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jueves, 4 de enero de 2024

Argentina: Lanusse, su gobierno, su oposición al golpe del 76 y su muerte

A 27 años de la muerte de Lanusse: el “error más grave” que cometió y la persecución que sufrió de Videla


El 26 de agosto de 1996 falleció quien fue presidente de facto en los albores de la década del ‘70. Su vida ligada al Ejército. Su cárcel luego del intento de golpe contra Perón. Su cercanía con los radicales. Las críticas a la dictadura del ‘76 y la sanción que recibió


Alejandro Agustin Lanusse

Hoy, hace 27 años y un día, falleció el teniente general Alejandro Agustín Lanusse. Integró una familia que llevaba varias generaciones en la Argentina y estaba muy ligada a la industria agrícola y ganadera. Ingresó al Colegio Militar de la Nación el 6 de marzo de 1935, egresando a la edad de 19 años como subteniente del Arma de Caballería el 30 de julio de 1938. Siendo un joven oficial participó en la asonada militar contra el gobierno de Juan Domingo Perón en septiembre de 1951. Perón diría “una chirinada”. Ello le valió permanecer preso en una cárcel en el helado sur argentino, hasta septiembre de 1955, cuando la “Revolución Libertadora” derrocó a Perón. Estuvo detenido en la Penitenciaría de la avenida Las Heras, en la cárcel de Rawson y posteriormente en la cárcel de Río Gallegos, época en la que según Lanusse era controlado, hasta en su correspondencia, por el jefe de la guarnición, el “justicialista” coronel Carlos Rojas, hermano del almirante Isaac Francisco Rojas. Los relatos sobre sus días de prisión algún día merecerán contarse, en especial por los sacrificios de Ileana Bell, su esposa e hijos, para comunicarse con el “recluso”.

En mayo del 72, como presidente de facto, Lanusse visita su vieja celda en Río Gallegos

Fue jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo en 1955, durante la corta presidencia de Eduardo Lonardi. Luego fue designado Agregado Militar en México. A su vuelta fue ascendiendo en la jerarquía militar - sumergido en los enfrentamientos castrenses de la época y vio cómo gobiernos civiles (Frondizi, Guido e Illia) se derrumbaban en medio de planteos y exigencias de las Fuerzas Armadas. El 31 de diciembre de 1962 asciende a general de brigada. No “gambeteó” ninguna de las crisis que asolaron la Argentina de esos años. No era hombre para pasar desapercibido, hacerse el distraído, ni de esconder sus opiniones, sea a quien sea. Equivocadas o ciertas. Me solía decir que “en los momentos clave hay que tener actitudes”. Y vaya si las tuvo. Por ejemplo, en agosto de 1976, en plena gestión de Jorge Rafael Videla fue sancionado por publicar una severa carta al general Acdel Vilas, quien acusaba a Gustavo Malek (ex Ministro de Educación de Lanusse) de tener afinidades con la subversión.

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Sanción de Videla a Lanusse por “dar a publicidad una carta dirigida a un Oficial Superior en actividad, en la que se arroga facultades que son responsabilidad del Comandante en Jefe del Ejército”

“Cano”, como le decían sus íntimos, por cuna un conservador con afinados contactos familiares, su madre era una Gelly Cantilo, con el Partido Radical. Con el tiempo, ya como Presidente de la Nación, se dio el lujo – si así se lo puede calificar – de una excentricidad de la época, decir, durante una visita a Lima, que su gobierno era de “centro izquierda”. Tuvo un papel preponderante dentro del generalato que llevó a Juan Carlos Onganía a la presidencia de la Nación, luego del derrocamiento del presidente constitucional Arturo Illia. En ese tiempo, Lanusse era el jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército. Años más tarde reconocería que haber participado en el golpe era “el error más grave” que había cometido. Ya como comandante en Jefe del Ejército y miembro de la Junta Militar decidió la remoción de Onganía, la designación de Roberto Marcelo Levingston y a los pocos meses su remoción. ¿Cómo se explica esto? En una ocasión, el general Rafael Panullo, secretario general de la Presidencia durante la gestión de Lanusse, me relató (y más tarde me lo ratificó el propio Lanusse) que durante 1970 lo convocó su superior inmediato y le pidió que analizara quién podía ser el reemplazante de Juan Carlos Onganía. Trabajó con el coronel Colombo y elaboraron un documento de 3 carillas donde la conclusión “elemental” era que “la única persona que no podía reemplazar a Onganía era Lanusse, para que no se repitiera la cadena de golpes… y porque además cuando Lanusse asumió la jefatura del Ejército, el 28 de agosto de 1968, a la edad de 50 años, dijo que no quería ser nada más que Comandante en Jefe del Ejército”.

“En esas reuniones para analizar quién sería el sucesor de Onganía, el almirante Pedro Gnavi –que había estado con Levingston en Washington—propuso su nombre y el brigadier Rey aceptó de inmediato, para bloquear a Lanusse. Estas reuniones fueron en una residencia de la Fuerza Aérea en Ezeiza. Esto fue un sábado y el domingo citaron a los generales para informarlos. Y cuando se enteraron, algunos consideraron que tenían más méritos. Había en ese momento 10 generales “pesados” y nadie pensó en Levingston, sino en Tomás Sánchez de Bustamante, Alcides López Aufranc, Mario Aguilar Pinedo, Juan Carlos Sánchez. Al enterarse Sánchez pidió su retiro de la fuerza, pero Lanusse no lo aceptó. Más tarde, Levingstone le reprocharía no haberlo pasado a retiro. Le tocó a Juan Carlos Sánchez reemplazar al general Roberto Fonseca en el Comando del Cuerpo de Ejército II, el 17 de diciembre de 1970, y su área de competencia bullía entre la intranquilidad social y la actividad de las organizaciones guerrilleras. Ya se habían sufrido los efectos de dos convulsiones que llamaron “Rosariazo”. En abril de 1972, Sánchez sería asesinado por un comando conjunto del PRT-ERP y las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Levingston jura como presidente de la Nación, el 18 de junio de 1970. Detrás, Lanusse

El período de Roberto Marcelo Levingston fue corto, plagado de intrigas palaciegas, desinteligencias y la cotidiana violencia subversiva que aparecía siempre por detrás de la crispación ciudadana. No pasaron muchas semanas de gestión cuando el Delegado Jorge Daniel Paladino le escribe a Perón, en Puerta de Hierro: “La situación política general evoluciona rápidamente (…) Ya está el desacuerdo entre Levingston y Lanusse. No se ha llegado todavía al enfrentamiento pero la lucha por el poder ya está planteada. Levingston quiere ‘sacarse de encima’ a la Junta pero, por supuesto, no muestra sus cartas. Su problema lo lleva al seno del Ejército; la batalla se va a librar ahí.”

Levingston abandona la Casa Rosada tras su derrocamiento

El 29 de septiembre de 1970, Levingston – que seguía sin darse cuenta que el poder residía en la Junta de Comandantes-- pronunció un discurso que dio por tierra con todo lo que se había sostenido para terminar con el “onganiato”. Dijo por Cadena Nacional que “la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina, es, para este gobierno una decisión irreversible”. Como un signo de esos momentos, en septiembre de 1970 Perón se carteó con Ricardo Balbín y el 11 de noviembre de 1970 se creó en la casa del “independiente” Manuel Rawson Paz el agrupamiento La Hora del Pueblo. El martes 13 de octubre de 1970, el Ministro del Interior, Eduardo Mac Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opinó Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de Comandantes en cuanto a la salida política prometida el 8 de junio. Levingston está directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”

El martes 2 de marzo de 1971, Lanusse asumió la presidencia de la Junta de Comandantes en Jefe e inmediatamente comenzó a pulsar la opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. “La sociedad está cansada”, opinó por escrito, Alcides López Aufranc (prueba que tengo), el jefe del Cuerpo III. El 12 de marzo de 1971 se dio el “Viborazo” en Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Camilo Uriburu y de ahí en más se sucedieron una serie de hechos que llevaron al aislamiento absoluto de Levingston.


Últimas palabras de la reunión de Levingston y la Junta Militar en que se pretendió relevar a Lanusse

Durante el último encuentro del Presidente de facto con los tres comandantes en Jefe, del 22 de marzo de 1971, que comenzó a las 17.30 en la Sala de Situación de la Casa de Gobierno a solicitud de la Junta Militar, Levingston intento la detención de Lanusse, pero el 23 de marzo, a las dos y diez de la madrugada, presentó su renuncia. Todo fue seguido con un gran desinterés por la sociedad. La cumbre entre Levingston y la Junta Militar fue grabada y transcripta en 60 páginas, y resulta ser la apología del disparate. El general Rafael Panullo me lo contó así: “El final de Roberto Levingston fue cuando le ordenó al general Horacio Rivera que metiera preso a Lanusse con pistola en mano. Luego citó a Jorge Corchito Cáceres Monié (en 1975 asesinado por Montoneros) y lo nombró Comandante en Jefe. El jefe militar designado dijo a sus íntimos: Me voy a hacer cargo para reponer a Lanusse.”

La Junta de Comandantes reasumió el poder y Alejandro Lanusse ocuparía el despacho presidencial de la Casa Rosada el viernes 26 de marzo cuando juró como el último presidente de facto de la Revolución Argentina. Así se hizo cargo Lanusse, el último caudillo militar del Siglo XX y las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una retirada decorosa del poder. Lanusse dijo: “cuando llegué a la Revolución Argentina ya había transitado, en la soledad, por dos etapas. Y así llegué debilitado al poder, porque estaba debilitada, confundida, desorientada, la estructura en la que yo me apoyaba”.

Lanusse en sus últimos años, en familia tomando mate

En el gabinete del nuevo mandatario se destacaban cuatro figuras Arturo Mor Roig, Ministro del Interior; Francisco “Paco” Manrique, Ministro de Bienestar Social; Jacques Perriaux, Ministro de Justicia (e inspirador de la Cámara Federal Penal de la Nación que terminó con las incipientes “patotas” y juzgo a los terroristas con la ley en la mano) y Luis María de Pablo Pardo, Ministro de Relaciones Exteriores, con el que puso fin a “las barreras ideológicas” en la escena internacional.

Frecuente al ex presidente de facto a partir de enero de 1978 gracias a una gestión del teniente coronel (R) Arnoldo Díaz, por la persecución del que era víctima por parte del gobierno de Videla. En particular le achacaban haber sido el responsable de la vuelta definitiva de Perón a la Argentina, pero yo intuía que había cuestiones de otro tipo. Como ya no sabían cómo pegarle lo hicieron único responsable del Acuerdo del Beagle de 1971 con el chileno Salvador Allende y yo le llevé las pruebas de que no era así. Antes de mí dos miembros de mi familia lo habían tratado: Mi padre cuando intentó lograr su libertad en 1953 y mi hermano Ricardo que trabajó con Arturo Mor Roig. Entre las tantas liberalidades que me tomé con Lanusse fue invitarlo a mi casa a almorzar y mantener un ameno diálogo con los justicialistas Jorge Antonio y el teniente (R) Julián Licastro y el militar Arnoldo Díaz. La última fue cuando falleció y el gobierno de Carlos Menem se hizo el distraído; el Ministro de Defensa no participó en nada y solo asistió el viceministro Jorge Pereyra de Olazábal a una ceremonia en el Regimiento Patricios. Fui a despedirlo al Regimiento de Granaderos donde lo velaban. Como era conocido, el periodismo se me vino encima a la salida de la unidad. Me bajé de mi automóvil, me preguntaron qué hacía ahí y solo me limité a responder: “Era un amigo de mi familia, también mío a pesar de la diferencia de edad. Vine a despedir a una persona que con sus aciertos y sus errores quiso mucho a la Argentina y, fundamentalmente, vine a despedir a un hombre honrado.”

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Guerra Antisubversiva: El atentado contra Francisco Soldati

Hace 40 años, Montoneros asesinaba al empresario Francisco Soldati en un brutal atentado, a pocas cuadras del Obelisco

“Ellos jamás pidieron disculpas por el asesinato de mi padre y de tantos civiles”, dice su hijo Santiago. Todos estos años, la familia lo homenajeó en silencio. Pero esta vez quieren al menos llamar la atención sobre el largo tiempo transcurrido -4 décadas- sin siquiera un reconocimiento a su condición de víctima
El atentado contra Francisco Soldati, en pleno centro porteño, el 13 de noviembre de 1979

Santiago Soldati tenía 36 años cuando su padre, Francisco, fue asesinado por los Montoneros en el trayecto entre su casa y la oficina, en pleno centro de la Capital.

El atentado, de gran espectacularidad y violencia, se dio en el marco de la llamada Contraofensiva Montonera, lanzada por Mario Firmenich y otros jefes guerrilleros desde el exterior, y que consistía en una serie de operaciones militares impactantes llevadas a cabo por miembros de la organización que ingresaron clandestinamente al país desde el exilio.

No era la primera vez que la familia Soldati estaba en la mira de la guerrilla.

"A mí me habían secuestrado en el 73 -recordó Santiago Soldati en charla telefónica con Infobae-, y mi padre tuvo que pagar rescate para que me liberaran una semana después. Eso sucedió el 29 de abril de 1973”. Poco después, también su padre, Francisco Soldati, fue víctima de un secuestro, pero algo falló en el operativo de traslado a un escondite o “cárcel del pueblo” y el empresario fue liberado.

El empresario Santiago Soldati. Su padre, Francisco Soldati, fue asesinado por los Montoneros hace 40 años

Pese a todo, Francisco Soldati, que a los 71 años seguía activo al frente de su empresa, la Sociedad Comercial del Plata, tenía por toda custodia a un policía federal como chofer: era el cabo 1° Ricardo Durán, que también moriría en el atentado, un mes antes del nacimiento de su hijo.

Cómo fue el ataque

Aquella mañana fatídica del 13 de noviembre de 1979, a las 10:40, el Torino que trasladaba a Francisco Soldati fue encerrado primero por un Peugeot 504 y luego embestido por una camioneta pick up Ford. Todo había sido cuidadosamente estudiado y planificado.

En los días inmediatamente anteriores, los comandos montoneros habían fallado en dos atentados destinados a matar a dos funcionarios de Hacienda, Guillermo Walter Klein y Juan Aleman, que salieron ilesos de sendos ataques guerrilleros.

Esta vez, el comando que intervino estaba decidido a no fallar, pese al escenario elegido para el atentado: en pleno centro porteño a pocas cuadras del Obelisco, sobre la calle Cerrito entre Arenales y Santa Fe.

El empresario Francisco Soldati. El 13 de noviembre se cumplen 40 años de su asesinato por Montoneros

El empresario Francisco Soldati vivía con su familia en Cerrito 1364, y todos los días era llevado por su chofer a su oficina en la Sociedad Comercial Del Plata. Un trayecto breve, hasta la sede de la empresa, en el Bajo.

De acuerdo al detallado relato del atentado reconstruido por Marcelo Larraquy en el libro Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva montonera, doce personas en total participaron del operativo guerrillero. Los movimientos y el desplazamiento del empresario habían sido cuidadosamente estudiados para organizar el ataque.

Soldati no era funcionario, pero tenía vínculos empresariales con José Alfredo Martínez de Hoz, por entonces ministro de Economía de la dictadura.

La referencia a la ola de atentados en la edición de la revista Somos

Inmovilizado el vehículo de Francisco Soldati en la calle Cerrito, tres montoneros armados con fusiles AK47 y ametralladoras UZI saltaron de la camioneta y abrieron fuego contra el Torino, dos desde adelante y un tercero desde la puerta trasera derecha, matando al empresario y a su chofer custodio.

Una segunda fase de la operación consistía en colocar una poderosa bomba de retardo debajo del vehículo donde yacían muertos el empresario y su chofer. El objetivo era que explotara 20 minutos después, cuando los atacantes calculaban que efectivos de la policía o funcionarios podrían acercarse al lugar. Pero la integrante del grupo que debía colocar la bomba debajo del Torino trastabilló al descender de la pickup y el artefacto explotó provocando una detonación que lanzó con violencia clavos y otros proyectiles hasta un radio de 50 metros. También, siempre según el relato de Larraquy, esparció volantes que decían: “A Martínez de Hoz y sus personeros los revientan los Montoneros”.

El Torino se incendió y la columna de fuego y humo se elevó a diez metros de altura.

Desde la ventana de una habitación del Hotel Embajador, un hombre contemplaba el desarrollo del atentado contra Soldati. Era el jefe de toda la operación, Raúl Yager, miembro de la conducción de Montoneros.

El Torino de Soldati y la camioneta Ford, incendiados en el lugar del atentado

“Me habría gustado que hubiera justicia”

Este atentado fue uno de los hechos por los cuales Firmenich fue juzgado durante la gestión de Raúl Alfonsín. Más tarde vinieron los indultos de Carlos Menem que beneficiaron por igual a los jefes guerrilleros y a los militares.

Pero cuando en la era kirchnerista se reabrieron los juicios, los indultos a los montoneros no fueron revisados. “Me da bronca, a uno le toca muy de cerca todo esto -dice Santiago Soldati-. A los militares los metieron presos de nuevo”.

Cuando se le pregunta a Soldati qué siente hoy respecto al asesinato de su padre, dice que le habría gustado “que hubiera justicia”. Su madre había muerto un par de años antes del atentado. “Afortunadamente”, dice, ya que eso le ahorró el dolor de la muerte violenta de su esposo.

Todos los años, los Soldati recuerdan a su padre con una misa, en la intimidad. Con amigos y familiares. Este año será igual. “No queremos publicidad”, afirma.

“A mi padre lo honramos nosotros, pero lo importante es que los montoneros no se hagan los chicos bien, porque mataron a mucha gente”, agrega.

Francisco Soldati. Su familia lo homenajea todos los años en la intimidad

Santiago Soldati también participa de algunas actividades organizadas por el Celtyv (Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus víctimas), en particular, la misa que realizan mensualmente, por los caídos de cada mes.

Nunca miembro alguno de la organización Montoneros les hizo llegar algún tipo de pedido de disculpas a los deudos de Francisco Soldati. “Nunca dijeron nada de todos los civiles que mataron, de todos, no solo de mi padre”, dice Santiago Soldati.

Luego de la reapertura de los juicios contra los militares por las violaciones de los derechos humanos, se profundizó una visión angélica de los crímenes de la guerrilla que en algunos casos llevó a la justificación e incluso a la apología.

Y, desde el Estado, se vetó todo reconocimiento a la condición de víctimas de las personas asesinadas por la guerrilla.

Francisco Soldati está sepultado en San Miguel del Monte, el pueblo al que la familia va todos los fines de semana. Este sábado, Santiago Soldati llevó flores a la tumba de su padre, en un anticipado homenaje personal por el nuevo aniversario del atentado que se cobró su vida, el 13 de noviembre de 1979.



miércoles, 25 de mayo de 2022

Guerra Antisubversiva: El atentado al comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal

“Masacre en el comedor”: el brutal atentado y el papel clave de Rodolfo Walsh en el aparato de Inteligencia de Montoneros

El 2 de julio de 1976 una bomba vietnamita fabricada por Montoneros voló el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal y provocó 23 muertos y 110 heridos. El rol del aclamado escritor y los detalles de cómo se planeó el atentado más sangriento de los 70. Un extracto del libro que ya encabeza las listas de los más vendidos
El atentado en el comedor de la Superintendencia de la Policía Federal del 2 de julio de 1976 dejó 23 muertos y 110 heridos

El atentado más sangriento de los 70, la bomba vietnamita que el 2 de julio de 1976 voló el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal y provocó veintitrés muertos y ciento diez heridos, permite observar en detalle cómo funcionaba el muy eficiente servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros, que fue el responsable de esa cuidada operación.

Nunca hasta ahora se había podido penetrar en el secreto que siempre rodeó, y protegió, al aparato de Inteligencia de ese grupo guerrillero.

La bomba fue colocada por José María Pepe Salgado, un joven estudiante de Ingeniería infiltrado en la Policía Federal. Su breve vida militante tuvo un vuelco decisivo cuando conoció a Rodolfo Walsh, en el segundo trimestre de 1974, luego de una charla del famoso periodista y escritor organizada por el Centro de Estudiantes de la Facultad, según recordó un ex montonero que trabajó también bajo las órdenes de Walsh, cuyo nombre de guerra era Esteban.

“En Inteligencia había varios que provenían de Ingeniería y de Ciencias Exactas; eran lugares que Esteban frecuentaba, entiendo que para reclutar posibles colaboradores”, agregó la fuente, que pidió permanecer en el anonimato.

Como casi todos los jóvenes militantes, Salgado había quedado fascinado por Operación Masacre, el libro más conocido de Walsh, el formidable relato de un fusilamiento de prisioneros en 1956, en el inicio de la llamada Resistencia Peronista contra la proscripción del ex presidente Juan Perón, pero también un modelo de investigación periodística que, además, anticipó un nuevo género a nivel global, que enriquecía al periodismo con recursos de la literatura.

Pero Walsh no se agotaba en su rol de escritor. Tampoco en el de periodista del diario montonero Noticias, donde era una de las firmas más famosas, a cargo de una sección muy relevante para un medio que pretendía conquistar lectores en los sectores populares: Policiales, aunque integraba también la cúpula de la Redacción.

Hacía ya tiempo que Walsh había dejado atrás su etapa de mero “intelectual comprometido” con la revolución socialista, en la cual intentan congelarlo casi todas las muchas biografías escritas sobre él, que cancelan o disimulan su activa participación en varias de las operaciones más relevantes decididas por la cúpula de Montoneros.

Según su hija Patricia, Esteban —usaba este nombre de guerra en honor a su papá, Miguel Esteban— “estaba orgulloso de haber podido llegar a ser un combatiente. Y precisamente a él, que se ocupó tanto de sostener una versión de rigor con la verdad, mal podemos pretender arreglarle la biografía. ¿Cómo vamos a querer cambiarle la biografía?”.

Tanto era así que en el organigrama montonero el servicio de Inteligencia e Informaciones dependía directamente de la secretaría Militar de la Conducción Nacional. No era que Esteban y sus colaboradores se juntaban a jugar al ajedrez y a resolver enigmas y acertijos. Seguramente lo hacían en sus ratos libres porque eran dos de las muchas pasiones de Walsh, pero toda su intensa actividad en ese ámbito apuntaba a tres objetivos: reunir información que podía ser útil en la lucha guerrillera; difundirla de una manera selectiva para eludir la censura de prensa e influir en la opinión pública, y confundir al enemigo.

Por ejemplo, esos tres objetivos distinguieron a la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA), cuya sigla ya buscaba confundir a los militares acerca de quiénes estaban detrás de esa agencia de noticias tan particular, que, con un lenguaje periodístico neutro —sobrio y preciso— difundía cables durante la dictadura con información de primera mano sobre temas picantes, como las peleas internas entre el Ejército, la Marina y la Aeronáutica.

Masacre en el comedor, el libro de Ceferino Reato

La agencia de Walsh —en ese “ámbito” (espacio, en la jerga montonera), con otro alias: Basualdo— consiguió su propósito original: su primer cable fue emitido en junio de 1976 y la dictadura tardó diez meses en identificar que era una criatura de Montoneros, aunque el Ejército y la Marina siguieron desconfiándose mutuamente sobre de dónde salían esas informaciones.

Walsh seleccionó a los cuatro militantes que serían los editores de la agencia —Lila Pastoriza, Lucila Pagliai, Carlos Aznárez y Eduardo Suárez— y, una vez que la puso en funcionamiento, “se dedicó a otras tareas relacionadas al departamento de Informaciones e Inteligencia de Montoneros”, señaló Natalia Vinelli en su libro sobre ANCLA.

Otra de sus criaturas, Cadena Informativa, fue realizada solo por él, a partir de diciembre de 1976, cuando se le ocurrió escribir informaciones cortas y militantes para denunciar a la dictadura. Pensaba que una de las formas de combatir el temor paralizante era involucrar a muchos en la circulación de esas noticias, sin reuniones riesgosas, lejos de los lugares públicos. “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando”, fue la pieza de marketing revolucionario que acompañaba esos textos.

Su trabajo en Montoneros fue tan prolífico que parecen haber habido varios Walsh. Pero, era uno solo; una persona con un talento fuera de lo común para las múltiples tareas de inteligencia y contrainteligencia que desarrolló junto con colaboradores “tabicados”, como se decía en aquellos años, que solo conocían la parte del rompecabezas en las que intervenían.

ANCLA quedó bajo la responsabilidad de Pastoriza, Lidia, hasta que fue secuestrada en junio de 1977; Pagliai y Aznárez habían partido al exilio, y Suárez ya había sido detenido y seguía desaparecido. La agencia dejó de funcionar hasta el 10 de agosto de aquel año, cuando “Horacio Verbitsky se hace cargo de esta segunda y última etapa de la agencia, que se extiende por algunos meses más”, precisó Lucila Pagliai.

Walsh ingresó a Montoneros en abril de 1973, cuando, junto a su colega y amigo Verbitsky y otros militantes, llegaron desde las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) como un grupo que ya se había especializado en tareas de Inteligencia e Información.

En el libro Vida de perro, Verbitsky —uno de sus sobrenombres es, precisamente, el Perro— afirmó que fueron bien recibidos por la cúpula encabezada por Mario Firmenich: “Ese trabajo se valoraba mucho, ¡hasta que empezamos a cuestionar la línea política y dejaron de darnos pelota!”

Pero, al menos en el caso de Walsh, faltaba mucho todavía para llegar a esa tensión interna con la Conducción Nacional de Montoneros, que se intensificó recién en agosto de 1976, pero que, de todos modos, nunca derivó en su abandono de la “Orga” ni en el cuestionamiento de la violencia como método de lucha.

Rodolfo Walsh y su rol en el aparato de inteligencia de Montoneros

Otro periodista, Aznárez, uno de los editores de ANCLA, recordó que “Walsh se movió, en todo momento, dentro de los cánones y obligaciones de la estructura de la Organización. Eso no implica que no cuestionara, discutiera o discrepara ante ciertas iniciativas venidas de la conducción o mandos superiores de la Organización, pero, como militante encuadrado que era y reivindicaba, disciplinó todo su hacer a la pertenencia política a la que ingresó voluntariamente y entregó lo mejor de su saber revolucionario”.

Walsh y su grupo llegaron a Montoneros bien adiestrados en las escuchas de la red radioeléctrica de la Policía Federal, que descubrieron de casualidad, mientras miraban uno de los almuerzos de Mirtha Legrand por televisión y apareció una voz masculina: “Comando llama, 222, comando llama”, según recordó Verbitsky.

“Éramos —contó Verbitsky— seis personas trabajando, tres parejas, y nos habíamos repartido las veinticuatro horas del día en turnos de cuatro horas por persona. Una vez que estuvo desculado el funcionamiento, vino la rutina del trabajo: con la información relevante escribíamos unos partes, los hacíamos canuto dentro de cigarrillos en letra minúscula, como los presos, y los dejábamos en unos huecos que había en algunas paredes de la ciudad como, por ejemplo, la Escuela Normal Número 1, en la manzana de Córdoba, Riobamba, Ayacucho y Paraguay. Luego, alguien de la conducción pasaba por ahí y retiraba la información”.

De esa manera, podían anticiparse a los movimientos de la Policía Federal, que era la principal fuerza de represión a las guerrillas en el territorio de la Capital, pero que también se encargaba de la custodia no solo de edificios públicos sino de políticos, funcionarios, diplomáticos, empresarios y sindicalistas. Además, la Federal tenía delegaciones en el Gran Buenos Aires y en todo el interior del país.

Hacía tiempo que Walsh estaba obsesionado con la policía, en especial las de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Ya en 1958, después de investigar el asesinato que derivó en otro de los libros que lo hicieron famoso, Caso Satanowsky, comenzó a organizar una serie de archivos policiales que fueron creciendo con el paso del tiempo y, que, según su biógrafo irlandés Michael McCaughan, le proporcionaron “una base de datos única sobre las relaciones que había dentro de las fuerzas, métodos de entrenamiento, ascensos, políticas y corrillos internos”. Y sobre los vicios más denunciados: la corrupción y los abusos, en especial el uso de la picana eléctrica en los interrogatorios a presos.

Pepe Salgado, autor material del atentado

También McCaughan destacó el momento en que Walsh y su grupo descubrieron por casualidad, mientras todavía militaban en las Fuerzas Armadas Peronistas, que podían acceder a las frecuencias de radio que usaba la Policía Federal. “Así se inició una era decisiva en su militancia política”, sostuvo el biógrafo ya que ese hallazgo empalmó a la perfección con su permanente interés por las actividades de la policía.

Solo que, a diferencia de Verbitsky, McCaughan ubicó el descubrimiento casual en una noche en la que Walsh miraba una serie en el departamento de la calle Tucumán, en el microcentro porteño, que alquilaba con su pareja y compañera de sus últimos años, Lilia Ferreyra.

El viejo televisor de segunda mano tenía una muy mala conexión con la antena y no funcionaba bien hasta que se rompió del todo y apareció una voz desconocida: estaban captando las frecuencias de radio de la policía. “Ése fue el fin de El Planeta de los Simios y Superagente 86″, recordó Ferreyra. Walsh empezó a aplicar sus habilidades para descifrar códigos y le pidió a un pequeño grupo de amigos que lo ayudara a registrar todas las actividades policiales a través de guardias que cubrieran las veinticuatro horas del día.

La vivienda de Tucumán 456 se convirtió en la base de las escuchas. “Rodolfo consiguió radios viejas. El departamento se llenó de aparatos y cables. En verano era insoportable, todo cerrado. Me iba a la calle para tomar aire”, le contó Lilia Ferreyra a la periodista Gabriela Esquivada en el libro Noticias de los Montoneros.

La escritora y periodista Tununa Mercado aceptó cubrir el turno de la noche; trabajaba en el diario La Opinión, muy cerca del departamento de Walsh y Ferreyra, y a esa hora sus dos hijos ya estaban dormidos. “Tenías una pequeña radiografía de lo que era el aparato de seguridad del Estado. Lo disfrutaba muchísimo. Era una forma pequeña, pero significativa, de joder al sistema, un pequeño eslabón en una historia más grande”, le dijo Mercado a McCaughan, quien detalló que “los demás integrantes del equipo eran Verbitsky y Mónica, su segunda mujer; Pirí Lugones y su pareja, Carlos, y Milton Roberts, militante de las FAP”.

Tununa Mercado elogió el carisma de Walsh: “Lo llamábamos Capitán; era un líder nato. A Rodolfo le daba inmenso placer hacer algo en contra del enemigo. Era una acción positiva, estimulante”. Pero, cuando él se acercó a Montoneros, ella se desvinculó porque “vislumbró un futuro negro”, y en 1974 partió al exilio a México, con su marido, el escritor y crítico literario Noé Jitrik.

La cúpula de Montoneros, con Mario Firmenich a la cabeza

Cuando Pepe Salgado se incorporó como colaborador directo de Walsh, en 1974, el jefe o responsable del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros era Horacio Campliglia, Petrus o Ignacio, un visitador médico que había llegado a Montoneros el año anterior, con la fusión con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Campiglia estaba en contacto directo con la cúpula montonera y tenía una mirada estratégica sobre el aparato de Inteligencia, pero era Walsh quien lideraba las tareas cotidianas con un estilo de conducción participativo, ayudado por una rara mezcla de destreza específica, prestigio social y humildad en el trato.

“Era ‘el’ hombre de Inteligencia; no era el jefe, el responsable del área, sino el operativo principal: no solo delegaba tareas, sino que iba él mismo a muchísimas reuniones para recoger información de primera mano porque tenía muchísimos contactos, de los más variados, en todos los ámbitos”, describió el ex guerrillero que colaboró con Walsh.

“No podía ser el jefe porque había ingresado hacía poco tiempo en Montoneros y todavía tenía un grado bajo. Además, porque necesitaba tiempo para hacer todo lo que hacía”, agregó.

Hay que tener en cuenta que Walsh era una persona muy conocida, con una trayectoria política que había ido de la derecha nacionalista a la izquierda revolucionaria, pasando por distintas organizaciones, y del antiperonismo al peronismo. En todo ese tiempo, había construido una amplia red de informantes, cuya identidad mantenía en un riguroso secreto; compartimentada o tabicada.

Se movía en los círculos más diversos, desde la Iglesia Católica, los militares, la policía, la política y el sindicalismo a los diplomáticos, periodistas, escritores, actores y artistas plásticos. Eran contactos de alto nivel. En la Policía Federal, por ejemplo, el comisario general Ricardo Vittani, uno de sus viejos amigos, fue el subjefe durante el retorno del peronismo al poder hasta el 28 de enero de 1974, cuando el presidente Juan Perón lo sustituyó por el comisario Alberto Villar.

El periodista Jorge Lewinger, Josecito, fue también jefe o responsable de Walsh y no supo quién era Esteban o Neurus —en alusión al profesor de la tira de Hijitus por su aspecto a veces enajenado— hasta que “un día, leyendo un libro de él, vi su foto en la solapa. Nunca había tenido una palabra o un gesto de superioridad, ni de ostentación de conocimientos que lo delataran. Me sorprendía su capacidad de síntesis. En sus informes nunca había una palabra de más”.

“Walsh nunca fue el jefe de Inteligencia, pero era ‘el’ tipo de Inteligencia”, coincidió Lewinger, que, como Petrus Campiglia, provenía de las FAR, más marxistas, desconfiados de Perón y el peronismo.

El aparato de Inteligencia dependía directamente de la secretaría Militar de Montoneros, que al momento del atentado estaba a cargo de Horacio Mendizábal, Hernán, también jefe del llamado Ejército Montonero. Mendizábal integraba la Conducción Nacional, encabezada por Mario Firmenich, Pepe, y Roberto Perdía, Pelado o Carlos.

La bomba vietnamita de Montoneros en el comedor de la policía

El estilo parco, llano, riguroso, obsesivo de Walsh debe haber deslumbrado a Salgado para dejar de lado su carrera de Ingeniería Electrónica y convertirse rápidamente en uno de los principales recursos del grupo de guerrilleros infiltrados en la Policía Federal, el Ejército y la Armada, que también reportaba a Esteban.

Es que, al poco tiempo, el 2 de julio de 1974, Salgado entró a la Policía Federal para cumplir con el servicio militar obligatorio, que duraba un año. Tuvo tres meses de instrucción en la Escuela de Suboficiales y luego fue destinado a la Dirección General de Antecedentes, en el Departamento Central.

Para llegar ahí se necesitaba el respaldo de alguien importante, con peso en la Policía Federal. Resultaba un lugar muy cómodo para pasar la “colimba” —por el “corre, limpia y baila” que esperaba a los reclutas en los cuarteles—, con un trabajo de oficina que implicaba dormir en la casa y un horario corrido a pocas cuadras de las aulas de Ingeniería.

Fue el comisario mayor Alberto Torres quien le hizo la gauchada. Era el mejor amigo del papá de Pepe, el abogado Jorge Salgado, y una suerte de tío para él. Las dos familias eran vecinas en Olivos, tan cercanas que Torres ya había acomodado a Jorgito, el hijo mayor, también en el Departamento Central.

“Eso fue en 1969, cuando me tocó el servicio militar. Recuerdo que el comisario mayor Torres tenía mucho prestigio, una valía muy grande; era una persona muy honesta. Decías su nombre y se notaba que era muy respetado. Incluso, llegaron a proponerlo como jefe de Policía”, contó Jorge Salgado hijo.

Previsor, antes de presentarse a la Policía, Pepe Salgado se quitó el medallón con la imagen del Che Guevara y lo guardó en una caja, cerrada con llave. Se quedó solo con la cruz de San Francisco de Asís, seguro de que no levantaría ningún tipo de sospechas o prevenciones.

*Periodista y escritor, extraído del capítulo 9 de Masacre en el comedor (Sudamericana).

 

martes, 8 de febrero de 2022

Biografía: A 9 años del fallecimiento del General Jorge Rafael Videla

A 9 años de su muerte.
General Jorge Rafael Videla:
En un momento más que nunca en que todos entendemos que tenía razón.

El hombre que molestaba demasiado

Teniente General Jorge Rafael Videla




Harán leña del árbol caído. Le endilgarán el infierno para esconder sus propios demonios. Murió el Hombre que molestaba. Molestaba por su valentía. Molestaba por su austeridad. Molestaba por su silencio. Molestaba por su honestidad. Molestaba porque cuando habló siempre dijo la verdad. Molestaba porque nunca se quebró. Molestaba porque nunca dejó de ser soldado. Molestaba porque hizo lo que nadie: asumir su responsabilidad.
“Asumo toda la responsabilidad” dijo frente a cada tribunal que lo persiguió con saña en busca de venganza. Lo que nunca otros, él sí.
El General Jorge Rafael Videla fue presidente de facto de la República Argentina entre 1976 y 1981. Se hizo cargo del Proceso de Reorganización Nacional, tras el cual Argentina legó la democracia más estable y duradera de la historia. Y sí, la más corrupta también.
Cuando Videla pasó a retiro como militar, entregó la presidencia. Así que veleidades de dictador por lo visto, no tenía.
El General Videla no murió el viernes 17 de mayo, sino que fue asesinado por el régimen que nos gobierna. Cuando lo arrancaron de la prisión de Campo de Mayo, tenía las clavículas quebradas por una caída. En el Hospital Militar sus hijos y sus nietos debían alimentarlo en la boca. Recuperado, fue llevado al penal de Marcos Paz. Pocos días antes de su muerte, Videla, de 87 años, fue llevado a declarar en muy malas condiciones de salud. Caminaba con dificultad y había perdido de manera preocupante la memoria y la ubicación en el espacio y en el tiempo.
Ese mismo día, antes de ser llevado a declarar por millonésima vez, Videla se desvaneció en la ducha del Penal. Y a pesar de no haberse recuperado, igualmente lo arrastraron a la función del circo: tribunales. Para aquellos que no lo saben, llevar a una persona a declarar a tribunales desde el penal de Marcos Paz insume todo un día. Se lo levanta a las 4 o 5 de la mañana, se hacen los trámites mientras el preso espera arriba de una camioneta encerrado en un cubículo de medio metro cuadrado, se lo traslada a tribunales, se lo aloja en una celda, se lo lleva luego al piso del tribunal, se lo sienta durante horas, y una vez terminada la audiencia se hace el camino inverso. Con suerte, el preso que se levantó a las 4 de la mañana, vuelve al Penal a las 9 de la noche. Ese día el preso debe aguantar con apenas una vianda de pan duro. Imaginen entonces este periplo en una persona de casi 90 años con serios problemas de salud. Y sí, es lo que ocurrió, le hicieron vivir el calvario el lunes, y el viernes murió crucificado.
El General Videla estaba detenido en una cárcel que no está en condiciones de atender ni contener a personas ancianas con enfermedades crónicas. Por eso en Argentina casi no hay presos mayores de 70 años en cárceles comunes. Salvo los militares, porque para el régimen kirchnerista, en la persecución a los soldados que combatieron al terrorismo en los años 70 vale todo. Violar todas las leyes y deshacerse de todas las garantías.



Varios meses atrás, el Servicio Penitenciario Federal dijo haber recibido una amenaza de muerte contra Videla. Según ellos, la amenaza provenía del mismo penal y de algunos de sus propios camaradas. Mentira. Pero esa mentira fue la excusa para que el General Videla fuera aislado de todos sus camaradas, trasladado a un sector especial y con custodia permanente del Servicio de Inteligencia del Estado. Escarmiento por hablar con la prensa.
El jueves 16 de mayo Videla no pudo cenar pues tenía una fuerte descompostura y fue llevado al Hospital del Penal, que para que usted entienda, es una especie de sala de primeros auxilios en estado deprimente. Como no le encontraron “nada preocupante”, supongo que en la ropa, porque allí no hay complejidad para nada más que examinar un pantalón, lo volvieron a trasladar a su celda de aislación… donde fue encontrado sin vida pocas horas después. Videla tenía que morir así. El régimen necesitaba verlo morir así. Necesitaba eso para luego armar el cirko decadente de las declaraciones ampulosas.



Vianda del Servicio Penitenciario

Fue patético ver a funcionarios enriquecidos hasta la fastuosidad en la función pública, hablar de la moral de un hombre que, habiendo tenido en sus manos el país durante casi seis años, vivió en la más sencilla austeridad. Siempre me indignó la hipocresía. La de cualquiera. La de los Bulgheroni que en los 70 visitaban a Videla como grandes amigos, o la hipocresía de mi vecino que anda un 0 Km. y no paga las expensas. Yo no conocí a Videla en los 70. No bebí las mieles del Poder ni saqué réditos económicos en su gobierno, como muchos de los que ayer lo hicieron y aún así, hoy escribieron barbaridades de un hombre no se merecía esa felonía ni de los Mitre, ni mucho menos de Ernestina Herrara de Noble. Yo a Videla lo conocí en las malas, solitario y encorvado acarreando sus petates hacia una mesa de visitas en un Penal de Máxima Seguridad. El Soldado de hablar pausado, el de hablar sereno, el de hablar en voz baja... lejos de aquellas arengas a viva voz. Nos concedió el honor de darnos permiso para que Ricardo Angoso pudiera entrevistarlo. Queríamos que sus palabras no fueran sacadas de contexto, como sospechábamos ocurriría con Ceferino Reato. Lo pudimos grabar y contestó con total lucidez. Pudimos hacer publicar la entrevista en un medio de Europa. Muchos necesitábamos sus porqués. Tuve la oportunidad de decirle gracias... ahí, en la soledad de una mesa en un rincón alejado de un salón enorme de un penal de máxima seguridad. ¿Porqué gracias?, me preguntó en voz baja... General, porque cuando la Patria pasó lista usted dijo presente, y porque cuando los hipócritas y cobardes le pasaron facturas que no eran suyas, usted no dejó de ser Soldado y asumió la responsabilidad.
Yo conocí a Videla en la malas, y aún así, lo ví más Soldado que nunca. Y eso es algo que los cobardes y los corruptos no soportan, por eso vomitan lo que vomitaron.
En Argentina, los militares presos por haber combatido al terrorismo en los años 70, han sido perseguidos abiertamente, acallados deliberadamente y estigmatizados sin pudor. El Estado ha dedicado tiempo y dinero en pintar de color rosa a los grupos terroristas que asolaron a la República Argentina durante casi dos décadas. Se esforzaron en enseñar la versión de un terrorismo “idealista” y “romántico”, como una forma perversa de maquillar los violentos años escarnecidos de un país que se desangró, dolorosamente, en intestinos egocentrismos. Sin embargo, y no es casual, poco y nada podemos encontrar sobre la visión de los protagonistas militares. En los años 70 yo iba a la escuela primaria. Quiero decir que toda mi vida de adulto la viví en una democracia que, por alguna razón que nunca alcancé a comprender, intentó ocultar la historia y la palabra de los militares que tuvieron que combatir a un terrorismo impiadoso y especialmente cruel, que no dudaba en atentar con bombas, acribillar por la espalda o secuestrar a sus víctimas para luego fusilarlas en algún sótano “revolucionario”.
Unos días antes de su aislación, el General Videla les había dicho a sus compañeros de prisión que prometía ser el último en salir del Penal, si no moría antes. Y murió nomás.
Y los que se han cansado de robar el país, aprovecharon el insulto y la descalificación.
Comprensible molestia. Es que el Videla soldado los ha vencido. El Videla austero, los ha puesto en evidencia. El Videla católico los ha perdonado…y el Videla “monstruo” no lo compró nadie. Solo existe en la mente de los que ayer desangraron el país para hacerse del poder, y hoy, con el poder absoluto, aprovechan para saquearlo…
General Videla... descanse en paz.


Horacio Ricardo Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
Entre Ríos

martes, 26 de marzo de 2019

Golpe de estado: Las razones válidas

24 de marzo, lejos de la verdad

Por Rogelio López Guillemain - Tribuna de Periodistas



Otra mirada sobre un día emblemático


Soy un defensor incondicional de la Democracia y fundamentalmente de la República, amo a mi país y deseo, trabajo y escribo intentando mejorar el presente de nuestra patria; para ello, procuro acercar un punto de vista crítico, ecuánime e intelectualmente honesto.

Conocer la Historia Argentina y analizarla con la razón y no con la pasión, puede ayudarnos a entender nuestro pasado y nuestro hoy, para prevenir de este modo que repitamos los mismos errores en el futuro.  Advierto en los comentarios de mis artículos previos, adjetivos peyorativos hacia mi persona, calificativos que se esgrimen cuando se carece de fundamentos para debatir sobre algún tema y estoy seguro que este escrito no será la excepción.  Me resulta detestable el uso de la fuerza tanto física como verbal y ese uso de la fuerza es parte de esta historia.

El 24 de marzo de 1976 se produjo el último golpe militar en la Argentina, hecho lamentable que destituyó a un gobierno también lamentable.  Pero este escrito no pretende realizar un análisis político de ese suceso; sólo presentaré unos breves conceptos referidos a la guerra subversiva y a la posterior represión.

Nuestra historia de enfrentamientos entre argentinos se remonta a los albores de nuestra patria, desde el mismísimo 1810 (entre quienes querían liberarse de España y los que no), luego continuó con la guerra civil entre unitarios y federales que (teóricamente) finalizó en 1860 con la unificación de todas las provincias bajo la Constitución Nacional.

Desde ese momento, en el que se alcanzó una relativa la paz interior, la Argentina concentró sus energías en crecer y lo hizo de una manera formidable, al punto de llegar a convertirse en el 7° país del mundo apenas 50 años después.

Llegamos así a la década del 1960, época en la que se popularizan en Latino América, las ideas subversivas de la Revolución cubana (1959) y de sus artífices, Fidel Castro y el Che Guevara; quienes se convirtieron en ídolos, promotores y entrenadores de la guerrilla en Argentina, en todo Latino América e incluso en África.

Luego de algunas acciones militares revolucionarias aisladas en el norte de nuestro país (aún durante los gobiernos constitucionales de Frondizi e Illia), llega a Cuba (1966) el primer contingente de argentinos que recibirá entrenamiento subversivo; situación que se repitió por más de 10 años y que vio desfilar por aquellas tierras, entre otros, al periodista Jorge Masetti, a John William Cooke, a Marcos Osatinsky, a Fernando Abal Medina y al padre Carlos Mujica.

Con el paso del tiempo, las fuerzas subversivas fueron mutando hasta consolidar dos facciones principales, el ERP (ejército revolucionario del pueblo, de estirpe comunista) y Montoneros, principalmente peronista.

Se intentó replicar la experiencia cubana de guerrilla rural, y su fracasó,  lo que llevó a los cabecillas revolucionarios a tomar la decisión de trasladar el escenario de los combates a las ciudades.  Así comenzaron los atentados en bares, edificios, oficinas o en la misma calle; las tomas de comisarías, radios, puestos militares, los sabotajes, secuestros extorsivos y asesinatos de policías, militares y civiles.

Las fuerzas subversivas tenían una clara organización militar; había escalafones, planes de acción, batallones, pelotones, reglamentos, tribunales y juicios sumarios.  Poseían un área de propaganda, una de reclutamiento, un ala política, fábricas de armamento y centros de detención y tortura llamadas “cárceles del pueblo”.

Para combatirlos, los sucesivos gobiernos fueron cambiando sus formas. Primero los enfrentaron con la policial, luego con la gendarmería y finalmente con las fuerzas armadas.

En 1971 se crea la Cámara Federal en lo Penal (CAFEPE), área del poder judicial dedicada exclusivamente a los delitos subversivos, delitos deficientemente contemplados en el Código Penal.  En ella, hasta el momento de su disolución, se juzgaron (con todas las garantías jurídicas) y condenaron a prisión unos 600 guerrilleros, se absolvieron otros tantos y estaban siendo procesados otros 500 sospechosos más.

En 1973 es elegido como presidente Cámpora, y su primer medida de gobierno, fue liberar los presos y procesados por la CAFAPE; luego disolvió la Cámara Federal y anuló las leyes que castigaban con pena de prisión perpetua a quien asesinara un policía o un militar.  Los integrantes de esta Cámara sufrieron suertes muy diversas, unos se exiliaron, otros padecieron atentados y el juez Jorge Vicente Quiroga fue asesinado.

Ese mismo año, llega Perón a la Argentina y se produce la Masacre de Ezeiza, desencadenada por los montoneros.  Posteriormente, Perón  tuvo un triunfo aplastante en las elecciones presidenciales y la mano derecha del presidente, Lopez Rega, crea la entidad parapolicial conocida como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).

Tras la muerte de Perón, asume la presidencia “Isabelita”. En 1975 establece el estado de sitio y ordena “aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”, orden que fue extendida a todo el país por el presidente de la Cámara del Senado, Ítalo Lúder, quien asumió el ejecutivo tras la licencia por enfermedad de Isabel Martínez de Perón.

Se intentó reflotar la idea de la Cámara Federal, pero el núcleo duro del peronismo se negó a aceptarlo; tampoco había juez alguno que quisiese asumir ese cargo, teniendo en cuenta el macabro destino de uno de sus antecesores.  Es interesante recordar la opinión del General Edgardo Vilas (el que cumplió la orden del gobierno peronista de aniquilar la guerrilla) sobre el estado de la justicia en ese entonces, comentó que “Es más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, que condenar en sede judicial a un subversivo”.

Finalmente, en 1976, se produjo el último golpe militar de nuestra historia.  Hasta ese momento, luego de más de 15 años de enfrentamientos, el número oficial de desaparecidos (CONADEP) era de 908 personas, número que ascendió a unos 7.000, según confirma el último informe oficial del 2008.

Una vez puntualizado los que considero los principales acontecimientos de esta etapa de nuestra historia, creo oportuno formular ciertos interrogantes y dar mis pareceres.

*¿Fue o no una guerra lo que aconteció en Argentina?


Se enfrentaron dos ejércitos, el estatal y el guerrillero; este último tenía una organización reglamentaria, logística y de escalafón propia de un ejército, incluso ellos mismos se definían como tal.  Por ello creo que sí hubo una guerra (no convencional) en Argentina.

*¿Variaron las tácticas de combates de ambas fuerzas a lo largo del conflicto?


Si.  La guerrilla dejó el inefectivo foquismo rural y eligió como campo de batalla las ciudades. Este cambio buscaba, sumar adeptos entre los obreros y estudiantes (ya que los peones de campo no los seguían) y “camuflarse” entre la multitud, con el implícito riesgo para la población en general.

La represión comenzó con las fuerzas policiales y a medida que los atentados aumentaban en cantidad e importancia, la gendarmería y luego el grueso de las fuerzas armadas se ocuparon de la lucha.  También debemos recordar, que en un principio se los combatió en forma anárquica, luego se creó un órgano judicial especial (que fue destruido por Cámpora) y finalmente se instauró la figura del desaparecido, con la que se ocultaban los muertos.

*¿Ambas fuerzas cometieron delitos de lesa humanidad?  ¿Son comparables?


Si, ambas fuerzas los cometieron, pero no son comparables.

Las fuerzas armadas combatieron contra un “enemigo interior” (como dice la Constitución) y cumplieron con el mandato de la entonces presidente Isabel Martínez de Perón.  Existieron militares (algunos de sus miembros, no la institución), que cometieron delitos de lesa humanidad y que por ellos deben ser juzgados y condenados.

Las guerrillas, generan SIEMPRE delitos de lesa humanidad.  No existe ninguna razón que justifique el querer imponer las ideas por la fuerza y menos aún durante gobiernos democráticos como lo fueron los de Frondizi, Illia y Perón.

*¿Qué queda hoy de todo esto?


En la actualidad, se habla de “los militares diabólicos” de un lado y de “los jóvenes idealistas” del otro. Y en realidad no es ni una cosa ni la otra.

A pesar de ser “políticamente incorrecto”, creo que debemos reconocer, que gracias a las fuerzas armadas (a pesar de lo nefasto de las desapariciones y los abusos), no vivimos más la pesadilla de la guerrilla; guerrilla que nos aterrorizó colocando 5052 bombas, realizando 1748 secuestros y asesinando a 1.501 personas (civiles, militares y policías).

Las fuerzas armadas como institución deben ser salvaguardadas (como se hace en todo el mundo) y se debe condenar con todo el peso de la ley, a aquellos militares que cometieron delitos.

Por su parte los guerrilleros no eran “nenes buenos”; secuestraban, torturaban y mataban, incluso hubieron muchos niños y adolescentes asesinados por los subversivos.  Esto no debería quedar impune.

Pero sobre todo, creo que debemos dar vuelta la hoja y seguir adelante.  Países que han estado en guerra como Estados Unidos y Japón o Gran Bretaña y Alemania, se transformaron en socios a los pocos años; Chile y Uruguay superaron hace años el lastre histórico de la guerra subversiva; es tiempo que Argentina entre al siglo XXI y deje atrás este doloroso pasado.

lunes, 25 de marzo de 2019

Golpe de 1976: Los planes para destituir a la prostituta peronista

La historia secreta de cómo se gestó el golpe del 24 de marzo de 1976


Por Juan Bautista "Tata" Yofre | Infobae



Los últimos meses y días de Isabel Perón en el poder

El golpe militar del 24 de marzo de 1976 demandó un largo proceso de reuniones castrenses en medio de un clima de violencia en las calles de la Argentina y, en especial, una crisis interna dentro del partido peronista en sus áreas política y sindical. Hubo un momento particular y fue cuando tras una temporada de descanso en Ascochinga, Córdoba, la presidenta Isabel Martínez de Perón decidió retornar al poder que, hasta ese momento, detentaba el senador Ítalo Luder. Su vuelta al centro de la política iba a llevarse a cabo el 17 de octubre, nada menos que el Día de la Lealtad justicialista.

En esos días, un observador privilegiado como Robert Hill, embajador de los Estados Unidos, informó al Departamento de Estado, respecto de Isabel Perón: "Su autoridad y posición está tan socavada que no puede tomar las riendas del poder. La manera en que deje estas riendas, de buena voluntad, tendrá mucho que ver con quién la reemplazará. En caso de que retorne el 17 de octubre a retomar la presidencia y se dedique a gobernar, poco después tendría lugar un golpe militar, posiblemente hacia fin de año".

El viernes 17 de octubre de 1975 amaneció soleado y caluroso. Isabel Perón se asomó al balcón de la Plaza de Mayo avanzada la tarde. Columnas obreras, prolijamente encuadradas detrás de los distintivos de sus organizaciones, la ovacionaron al grito de "Si la tocan a Isabel habrá guerra sin cuartel".

Las carpetas del golpe. Un "plan líquido". Los dos golpes

Los historiadores suelen hurgar en el pasado el día y la hora en que se tomó la decisión de deponer a la viuda de Perón. En el Ejército la idea fue madurando con el paso de las semanas tras la asunción de Jorge Rafael Videla como comandante del Ejército (agosto de 1975). Luego se tomó la decisión de preparar una carpeta con lineamientos generales: un plan líquido para actuar en cualquier situación de emergencia política que se produjera para ser utilizado sin fecha. La conspiración tuvo dos niveles muy bien definidos. Uno con la ayuda de asesores civiles, mientras, en el marco estrictamente castrense, se construía un entretejido de directivas destinadas a llevar adelante una represalia mayúscula.

Nadie pudo imaginar lo que se estaba tramando. Años más tarde, el ex presidente Raúl Alfonsín declaró que pensaba que la respuesta militar a la subversión no sería tan brutal. Que iba a ser una "dictablanda" como la de Lanusse. Imposible. Para esa época, no existía, ni existiría, una Cámara Federal Penal (El Camarón) porque había sido disuelta en 1973 y sus jueces, secretarios y fiscales perseguidos. Alguno (Jorge Vicente Quiroga) asesinado por el ERP-22 (uno de sus asesinos se pasea libremente por la calle); otros marcharon al exilio (el juez Jaime Smart, por ejemplo). Era difícil dimensionar la profundidad del odio que sobrevolaba entre los militares: asaltos a sus guarniciones; asesinatos a sus oficiales –y esposas– en la calle o en combate; secuestros seguidos de muerte (Argentino del Valle Larrabure o el coronel Jorge R. Ibarzábal) y "cárceles del pueblo" donde se los torturaba.

En las reuniones del Ejército se fueron macerando varias alternativas para enfrentar la evolución de los acontecimientos. En una de esas reuniones (6 de noviembre de 1975), presidida por Videla, quedó anotada en una de las libretas de apuntes del general Albano Harguindeguy, en ese momento subcomandante del poderoso Primer Cuerpo de Ejército, las cinco alternativas que estudiaba el Ejército:

"ACTITUD (de la) FUERZA: Cursos de acción posibles.

  1. Mantener actitud (de) prescindencia política de la Fuerza.
  2. Bordaberrización del proceso.
  3. Alejamiento del Poder Ejecutivo (PE)-ante ello-un interinato de Luder para crear un poder real.
  4. Renuncia – ley de acefalía – facilitar un poder real.
  5. Tomar el poder por parte de las FF.AA., a la situación se le puede responder con algunos de estos cursos de acción (CA) básicos."


Monseñor Tortolo intenta lo imposible

Tres hechos de características armadas paralizaron la vida de los argentinos de diciembre de 1975, aportando sus cuotas de dramatismo y conmoción. La guerra civil de la que hablaban unos y otros estaba en su momento culminante: 1) El 3 de diciembre son asesinados el general de brigada (R) Jorge Esteban Cáceres Monié y su esposa; 2) el 18 se produce una sublevación en el seno de la Fuerza Aérea y el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) anunció su separación del Frente Justicialista de Liberación, del que había formado parte en los últimos tres años; 3) el 23 es asaltado el Batallón Depósito de Arsenales 601 "Domingo Viejobueno".

El lunes 29 de diciembre de 1975, el vicario castrense, monseñor Servando Tortolo visitó a Isabel Perón. Conversaron a solas. En la ocasión "le habría transmitido a la señora de Perón la insistencia de los tres comandantes en jefe para que ella se alejara del poder. A su vez, ella indicó su voluntad de cambiar su gabinete, liberarse de su secretario privado Julio González y del dirigente del sindicalismo Lorenzo Miguel, pero insistió en que debía seguir al mando del ejecutivo sin ninguna condición restrictiva. Los tres comandantes generales replicaron a través de Tortolo que su propia remoción del poder era el único punto no negociable". (Informe Nº 08456 de la embajada de los Estados Unidos).

En esos días en la revista católica "Criterio" se escribió: "El país marcha a la deriva…En el curso de 1975, hubo 4 ministros del Interior, 4 ministros de Economía, 5 ministros de Bienestar Social, 3 ministros de Trabajo, 3 ministros de Relaciones Exteriores, 3 ministros de Defensa, 3 comandantes generales del Ejército, 3 interventores en Mendoza, 4 'hombres de confianza' de la Presidente y 5 secretarios de Prensa y Difusión".

El costo de la vida aumentó en enero 14% y en febrero tocó el 20%. El aumento salarial (del 18%, con un mínimo de 150.000 pesos) que otorgó el ministro Cafiero el 22 de enero fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros 10 días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. Para peor, desde el Parlamento no le trataban las leyes que impulsaba y sobre su figura se lanzaban todo tipo de improperios desde el propio peronismo; hasta de ser un maniquí de su segundo, Guido Di Tella. "Esta situación ha llegado al límite de lo tolerable", afirmó uno de sus colaboradores más próximos. El miércoles 4 de febrero, asumió como ministro de Economía, Emilio Mondelli. También juró Miguel Unamuno en lugar de Carlos Ruckauf en Trabajo.

El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, el sindicalista Victorio Calabró, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. La reunión duró más de una hora en la que prácticamente habló el gobernador de Buenos Aires. Un monólogo, solo interrumpido con un "claro", un "sí" o "un tome nota Ares" de parte de Isabel Perón. Calabró sobrevoló el panorama nacional de esos días. Habló de lo mal que iba la economía y la falta de coherencia; la invitó a la viuda de Perón a salir a recorrer el país; terminar con su encierro y retomar el diálogo con todos los sectores y partidos políticos. La reunión terminó cerca de las 21, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: "Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada".

Raúl Quijano con Henry Kissinger. Lo que pensaba el Departamento de Estado



El canciller Raúl Quijano y su colega Henry Kissinger en la residencia del embajador argentino en los EE.UU

El 11 de febrero, el canciller Raúl Quijano se reunió con Henry Kissinger, Secretario de Estado de los EE.UU. La reunión fue en la residencia del embajador argentino, Rafael Vázquez a pasos de Dupont Circle. El encuentro fue franco y a agenda abierta. En un momento de la conversación, Quijano invitó a Kissinger a visitar la Argentina. Sin perder la cordialidad, respondió negativamente: "Necesitaría cuatro divisiones para custodiarme".

Para el encuentro con Quijano, el Departamento de Estado le preparó al Secretario de Estado una minuta de 7 páginas ("Briefing Memorándum", 10 FEB 1976), donde se detallaba la situación argentina. Llevaba la firma de Harol H. Saunders. Lo sustancial fue que bajo el subtítulo "Gobierno post golpe" el informe estadounidense expresó: "Si las Fuerzas Armadas asumieran el control del poder por un período largo, los argentinos se verían sujetos a reglas de severidad sin precedentes. Los líderes militares probablemente optarían por un programa económico muy rígido y austero que requeriría (una) considerable represión para ser implementado".

El Ministro de Economía informa a la CGT

El miércoles 10 de marzo, a las 18.30, frente a las cámaras de televisión, con la asistencia de la Presidente, el ministro Emilio Mondelli, Casildo Herreras, Lorenzo Miguel y los secretarios generales de los gremios, Isabel Perón pronunció un discurso en el Salón Felipe Vallese de la CGT. Cuando terminó observó que no había transmitido el optimismo ni el respaldo que necesitaba. Rápida de reflejos, intentó contagiar confianza. Dijo: "Veo demasiadas caras tristes. Yo sé que cuando hay que ajustarse el cinturón las caras se ponen tristes. Pero también les digo que no hay que perder el optimismo, porque si no estuviera segura de que vamos a salir adelante no estaría sentada aquí delante de ustedes. Muchachos, no me lo silben mucho al pobre Mondelli".

En este clima, el mismo martes 16, Ricardo Balbín enfrentó las cámaras de televisión: […] desde aquí invoco al conjunto nacional, para que en horas exhibamos a la República un programa, una decisión, para que se deponga la soberbia cuando se trata de estas cosas. Lo digo desde arriba para abajo. No hay que andar con látigos, hay que andar con sentidos morales de la vida […] Algunos suponen que vengo a dar soluciones. No las tengo, pero las hay". "Señoras y señores: pido disculpas, vienen de lo hondo de mí pensamiento estas palabras que pueden no tener sentido, pero tienen profundidad y sinceridad. No soy muy amante de los poetas, pero he seguido a un poeta de mí tierra: 'Todos los incurables tienen cura, cinco minutos antes de la muerte…..desearía que los argentinos no empezáramos a contar ahora los últimos cinco minutos".


10 de marzo de 1976: Isabel habla en salón central de la CGT

Una carrera contra reloj. Casildo Herrera viajó a Montevideo

El lunes 22 de marzo, después de más de dieciocho años de exilio, el empresario Jorge Antonio volvió a su país (con la garantía del general Dalla Tea). Fue uno de los grandes amigos del ex presidente Perón. Horas más tarde, dio una conferencia de prensa en un hotel céntrico de Buenos Aires. El viejo amigo de Juan Domingo Perón dijo: "Si las Fuerzas Armadas vienen a poner orden, respeto y estabilidad, bienvenidas sean". Finalizó diciendo que volvió cuando muchos "desean irse…cuando otros escapan".

Precisamente, la tapa de La Nación del martes 23 de marzo de 1976, informó que el dirigente Casildo Herreras, secretario general de la CGT, había viajado al Uruguay. Cuando el periodismo lo encontró, solo comentó "no sé nada, me borré". Tras muchos años de aquél momento uno de sus confidentes me relató que Herrera sabía que el golpe militar era inminente y aprovechó la convocatoria a una reunión sindical en Montevideo. Tras el golpe una "patota" intentó viajar para secuestrarlo pero personal de la embajada de los Estados Unidos lo llevó a la embajada de México. De esta manera le agradecieron la actitud de haber adherido a la CGT dentro de la AFL-CIO (la internacional sindical). Tras viajar a México el ex secretario general de la CGT se instaló en Madrid, España, donde paso sus años de exilio viviendo muy modestamente.

En la página 6 de la edición dominical del 21 de marzo, apareció el líder conservador Álvaro Alsogaray cuestionando la posibilidad de un golpe militar: "Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. ¿Por qué habría un golpe de Estado de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad? ¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia, precisamente en el momento en que se verán obligados a declarar su gran fracaso?".

El final: el encuentro con los comandantes generales. Las últimas horas de Isabel Perón en la Casa Rosada

"La crisis alentaba el golpe militar, que a su vez ahondaba la crisis en una clara relación acumulativa. No es que la amenaza de golpe provocó la crisis sino que los últimos vestigios de autoridad se diluían ante el anunciado golpe", meditó José Alberto Deheza, ministro de Defensa, la tarde del lunes 22 de marzo de 1976. Por lo tanto, al día siguiente les iba a pedir una clara definición a los comandantes generales.

A las 11 de la mañana del martes 23 se reunió con los jefes militares y les dijo: "Todos los diarios de la mañana coinciden en señalar que hoy es el día de las grandes decisiones, así también lo entiende el gobierno en cuyo nombre les pido una definición sobre la inminencia del golpe militar". Luego, pasó a leerles un documento con sugerencias de las Fuerzas Armadas que el gobierno había recibido el 5 de enero pasado. Los tres comandantes respondieron que el documento contenía sugerencias y no una exigencia de las FF.AA.



"Una minuta" contiene, además de las palabras del ministro, otras revelaciones. La respuesta que formuló, en nombre de los tres, el almirante Emilio Eduardo Massera: "Señor Ministro. Si usted nos dice que la señora presidente está afligida y acorralada por el gremialismo. Si, además, nos sondea para ver cómo podemos ayudarla. Nuestra respuesta es clara: el poder lo tienen ustedes. Si lo tienen úsenlo, si no que la señora presidente renuncie". La reunión se levantó y los comandantes se reunieron para deliberar en sus propios comandos.

Años más tarde, Jorge Rafael Videla me relató: "Cuando salimos (de la cita con Deheza), los comandantes nos cruzamos al Edificio Libertador (sede del Comando General del Ejército). Nos preguntamos ¿qué hacemos, mañana va a pasar lo mismo? De esta gente ya no se puede esperar nada. Los planes de la "Operación Aries" (nombre en clave del golpe) estaban terminados, lo mismo que las directivas "Bolsa" y "Perdiz" (detención de blancos).

Cuando llegamos al despacho (de Videla) nos comunicamos con el "Colorado" Fernández y le preguntamos ¿cómo está todo por allí? 'Bien', fue la respuesta del jefe de la Casa Militar de la Presidencia. Muy bien, dígale a la señora presidente que por razones de seguridad viaje a Olivos en helicóptero". Era el mensaje que Fernández debía recibir para comenzar la operación de detención de Isabel Perón.

El helicóptero presidencial tardó en llegar desde Olivos. Cuando lo hizo, Isabel Perón se dispuso a viajar. La despidieron en la azotea de la Casa de Gobierno algunos miembros de su custodia y dos o tres oficiales de granaderos.

"La perdiz cayó en el lazo". La detención de Isabel Perón

Según la mayoría de los historiadores, el helicóptero decoló, a la 0.50 del 24 de marzo de 1976, con la presidente; Julio González, su secretario privado; Rafael Luisi, jefe de la custodia personal; un joven oficial del Regimiento de Infantería I Patricios, el edecán de turno (teniente de fragata Antonio Diamante) y dos pilotos de la Fuerza Aérea. En pleno vuelo, el piloto más antiguo le dice a la presidente que la máquina tenía un desperfecto y que necesitaba bajar en Aeroparque. Cuando bajan, Luisi observa un sospechoso movimiento de hombres e intenta manotear su pistola. "Quédese tranquilo", le dijo la señora de Perón. Pese a las sospechas de Luisi, ella bajó y se encaminó hacia el interior de las oficinas del jefe de la Base. Cuando entró, las puertas se cerraron para los otros miembros de la delegación. A la 01, aproximadamente, entraron al salón principal del edificio el general José Rogelio Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo.

–Villarreal: "Señora, las Fuerzas Armadas se han hecho cargo del poder político y usted ha sido destituida"

–Señora de Perón: "¿Me fusilarán?"

–Villarreal: "No. Su integridad física está garantizada por las Fuerzas Armadas"

Luego, ella se extendió en un largo parlamento. "Debe haber un error. Se llegó a un acuerdo con los tres comandantes. Podemos cerrar el Congreso. La CGT y las 62 me responden totalmente. El peronismo es mío. La oposición me apoya. Les doy a ustedes cuatro ministerios y los tres comandantes podrán acompañarme en la dura tarea de gobernar".

En un momento de la conversación, amenazó con que iban a "correr ríos de sangre" por el país a partir de su destitución, de la movilización de los sindicatos y de las manifestaciones populares. Dijo que las Fuerzas Armadas no iban a poder contener la protesta popular por su caída. Como toda respuesta, se le dijo: "Señora, a usted le han dibujado un país ideal, un país que no existe".

En esos minutos, otro alto oficial se comunicó con los comandantes generales. Les pasó la contraseña: "La perdiz cayó en el lazo". Isabel Martínez de Perón había sido detenida.

Mientras Isabel hablaba con los tres delegados militares, se mandó a buscar a "Rosarito" (la empleada que la acompañaba desde España) a Olivos. Previamente se le había ordenado que hiciera dos valijas con ropa para la señora. A la 1.50 un avión de la Fuerza Aérea partió con la ex presidente, en calidad de detenida, a Neuquén.

A las 10.40 de la mañana, la Junta Militar asumió el poder, en medio de una gran tranquilidad pública.