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domingo, 9 de enero de 2022

Cosacos vs Sultán: La carta de puta madre

 

La irreverente carta que los cosacos escribieron al sultán otomano en 1676


Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán, cuadro de Ilia Repin (1891) / foto dominio público en Wikimedia Commons

Los cosacos eran un grupo social y militar que hacia el siglo X se asentó en el sur de Rusia y la actual Ucrania. Tenían un origen túrquico y habían llegado con las hordas de invasiones mongolas en la zona, estableciendose en ellas permanentemente. Famosos por su habilidad en el combate y estrategia militar, poco a poco se fueron integrando y mezclando con otras étnias de origen eslavo.

Para el siglo XVII se hallaban escindidos en cosacos rusos (que se extendieron al Este) y cosacos ucranianos. Éstos últimos formaron en 1649 el estado de los Cosacos de Zaporiyia (por la región del mismo nombre en el centro-sur del actual país), y la tradición nacionalista los considera los fundadores de la moderna nación ucraniana.

Desde su bastión en el campamento fortificado del Sich de Zaporozhia (o Zaporiyia) se convirtieron en una temible fuerza militar y política, resistiendo y amenazando por igual a las naciones de su entorno: Polonia-Lituania, Rusia y el Imperio Otomano. Finalmente, en el siglo XVIII el Imperio Ruso se encargó de acabar con ellos de una vez por todas.

Pero antes de eso, en 1676, los cosacos de Zaporiyia habían derrotado a las tropas del sultán otomano Mehmed IV en batalla. No obstante, éste seguía insistiendo en que se sometiesen a su autoridad, y les envío un ultimatum:

El sultán Mehmed IV a los cosacos de Zaporiyia:
Como sultán, hijo de Mahoma; hermano del sol y de la luna; nieto y virrey de Dios; gobernante de los reinos de Macedonia, Babilonia, Jerusalén, Alto y Bajo Egipto; emperador de emperadores; soberano de soberanos; extraordinario caballero, nunca derrotado; firme guardián de la tumba de Jesucristo; fideicomisario elegido por Dios mismo; esperanza y consuelo de musulmanes; cofundador y defensor del cristianismo – Os ordeno a vosotros, los cosacos zapórogos, que os sometáis a mi voluntariamente y sin resistencia alguna, y que desistáis de seguir incomodándome con vuestros ataques.

Cosaco de Zaporoyia, cuadro de Serhii Vasylkivsky (1900) / foto dominio público en Wikimedia Commons

Los cosacos, bajo el mando del atamán Iván Sirkó, respondieron al sultán con una carta que ha pasado a la historia de la diplomacia (y la escatología) con honores:

Los cosacos zapórogos al sultán otomano: Oh sultán, diablo turco, hermano maldito del demonio y secretario del mismísimo Lucifer. ¿Qué clase de caballero eres que no puedes matar un erizo con tu culo desnudo? El diablo caga y tu ejército come. No harás, hijo de perra, súbditos de hijos de cristianos; no tememos a tu ejército, por tierra y por mar pelearemos contigo, fo##a a tu madre.
Escorpión babilónico, carretero macedonio, cervecero de Jerusalén, fo##ador de cabras de Alejandría, porquero del Alto y Bajo Egipto, cerdo de Armenia, ladrón podoliano, catamita de Tartaria, verdugo de Kamyanets (actual ciudad ucraniana), y necio de todo el mundo y del inframundo, idiota ante Dios, nieto de la serpiente y calambre en nuestros penes. Hocico de cerdo, culo de yegua, maldición del matadero, frente sin bautizar, fo##a a tu propia madre.
Así lo declaran los zapórogos, desgraciado. Ni siquiera pastorearás cerdos para los cristianos. Ahora terminamos, porque no sabemos la fecha y no tenemos calendario; la luna está en el cielo, es el año del Señor, el día es el mismo aquí que ahí, así que bésanos el culo. Firmado: Koshovyi Otamán Iván Sirkó y toda la hueste zapóroga.

Reproducción de la carta en ucraniano / foto infoukes.com

Lamentablemente la carta original nunca se ha encontrado, por lo que todo este episodio se consideró durante mucho tiempo como una leyenda. Pero en 1870 un etnógrafo llamado Novitsky encontró en la ciudad de Dnipró una copia fechada en el siglo XVIII. Está escrita en ruso, indicando explícitamente que se trata de una traducción del polaco (es posible que polaco aquí quiera decir ucraniano, ya que entonces no existía una denominación para esta lengua).

Algunos investigadores opinan que realmente se trataría de una parodia de respuesta a las cartas que el rey de Polonia recibía del sultán en el mismo sentido, por tanto creada por la élite polaca como diversión. Pero otros, como el ucraniano Pavel Tarkovsky, sostienen que es auténtica y fue escrita por los cosacos. Mientras no se encuentre una copia en los archivos turcos nunca sabremos la verdad.

Habrá que conformarse con el cuadro pintado en 1891 por el artista ruso Iliá Repin y titulado precisamente Cosacos zapórogos escribiendo una carta al Sultán, donde muestra la divertida escena de composición de la misiva. El cuadro fue adquirido por el zar Alejandro III por 35.000 rublos, la mayor suma pagada hasta entonces por una pintura rusa, y hoy se exhibe en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo.


Fuentes

The Cossack Letter / Friedman, Victor A. (1978), The Zaporozhian Letter to the Turkish Sultan: Historical Commentary and Linguistic Analysis / Early Ukraine: A Military and Social History to the Mid–19th Century (Alexander Basilevsky) / Wikipedia.

martes, 9 de noviembre de 2021

Imperio Otomano: La jaula que volvía locos a los príncipes turcos


Exterior del kafes en el palacio Topkapi / foto dominio público en Wikimedia Commons

Cómo los príncipes otomanos vivían encerrados toda su vida en la Jaula de palacio


Por Guillermo Carvajal ||  La Brújula Verde




Desde su fundación en el siglo XIV el imperio Otomano domino buena parte del sureste de Europa, el norte de África y Oriente Medio. Incluso llegaron a sitiar Viena, en el corazón de Europa, en un par de ocasiones. Y hasta después de la Primera Guerra Mundial el imperio se mantendría como la principal potencia de la zona.

Los primeros sultanes otomanos heredaban el poder de una forma poco habitual en la Edad Media. No seguían, como hacían los estados cristianos, el principio de primogenitura, esto es, que el primer hijo era el heredero del trono (salvo durante el período entre 1566 y 1603, en que sí lo hicieron). Por el contrario, cuando un sultán moría, o incluso antes, se desataba una feroz batalla entre sus hijos y demás parientes.

Estancias del príncipe heredero / foto Derzsi Elekes Andor en Wikimedia Commons

Por ello, en ocasiones los diferentes pretendientes al trono buscaban alianzas en los estados vecinos, enemigos o amigos, y si fracasaban se quedaban en ellos so pena de muerte al regresar. Un ejemplo muy ilustrativo es el de Mehmed el Conquistador, cuando puso sitio a Constantinopla su propio tío le hacía frente desde el otro lado de las murallas alíado con los bizantinos.

El propio Mehmed resolvió el problema a la vieja usanza, siendo el primero en establecer la costumbre del fratricidio en 1451. Cuando accedió al trono hizo ejecutar a todos sus hermanos y parientes cercanos, salvo alguno que se le escapó. Incluyendo a su hermano pequeño, un bebé de apenas meses que murió estrangulado en su cuna. No solo eso sino que recomendaba a aquel de sus hijos que lograse heredar el trono que matase a todos sus hermanos. Una práctica hecha ley que el mundo otomano toleraría por cuestiones de estado.

Mehmed el Conquistador / foto dominio público en Wikimedia Commons

De modo que cada nuevo sultán siguió su consejo durante más de un siglo. Mehmed III, en 1595, ejecutó a sus 19 hermanos, y eso no puso a salvo al resto de sus parientes, muchos de los cuales optaron por poner pies en polvorosa.

El famoso Soleimán el Magnífico no dudó en permanecer impasible mientras su propio hijo, que se había hecho muy popular entre los soldados, era estrangulado en la habitación de al lado. Lo primero era la seguridad del poder.

Lo cierto es que esta política de asesinatos nunca fue muy popular, ni entre la élite religiosa ni política del imperio, principalmente por el estrés que suponía. De modo que los visires, consejeros y altos funcionarios buscaron una solución.

Esta llegó con la muerte del sultán Ahmed I en 1617. Su muerte inesperada y repentina dio tiempo a que todos los potenciales sucesores pudieran ser congregados en el palacio de Topkapi. Allí se les encerró en unas estancias especiales del Harén Imperial llamadas kafes (jaulas).

A partir de entonces esa fue la costumbre. Todos los príncipes otomanos eran encerrados en la jaula de por vida, evitando que pudieran conspirar para deshacerse de sus hermanos. Allí vivían cautivos pero lujosamente, custodiados por guardias en todo momento.

Solo se permitía salir a aquel que heredaría el trono. Cuando un sultán moría, su heredero elegido por los visires era conducido a la Puerta de la Felicidad para ser coronado, y esa era la primera vez en su vida que salía al exterior.

Mehmed VI, último sultán del Imperio Otomano / foto dominio público en Wikimedia Commons

El record de permanencia en la jaula alcanzó los 39 años, aunque durante el siglo XIX la media había bajado a unos 15 años. Muchos de los secuestrados terminaron por desarrollar desórdenes psicológicos graves, e incluso se sabe que hubo al menos dos suicidios dentro de la jaula.

No obstante el peligro nunca desaparecía, ya que los sultanes solían maniobrar para acabar con el mayor número posible de rivales. En 1621 Osman II hizo asesinar a uno de sus hermanos, y dejó al resto morir de hambre en sus jaulas. Al final el ejército se rebeló y los soldados consiguieron rescatar al último de ellos vivo haciendo un agujero en el tejado y sacándolo con una soga. El pobre hombre, que llevaba varios días sin comer, tardó algún tiempo en darse cuenta de que se había convertido en el nuevo sultán.

La práctica del fratricidio desapareció oficialmente en 1648 cuando ya estaba establecida la costumbre del principio de primogenitura, aunque todavía habría un caso más. En 1808 el sultán Mahmud II hizo ejecutar a su único hermano Mustafa IV, para evitarse posibles contratiempos.

El último sultán otomano, Mehmed VI, que gobernó el imperio entre 1918 y 1922, tenía 56 años cuando accedió al trono, habiéndose pasado toda su vida en la jaula. Fue confinado por su tío Abdulaziz, y tuvo que esperar a que terminasen los reinados de sus tres hermanos mayores para poder salir. Fue el último inquilino del Kafes y el que más tiempo estuvo encerrado, en toda la historia de la práctica.