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martes, 22 de julio de 2025

Literatura militar: Swamp of Blood. The Battle of Tuyuti (2000)




Williams, John Hoyt (2000). "A Swamp of Blood. The Battle of Tuyuti". Military History 17 (1).



Williams, John Hoyt (2000). "A Swamp of Blood. The Battle of Tuyuti". Military History 17 (1).


  • Si a usted le interesó este episodio de la Guerra del Paraguay, puede visitar la primera referencia a la batalla de Tuyuty.

jueves, 3 de julio de 2025

Biografía: Teniente General Juan Andrés Gelly y Obes

Juan Andrés Gelly y Obes



Fue Ministro de Guerra y luego general en campaña. Su actuación en batallas como Tuyutí y Curupaytí fue destacada. Muchos historiadores lo valoran por su capacidad táctica y su comprensión del terreno.




Ministro de Guerra y Marina de la Nación Argentina
12 de octubre de 1862-6 de agosto de 1865
Presidente Bartolomé Mitre
Predecesor Pastor Obligado
Sucesor Julián Martínez (interino)

Diputado de la Nación Argentina
por Provincia de Buenos Aires
12 de octubre de 1872-26 de septiembre de 1874

Información personal
Nacimiento 21 de mayo de 1815
Buenos Aires (Argentina)
Fallecimiento 18 de septiembre de 1904 (89 años)
Buenos Aires (Argentina)
SepulturaCementerio de la Recoleta
Nacionalidad Argentina
Familia
Padres Juan Andrés Gelly
Micaela Obes
Cónyuge Felicia Álvarez
Estanislada Álvarez
Hijos Pascuala, Alberto, Julián y Ángel
Información profesional
Ocupación militar
Rama militarInfantería
Rango militar Teniente general
ConflictosGuerra de la Triple Alianza
Partido político Partido Unitario
Partido Liberal
Partido Nacionalista
Partido Liberal
Unión Cívica
Unión Cívica Nacional





Juan Andrés Gelly y Obes (Buenos Aires, 21 de mayo de 1815 - íd., 18 de septiembre de 1904) fue un militar argentino con actuación en las guerras civiles argentinas y la guerra del Paraguay, y un hombre leal y de confianza de Bartolomé Mitre.

Fue ministro de Guerra de la provincia de Buenos Aires durante Cepeda y Pavón. Fue convencional constituyente en 1860 y diputado nacional. En la guerra del Paraguay fue jefe del Estado Mayor del Ejército aliado de operaciones, y también general en jefe del Ejército a partir de 1868, con el regreso de Mitre por el fallecimiento del vicepresidente Marcos Paz.
Adhirió a la Revolución de 1874, la Revolución de 1880 y la Revolución del Parque.

Biografía

Era un adolescente aun cuando su padre —el paraguayo Juan Andrés Gelly— debió exilarse en Montevideo llevando consigo a su hijo, debido al apoyo que había prestado a la dictadura del general Juan Lavalle y su posición contraria a Juan Manuel de Rosas. Allí se sumó a la defensa contra el sitio que sufrió esa ciudad durante ocho años, llegando al grado de coronel, jefe de un regimiento de exiliados argentinos. Durante algún tiempo estuvo exiliado en el Brasil, donde administró una estancia. Durante su estadía en Montevideo entabló estrecha amistad con Bartolomé Mitre pero, a diferencia de este, sólo regresó a Buenos Aires en 1855.


Gelly y Obes en su vejez.

En Buenos Aires se incorporó al ejército con el grado de coronel, fue diputado provincial, comandante del Puerto de Buenos Aires, comandante de la Armada del Estado de Buenos Aires y ministro interino de Guerra y Marina durante las campañas de Cepeda y Pavón.

A fines de 1861 fue uno de los diplomáticos enviados por Mitre para convencer a Justo José de Urquiza de no impedir el derrocamiento del presidente Santiago Derqui. Fue senador provincial en 1862, y ascendido al grado de general.

Durante la presidencia de Mitre fue ministro de Guerra y Marina hasta la guerra del Paraguay. Fue designado jefe de Estado Mayor del ejército de operaciones, siendo sustituido por el coronel Julián Martínez el 6 de agosto de 1865 (más tarde asumió el brigadier Wenceslao Paunero). Estuvo en el frente de operaciones hasta fines de 1867, es decir durante la primera mitad de la Guerra del Paraguay; fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino en campaña en el Paraguay, razón por la cual renunció a su cargo de ministro. Participó en la batalla de Tuyú Cué y fue ascendido a brigadier general por el presidente Mitre. El presidente Sarmiento lo nombró comandante del ejército argentino en el Paraguay, participando en la Campaña de Pikysyry, aunque renunció por un fuerte altercado con el presidente poco antes del saqueo de Asunción.


Plazoleta con su nombre y busto en la ciudad de Buenos Aires.

Fue el jefe de las fuerzas nacionales en Corrientes, donde combatió al general Nicanor Cáceres, que intentaba defender al gobernador constitucional de una revolución apoyada por el presidente Mitre.​ Permaneció en la provincia de Corrientes, como jefe de la reserva del ejército en campaña, hasta el estallido de la revolución de Ricardo López Jordán, dirigiendo una de las columnas principales en la guerra contra este. Controló parte del norte de Entre Ríos hasta la batalla de Don Cristóbal, en la que fue derrotado por López Jordán, aunque este debió retirarse al finalizar el día ante la aproximación de más fuerzas nacionales. No pudo impedir la marcha del jefe rebelde hacia Corrientes, donde sería decisivamente derrotado.

Debido a su ascendencia paraguaya, fue propuesto como candidato a ocupar la presidencia de ese país.

Fue diputado nacional entre 1872 y 1874, por el partido de Mitre, cargo al que renunció a fines de 1874 para poder participar en la revolución de Mitre del año 1874; también pidió la baja en el Ejército. Su participación en la revolución fue secundaria, aunque fue el jefe del estado mayor del ejército mitrista derrotado en La Verde.

Fue reincorporado al Ejército en 1877, por decreto del presidente Nicolás Avellaneda, pero volvió a ser dado de baja por su participación en la revolución de 1880. Sólo sería reincorporado a fines de la presidencia de Julio Argentino Roca. Acompañando a Mitre, fue parte del grupo fundador de la Unión Cívica, adhiriendo a la Revolución del Parque en 1890.

Durante la presidencia de José Evaristo Uriburu (1895-1898) presidió el recién creado Consejo Supremo de Guerra y Marina, que juzgaba la conducta de los oficiales del Ejército y la Armada Argentinas.​ Apoyó la gestión del general Pablo Ricchieri para la reforma militar de 1901, que creó el moderno Ejército Argentino fundado en el servicio militar obligatorio en Argentina.

Su fallecimiento, el 18 de septiembre de 1904, fue un acontecimiento público nacional. Sus restos fueron depositados en el Cementerio de la Recoleta, y su tumba fue declarada Monumento Histórico.

Una localidad de la provincia de Santa Fe y una calle de la ciudad del barrio de Recoleta de la ciudad de Buenos Aires llevan su nombre.

martes, 10 de junio de 2025

Guerra del Paraguay: Paraguay obliga a Argentina a ingresar a la guerra

13 de Abril de 1865

Paraguay ataca a la ciudad de Corrientes

Se inicia la guerra de la Triple Alianza



Fotografía del Vapor "25 de Mayo" y su tripulación en 1861. Muchos de ellos morirán con la captura del vapor por parte de las fuerzas paraguayas. Otros más, sufrirán un penoso cautiverio. El vapor capturado, servirá bajo bandera paraguaya durante varios años de la guerra.

Surtos en el puerto de la Ciudad Capital de la Provincia de Corrientes, se hallan dos buques argentinos, el "25 de Mayo" y el "Gualeguay".
Ambos buques se encuentran en el puerto para realizar reparaciones. Se hallan desarmados, y con sus tripulaciones disminuidas, o con permiso de tierra.
La mañana del 13 de abril de 1865, cerca de las seis, cinco vapores paraguayos se aparecen frente a las costas de la Ciudad de Corrientes. Pronto toman posiciones, y atacan a los indefensos navíos argentinos, sin declaración de guerra, en una acción sin ningún tipo de provocación.
Los marinos argentinos , superados en número, intentan una resistencia heroica, pero pronto son sometidos y tomados prisioneros. Trescientos marineros paraguayos capturan a cerca de ochenta marinos argentinos, varios de los cuales, ya rendidos, son degollados inmediatamente por los guaraníes. Arrían el pabellón argentino, arrojando la bandera al suelo, gritando vivas por el Mariscal Solano López. Algunos marinos que intentan evitar la captura, se arrojan al agua, y son baleados, muriendo todos ellos.
En tanto, 2.500 hombres del ejército paraguayo desembarcan en la Ciudad de Corrientes, ocupando la Ciudad Capital de la Provincia homónima. Otras columnas paraguayas invaden por distintos pasos la Provincia Mesopotámica, sumando un total de 27.000 hombres.
Los marinos sobrevivientes, pasaran el resto de la guerra en cautiverio en condiciones infrahumanas. Muchos morirán en presidio.
La ocupación paraguaya de la Ciudad de Corrientes será muy dura y cruel. Habrá secuestros, violaciones, destrucción de propiedades argentinas, y fusilamientos sumarios. Incluso, se secuestrará a cinco mujeres, algunas con sus hijos pequeños, y se las llevarán al Paraguay, las famosas "Cautivas correntinas".
El Gobernador legítimo, Manuel Lagraña, logra escapar con algunos soldados al interior de la provincia con intención de reunir hombres, para repeler la invasión paraguaya.
Los invasores, a su vez, imponen un gobierno títere, sujeto a las decisiones de Asunción.
Cerca de un año se tardará en expulsar a los invasores, de la Provincia de Corrientes, a costa de sangrientas batallas, como Yatay y Pehuajó.
El ataque paraguayo, provocará la entrada en la guerra de la República Argentina.

sábado, 15 de marzo de 2025

Biografía: General Lucio Victorio Mansilla

La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma

Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"


Por Luciana Sabina || Infobae





El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez

Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.

Veterano de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.

Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.

No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…

Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".

Pantaleón Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron mutuamente durante días.

Gómez llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo abonan".

Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".

Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero. El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".

No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.

Murió en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes marcharon detrás de la carroza fúnebre.

Domingo Faustino Sarmiento emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir".

Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia

Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.

Sin embargo, no era feliz. Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo, donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos importantes… pero no permanentes en su vida.

De lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de diciembre de 1831.  Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.

Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.

Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.

Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza. Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos: Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.

Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza

Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza, mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.

En una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla, desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para que veas como hay quien cuide por ti".

Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.

"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (… )."

Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.

Sarmiento expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann, escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".


En 1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”

Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente. Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el padre del aula asumió la primera magistratura, él se  acercó para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.

En 1870,  sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".

El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!

Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.

Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.

Alto, esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".

Pasó sus últimos años en Europa, postrado. Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.

Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.

Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".

Acaso nada más cierto.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Guerra del Paraguay: El terror a las enfermedades

 

El terror de las enfermedades en la Guerra del Paraguay

La mayoría de los soldados que participaron en el mayor conflicto armado de América del Sur murieron a causa del cólera y otras dolencias infecciosas, no por las heridas de la batalla

Batalha do Avaí, librada en diciembre de 1868 y retratada en esta pintura al óleo realizada por Pedro Américo entre 1872 y 1877

Wikimedia Commons

Carlos Fioravanti
Revista Pesquisa




En 1982, el historiador Jorge Prata de Sousa encontró en el Archivo Histórico del Ejército de Brasil, en el centro de la ciudad de Río de Janeiro, una colección con 27 libros, cada uno con entre 100 y 370 páginas, que registraban los movimientos en los 10 hospitales y enfermerías de campaña que atendieron a los enfermos o heridos durante la Guerra del Paraguay, el mayor conflicto bélico entre países sudamericanos, que tuvo lugar entre diciembre de 1864 y abril de 1870. Prata de Sousa no pudo evaluarlos de inmediato porque estaba yéndose a hacer una maestría en México, pero volvió a ellos en 2008, durante su investigación posdoctoral en la Escuela Nacional de Salud Pública de la Fundación Oswaldo Cruz (Ensp/Fiocruz), y desde 2018 los está estudiando nuevamente, ahora intercambiando información con la historiadora Janyne Barbosa, de la Universidad Federal Fluminense.

Los análisis de los registros que contienen nombres, edades, grados militares, motivos de la hospitalización, tratamientos, fechas de ingreso y egreso de los hospitales y cantidades de curados o fallecidos, de lo cual se ocupó Barbosa, dimensionaron por primera vez el impacto de las enfermedades en esa guerra: alrededor del 70 % de los integrantes de las tropas aliadas (Brasil, Argentina y Uruguay) habrían muerto a causa de enfermedades infecciosas, principalmente cólera, paludismo, viruela, neumonía y disentería.

El trabajo de ambos aporta un enfoque amplio sobre las causas de la mortandad en la guerra que unió a la llamada Triple Alianza –conformada por Brasil, Uruguay y Argentina– contra Paraguay y, sumado a otros, da cuenta de la precariedad de las condiciones sanitarias en que vivían y luchaban los soldados. Antes, los historiadores tan solo disponían de una conclusión genérica de que las enfermedades habían causado más muertos que las heridas de batalla. La guerra concluyó con unos 60.000 decesos para el bando brasileño, mientras que Paraguay, derrotado en el conflicto que inició al invadir lo que entonces era la provincia de Mato Grosso, perdió alrededor de 280.000 combatientes, más de la mitad de su población.

Una iglesia adaptada para funcionar como hospital de campaña en Paso de Patria (Paraguay), sin fecha
Excursão ao Paraguay
/ Biblioteca Nacional

“Las altas tasas de mortalidad por enfermedades infecciosas también caracterizaron a otras guerras de la misma época, tales como la de Crimea, en Rusia (1853-1856), y la Guerra de Secesión, en Estados Unidos (1861-1865)”, dice Prata de Sousa, autor del libro intitulado Escravidão ou morte: Os escravos brasileiros na Guerra do Paraguai [Esclavitud o muerte. Los esclavos brasileños en la Guerra del Paraguay] (editorial Mauad, 1996). Fueron lo que se conoció como guerras de trincheras, zanjas excavadas que servían de cobijo a las tropas, pero facilitaban la propagación de enfermedades infecciosas, a causa de la falta de higiene, la abundancia de roedores e insectos y las inundaciones.

“La Guerra del Paraguay fue una guerra epidémica”, concluye Barbosa. “Las enfermedades infecciosas eran parte del conflicto, de principio a fin, sin contar los brotes, como fue el caso del cólera”. El historiador Leonardo Bahiense, quien realiza una pasantía posdoctoral en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), reitera: “Tan solo el cólera fue responsable, como mínimo, de 4.535 muertos entre los soldados brasileños durante el tiempo que duró la guerra”. Según él, con base en documentación que se conserva en el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, durante el primer semestre de 1868, el 52,5 % de los decesos entre las tropas aliadas obedeció a la grave deshidratación causada por la bacteria Vibrio cholerae y un 3,6 % al paludismo y otras enfermedades caracterizadas genéricamente como fiebres. “A menudo”, añade la investigadora de la UFF, “los soldados y prisioneros paraguayos con cólera eran abandonados en los caminos por orden de los comandantes, cuando las tropas se desplazaban de un campamento a otro”.

Los relatos de quienes vivieron la guerra respaldan sus conclusiones. En el libro A retirada da Laguna, publicado en francés en 1871 y en portugués tres años más tarde, el ingeniero militar Alfredo Taunay (1843-1899) describió a los brotes de cólera como “el adversario oculto”, “que no perdonaba a nadie”. “La peste es la mayor enemiga que tenemos”, informó el mariscal de campo Manuel Luís Osório (1808-1879) al ministro de Guerra, Ângelo Muniz da Silva Ferraz (1812-1867), al asumir el mando de las tropas, en julio de 1867.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Carlos Cesar / Biblioteca Nacional

En los libros del Archivo del Ejército, Barbosa halló registros de una categoría de enfermedades infecciosas raramente recordada en los relatos de la época, las enfermedades de transmisión sexual: “La sífilis era habitual. Los oficiales acusaban a sus esposas o amantes que convivían con los soldados. En los campamentos había prostitución, principalmente con las paraguayas, a causa del hambre”. Una peculiaridad de esta guerra residió en que las mujeres que acompañaban a la tropa eran las madres, hijas, hermanas o las parejas de los soldados, para quienes lavaban los uniformes y cocinaban.

Incluso los desplazamientos eran riesgosos. “Un grupo de médicos y enfermeros que partió en abril de 1865 desde la ciudad de Río de Janeiro se unió a un batallón de 500 soldados en la ciudad de São Paulo, pero tuvieron que detenerse dos semanas después en Campinas, donde había un brote de viruela que causó la muerte de seis integrantes de la tropa”, relata el médico intensivista José Maria Orlando, autor de Vencendo a morte – Como as guerras fizeram a medicina evoluir (editorial Matrix, 2016). Tras ello, el grupo debió enfrentarse al paludismo que transmitían los insectos que proliferaban en las ciénagas del Pantanal, que debían atravesar para llegar a los campos de batalla, casi nueve meses después.

“Muchos de los soldados no estaban vacunados contra la viruela y eran portadores de enfermedades propias de sus regiones”, comenta la historiadora Maria Teresa Garritano Dourado, del Instituto Histórico y Geográfico de Mato Grosso do Sul, basándose principalmente en los documentos del Archivo de la Marina, también de Río de Janeiro. Autora de A história esquecida da Guerra do Paraguai: Fome, doenças e penalidades [La historia olvidada de la Guerra del Paraguay: Hambre, enfermedades y penurias] (editorial UFMS, 2014), ella identificó otro enemigo: el clima. “Ante la falta de ropa adecuada y al no estar acostumbrados al clima del sur, los soldados del norte se morían de frío”, relata. “La lucha no era solamente contra el enemigo, sino también por la supervivencia en los campamentos”.

El general Dionísio Evangelista de Castro Cerqueira (1847-1910), quien estuvo en el frente y escribió Reminiscências da campanha do Paraguai, 1865-1870 (Biblioteca do Exército, 1929), relató que en los campamentos se bebía “agua espesa y amarillenta, contaminada por la proximidad de los cadáveres”. Los muertos se amontonaban o se los arrojaba a los ríos, contaminando el agua. Otro problema era la faena y la preparación de los animales con los que se alimentaban: las vísceras y otras partes que no se aprovechaban se dejaban expuestas al sol, generando mal olor. “Los buitres y los caranchos [aves de rapiña] se encargaban de la limpieza, devorando los restos”, describió el oficial.

Registro del Archivo Histórico del Ejército de Brasil de soldados atendidos en hospitales
Archivo Histórico del Ejército / Reproducción Janyne Barbosa / UFF

Los heridos en combates
Los cirujanos civiles que fueron al frente de batalla, concluyó Bahiense, inicialmente aprendieron con los informes de los equipos médicos que habían servido en guerras anteriores. En las Guerras Napoleónicas (1803-1815), Dominique Jean Larrey (1766-1842) cirujano en jefe del ejército francés, insistió en ubicar a los equipos quirúrgicos cerca del frente de batalla, para asegurar una atención de prisa y el rápido retiro de los hombres heridos en ambulancias, en ese entonces tiradas por caballos. En la Guerra de Crimea, la enfermera inglesa Florence Nightingale (1820-1910) implementó lo que Orlando denominaba “filosofía de la UTI [unidad de terapia intensiva]”: ubicar a los pacientes más graves cerca del puesto de enfermería, para su atención permanente, y a los menos graves más lejos.

“Durante la Guerra del Paraguay, se suscitó un fructífero debate al respecto de las técnicas quirúrgicas”, recalca Bahiense. Se discutió, por ejemplo, si el mejor momento para amputar un brazo o una pierna [afectados por balas, machetes o bayonetas] era inmediatamente después de ser heridos o si se debía esperar a que el combatiente asimile que había sido herido. Aunque las intervenciones quirúrgicas fueran bien hechas, los soldados podían morir poco después debido a una infección generalizada, a causa de la escasa preocupación –y conocimientos– acerca de la asepsia. Él comprobó que los medicamentos –principalmente el cloroformo, que se usaba como anestésico, y el opio, para el dolor–, los vendajes y la ropa para los pacientes hospitalizados tenían gran demanda, porque siempre se agotaban las existencias.

El general argentino Bartolomé Mitre junto a sus oficiales en la región de Tuyutí, escenario de la batalla más encarnizada de la guerra, en mayo de 1866, que dejó un saldo de 7.000 muertos y 10.000 heridos

Excursión al Paraguay / Biblioteca Nacional

“Las guerras, al igual que las epidemias, han hecho del mundo un campo de experimentación y, aún a costa de un inmenso sufrimiento, han acelerado el descubrimiento de nuevas técnicas quirúrgicas, el tratamiento de las quemaduras o de las enfermedades infecciosas”, comenta Orlando. Según él, solo a partir de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue que el número de muertes por heridas en combate comenzó a ser mayor –en este caso, el doble– que las causadas por enfermedades infecciosas.

Las razones de este cambio han sido la mejora de las condiciones de higiene y la adopción de técnicas de tratamiento: se les inyectaba a los heridos una solución salina directamente en sus venas para compensar las consecuencias de la gran pérdida de sangre. A partir de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), el uso de antibióticos como la penicilina redujo aún más la mortandad de los soldados a causa de las infecciones generadas por las heridas. Durante la Guerra de Corea (1950-1953), las amputaciones se hicieron menos necesarias con el desarrollo de las técnicas de cirugía vascular.

Bahiense apunta otra razón para la elevada mortalidad debido a las enfermedades infecciosas durante la Guerra del Paraguay: “En Brasil todavía no existía la enfermería profesional, como en Estados Unidos y en Europa”. El equipo de asistencia de los cirujanos estaba integrado por soldados, cabos o prisioneros paraguayos adiestrados a toda prisa con un curso rápido de enfermería y luego reemplazados por las religiosas o las mujeres que acompañaban a los militares.

Entre ellas se destacó Anna Nery (1814-1880) quien se convirtió en una referente del área en Brasil. A disgusto por tener que separarse de dos de sus hijos, ambos reclutados para marchar al frente, se alistó como voluntaria para cuidar a los heridos. Tras conseguir la autorización del gobierno de Bahía, Nery los acompañó, aprendió nociones de enfermería con unas monjas en Rio Grande do Sul y trabajó como enfermera en los hospitales del frente de batalla. En reconocimiento a su labor, el emperador Pedro II le concedió una pensión vitalicia, con la cual pudo educar a sus otros hijos.

En marzo y abril de 2022, la Universidad Federal de Mato Grosso do Sul, campus de Aquidauana, celebrará un congreso internacional para debatir sobre el 150º aniversario del final de la guerra, que se cumplió el año pasado.


viernes, 1 de noviembre de 2024

Historia alternativa: ¿Paraguay pudo haber ganado la guerra?

¿Cómo pudo haber ganado el Paraguay?


 



La Guerra del Paraguay, también conocida como la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), fue un conflicto en el cual Paraguay se enfrentó a una coalición formada por Brasil, Argentina y Uruguay. Fue uno de los conflictos más devastadores en la historia de América del Sur, y Paraguay sufrió una derrota catastrófica.

Imaginar un escenario en el que Paraguay hubiera ganado la guerra requiere considerar varios cambios importantes en las circunstancias políticas, militares y diplomáticas de la época. Aquí algunos escenarios posibles que podrían haber llevado a una victoria paraguaya:

1. Alianzas Diplomáticas Favorables

Si Paraguay hubiera logrado formar alianzas con otras naciones, podría haber equilibrado la balanza del poder. Por ejemplo:

  • Alianza con Bolivia y Chile: Si Paraguay hubiera conseguido una alianza militar con Bolivia y Chile, ambos con intereses en la región, esto podría haber proporcionado apoyo adicional en términos de tropas y recursos.
  • Intervención Europea: Una intervención de potencias europeas, interesadas en mantener un equilibrio de poder en América del Sur, podría haber desviado recursos y atención de los aliados.

2. Mejor Estrategia Militar

Paraguay podría haber adoptado una estrategia militar diferente:

  • Guerra de Guerrillas: En lugar de enfrentamientos directos, Paraguay podría haber optado por una guerra de guerrillas, utilizando el conocimiento del terreno para desgastar a las fuerzas aliadas.
  • Defensa en Profundidad: Fortalecer las defensas en el interior del país, dificultando el avance enemigo y prolongando la guerra hasta que los aliados se vieran forzados a negociar.

3. Situaciones Políticas Internas en los Países Aliados

Problemas internos en los países aliados podrían haber favorecido a Paraguay:

  • Conflictos Internos en Brasil, Argentina y Uruguay: Si los aliados hubieran enfrentado conflictos internos significativos, como rebeliones o guerras civiles, sus capacidades para mantener una guerra prolongada contra Paraguay se habrían visto mermadas.
  • Cambios de Gobierno: Cambios políticos que resultaran en gobiernos menos beligerantes o menos interesados en la guerra.

4. Liderazgo Paraguayo Diferente

Un liderazgo paraguayo diferente podría haber llevado a una gestión más efectiva de la guerra:

  • Liderazgo Militar y Político: Un líder más cauteloso y estratégico que Francisco Solano López, con una visión más clara de las limitaciones y fortalezas de Paraguay, podría haber evitado errores cruciales.
  • Mejor Gestión de Recursos: Una administración más eficiente de los recursos económicos y humanos de Paraguay.

5. Innovaciones Tecnológicas

La adopción de nuevas tecnologías y tácticas militares podría haber dado a Paraguay una ventaja:

  • Armamento Moderno: Acceso a armas más modernas y eficaces podría haber permitido a Paraguay resistir mejor los ataques aliados.
  • Fortificaciones: Construcción de fortificaciones más avanzadas para proteger posiciones clave.

6. Apoyo de la Población

El apoyo incondicional de la población paraguaya y una movilización masiva podría haber proporcionado los recursos humanos necesarios para sostener la guerra.

7. Errores de los Aliados

Errores estratégicos o logísticos graves por parte de la Triple Alianza podrían haber dado una ventaja a Paraguay:

  • Subestimación del Enemigo: Si los aliados hubieran subestimado la capacidad de resistencia de Paraguay, podrían haber cometido errores estratégicos cruciales.
  • Problemas de Coordinación: Dificultades en la coordinación entre las fuerzas aliadas podrían haber sido explotadas por Paraguay.

Conclusión

Para que Paraguay hubiera ganado la Guerra de la Triple Alianza, habría necesitado una combinación de alianzas diplomáticas favorables, estrategias militares innovadoras, un liderazgo efectivo, y quizás una dosis de fortuna en forma de errores por parte de sus adversarios. Aunque estos escenarios son hipotéticos, ayudan a entender la complejidad y las múltiples variables que influyeron en el resultado real del conflicto.


sábado, 3 de febrero de 2024

Guerra del Paraguay: Subteniente Cleto Mariano Grandoli, el abanderado de Curupayti

Guerra de la Triple Alianza 1864-1870:

El Subteniente Cleto Mariano Grandoli del Ejército Argentino, el abanderado de Curupaytí






El subteniente Cleto Mariano Grandoli, de tan solo 17 años de edad, era el Abanderaro del Batallón N°1 de Santa Fe, perteneciente al Ejército Argentino.

El 21 de septiembre de 1865 ni andaba escabiando en el Día de la Primavera por el Planetario si este hubiese existido, ni estaba drogado haciendo "cortes" con la Motomel 110 frente a un móvil policial de la Bonaerense cuyos efectivos tienen terminantemente prohibido por la superioridad hacer respetar la Ley defendiendo inocentes para así salvaguardar la vida de un energúmeno que puede accidentarse al huir en desobediencia y resistencia a la autoridad; el joven de 17 años Cleto Mariano Grandoli estaba sirviendo a la Patria como digno argentino. En esa jornada, durante la devastadora Batalla de Curupaytí, cayó en combate portando la Bandera que se le había confiado. Cayó al pie de las murallas paraguayas. Su bandera pudo rescatarse, y se descubrió que había sido atravesada por catorce balazos, y bendecida con la sangre de Grandoli. Su cuerpo sin vida nunca pudo recuperarse del campo de batalla.



 En víspera de la batalla, Cleto pensando en su querida mamá, le escribió una carta:
"... El argentino de honor debe dejar de existir antes de ver humillada la bandera de la Patria. Yo no dudo que la vida militar es penosa, pero, ¿qué importa si uno padece defendiendo los derechos y la honra de su país? Mañana seremos diezmados, pero yo he de saber morir defendiendo la bandera que me dieron".
  Si hoy en Argentina fuésemos una sociedad culta, digna, y de altos principios patrióticos, soberanos y morales, ya tendríamos nuestro film rememorando el desgarrador asalto al fortín paraguayo de Curupaytí con alguna estrella representando el papel de Grandoli y rememorando la gesta del 1er Batallón de Santa Fé en aquella trágica pero gloriosa jornada para las Armas Argentinas en haras de la Patria, como en los Estados Unidos ya tienen su "Glory" con Denzel Washington haciendo de Abanderado y Mathew Broderick de jefe rememorando al 54º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Massachusetts y el coronel Robert Gould Shaw durante el asalto al fuerte Sumter durante la Guerra de Secesión, cuyos hechos, situación y contexto son casi exactos, en tiempo y forma, al asalto argentino de Curupaytí y el abanderado subteniente Grandoli; pero en cambio sí tenemos la mentira de "La Noche de los Lapices", la desmalvinizadoras antinacionalistas de "Los Chicos de la Guerra" o "Iluminados por el Fuego", o series de ideológico apologismo antisocial y apátrida como "El Marginal". ¿Será que somos nosotros mismos quienes nos condenamos a perderlo todo por tolerar o hasta bendecir cualquier infamia contra la Nación Argentina, contra las Gestas Patrias, contra nuestros valores y contra nosotros mismos como argentinos?



SUBTENIENTE CLETO MARIANO GRANDOLI, ¡SALUDO UNO!
El 22 de septiembre de 1866 el Ejército Argentino sufre la peor y más sangrienta derrota de toda su historia, en la Batalla de Curupaytí, frente a un aguerrido y prevenido Ejército Paraguayo
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sábado, 23 de septiembre de 2023

Argentina: "Macoco" Alzaga Unzué y la fortuna de la guerra del Paraguay

 

Gloria, lujo, dinero a dos manos y sexo: las peligrosas aventuras del último playboy argentino con fama mundial

Macoco Álzaga Unzué nació y vivió como millonario, y murió pobre y sin más compañía que tres gatas

Una noche de 1967, en un viejo almacén porteño "donde van los que tienen perdida la fe", según la letra del tango Sentimiento gaucho, un bicho nocturno con más copas que memoria, sin conocerme, me preguntó:

–¿Vos que hacés, pendejo?

–Soy periodista.

–Te canto la justa. ¿Sabés quién fue Macoco?

–Sí, más o menos…

–Todos creen que está muerto…, pero vive. Buscálo por la calle Peña. No le quedó ni un mango…

"La calle Peña" me pareció una vaguedad. Pero tuve suerte. Imaginé que Martín de Álzaga Unzué, Macoco, aun sin un mango, no viviría lejos de la mejor esquina de Peña.

Breve rastreo por la cuadra, y ¡bingo!

A Macoco se lo vinculó con las mujeres más bellas de su época

Toqué un timbre al azar en el portero eléctrico de un edificio, Peña al tres mil cien, y una voz (de mala gana), ajustó mi brújula:

–Es en la planta baja.

Timbre otra vez, y apareció. No era el galán engominado, con raya al medio, de los años locos, los 20, pero sobrevivían en él sus ojos celestes, fino remate de ese metro ochenta que –con tres fortunas de por medio que pulverizó en tres toques de magia– lo erigieron en Rey de París…

Lo envolvía una bata de seda azul con pintas blancas: un clásico de ayer.

Las grandes hazañas de Álzaga Unzué en un número de revista Caras y Caretas de 1939

Me tendió la mano con ademán de caballero nacido y entrenado para ese rol…, más allá de los zafarranchos de su vida.

Fui al grano.

–¿Usted fue realmente el último playboy nacional e internacional?

–Nadie lo discute.

–¿Qué se necesita para serlo?

–Tener mucha plata, cultura, amistades, simpatía, decencia y mundo. Y viajar: algo imprescindible.

–Pero los muchachos de hoy, los corredores de autos de doble apellido que terminan la noche en La Biela, ¿no lo son?

–¡Qué van a ser playboys! Son garuferos, garuferos locales. Una carrera de autos cada tanto, y después a emborracharse en Cero Cinco (Nota: boliche de onda en el Pasaje Schiaffino, frente al edificio en que vivían Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, su mujer).

–¿Qué lo diferencia a usted de ellos?

–Un playboy no es tal hasta que participe de un safari africano y pegue una vuelta al mundo en el yate de un príncipe hindú.

“Macoco” en la revista Caras y Caretas del 29 de enero de 1921

Pausa. Con el dedo índice de la mano derecha revuelve unos agónicos cubos de hielo en un vaso con más agua que whisky.

Filmo con los ojos el departamento.

Es inútil buscar huellas de excitantes batallas sexuales: no hay botellas vacías en el suelo, vasos con huellas de rouge debajo de los sillones, ceniceros intoxicados de puchos, prendas íntimas de damas y damitas asomando por cajones mal cerrados.

No es la celda de un monje cartujo, pero tampoco la sombra de un harén…

Los muebles delatan un antiguo esplendor. Pero tres personajes de sexo femenino, Isabel, Alicia y Rayita, las tres gatas que desde hace un lustro son su única compañía, se empeñan en martirizar los sillones de terciopelo rojo a pesar de los golpes de fusta con que Macoco intenta ahuyentarlas.

Hombre tan sabio, e ignora que gatos y sillones son una ecuación imposible…

Cierto desorden aristocrático mezcla pesadas piezas de plata vieja con fotos amarillentas de mujeres bellísimas con dedicatorias que no exigen explicación: Darling Mac, I love you, Remember Paris?

El piloto participó en numerosas competencias automovilísticas como la “carrera de la milla”, la “carrera internacional Montevideo/Punta del Este”, el “Gran Premio del Automóvil Club Argentino”, el “Gran Premio de San Sebastián” y las 500 Millas de Indianápolis, entre otras (www.retrovisiones.com)

–Usted estudió en los mejores colegios de Buenos Aires y de Londres, pero lo expulsaron de todos. ¿Por qué?

–Porque era un demonio. En la primavera europea, dos de mis tías millonarias, Cochonga Unzué de Casares y Manita Unzué de Alvear, iban a revolear las polleras –usted me entiende–, y me dejaban pupilo en algunos colegios de alto nivel. Encerrado. Preso. Yo, que tenía doce años y era capaz de todo para fugarme…

–Capaz de todo, ¿hasta qué punto?

–Un domingo, solo, asfixiado, para escapar… ¡incendié el colegio!

–¿Mal alumno, buen alumno?

–Me gustaba la literatura. Nada más. Un día, el profesor de geografía nos enseñaba cómo medir una montaña. Me levanté y salí del aula. Me reprendió:

–No sea irrespetuoso. Estoy enseñando algo muy útil para el futuro.

–Vea, profesor, no sé qué haré en mi vida. ¡Pero cualquier cosa menos medir una montaña!

–¿Le gustaba el campo?

–Antes, mucho. Pero hoy no lo soporto.

Me pone melancólico.

–¿Un recuerdo querido?

–Una tarde, en su casa, María Paz de Gainza me enseñó a bailar el foxtrot. Hoy, esa casa es el Círculo Militar…

–¿Quién le puso Macoco?

–Mi padre, Félix David de Álzaga, no sé por qué. Pero con los años me enteré de que hay (o hubo) un reino africano llamado Macoco, poblado por caníbales…

–A su modo, ¿usted no fue un caníbal?

–Bueno, atrapaba mujeres, pero no las comía.

 

–¿Cuánto hay de cierto y cuánto hay de leyenda en su infinita colección de mujeres famosas? Notas y biografías de dudosa veracidad anotan los nombres de Rita Hayworth, Claudette Colbert, Greta Garbo, Ginger Rogers, Olivia de Havilland… ¡Gina Lollobrigida!

La mente de los ignorantes vuela muy rápido. Además, un caballero, respecto de sus amoríos, debe ser mudo…

–¿Qué descubrió primero, ¿las mujeres o los autos?

–Corrieron parejos. Pero los autos fueron mi locura. Sin un volante en las manos me sentía muerto. Era parte de mi cuerpo.

–Pero no fue un crack. Algunos dicen que su mayor hazaña fue arruinar con el escape abierto las siestas del presidente Marcelo de Alvear…

–(Se ríe) No tuve suerte. Una vieja publicación, Almanaque de la Mujer 1929, me pidió la historia de mi carrera deportiva. Y escribí, aunque mi pluma nunca fue mi fuerte: "Corrí por primera vez una carrera a los diecisiete años…, en 1917, en el circuito de Morón, y rompí el coche, un Ford".

–¿Se deprimió?

–Al contrario. Al otro año salí segundo en el Gran Premio de Rosario. No gané por una serie de percances: ¡seis pinchaduras! Lo único que limitaba mi poder eran los malos caminos y la torpeza de los que manejan, su falta de sangre fría.

–¿Alguna buena?

–Europa 1922: Gané el campeonato de la Cuesta del Faro Biarritz. En Monza no gané: volqué y quedé último. En el Gran Premio de los Ángeles me acercaba a los primeros…, pero se rompió una biela y quedé en la estacada. Tengo un récord de vuelta en Indianápolis, con pista mojada: ¡144 kilómetros por hora de promedio! Abandoné las carreras después de un vuelco en San Sebastián, y empecé a correr en lanchas. También muy peligrosas: en cualquier momento el barquito se da vuelta o se prende fuego…

Para muchos, Álzaga Unzué fue el último gran playboy  argentino (www.retrovisiones.com)

–Hablemos de sus amistades non sanctas. ¿Al Capone?

–Lo conocí, y casi hacemos un negocio. Pero me advirtieron que era el hombre más peligroso del hampa norteamericana, y me abrí.

–Pero hizo negocios con otro gángster: John Perona.

–Sí. Dirigimos juntos un cabaret de lujo en Nueva York: el Bath Club. Superlujo puro. Bar giratorio: de un lado, despacho de bebidas, y del otro, con sólo apretar un botón, espejos y bailarinas. Lo hicimos así para eludir la Ley Seca, y funcionó hasta 1928. Tuvimos que cerrar por problemas con los pistoleros locales. Una noche nos destrozaron el local porque nos negamos a comprarles su asquerosa bebida.

–Pero no fue mal que por bien no viniera…

–¡Nuestro golpe maestro! En 1931 abrimos El Morocco. El cabaret más exclusivo del mundo. Todo tapizado con pieles de cebra cazadas por mí en un safari. ¡Qué noches! Llegaban Humphrey Bogart, Marilyn Monroe, Truman Capote, Carmen Miranda, Maurice Chevalier, Chaplin, la Mistinguette –las piernas más perfectas del mundo–, los Windsor, Ginger Rogers… Además, fue el negocio que más dólares nos hizo ganar.

–Sin embargo, el soltero empedernido, el galán de medio mundo… hocicó.

–Sí. Me casé con una norteamericana angelical: Gwendolyn Robinson. El matrimonio duró ocho años y nos dio una única hija: Sally (Nota: murió en 2011, a los 84 años).

Macoco fue educado en los mejores colegios de su época, tanto de la Argentina como de Europa (www.retrovisiones.com)

–Pero hubo reincidencia.

–Sí. Segundo matrimonio con Kay Williams, una modelo de Vogue, y la más cotizada figura de la publicidad de los cigarrillos Chesterfield, que más tarde se casó con Clark Gable.

–Hay una Mitología Macoco. Que entró a Harrod's, pero no por la puerta. En auto, por una vidriera, y pagó los destrozos. Que una noche se lavó los pies en un balde de champagne. Que en el célebre restaurante Maxim´s de París inventó aquello de tirar manteca al techo, con la punta de un cuchillo, tratando de embocarla en los ampulosos senos de unas valkirias pintadas que decoraban el techo de uno de los salones…., una rubia despechada que quiso tirarse del piso veinticinco, que le regaló un yate a Errol Flynn, etcétera. ¿Cuánto es cierto y cuánto es puro cuento?

–Algo cierto, mucho puro cuento. Pero lo muy-muy-muy cierto es que heredé de mi padre cinco mil hectáreas, y la fortuna de dos tías millonarias…¡dueñas de tres estancias! Lo de mis tías lo perdí en tres segundos: lo que tardó el escribano en firmar el nuevo testamento…

–¿De qué lo acusaron sus tías?

–De casarme siete veces, cuando sólo fueron dos.

–¿Por qué eligió Europa y los Estados Unidos para sus negocios y aventuras?

–Porque Buenos Aires era irremediablemente aldeana, primitiva, aburrida. Me asfixiaba…Después del glorioso Armenonville, todo se acható.

–¿Cuántos viajes ida y vuelta Buenos Aires, París y otras latitudes llegó a hacer?

–No menos de cuarenta.

–A pesar de su discreción, ¿con quién hablaba de sus conquistas con nombre y apellido?

–En La Biela, en una mesa bien alejada de la puerta, con Adolfito Bioy Casares…

En este momento de la tarde que empieza a hacerse noche cabe recordar la letra del tango Shusheta, de Cobián y Cadícamo, inspirado en Macoco: "Pobre shusheta, tu triunfo de ayer / hoy es la causa de tu padecer… / Hoy la vejez el armazón te ha aflojao / y parecés un bandoneón desinflao" (Nota: shusheta, palabra lunfarda, significa elegante, petimetre, pintón).

El departamento entra en sombras: anochece. Del segundo whisky –escaso– y sus cubos de hielos sólo queda un pequeño lago turbio.

Me voy.

Las tres gatas siguen dueñas y señoras del sillón, pero la fusta descansa: han ganado por cansancio.

Macoco morirá quince años después de este encuentro, el 15 de noviembre de 1982.

Tenía 81 años.

Pero con él no desaparecía sólo un cuerpo: también un tiempo irrepetible. La Belle Èpoque.

Como escribió Charles Dickens mucho antes, en Historia de dos ciudades, ese también "era el mejor de los tiempos y el peor de los tiempos".

Según en qué palacio o en qué andurrial del mundo tocara en suerte.






jueves, 21 de septiembre de 2023

Guerra del Paraguay: Batalla de Yatay


Batalla de Yatay





Batalla de Yatay - 17 de agosto de 1865


La Guerra del Paraguay puede dividirse en cinco campañas: la de Matto Grosso, la del Uruguay, la de Humaitá, la de Pikysyry y la de las Cordilleras. En la campaña de Matto Grosso los paraguayos se apoderaron de la fortaleza de Coimbra, Alburquerque, Corumbá, Miranda y Dorados. La segunda tuvo por objetivo el Uruguay, hacia donde se dirigieron dos columnas del ejército paraguayo, por Corrientes y Río Grande, para expulsar a los brasileños y sostener la soberanía de ese país. El objetivo de la tercera -para los aliados- era la toma de la plaza fuerte que fue el centro de la resistencia paraguaya. La cuarta se llama así porque se desarrolló sobre la línea fortificada del arroyo Pikysyry, segundo centro de la resistencia del Paraguay. La quinta fue la que se llevó a cabo después de la batalla de las Lomas Valentinas, al otro lado de las Cordilleras, hasta Cerro Corá.

Al iniciarse la segunda campaña, abandonó Solano López la capital, para ir a ponerse al frente de sus ejércitos. Dejaba así la Asunción para siempre. Nunca más entraría en ella, no permitiéndole los azares de una guerra a muerte ni siquiera volver a contemplarla a la distancia.

En realidad, en aquel momento -8 de junio de 1865- empezaba su agonía, que era la de su patria, como él condenada a una muerte cruel e irremediable. Antes de partir dirigió al pueblo una proclama, en el que daba a entender que iba resuelto a abandonar “el seno de la Patria”, para incorporarse “a sus compañeros de armas en campaña”

Pero llegó a Humaitá y cambió de opinión, bajo la influencia de insinuantes cortesanos, como el obispo Palacios, que acabaron por convencerle de que no debía imponerse ese inútil sacrificio, teniendo a su lado tantos hombres capaces que podían muy bien reemplazarle… Instaló, pues, allí su cuartel general, estableciendo una activa comunicación telegráfica con la ciudad de Corrientes, donde José Berges ejercía su representación.

El general Wenceslao Robles había reunido, entretanto, 30.000 hombres de las tres armas y estaba en condiciones de marchar, sin dificultad alguna, arrollando los pequeños obstáculos que encontrase en su camino. En aquellos momentos aún no se había establecido el campamento general de los aliados en Concordia, ni éstos disponían de tropas capaces de contrarrestar la acción del Paraguay. Ningún paraguayo dudaba del éxito de la empresa confiada a Robles, experimentado militar, que había dado tantas pruebas de sus aptitudes de brillante organizador. Pero los hechos desvanecieron bien pronto tan optimistas esperanzas.

Al frente de aquella poderosa columna, Robles se sintió inferior a su cometido, no atinando a obrar con la resolución y la pericia que le imponían las circunstancias. Perdió su tiempo con fútiles pretextos, avanzando con lentitud extrema, distraído por pequeñas guerrillas sin importancia. Así perdió la oportunidad única que se le brindaba, dando todas las ventajas a los oponentes. Finalmente, entró en tratos con los aliados, pagando con su vida los graves errores cometidos.

Lo reemplazó el general Francisco Isidoro Resquín, quien hizo contramarchar a su ejército, regresando con él a territorio paraguayo. El fracaso de la expedición de Robles determinó el fracaso de la expedición de Estigarribia. Este, al frente de 12.000 hombres, invadió el Estado de Río Grande del Sud, siguiendo la línea del Uruguay, para ir a encontrarse con la otra columna expedicionaria en la frontera de la República Oriental.

La llegada oportuna de Robles debió impedir la formación del ejército aliado que salió a batirle permitiéndole someter holgadamente a los brasileños. Pero no sucedió así. Robles no llegó nunca a la frontera oriental, no pasando más allá de los límites de Corrientes. Gracias a esto, Mitre pudo organizar el ejército hasta encontrarse en situación de batir a los paraguayos.



Realmente Estigarribia debió retroceder al ver que había fracasado el plan convenido. Pero lo empujaron adelante, los numerosos jefes orientales que lo acompañaban, los cuales le aseguraban que, al llegar a la frontera de su país, contaría con el franco apoyo de todos los compatriotas uruguayos.

Entrar en Uruguayana fue para él entrar en una ratonera. Pronto fue allí rodeado por el ya poderoso ejército aliado, teniendo que sucumbir, vencido por el hambre y por la muerte. Una parte de su ejército, que marchaba por la orilla derecha del río Uruguay, a las órdenes del mayor Pedro Duarte, sucumbió también, aplastado por fuerzas muy superiores.

En efecto, el 17 de agosto de 1865 libraron batalla 3.500 paraguayos, de caballería e infantería, con 11.000 aliados de las tres armas, a las órdenes del general Venancio Flores.

Pese a la abrumadora superioridad enemiga, Estigarribia rechazaba con ironía la propuesta de rendirse a los “libertadores de su patria”. “Si VV.EE. (decía a los jefes aliados) se muestran tan celosos por dar libertad al pueblo paraguayo, ¿por qué no empiezan por dar libertad a los infelices negros del Brasil, que componen la mayor parte de la población, y gimen en el más duro y espantoso cautiverio para enriquecer y estar en la ociosidad a algunos de cientos de grandes del Imperio?”

Luego de la derrota de los paraguayos, Flores declaró: “Los paraguayos son peores que salvajes para la pelea, prefieren morir antes que rendirse…”

La mayor parte de los prisioneros fueron pasados a cuchillo (se calcula que eran alrededor de 1.400) y los soldados sobrevivientes fueron alistados en los batallones del ejército aliado, obligándoseles así a ir contra su patria. Decía Flores: “Los batallones orientales han sufrido en Yatay una gran baja, y estoy resuelto a reemplazarla con los prisioneros paraguayos, dándole una parte al general Paunero para aumentar sus batallones, que están pequeños algunos¨. Mientras tanto el vicepresidente argentino Dr. Marcos Paz agrega: “El general Flores ha adoptado por sistema incorporar a sus filas a todos los prisioneros, y después de recargar sus batallones con ellos ha organizado uno nuevo de 500 plazas con puros paraguayos”.

El gran publicista oriental, Carlos María Ramírez protestó en 1868, contra la repetición sistemática del mismo hecho: “Los prisioneros de guerra –decía- han sido repartidos entre los cuerpos de línea y, bajo la bandera y con el uniforme de los aliados, compelidos a volver sus armas contra los defensores de su patria. ¡Jamás el siglo XIX ha presenciado un ultraje mayor al derecho de gentes, a la humanidad, a la civilización!.

En la Quinta Sección, chacra el Ombucito, existe un monolito que evoca la Batalla de Yatay. Este sitio fue declarado Lugar Histórico el 4 de febrero de 1942, por la Ley 12665, según consta en “Monumentos y Lugares Históricos” de Hernán Gómez. Allí serpentea un arroyo, entre arbustos y pajonales, que se vuelca en el río Uruguay. Este paisaje está adornado con elegantes palmeras Yatay (Yatay significa Palmera en guaraní). Ellas dieron su nombre al arroyo y al lugar. El topónimo dio el nombre a la batalla.

Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
O’Leary, Juan E. – El Mariscal Solano López – Asunción (1970).
Portal www.revisionistas.com.ar
Rosa, José María – La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas – Buenos Aires (1985).
Turone, Gabriel O. – La Batalla de Yatay – (2007)

Fuente: www.revisionistas.com.ar