En diciembre de 1942, el general Hermann Balck lideró una de las batallas más impresionantes y menos conocidas de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de estar superado en número, Balck y su 11° División Panzer lograron una victoria increíble contra el 5° Ejército de Tanques Soviético en el Río Chir. En este vídeo, exploramos los detalles de esta batalla épica, destacando la brillante estrategia y el coraje de Balck y sus hombres. Acompáñanos en un viaje a través de uno de los momentos más destacados de la carrera militar de este brillante comandante, que merece ser recordado en la historia. Si te interesa conocer más sobre la vida y carrera de Hermann Balck.
El 21 de abril de 1822 Juan Lavalle,
entonces un soldado de veinticinco años, se ganó el apodo de “León de
Riobamba”, una distinción que de alguna manera se hizo extensiva a los
noventa y seis granaderos que cargaron contra más de cuatrocientos
españoles obligándolos, en una primera instancia, a retroceder. Cuando
repuestos de la sorpresa, o el susto, la caballería y la infantería
española se lanzaron en la persecución de los granaderos que regresaban a
su base trotando como si estuvieran paseando, se produjo un segundo
encuentro, en el que otra vez los españoles fueron derrotados.
La batalla de Riobamba se libra en Ecuador y de
alguna manera prepara las condiciones para la posterior victoria de las
tropas americanas en Pichincha. Los granaderos de San Martín se habían
incorporado al ejército dirigido por el mariscal Antonio Sucre y, a
juzgar por los resultados, adquirir en “préstamo” a los granaderos fue
una de sus mejores ocurrencias.
Según las crónicas, el 22 de abril fue un día
lluvioso. El barro dificultaba el desplazamiento de los soldados y
obligaba a tomar precauciones especiales a la hora de decidir la batalla
con el enemigo. Sucre le ordenó a Lavalle que inspeccionara el terreno.
Nada más que eso; una inspección para obtener algunos datos
indispensables para el futuro combate. Lavalle avanzó con sus hombres y
de pronto se encontró con tres batallones españoles que lo triplicaban
en hombres y armamentos. Lo prudente en ese caso hubiera sido
retroceder, pero Lavalle nunca fue prudente, mucho menos en esas
circunstancias.
Los españoles no podían creer lo que veían sus ojos.
Un grupo de hombres avanzaba sobre ellos al grito de “¡a degüello!”. El
aspecto de los soldados criollos debe de haber sido temible porque luego
de una breve resistencia los que retrocedieron fueron los españoles.
Lavalle los persiguió, ordenándoles a sus hombres que se detuvieran
cuando advirtió que la caballería española había llegado hasta donde
estaba apostada la infantería. Entonces dio orden de retroceder. Lo
hicieron despacio, como si estuvieran paseando, “al trote”, dice el
informe oficial. Los españoles, tal vez avergonzados por haber sido
corridos por noventa soldados, decidieron perseguirlos.
El informe posterior que Sucre le envió a San Martín
es elocuente: “Lo mandé a un reconocimiento a poca distancia del valle y
el escuadrón se halló frente a toda la caballería enemiga y su jefe
tuvo la elegante osadía de cargarlos y dispersarlos con una intrepidez
de la que habrá raros ejemplos”. Sucre concluye su informe a San Martín
diciendo de Lavalle: “Su comandante ha conducido su cuerpo al combate
con una moral heroica y con una serenidad admirable”.
Conviene subrayar una de las frases de Sucre: “La
elegante osadía...”. La decisión de Lavalle fue improvisada, no cumplió
ninguna orden, no se atuvo a ninguna instrucción, por el contrario lo
suyo fue una improvisación o, para ser más precisos, una inspiración,
una genial inspiración. El informe que el propio Lavalle hizo por su
lado parece coincidir con esta hipótesis. En un primer párrafo describe
el momento en que retrocede después de la primera carga y cómo luego
observan que la caballería española regresa al galope. Son muchos, están
bien armados y se trata de soldados expertos en guerrear, pero... “ el
coraje brillaba en el semblante de los bravos granaderos y era preciso
ser insensible a la gloria para no haber dado una segunda carga”, ataque
que en ese caso contó con el auxilio de los Dragones de Colombia,
quienes estando a las órdenes de Sucre se involucraron en el combate .
O sea que la batalla de Riobamba se libró en dos
tiempos, y en ambos las tropas americanas salieron airosas. El balance
de pérdidas en vidas y armamentos permite asegurar que hubo ganadores y
perdedores. Los españoles dejaron en el campo de batalla alrededor de
cincuenta muertos y un número similar de heridos, mientras que los
criollos sólo tuvieron que lamentar dos bajas.
Diez años antes, con sólo quince años de edad,
Lavalle había ingresado al cuerpo de Granaderos a Caballo creado por el
entonces teniente coronel José de San Martín. Aún no le había terminado
de crecer la barba y ya estaba enredado en combates y batallas. Después
de haber guerreado una temporada en la Banda Oriental fue trasladado a
Mendoza donde se incorporó al proyecto del Ejército de los Andes. Desde
ese momento puede decirse sin exagerar que estuvo en todas y en todas se
lució y ganó honores y ascensos. Desde Chacabuco, donde fue ascendido a
capitán, hasta Ituzaingó donde le otorgaron el grado de general en el
mismo campo de batalla después de haber improvisado una carga de
caballería que se hizo célebre y que para más de un observador militar
decidió la batalla, Lavalle trazó un itinerario de combatiente que le
permitió ganar con justicia el título de guerrero de la Independencia.
El héroe de Riobamba nunca renunció a su condición de
granadero y soldado de San Martín. Después de Riobamba siempre lució
con orgullo la distinción que le otorgó San Martín, distinción que
muchos años después, cuando ya estaba embarrado en las guerras civiles,
sacó a relucir para refutar a sus enemigos que lo acusaban de traidor a
la patria. “El Perú a los vencedores de Riobamba”, decía el brazalete
entregado por San Martín a su granadero.
Los méritos de Lavalle son también los méritos del
cuerpo de granaderos, ese regimiento que recibió su bautismo en San
Lorenzo y luego recorrió medio continente, siempre combatiendo contra
los enemigos de la Independencia. Los granaderos regresaron a Buenos
Aires catorce años después de haber sido creados. Llegaban cargados de
glorias y cicatrices. No eran muchos. De los mil hombres que marcharon a
Mendoza sobrevivieron 120.
Desde Buenos Aires a Colombia hay miles de
kilómetros. Estos bravos soldados los recorrieron peleando sin tregua.
Estuvieron en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia. En todos lados
recibieron reconocimientos y elogios. Ganaron y perdieron batallas,
mataron y murieron, combatieron en la montaña, en la llanura y en el
mar, y siempre defendieron los principios que en su momento les
inculcara San Martín, normas de disciplina tan austeras y exigentes que
hasta sancionaban al soldado que golpease a una mujer “aunque hubiera
sido insultado por ella”.
La suerte de los granaderos estuvo ligada a la de su
jefe. Cuando San Martín dejó Perú, ellos iniciaron el retorno a Buenos
Aires. El viaje fue largo y cargado de acechanzas. Hubo rebeliones,
naufragios y acciones heroicas. El 19 de febrero de 1826, setenta y ocho
granaderos a las órdenes del coronel Félix Bogado entraron a la ciudad
de Buenos Aires que los recibió como héroes. De los setenta y ocho,
había seis que realizaron toda la campaña, desde San Lorenzo a Junín.
Importa recordar sus nombres porque lo merecen: Paulino Rojas, Francisco
Olmos, Segundo Patricio Gómez, Dámaso Rosales, Francisco Vargas y
Miguel Chepaya.
El 23 de abril de ese año, y en homenaje a la batalla
de Riobamba, don Bernardino Rivadavia decidió incorporarlos a su
escolta, honor que mantienen hasta el día de la fecha. Para 1826 San
Martín ya estaba en el exilio, pero cuando se enteró de la noticia no
disimuló su satisfacción. Los granaderos habían sido su creación, su
primera criatura, la niña de sus ojos, como se decía entonces. San
Martín siempre consideró a los granaderos como un regimiento ejemplar,
como un modelo de profesionalismo militar. Parco y medido como era en
los elogios, dijo de ellos una de las frases más ponderativas que
salieron de la boca de ese hombre enemigo de las palabras fáciles y la
retórica liviana: “De lo que mis granaderos son capaces, sólo yo lo sé.
Habrá quien los iguale, quien los supere, no”.
Eufrasio Videla: "Así, como allá al frente, estaban los españoles en un cerrillo blanco". Don Eufrasio Videla es un viejo alto, flaco, nudoso, erguido, casi tan erguido como los álamos que cortan las perspectivas en los alrededores de Mendoza. Apenas un saludo y le espeté mi invariable pregunta: — ¿Cuántos años? — Treinta y ocho. — ¿Nada más? El viejo sonríe, baja la cabeza para detener la mirada en el sombrero de anchas alas, color te con leche, al que sus dedos retorcidos como sarmientos hacen girar con porfía. Pienso en que el pobre hombre ha perdido noción del tiempo, que desvaría su cabeza, que su memoria, más flaca que su cuerpo, yace tendida bajo la nieve de muchas décadas, porque me dijeron que don Eufrasio es hombre que ha traspasado los cien, y recupero mi actitud de moderno inquisidor. — ¿Treinta y ocho nada más don Eufrasio ? Sus labios mascullan un "ciento" y sale de nuevo, bien nítido, el ''treinta y ocho''. Ahora me parecen muchos los años, mas no me detengo a aclarar el punto y prosigo el interrogatorio, haciendo que repita las respuestas dos y tres veces, — y hasta cuatro y cinco, — a fin de alcanzar su sentido, pues resultan ininteligibles la mitad de las palabras en el lento balbucir de sus labios. Dijéronme que fue soldado de San Martín, pero no estuvo en el Plumerillo, ni se acuerda del general. — Yo estaba en San Juan, entonces, cuando decían que en Mendoza se formaba el ejército, y pasamos por ahí arriba, por Los Patos. — ¿Peleó usted? — ¿Y cómo no? Ahí en el Zanjón de Maipo, cuando ya no quisieron pelear más. — ¿Pero se acuerda de Maipo? — Sí que me acuerdo. Fue allí, pues, la última batalla, donde se rindieron. — ¿Y cómo empezó la cosa? — Unos cuantos días antes yo había llegado con los que salimos de San Juan. Después fueron, viniendo otros grupos de prisioneros y así se fue formando el ejército. (Pudiera el relato, muy bien, referirse a la llegada de dispersos de Cancha Rayada). Nosotros estábamos de la parte de aquí, —prosigue don Eufrasio, y al hacerlo sale al descanso de la escalera, poniendo cara a los Andes, — y como en la parte de allí enfrente, en un cerrito blanco, estaban los godos. — Flojanazos, ¿verdad? — Hum ... ¡Fieros habían sido! Peleamos y peleamos y no aflojaban... Después no quisieron pelear mas cuando vieron que nosotros tampoco aflojábamos. Entonces corrimos atrás pa que se rindieran. — ¿Y se rindieron? — ¿Y cómo no? Si ya no tenían más ganas de pelear. — ¿Y se entregaban? — Muchos so entregaban, otros querían escapar. Pero nosotros los alcanzábamos. — ¿Y no decían nada los españoles? — ¿Quiénes, los godos? Sí, decían: ''¡No mate corcho, no mate!'', cuando los alcanzábamos. Brillaron un punto sus pupilas, las arrugas dibujaron con gran esfuerzo una sonrisa y luego enmudeció el hombre, bajó la cabeza, y el sombrero retornó a girar entre los dedos. Lo demás que nos contó forma un maremágnum de hechos y episodios confundidos, en que se mezclan sin distinción de épocas, Rozas y Quiroga y las montoneras y la guerra del Paraguay. El viejecito Videla vive en la casa del ingeniero Fossati en la calle San Martín, 1778. Nos dijo este caballero, que Videla no conserva papel alguno, y que las medallas que poseyó en un tiempo las ha perdido o regalado, según relato del mismo don Eufrasio, y que el coronel Morgado, guerrero del Paraguay, le conoció en el ejército y de aspecto casi tan viejo entonces como ahora. El gobierno de Mendoza le pasa una pequeña pensión, que le alcanza para cubrir sus modestos gastos. Lo demás se lo otorga la caridad de las personas que le recogen en su casa. No podemos establecer a ciencia cierta si ha sido o no guerrero de la independencia porque ni siquiera la edad consta por documento público, pero si los 138 años son muchos años, es en cambio verdad que por estos pagos no son escasos los hombres de 110 o 115 años, y Videla bien puede oscilar entre estas dos últimas cifras y haber pertenecido a alguna de las milicias o cuerpos auxiliares del ejército de San Martín. Mendoza, marzo 22. Así reza esta nota publicada el 21 de Mayo de 1910 en la revista 'Caras y Caretas' Nº607 (Semanario Festivo, Literario, Artístico y de Actualidades).
AR-AGN-CyC01-dr-7-354020. Buenos Aires. Argentina. (AGN│Archivo General de la Nación)
El Subteniente Cleto Mariano Grandoli del Ejército Argentino, el abanderado de Curupaytí
El subteniente Cleto Mariano Grandoli, de tan solo 17 años de edad, era el Abanderaro del Batallón N°1 de Santa Fe, perteneciente al Ejército Argentino.
El 21 de septiembre de 1865 ni andaba escabiando en el Día de la Primavera por el Planetario si este hubiese existido, ni estaba drogado haciendo "cortes" con la Motomel 110 frente a un móvil policial de la Bonaerense cuyos efectivos tienen terminantemente prohibido por la superioridad hacer respetar la Ley defendiendo inocentes para así salvaguardar la vida de un energúmeno que puede accidentarse al huir en desobediencia y resistencia a la autoridad; el joven de 17 años Cleto Mariano Grandoli estaba sirviendo a la Patria como digno argentino. En esa jornada, durante la devastadora Batalla de Curupaytí, cayó en combate portando la Bandera que se le había confiado. Cayó al pie de las murallas paraguayas. Su bandera pudo rescatarse, y se descubrió que había sido atravesada por catorce balazos, y bendecida con la sangre de Grandoli. Su cuerpo sin vida nunca pudo recuperarse del campo de batalla.
En víspera de la batalla, Cleto pensando en su querida mamá, le escribió una carta: "... El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron". Si hoy en Argentina fuésemos una sociedad culta, digna, y de altos principios patrióticos, soberanos y morales, ya tendríamos nuestro film rememorando el desgarrador asalto al fortín paraguayo de Curupaytí con alguna estrella representando el papel de Grandoli y rememorando la gesta del 1er Batallón de Santa Fé en aquella trágica pero gloriosa jornada para las Armas Argentinas en haras de la Patria, como en los Estados Unidos ya tienen su "Glory" con Denzel Washington haciendo de Abanderado y Mathew Broderick de jefe rememorando al 54º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Massachusetts y el coronel Robert Gould Shaw durante el asalto al fuerte Sumter durante la Guerra de Secesión, cuyos hechos, situación y contexto son casi exactos, en tiempo y forma, al asalto argentino de Curupaytí y el abanderado subteniente Grandoli; pero en cambio sí tenemos la mentira de "La Noche de los Lapices", la desmalvinizadoras antinacionalistas de "Los Chicos de la Guerra" o "Iluminados por el Fuego", o series de ideológico apologismo antisocial y apátrida como "El Marginal". ¿Será que somos nosotros mismos quienes nos condenamos a perderlo todo por tolerar o hasta bendecir cualquier infamia contra la Nación Argentina, contra las Gestas Patrias, contra nuestros valores y contra nosotros mismos como argentinos?
SUBTENIENTE CLETO MARIANO GRANDOLI, ¡SALUDO UNO! El 22 de septiembre de 1866 el Ejército Argentino sufre la peor y más sangrienta derrota de toda su historia, en la Batalla de Curupaytí, frente a un aguerrido y prevenido Ejército Paraguayo Facebook
El terror de los malones araucanos, Coronel Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo del General Don Manuel Belgrano e hijo adoptivo del Brigadier General Don Juan Manuel De Rosas, nace en Santa Fe, el 29 de Julio de 1813
Pedro Pablo Rosas y Belgrano, nació cerca de Santa Fe, el 29 de julio de 1813, y era hijo natural del prócer nacional General Don Manuel Belgrano y María Josefa Ezcurra, luego adoptado por el caudillo federal y gobernador, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas y su esposa María de la Encarnación Ezcurra, y llegó a ser un distingudo oficial de caballería del Ejército Argentino, fogueado en cientos de combates contra los malones indígenas y en las luchas civiles de aquellas èpocas, alcanzando la jerarquía de coronel.
El general Don Manuel Belgrano tuvo algunos romances (a pesar de jamás haberse comprometido ni contraido enlace), entre los cuales dos tuvieron descendencia. La mamá de Pedro era María Josefa Ezcurra, una dama de buena posición social y económica, casada con su primo Juan Esteban de Ezcurra (originario de Pamplona, Navarra, España). Después de nueve años de matrimonio, sin hijos, era aquel un leal subdito de la Corona española, y disconforme con la Revolución de Mayo, decidió exiliarse en su patria, negándose María a acompañarlo; hombre de gran lealtad y firmes convicciones, prueba de ello es que aunque nunca la volvió a ver, Juan Esteban la nombraría su heredera.
María Josefa fue novia de Belgrano cuando tenía 16 años, desde 1802 a 1803. Sin embargo, su padre la casó con un primo proveniente de España. Cuando Belgrano fue nombrado general en jefe del Ejército Auxiliar del Perú (Ejército del Norte), luego de crear la Bandera Nacional en Rosario, María Josefa partió a su encuentro, producido en los primeros días de mayo de 1811 en San Salvador de Jujuy, luego de 45 días de viaje, permaneciendo a su lado durante tres meses allí y posteriormente en el Éxodo Jujeño, combate de Las Piedras y batalla de Tucumán. En octubre concibió un hijo en San Miguel de Tucumán, lugar donde residieron desde septiembre de 1812 a finales de enero de 1813, y que nacería en Santa Fe, en la estancia de unos amigos el 29 de julio de 1813.
Fue bautizado con el nombre de Pedro Pablo y anotado como huérfano en la catedral de Santa Fe; ignorándose si el niño alguna vez conoció a su padre. Al nacer, fue adoptado inmediatamente por su tía materna, Encarnación Ezcurra, a la sazón recién casada con el estanciero Don Juan Manuel de Rosas.
Desde entonces sería conocido como Pedro Pablo Rosas. En 1833, al cumplir los 20 años de edad, Pedro fue informado por Juan Manuel de Rosas de su verdadero origen, cumpliendo éste el expreso pedido de Don Manuel Belgrano. A partir de entonces, incorporó su apellido biológico, pasando a llamarse Pedro Pablo Rosas y Belgrano. Pedro Pablo tuvo una educación limitada en la capital, y muy joven pasó al campo y a la frontera con los indígenas.
En 1829 fue secretario privado de Rosas, durante su primer período como gobernador de Buenos Aires. Más tarde lo acompañó en ese mismo cargo en la Campaña al Desierto de 1833.
Al regresar, Rosas le regaló una estancia en el pueblo de Azul; durante el año 1837 ejerció como juez de paz de Azul y comandante del fuerte de San Serapio Mártir, con el grado de mayor. A fines de ese año pidió ser relevado y se dedicó a administrar su estancia. Era, además, el encargado de entregar los regalos y víveres a los caciques Painé, Pichún, Catriel e Ignacio Coliqueo. También tuvo alguna actuación reprimiendo las ramificaciones locales de la sublevación de los Libres del Sur en 1839.
Durante la década de 1840 fue nombrado comandante de Azul, que era el pueblo más importante del sur de la provincia en esa época, y oficialmente fue el encargado de las relaciones con los indígenas en todo el sur de la provincia. Se encargaba de lo que Rosas llamaba el "negocio pacífico", esto es, entregar a los indios "amigos" provisiones, alcohol y yerba mate a cambio de que los indígenas se mantuvieran en paz con las poblaciones de frontera y ayudaran a reprimir a los que las atacaran, o sea los genocidas araucanos procedentes de Chile. También llevaba adelante las relaciones diplomáticas y el correo entre los indios y el gobierno provincial.
A mediados de la década fue ascendido al grado de coronel, y llegó a ser un estanciero muy rico y con buenas relaciones, tanto con los estancieros y gauchos del sur de la provincia como con las distintas tribus.
Poco antes de la batalla de Caseros mantuvo varias reuniones con los caciques, a los que comprometió a unirse a sus fuerzas para defender el gobierno de Rosas, en caso de que el general Urquiza fuera derrotado y la guerra se extendiera al sur de la provincia.
Después de la caída de su padre adoptivo, siguió siendo el juez de paz de Azul, por orden directa de Urquiza. Mantuvo relaciones por carta con Manuelita Rosas, exiliada con su padre en Inglaterra. Por orden de Hilario Lagos, comandante de campaña, fue nombrado comandante del Regimiento de Caballería Número 11, con sede en Azul.
A fines de noviembre de ese año de 1852 estaba en Buenos Aires cuando estalló la rebelión de Lagos, que pronto dominó gran parte del interior de la provincia y puso sitio a la ciudad de Buenos Aires. En la capital se supo que había grupos en el sur de la provincia que aún seguían obedeciendo al gobierno porteño, pero no tenían cohesión ni podían establecer contacto con la capital. Por eso el gobernador Manuel Pinto envió a Rosas con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú.
Apenas desembarcado, convocó a los indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año antes, forzando bastante el sentido que debía habérsele dado. La noticia de la expedición de Rosas y Belgrano levantó los ánimos de los porteños, mientras que los federales se dedicaron a tratar de detenerlo antes de que reuniera demasiada gente a sus espaldas.
Rosas reunió los grupos dispersos y marchó hasta la localidad de Dolores, donde logró reunir unos 4.500 hombres, entre ellos algo más de 1.000 aborígenes. Pronto regresó hasta la costa del río Salado, a esperar una prometida expedición naval con armas y municiones, por lo que se instaló cerca de la desembocadura de este río. Pero los refuerzos y armas no llegaron nunca: los barcos en que debían ser transportados encallaron y naufragaron, y nadie avisó a Rosas y los suyos.
Allí estaban cuando aparecieron los federales, al mando del general Gregorio Paz; tan mal se había preparado, que tenía el río Salado a sus espaldas. Los indios formaban en un costado pero, antes de iniciarse la batalla, sus jefes conferenciaron con los caciques de las tropas auxiliares indígenas que formaban en el ejército federal y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla.
Paz puso a sus fuerzas a órdenes del coronel Juan Francisco Olmos, mientras Rosas y Belgrano ponía los suyos a órdenes de Faustino Velazco. La batalla de San Gregorio fue una verdadera catástrofe para los unitarios: murieron casi 1.000 hombres, incluidos los coroneles Velazco y Acosta. Casi todos los oficiales fueron tomados prisioneros.
Tras esta victoria, Lagos reforzó el sitio de Buenos Aires, cerrando todas sus vinculaciones con el exterior, excepto por el Río de la Plata. Un consejo de guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, quizá influido por una carta que Manuela Mónica Belgrano le entregara al general Lagos, pidiéndole por la vida de su hermano Pedro, "teniendo en cuenta su sangre". Además, Lagos conocía a Pedro como hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas, ya que ambos servían a las órdenes del Restaurador de las Leyes y las Instituciones.
Levantado el sitio a mediados de 1853, fue repuesto en su cargo al frente del Regimiento de Caballería número 11 y de comandante de Azul. Se le encargó que organizara un plan general de defensa de la frontera, encargo que se ignora si cumplió.
Pidió la baja por mala salud en febrero de 1855, en una época en que arreciaban los ataques contra los ex colaboradores de Rosas, y el gobierno decidió confiscar todos los bienes de éste y de sus hijos. Dado que, legalmente, Pedro era hijo de Rosas, perdió todos sus bienes, once estancias en total. También fue acusado de participar en las invasiones de los generales Jerónimo Costa y José María Flores. A fines de 1855 se marchó a Santa Fe, donde prestó servicios en la frontera.
En 1859, poco después de la batalla de Cepeda, el general Urquiza volvió a avanzar sobre Buenos Aires. Allí organizó la defensa el general Bartolomé Mitre, mientras los jefes de frontera trataban de defenderse de un posible avance hacia el sur. Urquiza nombró a Rosas y Belgrano comandante de armas del sur de la provincia y lo envió hacia esa zona.
Convenció al cacique general Calfucurá, que atacó al comandante Ignacio Rivas en Cruz de Guerra, pero este ataque fracasó. Enviado por Rosas y Belgrano, el coronel Federico Olivencia tomó la ciudad de Azul. Un comandante de apellido Linares se presentó frente a Tandil, que estaba indefensa por haber salido su comandante Benito Machado a enfrentar a Olivencia. De modo que los habitantes de Tandil le dejaron tomar la ciudad, a cambio de que los indígenas que venían con él quedaran afuera; pero éstos se sublevaron y saquearon la ciudad. Olivencia entró en conflictos con Rosas y Belgrano, de modo que lo abandonó y se pasó a las filas del general Flores. Machado regresó a Tandil, obligando a Linares a huir. Y los indígenas que habían llegado a Azul con Rosas y Belgrano también lo abandonaron. El coronel debió huir por "tierra de indios", llegando hasta Rosario. Después de la batalla de Pavón fue tomado prisionero en Rosario. A pesar de que algunos oficiales pidieron que fuera ejecutado, su vida fue respetada por orden de Mitre. Viendo que estaba ya muy enfermo, se lo dejó regresar a Buenos Aires, con orden expresa de no dejarlo acercar a Azul. Es así que, en medio del ostracismo (hay que resaltar que la lealtad y conducta de Pedro Pablo era la habitual de todos o casi todos los oficiales en aquellas épocas, de formación de identidad nacional), el hijo del General Don Manuel Belgrano, veterano de la Frontera y la Campaña del Desierto, veterano de la Guerra Civil y eficiente oficial del Ejército Argentino, el Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas y Belgrano, injustamente desposeído de todos sus bienes, falleció en la ciudad de Buenos Aires, a los 50 años de edad, el 27 septiembre de 1863.
Coronel de Caballería Pedro Pablo Rosas Y Belgrano
Fecha de nacimiento: 29 de julio de 1813, cerca de la ciudad de Santa Fe.
Muerte: 27 de septiembre de 1863 (a los 50 años), en Buenos Aires.
Lealtad: Partido Federal,
Estado de Buenos Aires
Hitos militares: Campañas al Desierto, Defensa de la Frontera, Batalla de San Gregorio.
Familia cercana:
Hijo biológico del general Manuel Belgrano y María Josefa de Ezcurra y Arguibel
Hijo adoptivo de Juan Manuel de Rosas y María Encarnación Josepha de Ezcurra y Arguibel
Marido de Angela Fernandez y Juana Rodriguez
Padre de Francisca Angela Rosas y Belgrano y Francisco Rosas y Belgrano Rodriguez
Hermano de Juan Bautista Ortiz de Rozas y Ezcurra; María Encarnación Ortiz de Rozas y Manuela Ortiz de Rozas Ezcurra
Medio hermano de Manuela Mónica Belgrano; Manuela Mónica del Sagrado Corazón Riva; Mercedes Rosas; Ángela Rosas; Ermilio Rosas y 4 otros.
General Juan Antonio Alvarez de Arenales (1770-1831)
Nació el 13 de junio de 1770 en Villa de Reinoso, situada entre
Santander y Burgos (provincia de Castilla la Vieja). Su padre fue
Francisco Alvarez de Arenales, perteneciente a una distinguida familia
del Distrito, quien se había propuesto para su hijo una esmerada
educación, pero su prematuro fallecimiento cuando Arenales tenía
solamente 9 años, malogró estos propósitos. Su madre fue María González
de antiguo linaje de la provincia de Asturias.
A la muerte de su progenitor, Arenales fue educado por su pariente
Remigio Navamuel, dignatario de la iglesia de Galicia y desde sus
primeros años reveló gran vocación por la carrera de las armas, razón
por la cual a los 13 años era dado de alta como cadete en el famoso
Regimiento de Burgos. Por su voluntad pasó en 1784 al Regimiento “Fijo”
de Buenos Aires, donde se perfeccionó en las ciencias exactas y preparó
su espíritu para acometer las grandes empresas que le tocó en suerte en
su larga y brillante carrera. Su contracción al servicio y su
excelente conducta le granjearon la buena disposición de sus
superiores. El virrey Arredondo el 6 de diciembre de 1794, lo promovía a
teniente coronel de las milicias provinciales de Buenos Aires y, en la
misma fecha, lo transfería con igual grado a las milicias del Partido de
Arque (provincia de Cochabamba), nombrándolo el 26 de enero de 1795
subdelegado del mismo partido. En dos ocasiones en que fue necesario
resistir las invasiones portuguesas en la Banda Oriental, acreditó su
fidelidad, honor y patriotismo. El 10 de mayo de 1798 era designado
subdelegado del Partido de Curli (Pilaya y Paspaya) en la provincia de
Charcas y posteriormente el 18 de diciembre de 1804, pasaba a ocupar el
mismo puesto en el partido de Yamparaes, en la misma Intendencia de
Charcas. En estos puestos administrativos, Arenales desplegó su mayor
celo en la imparcial aplicación de la justicia, “especialmente en la
protección de los indígenas, de cuya suerte se demostró muy
especialmente solícito, por ser los más oprimidos”. Sin embargo
progresaba lentamente la infiltración revolucionaria en las colonias
españolas de América: el 25 de mayo de 1809 se produce en la ciudad de
Chuquisaca una rebelión contra su presidente Ramón García Pizarro, al
grito de “¡Muera Fernando VII! ¡Mueran los chapetones!”, deponiéndolo.
Encontrándose en aquella revuelta el entonces coronel graduado Alvarez
de Arenales, simpatiza abiertamente con los rebeldes, no obstante su
origen español, motivo por el cual le nombran comandante general de
armas; organiza las fuerzas rebeldes poniéndose al frente de ellas, pero
el 21 de diciembre llegan los generales Nieto y Goyeneche con tropas
realistas y ahogan en sangre la rebelión, tomando preso a Arenales que
ingresa en las prisiones del Callao después de permanecer seis meses en
los lóbregos calabozos del Alto Perú, sufriendo la confiscación de sus
bienes. En las Casamatas de la famosa fortaleza, Arenales permaneció
quince meses, durante los cuales hasta corrió el riesgo de ser
fusilado. Finalmente se evadió y embarcándose para regresar a las
Provincias Unidas del Río de la Plata, naufragó en Mollendo, viéndose
reducido a la desnudez y más absoluta miseria; logró llegar a las
proximidades de Chuquisaca, donde supo con profunda pena el fracaso de
los patriotas en la jornada de Huaqui, el 20 de junio de 1811. Regresa a
la provincia de Salta, donde había contraído enlace con María Serafina
Hoyos y Torres, fundando su hogar lo que iba a ser una de las
principales causas de su adhesión a la Patria naciente y del valor y
lealtad con que cooperó a su emancipación. En un admirable documento
que revela su elevación espiritual se dirigió a la asamblea nacional
Constituyente, solicitando la ciudadanía argentina, identificándose así
con la nacionalidad que contribuía a crear. En aquella época (1811)
vivía a 36 leguas al S. de la ciudad de Salta, entre las montañas y
bosques de Guachipas, en su estancia la “Pampa Grande”.
En el año 1812, el general Tristán penetró en la provincia de Tucumán
con una fuerza enviada desde Lima por el virrey Abascal, dejando un
destacamento en Salta. Alvarez de Arenales que había sido electo
regidor y alcalde del primer voto del Cabildo de Salta, se puso a la
cabeza de un movimiento rebelde, el cual fue sofocado por los realistas,
lo que obligó a Arenales a ocultarse en Salta, corriendo los mayores
peligros, para esquivar la persecución de sus enemigos. Llegado a
Tucumán, justamente después de las victorias de Las Piedras (3 de
setiembre de 1812) y de Tucumán (24 del mismo mes y año) allí el general
Belgrano no pudo menos que simpatizar con este hombre austero en sus
costumbres, estoico por temperamento y tenaz en sus propósitos. Entre
ambos se estableció rápidamente una franca amistad. El Ejército
vencedor prosiguió su avance hacia el Norte, acompañando Arenales a
Belgrano en la campaña que terminó con la magnífica victoria de Salta,
el 20 de febrero de 1813, que originó la capitulación del general
Tristán y en la cual le cupo a Arenales actuación descollante. El 19 de
setiembre de 1818 el Director Pueyrredón le extendió el diploma
acordándole el escudo de oro por la acción de Salta.
Por su participación en aquella batalla y por su decisión por la
causa libertadora, el gobierno argentino le otorgó los despachos de
coronel graduado, el 25 de mayo de 1813 y el 6 de julio del mismo año se
le otorgaba la carta de ciudadanía que había solicitado en nota, que
como queda dicho, reflejaba su espíritu selecto. El general Belgrano lo
designaba el 6 de setiembre de 1813, para el puesto de gobernador
político y militar de la provincia de Cochabamba y de todas sus
dependencias. Cuando se produjeron los desastres de Vilcapugio y
Ayohuma, pocos días después, el coronel Arenales quedó cortado en
Cochabamba y en completo aislamiento a causa de la retirada del ejército
patriota. “Este bizarro jefe -dice el general Paz en sus Memorias
póstumas-, tuvo que abandonar la capital, pero sacando las fuerzas que
él mismo había formado y los recursos que pudo, se sostuvo en la
campaña, retirándose a veces a los lugares desiertos y escabrosos, y
aproximándose otras a inquietar los enemigos a quienes dio serios
cuidados. La campaña que emprende desde este momento el coronel
Arenales coronada de triunfos, es su gloria inmortal”. Aquella campaña
tan larga como heroica, fue de consecuencias profundas para la causa de
la emancipación americana.
Mitre en su Historia de San Martín, ha trazado la vigorosa silueta de
Arenales, con las siguientes palabras: “Solo hombres del temple de
Arenales y de Warnes podrían encargarse de la desesperada empresa de
mantener vivo el fuego de la insurrección de las montañas del Alto Perú,
después de tan grandes desastres, quedando completamente abandonados en
medio de un ejército fuerte y victorioso y sin contar con más recursos
que la decisión de las poblaciones inermes y campos devastados por la
guerra”. La fuerza que organizó no pasaba de 200 hombres, con los que
emprendió una marcha hacia Santa Cruz de la Sierra, a través de millares
de realistas, a los cuales arrolló en todos los encuentros que tuvo con
ellos; motivo que inflamó el ardor marcial y retempló las fibras
patrióticas de sus subordinados. Arenales llevó su valor singular hasta
el extremo de atacar en La Florida, con 300 hombres, una fuerza
realista al mando del coronel Blanco, justamente triple en efectivos: La
acción tuvo lugar el 25 de Mayo de 1814 y es uno de los más justos
timbres de la gloria de este gran soldado. “Aún no habían cesado los
cantos del triunfo -dice Pedro De Angelis- cuando el coronel Arenales,
que se había separado momentáneamente de sus tropas avanzándose en
persecución de los prófugos, se vio en la precisión de defender su vida
contra 11 soldados enemigos, que lo acechaban para lavar en su sangre la
afrenta de sus compañeros. La lucha fue larga y obstinada, pero al fin
sucumbieron los agresores, tres de los cuales quedaron muertos y los
demás heridos. Arenales extenuado por la pérdida considerable de la
sangre que manaba de su cuerpo por 14 heridas de sable, hubiera perecido
también sin la oportuna intervención de algunos de sus soldados
atraídos por las descargas que se oían en las inmediaciones del campo”.
El gobierno de las Provincias Unidas premia tan valeroso comportamiento
con el empleo de coronel efectivo discernido con fecha 19 de octubre de
1814 por el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas y por decreto del
mismo día. Arenales era nombrado Gobernador Intendente de la Provincia
de Cochabamba. El 9 de noviembre la oficialidad y tropa de la fuerza a
sus órdenes recibe un escudo que decía: “La Patria a los vencedores de
La Florida”.
San Pedro, Postrer Valle, Suipacha, Quillacollo, Vinto, Sipe-Sipe,
Totora, Santiago de Cotagaita, y otros muchos puntos donde sostuvo
desiguales combates contra los realistas, constituyen los brillantes de
la magnífica corona que ciñó la frente del héroe de la Sierra. El
triunfo de La Florida tuvo influencia preponderante en la guerra de la
Independencia, al asegurar la libertad de Santa Cruz, imponiendo la
evacuación de las provincias argentinas del Norte, por parte de las
fuerzas del general Pezuela. El 27 de abril de 1815 tomó la ciudad de
Chuquisaca y 20 días después Cochabamba, provincia que ocupó totalmente.
Por fin, después de 18 meses de épica lucha y de incesantes fatigas y
sorteando peligros a cada instante, Arenales, con su cuerpo de 1.200
hombres levantado casi en su totalidad a expensas de sus pujantes
esfuerzos, con armas y elementos que fue sucesivamente capturando a sus
enemigos, se incorporó al ejército patriota que iniciaba una nueva
campaña en el Alto Perú bajo el mando superior del general José
Rondeau. La Patria había premiado sus esfuerzos, nombrándolo el 30 de
octubre de 1814, comandante general de las tropas del interior, cargo
que le fue discernido por el propio Rondeau, desde su cuartel general en
Jujuy. Poco después, el gobierno de las provincias Unidas lo promovía a
coronel mayor, con fecha 16 de setiembre de 1815 y el 25 de noviembre
del mismo se le otorgaba el título honorífico de coronel del Regimiento
de Infantería Nº 12. Después de la desastrosa batalla de Sipe-Sipe, el
29 de noviembre de 1815, Arenales con los restos del ejército se
repliega sobre la ciudad de Tucumán. Algunos juicios o apreciaciones
contradictorias que lastimaron su alma de soldado, indujeron a Arenales a
solicitar la instrucción de un sumario que pusieron en claro los
servicios que había rendido a la causa independiente. El Director
Supremo, general Pueyrredón, con tal motivo, expidió el siguiente
decreto:
“Hallándose este gobierno con pruebas irrefragables de la virtuosa
comportación, decidido patriotismo y fidelidad del ciudadano de las
Provincias Unidas, Coronel Mayor de los Ejércitos de la Patria, don Juan
A. A. de Arenales y en el concepto de que cualquiera que fuesen los
esfuerzos con que la maledicencia pretenda oscurecer sus distinguido
servicios a la causa de la libertad, jamás contrastarán la ventajosa
opinión que este benemérito jefe ha adquirido en el concepto público de
la gran familia americana, sobreséase en la prosecución de este
expediente, que se devolverá al interesado por conducto del General en
Jefe del ejército auxiliar del Perú, para su satisfacción, etc. etc.”.
Fue Presidente del Tribunal Militar del Ejército del Norte, ejerciendo
el comando en jefe, el general Belgrano.
Batalla de Cerro de Pasco
Permaneció en Tucumán prestando siempre el concurso de una incansable
actividad y de sus luces en el desempeño de comisiones importantes
siendo posteriormente nombrado gobernador de Córdoba en 1819. Pero la
anarquía se enseñorea del territorio argentino: Alvarez de Arenales no
quiere participar en la lucha que destruirá la Patria adoptiva y por
tercera vez prefirió hacer el sacrificio de su vida en defensa de la
libertad americana, dirigiéndose a Chile a ponerse a las órdenes del
general San Martín, que a la sazón preparaba intensamente su expedición
al Perú. “Desde que el general Arenales se presentó al general San
Martín en 1820, este le honró siempre con el tratamiento de “compañero”,
así en la correspondencia como en el trato familiar, siendo Arenales el
único general de los de su tiempo que obtuvo tan señalada y constante
distinción hasta en los actos de etiqueta”. Desembarcado en Pisco el
ejército patriota, el 8 de setiembre de 1820, Arenales recibe de San
Martín el mando de una División de 1.138 hombres, que debía penetrar en
la Sierra, para insurreccionar las poblaciones peruanas al mismo tiempo
que abatiera el esfuerzo realista. Arenales llega rápidamente a las
ciudades de Ica (6 de octubre), Humanga (donde entra después de la
victoria de Nazca, el 15 de octubre), Jauja y Jauma, produciendo en
todas partes un levantamiento general contra la dominación española,
capturando numerosos armamentos de las muchas partidas enemigas que
encuentra y dispersa. Alarmadas las autoridades realistas ante tales
progresos, despachan al Brigadier O’Reilly para batir a Arenales y sus
huestes, teniendo lugar el contacto en el Cerro de Pasco, el cual se
produce después que Arenales ha tomado todas las medidas de seguridad,
para conocer en lo posible, la fuerza que se aproxima, a fin de lanzar
sus tropas al combate en plena seguridad de no caer en una emboscada.
La fuerza realista suma 1.200 hombres; los efectivos contrapuestos son
un poco diferentes en lo que a número se refiere, pues Arenales no
puede concentrar sobre el campo de batalla más de 600 hombres. No
obstante esta disparidad, no vacila y ataca con violencia al adversario,
que es derrotado completamente y que deja 58 muertos y 18 heridos sobre
el campo de batalla y 343 prisioneros incluidos 23 oficiales. Cayeron
además en poder de Arenales dos cañones, 350 fusiles, todas las
banderas, estandartes, pertrechos de guerra y demás elementos bélicos
escapando el enemigo en la más completa dispersión, pues no lograron
hacer partidas de más de 5 hombres, cayendo prisionero en la persecución
el propio brigadier O’Reilly. En conocimiento del espléndido triunfo
alcanzado por Arenales, San Martín, el día 13 de diciembre, expidió la
siguiente orden del día:
“La División libertadora de la Sierra ha llenado el voto de los
pueblos que la esperaban: los peligros y las dificultades han conspirado
contra ella a porfía, pero no han hecho más que exaltar el mérito del
que las ha dirigido, y la constancia de los que han obedecido sus
órdenes para unos y otros se grabará una medalla que represente las
armas del Perú por el anverso y por el reverso tendrá la inscripción “A
los Vencedores de Pasco”. El General y los jefes la traerán de oro, y
los oficiales de plata pendiente de una cinta blanca y encarnada; los
sargentos y tropa usarán al lado izquierdo del pecho un escudo bordado
sobre fondo encarnado con la leyenda, “Yo soy de los vencedores de
Pasco”. San Martín extendió el diploma correspondiente al general
Arenales el 31 de marzo de 1822.
Así termino la primera campaña de la Sierra, incorporándose Arenales
con su División al ejército patriota el 3 de enero de 1821, evocando su
presencia los riesgos y duras penalidades sufridas, no obstante lo cual
la gloria había cubierto a sus componentes, siendo recibida
triunfalmente por sus compañeros de armas. San Martín recibió de manos
del glorioso vencedor del Cerro de Pasco “13 banderas y 5 estandartes,
entre las que se habían tomado en las provincias de su tránsito o en el
campo de batalla”. Designado el 19 de abril del mismo año por San
Martín comandante general de la División, Arenales inicia su segunda
campaña de la Sierra organizando su fuerza con los cuerpos siguientes:
Granaderos a Caballo, coronel Rudecindo Alvarado; Batallón de “Numancia”
(1º de Infantería del ejército), coronel Tomás Heres; Batallón Nº 7 de
los Andes, coronel Pedro Conde; Batallón de Cazadores del ejército,
teniente coronel José M. Aguirre y 4 piezas de artillería; a estas
tropas debía incorporarse la pequeña fuerza del coronel Gamarra,
compuesta de patriotas peruanos. La División Arenales partió del
cuartel general de Huaura, el 21 de abril. San Martín le ha precedido
en su camino triunfal con su famosa proclama a los habitantes de Tarma,
en la cual les dice: “Vuestro destino es escarmentar por segunda vez a
los ofensores de la Sierra; el General que os dirige conoce tiempo ha el
camino por donde se marcha a la victoria; él es digno de mandar, por su
honradez acrisolada, por su habitual prudencia, y por la serenidad de
su coraje: seguidle y triunfaréis”. Arenales llega a Oyón el 26 de
abril; allí encuentra la División Gamarra, que se le incorpora, la cual
está casi deshecha, tal es su estado. En Oyón, Arenales recibe detalles
de las fuerzas realistas que se hacen ascender 2.500 hombres de línea.
Reorganizadas sus tropas, Arenales prosigue su avance el 8 de mayo en
dirección a la Sierra. El 12 llega a Pasco. En persecución de
Carratalá llegaba el 17 de mayo a Carguamayo; el 20 estaba con su
división en Palcamayo, el 21 en Tarma, y el 24 de mayo llega a Jauja.
El armisticio de Punchauca, celebrado entre San Martín y el Virrey
Laserna, interrumpió las operaciones en la Sierra, pero si bien este
acontecimiento fue solemnemente propicio a Carratalá, no le fue menos a
Arenales, que se entregó tesoneramente a la tarea de reorganizar e
instruir sus valientes tropas. Terminado el plazo de 20 días de
armisticio, que empezó a contarse desde su concertación el 23 de mayo,
el día 29 de junio Arenales prosiguió sus interrumpidas operaciones, día
que ocupó por la fuerza el pueblo de Guando, capturando íntegra la
compañía de cazadores del batallón realista “Imperial Alejandro”, pero
una nueva suspensión de las hostilidades concertada por el General en
Jefe, que le fue comunicada aquel mismo día, obligó a Arenales a detener
la marcha victoriosa que había iniciado sobre Carratalá. El general
patriota regresó a Jauja, donde se encontraba el 9 de julio, fecha en
que le llegó la noticia de que el general Canterac había salido de Lima
con 4.000 hombres, recibiendo Arenales en el mismo día, el parte e la
dirección de marcha que seguía el jefe español.
Inmediatamente se reunió una junta de guerra, la cual por unanimidad,
resolvió marchar al encuentro del ejército español, para atacarlo al
pasar la cordillera; con este fin, el 10 se puso en marcha Arenales con
su vanguardia por la ruta de Guancayo e Iscuchaga; el 12 llegaba la
División al primer punto nombrado, donde hizo alto; allí recibió
Arenales a las 10 de la noche la noticia de que Canterac ya cruzaba la
cordillera en dirección conocida hacia Guancavélica. En la madrugada
del 13, la División prosigue su marcha con objeto de dar alcance a la
vanguardia enemiga y batirla, pero no era aún de día cuando llegó un
chasque conduciendo pliegos de San Martín, en los cuales le anunciaba la
ocupación de Lima por el ejército libertador. Simultáneamente y en
carta aparte, el General en Jefe encarecía a Arenales que de ningún modo
comprometiera su División en un combate, mientras no tuviera la plena
seguridad de vencer, que por lo tanto, si era buscado por el enemigo, se
pusiese en retirada hacia el Norte por Pasco, o hacia Lima por San
Mateo, lo que dejaba a su discreción y prudencia”. Arenales, al recibir
estas instrucciones ordenó detener la marcha a sus cuerpos que estaba
orientada con el fin de buscar a Canterac, para batirlo. Las fuerzas
patriotas bajo su comando, sumaban 1.300. Ante las órdenes recibidas,
Arenales resolvió regresar a Guancayo y finalmente, a Jauja, donde llegó
el 19 de julio. Después de la batalla de Ayacucho, el general Canterac
confesó al general Sucre “que no sabía cómo Arenales no le atacó en
aquella vez: que tuvo por cierta su derrota, si se le hubiese
comprometido a un ataque, cuando tampoco podía eludirlo a causa del mal
estado de sus tropas y animales”. En la noche del mismo 19 de julio,
Arenales recibió del Generalísimo más claras y terminantes instrucciones
en el sentido de que la División se pusiera fuera de todo compromiso lo
más prestamente posible, indicando en las mismas las direcciones en que
convenía ejecutarlo. En la madrugada siguiente Arenales se puso en
marcha en la dirección señalada por San Martín, cumplimentando sus
disposiciones. El 24 de julio estaba en el pueblo de Yauli, llegando a
mediodía a la cima de la cordillera. Desde allí, el camino de San Mateo
conduce a Lima. Arenales descendió la cumbre con ánimo de situarse en
San Mateo y esperar allí nuevas órdenes; este punto dista 26 leguas de
Lima y 9 o 10 de la cumbre, pues el intenso frío reinante lo decidió a
seguir su marcha hasta San Juan de Matucana, distante 19 leguas de Lima a
donde llegó el día 25. Finalmente, el 31 de julio, Arenales recibió
orden del Protector de replegarse sobre Lima con su División, la cual
abandonó la quebrada de San Mateo y entró en la Capital en los primeros
días de agosto con más de 1.000 hombres menos de los que contaba cuando
salió de Jauja, como resultado de la deserción que sufrió por parte de
los milicianos peruanos, al abandonar la región de la Sierra, en
cumplimiento de órdenes superiores. El pueblo de Lima recibió a la
División con particulares demostraciones de aprecio, saliendo fuera de
las murallas considerable gentío que acompañó a la División medio
desnuda hasta sus cuarteles en medio de los vivas más entusiastas.
Arenales anticipó su entrada, vestido de paisano “pues nunca gustó de
este género de cortesía y mucho menos en aquella ocasión en que creía
haber menos motivos para ellas”. El 28 de julio se había proclamado
solemnemente la Independencia del Perú. Arenales, el 22 de agosto de
1821, fue designado por el Protector, Presidente del departamento de
Trujillo y comandante militar del mismo en el cual, siguiendo las
instrucciones de San Martín, formó y disciplinó dos batallones de
infantería y dos escuadrones de cazadores a caballo, enviando a Lima,
además, a 1.800 reclutas de acuerdo con el general Sucre, gobernador de
Guayaquil que había concertado el plan de libertar a Quito, cuando una
grave enfermedad postró a Arenales, que se vio forzado a ceder a otro la
gloria de Pichincha. Restablecida su salud, Arenales fue llamado a
Lima para encargársele la expedición a Puertos Intermedios, comando que
rehusó y fue en cambio otorgado al general Alvarado. Arenales no aceptó
aquel comando no obstante haber declarado Sucre que serviría a las
órdenes de aquél, “pues le reconocía su antigüedad y méritos y ser
Arenales un acreditado general”.
En cambio aceptó el cargo de comandante en jefe del ejército del
centro para expedicionar a la Sierra; pero no pudiendo realizar esta
campaña por falta de recursos Arenales pidió sus pasaportes para el Río
de la Plata, pretextando que sólo continuaría en el mando si el gobierno
le garantizaba recursos y el apoyo de su autoridad. Recibió la promesa
gubernativa de este apoyo y de aquella garantía, pero en realidad no se
cumplimentó nada ante sus justificadas demandas, poniéndose por el
contrario, la situación día a día más crítica. El Congreso quiso
premiarlo y le acordó una medalla de oro con la inscripción: “El
Congreso Constituyente del Perú al mérito distinguido”. Agradeciendo
Arenales este honroso y merecido premio expuso ante el Congreso Peruano
cuál era el estado de su División en la segunda campaña de la Sierra y
su incapacidad para buscar al enemigo. No consiguiendo su objeto, a
pesar de su insistencia, se vio obligado a pedir sus pasaportes,
sintiendo la necesidad de ver a su familia después de una ausencia de
cinco años, la cual por esta causa carecía de lo más necesario. Ante
tan imperiosa demanda, el Congreso decretó socorros para la familia del
general Arenales, a cuenta de sueldos y premios acordados por la
Municipalidad. Entre otros nombramientos y honores que había recibido
del gobierno del Perú, aparte de los señalados en el curso de esta
biografía, conviene destacar: Fundador de la Orden del “Sol del Perú”,
el 10 de diciembre de 1821; Gran Mariscal del Perú, el 22 de diciembre
del mismo año. La medalla acordada por decreto del 15 de agosto de 1821
y discernida el 27 de diciembre del mismo; Consejero de la Orden del
“Sol del Perú”, el 16 de enero de 1822, con la pensión vitalicia de
1.000 pesos anuales; Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos del
Perú el 25 de igual mes y año, el ya citado nombramiento de General en
Jefe del Ejército del Centro, discernido el 14 de diciembre de 1822, por
el general San Martín. En Chile el 28 de marzo de 1822 había sido
condecorado con la “Legión del Mérito” y el 14 de noviembre de 1820 el
Director O’Higgins le otorgaba los despachos de Mariscal de campo de
aquel Estado.
Después de su representación ante el Congreso peruano, el sufrimiento
del Ejército llegó a su colmo y el inflexible Arenales se vio en la
imprescindible necesidad de elevar una queja formal firmada por todos
los jefes del cuerpo, a nombre del Ejército, señalando el abandono en
que éste se hallaba, al cual no se reponían las bajas siempre
crecientes, haciendo resaltar los males palpables resultantes de esa
inacción, terminando su exposición con la súplica de que se emprendiera
la campaña de la Sierra que abriría nuevos recursos a la capital y
destruiría en parte el descontento general que produce la inacción y la
miseria. Alejado del Perú, pasó a Chile, llegando a la provincia de
Salta, donde fue elegido gobernador el 29 de diciembre e 1823. A los
cuidados de la administración interior se reunieron otros que
interesaban a toda la República. Arenales fue comisionado por el
gobierno el 22 de marzo de 1825 para atacar al general español Olañeta,
que después de la jornada de Ayacucho permanecía al frente de una fuerza
realista entre el desaguadero y Tupiza, y para cumplimentar esta orden
marchó con una División para dispersarla. El coronel Carlos Medinaceli
perteneciente a las fuerzas del general Olañeta se sublevó contra su
jefe y se produjo un choque entre ambos bandos, el 1º de abril de 1825,
en Tumusla, donde pereció Olañeta. Medinaceli y casi todo el resto de
la fuerza realista, se entregó a Arenales, terminando así, completamente
la guerra de la Independencia sudamericana. Por ese tiempo tuvo lugar
el pronunciamiento de Tarija en provincia independiente dirigiéndose
Arenales al gobierno nacional, cuyo apoyo le falló a causa de la guerra
que acababa de declararse al Brasil y las reclamaciones de Arenales
quedaron suspendidas por disposición superior en virtud de la misión de
Alvear destinada a entrevistarse con Bolívar. Los esfuerzos posteriores
del general Arenales, tendientes a evitar la desmembración, no fueron
suficientes para eludirla por la influencia decisiva del caudillo
colombiano. En 1826 realizó una exploración de las costas del río
Bermejo, buscando la posibilidad de su navegación, de acuerdo con una
compañía constituida a tal efecto, y proyectó un camino de acceso al
mismo, a la par que trazaba un plano defensivo contra los indígenas.
Poco antes se había concentrado en la tarea de organizar un cuerpo de
500 hombres para engrosar las fuerzas que alistaba la República para
combatir con el imperio del Brasil. Fue en mérito a tantos afanes y
desvelos, que el presidente Rivadavia le otorgó con fecha 7 de agosto de
1826, el empleo de Brigadier de los Ejércitos de la Patria. El 11 de
febrero de este mismo año el ministro de Guerra por orden de Rivadavia
nombró a Arenales “General de todas las tropas existentes en Salta”.
“El general Arenales –dice uno de los biógrafos- estrechamente ligado
al gobierno presidencial, y sobre todo a la persona de Rivadavia, era
la principal columna con que el gabinete presidencial contaba para
organizar un poderoso grupo de fuerzas, que apoyando a Lamadrid en
Tucumán, pudiera servir para desalojar de la provincia de Santiago del
Estero a Ibarra, a Bustos de la provincia de Córdoba, para establecer en
ambas el partido enemigo de éstos caudillos, que por lo mismo empezaba a
llamarse liberal, y sofocar por fin en La Rioja la naciente nombradía
de Quiroga”. No alcanzó a realizar sus propósitos, pues en Salta se
preparaba una asonada con el objeto de deponerlo, pretextando sus
enemigos de que quería perpetuarse en el mando; el movimiento estalló
encabezado por el Gral. Dr. José Ignacio Gorriti, el 28 de enero de
1827, y después de algunas incidencias, el movimiento se resolvió en el
combate de Chicoana, el 7 de febrero, resultando exterminado, pues sólo
se salvó un soldado. Arenales se vio obligado a refugiarse en Bolivia,
cuyo presidente el general Sucre, lo trató con toda deferencia. Se
dedicó a las faenas rurales para subvenir al mantenimiento de su
numerosa familia. Arenales estuvo casado con Serafina de Hoyos, con la
cual tuvieron muchos hijos.
Una inflamación de garganta terminó con su vida en Moraya (Bolivia) el 4 de diciembre de 1831.
Fuera de los cargos y comisiones que se han detallado, el general
Arenales fue designado el 23 de julio de 1823 por el ministro Rivadavia,
para determinar como Representante de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, la línea de ocupación por parte del Perú, entre las
autoridades españolas y las de los territorios limítrofes, especialmente
el de estas provincias. Para cumplimentar tal misión, debió
trasladarse a Salta, donde se situó.
Frías dice: “Arenales, solo ya, sigue peleando sin pensar en
rendirse. Un feroz hachazo le tiene el cráneo abierto en uno de sus
parietales. Su cara está tinta en sangre. Otro tajo horrible le abre
desde arriba de la ceja hasta casi el extremo de la nariz, dividiéndola
en dos; otro le parte la mejilla derecha, por bajo el pómulo, desde el
arranque de la sien hasta cerca de la boca. En fin: trece heridas tiene
despedazada su cara, su cabeza y su cuerpo –por lo que sus adversarios
le llamarían con el apodo de “El Hachado”- y todas están manando sangre;
pero él defiende la vida haciéndola pagar caro”.
“El bravo general sigue peleando solo, sin pensar en rendirse. Todos
sus demás enemigos están heridos por su espada; más uno de ellos, que
logra colocarse por detrás, le da un recio golpe con la culata del
fusil; le hunde bajo de la nuca el hueso, derribándolo al suelo sin
sentido, y boca abajo; con lo que lo dejaron por muerto, y continuaron
la fuga”.
Repatriación de sus restos
El historiador Fermin V. Arenas Luque aportó datos valiosos en cuanto
al destino que sufrieron los restos mortales de héroe de “La Florida”:
“Cuando un terrible temblor sacudió al pueblo de Moraya, la iglesia
parroquial se derrumbó. Las sepulturas se removieron y por esta macabra
circunstancia algunas fueron objeto de actos profanatorios. Con el
propósito de que pudiese ocurrir lo mismo con los restos de Arenales, el
coronel Pizarro los sacó del lugar en que se hallaban y los depositó en
el osario común, excepto la calavera, que quedó en poder de dicho
militar”. Tiempo después, en 1874, la calavera del prócer fue remitida
desde Moraya a Buenos Aires, para ser entregada a su hija María Josefa
Alvarez de Arenales de Uriburu, permaneciendo en poder de sus
descendientes hasta fines de la década de 1950.
A lo largo del Siglo XX, en la provincia de Salta, se promovieron
múltiples iniciativas tendientes a tributarle los debidos homenajes y el
justo reconocimiento por la sobresaliente actuación del general
Arenales, una de ellas, de gran significación, fue la que impulsó al
Primer Arzobispo de Salta, el insigne monseñor Roberto J. Tavella, quien
interpretó cabalmente el deseo de los salteños para que sus restos
descansen en la tierra en donde consolidó su hogar y en la cual ejercitó
su mandato como gobernador. Monseñor Tavella decidió contactarse con
los descendientes directos del prócer en Salta, sus sucesores Uriburu
Arenales, que a la sazón la integran las familias: Castellanos Uriburu y
Zorrilla Uriburu, al tiempo que remitió una carta a los otros miembros
de la familia Uriburu Arenales, residentes en Buenos Aires, con el
objeto de solicitarles la remisión de sus restos mortales, a fin de que
los mismos descansen en el Panteón de las Glorias del Norte, en virtud
de los nobles servicios prestados a la Patria.
En uno de los párrafos más salientes de la misiva de Monseñor Tavella
al doctor Guillermo Uriburu Roca afirmaba: “… la presencia de esta
reliquia, vendría a completar la constelación sanmartiniana de Arenales,
Alvarado, y Güemes, los puntos básicos de la estrategia del Gran
Capitán, que tendrán en el Panteón de las Glorias del Norte de nuestra
Catedral, el reposo junto con la admiración de Salta, su tierra amada, y
de todos los americanos”. En la Capital Federal, reunidos los
sucesores del prócer en el domicilio de la señora Agustina Roca de
Uriburu, estos procedieron a labrar una escritura pública por la entrega
de tan inestimable tesoro familiar, ante el escribano Luis. M. Aldao
Unzué, encontrándose presentes en esa ocasión los doctores Atilio y
Pedro T. Cornejo, quienes posteriormente trasladaron la urna provisoria a
Salta.
Una vez arribados a Salta, monseñor Tavella convino en atesorar dicha
reliquia en la Capilla Privada del Arzobispado, hasta tanto se
concluyesen con los trabajos de armado de la urna definitiva.
Posteriormente en la sede del Comando de Ejército con asiento en Salta, y
ante la presencia de autoridades civiles, militares eclesiásticas y
miembros de la familia del prócer, uno de sus sucesores, don Federico
Castellanos Uriburu procedió a introducir la calavera de su antepasado
en la urna que actualmente se encuentra en el referido Panteón.
De este modo, aquél joven español, que se sumara con denuedo a la
guerra por la libertad americana y que luego de sobrellevar una
existencia fraguada de triunfos y contrastes, hoy es motivo de tributo y
gratitud del pueblo salteño y de los miles de hombres y mujeres que
visitan Salta. Todo lo entregó en aras de sus ideales independentistas,
legando para la historia, su testimonio de nobleza humana y su gallardo
temple militar.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Frías, Bernardo – Historia del general D. Martín Güemes y de la Provincia de Salta de 1810 a 1832.
Paz, José María – Memorias póstumas.
Portal Informativo de Salta
Portal www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938)
La misma se encuentra en el Regimiento de Granaderos a Caballo, ubicado sobre la Avenida Luis María Campos 554, la cual exhibe temporariamente, sobre la vereda, frente a su puerta de ingreso, en determinadas fechas. Esta recrea el heroico salvataje realizado por el Sargento Cabral al General San Martín en medio del histórico combate. Fotos: E imágenes del grupo escultórico desde distintos ángulos. Fernando Pugliese: Es el artista responsable y ha diseñado parques temáticos, museos, esculturas hiperrealistas de próceres, artistas, animales, personajes históricos, monumentos en la vía pública, figuras religiosas ubicadas en distintos puntos del país y del mundo. Ambientaciones y servicios a agencias de publicidad, particulares y gobernaciones, utilizando materiales policromáticos, bronce, mármol, epoxis, fibra de vidrio o texturas de acuerdo a lo solicitado.
Crédito de la foto: 1. Centro de Historia Militar del Ejército
de EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio público 2. Wikimedia Commons /
Dominio público 3. Ejército de EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio
público (en color)
La Batalla de las Ardenas fue una de las ofensivas más importantes de la Segunda Guerra Mundial. La gran ofensiva final lanzada por las potencias del Eje a lo largo del frente occidental
, fue una lucha que podría haber resultado muy diferente, si no fuera
por las valientes acciones del pelotón de inteligencia y reconocimiento
del primer teniente Lyle Bouck.
El servicio militar temprano y la entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial
Lyle Bouck se alistó en el 138º Regimiento de Infantería de la Guardia Nacional de Missouri
a la edad de 14 años. A pesar de su corta edad, era un joven trabajador
que buscaba ganar dinero para su familia, que estaba pasando por
dificultades económicas. A los 16, había sido ascendido a Sargento de Suministros.
El 23 de diciembre de 1940, la 35ª División de Infantería se activó por un año de servicio federal. El regimiento de Bouck participó en las Maniobras de Luisiana , durante las cuales fue asignado como Sargento de Transporte a la Compañía del Cuartel General del regimiento. Mientras asistía a un curso de transporte, los japoneses atacaron Pearl Harbor , extendiendo indefinidamente el deber federal de su unidad. Luego fueron enviados a California para defenderse de la invasión enemiga.
Teniente primero Lyle Bouck.(Crédito de la foto: Ejército de EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio público)
Cuando su regimiento se trasladó a las Islas Aleutianas
en mayo de 1942, Bouck se ofreció como voluntario para asistir a la
Escuela de Paracaidistas, a la Escuela de Candidatos a Oficiales o al Cuerpo Aéreo del Ejército . Le ofrecieron un lugar en la Escuela de Candidatos a Oficiales y lo transfirieron a Fort Benning, Georgia , donde se sometió a cuatro meses de entrenamiento intensivo. Su desempeño llamó la atención de sus comandantes y en agosto de 1942 se graduó entre los 10 mejores de su clase.
Después
de graduarse, Bouck fue retenido para enseñar tácticas defensivas de
unidades pequeñas a la próxima clase en Fort Benning. Pasó un año allí antes de ser transferido y asignado a la 99 División de Infantería, que se estaba desplegando en Europa.
Llegada a Europa
Durante la Segunda Guerra Mundial
, Bouck fue el primer teniente a cargo del Pelotón de Inteligencia y
Reconocimiento, 394.° Regimiento de Infantería, 99.° División de
Infantería, lo que lo convirtió en uno de los oficiales más jóvenes del
Ejército de EE. UU .
Fortín de bosque camuflado, similar a los construidos por el pelotón de Inteligencia y Reconocimiento.(Crédito de la foto: Centro de Historia Militar del Ejército de EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio público)
La
99.ª División de Infantería llegó a La Havre a principios de noviembre
de 1944 y, a finales de mes, fue enviada a la región de las Ardenas , relevando al 60.º Regimiento, 9.ª División de Infantería. Durante
las semanas siguientes, el pelotón compuesto por dos escuadrones de
reconocimiento de nueve hombres y una sección del cuartel general de
siete hombres, estableció y mantuvo puestos de observación y escucha del
regimiento, así como también recopiló información.
Como no estaban entrenados para el combate directo, se les impidió enfrentarse directamente a los alemanes. Sin
embargo, esto no les impidió realizar reconocimientos hasta ya través
de la línea alemana, junto con misiones para obtener inteligencia
enemiga y capturar soldados alemanes.
Deteniendo a los alemanes durante la Batalla de las Ardenas
En la mañana del 16 de diciembre de 1944, el primer día de la Batalla de las Ardenas
, el pelotón de Bouck estaba en una posición defensiva, ocupando
puestos de observación a lo largo del flanco derecho de la 99 División
de Infantería. Fueron objeto de un intenso fuego del 6º Ejército Panzer alemán que avanzaba, y luego participaron en un tiroteo de 10 horas.
En
lo que más tarde se conoció como la Batalla de Lanzerath Ridge, Bouck
sabía lo importante que era defender la posición aliada, dada su
ubicación a lo largo de un camino hacia Losheim Gap. Reunió
a sus hombres, junto con cuatro observadores de artillería avanzada de
la batería C, artillería de campo, y durante todo el tiroteo se movió a
lo largo de su posición, a pesar de exponerse al fuego enemigo.
Una barricada establecida con una ametralladora pesada calibre
.30 y un cazacarros por el 1.er Batallón, 157.º Regimiento, 45.ª
División. (Crédito de la foto: Cuerpo de señales de EE. UU., Fenberg, EE. UU. / Wikimedia Commons / Dominio público)
El
pelotón pudo contener a más de 500 soldados alemanes, hiriendo o
matando a 92. Al anochecer, se quedaron sin municiones y rodeados, lo
que permitió que 50 paracaidistas alemanes los capturaran.
Prisioneros de guerra
Después
de sus capturas, la unidad de Bouck se vio obligada a caminar dos días
hasta el pueblo de Jünkerath, donde fueron cargados en furgones y
transportados con otros prisioneros de guerra al Stalag XIII-D, antes de ser trasladados al Stalag XIII-C. En este último campo, los hombres alistados fueron separados de los suboficiales, quienes fueron enviados a Oflag XIII-B.
El grupo de trabajo Baum del general George Patton allanó el campamento, durante el cual Bouck fingió ser un oficial de campo. Acompañó a la fuerza mientras intentaban regresar al frente, pero en gran parte fueron capturados o asesinados. Bouck, herido, fue devuelto al campo y luego trasladado a Nürnberg, luego a Moosburg, donde pasó el resto de la guerra.
General George Patton. (Crédito de la foto: sin datos / Wikimedia Commons / Dominio público)
Demacrado y con hepatitis, Bouck fue enviado a hospitales en Reims y París tras la liberación del campo. Luego fue transportado de regreso a los EE. UU., donde fue hospitalizado en Springfield, Missouri.
Luchando por el reconocimiento
Sin
darse cuenta de cuán superado en número había sido su pelotón durante
la Batalla de Lanzerath Ridge, Bouck consideró que herir y capturar a su
unidad fue un fracaso. No
fue hasta más tarde que supo el verdadero alcance de sus acciones y las
repercusiones, en lo que respecta a retrasar el avance alemán por el
río Mosa y el norte, en general.
Avance alemán a lo largo de la sección Bélgica-Luxemburgo durante la Batalla de las Ardenas.(Crédito de la foto: Bettmann / Getty Images)
Las acciones de la 99.a División de Infantería permanecieron en gran parte olvidadas, hasta 1965 cuando el Ejército publicó Las Ardenas: La Batalla de las Ardenas , en el que se menciona brevemente al pelotón. Esto
impulsó a uno de los hombres de Bouck, William James (Tsakanikas), a
tenderle la mano y alentarlo a que sus hombres obtuvieran el
reconocimiento que se merecían.
Bouck se puso en contacto con su excomandante de división, el mayor general Walter E. Lauer, quien nominó a Bouck para la Estrella de Plata , que recibió en junio de 1966. Sin embargo, el resto del pelotón no fue reconocido, lo que lo enojó. Presionó
al gobierno hasta que, el 25 de octubre de 1981, se llevó a cabo una
ceremonia de entrega de premios al valor de la Segunda Guerra Mundial en
Fort Myer, Virginia.
Todo el pelotón recibió la Mención de Unidad Presidencial, mientras que cinco miembros recibieron la Cruz de Servicio Distinguido . Se
entregaron cuatro Estrellas de Plata, además de la que recibió
anteriormente Bouck, junto con 10 Estrellas de Bronce con Valor. Esto convirtió al pelotón en uno de los más condecorados de toda la Segunda Guerra Mundial.
Tres soldados de infantería estadounidenses durante la Batalla de las Ardenas.(Crédito de la foto: Tony Vaccaro / Getty Images)
Bouck continuó su lucha para que toda la unidad fuera reconocida por sus acciones hasta su muerte. Cuando el autor Alex Kershaw se le acercó para contribuir al libro de 2004 The Longest Winter , él estuvo de acuerdo, pero con una condición : “Le dije que otros autores nunca escribieron sobre los otros hombres en el pelotón, solo sobre mí. Dije que no hablaría con él a menos que prometiera que también escribiría sobre los otros hombres”.
Vida de posguerra
Después de la guerra, Bouck regresó a St. Louis, donde se desempeñó como reclutador del ejército. En un momento, solicitó pago retroactivo por licencia acumulada, a lo que el Ejército le pagó la tarifa de un hombre alistado. Esto lo enfureció, ya que había sido oficial mientras acumulaba la licencia.
Bouck
luego asistió al Missouri Chiropractic College a través del GI Bill, y
se graduó en 1949. Ejerció hasta 1997. Murió el 2 de diciembre de 2016
de neumonía. A pesar de
ser elegible para el entierro en el cementerio de Arlington, optó por
ser enterrado en su parcela familiar en el cementerio Sunset en
Missouri.