jueves, 31 de agosto de 2017

Argentina: Arana, el diplomático

Deberían estudiarlo en la Cancillería porque diplomático... era Arana

Poco conocido por muchos, Felipe Benicio de la Paz Arana y Andonaegui, nació y murió en la Ciudad de Buenos Aires, desde que era parte del Virreinato del Río de la Plata, hasta que se desprendió de la Corona Española. Del 24/08/1786 al 11/07/1865, él fue una persona con un enorme capital intelectual que le permitió sobrevivir en difíciles coyunturas. Cada vez que el brigadier general Juan Manuel de Rosas se delegó el mando para asumir la dirección de asuntos en puntos alejados de Buenos Aires, Arana fue quien lo reemplazó en el gobierno. Preocupado por no renovar las ideas sino profundizar lo que ya existía, tuvo fama de discreción exquisita y una reserva tan estricta como la de un confesionario, lo cual le permitió durar 17 años en un puesto difícil en tiempos comunes, mucho más en la Confederación. Después de Caseros, Arana se retiró de la vida pública.
Por Urgente 24





Deberían estudiarlo en la Cancillería porque diplomático... era AranaFelipe Benicio de la Paz Arana y Andonaegui, un gran canciller.
Felipe Benicio de la Paz Arana y Andonaegui, hijo de José Joaquín de Arana y de Mercedes de Andonaegui, estudió en la Real Academia de San Carlos, de Santiago de Chile, recibiéndose de bachiller en 1 año. A los 24 años ya era abogado y regresó a Buenos Aires.

Con su preparación académica, se le abrieron todas las puertas. Participó en histórico Cabildo Abierto del 22/05/1810, votando por la causa criolla que habilitó a la 1ra. Junta de gobierno.

Registrarme a las Alertas de Urgente24.

REGISTRARME
Participó de casi todos los acontecimientos de aquellos días, integrando la Junta de Observación, corredactando el Estatuto Provisional de 1815, de pensamiento unitario.

Por algún motivo, Arana devino en militante de la causa federal, y en especial fue de la confianza de Juan Manuel de Rosas, lo que provoca el gran tema no resuelto por los historiadores revisionistas: ¿Rosas era un federal tal como Facundo Quiroga o Estanislao López o un autoritario disfrazado de federal? (algo así como un unitario encubierto).

Arana integró la "Comisión de Secuestros" que promovió los juicios contra Juan Larrea y Guillermo Pío White, acusados por abuso de poder y defraudación al fisco.

En 1816 se casó con Pascuala Benita Beláustegui -tuvieron 7 hijos- y en el inicio de los años '20 integró la Legislatura bonaerense de Buenos Aires que 8 años más tarde la presidió.

Tenaz opositor de Bernardino Rivadavia y de su proyecto de dividir Buenos Aires en 3 zonas, nacionalizando una (hubiese resultado un gran acierto para limitar la deformación geoeconómica que tiene la Argentina), Arana era camarista del Superior Tribunal de Justicia.

Cuando Rosas regresó al poder, en 1835, designo a Arana ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la Provincia de Buenos Aires, representando a las otras provincias (de eso trataba la Confederación) y a cargo de las relaciones con el Vaticano pero permaneciendo como camarista del Tribunal de Justicia.

Rosas lo llamaba Felipe Batata (si no la gana, la empata), de gran confianza de Rosas, y de un protagonismo singular en las negociaciones para cesar los bloques militares de ingleses y franceses, sin ceder nada de lo que esos países exigían.

La flota anglofrancesa pretendía ejercer la libre navegación de los ríos interiores de la Argentina, pero las tropas de Rosas, al mando de Lucio Mansilla, destrozaron bastantes navíos franceses, especialmente en la Batalla de Vuelta de Obligado.

El bloqueo seguia, y la economía lo estaba sintiendo mientras de Europa llegaban distintos delegados para negociar un acuerdo.

Arana firmó primero un acuerdo con el almirante Angel René Armando de Mackau, quien lo hizo como plenipotenciario del rey Luis Felipe, y se reveló como hábil diplomático.

Pero su consagración fue lo que coprotagonizó entre 1846 y 1847, con los ministros de Inglaterra y Francia, Lord Howden y el conde Walewski, respectivamente. Finalmente el ministro británico Henry Southern, llegado a Buenos Aires a fines de 1848, firmó con el ministro Arana la convención del 24/11/1849 que puso fin a las diferencias de Rosas y el Reino Unido.

El Tratado Arana-Southern no resolvió la disputa por las Islas Malvinas que se originó tras la expulsión de las autoridades argentinas en 1833. Las Malvinas no fueron mencionadas ni en las negociaciones, ni en el texto del tratado.

Argentina mantuvo su reivindicación y sus pedidos de respuesta, mientras el Reino Unido mantuvo su postura de negarse a discutir la cuestión.

El 31/08/1850, firmó la convención con Francia, ajustada entre el almirante Lapredour y Arana, Rosas recuperó la flota capturada en 1845 y la isla Martín García.

En febrero de 1852 Justo José de Urquiza derrotó a Rosas en la batalla de Caseros y lo reemplazó en el poder.

Luego de Caseros, Batata no fue perseguido, se retiró de la vida pública y política, y descansó en el campo hasta su muerte.

Sir Charles Hotham, que participó en el conflicto, escribió al conde de Malmesbury (que había sustituido a Lord Palmerston) sugiriendo que era hora de considerar romper el tratado Arana-Southern y permitir la libre navegación de los ríos argentinos.

Urquiza celebró 2 entrevistas con el británico Robert Gore, quien enfocó sus esfuerzos diplomáticos en la obtención de un acuerdo de navegación que abriera los ríos para la navegación.

La oficina de Relaciones Exteriores de Francia se contactó para este fin, y ambos países enviaron una misión diplomática a la Argentina en mayo de 1852, dirigida por Sir Charles Hotham y Michel de Saint-Georges, de poner fin a las restricciones de los tratados Arana-Southern y Arana-LePrédour.

Durante un período de calma en el asedio y bloqueo de Buenos Aires, entre el 10 y 13 de julio de 1853, Urquiza firmó acuerdos de navegación con los representantes del Reino Unido, Francia y Estados Unidos que garantizaron la libre navegación de los ríos interiores argentinos para el comercio exterior. La libre navegación los ríos se incluyó en la Constitución Argentina de 1853.

miércoles, 30 de agosto de 2017

SGM: Encuentran restos de un piloto incrustados en un árbol

Los restos del aviador de la Segunda Guerra Mundial se encuentran incrustados en el árbol

Por Laura Italiano | New York Post





Dos aviadores de mejor amigo del estado de Washington, uno que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, y uno que no lo hizo, ahora están enterrados uno al lado del otro - una triste reunión fue posible después de que los huesos del veterinario fueron descubiertos en Alemania, incrustados en las raíces de un árbol.

Durante más de 70 años, un árbol había crecido alrededor de los restos de las Fuerzas Aéreas del Ejército, el primer teniente William Gray, protegiendo sus huesos de ser dispersados ​​y perdidos después de que su avión de un solo asiento se estrelló en los bosques de Lindau.

"Creció sobre sus restos y realmente protegido y marcó el lugar", dijo el sobrino de Gray, Doug Louvier, a la filial de Seattle Fox.

Gray se había alistado junto con su amigo de la infancia del valle más lluvioso del estado de Washington, 1r teniente Jim Louvier de las fuerzas aéreas del ejército.

Los dos jóvenes hicieron una promesa cuando salieron juntos, dijeron los miembros de la familia a la estación de televisión.

Si uno de ellos muere, el otro se encargaría de su familia en casa.

"Se amaban como hermanos y amigos", dijo Doug Louvier.

Luego, el 16 de abril de 1945, Gray se estrelló después de que su avión tomara fuego enemigo durante una misión de bombardeo de buceo.

Tenía apenas 21 años.

Los miembros de la familia asumieron, después de un tiempo, que su último remanente tangible serían las más de 100 cartas que escribió en casa durante la guerra, la última que se jactó de haber hecho 68 misiones.

Mientras tanto, Louvier, el sobreviviente, regresó a casa para cumplir la promesa de los hombres.

Louvier se casó con la hermana de Gray.

"Sé que la amó mucho y se comprometió con ella 64 años antes de morir", dijo su hijo, Jan Bradshaw, a la estación.

Louvier moriría a los 89 años, en 2010, pero la familia no podía decidir dónde se enterrarían sus cenizas.

Entonces, el año pasado, las cuadrillas del Ejército de Estados Unidos se encontraban en Alemania en el área cerca de donde Gray se había estrellado, y un par de lugareños los llevaron a donde habían visto el avión bajar.

Tardaron 15 días en excavar antes de encontrar los huesos bien protegidos.

El ADN de los huesos resultó ser un fósforo para sus dos hermanas.

El héroe de guerra fue transportado a su casa el miércoles, y el viernes, las cenizas de Louvier y los huesos de Gray fueron enterrados con honores militares, uno al lado del otro en el cementerio nacional de Tahoma en Kent, WA.

"No pudimos decidir qué hacer" con las cenizas de Louvier durante todos esos años, señaló Bradshaw.

Y ahora sabemos por qué.

El hijo de Louvier, bromeó: "Creo que están tomando una bebida fría allá arriba, golpeando las gafas y diciendo que finalmente estamos de nuevo juntos".

martes, 29 de agosto de 2017

Guerra del Pacífico: Restos de casas de la guerra

Brigada Naval Combatientes del Pacífico

Identifica casas sobrevivientes a la destrucción de Chorrillos en 1881 por el Ejército chileno. Casas tendrían más de 120 años.

brigadanaval@mail.com

Chorrillos 7 de abril del 2001, Lima Perú

Casa identificadaLa Brigada Naval Combatientes del Pacífico, grupo de entusiastas de los temas históricos militares, nos brinda otra primicia para WAR BOOK. Nos cuenta Reynaldo Pizarro que tratando de ubicar la posición de la antigua glorieta del malecón de Chorrillos, usando fotografías de la época y con la colaboración del pueblo chorrillano; no sólo encontraron la posible ubicación de la Glorieta, si no la existencia de 2 casas que aparecen en las fotos de 1881. Estas casas sobrevivieron a la destrucción del pueblo de Chorrillos y una de ellas todavía está en uso y mantenida con mucho esmero por sus habitantes.



Foto original tomada por Couret, 1881  Choriilos Lima Perú


Clara Garcia, Angela Garcia, Carola Rivas, nos muestran una foto de Chorrilos que tiene mas de 100 añosLos pobladores de los alrededores de estas casas y sus moradores, participaron entusiastamente con los de la Brigada Naval, mostrándole fotos de fines del siglo XIX y contándoles anécdotas de la ocupación chilena en esa zona.


Fachada en peligro



Fachada a punto de desplomarse

Fachada de casa que habría presenciado la destrucción de Chorrillos, está a punto de desprenderse de su precario soporte.
La propiedad está deshabitada y pasa desavertida por las autoridades.

Cabe resaltar que la Brigada Naval es una de dos agrupaciones que se dedica seriamente a la investigación sobre temas histórico-militares.

Entre las anteriores actividades de la Brigada Naval, está la restauración de dos cañones Voruz de la Corbeta Unión, un Cañón de bronce perteneciente al Navío San Martín hundido en aguas chorrillanas y recolección y restauración de material de artillería de diferentes embarcaciones y fortificaciones.

War book 2000 (C)

lunes, 28 de agosto de 2017

Guerra del Pacífico: Homenaje a Miraflores

Exposición, por la tragedia y gloria de Miraflores 
Conmemoración de la batalla de Miraflores enero 15 de 1881. 

Después de una simple ceremonia castrense con todos los regimientos históricos peruanos (Legión peruana de la guardia, Húsares de Junín, y Regimiento Fannig) como pequeños destacamentos de todas las fuerzas militares, policiales y un agrupamiento de Bomberos. Emplazados en el Reducto Nº2 de Miraflores, ciudad de Lima - Perú. 
Pudimos apreciar en el museo, una exposición extremadamente simple pero con un aporte a la historia de primer orden aportando en cada vitrina material recientemente encontrado. 


Entrevistamos al investigador histórico Rómulo Rubato Suárez; descendiente del General Suárez, héroe de la Guerra del Pacífico. 

 

Acompañado del Señor Rubato recorrimos todas las salas de la exposición, el cual nos dio una breve reseña histórica de la infantería de marina peruana. Para esta exposición se quiso exponer la mayor cantidad de Material fotográfico, dándonos una visión mucho más exacta de lo acontecido hace 120 años por la toma de Lima. 

 

Se puede notar que los peruanos no olvidan los resultados catastróficos de esa guerra y se esmeraron en mostrarnos los destrozos resultado del saqueo de Chorrillos, Barranco y Miraflores por las tropas chilenas. Es irónico que todos los textos de la exposición fueron sacados de fuentes chilenas, que cuentan exactamente lo que se ve en los cuadros y fotos. 

Una colección de uniformes peruanos usados en la guerra, que denotan lo precario de sus equipos de campaña, y lo mal preparados que estaban para la guerra que los tomó por sorpresa. 

 

En la sala Cáceres, existe una maqueta del campo de batalla de Miraflores y parte del de Chorrillos, que es muy ilustrativa, pero lo que es inigualable es un cuadro de la batalla de Miraflores. 

Hablando con el señor Pedro Olaechea, dueño de muchas de los uniformes expuestos, nos da un dato interesante, "los peruanos no usaron gorras blancas hasta la capitulación de Lima" como se cree en Chile, " se comenzaron a usar en la campaña de la Breña" (desde fines de 1881 hasta 1884) "Las gorras peruanas son azules al estilo francés". 

 

Nos mostró además cual era el armamento usado por los marinos peruanos en la defensa de Lima: el fusil remington rolling block cal 43 como pueden ver en la foto. 

 

A las afueras del museo está un cañón recientemente rescatado que participó en la defensa de Lima. Es un cañón Federal Bureau tipo Dahlgrin de 8 " ánima lisa de avancarga que lanzaba balas esféricas. Este tipo de cañón fue desarrollador por los Norteamericanos durante la Guerra de Secesión de 1862. 

 

El cañón está desbocado. Según documentos expuestos en el museo los artilleros peruanos, recibieron órdenes de destruir todas las piezas de artillería para que no caigan en manos chilenas. 

Este cañón fue recuperado por la "Brigada Naval Combatientes del Pacífico" grupo muy entusiasta que en los últimos dos años ha recuperado y restaurado varios cañones como valioso material fotográfico y documentario sobre el pasado peruano y sobre todo de la "Guerra del Pacífico". Entre algunos de sus logros, puede mencionar la restauración de los cañones Voruz de la corbeta peruana "Unión", la restauración de una hermoso cañón de bronce del Navío "San Martín" primer buque insignia Chileno. Es más, podemos decir que si Ud. estimado lector, quiere hacer algún estudio sobre la "Guerra del Pacífico" tiene obligadamente que contactarse con la "Brigada Naval Combatientes del Pacífico" al mail brigadanaval@mail.com

domingo, 27 de agosto de 2017

Roma: Teutoburgo y el Vietnam romano

El atroz Vietnam de las legiones romanas

Recorrido por el campo de batalla de Teutoburgo de la mano de Valerio Manfredi, autor de una novela sobre la derrota de las tropas de Augusto por los germanos

JACINTO ANTÓN - El País


Legionarios romanos en un acto de reconstrucción histórica en Kalkriese.

Valerio Manfredi se arrodilla y deposita sentidamente una rosa sobre la hierba (una rosa, por cierto, que le han prestado en una cafetería cercana). Aquí y en los alrededores, de hecho a todo lo largo de una ruta infernal de unos 50 kilómetros a través de los espesos bosques de Germania, cayeron millares de legionarios romanos, compatriotas del novelista (Castelfranco Emilia, 1942), hace dos milenios, masacrados a lanzazos y espadazos por las tribus enfurecidas de los queruscos, brúcteros y angivaros, entre otros. La peor derrota de Roma junto a Cannas, Carras y Adrianópolis. Manfredi suspira y agita la leonina cabeza orlada de cabello blanco mientras con porte de centurión musita un fragmento de Velleius Paterculus sobre el combate, en latín.

Estamos en uno de los escenarios estelares de la batalla de Teutoburgo, una de las mayores y de más trascendencia de la Antigüedad, pues acabó con el sueño de romanizar Germania y convertirla en provincia del imperio (lo que hubiera ahorrado muchos problemas futuros, aunque quizá también nos habría privado de Beethoven, Kant y Beckenbauer). Junto al lugar de la genuflexión del escritor se ha reconstruido parte del terraplén que en su día, en aquel tempestuoso y sangriento final de verano del 9 después de Cristo, levantaron con insólito sentido de la estrategia los guerreros germanos para, tras varios días de acosarlas, estrechar el ya difícil paso de las legiones, embotellarlas entre montaña y pantanos y diezmarlas con hierro. Esto es el “Varusschlacht”, el lugar del desastre de Varo, la gran trampa al pie de la colina de Kalkriese, al noroeste de Alemania, por encima de Bonn y Colonia, el único espacio identificado arqueológicamente hasta ahora de la famosa batalla de Teutoburgo. En ella, desarrollada a lo largo de varias jornadas de enfrentamientos salvajes, culminados un (otro) infausto 11 de septiembre, se desangraron hasta la aniquilación completa tres legiones enteras, el orgullo de Roma, las numeradas XVII, XIIX (el 18 lo escribían así) y XIX, junto con sus correspondientes tropas auxiliares, hasta un total de unos 17.000 combatientes, más la impedimenta y seguidores civiles, un concepto que incluía desde comerciantes y familiares de los militares a prostitutas que marchaban animosamente detrás del ejército.


El museo sobre la batalla de Teutoburgo, en Kalkriese.

Manfredi ha dedicado su última y muy emocionante novela, Teutoburgo (Grijalbo, 2017), a narrar las causas y el desarrollo de esa batalla, remontándose a la juventud del artífice de la victoria germana, el caudillo y príncipe querusco Arminio, al que el relato le imagina una estancia como rehén en Roma, donde aprende el funcionamiento y las tácticas de las legiones, lo que le permitirá luego –después de formar parte del mando de ellas, lo que sucedió en la realidad- destruirlas (el clímax de la novela).

Si la llegada de las tropas romanas al matadero de Teutoburgo, mandadas por un inepto y arrogante general, Publio Quintilio Varo –amigo del emperador Augusto-, fue un Via Crucis, la nuestra a esta zona de Baja Sajonia no ha sido menos complicada (salvando las distancias). El trayecto desde Colonia, a altas horas de la noche, con un automóvil alquilado que no conseguíamos arrancar y cuyo sistema de navegación solo informaba en alemán, resultó complejo. Además, la reserva en el hotel de Gütersloh, donde debíamos pernoctar había sido hecha por error para el mes siguiente. Así que tuvimos que refugiarnos durante unas horas en un tronado bar regentado por armenios y frecuentado por seguidores del Olympiakos griego, antes de conseguir in extremis una única habitación en otro hotel, que compartimos con alivio (“dalle stalle alle stelle”, se exclamó el novelista) y gran sentido de la camaradería, lo que permitió la excepcional visión del célebre autor de Alexandros en calzoncillos.

Hacerle de auriga a Manfredi, que decidió no conducir en todo el trayecto y dedicarse a recitar los clásicos, resulta muy ameno. El escritor va desgranando tanta información sobre la antigüedad que uno ya no sabe si está a la altura de Osnabrück o en un desvío al reino de los marcomanos, adonde Arminio envió la cabeza de Varo, que se suicidó durante la batalla (el rey de los marcomanos, Marbod, se la mandó a su vez a Augusto, por quedar bien: así acaso el emperador pudo decirle a la cara aquello de “¡Varo, devuélveme mis legiones!”). Manfredi explica que en una ocasión se vio involucrado en un acto de recreación histórica de la batalla de Teutoburgo en la que participaban entusiastas italianos caracterizados de legionarios y empeñados en ganar a sus rivales alemanes. Un profesor de Heildeberg les hizo ver lo inadecuado e inexacto de su testaruda actitud y solo entonces se dejaron masacrar, pero con desgana.

Un letrero de “Teutoburger Wald” (Bosque de Teutoburgo) nos hace saltar de entusiasmo en la autopista. Luego vemos un MacDonald’s. Al poco llegamos por carreteras secundarias al Varusschlacht Museum und Park de Kalkriese, el moderno centro creado en 2002 para explicar los hallazgos arqueológicos de la batalla de Teutoburgo. Entramos en tromba, como los galos de Astérix. Del edificio de admisión, con las taquillas y tienda de recuerdos (desgraciadamente con la mayor parte de los libros en alemán), se accede a través de un espacio abierto, en el que unos niños están formando una cohorte bajo el entusiasta mando de una profesora, al museo propiamente dicho, que es un cubo con una alta e intimidatoria torre revestida de hierro oxidado. Es evidente que alude al armamento y a las atalayas de vigilancia de la frontera del Rhin. La panorámica en lo alto es espectacular.


Manfredi, en la terraza del museo de Kalkriese.

En las salas se despliegan una pormenorizada y muy didáctica explicación de la historia de la batalla, con dispositivos multimedia (Arminio, de 26 años, y Varo de 51, en 3D se materializan para darte sus versiones de lo ocurrido) y los hallazgos arqueológicos que atestiguan que una parte sustancial de la contienda tuvo lugar aquí. Las excavaciones en los alrededores las inició el voluntarioso cazatesoros, entusiasta del detector de metales y oficial británico estacionado en Osnabrück Tony Clunn, reconocido descubridor en 1987 del lugar de la batalla, un enigma durante siglos aunque la localización en Kalkriese había sido ya propuesta por el gran Mommsen hacia 1880.


Manfredi, con una réplica de la máscara de caballería romana hallada en Kalkriese.

Los trabajos arqueológicos han permitido desenterrar un material tan fascinante como elocuente y que prueba sin lugar a dudas que hubo en el sitio un choque espectacular entre las legiones y los bárbaros germanos en las fechas exactas que atestiguan las fuentes clásicas (Tácito, Patérculo –esencial para Manfredi, que recuerda que el historiador era legado en Germania en la época de la batalla), Dion Casio y Floro, principalmente). Millares de objetos, más de seis mil –piezas de equipo militar, armas, proyectiles (piedras o plomos de honda con “SMS” como “culum pete”, “dale en el culo”), restos humanos, monedas, hasta sandalias-, la mayoría hechos trizas, reflejan la enormidad e intensidad del combate. Aquella, recalca Manfredi, fue una lucha feroz, despiadada, una “batalla de aniquilamiento” que culminó en una matanza salvaje de romanos, incluido luego el terrible sacrificio de prisioneros a los dioses germanos. Un soporte de penacho de un casco de centurión apareció junto a un trozo de mandíbula, un cráneo mostraba espeluznantes heridas de espada. Incluso se encontraron (y se exhiben), restos de las acémilas que empleaban las legiones aniquiladas, así como testimonios de la vida cotidiana de los soldados.

Manfredi, que recorre la exhibición sobrecogido, recuerda que los objetos son solo lo que quedó tras el minucioso pillaje de los vencedores. Y señala que la escasez de material propiamente germano se explica porque su equipo era más somero (era tradición combatir desnudo, empuñando la temible framea, la lanza germana) y los que portaban equipamiento Premium es porque éste era precisamente de factura romana (arrebatados en los puestos de vigilancia sobre el territorio). En una vitrina se muestra la famosa e inquietante máscara de jinete romano hallada en las excavaciones y que, multiplicada en reproducciones y postales, se ha convertido en el omnipresente icono del museo y de la batalla de Teutoburgo. La Historia misma parece mirar a través de sus ojos vacíos. Originalmente estaba revestida de una capa de plata que le fue arrancada. “Generalmente se usaban para ejercicios de equitación, no sabemos por qué la llevaría un combatiente”, apunta Manfredi, que hace aparecer la máscara en su novela y que se ha probado una réplica en la tienda. Richard Helmer, experto en reconstrucción facial (identificó los huesos de Mengele) ha realizado un molde del rostro que se escondía tras la máscara.


Soldados romanos en el bosque de Teutoburgo en un espectáculo de reconstrucción histórica en Kalkriese.

En el centro de la sala principal se despliegan las tres legiones en miniatura para que te hagas un efecto de cómo era el inmenso ejército de Varo en formación de marcha: una columna de 20 kilómetros de largo: cuando los últimos salían de un campamento los primeros ya estaban construyendo el siguiente. Mantener la capacidad operativa y las comunicaciones con esa extensión en un paisaje accidentado, sufriendo ataques sorpresa y con mal tiempo (hubo grandes tormentas, “horribile caelum”, dice Manfredi citando a Tácito), resultó tarea imposible, incluso para los romanos. Varo pagó el exceso de confianza, considera Manfredi, al dejar en manos de los auxiliares germanos, mandados por el propio Arminio la misión de explorar y detectar posibles peligros para las legiones, lo que era como confiar al zorro el cuidado de las gallinas. El general creía que Germania estaba ya pacificada, y no solo sometida, y se fiaba completamente del príncipe querusco romanizado, que hablaba latín y hasta poseía el rango ecuestre. No se dio cuenta de que se metía en una trampa.

“En formación de marcha y en ese terreno, boscoso y embarrado por las lluvias, la máquina de guerra de las legiones no pudo desplegarse y se vio atascada”, explica Manfredi, al corro que se ha formado espontáneamente a su alrededor; “una fuerza invencible en orden abierto se convirtió en muy vulnerable”.


Las legiones de Varo en miniatura en el Museo de Kalkriese.

El museo barre un poco para casa (al cabo la batalla ha sido uno de los elementos míticos de la construcción del imaginario del nacionalismo alemán) al enfatizar cómo los germanos lograron resistir y hasta vencer al imperio romano, que entonces contaba con 38 legiones, 11 flotas, 7.000 ciudades, 100.000 kilómetros de calzadas, y 70 millones de habitantes, una tercera parte de la humanidad. Pero Arminio, el gran líder pangermánico, aunque parte de la historiografía alemana lo ha reivindicado como un libertador y Hitler lo calificó de “el gran arquitecto de nuestra libertad”, no deja de ser un personaje complejo. “Es un héroe difícil de manejar”, recalca Manfredi. “Se lo puede ver como un traidor doble, primero a los suyos, a los que combatió como oficial de las tropas auxiliares romanas, y luego a sus camaradas de las legiones: es un ciudadano romano que crea una emboscada fatal a su propio ejército”. A Manfredi, pese a convivir con él toda una novela, no le es muy simpático el querusco.

Salimos del museo hacia la Killing zone. Seguimos un pequeño sendero en el bosque empedrado con planchas de metal cuadradas que sugieren escudos romanos o lápidas. De los árboles penden algunas cuerdas para trepar y columpiarse, a fin de amenizar la visita a los niños, pero que causan un efecto perturbador; crees ver a los germanos emboscados o los cadáveres de los prisioneros romanos ofrecidos a Wotan colgados de las ramas. Manfredi no resulta muy tranquilizador evocando la matanza. “Había una tempestad, caían árboles derribados por los rayos, el suelo estaba enfangado. De repente surgió el clamor de los bárbaros escondidos en la colina”. Es como visionar las primeras escenas de La caída del imperio romano o Gladiator. Pero aquí los germanos ganan por goleada. Los soldados se vieron atacados por el flanco, desde la altura, apelotonados en el estrecho paso que dejaba el muro disimulado con vegetación en un lado y los pantanos en el otro”.

Hoy el lugar, el campo llamado Oberesch, está muy cambiado. Hace solete y canta un petirrojo. Los pantanos de antaño son una amable y extensa planicie cubierta de hierba y diente de león, excepto una pequeña porción que, con cañas e inundada artificialmente, permite imaginar cómo era el terreno en el que lucharon y murieron los romanos. Nos acercamos al talud germano reconstruido. Frente a él se indica el lugar del hallazgo de una asombrosa cantidad de elementos, incluida la máscara, trozos de armas, y restos humanos. Los legionarios, apunta Manfredi, probablemente trataron de escalar el letal terraplén componiendo la testuto valaria, la tortuga para escalar muros, protegiéndose con los escudos y subiendo una fila de soldados sobre los de los compañeros (espero que no quiera que lo probemos: seguro que me toca a mí debajo). En todo caso, no sirvió. El autor evoca in situ, de manera impresionante -como en su novela- a las tropas romanas diezmadas, apretados los legionarios escudo con escudo, hombro con hombro, los gladios en la mano, protegiendo sus enseñas alzadas, resplandecientes fugazmente los golpeados y ensangrentados cascos y corazas por la iluminación fugaz de un relámpago. “No les quedaba más que coraje”.


Restos humanos con marcas de heridas de armas en el Museo de Kalkriese.

En el cielo vuelan muy alto tres rapaces. ¿Serán las águilas perdidas de las legiones? Los germanos capturaron las preciosas insignias, incluida la que trató de esconder sumergiéndola en el pantano su portador. “Se tardó años en recuperarlas las tres, y con ellas el honor de Roma”, recuerda Manfredi. “Los germanos las habían depositado en los altares de sus dioses”.

Tras hacer Manfredi su ofrenda floral y picarme yo con una ortiga (¡herido en Teutoburgo!) al tratar de coger lo que me parecía un denario romano y que resultó ser una chapa de cerveza, regresamos cabizbajos. Como reliquia me he llenado los bolsillos con tierra del lugar, tierra que una vez estuvo empapada de sangre, me parece más emotivo que un pin. “Esto fue el Vietnam de Roma”, comenta el novelista. “Y el fin de un sueño de imperio universal, Augusto no buscaba llevar la frontera hasta el Elba, 600 kilómetros al este del Rin, sino más allá, hasta el confín del mundo conocido”. Manfredi acaba el paseo como su libro: “Con la batalla de Teutoburgo Roma perdió Germania, y Germania perdió Roma”.

sábado, 26 de agosto de 2017

Interior argentino: El fucking caudillo Estanislao López

Estanislao, el patrón del Litoral
¿Qué hubiese hecho Estanilao López con Los Monos o cualquier otra organización que desafiara su autoridad? Inevitable preguntárselo el día cuando el juez Ismael Manfrín, quien presidirá el tribunal del juicio contra la banda narco, suspendió el inicio del juicio, invocando nuevo material probatorio y la posible inclusión en el pelotón de enjuiciados de Ramón Machuca, más conocido como Monchi Cantero, quien iba a ser juzgado separado de los otros 23 imputados. Pero también es necesario preguntarlo al cumplirse 179 años de la muerte de López.
Por Urgente 24




Nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1786, hijo del oficial de milicias, Juan Manuel Roldán Ávila y María Antonia López Isaurralde. Estanislao López asistió a la escuela franciscana de su ciudad hasta los 15 años, que ya estaba marchando a órdenes de su padre en la lucha contra los indios del Chaco y a los 17 años ingresó en la Compañía de Milicias provinciales.

En 1806, con la 2da. invasión británica, se unió a la expedición de Santa Fe que luchó en Ciudad de Buenos Aires, y 4 años después integró el movimiento militar patriota desde el Cuerpo de Blandengues de Santa Fe. Luchó a las órdenes del general Manuel Belgrano en la expedición al Paraguay, fue capturado por los españoles en la batalla de Paraguarí, conducido a Montevideo pero pudo escaparse y se puso a órdenes del general José Casimiro Rondeau.

En 1811 regresó a Santa Fe con el cargo de alférez y participó en los combates contra los españoles que bloqueaban los puertos sobre el río Paraná, pero también combatió contra los aborígenes del Chaco.

Más tarde peleó contra los caudillos federales de Entre Ríos en el Combate del Espinillo y otra vez fue prisionero, y así pudo conocer al caudillo José Artigas. Y hubo o empatía o respeto.

López se estrenó como caudillo en 1816, a órdenes del comandante Mariano Vera.

López y Artigas comandaron las tropas en la revuelta del ejército de Santa Fe contra el gobierno de Buenos Aires y derrotaron al ejército bonaerense del general Juan José Viamonte. Luego de esta batalla, fue ascendido a capitán y nombrado jefe de la frontera norte de Santa Fe, desde donde emprendió una nueva expedición contra los pueblos indígenas.

Los Combates del Brigadier Estanislao López



En 1818, aprovechó la revolución contra el Gobierno de Vera y el 23/07/1818, a sus 31 años, asumió como nuevo gobernador, y fue el patrón de Santa Fe hasta el día de su muerte.

López fue reelecto durante 2 décadas, y gozó de un amplio apoyo de la población que le reconoció el estímulo a la agricultura y a la ganadería, la separación de la provincia respecto al gobierno bonaerense, la tranquilidad de las fronteras, el inicio de escuelas y cierta mejora en la administración de Justicia.

López tuvo que ganarse el respeto de su gente reprimiendo el movimiento autonomista del gobernador Juan Ramón Balcarce, general del ejército de Buenos Aires, quien organizó una invasión a la provincia desde Córdoba, al mando del coronel Juan Bautista Bustos, y desde el sur.

López decidió desgastar a su enemigo con ataques relámpagos permanentes, una guerra de guerrillas. Esto hizo con Bustos en Fraile Muerto, dejándolo sin caballos y volviendo inmediatamente a Santa Fe para recibir a las tropas de Balcarce, aunque no tuvo el mismo resultado. Entonces, López huyo hacia el norte y los porteños tomaron Santa Fe. Pero después de un tiempo, López fue por la revancha y volvió a recuperar su capital.

Juan Martín de Pueyrredón no reconoció esta derrota y envió a Juan José Viamonte a Santa Fe para reforzar el frente de Bustos, y López reaccionó igual que en el pasado: un ataque rápido y precido a los cordobeses para regresar contra los bonaerenses, pero esta vez, luego del empate frente a Bustos y la victoria frente a Viamonte, se enteró, según sus apologistas, que las guerras domésticas afectaban la campaña del General José de San Martín.

Entonces, el 12/04/1819, firmó con el Directorio Supremo el armisticio de San Lorenzo, con el que consiguió un breve respiro, mientras hacía sancionar la 1ra. Constitución que hubo en las Provincias Unidas, la de Santa Fe.


Estanislao López y Pancho Ramírez



En Buenos Aires, Rondeau reemplazó a Pueyrredón, pero con similar estrategia pidió ayuda a las fuerzas orientales y al Ejército del Norte pero ambos se negaron y dejaron al Directorio sólo frente a los federales de López y Francisco Ramírez, que respondían a Artigas, y José Miguel Carrera y Carlos María de Alvear, el 01/02/1820 en la batalla de Cepeda.

La importancia del combate fue la disolución del Directorio y que Buenos Aires aceptara su igualdad respecto de las demás provincias. Poco después se firmó el Tratado del Pilar entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, que establecía la paz entre los federales y Buenos Aires.

Pero no se cumplió, López invadió nuevamente Buenos Aires y venció en la batalla de Cañada de la Cruz.

Pero los porteños, dirigidos por Manuel Dorrego, derrotaron a Alvear y Carrera en San Nicolás, y a López en Pavón.

Así se llegó a la sangrienta Batalla de Gamonas, en la que López volvió a derrotar a Buenos Aires.

Regresó la paz, el 24/11/1820 con el Tratado de Benegas. López consiguió una indemnización por las invasiones porteñas que su provincia había sufrido, y el coronel Juan Manuel de Rosas se encargó de pagarla.

Durante los años siguientes, López gobernó su provincia asegurado por el Tratado del Cuadrilátero, del 25/01/1822, entre Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires y Santa Fe. Entonces pudo enfocarse en mejorar su economía ganadera y comercial.

Liga de Pueblos Libres



Después de la Convención Nacional que se reunió en Santa Fe, los representantes de las Provincias Unidas nombraron a López jefe del ejército federal, y al gobernador de Buenos Aires, Dorrego, encargado de las relaciones exteriores.

En diciembre de 1828, Juan Lavalle derrocó y asesinó al gobernador Dorrego. López y Rosas se aliaron y lo derrotaron en la batalla de Puente de Márquez. Rosas fue el nuevo gobernador.

López y Rosas, al frente de la Liga del Litoral, atacaron juntos a José María Paz, líder de la Liga Unitaria del Interior y dos veces victorioso sobre el riojano Facundo Quiroga. La Batalla de Fraile Muerto (provincia de Córdoba, Argentina, 05/02/1831) enfrentó al coronel Juan Esteban Pedernera y los federales bajo la dirección del coronel Ángel Pacheco. El triunfo de los federales consolidó la hegemonía de López, Quiroga y Rosas.

López era una de las grandes figuras del Federalismo, en especial de quienes no querían someterse a Rosas, pero iba perdiendo prestigio e influencia porque los gobernadores sólo reconocían a Rosas como su jefe.

López, el árbitro del Litoral, murió de turbeculosis en Santa Fe en junio de 1838, a sus 52 años. El luto por su muerte duró 1 mes y Santa Fe fue escenario del mayor cortejo fúnebre de su historia.

viernes, 25 de agosto de 2017

SGM: El hijo de Alá que salvó a los hijos de David

El musulmán que salvó a cientos de judíos de París en la SGM

Javier Sanz | Historias de la Historia


De vez en cuando viene bien echar la vista atrás y comprobar que muchos conflictos que hoy en día parecen enquistados en nuestras sociedades… no siempre fueron así. Concretamente, al conflicto político, entre árabes e israelíes, y al religioso, entre musulmanes y judíos. Esta es la historia de Si Kaddour Benghabrit, fundador y rector de la Gran Mezquita de París, que durante la Segunda Guerra Mundial proporcionó refugio y certificados de identidad musulmana a cientos de judíos para evitar la detención y la deportación.



Si Kaddour Benghabrit nació en Argelia en 1873. Tras completar los estudios en una madrasa se trasladó hasta Fez (Marruecos) para matricularse en la Universidad de Qarawiyyin donde adquirió una sólida formación en francés y árabe. Gracias a este doble aprendizaje comenzó a trabajar en la administración marroquí como intérprete en sus relaciones con Francia, ganándose el favor de unos y de otros. En 1916 fue enviado a Hiyaz (Arabia Saudita) para ayudar y asegurar el bienestar de los musulmanes que iban en peregrinación a la Meca desde el Norte de África, para lo que fundó la Société des Habous et des lieux saints de l’islam (Sociedad de las dotaciones y de los lugares santos del Islam). En 1920, la Sociedad solicitó autorización para construir en París una mezquita que simbolizase la eterna amistad entre Francia y el Islam, además de un homenaje a los miles de soldados musulmanes que cayeron defendiendo Francia durante la Primera Guerra Mundial. Con el apoyo del Presidente de la República y del parlamento, la donación de los terrenos por parte de la ciudad de París y las aportaciones económicas de musulmanes de todo el mundo, el 15 de julio de 1926 se inauguraba la Gran Mezquita. Desde su apertura, no sólo se dedicó a la oración, la mezquita también era un centro cultural y un lugar donde los visitantes eran alimentados, podían bañarse y descansar en sus jardines. Como miembro muy activo de la sociedad parisina, a Benghabrit se le comenzó a llamar le plus parisien des musulmans (el más parisino de los musulmanes).



Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial se demostraría que el espíritu solidario de Benghabrit no entendía de credos. Con la ocupación de Francia, la Gran Mezquita de París se convirtió en lugar de refugio para la comunidad musulmana… y judía. Sin un plan previo y fruto únicamente de la solidaridad y la compasión, Benghabrit organizó una red que recogía a los judíos perseguidos y los escondía en los sótanos de la mezquita hasta conseguirles documentos falsos para sacarlos de París y llevarlos al Magreb haciéndolos pasar por musulmanes. Es difícil cuantificar el número de judíos que se salvaron gracias a Benghabrit, ya que, dependiendo de las fuentes consultadas, el número varía entre los 500 y los 1.700, pero creo que lo importante de esta historia es que Benghabrit y los musulmanes de París se jugaron la vida por salvar a cientos de judíos.

Después de la liberación, sufrió un accidente de coche y abandonó su trabajo en la Gran Mezquita para organizar conferencias relativas a la ciencia y la medicina en el mundo musulmán. Benghabrit cayó en desgracia con sus compatriotas cuando se opuso a la independencia de Argelia. Murió en 1954.



En 2011, el cineasta franco-marroquí, Ismaël Ferroukhi, llevó a la gran pantalla la historia de Si Kaddour Benghabrit y de los musulmanes de la resistencia francesa en Les hommes libres.

miércoles, 23 de agosto de 2017

Corea del Norte: El éxito diplomático en la captura del USS Pueblo

Corea del Norte y el Pueblo

Régimen de gángsters


Recordando uno de los horribles triunfos de la política exterior de Corea del Norte




ALTO en la agenda de John Kerry, el secretario de Estado de Estados Unidos, mientras hacía breves visitas a Seúl y Pekín esta semana, era el dolor de cabeza perenne de cómo tratar con Corea del Norte. Es probablemente un pequeño consuelo que al menos las cosas no son tan malas como lo fueron en 1968. Ese fue el año en que Corea del Norte se apoderó de un buque de espionaje estadounidense, el USS Pueblo, matando a un miembro de la tripulación y torturando a los otros 82 rehenes por casi un año.
Un buen libro nuevo, sin embargo, "Act of War: Lyndon Johnson, Corea del Norte y la captura de la nave espía Pueblo", es un recordatorio también de lo poco fundamental ha cambiado en el régimen de Corea del Norte desde entonces. Todavía no es tanto un estado pícaro como un gángster, que mantiene su poder con brutalidad inigualable en el país y establece sus propias reglas en el extranjero.
El libro, de Jack Cheevers, ex reportero del Los Angeles Times, se basa en extensas entrevistas con la tripulación y otras personas involucradas en el desastre y en material recientemente desclasificado. Es en parte una dolorosa historia humana del sufrimiento de la tripulación y en particular de su capitán, Lloyd M. ("Pete") Bucher.

Sufrían terribles palizas físicas a manos de sus captores y condiciones espantosas. Y Bucher tuvo que vivir con la humillación de ser el primer comandante naval norteamericano desde 1807 en entregar su nave sin pelea, ya una dictadura comunista, con lo que el señor Cheevers llama "una armada de bañera".

Como resultado, Corea del Norte obtuvo acceso a un tesoro de secretos estadounidenses, que presumiblemente compartió con su entonces aliado, la Unión Soviética. Fue casi un medio siglo antes de las revelaciones de Edward Snowden, lo que un historiador de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos llamó "la peor pesadilla de todos, superando en daños todo lo que le había pasado a la comunidad criptológica".

La debacle americana fue el resultado de lo que parece incompetencia extraordinaria. El pueblo "gimió bajo el peso de una pequeña montaña de papeles secretos", pero no tenía medios para deshacerse rápidamente de ellos o de su equipo electrónico de última generación. Estaba demasiado ligeramente armado para defenderse, pero otros barcos y aviones estaban demasiado distantes para acudir en su ayuda cuando fue secuestrado en la costa norcoreana. Justo antes de que el Pueblo llegara, la radio norcoreana había amenazado con "contramedidas decididas" contra "barcos espías" estadounidenses, y la tensión había aumentado cuando los comandos norteños fueron interceptados en Corea del Sur en una misión fallida para asesinar al presidente Park Chung-hee. Sin embargo, las señales de advertencia fueron ignoradas.
Para Corea del Norte, el asunto fue un triunfo. Además de la ganancia inesperada de inteligencia, todavía es capaz de retratar la captura como un triunfo sobre la superpotencia, utilizando el pueblo como una atracción turística. Y sólo liberó a la tripulación después de recibir una abjeta y falsa disculpa americana.
Dos características escandalosas del comportamiento de Corea del Norte en 1968 siguen siendo, por así decirlo, la política oficial. Uno de ellos es un desprecio total por el derecho internacional. El pueblo estaba en aguas internacionales. Desde entonces Corea del Norte ha participado en ataques terroristas contra aviones de pasajeros y en terceros países (como Birmania en 1983); Falsificación de moneda y contrabando de drogas; En la salida del Tratado de No Proliferación Nuclear; Y, en fecha tan reciente como 2010, al hundir un buque naval surcoreano.
Otro es el hábil uso del miedo a la escalada inaceptable para conseguir su camino. Lyndon Johnson, en el apogeo de la guerra de Vietnam, se mostró reacio a abrir un segundo frente en Corea, temiendo que las represalias contra el Norte pudieran provocarlo para atacar al Sur o alentar al Presidente Park a invadir el Norte. Ahora el arsenal nuclear primitivo del Norte da su chantaje otro borde de disuasión. Lo que el Sr. Cheevers escribe sobre 1968 sigue siendo cierto: que el verdadero peligro en la península es "un error de cálculo de un lado acerca de cómo el otro reaccionaría a una provocación seria".

Un tercer aspecto del comportamiento de Corea del Norte, sin embargo, ya no puede ser sostenible. Antes de firmar la humillante disculpa americana que aseguró la liberación de la tripulación del Pueblo, los estadounidenses dejaron claro en público que pensaban que era una tontería. Esto no le importaba a los norcoreanos, ya que su propio pueblo nunca necesitaba saber sobre el "pre-repudio".
Al tratar con Corea del Norte ahora es un poco de consuelo pensar que sus líderes ya no pueden estar tan seguros de que su control de la información es tan impermeable. Pero, de nuevo, eso podría hacerlos aún más intransigentes.

(Crédito de la imagen: AFP)

martes, 22 de agosto de 2017

SGM: Japón repatriará más de 1 millón de sus muertos

Japón devolverá a más de un millón de muertos de guerra


George Winston | War History Online



Batalla de Singapur, febrero de 1942. Las tropas japonesas victoriosas marchan a través del centro de la ciudad.


Hubo más de 2,4 millones de japoneses muertos en la Segunda Guerra Mundial que nunca se han tenido en cuenta. Sus restos han sido dejados de Siberia a las Islas Salomón y desde las profundidades del Océano Pacífico hasta la frontera de la India. Murieron en naufragio de acorazados, en cargos de banzai y en campos de prisioneros. Incluyen soldados y civiles, principalmente durante la lucha cuerpo a cuerpo que tuvo lugar al final de la guerra en Okinawa.

Ahora, más de 70 años desde el final de la guerra, el gobierno japonés está avanzando en planes para repatriar tantos muertos como puedan.

La actual sesión de la Dieta está considerando una legislación que establecerá un objetivo de traer 1.3 millones de muertos de guerra en casa desde el extranjero. El objetivo es repatriar a muchos dentro de nueve años. Es menos de la mitad de los desaparecidos, pero seguirá siendo un logro importante.



Tropas japonesas cargan en un buque de guerra en la preparación para una carrera expresa de Tokio alguna vez en 1942.

El plan pide a las organizaciones privadas aprobadas por el Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar Social que estudien documentos oficiales en las oficinas de registros públicos para identificar lugares probables donde queden muertos de guerra japoneses.

En algunos casos, Siberia, por ejemplo, los restos son enterrados en sepulcros cerca de campos de prisioneros de guerra. En otros casos, los restos quedaron en los campos de batalla.

Una vez identificados los restos, el gobierno creará una base de datos de ADN para ser cruzada con familiares sobrevivientes. Cuando se emparejan, los restos serán devueltos a los miembros de la familia.

En los últimos años la búsqueda de soldados desaparecidos se ha vuelto lenta y burocrática. Originalmente fue un esfuerzo ad hoc inmediatamente después de la guerra, realizado por amigos y seres queridos. Eventualmente, el ministerio asumió la responsabilidad de los esfuerzos, llevando a las críticas.


Invasión japonesa de Java.

En conmemoración del 70 aniversario del fin de la guerra, el gobierno reveló una campaña de 10 años para recuperar a los muertos. Después de este período, el gobierno dejará de buscar. Hay muchos restos, reconoce el gobierno, que nunca pueden ser recuperados. Hay naufragios en el Pacífico que nunca se pueden encontrar y hay pilotos kamikaze que se vaporizaron cuando sus aviones explotaron.


"Hasta 530.000 hombres se perdieron en el mar durante la guerra, por lo que será prácticamente imposible encontrar a esas víctimas", dijo Usan Kurata, presidente de Kuentai-USA, una organización sin fines de lucro con sede en Kyoto y que trabaja con Local en sitios alrededor del mundo para localizar y recuperar a las víctimas de la guerra.

"Hasta la fecha, el esfuerzo de recuperación por parte del gobierno japonés y los grupos privados ha sido excesivamente burocrático y lento, pero esperamos que esta nueva iniciativa sea significativa, sobre todo porque este gobierno ha declarado que la recuperación de los restos de desaparecidos de Japón es su Responsabilidad ", dijo Kurata a DW.com.


Yokosuka D4Y3 (Tipo 33) "Judy" en una zambullida suicida contra el USS Essex (CV-9), 1256 horas, 25 de noviembre de 1944. Las aletas se extienden, el tanque de ala de puerto auto-sellante de Yokosuka "Suisei "Es el humo.

Kuentai-USA es uno de los mayores grupos privados de recuperación. Ha repatriado cerca de 18.000 conjuntos de restos. Cerca del 70% de todas las víctimas recuperadas se encontraron en la última década.

El grupo ha estado en Filipinas, Guam, y Saipan. Regresa a Saipán para excavar un tramo de tierra donde los defensores japoneses llevaron a cabo la última acusación de banzai de 1945. Cientos de hombres murieron en ataques con olas humanas, junto con decenas de soldados estadounidenses.

Además del 70 aniversario del fin de la guerra, una visita estatal del emperador y emperador japonés a la isla de Peleliu reavivó el interés por recuperar a los muertos desaparecidos.

Peleliu es parte de Palau y el sitio de una de las batallas más sangrientas en el teatro pacífico. Aproximadamente 16.000 japoneses murieron allí con unos 2.000 soldados estadounidenses.

Durante su visita en 2015, el emperador y la emperatriz dieron sus respetos en los monumentos erigidos en honor de las tropas de ambos lados.


La primera ola de Marines estadounidenses en LVTs durante la invasión de Peleliu el 15 de septiembre de 1944.

"Había habido conversaciones sobre las operaciones de recuperación conjunta antes de la visita del emperador y la emperatriz, pero ese viaje se convirtió en algo de un catalizador para más acción", dijo Charles Mitchell, jefe adjunto de misión en la embajada de Palau en Tokio.

En Peliliu, muchos de los defensores japoneses se negaron a rendirse. Fueron enterrados en los túneles que defendían. Muchos de esos túneles nunca han sido abiertos.

"Esperamos ser capaces de proporcionar el conocimiento local de exactamente dónde están estas cuevas y donde otros restos podrían ser, pero también habrá un fuerte compromiso con la seguridad cuando el trabajo de recuperación comience", dijo Mitchell. "Tenemos que asegurarnos de que es seguro entrar en estos túneles antes de que podamos empezar a recuperar restos".

En mayo pasado, hubo una ceremonia en el Cementerio Nacional de Chidorigafuchi. El cementerio fue construido en 1959 para ser el último lugar de descanso para soldados japoneses desconocidos. Será el hogar de los restos entrantes.

En la ceremonia, a la que asistieron el Primer Ministro Shinzo Abe y su esposa, la Princesa Kiko, los restos de 2.498 soldados de Papua Nueva Guinea, las Islas Salomón y Rusia fueron enterrados.


lunes, 21 de agosto de 2017

Revolución Americana: ¿Qué les pasó a los leales a la Corona?

¿Qué pasó con los leales británicos después de la guerra revolucionaria?



Durante la Guerra Revolucionaria, muchos leales fueron tratados brutalmente - ???? Como el hombre tarred y emplumado en esta impresión. Cuando terminó la guerra, los leales encontraron a menudo que tenían que defenderse por sí mismos, o huir.
David Claypoole Johnston / Biblioteca del Congreso

Es el fin de semana del cuarto de julio - una época que muchos americanos dedican a celebrar democracia y el nacimiento de los Estados Unidos. Pero hace más de dos siglos, cuando la Guerra Revolucionaria terminó con una victoria estadounidense, no todos celebraban.


Se calcula que entre el 15 y el 20 por ciento de la población en aquel entonces seguía siendo leal a la Corona Británica. Naturalmente, no estaban tan emocionados por la rendición británica culminante en la batalla de Yorktown en 1781, que efectivamente selló el destino del intento del rey Jorge de mantener a los colonos en la línea.

Entonces, ¿qué pasó con estos leales que de repente se encontraron en el lado equivocado de la historia? Para responder a esa pregunta, Rachel Martin, de NPR, habló con Maya Jasanoff, profesora de historia en la Universidad de Harvard.

Destacados de la entrevista

En lo que fue ser un lealista británico durante la revolución americana


Definitivamente hubo casos de gente siendo golpeada por las pandillas que venían a su casa y los acosaban por estar en el lado equivocado. Hay que decir que algunos leales ciertamente fueron capaces de simplemente mentir bajo y hacer su negocio y tratar de no decir demasiado sobre la política. Pero si usted vivía en las líneas de frente de estos ejércitos avanzando va y viene a través de las colonias, podría ser realmente una elección difícil y una situación difícil de ser pulg

Sobre las vidas de los leales después de la guerra

Los combates continuaron, en particular, en el interior del sur. Y fue en regiones como esa que los leales todavía trataron de luchar por el imperio en el que creían.

Es una parte de la guerra que tendemos a no pensar demasiado o aprender en la escuela. Pero había mucho derramamiento de sangre, y particularmente en el Sur. Y bandas de revolucionarios, bandas de leales, se atacarían unos a otros, irían a las plantaciones del otro. De hecho, algunas de las grandes batallas en el Sur ocurrieron después de la rendición en Yorktown.

Por lo tanto, lo que todo esto significa es que había un clima de violencia y un clima de miedo para muchos leales. Y eso significaba que cuando las negociaciones de paz se estaban llevando a cabo, estaban realmente preocupadas por el tipo de protecciones que podrían tener en los nuevos Estados Unidos. Y durante este período, muchos de ellos sintieron que las protecciones que los Estados Unidos ofrecían no eran promesas de que pudieran realmente quedarse atrás.

Y así, cuando los británicos se retiraron ciudad tras ciudad en Estados Unidos, hasta decenas de miles de leales a veces iban con el ejército en retirada a Gran Bretaña y otras partes del Imperio Británico. ... Alrededor de la mitad de los leales que salieron de Estados Unidos terminaron por irse al norte de Canadá, establecerse en la provincia de Nueva Escocia y también convertirse en colonos pioneros en la provincia de New Brunswick.


Sobre cómo los libros de historia conmemoran a los leales

Por el lado americano, por supuesto, son perdedores. Y la historia es, como sabemos, escrita por los ganadores. Así que no hay mucho lugar para los leales - especialmente los leales que se fueron - en la historia americana estándar.
Pero los británicos también tienen una especie de complicada relación con los leales. Y creo que la razón es que los británicos tienen una relación complicada con la Guerra Revolucionaria y con los Estados Unidos, un lugar al que ellos querían aferrarse y fallar. Y los leales eran, a veces, un recordatorio muy inquieto de esta derrota.

domingo, 20 de agosto de 2017

Biografía: La cripta de Bouchard

La cripta del corsario
Jorge Fernández Díaz

Investigación de Roberto Ulloa sobre el final de Hipólito Bouchard




Pocas vidas tan extraordinarias como la del corsario Hipólito Bouchard, más propia de la literatura que de la realidad.
Pero no menos asombrosas fueron las circunstancias misteriosas de su muerte en el desierto del Pacífico y la secular peregrinación de su cuerpo hasta volver a Buenos Aires.
Esta es la historia de sus últimas horas y de la búsqueda de su tumba vacía.
Repasemos los hechos conocidos de su vida; fue pescador, soldado, revolucionario, comerciante, granadero, padre, corsario y agricultor. Sus patrias fueron Francia donde nació, Argentina donde tuvo sus hijas y Perú donde murió.
Por las tres batalló en el mar y propagó las ideas de la revolución.
Brown y San Martín lo eligieron para el combate, o quizás el los eligió a ellos para pelear a su lado; un soldado siempre sabe quién no lo defraudará en la hora.
Thomas Cochrane fue su acérrimo enemigo; también el británico estaba a su altura. En algún momento de su vida cambió su nombre Paul por Hipólito y fue conocido por este.
Vivió en el mar gran parte de su vida; fue un hombre duro como su época. O quizás más.
El hecho capital de su vida fue el largo corso circunnavegando el mundo al mando de la fragata “La Argentina”. Con aquellas singladuras épicas Bouchard definió la palabra corsario y entro a la historia.
Sabemos que el Congreso del Perú recompensó su esfuerzo libertador con una Hacienda en San Javier, Nasca.
Hacia 1829, desembarcó de la goleta La Joven Fermina que llevaba el nombre de su hija a la cual nunca conoció y partió al desierto.
No hay registro alguno de esa travesía, pero nada nos impide reconstruirla y la amable literatura perdonará ciertas imprecisiones.
Es probable que el corsario haya navegado desde el puerto militar de El Callao hasta el puerto de Pisco para ahorrar jornadas de viaje en carreta.
Al desembarcar debió hacerse de caballos, porteadores y guías para el tramo final; podemos suponer que algún camarada de armas fue su ocasional compañero de aventura.
Sabemos que viajó armado con su viejo sable, vestido con su levita azul de uniforme y cargando dos valijas; en ellas transportaba un anteojo largavista, un octante, algo de ropa y sus libros; entre ellos las Ordenanzas de la Armada Real en dos tomos y la edición de Meditaciones Cristianas escritas por el príncipe de Hohenlohe.
Curiosa debió ser esa caravana encabezada por un marino que transitaba una senda secundaria del Camino del Inca para adentrarse hacia la cordillera.
Los mapas peruanos de la época indican que sus postas naturales fueron el Tambo Colorado; luego Huacachina -el oasis en el desierto- y finalmente Palpa. Desde ahí debió seguir hacia el sur a la vera del Río Grande hasta llegar al Ingenio San Javier.
Podemos imaginar su alivio cuando vio el verde emerger entre el desierto en las dos márgenes del Río Grande.
También podemos imaginarlo desensillando frente a la puerta de la monumental iglesia del fundo en cuya periferia se alzaba San Javier; entonces una aldea de casas de adobe.
Un medallón esculpido con el escudo de la Compañía de Jesús prefiguraba a los jesuitas que habían sido expulsados de América.
Parado frente al frontis de la iglesia la curiosidad debió embargarlo por un instante; desde los capiteles del templo una veintena de mascarones de rasgos afronazqueños lo examinaban.
La lengua afuera y un anillo en la boca les conferían una agresividad singular para un templo religioso y quizás Bouchard presintió el destino.
Al costado de la iglesia lo esperaba la casa de la hacienda. Amplia, fresca, de adobe. Tras cincuenta años de vida errante el corsario se detuvo.
Durante la siguiente década regenteó el latifundio produciendo aguardiente que debió comercializar desde el puerto de Pisco. Algunos relatos lo ubican amancebado, pero no hay registros oficiales de ello.
Un hijo, sin embargo, no es imposible en esos años de desierto.
El duro trabajo agrícola y la rutina de los ciclos de cosecha le confirió cierta previsibilidad a sus jornadas que debió disfrutar tras una vida áspera donde la moderación estuvo ausente.
Sus distracciones serían la misa de los domingos y la fiel lectura de las Meditaciones Cristianas con sus severas exhortaciones para llevar una vida justa.
Quizás haya transitado junto a las crípticas líneas de Nasca o las pirámides de Cahuachi sin advertirlas. El fin de sus días ocurrió el 4 de enero de 1837.
En la página 29 de las Meditaciones, el príncipe de Hohenlohe nos advierte: “Ningún tiempo es más peligroso que el de la noche, no solo para el cuerpo sino también para el alma. ”
No es imposible que Bouchard se detuviera en estas líneas del libro aquel miércoles a las siete de la tarde cuando el peligro en la noche se encarnó en uno de los esclavos del fundo.
Nadie sabrá cómo se gestó aquella muerte que pudo deberse al rencor o la codicia.
Adelfo Bernales, un joven afronazqueño enfrentó al viejo corsario, acompañado por otros; todos de rasgos guerreros similares a los mascarones de la iglesia. Gritos, resuello, violencia.
Alguna maldición sin odio. Toda pelea se parece pues está en juego la vida. Un golpe, otro; no muchos. Los mascarones no sabían que mataban una leyenda.
De esa noche solo hemos recuperado un acta de defunción donde el padre Isidro Cáceres registra con caligrafía bastardo español apresurada “…di sepultura con cruz alta en la bóveda de San Francisco Xavier al cuerpo difunto de Bouchard…”.
No hubo agonía; Cáceres nos explica esto desde el pasado al afirmar que Bouchard no dejó testamento ni recibió sacramento alguno dado lo súbito de su asesinato.
La espada del corsario no figuró en el inventario de bienes que años después fue entregado a su familia.
Es posible que la empuñara cuando entrevió que Bernales venía por él; es probable también que alguien se la apropiara al escapar y aun esté en el desierto.
Como ocurre con todos los hombres, en un instante Bouchard se desvaneció de la historia.
Más de un siglo transcurrió y todos quienes habían vivido en su época también murieron.
Los terremotos hicieron su tarea para garantizar el olvido de Bouchard derrumbando techos y rajando las gruesas paredes con esa indiferencia terca propia de la naturaleza.
A mediados del siglo 20 el retablo de la iglesia, una obra de arte magnífica tallada en madera, había sido desgajado pieza por pieza del templo. También faltaban seis de las siete campanas del templo.
Profanado y destruido, la vieja iglesia ya no era un lugar sagrado. Sin embargo, las gárgolas mantenían la guardia mientras el corsario esperaba protegido en su cripta.
Hacia 1952 otro sacerdote, el cura párroco Filiberto Steux, se topó con la secular partida de defunción del marino mientras ordenaba su archivo de muertes.
La tenacidad del papel y la tinta había hecho llegar el mensaje final del corsario y diez años más tarde un grupo de hombres iluminados por velas ingresó a la bóveda subterránea para buscarlo.
Un niño del pueblo los acompañaba, testigo impensado del proceso.
Cincuenta y dos tumbas congregaban a quienes tuvieron el privilegio de ser enterrados en la iglesia, todos ellos con los pies apuntados hacia el altar fijo, pero ninguno bajo este, como prescribía el ritual romano.
Una de las tumbas – al amparo de un Cristo pintado de negro en la pared de la bóveda- les llamó la atención: las siglas HB y la cifra 1837 grabadas en la pared señalaban a Bouchard.
Horas más tarde la comisión oficial partió de Nasca con los restos exhumados y un acta labrada sobre el éxito de su misión; días después el Panteón Nacional de los Próceres recibiría la urna de zinc en Lima.
Hay registros del desfile militar por El Callao en el cual la urna fue transportada en hombros por seis cadetes navales hasta el Crucero La Argentina.
El buque Escuela había recalado en el puerto peruano para llevarlo de regreso a Buenos Aires y quiso el azar que la nave llevara el mismo nombre de aquella fragata corsaria.
Bouchard se hizo de nuevo a la mar y otro gesto amable tuvo el destino pues La Argentina replicó aquel viaje corsario de 1817: una vez más recaló en la Isla de Hawái, una vez más barajó la costa de California donde el corsario había izado la bandera argentina en la ciudad de Monterrey, una vez más navegó las aguas de Haití.
Tras 105 días de mar, el sábado 10 de noviembre de 1962, Bouchard amarró en el puerto de Buenos Aires al cual había arribado por primera vez en 1810. Dicen que uno siempre llega a donde lo están esperando.
Ese sábado lo recibió una pequeña multitud entre quienes se contaba el presidente de la Nación . Hubo discursos, placas, libros, monumentos y un entierro de héroe en el cementerio de la Chacarita.
Luego los vivos volvieron a lo suyo. Y en el desierto de Nasca la vieja tumba quedó vacía y olvidada. Otro medio siglo transcurrió hasta la tarde cuando arribamos a la puerta de la iglesia de San Javier.
Buscábamos aquella tumba y el camino para hallarla había sido largo.
Supe del capitán Bouchard, por primera vez, en alguna clase de historia, pero el corsario esencial se perdió entre los adjetivos y las fechas que tantas veces demandan los programas académicos; años más tarde, en 1982, navegué en el último buque argentino que llevó su nombre y hubo una noche de mayo donde cientos lo evocamos en el mar sin saberlo mientras izábamos la bandera de guerra.
Hacia fines del siglo pasado fui parte de La Argentina, un buque que no solo repetía el nombre de su fragata corsaria, sino que también honró su espíritu.
Años después, al llegar a Perú, dos hechos curiosos convergieron: recorriendo la pampa de Junín, donde el coronel Suarez torció el destino de la famosa batalla por la independencia, un guía local me habló sobre la tumba vacía de Bouchard en una iglesia jesuita destruida, cerca de las líneas de Nasca.
Poco después el azar me llevó a encontrar, en los estantes de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima, una tesis -de 1974- que trataba sobre el valor monumental de las Iglesias de San Javier y San José.
Dos amigos, Michel Piaget Mazzetti y Jaime Lecca Roe , habían elegido las iglesias como tema para graduarse de arquitectos y como ocasión para la aventura.
En un escrito excepcional Michel y Jaime mencionan la existencia de la tumba del corsario en la cripta de la iglesia de San Javier. La curiosidad hizo el resto.
Y ahora estábamos en silencio frente a la capilla rural de San Javier. Se erguía magnífica aún, pese al saqueo y la destrucción infligida por hombres y terremotos.
El trigrama IHS -esculpido en el cuerpo central de la entrada- era el mismo de entonces y las gárgolas de la iglesia aun montaban guardia en la cornisa del frontis.
Atada con cáñamo, la última de las campanas de la iglesia permanecía inmóvil en una de las dos torres hexagonales y simétricas que resguardan la gran puerta de entrada.
Grabada en el bronce de la campana la leyenda “San Francysco Xavyer – año de 1746” nos remontaba a la época en que los jesuitas regían esta tierra.
Al costado de la iglesia, aun habitada, se erguía la casa de la hacienda donde vivió Bouchard.
Cruzamos el pórtico en arco para ingresar al templo; gran parte del techo se había derrumbado y la luz inundaba la nave central.
Pese al deterioro y las pintadas de vándalos se percibía que la ornamentación de la iglesia fue exuberante y debió crear un ambiente solemne y tenso para las ceremonias religiosas donde el latín sería una letanía críptica para los nativos.
Hacia la mitad de la nave nos topamos con el presbiterio donde aún se encuentra el altar mayor; a su lado está el ingreso a la cripta.
Descendimos por la gradería; el espacio subterráneo era fresco, oscuro y abovedado, apenas iluminado por una ventana circular que atravesaba un muro. A ras del suelo un crematorio profundo y oscuro dividía el espacio.
La bóveda exhalaba una atmósfera densa que llamaba a la voz baja.
El Cristo pintado hace siglos permanecía crucificado en uno de los muros y los cincuenta y dos nichos empotrados ocupaban las paredes laterales.
Todos estaban abiertos, pero no encontramos rastros de aquel que tenía grabadas las iniciales HB y el año 1837.
Esa noche la luna llena iluminó la pampa de Nasca y a la mañana siguiente recorrimos el pueblo conversando con sus habitantes, amables y de pocas palabras.
Buscábamos fragmentos del pasado y la ausencia de método científico fue reemplazada por la perseverancia. Hacia el mediodía dimos con Herminio Ranilla Astorga, de setenta años cuya vida había transcurrido en San Javier.
Era agricultor, pausado y de voz baja en el hablar.
De camino a la iglesia nos asombró al recordar que de niño era frecuente escuchar a los pobladores afronazqueños jactarse de la muerte del corsario repitiendo “lo matamos a Bucha”.
Esa afirmación, en plural, había circulado de generación en generación; todos lo habían matado.
Conjeturo que apropiarse de esa muerte – no la del hombre Bouchard sino la del mito Bouchard- ya era parte de su identidad.
Otro feliz hallazgo le debemos a esa conversación con Herminio cuando nos reveló que había sido él quien acompañó a la comisión que exhumó a Bouchard en 1962.
Tenía poco más de diez años y su tarea consistió en llevar las velas para iluminar las tumbas.
Sin advertir su protagonismo y con la autoridad de quien fue testigo directo, nos indicó la tumba del corsario en la cripta subterránea: en la pared del Cristo hay dos hileras de sepulcros; el primero de la hilera superior -en cuanto se termina de descender a la catacumba- había sido el lugar de descanso.
Nos acercamos y como advierten las escrituras solo quedaba polvo; aun así, todos sentimos que el viejo marino estaba presente en San Javier.
Si fuera posible descifrar el destino de un hombre quizás veríamos que este se compone de una larga serie de decisiones que van ordenando su caos personal, apenas por un instante, intentando darle sentido.
Nada es involuntario en la vida y el camino de un hombre libre y audaz no está escrito en ninguna parte; cada decisión cambia su vida y la hora de su muerte.
Bouchard no se detuvo; una y otra vez dejó atrás familia, patrias, hijas y barcos.
Su hoja de ruta fue dictada por la revolución que se expandía con la potencia del grito “libertad, igualdad y fraternidad” que solo mucho después sería un lema oficial.
Sin percibirlo, como a veces ocurre con lo esencial, el corsario resolvió ser parte de algo que consideraba más grande que él.
Pero un día sintió que había dado batalla demasiado tiempo y que estaba cansado y eligió un lugar más íntimo que el mar donde sus días terminarían en paz.
Había convivido cuarenta años con el peligro y pudo morir cuarenta veces: a manos de Nelson en el navío francés Generaux; en la carga de la batalla de San Lorenzo en lugar del abanderado español; en las playas del Reino de Hawái como fue la suerte de Cook; atravesado por una daga kris de los piratas malayos en el Pacífico norte o colgado por Cochrane en Chile.
Fue en el desierto y en la hora quizás recordó su nombre y supo que morir luchando había sido siempre su destino.