Vivir cerca de los huesos: un día en la vida de un cazador-recolector
Por Robert Garland || Ancient Origins
Al comienzo de las Historias de Heródoto, el legislador ateniense Solón, uno de los siete sabios de la antigua Grecia, señala a su interlocutor Creso, rey de Lidia, que si una persona vive hasta los 70 años, vivirá 26.250 días -según su Calculando que la duración de un año es de 375 días, y que no hay dos días iguales. Vale la pena tener en cuenta la observación de Solón al intentar imaginar la vida de un cazador-recolector promedio porque lo más probable es que cada día fuera muy similar tanto al anterior como al siguiente. Sin duda, la amenaza constante de ser devorados por un depredador habría aliviado cualquier aburrimiento que pudieran haber experimentado los cazadores-recolectores, aunque también tenían que estar alerta a los cambios en el clima, ya que una tormenta de hielo, por ejemplo, o una niebla podrían causar estragos. Pero la mayoría de los días habrían estado dominados por la búsqueda interminable de comida.
Este es el período en el que los homínidos –es decir, todas las especies humanas extintas que precedieron al homo sapiens actual e incluido– se separaron por primera vez de los gorilas, orangutanes y chimpancés, hace quizás cinco millones de años. Desde entonces hasta alrededor del 8000 a. C., la caza-recolección fue el estilo de vida dominante para todos los homínidos. A partir de esa fecha, el homo sapiens, la única especie superviviente, empezó poco a poco a adaptarse a un estilo de vida sedentario estableciendo comunidades y dejando de llevar una existencia nómada.
Aprendiendo a aprovechar el fuego
La historia, por definición, nunca es estática e incluso en el Paleolítico se estaban produciendo grandes cambios, aunque tendían a ocurrir a un ritmo glacial, sin ánimo de hacer ningún juego de palabras. El avance más importante en el último millón de años de la historia de la humanidad ha sido el aprovechamiento del fuego, un punto plenamente consciente de los griegos, quienes explicaron el fuego como un regalo del titán Prometeo. Aclamado como amigo del hombre, Prometeo robó el fuego del Monte Olimpo, la morada de los dioses, y lo escondió en un tallo de hinojo.
Fue hacia el año 800.000 a.C. cuando el Homo erectus, el hombre erguido, una especie de homínido originario de África que se extinguió poco antes de que el Homo sapiens apareciera en escena, empezó a utilizar el fuego para cocinar los alimentos y mantenerse calientes. ¿Cómo hicieron esto? Ciertamente no aprendiendo a frotar dos palos. Muy probablemente aprovecharon un incendio provocado por la caída de un rayo, que lograron preservar alimentándolo con ramitas y ramas.