar similar, la Estación 6, retrasó su partida hasta después de la partida de MacArthur, pero fue evacuada parcialmente a fines de marzo. Ambas unidades se volvieron a ensamblar en Melbourne y continuaron descifrando la inteligencia de señales. Sin embargo, el centro de inteligencia del Pacífico contra los japoneses era la estación Hypo, ubicada en Pearl Harbor bajo el liderazgo del teniente comandante Joseph J. Rochefort.

Sobre la base de las intercepciones de Rochefort, el comandante Edwin T. Layton, jefe de inteligencia de Nimitz, envió un mensaje a través de canales que informaba a Sutherland que los japoneses parecían estar preparándose para ampliar su alcance desde Rabaul y que Port Moresby podría ser atacado por mar en abril. 21. MacArthur ordenó un reconocimiento aéreo del puerto de Simpson en Rabaul, pero los pilotos del general Brett no encontraron ninguna concentración de barcos que sugiriera una operación anfibia importante.

El 22 de abril en Hawái, Layton reafirmó sus sospechas a Nimitz: a pesar de los resultados del reconocimiento, todavía anticipaba una inminente ofensiva japonesa desde Rabaul, ya sea contra el sur de Nueva Guinea o hacia el este en las Islas Salomón. Dada la predilección de la armada japonesa por avanzar bajo la protección del aire terrestre (la batalla de Midway pronto sería una gran excepción), Layton sugirió que el objetivo era Port Moresby.

Willoughby leyó el mismo mensaje decodificado y llegó a una conclusión diferente. Al notar la presencia informada de cuatro portaaviones japoneses, Willoughby predijo un ataque más allá de la cobertura del aire terrestre, ya sea contra la costa noreste de Australia o en Nueva Caledonia, el enlace crítico en la línea de vida de la costa oeste a Australia. Cuando Port Moresby permaneció en silencio, la inteligencia naval adicional convenció a Sutherland de que el ataque solo se había retrasado una semana o dos. Willoughby se retractó de su evaluación y la revisó: a partir de entonces esperaba un desembarco con fuerza de división en Port Moresby entre el 5 y el 10 de mayo.

En respuesta a la inteligencia de Layton, Nimitz ordenó a los portaaviones Lexington y Yorktown, bajo el mando del contralmirante Frank Jack Fletcher, que se reunieran y se aventuraran en el Mar del Coral. Convencido por Layton de que los japoneses estaban haciendo un gran avance ofensivo, Nimitz también ordenó a los portaaviones Enterprise y Hornet, que regresaban del Doolittle Raid bajo el mando de Bill Halsey, que se unieran a Fletcher. Reunir los únicos cuatro portaaviones estadounidenses en el Pacífico en una sola fuerza marcó un cambio importante en la forma en que la Marina de los EE. UU. desplegó sus portaaviones, aunque Enterprise y Hornet llegarían demasiado tarde para enfrentarse, y, para crédito de Nimitz, marcó su surgimiento como un comandante de teatro agresivo. Sin embargo,

Los japoneses formaron tres grupos principales: una fuerza de batalla o de "ataque" de Truk al mando del contralmirante Takeo Takagi, incluidos los portaaviones Shokaku y Zuikaku; una fuerza de invasión de Rabaul con destino a Port Moresby que contenía siete destructores, cinco transportes y varias licitaciones de hidroaviones; y una fuerza de escolta, o de “cobertura”, que seguía a la fuerza de invasión e incluía al portaaviones ligero Shoho junto con cuatro cruceros pesados, dos cruceros ligeros y un escuadrón de submarinos.

El arquitecto del ataque japonés fue el almirante Shigeyoshi Inoue, comandante de la Cuarta Flota de la Armada Imperial Japonesa, con base en Truk. Además de Port Moresby, Inoue tenía el ojo puesto en una instalación de hidroaviones en la pequeña Gavutu, cerca de la isla de Tulagi, en el extremo oriental de las Islas Salomón. La captura de Gavutu y Tulagi permitiría a los hidroaviones japoneses patrullar los tramos orientales del Mar del Coral mientras se construía un aeródromo para el aire terrestre cerca de la isla más grande de Guadalcanal.

Mientras una pequeña fuerza se abría paso a través de las Islas Salomón desde Rabaul y realizaba los aterrizajes en Tulagi, la fuerza de ataque de Takagi barría el extremo este de las islas, corría hacia el oeste a través del Mar del Coral y lanzaba un ataque sorpresa contra los aeródromos aliados en Townsville. en el continente australiano, paralizando una parte de la fuerza aérea de MacArthur antes del aterrizaje en Port Moresby. Inoue no esperaba que Takagi se encontrara con portaaviones estadounidenses hasta que Takagi se movió hacia el norte después de la incursión de Townsville para cubrir los desembarcos de Port Moresby. Al menos ese era el plan.

El 2 de mayo, el pequeño destacamento de la Real Fuerza Aérea Australiana en Tulagi se enteró del avance de la fuerza de desembarco japonesa y escapó a las Nuevas Hébridas después de demoler algunas instalaciones. Al día siguiente, la fuerza japonesa, que aterrizaba sin oposición, fue observada por aviones de reconocimiento SWPA. MacArthur pasó el informe al almirante Fletcher, quien, sin que Inoue lo supiera, navegaba en el Yorktown en el Mar del Coral al sur de las Islas Salomón. Fletcher ordenó el norte de Yorktown y lanzó una incursión contra Tulagi que regresó con grandes alardes pero causó pocos daños reales a la fuerza de invasión. El resultado, sin embargo, fue advertir a Takagi de la presencia de un portaaviones estadounidense y acelerar su acercamiento con el Shokaku y el Zuikaku alrededor del extremo este de las Islas Salomón y hacia el Mar del Coral al mediodía del 5 de mayo.

Los bombarderos del general Brett, que volaban desde Townsville y Port Moresby, vislumbraron la fuerza de invasión de Port Moresby que se dirigía lentamente al paso de Jomard, entre el continente de Nueva Guinea y el archipiélago de Louisiade. Los ataques aéreos repetidos en el transcurso de tres días terminaron con pocos daños a los barcos japoneses, pero inexplicablemente, Brett, o tal vez fue MacArthur, no transmitió ninguno de estos avistamientos o acciones a Fletcher, solo una consecuencia de menos de- comando unificado.

Portaaviones USS Lexington bajo ataque japonés.

Armada de MacArthur

Sin embargo, elementos de lo que vendría a llamarse la Armada de MacArthur estaban en la escena. El almirante Leary había enviado la mayor parte de sus fuerzas navales SWPA (dos cruceros australianos y uno estadounidense y tres destructores) para ayudar a Fletcher, pero en la mañana del 7 de mayo, Fletcher los separó hacia el oeste para proteger Port Moresby de cualquier fuerza que saliera del Pasaje Jomard. . Oleadas sucesivas de bombarderos medianos y pesados ​​japoneses encontraron los barcos y presionaron los ataques peligrosamente cerca, en un punto a horcajadas sobre el buque insignia australiano del contraalmirante John G. Crace con una serie de bombas. Apenas habían partido estos aviones cuando otros tres bombarderos medianos lanzaron bombas desde veinticinco mil pies sobre uno de los destructores.

“Posteriormente se descubrió”, informó Crace más tarde, “que estos aviones eran B-26 del Ejército de EE. UU. de Townsville”. Las fotografías tomadas cuando se lanzaron las bombas dejaron pocas dudas de que habían atacado sus propios barcos. "Afortunadamente", concluyó Crace, "su bombardeo, en comparación con el de la formación japonesa unos momentos antes, fue vergonzoso".

Los registros mostraron solo ocho B-17 aliados que luego se enfrentaron en cualquier lugar cercano. El general Brett negó rotundamente que sus aviones (B-26, B-25 u otros) hubieran atacado el comando de Crace y rechazó una oferta de Leary para trabajar en la mejora del reconocimiento de las fuerzas aéreas de los buques de guerra. MacArthur parece haberse mantenido por encima de esta refriega, pero sostuvo conferencias tanto con Brett como con Leary al día siguiente, y el asunto probablemente no mejoró su consideración por ninguno de los dos.

Mientras tanto, tanto Fletcher como Takagi lanzaron aviones de búsqueda para encontrar los portaaviones del otro. Encontraron objetivos, pero no los que buscaban. El primer ataque de los portaaviones japoneses confundió al destructor Sims y al petrolero Neosho, que estaban inactivos esperando una cita para repostar, con un portaaviones y un crucero y los hundió después de un furioso ataque. Los estadounidenses fueron víctimas de un problema similar de identificación errónea y lanzaron complementos completos de aviones desde Yorktown y Lexington contra los informes de "dos portaaviones y cuatro cruceros pesados" 175 millas al noroeste. El nervioso piloto había tenido la intención de codificar "dos cruceros pesados ​​y dos destructores", pero los bombarderos en picado del Lexington tropezaron con el portaaviones ligero Shoho en la fuerza de cobertura, hundiéndolo al grito de un piloto de "Scratch one flattop".

Finalmente, en la mañana del 8 de mayo, los aviones de los dos portaaviones principales de cada lado encontraron sus objetivos, dejando al Lexington y al Shokaku como los más dañados de los cuatro y demostrando que los aviones de portaaviones podían luchar en encuentros importantes sin que los barcos de superficie entraran en acción. contacto directo entre sí. Los estadounidenses avanzaron para salvar el Lexington, pero los vapores de gasolina de las líneas de combustible rotas se encendieron y comenzaron una serie de explosiones en cadena. Los marineros se alinearon en la cubierta de vuelo en una evacuación tranquila, y Fletcher tuvo el duro deber de ordenar a un destructor que hundiera los restos en llamas para evitar cualquier posibilidad de que los japoneses lo salvaran.

Después de haber recibido instrucciones del almirante Inoue de abandonar la incursión contra Townsville, Takagi se dirigió hacia el norte con el Zuikaku para seguir al herido Shokaku. La pérdida del Shoho provocó un retiro similar, ya que tanto la flota de invasión de Port Moresby como los restos de su fuerza de cobertura dieron la vuelta y navegaron de regreso a Rabaul. Tácticamente, los estadounidenses habían sufrido mayores pérdidas, pero estratégicamente, habían asestado el primer gran revés al jugueteo desenfrenado de Japón posterior a Pearl Harbor y lograron mitigar el impulso japonés para cortar la línea de vida de Australia. King nunca perdonaría a Fletcher por la pérdida del Lexington, pero cinco meses después de Pearl Harbor, Fletcher se había enfrentado a una fuerza ligeramente superior y, en el peor de los casos, había salido empatado. En el mejor de los casos, había salvado a Australia.

Pero la Batalla del Mar de Coral no había terminado del todo. Iba a haber una pelea secundaria de comunicados de prensa entre MacArthur y la marina estadounidense. Durante el curso de la batalla naval en curso, el Consejo Asesor de Guerra de Australia había dado el paso sin precedentes de otorgar a MacArthur el tipo de censura suprema sobre las operaciones de SWPA que MacArthur acababa de decirle a Marshall que era "absolutamente imposible" de hacer cumplir. Las noticias vendrían solo de los comunicados SWPA de Diller. Los dos primeros despachos del 8 de mayo informaron diez barcos enemigos hundidos y cinco gravemente dañados en la acción del Mar del Coral, con los bombarderos de MacArthur jugando un papel principal y sin mencionar pérdidas estadounidenses específicas, incluido el Lexington. Era una forma egocéntrica de MacArthur de demostrar que estaba "al tanto", pero tuvo el efecto contrario.

El Lexington apenas se había asentado bajo las cálidas aguas del Mar del Coral cuando Marshall le dijo a MacArthur que King y Nimitz estaban bastante perturbados por su "divulgación prematura de información" sobre las fuerzas bajo el mando de Nimitz porque imponía "riesgos definidos sobre las fuerzas participantes y ponía en peligro [d ] la continuación exitosa de las operaciones del grupo de trabajo de la flota”. King decretó que, a partir de ese momento, las noticias sobre las fuerzas de Nimitz se "publicarían únicamente a través del Departamento de Marina".

Como era de esperar, MacArthur se ofendió e inmediatamente envió una respuesta característicamente larga: “Absolutamente no se ha publicado ninguna información de mi cuartel general con referencia a la acción que tiene lugar en el sector noreste de esta área, excepto los comunicados oficiales. Por ningún tramo de la imaginación posible contienen nada de valor para el enemigo ni nada que él no conozca por completo”. Las fuerzas así involucradas, señaló MacArthur, incluían una gran parte de su fuerza aérea, una parte importante de la armada australiana y sus fuerzas terrestres fuertemente australianas en Port Moresby y en otros lugares. La batalla involucró “el destino mismo del pueblo y el continente australianos”, sostuvo MacArthur,

En respuesta a esta diatriba, Marshall adoptó su habitual enfoque tranquilo: no respondió. Es difícil imaginar que Marshall hubiera tolerado tal insolencia de otro subordinado. Lejos de dejarse intimidar por MacArthur, Marshall simplemente seguía la línea del partido. El presidente había decidido que el valor de MacArthur como activo superaba sus pasivos, y Marshall haría todo lo posible para seguir su ejemplo. Eso no significaba, por supuesto, que Roosevelt no compartiera la frecuente exasperación de Marshall.

“Como ha visto en la prensa”, escribió Roosevelt al primer ministro canadiense Mackenzie King el 18 de mayo, “Curtin y MacArthur obtienen la mayor parte de la publicidad. ¡Sin embargo, el hecho es que las operaciones navales se llevaron a cabo únicamente a través del comando de Hawái!

Lejos de rehuir a Nimitz, MacArthur felicitó al almirante por la forma en que se manejaron sus fuerzas y anunció que estaba ansioso por cooperar. “Llámame libremente”, escribió MacArthur. Puede contar con mi más completa y activa colaboración. Mientras tanto, MacArthur obsequió a su personal con historias de cómo sus aviones habían descubierto la flota de invasión japonesa. “Lo contó todo de la manera más maravillosamente teatral”, recordó años después el general de brigada Robert H. Van Volkenburgh, su jefe antiaéreo. "Disfruté cada segundo.







viernes, 1 de julio de 2022

SGM: Primer golpe en Truk en 1944

Primer golpe en Truk 1944

Weapons and Warfare


 




Con casi dos años de marcha, la guerra del Pacífico, la guerra de la Armada, aún no era total. De hecho, algunos lo llamaban una guerra falsa. Ese término se aplicó al período de ocho meses de estancamiento en Europa entre la declaración de guerra de los aliados y sus primeras operaciones importantes en el frente occidental de Alemania en 1940. En el Pacífico, el año 1943 había sido, para la Armada, un año de reconstrucción y espera.

La invasión de Guadalcanal, la primera ofensiva aliada de la guerra, lanzada en agosto de 1942, se llevó a cabo con muy poco dinero, utilizando un plan de contingencia al dorso del sobre. La campaña de desgaste de seis meses terminó con la victoria estadounidense en febrero, pero pasarían nueve meses más antes de que el Cuerpo de Marines atacara otra isla controlada por los japoneses. Mientras las tropas del general Douglas MacArthur desgastaban a los japoneses en Nueva Guinea y la Fuerza de Tarea Kiska del Ejército retomó las Aleutianas, la Armada soportó un intervalo de reunión y ajuste, de preparación y planificación, reclutamiento y entrenamiento, construcción y puesta en marcha. Sobre todo lo último, y los astilleros contarían una historia épica.

El buque líder de la clase de portaaviones Essex se unió a la flota en la víspera de Año Nuevo de 1942. El buque de 34.000 toneladas emergería como el buque insignia de la fuerza de combate de la Marina de los EE. UU. Se lanzarían cuatro más antes de que terminara 1943. Un par de acorazados de la clase Iowa también llegaron al Pacífico ese año, mientras cuatro más de los gigantes de 45,000 toneladas tomaban forma en los astilleros. Una horda de nuevos destructores y escoltas de destructores, más de quinientos, se lanzaron solo en la segunda mitad del año. Pero las mayores economías de escala se revelaron en la construcción de barcos mercantes. El presidente Franklin D. Roosevelt había ordenado a la Comisión Marítima que produjera veinticuatro millones de toneladas de envío de carga en 1943. El aumento fue tan grande que podría haber puesto a prueba la capacidad de la industria del vino para fabricar botellas para romper contra las proas el día del lanzamiento. Sorprendentes escaseces en cascada a través de la cadena de suministro. Cuando se racionó la grasa para uso exclusivo de las unidades de combate, un astillero en Beaumont, Texas, encontró un sustituto para lubricar los patines de sus rampas: plátanos maduros. Los oficiales de personal, escasos de candidatos, contrataron a mujeres y minorías para trabajar en los astilleros y miraron tierra adentro desde los campos de reclutamiento tradicionales de las costas con el presentimiento de que los agricultores con el ingenio suficiente para sobrevivir al Dust Bowl podrían ser útiles en la construcción de barcos. Al salir de la Depresión, nadie perdió la oportunidad de ganar un mejor salario. contrató mujeres y minorías para trabajar en los astilleros y miró tierra adentro desde los campos de reclutamiento tradicionales de las costas con el presentimiento de que los agricultores con suficiente ingenio para sobrevivir al Dust Bowl podrían ser útiles en la construcción de barcos. Al salir de la Depresión, nadie perdió la oportunidad de ganar un mejor salario. contrató mujeres y minorías para trabajar en los astilleros y miró tierra adentro desde los campos de reclutamiento tradicionales de las costas con el presentimiento de que los agricultores con suficiente ingenio para sobrevivir al Dust Bowl podrían ser útiles en la construcción de barcos. Al salir de la Depresión, nadie perdió la oportunidad de ganar un mejor salario.



Fue esta efusión de mano de obra e industria lo que permitió que comenzara el viaje largamente imaginado de la Marina a través del Pacífico Central. Desde 1909, el “problema del Pacífico” había sido un importante objeto de estudio, basado en la necesidad de la Marina de retomar Filipinas después de un ataque japonés. Desde 1933, Ernest King había favorecido un camino a través de las Marianas, que consideraba la "clave del Pacífico occidental". Como comandante en jefe de la flota estadounidense, con base en Washington, el almirante King había estado presionando al Estado Mayor Conjunto para que aprobara una invasión de las islas desde las etapas finales de la campaña de Guadalcanal. El tamaño y la dificultad de los objetivos insulares capturados hasta la fecha (meras apóstrofes de coral con poca elevación o terreno) palidecían al lado de las Marianas, que se encontraban dentro de lo que Japón consideraba su perímetro defensivo interior.

En noviembre de 1943, cuando las fuerzas del Pacífico Sur del almirante William F. Halsey atacaron Bougainville, la Fuerza del Pacífico Central del vicealmirante Raymond Spruance comenzó su marcha oceánica, cayendo sobre el más pequeño y humilde de los objetivos: Tarawa, un atolón de coral en Gilberts. La lucha aguda y sangrienta fue ganada rápidamente por los hombres de la Segunda División de Infantería de Marina. La campaña de las Islas Marshall fue la siguiente. Spruance llevó la flota allí en enero, entregando la Cuarta División de Infantería de Marina y elementos de la Séptima División del Ejército para conquistar Kwajalein, una infame isla prisión que había sido el lugar de muchas ejecuciones de pilotos y marineros aliados capturados.

Cuando Nimitz, encantado, le preguntó a Spruance qué pensaba sobre qué hacer a continuación, Spruance propuso avanzar de inmediato para capturar Eniwetok, un fondeadero en las Islas Marshall occidentales. Sería el mayor avance de las fuerzas estadounidenses en toda la guerra. Spruance dijo que podía hacerlo, pero solo si los transportistas manejaban primero un asunto preliminar importante. Cualquier barco que asalte Eniwetok, dijo, entraría dentro del alcance de ataque de los aviones de la mayor base japonesa en el Pacífico Central. Spruance propuso enviar el grupo de trabajo de portaaviones rápidos para atacarlo. Su nombre era Truk .

La fortaleza nunca antes había sido vislumbrada, y mucho menos atacada. Ubicada en las Islas Carolinas, Truk era una enorme laguna de varias islas. Su gigantesca barrera exterior de cabezas de coral trazaba un triángulo que contenía ochenta y cuatro islas de coral y basalto, la mayoría de las cuales eran lo suficientemente sólidas como para montar artillería antiaérea. Cuatro de las islas interiores tenían aeródromos. Los puertos y fondeaderos de la laguna eran lo suficientemente profundos para los principales buques de guerra, y la capacidad de la base para soportar dichos activos, y su ubicación en el límite de las áreas del Pacífico Central y Sur, la recomendaban como una base naval avanzada, cuartel general de flota, base aérea, radio. centro de comunicaciones y base de suministros también. Desde Truk, la Armada Imperial podría reunirse en defensa de casi cualquier punto del perímetro de su llamada Área Sudeste, hasta el profundo Pacífico Sur.



La cuestión de cómo lidiar finalmente con Truk se decidiría solo después de que terminara la redada de Spruance. Había dos opciones sobre la mesa. El Estado Mayor Conjunto de los EE. UU. había aprobado dos caminos ofensivos a través del Pacífico Central: o bien la Armada asaltaría Truk directamente y lo tomaría antes del 15 de junio, seguido de aterrizajes en las Marianas el 1 de septiembre; o la Marina lo pasaría por alto, saltando directamente a las Marianas, con el Día D en Saipan fijado para el 15 de junio.

Nimitz pensó que habría que tomar Truk, pero sus planificadores anfibios lo consideraron fuera de sus posibilidades. La barrera de arrecifes de Truk era un obstáculo peligroso para el asalto, y su enorme radio mantenía el puerto interior fuera del alcance de los disparos navales desde el exterior. Las propias islas principales del atolón, Eten, Moen, Param, Fefan y Dublon, estaban dentro del rango de apoyo mutuo y, por lo tanto, eran objetivos formidables. Cuanto más lo miraban Nimitz y su gente, menos les gustaban las probabilidades.

El 12 de febrero, Spruance y Mitscher llevaron nueve portaaviones al mar desde Majuro, un fondeadero en Marshalls. Su misión era clavar un brazo en el avispero que era Truk y evaluar la potencia de su picadura. Si la incursión, cuyo nombre en código era Operational Hailstone, salía bien, ningún avión japonés permanecería en Truk para interferir con los aterrizajes en Eniwetok. Los resultados influirían también en la elección del siguiente objetivo estratégico.

Aunque Spruance tenía fama de acorazado, había ganado su mayor fama dirigiendo portaaviones. En junio de 1942, en la Batalla de Midway, ejerció control táctico sobre Enterprise, Hornet y Yorktown mientras sus aviadores destruían cuatro portaaviones japoneses. Por la pérdida del Yorktown, Estados Unidos obtuvo una victoria que resonaría en la historia. Ascendido a partir de entonces para servir como jefe de personal del almirante Chester Nimitz, Spruance estuvo al mando de un escritorio en Pearl Harbor. No fue hasta agosto de 1943 que regresó al mar para comandar la Fuerza del Pacífico Central. Su elemento portador rápido adquirió su tamaño muscular casi coincidentemente con el ascenso de Spruance. Empequeñecía en todas las dimensiones al grupo de portaaviones que había dirigido en Midway. Los portaaviones de la clase Essex se hicieron poderosos por su asociación con un grupo aéreo de noventa aviones, compuesto por un escuadrón de cazas, un escuadrón de bombarderos en picado y un escuadrón de bombarderos torpederos. Para 1944, estos escuadrones usaban los mejores aviones de su clase, el F6F-3 Hellcat, el SB2C-1 Helldiver (o el antiguo SBD-5 Dauntless) y el TBF-1c Avenger, respectivamente.

La discusión sobre cómo emplear la creciente lista de portaaviones de la Armada —individualmente, como en el pasado, o en grupos— se resolvió no tanto por la persuasión o la experiencia de batalla como por la creciente producción de los astilleros. En lo que respecta a las tácticas de combate, la suposición estándar de que tenían que atacar y luego huir, porque era imposible salvarlos contra un ataque aéreo determinado, estaba cediendo ante una nueva realidad. La cantidad no era simplemente un lujo sino una revolución. Al concentrar sus defensas aéreas y antiaéreas, el grupo de trabajo del portaaviones podría mantener a raya un ataque aéreo. Sus aviones tenían transpondedores de radio que permitían a los equipos de dirección de combate especialmente entrenados reconocerlos y dirigirlos utilizando radares de búsqueda de largo alcance. Los nuevos centros de información de combate a bordo recopilaron y comunicaron esta información crítica. Con una doctrina común que rige el uso de patrullas aéreas de combate, formaciones de barcos y tácticas de defensa aérea, la fuerza de tarea de portaaviones adquirió una flexibilidad que multiplicó su alcance y poder de permanencia. Varios grupos de tres o cuatro portaaviones, operando juntos, bien podrían cuidar de sí mismos. Acercándose a Truk, Spruance y Mitscher estaban a punto de demostrarlo.

Habían organizado sus nueve portaaviones en tres grupos de trabajo, cada uno sobrevolando el horizonte desde el siguiente. Spruance enarboló su bandera de tres estrellas en el acorazado New Jersey, navegando en un gran círculo con el portaaviones Bunker Hill y los portaaviones ligeros Monterey y Cowpens. En el horizonte, al norte, estaba el grupo formado alrededor del Enterprise, el Yorktown* y el portaaviones ligero Belleau Wood. Al sur venía el Essex, con el Intrepid y el portaaviones ligero Cabot. El despliegue en grupos permitió la concentración o dispersión según lo requiera una misión. Por lo general, la fuerza se puede ver en su totalidad solo en un anclaje. En el mar, tal espectáculo requería unos pocos miles de pies de altitud.

Noventa minutos antes del amanecer del 16 de febrero, la flota se acercó a noventa millas de Truk y, por orden de Mitscher, como comandante táctico de los portaaviones al mando de Spruance, se convirtió en un viento de fuerza cinco y comenzó a lanzar aviones. Uno por uno, con la liberación de calzos y el rugido de los motores radiales de Wright, un enjambre de F6F-3 Hellcats levantó el vuelo sobre el rocío de cabrillas blancas que se precipitaban.

Al amanecer, los líderes de cada uno de los cinco escuadrones de caza participantes dirigieron sus vuelos en un amplio giro hacia el oeste y dieron vueltas, permitiendo que los demás se unieran. Después de que los setenta Hellcats se hubieran reunido, se dirigieron hacia el oeste, presagios de una operación de dos días para neutralizar a Truk como una amenaza para las ambiciones estadounidenses en el Pacífico.

El enjambre había zumbado durante menos de una hora cuando su objetivo apareció ante ellos. Iluminado por el sol justo por encima del horizonte oriental, parecía un grupo de montañas contenido en una enorme tina bordeada de coral. La barrera de arrecifes de Truk, un triángulo de esquinas redondeadas, abarcaba una laguna. A medida que se acercaban, doce aviones de Bunker Hill volaron a gran altura a veinte mil pies, mientras que dos divisiones de cuatro se extendieron más ampliamente como exploradores. Dos docenas de Hellcats del Enterprise y el Yorktown, el buque insignia de Mitscher, formaron el grupo de ataque bajo. Contingentes del mismo tamaño del Intrepid y del Essex llegaron a media altura. El jefe del grupo aéreo de Bunker Hill, el comandante Roland H. "Brute" Dale, voló por separado como coordinador de ataque. Su trabajo consistía en asegurarse de que los cuarenta y ocho aviones restantes, sus atacantes, encontraran los objetivos correctos para ametrallar,

Doce aviones del Seis Escuadrón de Cazas del Intrepid sobrevolaban el atolón a la distancia, esperando a que su alta cubierta llegara a su estación. Un piloto de este grupo, el teniente (jg) Alex Vraciu, estaba desconcertado al no encontrar aviones japoneses en el aire para interceptar. Poco sabían los pilotos estadounidenses que el comandante naval de la base acababa de relajar la guardia, una decisión que coincidió casi con la llegada de los portaaviones enemigos a sus costas. Durante las dos semanas anteriores, Truk había estado en alerta máxima, desde que los aviones de búsqueda estadounidenses lo reconocieron el 4 de febrero.

Sabiendo que sus pilotos estaban agotados, el vicealmirante Masami Kobayashi, comandante de la Cuarta Flota, había ordenado a la mayoría de ellos que bajaran a tierra en el distrito de barracones ubicado al otro lado de una calzada del aeródromo principal de Dublon. El lapso posterior en la búsqueda aérea permitió que Spruance se acercara a Truk sin ser detectado y dejó una parte considerable de los cazas disponibles en tierra cuando el enjambre estadounidense llegó antes del amanecer.

En un barrido de caza, la doctrina táctica de la Marina de los EE. UU. se reducía a esto: mantén tus Hellcats en alto. Concéntralos en vigor. Elimina primero a los cazas enemigos. Luego ve tras los aeródromos. No des vueltas y te demores; solo le da al enemigo la oportunidad de luchar. Excepto por los primeros cinco minutos de dar vueltas necesarios para permitir que los Hellcats asignados a la cobertura alta tomaran posición, eso fue exactamente lo que hicieron Dale y sus pilotos, aunque no necesariamente en ese orden. No fue hasta que Fighting Six estaba empujando para ametrallar que descubrieron que, después de todo, algunos cazas enemigos estaban en el aire. La inteligencia de la Flota del Pacífico había estimado que no menos de setenta y cinco cazas estarían disponibles para defender Truk, junto con veintiocho bombarderos exploradores, doce aviones torpederos, doce bombarderos medianos, cinco aviones patrulleros grandes y cincuenta y ocho hidroaviones. un total de 190 aviones. “No menos que” resultaron ser las palabras operativas. Los pilotos japoneses finalmente llegaron a sus aviones. Los aviadores estadounidenses contarían más de trescientos en el aire y en tierra durante el día.

Mientras el fuego antiaéreo inflaba el cielo a su alrededor, Alex Vraciu, con su compañero de ala, Lou Little, se encontró en la cola de una espiral de Hellcats que se dirigía hacia la isla de Moen, el sitio de uno de los principales aeródromos de Truk. Diez Hellcats delante de él estaban en sus inmersiones cuando, para estar seguro, Vraciu miró hacia atrás por encima del hombro. No era un novato, sabía que las nubes ofrecían rincones y grietas para que los pilotos enemigos los usaran como cobertura para una emboscada. Su precaución probablemente le salvó la vida. Allí lo vio por fin, la forma tenue de un Mitsubishi A6M Model Zero, conocido como Zeke, sumergiéndose, con el capó y las alas centelleando con los disparos.

Vraciu echó hacia atrás su bastón y Little lo siguió en una escalada. Girando bruscamente hacia el avión enemigo, Vraciu maniobró para poner el avión en su punto de mira, luego disparó una ráfaga que obligó al piloto a separarse y sumergirse. Fue entonces cuando notó los aviones enemigos sobre él, una manada de docenas que incluía todos los modelos que volaban los japoneses. La pelea estaba en marcha.

Alex Vraciu era solo uno entre muchos jóvenes pilotos en una situación similar, llenos de ambición, esclavos de su tribu, dominados por el logotipo y el encanto de su escuadrón y llenos de historias sobre las manos sabias que los habían forjado. Ingresó a la formación de pilotos cuando aún era estudiante de último año en la Universidad Depauw en Muncie, Indiana. Al unirse a su primer escuadrón en North Island, San Diego, Vraciu fue señalado como un talento por el comandante, Butch O'Hare, quien convirtió al novato en su compañero de ala. El patrón procedió a transmitir las lecciones de combate aéreo tal como se las habían enseñado a él, a través del "escuadrón de humillación".

Esta poderosa pedagogía lanzó a los nuevos pilotos recién entrenados a simulacros de combate aéreo contra un grupo de veteranos experimentados. Como O'Hare había aprendido de leyendas como John S. "Jimmie" Thach y Jimmy Flatley, ahora Vraciu se enfrentaba a su propia curva de aprendizaje. Volando contra O'Hare, ganador de la Medalla de Honor, Vraciu se desempeñó lo suficientemente bien como para llamar la atención. Y así, O'Hare lo incorporó a un nuevo programa para desarrollar tácticas de combate nocturno. En un "equipo de murciélagos", un par de Hellcats volaban con un Avenger equipado con radar para cazar aviones enemigos que volaban de noche. Y fue precisamente en una misión de este tipo, una noche frente a Marshalls en noviembre de 1943, cuando O'Hare murió mientras defendía al grupo de trabajo Enterprise contra un ataque aéreo nocturno. Su pérdida avivó la fiebre de Pearl Harbor de Vraciu. El deseo de venganza se convirtió en el motor de su vida alada.

Evaluando la formación enemiga, Vraciu sabía que tenía suficiente velocidad, alrededor de 250 nudos, para perder a cualquier caza enemigo que se enganchara a su cola. El caza Grumman, rápido y resistente, podía superar a un Zeke a gran velocidad. Al sumergirse para ganar velocidad, podía ejecutar un chandelle, deteniéndose en un giro empinado que haría que su perseguidor pasara disparado. Al hacer un giro de barril, Vraciu podría abalanzarse sobre el Zeke mientras pasaba volando. Vraciu lo tenía justo donde lo quería, este piloto que se instaló en su cola.

Cuando el oponente de Vraciu trató de seguirlo a través del chandelle, el Zeke perdió el agarre en el aire y giró en la parte superior de la curva. Vraciu estaba alineando un tiro de desvío mortal cuando notó que más combatientes enemigos se le echaban encima desde arriba. Su celo dio paso a la prudencia. Rechazó el disparo, dejando que el piloto enemigo se zambullera y escapara mientras él descubría una mejor manera de ganar.

Vraciu se alegró de encontrar a Lou Little sujetando fielmente su ala. Al moverse en forma de tijera de un lado a otro en patrones de S entretejidos opuestos, él y su compañero de ala hicieron que el enemigo pensara mejor en ponerse en sus colas. Conocido como Thach Weave en honor a su creador, Jimmie Thach, el patrón de Fighting Three, la táctica permitió a dos pilotos de combate cubrir la posición vulnerable de las seis en punto del otro contra aviones más maniobrables como el Zeke. De esta manera, Vraciu convenció gradualmente al enemigo para que descendiera. Una vez que los japoneses cedieron la ventaja de la altitud, señaló Vraciu, parecieron perder su determinación. Obteniendo la cola de tres Zekes en sucesión, les prendió fuego y vio cómo el avión moteado de marrón y verde se precipitaba en la laguna. La mañana pertenecía a los americanos. Después de un fuerte compromiso de diez minutos, Vraciu notó que varios pilotos japoneses descendían lentamente, suspendidos en seda. Algunos de ellos todavía estaban en pijama.

El barrido de los cazas voló sobre el gran atolón, devorando aviones japoneses en el aire y en tierra. Dirigido por el ejecutivo de Fighting Six, el teniente GC Bullard, el escuadrón de Vraciu hizo doce pasadas sobre la franja, quemando fila tras fila de aviones. Disparando a un Zeke y prendiéndole fuego, Teddy Schofield de Fighting Five siguió al piloto enemigo en un descenso hacia el aeródromo de Eten Island. El aviador japonés probablemente resultó herido, porque no encuadró las ruedas al aterrizar. Su avión rodó lo suficiente como para atrapar la punta de un ala en la pista, luego comenzó a dar volteretas. Dando vueltas y más vueltas, el Zeke rodó por la plataforma de un hangar, encendiendo tres aviones torpederos estacionados, y mientras Schofield observaba, apoyándose con fuerza para dar algunas vueltas más, el Zeke se detuvo, un desastre, justo antes de un gran avión de cuatro motores. estacionado al final de la línea de vuelo.

El teniente Bullard del Intrepid no estaba entre los pilotos que se unieron al área de encuentro. De camino a él, había visto un crucero ligero japonés que se precipitaba hacia la salida norte del atolón, North Pass. Reuniendo a su división, lideró una carrera de ametrallamiento a baja altitud. Una ráfaga de fuego antiaéreo del barco golpeó su Hellcat y su motor perdió potencia. Girando hacia el mar, el piloto descendió y redujo la velocidad, finalmente metiendo a su caza en las crestas de las olas y deteniéndose bruscamente en una explosión de espuma blanca. Cuando comenzó a hundirse, luchó por liberarse de la cabina. Otro piloto dejó caer una balsa salvavidas y voló para ocupar la atención del crucero y sus artilleros. Ametrallando el barco, prendió fuego a su hidroavión mientras estaba sentado en una catapulta. Esa emoción le dio a Bullard suficiente diversión para remar hacia un pequeño islote a unas cinco millas y media al oeste de North Pass. Eventualmente lo logró, y pasó su considerable tiempo libre allí deletreando su nombre en rocas para el beneficio de sus eventuales rescatadores. A solo unas pocas millas de distancia, se podían ver varios destructores japoneses, aparentemente esperando para encontrarse con el crucero ligero que huía del puerto. Estos barcos tenían la intención de escapar.