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domingo, 13 de junio de 2021

SGM: El increíble combate entre el carguero corsario Kormoran y el crucero HMAS Sidney

Batalla entre “HMAS Sidney” y “Kormoran”

Eurasia 1945




La batalla entre los cruceros HMAS Sidney y Kormoran fue uno de los encuentros navales más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial. Librado tan sólo unos días antes del inicio de la Guerra del Pacífico contra Japón, el enfrentamiento transcurrió de manera desigual porque un simple corsario camuflado alemán atacó por sorpresa y hundió con relativa facilidad a un crucero de línea australiano, una proeza casi imposible de realizar, aunque si por algo el incidente se volvería famoso sería por convertirse en uno de los episodios militares más polémicos de la Historia de Australia.

Preludio

La jornada del 11 de Noviembre de 1941, aproximadamente un mes antes del estallido de la Guerra del Pacífico, el crucero HMAS Sidney de la Marina Real Australiana (Royal Australian Navy) al mando del capitán Joseph Burnett abandonó el puerto de Freemantle para ofrecer escolta al carguero australiano SS Zeelandia que viajaba en dirección Malasia. A los seis días del viaje, el 17 de Noviembre, la nave transfirió su cometido de protección al crucero británico HMS Durban, por lo que después de ser el transporte relevado, el buque australiano dio media vuelta y emprendió el retorno hacia el litoral occidental de Australia.


Mapa de Australia. En un cuadrado rojo el lugar de la batalla entre el Kormoran y el HMAS Sidney.

El crucero australiano HMAS Sidney había sido botado en 1934 como un barco de “Clase Leander” que desplazaba 8.940 toneladas a plena carga y que poseía unas medidas de 147 metros de longitud, 14 metros de ancho y 5 metros de calado, así como un blindaje consistente en 76 milímetros en la cintura y 55 milímetros en otras partes sensibles. Se trataba de una nave con capacidad para albergar a 590 tripulantes entre 33 oficiales y 557 marineros, más un armamento comprendido en ocho cañones pesados de 150 milímetros en torretas dobles (dos a proa y dos a popa), doce piezas menores de 100 milímetros (seis a babor y estribor), veintitrés ametralladoras defensivas y antiaéreas (doce Vickers Mk III de 13 milímetros, nueve Lewis de 7’7 milímetros y dos Vickers de 7’7 milímetros), ocho tubos lanzatorpedos de 533 milímetros en dos plataformas cuádruples y una catapulta con grúa para un hidroavión de reconocimiento Supermarine Walrus.

Dos días más tarde del viaje de regreso del HMAS Sidney, el miércoles 19 de Noviembre, el corsario alemán Kormoran que cubría la misma ruta estando al mando del capitán Theodor Detmers, se encontraba patrullando el oeste de Australia con apariencia de carguero holandés bajo el falso nombre de Straat Malaka. Lamentablemente después de 352 de haber estado navegando sin pausa, el buque no había tenido suerte porque sólo se había anotado el hundimiento de 11 cargueros enemigos debido a que tanto en el Océano Pacífico como en el Océano Índico existían una cantidad menor de mercantes en dirección a los puertos del Imperio Británico.

El Kormoran era un carguero construido en los Astilleros de Kiel bajo la denominación de “Crucero de Interferencia Comercial”, ya que se le diseñó con apariencia de mercante civil pero con un arsenal militar camuflado con mamparos. Con unas medidas de 164 metros de longitud, 20 metros de ancho y 8 metros de calado, desplazaba 8.736 toneladas y una tripulación compuesta por 399 almas contando 36 oficiales, 359 marineros y 4 lavanderos chinos (estos últimos enrolados del mercante SS Eurylochus hundido por la nave), además de poseer un arsenal consistente en seis piezas pesadas de 150 milímetros, dos cañones ligeros de 37 milímetros, cinco antiaéreos de 5 milímetros, dos tubos lanzatorpedos dobles de 533 milímetros y 360 minas acuáticas, así dos hidroaviones de reconocimiento Arado Ar 196.

Batalla del Kormoran contra el HMAS Sidney

A las 16:00 horas de la tarde del 19 de Noviembre de 1941, un vigía del mástil del corsario Kormoran divisió lo que parecía ser la silueta de un barco en la línea del horizonte, justo cuando la nave se encontraba navegando a unas 150 millas náuticas de la costa australiana de Carnarvon, no muy lejos de la Isla de Dirk Hartog y la Bahía de los Tiburones. Inmediatamente el marinero bajó a la cámara de los oficiales en el puente, donde nada más informar al capitán Theodor Detmers del descubrimiento, éste dejó el café que estaba bebiendo y observó a través de sus prismáticos para distinguir un buque al que erróneamente confundió con un carguero enemigo, motivo por el cual ordenó “zafarrancho de combate”.

Cuando el Kormoran viró el rumbo 260º hacia el misterioso barco, el crucero HMAS Sidney que era en realidad el objetivo del alemán, también aceleró los nudos hacia el corsario germano hasta situarse ambos a una distancia de 7 millas sobre las 17:00 horas. En ese instante el capitán Theodor Detmers que ya pudo observar mejor a su oponente, entró en pánico al comprobar que la nave en verdad se trataba de un crucero de la Marina Real Australiana y no un mercante, por lo acto seguido intentó corregir el error dando la vuelta y mostrando la popa a su rival, aunque con tan mala suerte que el corsario sufrió una avería al recalentarse uno de los cuatro cilindros del motor, siendo reducida su velocidad de los 18 a los 14 nudos.


Corsario alemán camuflado Kormoran.

El HMAS Sidney que todavía no sospechaba del Kormoran, se aproximó hacia la nave con la intención de hacer una inspección rutinaria a aquel supuesto carguero holandés denominado falsamente como Straat Malaka. A sabiendas el capitán Theodor Detmers de que jamás podría escapar de su perseguidor, optó por intentar engañar a los australianos simulando que sus tripulantes eran marinos civiles con escasa experiencia en alta mar. Así fue como tras emitir el HMAS Sidney la señal de identificación “NNJ”, los marineros germanos intentaron ganar tiempo mostrándose torpes a la hora de izar las banderas en orden erróneo, desenrollar mal las telas o enviar un mensaje equivocado a su rival con las siglas “PKQI”. A las única señales que el navío respondió con sentido fue que se dirigía en dirección a Batavia, por aquel entonces la capital de las Indias Orientales Holandesas. A pesar de las extrañas evidencias y de que el capitán Joseph Burnett comenzó a impacientarse porque ordenó a la dotación de la artillería pesada ocupar sus puestos y al hidroavión calentar motores en la catapulta, el resto del personal de marinería cometió el error de permanecer a la espera, sin movilizarse y estando en una actitud completamente relajada mientras charlaban y se apoyaban sobre las barandillas.

La última señal izada por el HMAS Sidney al supuesto carguero Straat Malaka fueron las siglas “IK” que obviamente la tripulación del Kormoran desconocía, algo que obligó al capitán Theodor Detmers a actuar cuanto antes porque sabía que ya no tendría más oportunidades. Afortunadamente todo el teatro organizado por sus marineros había funcionado porque de manera negligente el crucero australiano se había situado en paralelo a tan sólo 1.500 metros del corsario, ofreciendo un blanco claro y fácil, sin obviar con que la distancia era tan reducida que incluso una nave tan poco artillada como el Kormoran tendría altas posibilidades de echar a pique a un buque de guerra tan poderoso como el HMAS Sidney.

Inesperadamente a las 17:30 horas, el Kormoran arrió del mástil la bandera de Holanda e izó la cruz gamada del Tercer Reich, al mismo tiempo en que abría sus compuertas y mamparos asomando sus poderosos cañones de 150 milímetros. Apenas sin otorgar a los australianos tiempo para reaccionar, el Kormoran efectuó sus dos primeros disparos que erraron en el blanco porque el primer proyectil cayó demasiado corto y el segundo levantó un géiser de agua por detrás del buque enemigo. No obstante, nada más producirse las tres siguientes salvas, dos de los proyectiles alcanzaron al HMAS Sidney con la consiguiente destrucción del puente y la dirección de tiro de proa, aunque éste último respondió con una andanada de 150 milímetros que falló porque las cabezas detonaron sobre la superficie del mar. Acto seguido, la artillería secundaria de 37 milímetros del Kormoran barrió la cubierta del crucero rival, mientras sus piezas antiaéreas de 20 milímetros y la dotación de las ametralladoras acribillaron con cientos de balas a unos indefensos y sorprendidos marineros australianos que fueron fácilmente masacrados sin poder acudir a sus puestos. De hecho pronto un proyectil desprendió al hidroavión de su plataforma, cuyo combustible se desparramó por el casco y originó un incendio que fue imposible de controlar, además de recibir la nave australiana dos torpedos, uno de los cuales impactó bajo la línea de flotación causando una inundación parcial en la proa. Como la situación se volvió desesperada, el HMAS Sidney intentó embestir al Kormoran inútilmente porque la punta pasó de largo junto a su popa, momento en que los germanos aprovecharon para lanzar nuevos fogonazos que inutilizaron la Torreta A e hicieron saltar por los aires la Torreta B. La única respuesta efectiva del HMAS Sidney durante todo el encuentro fue disparar cuatro torpedos contra el corsario que no acertaron, aunque al menos una salva de los cañones pulverizó a los generadores de energía, lo que supuso un golpe mortal para Kormoran.

Crucero australiano HMAS Sidney.

A las 18:35 horas del atardecer, tanto el Kormoran como el HMAS Sidney rompieron el contacto y se alejaron después de haber encajado el crucero australiano un total de 450 proyectiles y el corsario alemán unos 50 impactos. Aunque ambos buques continuaron viéndose durante aproximadamente una hora y media, a las 20:00 horas de la noche, los vigías del Kormoran comprobaron como la silueta del HMAS Sidney y los resplandores de las llamas desaparecían finalmente por detrás de la línea del horizonte. Después de aquel último avistamiento de su rival y pese a que los alemanes todavía no podían saberlo, el crucero australiano se hundió de manera misteriosa sin registrarse un sólo superviviente, ya que perdieron la vida la totalidad de los 645 marineros, incluyendo el capitán Joseph Burnett.

Polémica

Avanzada la noche del 19 de Noviembre de 1941, el capitán Theodor Detmers realizó una evaluación de daños en el Kormoran para descubrir que las averías de propulsión estaban rotas de manera irrecuperable, que existía un incendio en la sala de máquinas y que varios compartimentos habían sido inundados, además de haber 20 miembros de la tripulación muertos y otros 40 heridos. A pesar de que en cualquier otra circunstancia la nave hubiese sido salvable, al encontrarse tan lejos de un puerto amigo por estar en aguas de Australia, los germanos no tuvieron más remedio que decretar la evacuación. Así fue como cinco botes y varias lanchas de goma fueron echadas al agua (una de éstas volcaría con varios heridos que se ahogaron con la consiguiente cifra de 82 fallecidos desde el inicio de la batalla) hasta que se sacó con vida a 320 tripulantes entre los que había 317 alemanes y 3 cocineros chinos, antes de que a las 24:00 horas el Kormoran fuese minado por sus propios marineros con cargas de demolición en las bodegas, siendo finalmente explosionado y hundido a las 00:20 horas del 20 de Noviembre.

La mañana del 20 de Noviembre de 1941, las autoridades portuarias de Freemantle comenzaron a preocuparse cuando no vieron aparecer a la hora prevista al crucero HMAS Sidney. Al día siguiente, el 21, los peores temores parecieron confirmarse porque la nave tampoco se presentó, exactamente igual que la jornada de 22, por lo que finalmente el 23 se decretó el estado de alarma en los cuarteles militares y en las instalaciones navales. Al cabo de veinticuatro horas de ser declarada la emergencia, el transatlántico RMS Aquitania recogió del agua a una balsa de goma cargada con 26 náufragos alemanes que relataron haberse enfrentado cinco días atrás contra un crucero enemigo. El mismo testimonio aportaron los supervivientes germanos de una segunda lancha encontrada por el petrolero SS trocas el 25, así como nuevos tripulantes del Kormoran que a bordo de otras dos balsas desembarcaron en dos grupos de 57 y 46 marineros sobre la costa norte de Carnarvon. A raíz del curso que estaban tomando los acontecimientos y la falta de noticias fiables, el Gobierno de Sidney oficializó la censura en la prensa y la radio, al mismo tiempo en que se montaba un operativo de búsqueda y rescate con varios escuadrones de hidroaviones y una escuadra naval conformada por el crucero holandés Tromp y seis mercantes recién requisados al oeste de Australia. Entre estos buques estuvo el carguero SS Yandra que acogió a un bote con 73 alemanes el 27 de Noviembre, así como el barco auxiliar HMS Koolinda que hizo lo propio con otros 31 náufragos germanos y el mercante SS Centaur con los últimos 61, incluyendo el capitán Theodor Detmers.


Supervivientes en las balsas del Kormoran.

Con la captura de los supervivientes del Kormoran, las autoridades procedieron a los interrogatorios para ofrecer todos la misma versión consistente en que el día 19 se habían enfrentado a un crucero de bandera australiana del que habían conseguido escapar, pero nadie había visto hundirse. Según tales testimonios que parecían coincidir, los investigadores australianos no comprendieron como el HMAS Sidney en casi dos horas no había efectuado ninguna llamada de socorro por radio ni sus oficiales habían puesto en marcha una operación de evacuación, eso sin contar con que ni un sólo marinero se hubiese arrojado al agua para salvar la vida o simplemente que no se hubieran encontrado restos físicos de la nave como mamparos, salvavidas o cadáveres flotando. De hecho, un cuerpo hallado unos meses más tarde en la Isla de Navidad pareció proceder del crucero, aunque su avanzado estado en descomposición y su imposible identificación, impidieron clarificar si se trataba de un veterano del HMAS Sidney. Ante la falta de pruebas concluyentes y después de casi medio año de búsqueda infructuosa, el 30 de Junio de 1942, el Primer Ministro John Curtin anunció triste y abatido que el crucero HMAS Sidney, una de las joyas de la Marina Real Australiana, había resultado hundido y ningún miembro de la tripulación había sobrevivido.

La noticia de la desaparición y hundimiento del HMAS Sidney fue uno de los mayores golpes morales encajados por Australia durante la Segunda Guerra Mundial, similar en polémica a la carnicería vivida en la Batalla de Gallípoli durante la Primera Guerra Mundial. Desde ese instante muchos en el país comenzaron a buscar culpables y solicitaron que rodasen cabezas en los departamentos, ya fuese por los retrasos en la búsqueda de supervivientes o por el silencio en la prensa durante varios meses. De igual manera algunos se inventaron extrañas teorías asegurando que los marineros del Kormoran habían asesinado a los tripulantes del HMAS Sidney y se habían desecho posteriormente de los cuerpos, e incluso que un submarino japonés que pasaba por la zona había hecho desaparecer a los náufragos australianos (algo imposible porque Japón entró en la Guerra del Pacífico dos semanas después).

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, las presiones por buscar culpables llevaron a que el capitán Theodor Detmers, condecorado en ausencia mientras se hallaba en cautividad con la Cruz de Hierro por el propio Adolf Hitler, fue retenido bajo la falsa acusación de haber ordenado asesinar a los tripulantes del HMAS Sidney. Afortunadamente y después de dos años de deliberaciones acerca de si juzgarle o no, la justicia australiana dictaminó su liberación en 1947 y su inmediata repatriación a Alemania. A pesar de todo, el capitán Theodor Detmers seguiría siendo injustamente señalado hasta su fallecimiento en 1976, sobretodo cuando inesperadamente después de más de treinta años apareció una vieja balsa a la deriva del HMAS Sidney, la cual se hallaba repleta de agujeros que en un principio creyeron ser de bala, aunque al final se confirmó que eran de impactos de metralla propia de la batalla (desmontándose una vez más la teoría del crimen). De hecho después de una última comisión de investigación, en 1997 el Parlamento Australiano cerró el caso con un denso informe de nueve volúmenes en el que se afirmaba que los 317 alemanes hechos prisioneros en 1941 eran inocentes.

Al entrar el siglo XXI, el 17 de Marzo de 2008, un equipo científico con robots oceánicos descubrieron el pecio del corsario alemán Kormoran al oeste de Australia, antes de que once horas más tarde, al fin hallasen los restos del crucero australiano HMAS Sidney. Al día siguiente del acontecimiento, el 18 de Marzo, el Primer Ministro Kevin Rudd comunicó al mundo que el crucero HMAS Sidney había sido encontrado después de 67 años de larga búsqueda. Gracias a este descubrimiento y a los daños observados sobre la estructura de la nave, se pudo comprobar que el hundimiento respondía a su particular enfrentamiento contra el Kormoran, aunque aquello no aclaró la extraña desaparición de todos sus tripulantes, lo que convirtió a este caso en uno de los sucesos navales más misteriosos de la Segunda Guerra Mundial.

Bibliografía:

  • -Eduardo Raboso García-Baquero, La Última Presa del Kormoran, Revista Española de Historia Militar Nº15, (2001), p.112-115
  • -Golden Jubilee, Royal Australian Navy. 1911-1961, “Our Naval Heritage”, Department of the Royal Australian Navy (1961), p.15
  • -http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_between_HMAS_Sydney_and_German_auxiliary_cruiser_Kormoran

viernes, 4 de octubre de 2019

SGM: El Graf Spee y los tres argentinos a bordo

Cuando la guerra mundial imprevista por Hitler llegó al país: el día en que tres argentinos subieron en secreto al buque alemán Graf Spee 

Los detalles y la trastienda de la llegada de la célebre embarcación nazi al Río de la Plata

Por Juan Bautista "Tata" Yofre  || Infobae


El “Admiral Graf Spee”, con su bandera desplegada

El 11 de agosto de 1939, tras una larga jornada en el castillo de Fuschl, una finca cercana a Salzburgo, el canciller alemán Joachim von Ribbentrop y su par italiano Galeazzo Ciano fueron al refugio alpino de Adolf Hitler. Habían tenido dos días de conversaciones. En el primero, el yerno de Mussolini trató de explicar que por distintas razones Italia no estaba preparada para la guerra y que solo resistiría algunos meses ante un conflicto general. Y que el ataque a Polonia no quedaría localizado ni mucho menos en aquel país. Al día siguiente, cuenta el intérprete de Hitler, Paul Schmidt, Ciano fue recibido nuevamente por Hitler y éste afirmó con gran seguridad: "Estoy plenamente convencido de que ni Inglaterra ni Francia tomarán parte en una conflagración general…las democracias son inferiores a Alemania y no lucharán"

Tras los encuentros, Paul Schmidt volvió a su residencia de descanso en Norderney, sobre el Mar del Norte. No pasó más de una semana cuando recibió otra importunada llamada telefónica comunicándole que lo pasaría a buscar un avión para llevarlo a Berlín. Nadie sabía la razón de tanto apuro. En su mesa de trabajo del Ministerio de Asuntos Exteriores encontró un sobre sellado. "Era una orden para ir en avión en compañía de Ribbentrop… a Moscú, donde tenía que actuar en las entrevistas con Stalin, no como intérprete, puesto que yo no hablo ruso, sino para ejercer mi segunda función, reteniendo en unos apuntes el curso de las negociaciones y los posibles acuerdos."

El martes 22 de agosto la delegación alemana partió a Moscú a las nueve de la noche en un cuatrimotor Cóndor, FW 200. Mientras se encontraba en pleno vuelo y observaba la tranquilidad del espacio aéreo, Schmidt imaginó que "contrastaba de modo extraño con la tempestad que ya rugía entre bastidores y que, a ritmo acelerado, se iba cerniendo sobre Europa."

En esas horas, Alemania y la Unión Soviética delimitaron las esferas de influencia en la Europa Central mientras sellaban un acuerdo secreto, firmado entre Ribbentropp y Viacheslav Molotov, en el que se repartían el territorio polaco. Al finalizar, Stalin brindó: "Yo sé bien como quiere el pueblo alemán a su Führer; ¡bebo a su salud!".

Mientras Ribbentrop volaba a la Unión Soviética, en su Berghof Hitler explica y justifica con una serie de argumentos, a un centenar de altos oficiales, que había tomado la decisión de ocupar Polonia en primavera. Primero les informa que en esas horas se está cerrando un Pacto de No Agresión en Moscú. Luego dice: "Encontraré, para desencadenar esta guerra, una razón válida que la propaganda deberá explicar. Importa poco, por otra parte, que ésta razón sea o no plausible. El vencedor no debe rendirles cuentas al vencido. No tendremos que decir si hemos dicho o no la verdad. En tiempos de guerra, desde el principio como durante el curso de las operaciones, no es el derecho lo que importa, es la victoria…". Por lo tanto, agrega, se debe "actuar de manera fulgurante. El fin es, lo repito, liquidar Polonia […] aniquilar sin piedad… aunque haya que desencadenar una guerra en el Oeste".

Luego llegaron interminables jornadas, cargadas de mensajes y entrevistas entre Berlín, Roma, Londres y París. El 25, el embajador italiano Attolico llegó a la cancillería con una carta de Mussolini a Hitler: "Es para mí uno de los momentos más dolorosos de mi vida el tener que comunicarle que Italia no está preparada para la guerra". La misiva, según Schmidt, produjo el efecto de una bomba.

  Los cancilleres Ribbentrop y Molotov firman el Pacto de No Agresión”. Sonriente observa Stalin

"Durante los días siguientes (al pacto Ribbentrop-Molotov) –anotó el calificado testigo- se sucedieron los tratos verbales o escritos, sin pausa, con los embajadores en Berlín o los políticos en Londres, París y Roma. Era una especie de teleconferencia entre capitales europeas, para la que utilizaron el teléfono y el telégrafo". Se volvía, además, a repetir la misma escena: se discutía sobre la soberanía de un país que no estaba representado en la mesa de negociaciones. El texto del traductor alemán refleja cierta tristeza al relatar las últimas horas de paz. "Me había dado cuenta –la medianoche del 30 al 31 de agosto- de la farsa que Hitler y Ribbentrop estaban representando", porque simplemente escuchaba las entrevistas y las opiniones privadas de sus jefes cuando los negociadores extranjeros abandonaban la Cancillería.

En la noche del 31, Hitler ya había dado la orden de invadir Polonia a las 05,45 de la mañana del 1º de septiembre de 1939. El domingo 3 de septiembre de 1939, a las nueve de la mañana, el embajador británico Henderson entró al Ministerio de Asuntos Exteriores, sito en Wilhelmstrasse 76, y le entregó a Paul Schmidt el ultimátum británico anunciando el estado de guerra. Una vez recibido, lo llevó a la Cancillería, entró al amplio despacho de Hitler, que estaba acompañado por Ribbentrop, y lo tradujo en voz alta. Al finalizar, el Führer se quedó completamente inmóvil y silencioso. Tras unos segundos, le preguntó a su ministro: "¿Y ahora qué?". El alto funcionario contestó: "Supongo que dentro de una hora los franceses me entregarán un ultimátum idéntico." Detrás de Francia llegaron con el mismo objetivo los embajadores de Australia, Nueva Zelanda y Canadá. El 17 de septiembre la Unión Soviética se apoderó de su parte del territorio polaco. Más tarde invadiría Finlandia.

Como parte de la farsa que se urdía en la Cancillería, el Panzerschiff Admiral Graf Spee salió de la base Wilhemshaven a las 19 del 21 de agosto de 1939 con rumbo al Atlántico Sur. El capitán de navío (Kapitän zur See) Hans Langsdorff lleva un sobre con ordenes secretas. Casi al unísono el acorazado Deutschland sale rumbo al Atlántico Norte. También son ubicados en zonas de tráfico marítimo varios submarinos. Al estallar la guerra, Hitler ordenó a su Armada interceptar las líneas de abastecimiento de Gran Bretaña y Hans Langsdorff tenía como directiva principal ceñirse a las reglas de captura y evitar combate y moverse mucho dentro de su zona de acción. El 1º de septiembre, el mismo día que se invade Polonia y se está por entrar en guerra contra Gran Bretaña y Francia, el Graf Spee es visto en las islas Canarias al lado de su buque de abastecimiento Altmark.
 
El “Admiral Graf Spee” de frente.

Desde ese momento el Admiral Graf Spee actuó como buque corsario intentando cortar la línea de abastecimientos al Reino Unido de la Gran Bretaña. En esa tarea, la guerra que había comenzado en Europa y que Hitler preveía que los ingleses y franceses no iban a reaccionar llegó hasta América del Sur y las barrosas aguas del Río de la Plata iban a convertirse en campo de batalla –y cementerio—del Panzerschiff (acorazado de bolsillo) clase Deutschland.

El Admiral Graf Spee hundió con diferentes tácticas (entre otras disfrazando el navío) los barcos de bandera británica Newton Beach (5 de octubre se lo captura y el 7 se lo hunde), Ashlea (7 de octubre), Huntsman (10 de octubre se lo captura, el 17 se lo hunde), Trevanion (22 de octubre), África Shell (15 de noviembre), Doric Star (2 de diciembre), Tairoa (3 de diciembre) y Streonshall (7 de diciembre). En total 50.000 toneladas hundidas. Si se observa, fue la mitad del buque gemelo Admiral Scheer pero en ese tiempo su mayor virtud fue la de demandar -o distraer- que las flotas de Gran Bretaña y Francia organizaran diferentes equipos para localizarlo.

El 1º de septiembre, el mismo día que se invade Polonia y se está por entrar en guerra contra Gran Bretaña y Francia, el Graf Spee es visto en las islas Canarias al lado de su buque de abastecimiento Altmark

El miércoles 13 de diciembre de 1939, tras la batalla con tres navíos de guerra británicos, a las 22.50, el Admiral Graf Spee se refugió en el puerto de Montevideo. Gran parte de la tripulación se encontraba agotada. Al momento de atracar el panorama naval que se encontró Langsdorff no podía ser peor, se había metido en una ratonera. Sabía que los británicos no lo iban a perdonar y que le habrían de lanzar una fuerza renovada para hundirlo. Gran Bretaña necesitaba urgentemente un éxito que levantara su alicaído ánimo y ratificara la conducción de Winston Churchill al frente del Almirantazgo.

El jueves 14, casi al unísono, llegaron a Montevideo, desde Buenos Aires, los agregados navales "concurrentes" de Alemania y Gran Bretaña. Uno era el capitán Dietrich Niebuhr y el otro el capitán H. McCall. Los dos entraron en el juego de la guerra diplomática que había estallado en Montevideo. El embajador inglés Eugen Millington-Drake también tiene en cuenta a Michael Powell el jefe de la Inteligencia británica en el Río de la Plata, cuyos hombres entremezclados con los curiosos fotografiaban al Graf Spee desde las pequeñas embarcaciones y en tierra.

El miércoles 13 de diciembre de 1939, tras la batalla con tres navíos de guerra británicos, a las 22.50, el Admiral Graf Spee se refugió en el puerto de Montevideo. Gran parte de la tripulación se encontraba agotada. Al momento de atracar el panorama naval que se encontró Langsdorff no podía ser peor, se había metido en una ratonera

El viernes 15 de diciembre de 1939 una verdadera multitud acompañó a los féretros de los marinos alemanes al Cementerio del Norte. Los tripulantes del Graf Spee lucían sus uniformes de gala. En el momento de la despedida final todos realizaron el saludo nazi, aunque Langsdorff lo hizo a la manera clásica, se llevó la mano derecha hacia su gorra. Entre tanta gente, no pasaron inadvertidos los marinos de los barcos mercantes británicos con el capitán Dove a la cabeza.

Marinos alemanes bajan del acorazado sus muertos y heridos en Montevideo tras la batalla del Río de la Plata

El jueves 16 también llegaron a Montevideo tres oficiales de la Armada Argentina "en cumplimiento de la comisión reservada" que les había dado el Director de la Escuela de Guerra Naval, Capitán de Navío Héctor Vernengo Lima. Ellos eran los Capitanes de Fragata:

Juan María Carranza (5º puesto de la Promoción 40). Se retiró en 1949.

Oscar G. Ardiles (3º de la Promoción 45). Pasó a retiro en 1943.

Walter A. von Rentzell (Promoción 46). Más tarde fue Prefecto Naval; Director de Material Naval (1950) y llegó a vicealmirante. Se retiró el 24 de mayo de 1955. Era considerado un oficial "duro pero prestigioso".

  El imponente Graf Spee (David Muscroft/Shutterstock)

El primer día avistaron al buque alemán desde un remolcador atestado de gente y de "agentes" y al día siguiente subirían a la embarcación y harían un largo informe.

En esas mismas horas el capitán Oscar G. Ardiles de la Armada Argentina se puso en contacto con su amigo personal, el señor Dünhofer, gerente del Banco Alemán en Montevideo, "muy vinculado a la representación diplomática alemana" y luego de ser invitado a almorzar se comprometió a gestionar una visita al Graf Spee.

Ardiles informó: "Nuestra presencia en el cementerio fue notada por el Agregado Naval alemán en nuestro país, lo que permitió que el capitán von Rentzell se pusiera al habla con él por teléfono a fin de reforzar nuestra gestión de lograr una visita al buque".

El informe de los tres capitanes de Fragata argentinos (Carranza, Ardiles y von Retzell) agrega que la solicitud fue aceptada "sin inconvenientes y con gran facilidad". "A las 11.45 del sábado llegó al muelle el Comandante del Acorazado Alemán que estaba en tierra, acompañado por el embajador (Otto Langmann) y el Agregado Naval en nuestro país (capitán Dietrich Niebuhr) y con ellos nos embarcamos en la lancha del Comandante que nos trasladó a bordo. El Agregado Naval Alemán nos presentó al comandante (Langsdorff) como a tres capitanes argentinos amigos personales de él y en cuya discreción podían tener absoluta confianza".

"Langsdorff habló detenidamente con nosotros, dirigiéndose al capitán von Rentzell en alemán, y dijo que el buque no tenía ninguna avería que afectara su poder combativo y que solamente requería las reparaciones necesarias para poder habilitar las cocinas, panadería, lanchas y orificios en el casco", apuntaron.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Guerra del Paraguay: La batalla naval más grande de América


Riachuelo

El 11 de Junio de 1865 se libró la batalla naval más grande de América, en el sitio donde desemboca el curso de agua llamado Riachuelo, situado en la desembocadura del río Paraná en su conjunción con el río Paraguay, a pocos kilómetros de la ciudad de Corrientes, sobre aguas argentinas. Esa zona de la provincia de Corrientes estaba en esos momentos en poder de las tropas paraguayas, por lo que tenian el dominio de la costa.




Para principios de 1865, Solano López estaba determinado a tomar el dominio del río de Paraná en primer lugar para controlar una futura limpieza entera del Río de la Plata. Si tuviera éxito en acercarse por sorpresa a la flota imperial brasileña en aguas inferiores del río entonces alcanzaría una victoria importante que habilitaría para operaciones de tierra más profundas a futuro.

La sorpresa sería esencial. A finales de 1864 la armada del Paraguay consistía de 17 pequeñas embarcaciones de tamaños diversos. Solamente dos de ellas, del Anhambay y la Tacuarí fueron construidos como cañoneras. Durante los 1860s López estaba esperanzado de obtener nuevos encorazados (ironclads) agregados a su flota. Mantuvo contactos con algunos países europeos para obtener estas naves. Este proyecto, sin embargo, tuvo que ser abandonado para problemas financieros.

La flota imperial, en el otro lado, alineaba 45 embarcaciones, 33 vapores y 12 veleros en el inicio de la guerra. La fuerza tenía en la disposición una fuerza humana total de casi 2.400 oficiales y hombres. Las unidades principales eran el tipo hélice Niterói y el barco a hélice con palas traseras Amazonas. La flota, sin embargo, tenía un defecto importante: había sido proyectada para alta mar más que para operaciones de río.

El 8 de junio, la flota paraguaya fue concentrada en Asunción para la partida hacia la fortaleza de Humaitá. López mismo estaba a bordo del Tacuarí. La población de la capital entera estaba presente para atestiguar la partida. Al final de la mañana las naves se fueron hacia la fortaleza. Tan pronto como llegara a Humaitá en la mañana del día siguiente, López comenzó inmediatamente a preparar el ataque contra el escuadrón enemigo colocado próximo a Corrientes, en una anchura llamada Riachuelo, que le daba apoyo a las fuerzas terrestres de la Triple Alianza para expeler a los paraguayos de Corrientes. Recolectó el grueso de la armada paraguaya para golpear las naves brasileñas al amanecer del 11 de junio. El escuadrón consistió en ocho naves, el buque insignia Tacuarí, el Paraguarí recientemente llegado, construido en Inglaterra, el buque de vapor brasileño capturado Marquês de Olinda y el Ygureí, Ybera, Yporá, Jejuí, Salto Oriental y el Pirabebé. Junto con las naves, seis barcazas de fondo plano bajas con un cañón de ocho pulgadas cada uno, conocido como chatas, serían remolcadas para hacer frente al enemigo. El escuadrón ascendió a 36 cañones. El comodoro Pedro Ignacio Meza ordenaría el asalto. Además, las naves paraguayas tendrían el apoyo de una batería de cañones bajo el mando del coronel José Maria Bruguez colocado a lo largo del litoral del río.

El escuadrón del Brasil anclado cerca de Corrientes formó al Amazonas (buque insignia) y las naves Jequitinhonha, Belmonte, Parnaíba, Ipiranga, Mearin, Iguatemi, Araguarí y el Beberibé. El poder de fuego total del escuadrón ascendió a 59 cañones. El Almirante Francisco Manuel Barroso estaba en el mando de las naves.

Meza debe navegar hacia aguas abajo del Paraná durante el amanecer del 11 de junio para alcanzar al enemigo hacia el amanecer. La sorpresa compensaría el hecho de que las naves paraguayas eran superadas en armamento. A las dos en la mañana la flota dejó Humaitá. A las cinco los chatas ensamblaron las naves. A pesar de ello, un problema en el motor del Iberá retrasó el plan.


Plano de la batalla

Solamente a las nueve, en la luz amplia del día, las naves alcanzaron Riachuelo.

Después de colocar los chatas cerca de la costa, Meza condujo sus naves directo en el enemigo para separar el escuadrón imperial en dos.

Las naves de Barroso fueron ancladas cerca de la confluencia del Paraná y de dos canales estrechos. El ataque, si no una sorpresa entera, sucedió cuando las naves de Barroso fueron alineadas hacia la costa.


El escuadrón de Meza pasó sobre las naves enemigas enviando fuego sobre ellas. Cada uno de sus embarcaciones elige una nave para empeñar. Pronto el Amazonas estaba bajo fuego del Tacuarí, mientras que el Ipiranga intercambiaba fuego con el Salto.


Mapa satelital del escenario de la batalla

En la batalla los dos escuadrones cambiaron la posición. Meza estaba abajo del escuadrón y cortado por los enemigos de su base en Humaitá. Entonces, el comandante paraguayo adoptó la estrategia de atraer a los enemigos a los canales más bajos donde no podrían maniobrar tan bien como lo hicieron los paraguayos.

El Jequitinhonha, la nave más grande de Barroso después del Amazonas, quedó golpeado en un banco de arena. Ello lo hizo un objetivo fácil para la artillería sin piedad de Bruguez.

El Belmonte fue pegado varias veces por el fuego de los chatas.



El Parnaíba golpeó en la costa y quedó a la deriva. Varias naves paraguayas pronto la rodearon. El Marquês de Olinda subió a la nave brasileña y un combate mortal ocurrió en la cubierta de Parnaíba. En varias ocasiones, los paraguayos intentaron tomar el mando sobre la nave. Solamente con la resistencia férrea de la dotación Parnaíba salvó la nave. Finalmente, un asalto final fue expelido y la nave se deslizó lejos del enemigo.

Paso 1 de la batalla
Paso 2 de la batalla

Paso 3 de la batalla


A este punto, las cosas comenzaron a cambiar.

A pesar de las dificultades en maniobrar, el poder de fuego superior de las naves de Barroso comenzó a mostrar eficacia. El Jejuí fue hundido por el fuego cercano de naves brasileñas. El Marquês de Olinda hizo sus calderas explotar y estaba fuera de acción. El Paraguarí fue pegado por el Amazonas y quedó desamparado. Meza dio órdenes de retirada. A la 1 P.M. el combate había terminado. De los ocho embarcaciones paraguayos, solamente cuatro volvieron a Humaitá. El otros fueron hundidos, capturada o puesta desamparado en un banco de arena (éste incluyó el Paraguarí, el Jejuí, el Marquês de Olinda y el Salto Oriental). Dos chatas fueron hundidas y los otros cuatro quedaron en manos brasileñas. Unos días más adelante, sin embargo, los paraguayos tuvieron éxito en retirar al Paraguarí, enviando la nave a Asunción para la reparación. Las bajas paraguayas no se saben exactamente. Los supuestos brasileños de 1.000 bajas son probablemente exagerados. Quizá esta quede el número entre 300 y 400 (fuentes brasileñas dicen que puede alcanzar 750).

Meza murió algunos días más adelante en Humaitá de las heridas que recibió durante la batalla.

El escuadrón imperial perdió una nave, el Jequitinhonha mientras que otras dos embarcaciones, el Parnaíba y Belmonte fueron severamente dañadas. El Ipiranga fue dañado ligeramente. Barroso tenía 104 hombres muertos, 123 heridos y 20 perdidos.

Los paraguayos fallaron en la tentativa del tener el poder entero del río de Paraná de Asunción a Montevideo. Además, no podrían reemplazar las naves perdidas. Mientras que el Brasil agregaba nuevas unidades a la flota.




Comentarios
  • Destacaría el hecho que en el río los ejes de escape y maniobra Este-Oeste se achican considerablemente. Por lo mismo y por la cantidad de barcos empleada, la batalla hubo de tener mucho de congestión entre tanto buque y chata dando vuelta a los cañonazos. Otra cuestión fue la pérdida de sorpresa del ataque dado que se averió la Iberá. Ello hizo que el ataque comenzara a las 9 AM cuando estaba proyectado para las 5 AM. Fue una falla en la sorpresa que añadió luz al escenario en perjuicio del plan paraguayo. Al igual que en Tuyuty, la pérdida de la sorpresa hizo trastabillar un buen plan de ataque inicial. (SiberianSky, moderador FDRA).
  • "...batalla naval más grande de América"... Lo más paradójico es que esa acción fue en un río (Mangosta, moderador FDRA).

lunes, 7 de mayo de 2018

ARA: Combate del Buceo

SEMANA DE LA ARMADA ARGENTINA.
COMBATE NAVAL DE MONTEVIDEO. SEGUNDA JORNADA.
Sigue vigente el bloqueo del puerto de Montevideo, pero el temporal que asola las aguas del Río de la Plata durante toda la jornada del día 15 de mayo mantiene ocupadas a ambas escuadras como para iniciar cualquier enfrentamiento. No obstante, los buques siguen moviéndose para no ser blanco del enemigo…



domingo, 29 de abril de 2018

SGM: El desembarco en Guadalcanal

El Cuerpo de Marines de los Estados Unidos en la batalla de Guadalcanal

Andrew Knighton |  War History Online


Una patrulla marina de los EE. UU. Cruza el río Matanikau en septiembre de 1942.


Una de las batallas más famosas en la historia del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, Guadalcanal toma su nombre de una pequeña isla volcánica en la cadena de islas del Pacífico occidental. Este lugar relativamente menor en la ruta desde el este de Asia hasta Australasia fue el sitio de una de las batallas más duras de la Segunda Guerra Mundial, que fue vital para cambiar el rumbo del avance japonés.

1. Alcanzar a Australia

A principios de 1942, Japón estaba a la ofensiva. Habiendo ocupado secciones del este de Asia continental, el imperio del sol naciente se expandía hacia el sur a lo largo de la cadena de islas que llevaba desde allí a Australia. Su agenda era simple: controlar las rutas comerciales en esa parte del Pacífico, asegurando así sus propios suministros y cortando los de sus enemigos, en particular, China.

Para hacer esto, el agresivo ejército japonés, apoyado por una armada más cautelosa pero no menos dedicada, intentó conquistar todo el camino hasta Australia, eliminando cualquier punto de apoyo desde el cual Estados Unidos y las potencias europeas pudieran devolver el golpe.

El punto más alejado de su expansión fue Guadalcanal, la mayor del sur de las Islas Salomón. Propiedad de los británicos desde 1893, fue ocupada por los japoneses en julio de 1942. Cuando los invasores se pusieron a construir una pista de aterrizaje, desde la cual podían lanzar defensas aéreas y bombardeos contra las flotas aliadas, la necesidad de volver a tomar la isla se hizo urgente.


El control japonés del área del Pacífico occidental entre mayo y agosto de 1942. Guadalcanal se encuentra en la parte inferior derecha del centro del mapa.

2. Traer a los Marines


Los marines de EE. UU. desembarcan de LCP (L) s en Guadalcanal el 7 de agosto de 1942.

La invasión de Guadalcanal fue lanzada a toda prisa, lo que le valió el apodo de "Operation Shoestring" entre las tropas que participaron. 19,000 tropas de la 1ª División de Marines de los Estados Unidos bajo el General Vandergrift tomaron parte en la invasión marina inicial.

La operación fue una perspectiva difícil. Los marines estaban escasos de fuerza y ​​muchos carecían de experiencia en combate. Inicialmente, sus lanchas de desembarco solo podían proporcionar diez días de municiones y sesenta días de combustible y alimentos. El almirante Fletcher, temeroso de colocar sus barcos en una posición vulnerable, no proporcionó el apoyo cercano de los bombardeos aéreos y navales que habían esperado.


Los marines de los Estados Unidos descansan en el campo durante la campaña de Guadalcanal.

Afortunadamente para los estadounidenses, los japoneses también estaban mal preparados. Informado mal de los acontecimientos en otras partes del Pacífico, el comandante local no creía que los estadounidenses pudieran lanzar un ataque importante.

La invasión inicialmente fue bien. Al desembarcar el 7 de agosto, los marines se apoderaron de las islas circundantes más pequeñas y avanzaron fácilmente desde las playas hacia el interior en Guadalcanal. Al día siguiente tomaron el aeródromo, dándoles una base de operaciones sólida con bunkers y un camino a la costa.

3. Guerra en el mar


El portaaviones USS Enterprise (CV-6) bajo ataque aéreo durante la Batalla de las Salomón Orientales.

Mientras tanto, Fletcher retiró su flota, dejando a los marines sin apoyo del mar. Un furioso Almirante Turner envió otras dos flotas, una estadounidense y una australiana, para llenar el vacío. Pero el almirante japonés Mikawa había llegado al área y castigaría a los aliados por la retirada de Fletcher.

La lucha en el mar fue vital para el destino de Guadalcanal, y comenzó mal para los aliados. La primera de las cinco batallas navales relacionadas terminó con la pérdida de cuatro cruceros, tres estadounidenses y un australiano, y un quinto gravemente dañado.

Con los japoneses controlando los mares, Turner tuvo que retirar las naves de suministro y transporte vulnerables, dejando a los marines cortados. A Fletcher se le ordenó regresar algunos de sus barcos a la zona, mientras que los japoneses aumentaron su propia presencia naval, esperando venganza por su derrota en Midway.


El acorazado estadounidense Washington dispara en el acorazado japonés Kirishima

Durante tres meses, los japoneses conservaron el control de los mares alrededor de Guadalcanal. Los estadounidenses y australianos no podían arriesgarse a avanzar sus barcos para apoyar a las fuerzas de tierra, y aunque lograron detener el aterrizaje de algunas tropas japonesas, muchos más lograron pasar. Mientras tanto, los barcos japoneses navegaban por los estrechos que bombardeaban a los marines, un evento diario que se conoció como el Tokyo Express.

Finalmente, en noviembre, los Aliados lograron la victoria naval que necesitaban. Hundiendo dos acorazados japoneses, un crucero y tres destructores a cambio de la pérdida de dos cruceros y cinco destructores propios, obtuvieron el control de los mares. Ahora las tropas japonesas eran las que no tenían suministros.

4. La batalla en tierra


El 182 ° Regimiento de Infantería del ejército de EE. UU. en la marcha durante la Batalla de Guadalcanal.

Mientras tanto, la batalla se había librado de Guadalcanal. Vandergrift hizo que sus tropas cavaran alrededor del aeródromo, lo que les permitió recibir suministros y apoyo aéreo de la Fuerza Aérea de Cactus, el grupo aéreo que se apretujaba y trabajaba duro allí.

Los estadounidenses se familiarizaron con la forma de guerra japonesa. Las acusaciones de Banzai, en las que cientos de hombres corrieron sin miedo a los cañones defensores, pusieron el temor de Japón en los soldados estadounidenses, pero cobraron un precio terrible en vidas japonesas.

La disentería y la malaria barrieron a los marines mientras luchaban por mantener su posición. No había posibilidad de retirada, y el Tokyo Express los dejó sin aliento y al borde con sus bombardeos.

Pero los transportes aéreos cada vez más regulares vieron la entrada de suministros mientras que los japoneses no recibieron tales lujos. Atrapados viviendo en la jungla, ellos también sufrieron de mala salud, mal clima y suministros restringidos.

Miles de tropas japonesas lanzaron ataques destinados a tomar el aeródromo y expulsar a los estadounidenses. Ninguno de ellos tuvo éxito. Mientras tanto, el gobierno japonés se volvió cada vez más cauteloso con respecto al número de muertos en Guadalcanal.

5. Un retiro secreto


La tripulación del barco PT PT PT 59 inspecciona los restos del submarino japonés I-1, hundido el 29 de enero de 1943 en Kamimbo en Guadalcanal por HMNZS Kiwi y Moa.

Del 1 al 7 de febrero de 1943, los japoneses finalmente retiraron sus fuerzas restantes de la isla. Con los mares en manos de los estadounidenses, esto tenía que hacerse de manera encubierta. Tal era el secreto que los estadounidenses al principio no sabían que habían ganado y que estaban solos en la isla.

Los japoneses retiraron 13,000 sobrevivientes. Pero la batalla les había costado mucho más que esto: 50,000 hombres perdidos en tierra, en el mar y en el aire. De mayor importancia estratégica fue la pérdida de 600 aviones.

Los infantes de marina perdieron 1,592 hombres de los 50,000 que eventualmente ocuparon la isla. Muchos más estadounidenses y australianos murieron en el mar. Su sacrificio supuso una victoria para la moral de los aliados, ya que la guerra pendía de un hilo y mantuvo abiertas las líneas de suministro aliadas a través de Australia.

Este fue el final de la expansión japonesa hacia el sur y el cambio de la marea.

sábado, 14 de octubre de 2017

PGM: Japón entra al conflicto

La intervención del Japón en la PGM


Rumores en las cancillerías. — Se confirma el ultimátum. Comentarios.—La colonia de Kiao-Chao.

A mediados de la segunda decena del mes de Agosto, un rumor con visos de fundamento comenzó a circular por las cancillerías europeas y a producir enorme efecto en la opinión tan pronto como trascendió a ésta.

Este rumor se refería a la comunicación por el Gobierno nipón al de Alemania de una nota-ultimátum. Grandes fueron los comentarios a que dio lugar esta noticia. Las imaginaciones se echaron a volar y hubo quien creyó tener poco menos que en el bolsillo la hasta entonces fantástica nota de Japón.

Las personas autorizadas en la materia emitieron su juicio, más o menos acertado, pero reconociendo la existencia del documento y aseverando que en él se exigía a Alemania lo siguiente:

Arrow Primero. Que el Gobierno alemán retirase inmediatamente de las aguas japonesas y chinas todos los buques de guerra que tenía en ella o los desarmara completamente, y

Arrow Segundo. Que Alemania evacuara en el plazo improrrogable de un mes los territorios que ocupaba en Kiao-Chao, los cuales serían entregados por el Gobierno japonés a China en determinadas condiciones.
Quienes así se expresaban sostenían que el Japón procedía de esta forma para salvaguardar los intereses que se tuvieron en cuenta al concertar la alianza anglo-japonesa.

Esta explicación del porqué del ultimátum fue aceptada enseguida como buena, creyéndose que el Japón, por virtud de su tratado con Albión, venía obligado a prestar ayuda a la nación inglesa en su terrible contienda con el imperio alemán.

Sin embargo, el texto literal del convenio anglo-japonés nada preveía respecto a casos como el de la conflagración europea.

En el tratado se consignó que sus artículos tenían por objeto:

Arrow a) La consolidación y el mantenimiento de la paz general en las regiones del Asia Oriental y de las Indias.

Arrow b) El mantenimiento de los intereses comunes de todas las potencias en China, asegurando la independencia y la integridad del imperio chino y el principio de la igualdad para el comercio y para la industria de todas las naciones en China; y

Arrow c) El mantenimiento de los derechos territoriales de las altas partes contratantes en las regiones del Asia Oriental y de las Indias y la defensa de sus intereses en las mencionadas regiones.

En el articulado del convenio, al precisar el mutuo auxilio que ambas potencias habrían de prestarse en caso necesario, se determinaba solo ese deber recíproco para cuando fueran agredidas o puestos en peligro los territorios, los derechos o los intereses expresamente mencionados.

De manera que, en realidad, el tratado anglo-japonés de 12 de agosto de 1905 estaba limitado a cuestiones que afectaban directamente al Asia Oriental, a las Indias o al imperio chino, y no rezaba una palabra respecto a mutua ayuda de las naciones contratantes en caso de guerra como el de la Conflagración Europea.

Un eminente diplomático británico, en los momentos en que más se discutía la intervención o no intervención de los japoneses en la cruenta lucha entablada, se expreso en esta forma al ser llamado a emitir su opinión por uno de los más importantes periódicos ingleses:

"Puede que en efecto exista ese famoso ultimátum de que se habla. Lo que si he de decir yo es que el Gobierno inglés ha hecho todo lo posible para conseguir que el Japón se abstenga de obrar en estos instantes.

Hay que tener en cuenta que la ayuda que pueda prestarnos el Japón en la presente guerra es muy cara; nuestras fuerzas navales, juntamente con las de los aliados, se bastan y se sobran para ejercer el dominio del mar. Además resultaría temerario y hasta humillante requerir el apoyo de un pueblo tan ambicioso y guerrero como el japonés.

,,Creo yo que ninguna nación europea, y menos una coalición formada por éstas, suficiente para defender la civilización y las normas jurídicas internacionales de Occidente, arrostraría la responsabilidad de hacer casi arbitro de una querella europea a un pueblo asiático.
„ Además, considerando la cuestión desde otro punto de vista, la intervención del Japón supondría una extraordinaria alarma en los Estados Unidos de Norteamérica, rival del Japón por efecto de encontrados intereses, rivalidad que constituye precisamente para los Estados Unidos uno de sus problemas capitales de política exterior.

,,El canal de Panamá se ha construido sin duda alguna para el caso de tener que solucionar este problema por medio de las armas.
,
,De la acometividad japonesa no se puede dudar; por consiguiente, el establecimiento de esta nación en las colonias alemanas de Asia, significaría la anexión de éstas al imperio nipón, y, lo que es más grave, una extraordinaria facilidad estratégica para emprender cualquier empresa guerrera contra América.

,,Esto probablemente no han de consentirlo los Estados Unidos y puede pesar en la balanza hasta el extremo de inclinar a Norte América a una alianza con Alemania, si las cosas se extremasen hasta llegar a la guerra.

,,Se ha dicho que los Estados Unidos están en el secreto de la acción japonesa y que asienten a ella; es posible, pero de todos modos lo indudable, lo evidente, es lo que he dicho al principio: que Inglaterra no puede haber influido en modo alguno en las resoluciones de Japón, porque no le ha convenido antes, ni le conviene ahora.


El día 16 de agosto fue conocida oficialmente la existencia del ultimátum dirigido por el Gobierno nipón al imperio de Alemania, por la publicación de un telegrama del gobernador de Kiao-Chao en que se decía: "Confirmo ultimátum. Cumpliré mi deber hasta lo último,,.

El 25 del propio mes se supo la noticia de la ruptura de relaciones. La intervención japonesa en la guerra era ya, pues, un hecho indudable.

La legación imperial del Japón en España hizo pública la nota, por medio de la prensa de la Corte, el mismo día en que se publicaba en Tokio

Decía así la declaración de guerra:

-Nos, por la gracia del cielo Emperador de Japón, sobre el trono ocupado desde fecha inmemorial por una misma dinastía, dirigimos a todos nuestros fieles y bravos súbditos la siguiente proclamación:

„ Declaramos la guerra a Alemania y ordenamos a nuestro ejército y a nuestra armada que, con todo su poderío, rompan hostilidades contra aquel imperio.

,,Ordenamos también a todas nuestras autoridades competentes que realicen cuantos esfuerzos sean necesarios para cumplir sus respectivos deberes encaminados al logro de ese objetivo nacional.

“Desde el comienzo de la guerra actual se han producido efectos calamitosos que nos conciernen en grave extremo. Nos, por nuestra parte, hemos abrigado esperanzas de sostener la paz en el Extremo Oriente mediante la observancia de una estricta neutralidad; pero la acción de Alemania ha obligado, al fin, a la Gran Bretaña, nuestra aliada, a romper las hostilidades contra aquel país. Y Alemania, en Kiao-Chao, su territorio arrendado en China, hace preparativos guerreros, mientras sus buques de guerra cruzan los mares del Asia Occidental y amenazan nuestro comercio, a la vez que el de nuestros aliados.

La paz del Extremo Oriente se halla, pues, en peligro.

De acuerdo con nuestro gobierno y el de s. M. Británica, luego de sinceras y categóricas notas cambiadas entre ambos, para adoptar cuantas medidas fueran precisas para la protección de los intereses generales que se mencionan en el convenio pactado por nuestra aliada con Nos, por nuestra parte, y deseosos de lograr ese fin por medios pacíficos, hubimos de ordenar a nuestro gobierno que dirigiese una sincera advertencia al Gobierno imperial de Alemania.

Con profundo pesar, y no obstante la ardiente devoción que la causa de la paz nos inspira, nos vemos en el caso de declarar la guerra en este período de nuestro reinado y cuando todavía lamentamos la pérdida de nuestra llorada madre.

,,Es nuestro más ferviente deseo que, merced a la lealtad y al valor de nuestros fieles súbditos, quede en breve plazo restaurada la paz y aumentada la gloria del imperio



La declaración de guerra del Japón sobrevino por efecto de no haber contestado el Gobierno alemán a la nota-ultimátum de aquél.

El embajador de los Estados Unidos en Berlín fue el encargado de comunicar al embajador de negocios del Japón en Alemania la orden del Gobierno nipón, según la cual debía retirarse en la madrugada del día 23, de no haber obtenido antes una contestación satisfactoria del Gobierno del Kaiser.

En el propio día 23 el Gobierno japonés ordenó al cónsul de Alemania en Mozkden y a los alemanes residentes en la Manchuria que salieran inmediatamente del país bajo pena de ser apresados. Por su parte los japoneses residentes en Kiao-Chao abandonaron la colonia alemana tan pronto como fue conocida de ellos la declaración de guerra.

La declaración de guerra produjo en Alemania extraordinaria indignación, sobre todo en Berlín. Todos los periódicos coincidieron en afirmar que la nueva jugarreta que les hacía Inglaterra serviría tan solo para aumentar el entusiasmo por la guerra y la confianza en la victoria.

En Austria, donde al día siguiente de la declaración de guerra le fueron entregados sus pasaportes al Ministro del Japón, también ocasionó gran efervescencia la posición que adoptaba el Mikado.

El Wiener Fremdenblatt declaró su creencia de que Inglaterra había reforzado de tal modo la posición del Japón en el Asia Oriental, que ella sería la primera en ver lesionados sus intereses para lo porvenir.

Las demás publicaciones dijeron que la solución definitiva había de hallarse en Europa y no en el Extremo Oriente.

El periódico holandés Correo de Rotterdam, comentando el mismo asunto, aseguró que Francia había auxiliado poderosamente a Inglaterra en la labor de excitar a la raza amarilla contra Alemania.

El sueco Sydvenska Dagbladet afirmó, desde el primer momento, que el ultimátum del Japón era de lo más descarado que se ha visto en la historia. "Tal cinismo—decía—es inaudito y propio únicamente de aves de rapiña. Había que preguntar a la Gran Bretaña si realmente puede mostrarse orgullosa de ir en semejante compañía-.

Donde cayó como una bomba la noticia de la declaración de guerra fue en los Estados Unidos de América. La protesta se manifestó inmediata contra Inglaterra, por considerarse que ésta, con su conducta, abría las puertas a un peligro del que Norte-América tocaría la primera las consecuencias. Esto no quiere decir que la opinión yanqui se colocase del lado de Alemania.

El World de Nueva York escribió a raíz del acontecimiento: "La intervención del Japón es inevitable porque a ello le obliga el tratado con Inglaterra. No obstante, el Japón trata de aprovecharse ahora de la impotencia de Alemania en Extremo Oriente y se prepara para cuando llegue el reparto del botín. Los Estados Unidos deben vigilar y obligar al Japón a no salirse de aquellos compromisos a que le obliga su tratado con la Gran Bretaña,,.

La prensa alemanísta de Norte-América arremetió duramente contra la actitud de los japoneses y propagó urbi et orbe que América debía despertar de su apatía antes de que fuese demasiado
tardío todo esfuerzo.

A pesar de todo este movimiento producido momentáneamente en la opinión americana, el buen criterio se impuso y puede decirse que se adscribió a su Presidente Mr. Wilson, el cual, al recibir la nueva del ultimátum, se limitó a contestar: "No he de discutir el fondo del asunto, pero creo que el Japón va a luchar de buena fe, no por aspirar a ventajas territoriales,,.

España acogió la declaración de guerra del Japón, con la siguiente declaración de neutralidad que se publicó en la Gaceta:

"Constando oficialmente el estado de guerra que existe, por desgracia, entre el imperio de Alemania y el del Japón, el Gobierno de S. M. se cree en el deber de ordenar la más estricta neutralidad a los súbditos españoles, con arreglo a las leyes vigentes y a los principios del derecho público internacional.

,,En su consecuencia, hace saber que los españoles residentes en España o en el extranjero que ejercieren cualquier acto hostil que pueda considerarse contrario a la más perfecta neutralidad, perderán el derecho a la protección del Gobierno de S. M. y sufrirán las consecuencias de las medidas que adopten los beligerantes, sin perjuicio de las penas en que incurrieren con arreglo a las leyes de España.

„ Serán igualmente castigados, conforme al artículo 150 del Código penal, los agentes nacionales o extranjeros que verificasen o promovieren en territorio español el reclutamiento de soldados para cualquiera de los ejércitos o escuadras beligerantes
,,.


Pocos días después de la declaración de guerra el Parlamento del Japón votaba la suma de 53.000,000 de yens, para atender a los gastos de la lucha, la cual se había iniciado ya el día 25 de Agosto.

En este día quedó establecido el bloqueo de Tsing-Tao por las escuadras japonesas, la primera al mando del almirante Barón Dewa, compuesta de dos dreadnougths, el Karashi y el Settan, y cuatro acorazados, y la segunda bajo las órdenes del vicealmirante Yoslumatu, formada por cuatro acorazados y varios cruceros y cazatorpederos.

Algunos días después las escuadras japonesas fueron reforzadas con una división inglesa, y tropas niponas ocuparon siete islas en las inmediaciones de Kiao-Chao, después de haber limpiado de minas los buques un gran espacio de mar.

El mismo día 25 de Agosto comenzó el bombardeo de las posesiones alemanas, en las cuales había sido leído a las tropas un despacho del Kaiser encargándoles que resistieran todo lo posible.

Tan pronto como se inició el bombardeo, los alemanes hicieron saltar con dinamita todos los edificios que podían ser utilizados por las escuadras enemigas como puntos de referencia, y arrasaron todos los pueblecillos chinos próximos a Tsing-Tao. Las fuerzas alemanas de la plaza alcanzaban la cifra de 3,000.

La escuadra alemana, que se hallaba en las costas de China, zarpó con rumbo al Norte tan pronto como se supo el establecimiento del bloqueo.







Hagamos ahora una somera descripción de la colonia de Kiao-Chao o Tsing-Tao, como la llaman los alemanes, para poner fin a este tema.

Kiao-Chao está situada en el mar Amarillo, frente a Corea, en la costa oriental de la provincia china de Shantug.

En 1897 llegaron a Kiao-Chao varios buques de guerra alemanes, de los que desembarcaron soldados y funcionarios alemanes, que en nombre del Emperador tomaron posesión de aquel territorio, no obstante las protestas de China. El Celeste Imperio hubo de ceder a la fuerza de las circunstancias y acabó por consentir en que la ciudad y el puerto ocupados quedasen bajo la soberanía de Alemania durante un período de noventa y nueve años. Así se estipuló en un convenio que se firmó entre China y Alemania y que lleva la fecha de 6 de Marzo de 1898.

Una vez legalizada la ocupación, el imperio alemán se apresuró a organizar ésta debidamente.

Al comenzar la guerra, la administración de la colonia dependía del Ministerio de la Marina teutón, ejerciendo el cargo de gobernador de la plaza un oficial de la armada. La colonia estaba dividida en treinta y tres municipios, alcanzando su población la cifra de 192,000 habitantes.

La raza blanca estaba representada por un núcleo de 4,470, de los cuales 3,806 eran alemanes, soldados y funcionarios civiles en su mayoría.

La guarnición estaba formada de 3,121 soldados de infantería de marina.

En Kiao-Chao residían las autoridades judiciales para los residentes europeos, radicando el tribunal de apelación en el consulado alemán de Shanghai.

Estos tribunales no entendían en los litigios de la población china, salvo en muy contados y determinados casos.

Entre la ciudad de Tsing-Tao, situada en la costa Norte de la bahía de Kíao-Chao y Chinanfu, capital de la provincia de Shan- ghai, se extiendía una línea férrea de doscientas sesenta millas de longitud.

Además de ocupar Kiao-Chao, Alemania se reservó una zona de influencia en la provincia de Shanghai, zona de una superficie de 2,150 millas cuadradas, con una población de 80,000 habitantes.

Al ceder esta zona de influencia, China renunció a su derecho de soberanía y fiscalización, traspasándolo al gobernador de Kiao- Chao.

La zona de influencia se extiendía también a un espacio de treinta y dos millas en el mar Amarillo.

Rodeaba el distrito y la bahía de Kiao-Chao una zona neutral de 2,500 millas cuadradas, con una población de 1.200,000 almas.

La situación de la colonia al comenzar la guerra europea era muy próspera.

En Kiao-Chao se producían con abundancia judías, nueces, batatas y otros frutos. Se explotaba la sericicultura; minas de carbón eran explotadas; había adquirido gran importancia la industria de la seda y se fabricaba cerveza y jabón. Se importaba principalmente algodón, telas, metales, azúcar y cerillas, y se exportaban trencillas de paja, seda, nueces y aceite de judías.

La importación llegó, en 1911, a 114.938,000 marcos y la exportación a 80.295,000.

Los alemanes habían construido excelentes defensas para organizar la resistencia en la colonia en el caso de un ataque inesperado.

viernes, 16 de mayo de 2014

El Almirante Brown y Colonia del Sacramento

Desde la casa del Almirante Brown en Colonia
El eco trágico de aquellos cañones
 
Jorge Fernández Díaz 
LA NACION 

Dos enemigos prehistóricos duermen, pero se acechan por los siglos de los siglos en la casa que jamás ocupó Guillermo Brown. Separados apenas por un metro y el cristal de una vitrina se vigilan un gliptodonte y un gran tigre dientes de sable. Sus fósiles fueron hallados en las inmediaciones de Colonia del Sacramento, y un cartel recuerda que en Arizona hallaron una vez un cráneo de otro gliptodonte juvenil con dos perforaciones en forma oval, "probablemente debido a un ataque de estos felinos". El tigre de mordida fatal persiguió al mamífero acorazado a través de las planicies orientales en el principio de los tiempos, y aquí están ahora juntos y en silencio viendo pasar a los dos millones de turistas de todo el planeta que visitan anualmente esta asombrosa ciudad desde la que partió Artigas para su campaña libertadora. 

Supuesta casa donde habitó el Alte Brown en Colonia

En esa misma casa hay mariposas y monstruos, restos de naufragios y armas asesinas. También los muebles negros del dormitorio del coronel Ignacio Barrios, que peleó en las Invasiones Inglesas, participó en combates locales, estuvo en la Batalla de Tucumán a las órdenes de Belgrano y cruzó los Andes en compañía de San Martín. 

En otra habitación de ese laberinto de épocas y señales y fantasmas, descansa exhausto el traje de luces de Manuel Torres, matador valenciano que en 1910 atravesó a un bravío toro de lidia en la Plaza del Real de San Carlos, esa monumental edificación que fue clausurada dos años más tarde cuando los uruguayos prohibieron para siempre las corridas. 
Pero lo que más llama la atención, al frente de ese museo singular, es la placa donde se recuerda al almirante Brown. La leyenda colectiva afirma que existe un documento del 17 de octubre de 1833 en el que se le otorga esa casa que nunca ocuparía en recompensa por sus increíbles hazañas durante la independencia de la Banda Oriental. 

La relación de Brown con esa pequeña pero estratégica ciudad disputada a lo largo de cien años por Portugal y España resultó intensa y amorosa. La principal actividad que desarrollaba el marino irlandés era precisamente el comercio de ida y de vuelta entre una y otra orilla del Río de la Plata, y en 1814 abrió una estancia con saladero en Colonia. Después se dedicaría durante años a la guerra contra la corona española y ya estaba en retiro forzoso durante los primeros meses de 1826 cuando volvieron a llamarlo para una misión de alto riesgo. Tenía 49 años y debía organizar en tiempo récord la menguada escuadra nacional y hacerle frente a la poderosa flota de 80 buques del Imperio del Brasil. Los imperiales habían fortificado Colonia con 1500 infantes y varios bergantines y goletas porque era un punto estratégico para el tráfico fluvial. El irlandés los atacó a las ocho de la mañana con bala y metralla. Dio y recibió durante dos horas, y comisionó a un emisario para que pidiera la rendición de la plaza. Le respondieron que no se rendían y la artillería siguió, pero con mala suerte: un bergantín patriota quedó varado al alcance de los disparos brasileños, y por la noche a merced de una tempestad que lo partió al medio. 

El gran jefe tuvo que ordenar la retirada para curar heridos y reparar averías, y también para esperar refuerzos y planear un nuevo ataque. Por la noche del 1° de marzo repartió entre sus marineros una ración de agua caliente mezclada con ron y una arenga en voz baja. Hizo envolver los remos con trapos para no ser oídos por los enemigos y ordenó el avance de seis cañoneras. Pero a la medianoche los imperiales descubrieron la sigilosa maniobra y abrieron fuego de cañones y fusilería. Fue alucinante. En la noche se veían los fogonazos anaranjados, silbaban las balas y se oían a uno y otro lado los gritos de ira y de dolor. Muertos, mutilados, náufragos. Ambos bandos perdieron, en esa velada, más de doscientos hombres. Pero Colonia del Sacramento continuaba en manos brasileñas. 
Un patriota uruguayo, Juan Antonio Lavalleja, coordinó con Brown un asalto terrestre a las murallas. También fue inútil. Y llegaron más brasileños y más buques a proteger la ciudad. Todo lo que consiguió el marino irlandés fue incendiar la nave insignia de sus adversarios e infligirles un golpe moral al demostrarles que era posible eludir su bloqueo y penetrar en sus territorios. 
Monumento a Brown en Colonia
El almirante había asombrado al mundo con sus éxitos en las batallas navales de la independencia y en la guerra de corso que había desplegado por el Pacífico contra naves españolas. Cañonazos, abordajes, sablazos, tiros de pistola, incendios. Era una leyenda viva cuando salió derrotado de las aguas de Colonia del Sacramento y conocía de sobra las amarguras bélicas, de manera que no perdió el ánimo y siguió realizando escaramuzas de gran osadía, apresó embarcaciones, atacó fragatas frente a Montevideo y buscó la revancha. No tuvo que esperar mucho: el 11 de junio tres decenas de barcos enemigos formaron frente a Buenos Aires en gesto amenazante. Estaba por dar comienzo el Combate de los Pozos. En la ribera, la sociedad porteña observaba con el alma en vilo el inicio del espectáculo. Brown sólo tenía 4 buques y 7 cañoneras, pero le dijo a su tripulación: "Marineros y soldados de la República, ¿veis esa gran montaña flotante? ¡Son 31 buques enemigos! Mas no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues no duda de vuestro valor". A continuación les dijo que antes de rendir el pabellón echarían a pique sus propios barcos, y enseguida gritó a sus artilleros: "¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!". Cuando la andanada de obuses terminó y un silencio de muerte flotó en el aire, cuando se retiró con lentitud el humo del fuego y la pólvora, todos pudieron apreciar, desde el mar y desde las playas, cómo la escuadra imperial se replegaba y dejaba vacío el horizonte. 

El almirante fue llevado en andas por la gente y recibido esa misma tarde en los salones de Buenos Aires como un ídolo popular. 
La epopeya incluyó otras refriegas navales contra el Imperio del Brasil. Quilmes, donde los patriotas eran triplicados por sus enemigos y así y todo les provocaron grandes pérdidas y destrozos. Juncal, la mayor batalla de todas, donde el almirante consiguió capturar a sangre y fuego doce buques e incendiar tres más. Y el desgraciado Monte Santiago, donde Brown sufrió la peor derrota: fue el 27 de abril de 1827, cuando intentaba con cuatro veleros burlar el cerco de las naves brasileñas estacionadas de nuevo frente a Buenos Aires. En la oscuridad, y por impericia de los pilotos, dos de sus bergantines encallaron en un banco de arena. De pronto fueron rodeados por barcos enemigos y acribillados por 189 cañones. La nave principal estaba en manos de Francisco Drummond, marino escocés y prometido de la hija de Brown. El futuro yerno recibió la orden de abandonar un buque que ya había acusado 200 impactos. Su tripulación había efectuado en respuesta cerca de 3000 tiros y, como las municiones se habían acabado, ahora disparaba eslabones de la cadena del ancla. Sobre la cubierta había cadáveres, quemados y contusos, pero los sobrevivientes querían seguir peleando. Una bala le había arrancado de cuajo la oreja a Drummond, que sin embargo tomó un bote y remó hasta otro barco para buscar pólvora y proyectiles. Cuando logró llegar una bala de cañón lo hirió de muerte. Agonizó durante tres horas, y su futuro suegro cruzó las aguas en medio de la granizada enemiga para sostenerlo en el último aliento. Elisa Brown, la prometida, enloqueció literalmente al recibir la noticia y se suicidó en el río a fin de ese mismo año. 

Mucho tiempo después, cuando el almirante era un anciano, fue visitado en su quinta de Barracas por uno de los jefes que lo habían combatido en aquellas aguas. El recién llegado intentó embarcar a Brown en una diatriba contra la ingratitud de las repúblicas para con sus héroes. El irlandés le respondió secamente: "Considero superfluos los honores y las riquezas cuando bastan seis pies de tierra para descansar de tantas fatigas y dolores". 

A pesar de que lo aguardaba esa casa en el centro histórico de Colonia del Sacramento, Brown se recluyó en su vivienda de Buenos Aires y murió allí sin esperar nada. Quienes visitan ese museo de dos plantas donde ahora perviven tigres y gliptodontes del Pleistoceno, mariposas y monstruos, armas antiguas, héroes y matadores, vajillas coloniales y pinturas no encuentran ningún rastro del almirante. Pero basta cruzar a pie la plaza de Colonia y trepar la muralla para imaginar su corbeta en la última línea del río marrón. En el puente, el pelo rojizo y los ojos claros y penetrantes, catalejo en mano, la sombra de Brown se dispone día tras día a iniciar el asalto final, la derrota heroica, los encargos del inescrutable y triste destino. 

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