Mostrando entradas con la etiqueta araucanos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta araucanos. Mostrar todas las entradas

lunes, 22 de julio de 2024

Araucanos: La organización británica que defiende y difunde la causa Mapuche

 

The Mapuche Nation, el pueblo originario con sede en Bristol, Inglaterra

El centro de operaciones de la "lucha por la autodeterminación" de los mapuches de Chile y Argentina está ubicado desde 1978 en el nº 6 de Lodge Street, en la ciudad portuaria inglesa. Desde allí abogan por la causa


En el nº 6 de Lodge Street, Bristol, UK, tiene su sede, desde el año 1978, The Mapuche Nation

"El día 11 de mayo de 1996, un grupo de mapuches y europeos comprometidos con el destino de los pueblos y naciones indígenas de las Américas, y en particular con el pueblo mapuche de Chile y Argentina, lanzaron la Mapuche International Link (MIL) en Bristol, United Kingdom", explican las autoridades de esta organización; a saber, Edward James (Relaciones Públicas), Colette Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de Voluntarios),  Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos), entre otros.

Reynaldo Mariqueo –el único mapuche– hace las veces de secretario general secundado por Dame-Nina Saleh Ahmed, vice secretaria general.

La organización remplaza al Comité Exterior Mapuche que, recuerdan, "opera internacionalmente desde 1978 a partir de su oficina ubicada en Bristol".

El objetivo perseguido es contribuir al pleno desarrollo de los pueblos indígenas y, "en última instancia, conquistar el derecho a la autodeterminación".

Reynaldo Mariqueo es el “werken”, es decir, vocero o representante

Mientras en el sur de nuestro continente, grupos mapuches, como la agrupación Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) o la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), le declaran la "guerra a Argentina y Chile", y protagonizan actos de sabotaje, incendios y amenazas, la MIL explica –en inglés– que "the Mapuche Nation está situada en lo que se conoce como el Cono Sur de Sudamérica, en el área actualmente ocupada (sic) por los Estados argentino y chileno".

"Su identidad como nación autónoma, unida a la conciencia de ser parte de una cultura, una herencia histórica y una espiritual diferentes ha creado un movimiento sociopolítico inspirado en esas aspiraciones comunes", dice The Mapuche Nation.

EL MAPA DE LA MAPUCHE NATION

El territorio ancestral mapuche según la organización con sede en Bristol abarca todo lo que está al sur del Bío-bío (Chile) y al sur del Salado y del Colorado (Argentina)

Lo que según el sitio británico es el "territorio histórico ancestral" de los mapuches abarca la "Pampa and Patagonia of Argentina" y el sur de Chile. Así lo explican:  "La Nación Mapuche está ubicada en el sur de los territorios que hoy ocupan los Estados de Chile y Argentina –afirma la MIL–. Hace un poco más de 130 años su territorio ancestral, y el de otros pueblos originarios aliados, se extendía desde el sur del río Bío-Bío (Chile) hasta el extremo austral del continente, y en Argentina desde los ríos Colorado y Salado hasta el estrecho de Magallanes", agregan.

Y eso no es todo. Para los miembros británicos de la nación mapuche, el territorio ancestral abarca también las islas Malvinas y la Antártida…

Otras actividades del centro de operaciones de Bristol. Aquí, manifiestan contra el gobierno de Chile

En el mismo documento, fijan el año 1860 como el de la "Gran Asamblea Constituyente" en la cual "los más notables representantes del pueblo mapuche" fundaron "un gobierno monárquico constitucional". Y agregan que, "tras la ocupación del territorio del estado mapuche (sic), la Casa Real de dicho gobierno se estableció en el exilio en Francia, desde donde viene operando de manera ininterrumpida desde entonces".

Curiosamente, a la vez que hacen reivindicación de sus derechos ancestrales y su condición "originaria", los mapuches reconocen una dinastía francesa fundada por la ocurrencia de Orélie Antoine de Tounens (1825-1878), un abogado francés y masón que desembarcó en Chile en 1858 y se autoproclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia.

La monarquía mapuche en el exilio: el rey, Jean-Michel Parasiliti di Para o Príncipe Antoine IV, y Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de Lul-lul Mawidha, a cargo de Asuntos Exteriores

"Tanto el gobierno monárquico como el pueblo mapuche en su conjunto jamás han renunciado ni a sus derechos soberanos ni a la restitución de su territorio ancestral", afirman.

La "monarquía mapuche", entonces, además de ser francesa es hereditaria, de modo que sobre los territorios de Araucanía y Patagonia han "reinado" sucesivamente siete soberanos: Gustave-Achille Laviarde o Aquiles I; Antoine-Hippolyte Cros o Antonio II; Laura-Therese Cros-Bernard o Laura Teresa I; etcétera, hasta llegar al actual, Jean-Michel Parasiliti di Para o Príncipe Antoine IV, desde el 9 de enero de 2014.

La organización de Bristol, Reino Unido, tutela los derechos humanos en lo los “territorios mapuches”

La corte de Antonio IV se completa con un "presidente del Consejo del Reino, Su Excelencia Daniel Werba, Duque de Santa Cruz" y con un "miembro del Consejo de Estado y encargado de los Asuntos Exteriores, Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de Lul-lul Mawidha y Caballero de la Orden Real de la Corona de Acero" (y, como vimos, secretario general de The Mapuche Nation en Bristol), entre otros.

El conde Reynaldo Mariqueo, de gira por Europa. Está encargado de las Relaciones Internacionales

Aunque denuncia "invasión", "genocidio", "represión", "espionaje" y otra larga lista de supuestos atropellos por parte de los Estados de Chile y Argentina, la "Nación Mapuche" se pone bajo la protección de un país extranjero y reconocen la dinastía inaugurada por un aventurero.

De hecho, sus territorios ancestrales fueron puestos bajo protección de Francia ya en 1860, lo que claramente implicaba establecer una cabecera de playa de una potencia extranjera en la retaguardia de las jóvenes naciones sudamericanas.

Además de estos documentos fundacionales, de las listas dinásticas y de la historia mapuche, en The Mapuche Nation pueden encontrarse noticias, denuncias y campañas (como una contra el Tratado de Libre Comercio entre Chile y la Unión Europea).


martes, 18 de junio de 2024

Conquista del desierto: La invasión araucana de los *curá chilenos

La invasión araucana a las pampas argentinas






En el siglo XIX los araucanos distinguían perfectamente a patriotas y realistas, a chilenos y argentinos.

 Así lo reconoce Calfucurá cuando dice: "... estaba en Chile y soy chileno y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras (Carta de Calfucurá a Mitre de 1867 que se conserva en el museo Mitre)”.

¿De dónde sacaron que Calfucurá fue un cacique argentino?

Allá por 1830, atravesó los Andes el grupo más numeroso con la llegada del cacique Calfucurá, de la parcialidad araucana moluche, hijo del cacique Huentecurá y penetra en la llanura pampeana cuando la Nación Argentina era ya independiente y soberana desde 1816.
 Por lo tanto, fueron invasores. Calfucurá se radicó en la gran llanura pampeana.
El 8 de setiembre de 1834 el cacique chileno Calfucurá (1790-1873) masacró a los caciques de las pampas en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén.
 Calfucurá convocó a una gran reunión a todos los caciques y capitanejos de la Patagonia argentina. Los invita a comer, los embriaga y los asesina a todos. Murieron unos mil caciques y capitanejos. El único que logró escapar gracias a su astucia fue el cacique Ignacio Coliqueo (1786-1871), que era también boroano o boroga y había llegado a La Pampa en 1820.
El invasor araucano Calfucurá tomó de un solo golpe el poder de todas las tribus, muertos sus jefes se convirtió en el “Pinochet de las Pampas”.
Calfucurá, instaló sus tolderías en las Salinas Grandes, en el límite actual entre Buenos Aires y La Pampa, a la altura de Puán, sesenta kilómetros al norte de Bahía Blanca, donde se aseguraban la disponibilidad de sal para la carne y los cueros y le permitía controlar el camino de los chilenos, por donde arreaban el ganado robado hacia Chile. A ese poblado, su cuartel general, lo llamó Chilihué (“Pequeño Chile”).
Hasta 1872 las tropas del chileno Calfucurá eran poderosas, lo prueba el hecho de que ganaron las primeras batallas contra el Ejército Nacional Argentino.
En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6.000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio. Finalmente, fue derrotado en su última gran batalla en San Carlos de Bolívar el 8 de marzo de 1872 en las cercanías de Carhué, por las fuerzas comandadas por el general Ignacio Rivas, que tuvieron la ayuda de Cipriano Catriel con 1.000 indígenas y de Coliqueo con 140 indígenas.
Apenado por la derrota, Calfucurá moriría en su toldería de Chilihué el 4 de marzo de 1873 evidenciando la decadencia del poder araucano sobre las pampas.
Fue sucedido por Manuel Namuncurá (también nacido en Chile, hijo de Calfucurá y padre de Ceferino) vivían de la "empresa" del malón (robo de cautivas y ganado en Argentina para vender en Chile a cambio de fusiles Remington, alcohol, entre otros artículos).
En 1875 se produce la “invasión grande” que comenzó con la sublevación de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultáneamente Namuncurá (hijo de Calfucurá), los ranqueles de Baigorrita, los de Pincén y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes.
Los indígenas entraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Según fuente oficial, tan sólo en Azul 400 vecinos fueron asesinados.
El Gral. Julio A. Roca, en 1879, encabezó una campaña para detener todas estas masacres de ciudadanos argentinos. Fue a cumplir la misión que Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado.
Roca actuó por orden del Presidente Constitucional y del Congreso Nacional, no registrándose críticas, ni en esa época ni en las décadas posteriores por ningún partido oficialista u opositor.
 Todos consideraron siempre a la Conquista del desierto como una gesta que recuperó territorio del Estado Argentino, que de otra manera se hubiera perdido. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres, asesinato de argentinos y la provocación de incendios. Lo acompañaron a Roca, geógrafos, fotógrafos y sacerdotes. Florentino Ameghino entre otros. El Gral.
Roca selló pactos con la mayor parte de las tribus y solo combatió aquellas que comandadas por Manuel Namuncurá y sus esbirros chilenos.
El derrotado cacique araucano Manuel Namuncurá, fue nombrado Coronel del ejército argentino por Roca, cargo y vestimenta que ostentó orgulloso hasta su muerte (¿genocidio...?... ). -Su hijo, "Ceferino", fue bautizado por el Padre Milanesio (el intermediario con Roca), entró en la Congregación Salesiana para ser sacerdote, siendo hoy nuestro "Beato Ceferino Namuncurá".  
¿Habría ocurrido ésto de haber sido los salesianos “cómplices de un genocidio”?
Por esa decisión de terminar con las matanzas provocadas por los araucanos (recordemos, procedentes de la Araucanía, en lo que hoy es Chile..

Nota Que apareció En: (Historia visual de la Argentina de 1830 a 1930)
(www.facebook.com/groups/1852770421548570)

sábado, 25 de mayo de 2024

Conquista del desierto: La rendición del araucano Sayweke

La rendición de Sayweke



El 1ro de enero es una fecha de grato recuerdo para el pueblo argentino.
Ese día de 1885, una penosa caravana se hizo presente en Fuerte Junín de los Andes, para concretar el hecho que los loncos llamaban “presentación”, una gloriosa y necesaria rendición para los jefes argentinos. Después de resistir como pudieron durante casi cinco años, se presentaron en ese punto de la geografía (neuquina actual) 700 hombres en condiciones de combatir, junto con 2.500 mujeres, niños, niñas y ancianos. Reconocían el liderazgo del nizol longko Valentín Sayweke, pero también conformaban el contingente personas que habían formado parte de las comunidades de Inakayal y Foyel. Ellos habían perdido su libertad durante la primavera anterior.
Si bien hubo acciones de guerra más tardías -un malón que se registró en jurisdicción mendocina en 1888- se considera a la capitulación de Sayweke como el fin de la resistencia armada araucana, tanto del lado chileno como del argentino. A partir de entonces, se aceleró la distribución de las tierras que el Estado había recuperado de la invasión araucana, a través de la implementación de una serie de leyes que no hicieron más que concentrar centenares de miles de hectáreas en unas pocas familias que podían comprar esas tierras y las integraron a la economía de la floreciente nación multiracial y unificada.
Desde aquel momento, el Estado ejerce dominación efectiva sobre territorios que formaban parte tácita de su jurisdicción antes de 1878 y mantiene integrado a un pueblo que, hasta 1885, era libre de realizar correrías y ataques a la población original y criollos locales. Un grupo importante de descendientes directos de Sayweke vive hoy en la localidad chubutense de Gobernador Costa, muy lejos de su territorio original, que es la Araucanía chilena de donde todos, absolutamente todos partieron para invadir el territorio transcordillerano. Aquel 1ro de enero no es de grato recuerdo para las y los araucanos, denominados por un antropólogo noruego como "mapuches", porque se interpreta como el fin de su estéril resistencia armada.

jueves, 11 de abril de 2024

Fortaleza Protectora Argentina: Los habitantes previos de Bahía Blanca

Los 190 De Bahía. DÉCADA DE 1820

¿Quiénes vivían aquí antes de que naciera Bahía Blanca?






Previo a la llega de Ramón Estomba, el sur bonaerense y el norte patagónico estaban habitados por pueblos originarios con una amplia vida sociocultural.  


Los notables hallazgos arqueológicos a muy pocos kilómetros de la ciudad balnearia de Monte Hermoso revelaron que los primeros grupos humanos que poblaron la zona aledaña a la bahía Blanca datan de 7.000 años. Los investigadores pudieron determinar que, ya en esos tiempos, dichos pobladores tenían un contacto fluido con los del centro bonaerense y los del norte patagónico.

Estas bandas pequeñas de cazadores nómadas recorrían grandes distancias a pie y su subsistencia se basaba en la cacería de la fauna regional y de la recolección de vegetales.


Los tehuelches

Algo así como 6.500 años después, en 1520, el navegante Fernando de Magallanes descubrió la bahía Blanca. No desembarcó, pero en mayo de ese año arribó a la actual bahía de San Julián. El relato del cronista Antonio Pigafetta, embarcado en la expedición, decía “… un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros.(…) era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura…”.
Magallanes los llamó Patagones, lo que dio nombre a toda la región: “Patagonia”. Más allá del mito fantasioso de los “Gigantes Patagónicos”, estas personas verdaderamente tenían gran fortaleza física y una altura promedio de 1,75 a 1,80 metros; era común que alcanzasen los 2 metros, muy por encima de la estatura promedio de los europeos de aquel entonces.
Conformaban un complejo étnico de un biotipo llamado “pámpido”, que ocupaba desde la Patagonia hasta el Sur de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Sus parcialidades se diferenciaban por nombres y características distintivas; los del norte patagónico y la llanura pampeana, incluida el área bahiense, se denominaban así mismos Guenaken (o más precisamente Gúnün a künna).
Más tarde, en el siglo XVIII, los cronistas españoles recogieron en el ámbito bonaerense, para este mismo pueblo, los términos chehuelcho, tegüelcho, tuelche o chewül-che, que era la deformación en lengua araucana o mapuche del término “gente indómita” y, con el tiempo, se los llamó por el gentilicio de “Pampas”.
Cazaban guanacos, usaban arcos y flechas, boleadoras, lanzas cortas y cuchillos. Vestían sus capas de cuero (quillangos) y habitaban en toldos que desmontaban cuando se mudaban de un paraje a otro en sus muy largas travesías a pie.
Los españoles introdujeron en el territorio -desde la primera fundación de Buenos Aires, en 1536- caballos y vacunos, que tuvieron una multiplicación descomunal en el muy propicio hábitat de la llanura pampeana. Los tehuelches no tardaron en convertirse en jinetes excepcionales y su cultura en ecuestre.
Paralelamente, hacia 1670, empezaron a incursionar en el territorio cisandino los Aucas, aborígenes trasandinos que llegaban atraídos por el ganado cimarrón de la llanura; por supuesto generaron más hostilidades que intercambios con los tehuelches. En 1779, en el sudoeste bonaerense, los españoles fundaron sobre el Río Negro, el enclave de Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Aún con fluctuaciones y picos de violencia, la relación con los tehuelches y el establecimiento fue relativamente buena.


Inmigrantes trasandinos

El éxodo de grandes contingentes trasandinos para asentarse en el actual territorio argentino, se registró recién en 1819, cuando ya las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de España y el Ejército Republicano Chileno libraba en el sur la llamada “Guerra a Muerte” para eliminar la resistencia de los seguidores del Rey.
Justamente los primeros en arribar a la llanura herbácea, escapando a la derrota y buscando dónde subsistir, fueron los voroga, extracción de etnia araucana (mapuche) alineada con el bando realista. Llegaron entre 6.000 y 7.000 personas, incluidos 2.000 guerreros. Pronto se enfrentaron por los recursos con las tribus Guenaken del espacio interserrano, Sierra de la Ventana y el Río Negro. Paulatinamente se ubicaron entre Guaminí y las Salinas Grandes.
Para mayor crispación en el territorio, luego de la anarquía de 1820, el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, intentó forzar un avance al sur de la frontera del río Salado. Sin entender la situación aborigen con el arribo de los trasandinos y, a contramano del consejo de estancieros bonaerenses como Ramos Mejía y Rosas de no atacar a los Tehuelches, Rodríguez propició tres campañas militares que exacerbaron la resistencia Guenaken. En su tercera expedición en 1824 falló el primer intento de fundar un establecimiento en la bahía Blanca.
En 1825, ante una inminente guerra con el imperio del Brasil, el gobierno de Juan Gregorio de Las Heras reinició las negociaciones de paz con los Pampas. Los caciques influyentes del centro y sur bonaerense y del norte patagónico se avinieron a concertar la paz, urgidos por encontrar la ayuda gubernamental para frenar el avance continuo de “indios chilenos” (como ellos les decían), e incluso autorizaron la instalación de tres nuevos Fuertes, uno en la bahía Blanca.
Mientras tanto el éxodo trasandino no se detenía. Entre 1826 y 1827, la banda de guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira también llegaba a la región pampeana escapando del Ejército chileno. Se asentó en el paraje Chadileo, cercano a la desembocadura del río Salado en el Colorado, desde donde asolaron toda la región y especialmente masacraron a las agrupaciones pampas.
En persecución de los guerrilleros realistas pincheirinos, también arribaron desde Chile más de 1.000 aborígenes republicanos y 30 efectivos del Ejército chileno, liderados por el ilustre cacique Venancio Coñuepán. Este contingente se integró al Ejército Argentino y tuvo un accionar destacado bajo el mando del coronel Ramón Estomba durante la campaña fundadora de Bahía Blanca, en 1828.



Por: César Puliafito / Especial para "La Nueva."

domingo, 7 de abril de 2024

Conquista del desierto: El imperio de las Pampas

El Imperio de las Pampas

La Voz de la Historia


El 4 de junio de 1873 un torrente humano se moviliza por el desierto en lentas y silenciosas columnas. Caciques, capitanejos, hechiceros y guerreros convergen sobre Chiloé, al oeste de Salinas Grandes, respondiendo al llamado del consejo tribal.
En el toldo principal Calfucurá, emperador de las pampas, agoniza. Junto a él su curandero recita monótonas plegarias y a su lado, algunas de sus esposas lloran. Repentinamente el anciano cacique alza la mano y su hijo, Namuncurá, que se encontraba a su lado, se inclina sobre él, aproximando su oído al hilo de voz que emanaba de su boca. “No entregar Caruhé al huinca”, le oyó decir, “No entregar Caruhé al huinca” y acto seguido, su padre expiró.
El desierto pareció temblar. El gran soberano que al frente de sus hordas había aterrorizado a las poblaciones cristianas por casi medio siglo, había muerto.


El señor de las pampas
Calfucurá fue un líder mapuche nacido en Llailma, territorio chileno, muy cerca de Pitrufquén. Hijo del cacique Huentecurá, uno de los tantos jefes indígenas que ayudaron a San Martín en su primer cruce de la cordillera (según algunas fuentes, combatió en Chacabuco), repasó las altas cumbres en 1830 para incorporarse como capitanejo a las fuerzas de Toriano, jefe indio que entre 1832 y 1833 se alió a Juan Manuel de Rosas y combatió a los araucanos.
Muerto Toriano y caída la federación, Calfucurá se independizó y conformó una poderosa coalición indígena que, al cabo de los años, se transformó en un verdadero imperio. Ese imperio se extendía desde la margen sur del río Salado, en la provincia de Buenos Aires, hasta la cordillera de Los Andes, abarcando gran parte de nuestro primer estado, la provincia de La Pampa, Río Negro, Neuquen, el sur de San Luis y el de Mendoza.
Señor indiscutido del desierto, Calfucurá masacró a los boroganos en Masallé (1834) y al cacique araucano Railef cuando regresaba a Chile con 100.000 cabezas de ganado robadas a los huincas, es decir, al hombre blanco.


La leyenda del guerrero y la princesa
Las tierras que hoy rodean el lago Epecuén eran conocidas desde tiempos remotos por la abundancia de sus pastos y la fertilidad de su suelo. Según la leyenda, en uno de los bosques que se extendían por la región, se produjo un terrible incendio que arrasó con casi todas sus especies. Fue entonces que un grupo de indios levuches que pasaba por el lugar, reparó en el llanto de un niño que venía desde las llamas y se acercó a ellas para ver de qué se trataba. Grande fue su sorpresa al encontrar a un pequeño que sollozaba abrasado por el calor.
Apiadándose de la criatura, los indios la recogieron y se la llevaron a su tribu para criarla como a uno más de la comunidad. Lo llamaron Epecuén, que significa “casi quemado” o “salvado por las llamas” y lo educaron como a un guerrero, enseñándole las artes de la lucha y la cacería.
Llegado a la mayoría de edad, Epecuén demostró ser un combatiente vigoroso, de buen porte y desarrollada musculatura, y fue durante una batalla contra los puelches enemigos que puso en evidencia todo su ardor, derrotando a su cacique y apoderándose de su hija, la bella princesa Tripantú, que en lengua aborigen quiere decir “Primavera”.
Conducida a la tribu levuche, la muchacha, cautivada por el atractivo físico de su captor, se enamoró perdidamente de él, sentimiento que fue correspondido por aquel. Fueron días felices en los que la pareja se amó con pasión pero finalizada la primera luna, el joven guerrero posó su interés en otras cautiva y poco a poco fue olvidando a la princesa puelche.
Desolada y angustiada, la muchacha se retiró fuera de la toldería para ahogar sus penas amargamente y fue tanto lo que lloró, que sus lágrimas formaron una gran lago salado que inundó la comarca, ahogando a Epecuén y todas sus doncellas. Ante la pérdida de su amado, Tripantú perdió la razón y a partir de ese momento, comenzó a vagar en torno al lago, delirando, riendo y llorando al mismo tiempo.
Ocurrió que una noche de luna llena, la desdichada princesa sintió una voz que la llamaba desde las aguas y al reconocer a Epecuén se introdujo en ellas y nunca más se la volvió a ver.


Carhué, capital de un imperio
El lago y sus alrededores se volvieron un lugar sagrado para los indios, quienes llevaban a pastar allí sus cabalgaduras y su ganado y darse baños terapéuticos ya que las salobres aguas de aquella réplica del Mar Muerto, tenían el poder de curar.
Varias naciones indígenas se establecieron en aquel punto fértil del país de Salinas Grandes, levantando sus toldos en torno al lago, desde el paraje conocido como Masallé, hasta donde hoy se halla la ciudad, construyendo toscos corrales para dedicarse al trueque de vacunos, equinos, productos de la caza, la pesca y la recolección, sus actividades básicas además del pillaje.

La llegada de Calfucurá en 1833, cambió todo.
El cacique concentró en su persona todo el poder, aniquiló a quienes no le rindieron obediencia y sojuzgó al resto, haciendo de Carhué la capital de su naciente imperio.
Desde allí gobernó con mano férrea a aquella suerte de confederación que había creado; desde ese punto condujo a sus guerreros para arrasar a las poblaciones blancas, arriar el ganado sustraído y castigar a las tribus díscolas; hasta allí debían dirigirse caciques y capitanejos sometidos, así como los emisarios del gobierno de Buenos Aires para parlamentar, y en ese lugar se realizaba el reparto del botín además de las ceremonias destinadas a honrar al gran dios Nguenechén, el ser supremo de la nación mapuche.
Veamos lo que dice al respecto el coronel Juan Carlos Walther en su libro La Conquista del Desierto, Tomo II, editado en Buenos Aires por el Círculo Militar, año 1948 (p. 170):

En este lugar (por Carhué), más tarde se levantó el fuerte General Belgrano, con asiento del comando de la división Carhué o Sur.

Se esperaba que los indios opusieran una enérgica resistencia a la ocupación de esta zona, dada la privilegiada situación y por haber sido la residencia tradicional de las tribus de Calfucurá, pero no fue así; por el contrario, establecieron sus toldos escondidos en los montes al oeste de la nueva frontera, situándose en Chiloé (Namuncurá) y en Guachatré (Catriel).


El Dr. Adolfo Alsina, ex vicepresidente de la Nación, por entonces Ministro de Guerra, confirma tales palabras en su arenga a las divisiones Sud y Costa Sud del Ejército en operaciones, el 23 de abril de 1876, luego de ocupada la zona, que comprendía también Guaminí, Arroyo Venado y Cochicó.

Sin penurias, sin peligros y sin avistar un solo enemigo, habéis tomado posesión, el día de hoy de Carhué, baluarte de la barbarie.


Respecto a la importancia que tenía Carhué para los pueblos indígenas, alega más adelante el coronel Walther:

En cuanto a Namuncurá, a principios de 1877 solicitó la paz, prometiendo no robar ni dejar a otras tribus siempre que el gobierno le pasara subsistencias necesarias para vivir. Más que nada exigía la devolución de Carhué, alegando que a su propiedad no podía renunciar “sin quebrantar un mandato de Calfucurá moribundo.


El azote del desierto
De esa manera, Calfucurá fue derrotando y sometiendo a las naciones vecinas, desde los levuches y los puelches hasta los picunches, huiliches y tehuelches echando los cimientos de una gran federación que se extendía hasta Los Andes y los límites patagónicos.
Para vengar a Toriano ahogó en sangre las tierras de Tandil. El 9 de septiembre de 1834 
emboscó a los boroganos en Masallé provocando una gran matanza entre ellos y matando personalmente a sus jefes, los caciques Rondeao y Melín, quienes habían asesinado a su señor.

Su poder se tornó ilimitado y de esa manera, después de sujetar las tolderías de Puán, Epecuén, Guaminí, Cochicó, Pigüé, Catriló, Tapalqué, Sierra de la Ventana, Chiloé y Lihuel Calel, lanzó sus terribles malones sobre las poblaciones cristianas, especialmente 25 de Mayo, Azul, Tandil, Olavarria, Junín, Melincué, Alvear, Bragado y la incipiente Bahía Blanca. Las dos defensas que el padre Francisco Bibolini realizó en la primera son consideradas milagros providenciales (ver “El heroísmo del padre Francisco Bibolini”).
En 1837 aniquiló una invasión araucana proveniente de Chile, aniquilando al cacique Railef y a 500 de sus guerreros. Su táctica resultó genial; los hizo seguir por sus vigías y cuando regresaban de un malón sobre Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba arriando 100.000 cabezas de ganado, los emboscó en Quentuco, sobre las márgenes del río Colorado y los lanceó a discreción, cortada su retirada por la vía de agua. Eso le permitió afianzar su autoridad y extender su dominio a tierras remotas como La Pampa, Río Negro y Chile, conformando un imperio de miles de kilómetros cuadrados en los que prácticamente no tuvo rivales.
De esa manera, el comercio de la sal del que se nutrían las poblaciones blancas quedó bajo su control, lo mismo las grandes extensiones en las que pastaban millares de vacunos y equinos.
En 1841 Calfucurá firmó un armisticio con Rosas y este le concedió el grado de coronel del Ejército Argentino además de una contribución anual de 1500 equinos, 500 cabezas de ganado y víveres, siempre a cambio de poder extraer sal.
El cacique supo administrar esos recursos, redistribuyéndolos equitativamente entre los caciques subordinados, incluyendo aquellos que moraban al otro lado de la cordillera. La alianza con los ranqueles y los tehuelches de Sayhueque, el rey del País de las Manzanas (Neuquén), así como los pactos que estableció con el araucano Quilapán, en territorio chileno y los puelches de los valles cordilleranos lo convirtieron en el soberano aborigen más poderoso de su tiempo. 
Tras la caía de Rosas, Calfucurá volvió a las andadas. El 4 de febrero de 1852 arrasó Bahía Blanca al frente de 5000 lanzas. El 13 de febrero de 1855 hizo lo propio en Azul, masacrando a 300 pobladores blancos y llevándose cautivas a 150 mujeres junto a miles de cabezas de ganado; el 31 de mayo destrozó al ejército del general Bartolomé Mitre en Sierra Chica; cuatro meses después enfrentó y dio muerte al coronel Nicolás Otamendi y al cabo de unos días saqueó Tapalqué, nuevamente Azul, Tandil, Junín, Melincué, Olavarría, Bragado, Alvear y la castigada Bahía Blanca. Sus regimientos comprendían ranqueles, pehuenches, araucanos, pampas y mapuches con quienes conformó una hueste de 6.000 guerreros montados, sin contar los que obedecían a los jefes confederados.
En 1870 llevó a cabo un nuevo malón sobre las indefensas poblaciones blancas, arrasando Tres Arroyos y Bahía Blanca y a comienzos de 1872 hizo lo propio sobre 25 de Mayo y las tribus tehuelches que se habían rebelado a su autoridad.
Calfucurá reinó sobre la pampa por espacio de cuarenta años. El 11 de marzo de 1872 fue derrotado en la batalla de San Carlos, cerca de Bolívar, después de declararle la guerra al gobierno argentino y arrasar una vez más 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio. Las fuerzas combinadas del general Ignacio Rivas y el cacique Catriel acabaron con las cuatro columnas en las que había dividido su ejército, luego de interpretarlas en la Rastrillada de los Chilenos, una extensa huella que conducía al país de Salinas Grandes.


Un nuevo emperador sube al trono
Muerto el soberano, el cónclave indígena designó a su hijo Namuncurá, que gobernaría el imperio hasta 1884. Sus malones, tan implacables como los de su padre, llevaron la muerte a Azul, Olavarría, 25 de Mayo, Pehuajó y otros puntos de la provincia de Buenos Aires, dejando a su paso cadáveres, poblaciones incendiadas y campos arrasados amén de centenares de cautivos y millares de cabezas de ganado.
Se dice que mientras tenía lugar el cónclave, otros dos hijos del cacique reclamaron el trono, Millaquecurá y Bernardo Namuncurá, pero el primogénito contaba con el apoyo de un cuarto hermano, Reumaycurá, quien aguardaba en las afueras de Chiloé al frente de una fuerza de 600 jinetes, listos para ser movilizados en caso de que su hermano lo necesitase.

Cacique Namuncurá

Parecía inevitable la guerra civil pero a último momento el consejo de ancianos, fuertemente influenciado por la princesa Callaycantu Curá, hija del difunto emperador y hermana de los pretendientes, declaró incapaz a Millaquecurá y confirmó a Namuncurá como sucesor.
Para entonces, Carhué ya no era la capital del imperio porque había caído en manos del ejército argentino junto a otras poblaciones como Puán, Guaminí, y las tolderías que se alzaban en Pigüé, Cochicó y Sierra de la Ventana. El nuevo epicentro del imperio pasó a Chiloé, en el extremo occidental de las Salinas Grandes, el lugar donde acababa de fallecer el gran soberano de las pampas.
“¡No entregar Carhué al huinca!” era el mandato y era imperativo cumplirlo. Había que recuperar el valle sagrado en torno al lago Epecuén y volver a hacer de ese punto la capital de la gran confederación.
Namuncurá mandó alistar sus regimientos y envió emisarios a sus vasallos para que hiciesen lo propio. Al igual que su padre, había nacido en la Araucania, al otro lado de los Andes, pero como aquel, odiaba a los mapuches tanto como a los hombres blancos y por esa razón debía tomar recaudos para cubrir sus espaldas.
Tras su “coronación”, todos los caciques le juraron obediencia y de ese modo se lanzó al pillaje, devastando buena parte de la provincia de Buenos Aires, en especial Tapalqué,  Tres Arroyos, Alvear, Tandil y Azul.


El ocaso de una nación
El flamante soberano intentó cumplir la voluntad de su padre llevando la guerra a territorio bonaerense, pero el arrollador avance del hombre blanco, con sus cañones y sus flamantes fusiles Remington, lo obligaron a entablar una lucha defensiva destinada a preservar lo que quedaba del inmenso imperio.
Namuncurá fue testigo del desmoronamiento de su nación con el avance de las tropas del general Levalle y las rebeliones de varios de sus vasallos, entre ellos Pincén y Catriel (1875). Derrotado en Chiloé y Lihué Calle, abandonó sus toldos buscando alcanzar la cordillera, donde vivió huyendo hasta 1884, cuando agotadas las reservas y extenuados sus guerreros, se vio forzado a capitular.


Un linaje del desierto
En Chimpay, pequeño poblado situado seis leguas al oeste de Choele Choel, en Alto Valle del Río Negro, Namuncurá levantó su campamento y se estableció con lo que quedaba de su tribu. En ese lugar, suerte de reducción en la que el gobierno de Buenos Aires concentró a los restos de la otrora poderosa nación, vendría al mundo el sexto de su doce hijos, Ceferino, nacido el 26 de agosto de 1886, fruto de su relación con Rosario Burgos, una mestiza chilena secuestrada durante un malón sobre ese país.


La Dinastía de los Piedra. El cacique Namuncurá, de uniforme, con parte de su familia. La mujer mayor es Canallaycantu Curá, su hermana y consejera. El muchacho a sus pies su hijo Juan Quintunas, futuro oficial del Ejército Argentino

Que el niño pertenecía a un linaje real lo prueba su frondoso árbol genealógico. Hijo y nieto de emperadores, bisnieto de uno de los caciques que había ayudado a San Martín en la campaña libertadora de Chile y sobrino nieto de Antonio Namuncurá y el poderoso Renquecurá, señor de los pehuenches que tuvo sus toldos en Picún Leufú y sus invernadas en Catán Lil, provincia de Neuquén (ambos hermanos de su abuelo), era a su vez, sobrino de una miríada de príncipes, consejeros y soberanos menores como los caciques, Melicurá, Cutricurá, Cayupán y Bernardo Namuncurá, célebre éste último por haberle salvado la vida al Padre Salvaire, artífice de la gran basílica de Luján. A ese clan pertenecía también el primogénito, Millaquecurá, declarado incompetente por el consejo tribal y Reumaycurá, suerte de comandante de la guardia pretoriana del cacique Namuncurá.
El recién nacido elevaría el prestigio de aquel linaje al alcanzar la gloria de los altares. Su abuela Juana Pitiley fue la favorita de Calfucurá y su tía a Canallaycantu Curá, consejera de estado cuya decisiva actuación en el cónclave celebrado tras la muerte del emperador le allanó a su hermano el camino al trono.


La Conquista del Desierto marcó el fin de las naciones aborígenes


Surge un santo de una estirpe feroz
Al momento de nacer Ceferino, su padre ya no era el señor de las pampas pero sí, coronel del Ejército argentino con uniforme y pensión. Algunos años después, uno de sus hermanos, Juan Quintunas, egresaría del Colegio Militar con el grado de oficial de Infantería.
Para entonces, el Imperio de las Pampas no era más que un recuerdo, un capítulo sangriento en el pasado argentino, triste memoria de una nación poderosa, reducida a vasallaje y aniquilamiento.
Pero se habría un nuevo capítulo en la historia de aquel pueblo.


Beato Ceferino Namuncurá

Desde pequeño, Ceferino dio señales de santidad. Cierto día se hallaba con su madre a orillas del río cuando, repentinamente, cayó al agua. La corriente, muy fuerte en ese momento, comenzó a arrastrarlo y alejarlo a gran velocidad ante la desesperación de doña Rosario. Sin embargo, cuando ya se lo daba por muerto, fue depositado mansamente en la costa, de donde su padre lo rescató.

Sabido es que de niño gustaba ayudar a su madre en las tareas cotidianas, entre ellas recopilar leña, preparar los alimentos y cuidar los animales. Lamentablemente, cuando su padre escogió a la que sería su única esposa, Ignacia Rañil, dejó a un lado a doña Rosario y a otras dos mujeres mayores con las que también tuvo hijos, motivando su alejamiento.
Mucho debe haber apenado al pequeño el que su madre se marchase hacia la tribu de Yanquetruz, catorce leguas más al norte. Él, siguiendo las costumbres, se quedó con su padre, dedicándose al cuidado de las ovejas para las que armó, con sus propias manos, un improvisado corral.
Por entonces Namuncurá recibía una pensión del gobierno y casi todos los meses viajaba a Choele Choel para cobrarla. Al regresar distribuía el dinero entre su gente, entregando cinco pesos a los hombres y uno a las mujeres. Pero la situación –agravada por la demora en serle reconocida la propiedad de su tierra– le provocaba mucha aflicción. Si bien no hay indicios de que la tribu padeciese hambre, el sueldo del cacique y las pocas ovejas que criaba, no alcanzaban para nada.


Al servicio de su pueblo
Fue un día que viendo al cacique abatido y preocupado, Ceferino se le acercó y le dijo. “Papá, ¡como nos encontramos después de haber sido dueños de toda esta tierra! Estamos sin amparo, ¿Por qué no me envía a Buenos Aires a estudiar?...así podré un día, ser útil a mi raza”.
Don Manuel, reducido a un confín del que fuera su vasto imperio, aceptó la sugerencia y asesorándose convenientemente, envió a su hijo a Buenos Aires, inscribiéndolo primero en un taller-escuela que la Marina tenía en la localidad de Tigre (hoy Museo Naval) y después, siguiendo los consejos del Dr. Luis Sáenz Peña, en el Colegio Pío IX de Almagro, perteneciente a la congregación salesiana (el 20 de septiembre de 1897). En el taller-escuela el muchacho no se había sentido a gusto, tal como se lo manifestó a su padre en cierta oportunidad pero ahora, con los padres salesianos rebosaba de felicidad.


Con los padres de Don Bosco
Al llegar al Colegio Pío IX, Ceferino fue recibido por Monseñor Juan Cagliero quien a partir de ese instante, se convirtió en su consejero y protector. Ceferino comenzó a estudiar y lo hizo intensamente, ignorando las burlas de las que era objeto de parte de unos pocos compañeros, por su condición de mapuche. Sin embargo, al cabo de un tiempo logró conquistarlos, lo mismo a sus profesores, quienes veían en él a un muchacho serio y responsable. Llamaban la atención el tiempo que pasaba rezando en la capilla, su excelente conducta y su voz para el canto.


Vida espiritual
Ceferino fue bautizado por el padre Melanesio durante su viaje de Neuquén a Choele Choel quedando su partida asentada en Carmen de Patagones, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires.
El 8 de septiembre de 1898, siendo alumno del Pío IX, el joven mapuche tomó su Primera Comunión y el 5 de noviembre de 1899 recibió la Confirmación de manos de Monseñor Gregorio Romero. Algún tiempo después, experimentaría una enorme alegría cuando Monseñor Cagliero, el gran apóstol de la Patagonia, suministró a su padre la Primera Comunión y la Confirmación, oportunidad en la que, pleno de gozo, exclamó: “Yo también, como Monseñor Cagliero, seré salesiano e iré con él a enseñar a mis hermanos el camino del Cielo”.
En 1902 finalizó sus Ejercicios Espirituales estableciendo en ellos los cuatro propósitos que marcarían su vida.


Vocación sacerdotal
En 1903 don Manuel Namuncurá decidió llevarse a su hijo como intérprete y secretario. Ceferino, deseaba ser sacerdote y por esa razón acudió a sus protectores, Monseñor Cagliero y el Dr. Luis Sáenz Peña, para rogarles su intercesión.
Y es que el pequeño príncipe de las pampas era un alma enamorada de Dios y de la Santísima Virgen a quienes deseaba servir fervorosamente e interceder ante ellos en favor de su pueblo.
Fue entonces que Monseñor Cagliero creyó conveniente enviarlo a Viedma y ponerlo al cuidado del RP Evasio Garrone, director del Colegio San Francisco de Sales. Ceferino hizo el viaje por mar, bastante enfermo, y a poco de llegar conoció y trabó amistad con el beato Artémides Zatti, enfermero y laico coadjutor italiano radicado en aquella ciudad que, como el recién llegado, padecía tuberculosis.


Ceferino junto a su mentor, monseñor Juan Cagliero

Viaje a Italia
En 1904 Monseñor Cagliero decidió llevar a Ceferino a Italia. A esa altura el muchacho tenía la salud muy deteriorada, hecho que percibieron sus compañeros del Colegio Pío IX cuando lo vieron llegar. Allí pasó unos días hasta el 19 de julio, cuando zarpó en el vapor “Sicilia” que después de un mes de travesía, recaló en Génova.


Junto al Papa Pío X

En Turín, se alojó en el gran Colegio Valdocco, junto a la basílica de María Auxiliadora, el mismo donde estudiaron Domingo Savio y San Luis Orione. Allí conoció al beato Miguel Rúa, sucesor de Don Bosco, encuentro providencial que sacudió lo más íntimo de su ser.
Personalidades de importancia como la princesa María Leticia de Saboya Bonaparte, la condesa Balbis María Bertone de Sambuy y hasta la Reina Madre, Margarita de Saboya, homenajearían a Ceferino tratándolo de acuerdo a su rango.
“También me aplaudieron y gritaban ¡Viva el príncipe Namuncurá! Si le digo esto no es porque me haya enorgullecido, sino porque somos amigos”, le escribió a su compañero Faustino Firpo, el 24 de agosto de 1904.
El 19 de septiembre Monseñor Cagliero lo llevó a Roma. Ocho días después, Ceferino vivió la mayor experiencia de su vida al ser recibido por San Pío X en persona. Expresándose en perfecto italiano, el joven aborigen le obsequió al Pontífice un quillango de guanaco, atención que aquel retribuyó con sanos consejos y su bendición, para él y su pueblo. Lo increíble de aquella entrevista fue que, cuando todos se retiraban, el Santo Padre mandó llamarlo nuevamente y en las dependencias donde tenía su escritorio, volvió a saludarlo, mucho más paternalmente y le obsequió una medalla de oro como recuerdo de su visita.


Sus últimos días
Fascinado todavía por la experiencia vivida, Ceferino abandonó Roma y como el clima de Turín le resultaba cada vez más perjudicial, se estableció en Frascatti, donde su salud se agravó. A principios de 1905 le resultaba imposible seguir asistiendo a clases por lo que el 28 de marzo fue conducido nuevamente a Roma para ser internado en el Hospital Fatebenefratelli de la orden de San Juan de Dios, en la isla Tiberina.
Allí falleció el 11 de mayo de 1905, a las seis de la mañana, entregando su alma al Creador después de sus oraciones.
La noche anterior, había llamado a un sacerdote para pedir por el muchacho que ocupaba la cama contigua: “Si supiera Ud. cuanto sufre. De noche no duerme casi nada. Tose y tose”. En realidad, él estaba peor, pero solo pensaba en el prójimo, es decir, en las almas necesitadas de consuelo. Su cuerpo fue conducido al cementerio de Roma, donde permaneció enterrado hasta 1924, cuando regresó a su tierra natal.


El beato Ceferino
En 1915 los restos de Ceferino fueron exhumados y en 1924, como se ha dicho, regresaron a la Argentina. Llegaron a bordo del vapor “Ardito” y una vez en tierra fueron trasladados a Pedro Luro, localidad al sur de la provincia de Buenos Aires a medio camino entre Bahía Blanca y Carmen de Patagones (fueron depositados en la capilla de Fortín Mercedes). El 14 de mayo dio comienzo el proceso de canonización y el 22 de junio de 1972, el Papa Paulo VI lo declaró venerable.
El martes 15 de mayo, durante la sesión de la Congregación para las Causas de los Santos, se aprobó por unanimidad el milagro atribuido a Ceferino en el año 2000. Una mujer cordobesa de 24 años de edad, afectada por cáncer de útero, no solo se curó sino que, tiempo después, logró concebir.
Al cabo de cuatro años de estudió, altas fuentes de la Iglesia indicaron que la consulta médica de la Congregación había dictaminado que desde el punto de vista clínico, la curación era inexplicable.
Aprobado el decreto del milagro, S.S. Benedicto XVI determinó la fecha de beatificación, 11 de noviembre de 2007, acontecimiento celebrado en todo el país.
De esa manera, la orgullosa dinastía de los Piedra, aquella que forjó el poderoso imperio de las pampas e hizo temblar al hombre blanco durante décadas, le dio a la Iglesia Católica un nuevo santo.


Ilustraciones





Finalizada la conquista del desierto el gobierno argentino llevó a cabo una sistemática campaña de exterminio en La Pampa, la Patagonia, Tierra del Fuego y la región del Chaco a la que por años se intentó ocultar. Arriba cuatro instantáneas del álbum que Julio Popper explorador rumano nacionalizado argentino, le obsequió al presidente Miguel Juárez Celman tras su regreso a Buenos Aires. Se observan indios selk'nam y onas masacrados en territorio fueguino durante las cacerías humanas que tuvieron lugar entre 1886 y 1887

El coronel Ramón Lista llevó a cabo feroces matanzas en Tierra del Fuego

La masacre de aborígenes continuó bien entrado el siglo XX. En la imagen restos de indios  asesinados en Rincón Bomba, provincia de Formosa, durante el primer gobierno de Perón, más precisamente en el mes de octubre de 1947



Aviso aparecido en un diario de Bueno Aires (1878) ofreciendo indios 
de ambos sexos tras la conquista del desierto






Fuente: "Ceferino Namuncurá, de príncipe d elas pampas a la gloria de los altares", en "Revista “Cruzada”, Año V, Nº 30, Diciembre de 2007