Aunque los bolcheviques acabaron ganando la guerra civil, su victoria al principio no estaba en absoluto asegurada, ni tampoco lo parecía a sus cansados contemporáneos. Varias veces la supervivencia del gobierno revolucionario estuvo en juego. En la primavera de 1918, por ejemplo, el régimen estuvo a punto de ser dominado por la anarquía absoluta; en la primavera siguiente, Kolchak parecía imparable; y en el otoño de 1919, las fuerzas combinadas de Denikin y Judenich representaban una amenaza militar tal que muchos esperaban que el régimen de Lenin se derrumbara pronto.
Los blancos disfrutaban de muchas ventajas significativas. Contaban con el apoyo de la Iglesia. Sus ejércitos estaban casi siempre mejor dirigidos y no tenían que temer traición entre sus oficiales. En las condiciones imperantes, en las que la línea del frente se movía rápidamente, la caballería cosaca era una fuerza extremadamente valiosa. Los blancos ocupaban mejores tierras agrícolas y tenían que alimentar a las poblaciones de menos ciudades grandes. Estos factores, combinados con la ayuda de los aliados, hicieron que las condiciones de vida fueran mejores en los territorios ocupados por los blancos. Cuando los blancos ocupaban una ciudad, el precio del pan casi siempre bajaba. Naturalmente, en tiempos de hambruna, la reducción de los precios de los alimentos tenía un gran atractivo y una trascendencia política de largo alcance.
Aun así, los bolcheviques ganaron al menos en parte debido a la debilidad de sus enemigos. Los blancos no tenían una ideología atractiva ni el estado de ánimo adecuado para llevar a cabo su tarea más importante: imponer el orden en una población renuente. Como consideraban que su tarea era principalmente militar, no hicieron ningún intento serio de ganarse a la población con una visión atractiva del futuro. De hecho, carecían de esa visión. Los generales se habían sentido cómodos en la Rusia imperial y, aunque los más ilustrados entre ellos se daban cuenta de que podían ser necesarias algunas reformas, todos deseaban fervientemente que las revoluciones de 1917 nunca hubieran ocurrido.
Cuando se vieron obligados a articular sus objetivos, los blancos tuvieron que recurrir a un nuevo y exagerado sentido del nacionalismo. Proclamaron que luchaban por “Rusia”. El problema de esta ideología era que tenía poco atractivo para quienes eran políticamente los más importantes, los campesinos. Y quizá lo que es más importante, alejó fatalmente a las minorías nacionales, que podrían haber llegado a ser aliados útiles en una cruzada antibolchevique. Como los blancos necesariamente luchaban en zonas habitadas en gran parte por no rusos, la hostilidad de las minorías tuvo consecuencias fatídicas.
La desintegración del imperio otrora poderoso y la evidente debilidad de las autoridades centrales dieron como resultado un crecimiento extraordinariamente rápido de la conciencia nacional entre las minorías. Políticos que se habían proclamado internacionalistas y socialistas llegaron al poder en los nuevos estados independientes y abrazaron apasionadamente la causa nacionalista. Los bolcheviques y los antibolcheviques adoptaron políticas diferentes hacia los nuevos estados establecidos en las periferias. La actitud bolchevique era mucho más conveniente: mientras no tuvieran poder para impedir el establecimiento de esos estados, no se opusieron abiertamente a ellos. Parecían haber aceptado el principio de la autodeterminación nacional, aunque añadieron que se aplicaba siempre que sirviera a los intereses del proletariado. Los blancos no harían ninguna concesión comparable.
Los campesinos rusos no estaban movidos por una ideología nacionalista; estaban interesados en conseguir las tierras de los terratenientes. Los políticos blancos trabajaron durante muchos meses para elaborar un plan de reforma agraria. Tardaron en hacerlo, porque no apreciaban plenamente la importancia política de ganarse el apoyo de los campesinos ávidos de tierra. Cuando publicaron un proyecto de reforma agraria, en el verano de 1920, ya era demasiado tarde. Incluso este plan ofrecía muy poco. Después de todo, los blancos conseguían su apoyo social de la derecha y no podían distanciarse de sus partidarios. Los campesinos vieron que, tras la llegada de los ejércitos blancos, los terratenientes y los ex funcionarios zaristas reaparecían para reclamar su riqueza y su poder. No importaba lo que dijeran los políticos blancos en sus manifiestos, los campesinos comprendían correctamente que los blancos defendían la restauración.
Sin embargo, los bolcheviques ganaron la guerra civil no sólo por las debilidades y los errores de sus oponentes. Su comprensión de las necesidades del momento y de los principios de la política revolucionaria también les ayudó. El programa político con el que llegaron al poder no se pudo realizar, por lo que los revolucionarios tuvieron que improvisar constantemente. Pero afortunadamente para ellos, su formación y su ideología les permitieron improvisar con éxito.
Los bolcheviques, como marxistas-leninistas, comprendieron instintivamente la importancia de la organización y la movilización de masas. Trabajaron incansablemente e incesantemente tanto para llevar su programa a los obreros y campesinos como para crear formas organizativas que pudieran restablecer el orden. Una parte importante del mérito de ganar la guerra civil perteneció al partido.
En sus orígenes, el partido era una organización de revolucionarios, pero pronto se transformó en un instrumento de gobierno. En esas circunstancias, sería un error pensar que se trataba de una organización muy unida, disciplinada y jerárquica. Los dirigentes superiores se peleaban con frecuencia y el centro a menudo sólo tenía un control nominal sobre las ciudades distantes. Sin embargo, como base organizativa, confería a los bolcheviques una ventaja inestimable. El partido participaba en todos los aspectos de la vida nacional: era responsable de desarrollar una estrategia para ganar la lucha; era una agencia de reclutamiento que preparaba cuadros capaces y ambiciosos; era la principal agencia de adoctrinamiento; en los territorios controlados por el enemigo, organizaba una clandestinidad y, quizás lo más importante, intentaba supervisar el trabajo de otras instituciones gubernamentales y sociales.
Las habilidades y los principios organizativos de los bolcheviques se mostraron mejor en la creación y construcción del Ejército Rojo, que fue el gran logro de Trotsky. Tanto Trotsky como Lenin se dieron cuenta rápidamente de que, contrariamente a las nociones utópicas que habían abrigado, los servicios de expertos eran esenciales para dirigir un estado moderno. En el caso de los militares, esto significaba que el joven Estado soviético necesitaba la experiencia de los oficiales del ex ejército imperial. A esos hombres había que obligarlos o engatusarlos para que se pusieran al servicio de una ideología que en casi todos los casos les resultaba desagradable. Además, la política entrañaba riesgos: creaba indignación entre algunos viejos comunistas y los oficiales no eran en absoluto totalmente fiables. La traición era un peligro constante. Sin embargo, Trotsky tenía razón: sólo una fuerza disciplinada, dirigida por hombres profesionales, podía derrotar al enemigo.
Al final de la guerra civil, los bolcheviques, utilizando una amplia propaganda además del reclutamiento, habían formado un ejército de cinco millones de hombres, incomparablemente mayor que las fuerzas combinadas de sus enemigos. Sólo un pequeño porcentaje de este ejército sirvió en batallas; el resto proporcionó apoyo y servicios administrativos. En una época de anarquía, el nuevo Estado necesitaba todo el apoyo que pudiera conseguir.
La Cheka también contribuyó a la victoria bolchevique. El terror fue igualmente sangriento en ambos bandos; tanto los rojos como los blancos cometieron actos de extraordinaria brutalidad. Sin embargo, la represión política ejercida por ambos bandos tuvo un carácter diferente. Los blancos, cuyas opiniones eran más propias del siglo XIX que del XX, apreciaban poco el papel de las ideas en la política y toleraban una diversidad mucho mayor de opiniones políticas. La Checa, en cambio, sólo permitía una organización política y un punto de vista político: el de los leninistas.
Los bolcheviques adaptaron con éxito sus políticas sociales y económicas a las necesidades de ganar la guerra. Lenin presentó su famoso decreto sobre la tierra al día siguiente de su victoria. Como concesión a los campesinos, el decreto legalizaba las expropiaciones previas de tierras y permitía a los campesinos cultivar las tierras de los antiguos terratenientes como si fueran de su propiedad privada. Lenin, el gran realista, vio claramente los beneficios políticos. Sin embargo, aunque los rojos les dieron tierra y los blancos no les dieron nada, los bolcheviques sólo pudieron ganar unos pocos partidarios activos entre los campesinos. La gran debilidad de la posición bolchevique era que necesitaban alimentar a sus ciudades pero no tenían nada que dar a los campesinos a cambio de grano. En tales circunstancias, los principios de un mercado libre obviamente no podían funcionar, y los bolcheviques requisaron el grano por la fuerza. Esta política estaba destinada a alienar a los campesinos, pero es difícil ver qué otra cosa podrían haber hecho los revolucionarios.
Las políticas económicas introducidas por los bolcheviques a mediados de 1918, la principal de ellas la suspensión de un mecanismo de mercado para el grano, se llamaron comunismo de guerra. Este sistema movilizó la economía para estañar la guerra mediante la coerción. Los bolcheviques nacionalizaron el comercio y la industria. Aunque tales acontecimientos fueron el resultado de la improvisación, en ese momento los teóricos profesaban ver la desaparición de la empresa privada e incluso del dinero como un paso hacia la llegada de la sociedad comunista. El sistema causó gran miseria y penurias para la población y a largo plazo condujo a la devastación de la economía nacional. Sin embargo, a corto plazo, fue eficaz: las fábricas produjeron suficientes armas para luchar contra el enemigo y la gente de las ciudades fue alimentada, aunque mal.
La revolución bolchevique, como todas las grandes revoluciones, se libró por la igualdad social. Los revolucionarios hicieron mucho por reclutar una nueva élite política. Campesinos y obreros jóvenes y ambiciosos, con una mezcla de convicción y arribismo, se unieron a los bolcheviques. Pudieron acercarse a sus compañeros obreros y campesinos con mucho más éxito que cualquier propagandista blanco. Al movilizar esta fuente de talento hasta entonces inexplotada, los bolcheviques ganaron mucho. Las políticas bolcheviques conscientes, así como la miseria impuesta por la guerra y el comunismo de guerra, dividieron a los bolcheviques en dos, reduciría enormemente la desigualdad.
El 2 de diciembre de 1918 comenzó la huelga. Una jornada de ocho horas, salubridad laboral y un salario justo, reclamaban los 2500 obreros de los talleres Vasena. La patronal consideró que se trataba de una “insolencia obrera”. Los trabajadores decidieron entonces tomar la fábrica y armar un piquete en la puerta del establecimiento. Alfredo Vasena tenía buenas relaciones con el gobierno. Su asesor legal era un acérrimo militante radical afín a Yrigoyen, por lo que logró que rápidamente enviaran policías y bomberos para castigar la “insolencia” de los obreros. El 7 de enero, a las tres y media de la tarde, un grupo de huelguistas había formado un piquete tratando de impedir la llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores comenzaron a disparar sus armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales. Se vivió, aquella tarde, el primer día de pánico en el barrio de San Cristóbal. El saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos baleados en sus casas y el cuarto, asesinado a sablazos por la policía montada, los “cosacos”. Hubo también, más de 30 heridos. Según La Prensa, policías y bomberos, dispararon 2000 proyectiles. Las víctimas fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., asesinado mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral. Toribio Barrios, español, 42 años, casado, recolector de basura, asesinado en la avenida Alcorta 3189, de varios sablazos en el cráneo. Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, asesinado de un balazo en el temporal derecho en avenida Alcorta 3521. Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce el diario La Nación, “ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas”. Ante la gravedad de estos hechos, Alfredo Vasena, se reunió con los delegados gremiales en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Al no haber acuerdo, se decidió continuar la reunión al día siguiente, en la fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las diez, pero Vasena se negó a reunirse con los trabajadores. Argumentó que entre los delegados había activistas que no pertenecían a su plantel. Los trabajadores presentaron un pliego de condiciones: jornada de 8 horas, aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y abolición del trabajo a destajo. Vasena se comprometió a dar una respuesta, al día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las chatas de transportes. El jueves 9 de enero de 1919 la ciudad de Buenos Aires estaba paralizada. Comercios cerrados. No transporte público. La basura se acumulaba en las esquinas. Los canillitas habían resuelto vender solamente La Vanguardia y La Protesta, que aquel día titulaba: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”. Los únicos movimientos lo constituían las compactas columnas de trabajadores que se preparaban para enterrar a sus muertos. Eran hombres, mujeres y niños, con crespones negros y banderas rojas y negras -la mayoría eran socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios-, que lo único que pretendían era homenajear a sus mártires y repudiar la represión estatal y paraestatal. Previsor, el jefe de policía Elpidio González había solicitado y obtenido aquel mismo día del presidente Yrigoyen un decreto que aumentaba en un 20 % el sueldo de los policías a los que les esperaba una dura faena.
A las tres de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a un templo católico, algunos manifestantes anarquistas comenzaron a gritar consignas anticlericales. La respuesta no se hizo esperar: desde dentro del templo policías y bomberos comenzaron a disparar sobre la multitud. Resistieron. A las 17 horas la columna llegó al cementerio de la Chacarita. Comenzaron los discursos de los delegados de la FORA IX. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada, que se cobró cien vidas y cuatrocientos heridos. Según los diarios de la época, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas coincidieron en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. El pueblo no se amilanó y siguió en la calle exigiendo justicia. La huelga general continuaba. Mientras se producía la masacre de la Chacarita un grupo de trabajadores rodeó la fábrica Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encontraban Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena de la Asociación Nacional del Trabajo y un empresario británico, flamante comprador de la metalúrgica. La embajada británica se comunicó de inmediato con la Casa Rosada. Alvear que por entonces era jefe de policía y Elpidio González, partieron raudos a parlamentar con los obreros y pedirles calma. No fueron bien recibidos. El auto del jefe de policía fue incendiado por la multitud. González debió volver en taxi a su despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando —según el propio parte policial— 24 muertos y 60 heridos. El fantasma de la Revolución Bolchevique, los soviets de obreros y el levantamiento de campesinos en Rusia aterró a los miembros más destacados de la sociedad argentina. Había que frenar el torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la que ellos deseaban y necesitaban. Se hacía necesario el empleo de una “mano dura” que les recordara a los trabajadores que su lugar en la sociedad viene por el lado de la obediencia y la resignación. Con esa consigna, un grupo de jóvenes de la alta sociedad porteña se reunió en la Confitería París y decidió armarse en defensa propia. Las reuniones continuaron en los más cómodos salones del “Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron recibidos por el contralmirante y recontra reaccionario Manuel Domecq García y su colega el contralmirante Eduardo, quienes se comprometieron a darle a los ansiosos muchachos instrucción militar. El 10 de enero de 1919, O’Connor manifestó que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se atreven a venir al centro”. Los jovencitos “patrióticos” partieron del centro naval con brazaletes con los colores argentinos y armas automáticas generosamente repartidas por Domecq, O’Connor y sus cómplices. El 16 de enero de 1919, este grupo se constituyó en la Liga Patriótica Argentina. Domecq García ocupó la presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron como presidente a Manuel Carlés y vice a Pedro Cristophersen. ¿A qué se dedicaban estos ciudadanos preocupados por el orden? Las bandas terroristas armadas que operaban bajo el rótulo de Liga Patriótica Argentina lo hacían con total impunidad y la más absoluta colaboración y complicidad oficiales. Se reunían en las comisarías y allí se les distribuían armas y brazaletes. Desde las sedes policiales partían en coches último modelo manejados por los jovencitos oligarcas, y al grito de “Viva la Patria” se dirigían a las barriadas obreras, a las sedes sindicales, a las bibliotecas obreras, a la sede de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos y destruirlos, todo bajo la mirada cómplice de la policía y los bomberos. El barrio judío de Once fue atacado con saña por las bandas patrióticas que se dedicaban a la “caza del ruso”. Allí fueron incendiadas sinagogas y las bibliotecas Avangard y Paole Sión. Los terroristas de la Liga atacaban a los transeúntes, particularmente a los que vestían con algún elemento que determinara su pertenencia a la colectividad. La cobarde agresión no respetó ni edades ni sexos. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres” golpeaban con cachiporras y las culatas de sus revólveres a ancianos y arrastraban de los pelos a mujeres y niños. El 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad de los presos que sumaban más de 2000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la vuelta al trabajo. El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”. El dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”. El martes 14 de enero, el flamante jefe de la Policía Federal, general Luis Dellepiane, recibió por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. Pero pasando por encima del general, la policía y miembros de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y destruyeron la sede del periódico anarquista La Protesta. Esto motivó la amenaza de renuncia de Dellepiane, que fue rechazada al día siguiente por el propio presidente Yrigoyen, quien además ordenó efectivizar la puesta en libertad de todos los detenidos. El jueves 16, Buenos Aires era casi una ciudad normal: circulaban los tranvías, había alimentos en los mercados, y los cines y teatros volvieron a abrir sus puertas. Las tropas fueron retornando a los cuarteles y los trabajadores ferroviarios fueron retomando lentamente los servicios. Recién el lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero despedido ni sancionado, decidieron volver a sus puestos de trabajo. La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga había triunfado a un costo enorme. El precio no lo pusieron los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un caso testigo en su pulseada con el gobierno al que consiguieron presionar en los momentos más graves e imponerle su voluntad represiva. No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Por su parte, Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”. Los sectores pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y las premiaron. Así lo detalla el diario La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro defensores del orden, que preside el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la suma de 5000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante los recientes sucesos. El resto de las contribuciones fuerón: El Frigorífico Swift $ 1000,Club Francais $500, Eugenio Mattaldi $500, Escalada y Cía. $100, Leng Roberts y Cía. $500, Juan Angel López $ 200, Matías Errázuriz $ 500, Horacio Sánchez y Elía $7000, Jockey Club $ 5000, Cía. Alemana de electricidad $ 1000, Arable King y Cía. $ 100, Elena S. de Gómez $200, Las Palmas Produce Cía. $1000, Frigorífico Armour $ 1000. Ni los familiares de los 700 muertos ni los más de 4000 heridos, recibieron un centavo. Eran gente del pueblo, eran trabajadores, eran, en términos de Carlés, “insolentes” que habían osado defender sus derechos. No hubo “suscripciones” ni donaciones las viudas con sus hijos sumidos en la más absoluta tristeza y pobreza. La caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle limosnas a las familias más necesitadas. Lo hacían evidentemente en defensa propia. Si a alguien le queda alguna duda, he aquí parte del texto de lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”.
Fuentes Consultadas
Periódico Acción Directa Revista-Anarquista Kiebre Historia Argentina – Abad de Santillán
¿Por qué es sano no homenajear a Herr Oswald Bayer?
Porque ha sido un personaje militante del comunismo internacional, nunca fue un historiador. Fue un opinador, no alguien que se basara en todos los datos que recababa. Sólo presentó los datos que convenían a promover la rebelión de los pueblos y la lucha de clases marxista-leninista. Toda su obra es un recorte de hechos para apoyar su militancia anti-argentina (un ejemplo). Debajo tenemos simplemente dos notas que lo pintan de cuerpo entero: Pidiendo la entrega de la Patagonia Oriental a Chile para conformar una disparatada patria india y, congruente con ello, un ataque al General Julio Argentino Roca como padre fundador de la Argentina moderna.
Las Jornadas de Mayo de 1937 (o Sucesos de Mayo, Hechos de Mayo) hacen referencia a una serie de enfrentamientos ocurridos en el seno del bando republicano entre el 3 y el 8 de mayo de 1937 en diversas localidades de las provincias de Cataluña, con centro en la ciudad de Barcelona, en el contexto de la guerra civil española.
En estos sucesos se enfrentaron grupos anarquistas y marxistas, por un lado, y el Gobierno de la República, la Generalidad de Cataluña y algunos grupos políticos (en particular, socialistas y comunistas), por otro lado. Fue el punto culminante del enfrentamiento entre la legalidad republicana de la preguerra y la Revolución Española de 1936, que estaban en roce constante desde el 18 de julio de 1936.
Edificio de la Telefónica en Barcelona. El control de esta instalación marcó el inicio de las Jornadas de Mayo.
Antecedentes
Desde que fracasase la rebelión militar en Barcelona en julio de 1936 la ciudad de Barcelona y, con ella a la cabeza, toda la región catalana habían quedado bajo control de las milicias obreras, especialmente la sindical anarquista CNT-FAI, pero también de la socialista UGT. Recién tomados los últimos cuarteles en rebeldía, los líderes anarquistas se reunieron con Companys y resultado de esta reunión fue la constitución del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, el verdadero gobierno de Barcelona y toda Cataluña, donde estaban representados la mayoría de partidos del Front d'Esquerres (marca del Frente Popular en Cataluña); la Generalidad y el gobierno central habían perdido todo margen de actuación y asistieron pasivos ante la revolución que estaba teniendo lugar en Cataluña y que se extendió hasta Aragón. Las industrias se habían colectivizado, pero siempre se encontraban el mismo problema cuando acudían a los bancos (colectivizados, pero bajo control comunista) a solicitar créditos y se los negaban por no estar supervisadas por la Generalidad. En octubre el Comité se autodisolvió y sus miembros pasaron a ser los consellers del gobierno de la Generalidad de Cataluña. Pero las Patrullas de Control (organismo revolucionario de carácter parapolicial controlado por la CNT-FAI) continuaron su actividad con total libertad, vista la imposibilidad del gobierno catalán de poderlas controlar.
El clima de desconfianza y enfrentamientos estaba presente no solo entre las instituciones republicanas y las organizaciones obreras, sino inclusive mismo entre estas, especialmente entre los anarquistas, por un lado, y los socialistas, nacionalistas catalanes y comunistas, por otro. Incluso entre los comunistas existía una fuerte división. Por un lado se encontraban los comunistas estalinistas del PCE y el PSUC, que seguían la doctrina oficial de la URSS, además de ser partidarios de llevar la guerra y la revolución de forma separada, así como la defensa del orden burgués de la Segunda República.3 El PCE constituía el partido comunista mayoritario en todo el país mientras el PSUC era la principal organización comunista en Cataluña. En el otro extremo, los comunistas antiautoritarios del POUM (semejantes a los trotskistas), radicalmente opuestos a Stalin y partidarios de la revolución a la vez que se hacía la guerra (motivo por el que coincidieron con los anarquistas).
La tensión fue en aumento desde el invierno debido a una serie de sucesos en cadena que calentaron el clima político y prepararon el camino para lo que luego tendría lugar. La campaña del PCE contra el POUM ya había empezado durante la celebración de una conferencia en Valencia, durante el mes de marzo. Durante la misma, se vilipendió a los líderes del POUM y se les acusó de ser agentes nazis encubiertos bajo una falsa propaganda revolucionaria, constituyendo unos agentes enemigos infiltrados en el país.5 El POUM había llegado a proponer que se invitara a residir en Cataluña a Trotski, a pesar de sus discrepancias con este. Los dirigentes del POUM se mostraban cada vez más recelosos a medida que avanzó la primavera de 1937. La tensión en las calles de Barcelona empezaba a ser palpable a la llegada de aquella caliente primavera: las Patrullas de Control bajo dirección de Josep Asens Giol seguían deteniendo arbitrariamente y cometiendo asesinatos en sus famosos paseos. Otras patrullas anarquistas practicaban las expropiaciones privadas. Tarradellas, como mano derecha de Companys, estaba decidido a unificar las fuerzas de seguridad en Cataluña bajo un solo mando y acabar, de esta manera, con las Patrullas de Control. Cuando el 26 de marzo, Tarradellas prohibió que los miembros de la policía tuvieran filiación política y al mismo tiempo dictó la entrega de todas las armas que tuvieran los partidos políticos, los anarquistas se retiraron del Gobierno de la Generalidad. La crisis abierta obligó a Companys a ceder ante las exigencias anarquistas y estos siguieron conservando sus armas y continuaron las Patrullas de Control.
El 25 de abril una fuerza de carabineros en Puigcerdá obligó a las patrullas de la CNT a que les entregaran el control de las aduanas, ejercido por éstas de forma ilegal; Juan Negrín, ministro de Hacienda, había resuelto arrebatar a la CNT el control de aquella importante frontera. La colectividad de Puigcerdá se convirtió en un núcleo de espionaje, falsificación de documentos y huidas clandestinas. El alcalde pertenecía a la UGT, pero quien ostentaba un poder de facto era Antonio Martín Escudero, conocido como El Cojo de Málaga., mientras que insistía en continuar la colectivización general, criaba ganadería propia.9 Después de producirse un enfrentamiento violento resultaron muertos él y varios de sus hombres. Después de esto, al gobierno republicano no le resultó tan difícil hacerse con el control de los demás puestos aduaneros. Simultáneamente a estos hechos, la Guardia Nacional Republicana y la Guardia de Asalto fueron enviadas a Figueras y otras ciudades del norte de Cataluña para sustituir a las patrullas de la CNT. En Barcelona empezó a temerse que estallara la guerra abierta entre los anarquistas y el POUM por una parte, y el gobierno de Largo Caballero y los comunistas por la otra. Cada bando formaba sus depósitos de armas y fortificaba sus edificios en secreto, temiendo que los rivales atacaran primero. La tensión continuó durante una semana. Roldán Cortada, socialista del PSUC, fue asesinado por terroristas sin identificar el 25 de abril. El primero de mayo, que tradicionalmente era una jornada de fiesta, transcurrió en silencio, pues la UGT y la CNT acordaron suspender los desfiles, que inevitablemente habrían ocasionado disturbios.
Bandos enfrentados
Tres principales fuerzas políticas participaron en los acontecimientos que culminaron con los Hechos de Mayo. El Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) tenía como objetivo prioritario ganar la guerra, porque sin una victoria no consideraban que fuese del todo inoportuno el planteamiento revolucionario, posición mantenida por la CNT, las Juventudes Libertarias y el POUM y otros grupos de menor importancia como la anarquista Agrupación de los Amigos de Durruti o la trotskista Sección Bolchevique-Leninista de España. Para estos grupos la revolución y la guerra eran inseparables, ya que su participación en la guerra (que había resultado decisiva durante los primeros momentos de la misma) no venía motivada por la defensa de la República, sino por la revolución.
También existían grupos proclives a un regreso a la legalidad de la República como eran las mismas autoridades republicanas del Gobierno de Valencia o la Generalidad, con el apoyo de los partidos como el ya citado PSUC o Esquerra Republicana de Catalunya. Un tercer sector lo compondrá la parte más "posibilista" de la CNT, partidario del cese inmediato de las hostilidades entre los dos bandos antes citados. Aunque el PSUC no era un partido burgués, desde el punto de vista de las autoridades republicanas este se presenta como alternativa frente al caos revolucionario y propugnaba el fortalecimiento del gobierno central que sustituiría los comités locales; para conseguirlo se precisaba de un ejército organizado, instruido y dirigido por un mando único. Orwell resumiría la línea del partido del siguiente modo:
"... Aferrarse a los fragmentos del control obrero y repetir como loros fines revolucionarios es más que inútil: no resulta sólo obstaculizante, sino también contrarrevolucionario, porque conduce a divisiones que los fascistas pueden utilizar contra nosotros. En esta etapa no luchamos por la dictadura del proletariado..." George Orwell
Cronología de los enfrentamientos
Hechos preliminares
Tradicionalmente se ha admitido por la historiografía que el hecho clave que hizo estallar el conflicto en Barcelona fue la toma de la central telefónica de Barcelona por la Guardia de Asalto. Las razones por las que se decidió tomar el control se debían al control y sabotaje de las llamadas gubernamentales por parte de la CNT. La central estaba controlada desde el comienzo de la guerra por la CNT-FAI, sindicato obrero que colectiviza por la fuerza la empresa telefónica en las zonas bajo su dominio. Y, por tanto, controlaba las comunicaciones telefónicas de Cataluña.
Sin embargo, a través de un confidente del gobierno republicano en la zona sublevada se supo que Franco manifestó al embajador alemán Von Faupel que «agentes suyos habían promovido los sucesos de Barcelona, combinados con una ofensiva en el frente de Aragón, que hubo de aplazar al cesar la insurrección anarco-sindicalista».
El 2 de mayo el ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, telefoneó a la Generalidad de Cataluña desde Valencia; el telefonista anarcosindicalista que había al otro lado le replicó que en Barcelona no había gobierno alguno sino solo un comité de Defensa. El gobierno estaba convencido de que hacía tiempo que los anarquistas registraban sus conversaciones telefónicas (los cuales, desde luego, disponían de medios para hacerlo). Otra vez ese mismo día, hubo una llamada del presidente de la República Manuel Azaña a Companys, Presidente de la Generalidad. A mitad de conversación, esta fue cortada por el telefonista, quien dijo que las líneas debían usarse con fines más importantes que una mera charla entre ambos presidentes. Hacía tiempo que las autoridades republicanas sospechaban que los anarcosindicalistas tenían sometidas a escuchas todas las conversaciones telefónicas de tipo oficial, y esta clase de incidentes supusieron la gota que colmó el vaso.
Por otro lado, esa misma tarde del 2 de mayo de 1937 se produjeron tiroteos en Barcelona entre miembros de Estat Català y la FAI, resultando muerto un miembro de esta última. Ello era prueba de la explosiva situación que se vivía en Barcelona.
3 de mayo
Un grupo de 200 policías mandados por el consejero de Orden Público de la Generalidad de Cataluña, Rodríguez Salas, se dirigió a la central de la Telefónica y se personó en el departamento de censura (situado en la segunda planta) con la intención de tomar el control del edificio. Aquello pareció a los anarquistas una provocación, pues la Telefónica estaba ocupada legalmente por un comité anarcosindicalista de acuerdo a un decreto de la propia Generalidad acerca de las colectivizaciones que era, a su vez, contrario al Estatuto catalán y a la Constitución de la República (violando competencias exclusivas del Estado). Rodríguez Salas, por su parte, obtuvo esta orden del responsable de asuntos interiores en el gobierno autonómico, Artemi Ayguadé, que tomó la decisión sin contar con los demás miembros del gobierno catalán. Entonces los trabajadores anarquistas abrieron fuego desde el rellano de la segunda planta contra el departamento de censura. Rodríguez Salas solicitó ayuda por teléfono y se presentó la Guardia Nacional Republicana junto a dos jefes de las Patrullas de Control, Dionisio Eroles (a la sazón jefe de la comisaría anarquista) y José Asens (el jefe de las Patrullas de Control). Eroles persuadió a los trabajadores cenetistas de que cesaran el fuego y aunque se resistieron en un principio, estos entregaron su armas pero no sin antes disparar a través de las ventanas la munición sobrante.
En la plaza de Cataluña se había congregado una muchedumbre: al principio se creyó que los anarquistas habían capturado al jefe de Policía. El POUM, los Amigos de Durruti, los leninistas-bolcheviques y las juventudes anarquistas tomaron posiciones y al cabo de unas cuantas horas, todas las organizaciones políticas habían sacado las armas que tenían ocultas y empezaron a construir barricadas. A partir de esta escaramuza, se inician combates en diferentes puntos de la ciudad. Se construyen varios cientos de barricadas, y las unidades de policía ocupan azoteas y torres de iglesias. Al anochecer, Barcelona era una ciudad en guerra.
El PSUC y el gobierno controlaban un sector urbano situado al este de las Ramblas. Los anarquistas dominaban el sector oeste y todos los suburbios también se encontraban en sus manos. En el centro de la ciudad, donde las sedes de los sindicatos y los partidos políticos (instaladas en edificios y hoteles requisados) se encontraban relativamente próximas, se empezó a oír disparos y todos los automóviles que circulaban eran ametrallados. En la Telefónica se había acordado una tregua y las comunicaciones telefónicas, que resultaban esenciales para la guerra, no se interrumpieron. La policía, instalada en la primera planta, incluso enviaba bocadillos a los anarquistas, que ocupaban las plantas superiores. Sin embargo, desde las azoteas, se lanzaron varias granadas que hicieron volar a varios coches de policía. Lo que empeoraba la situación era el hecho de que ni en la CNT ni en la FAI existía la menor cohesión; la antorcha de la revolución la habían recogido los más extremistas de sus seguidores o las juventudes anarquistas. A primeras horas de la noche, los jefes del POUM propusieron a los aturdidos dirigentes anarquistas en Barcelona formar una alianza contra el comunismo y el gobierno. Los líderes anarquistas se negaron inmediatamente.
4 de mayo
El 4 de mayo Barcelona estaba sumida en el silencio, solo interrumpido por el fuego de fusiles y ametralladoras. Los comercios y edificios estaban cubiertos por barricadas. Grupos armados de anarquistas atacaron los cuarteles de la Guardia de Asalto y edificios gubernamentales. Estos y los militantes comunistas contraatacaron. La mayor parte del proletariado barcelonés apoyaba a los anarcosindicalistas y se teme iniciar otra Guerra Civil dentro de la Guerra Civil. A las once de la mañana los delegados de los sindicatos de CNT se reúnen y acuerdan hacer todo lo posible para restablecer la tranquilidad. Entretanto, los dirigentes anarquistas García Oliver y Federica Montseny y el ejecutivo de la UGT Carlos Hernández Zancajo leían por la radio un llamamiento a sus seguidores para que depusieran las armas y volvieran al trabajo. Jacinto Toryho, director de Solidaridad Obrera, se expresó en el mismo sentido. Los ministros anarquistas iban llegando a Barcelona, y con ellos Mariano Rodríguez Vázquez, "Marianet" (secretario del comité nacional de la CNT), Pascual Tomás y Carlos Hernández (del comité ejecutivo de la UGT). Ninguno de ellos deseaba un enfrentamiento con los comunistas, pero el presidente Largo Caballero no tenía ninguna gana de emplear la fuerza contra los anarquistas.19 Federica Montseny diría más tarde que la noticia de los disturbios había cogido totalmente desprevenida a ella misma y a los restantes ministros anarquistas.
En el Frente de Aragón, unidades de la 26.ª División anarquista (anteriormente llamada la Columna Durruti) a las órdenes de Gregorio Jover, se congregaron en Barbastro para emprender la marcha sobre Barcelona. No obstante, al oír la alocución radiada por García Oliver permanecieron donde estaban.20 Pero la 28.ª División (la que fuera la Columna Ascaso) y también la 29.ª División del POUM, capitaneada por Rovira, no desistieron de la proyectada marcha sobre Madrid hasta que el jefe de la aviación republicana en el frente de Aragón, Alfonso Reyes, amenazó con bombardearles si la marcha se efectuaba.
Hacia las cinco de la tarde, fueron abatidos varios anarquistas por la policía cerca de la Vía Durruti (actual Vía Layetana). El POUM empieza a apoyar públicamente la resistencia. En los tiroteos que se producen a lo largo de este día, muere el conocido libertario Domingo Ascaso, a la postre familiar del mítico Francisco Ascaso y de Joaquín Ascaso, presidente del Consejo Regional de Defensa de Aragón. La Sección Bolchevique-Leninista de España, grupo oficial de la IV Internacional, distribuye en las barricadas de Barcelona octavillas tituladas "Viva la ofensiva revolucionaria", que incluyen el siguiente texto:
"Viva la Ofensiva revolucionaria - Nada de compromisos - Desarme de la GNR y Guardia de Asalto reaccionarias - El momento es decisivo - La próxima vez será demasiado tarde - Huelga general en todas las industrias que no trabajen para la guerra, hasta la dimisión del gobierno reaccionario - Sólo el Poder Proletario puede asegurar la victoria militar - Armamento de la clase obrera – Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM – Viva el Frente Revolucionario del Proletariado – En los talleres, fábricas, barricadas, etc.: Comités de defensa Revolucionaria."
5 de mayo
Dentro de la Generalidad de Cataluña, Tarradellas, respaldado por el presidente Companys, seguía negándose a acceder a la exigencia anarquista de que dimitieran Rodríguez Salas y Ayguadé. Pero al final se llegó a una solución y Companys llega a una frágil tregua con los diferentes grupos. El gobierno catalán dimitiría, formándose uno nuevo del cual Ayguadé quedaría fuera, para satisfacer las peticiones anarquistas. En el nuevo gobierno estarían representados los anarquistas, Esquerra, el PSUC y la Unió de Rabassaires.20 Pero los tiroteos incontrolados seguían barriendo las calles de la ciudad barcelonesa, causando la muerte a quienes se aventuraban a salir de sus refugios. A las nueve y media de la mañana la Guardia de Asalto ataca la oficina central del sindicato médico, en la Plaza Santa Ana en el centro de la ciudad, y la sede central de la Federación Local de la FIJL. Los anarquistas denunciaban la complicidad del Gobierno y de los intereses soviéticos en terminar con la Revolución Social que se vive en Cataluña. El grupo anarquista Agrupación de los Amigos de Durruti publicó varias octavillas, exigiendo la liberación de Francisco Maroto del Ojo (anarquista andaluz recientemente encarcelado) y llamando a la población a la resistencia. En una de ellas declaraba que:
Ha sido constituida una Junta Revolucionaria en Barcelona. Todos los responsables del golpe de estado, que maniobran bajo protección del gobierno, serán ejecutados. El POUM será miembro de la Junta Revolucionaria porque ellos apoyaron a los trabajadores.
No obstante, tanto la CNT-FAI como la FIJL rechazan participar en la iniciativa de la agrupación. Hacia las cinco de la tarde los escritores anarquistas italianos Camillo Berneri y Francesco Barbieri son detenidos por un grupo de doce guardias, seis de ellos de la policía municipal y el resto miembros del PSUC. Ambos serán asesinados durante su arresto. El clima de alarma se encrespó más aún cuando llegaron al puerto unos destructores británicos. El POUM temía, sin razón alguna, que vinieran en misión de bombardeo.nota 2 En realidad los ingleses temían que los anarquistas se hicieran dueños de la situación y se estaba hablando de evacuar a los súbditos extranjeros. Hacia la noche llegó a la ciudad Federica Montseny, ministra de Sanidad e importante miembro de la CNT, con el propósito de mediar entre las partes. El comunista Antonio Sesé, secretario general de la UGT catalana y miembro del nuevo consejo provisional de la Generalidad de Cataluña, resultó muerto en un tiroteo perpetrado por miembros de la CNT cuando se dirigía a recibir su nombramiento.
Ese mismo día, en Tarragona y otras localidades costeras se produjeron combates, la Guardia de Asalto procede igualmente a intentar desalojar las centrales de la Telefónica ocupadas por la CNT; La situación se repitió en Tortosa y Vich, dando un saldo al final del día con más de una treintena de anarquistas muertos en Tarragona y otros tantos en Tortosa. Por la noche Companys y Largo Caballero mantuvieron una conversación telefónica en el curso de la cual el presidente catalán aceptó la oferta formulada por el presidente del gobierno de enviarle ayuda para restaurar el orden.
6 de mayo
Durante la madrugada la CNT llama una vez más a los trabajadores a regresar al trabajo que se observó durante la mañana, aunque los llamamientos para volver al trabajo fueron desatendidos, más por miedo que por obstinación. Por la tarde, no obstante, se reanudaron los combates. En un cine, el cine América, en la calle del Paralelo 121-123, resultaron muertos varios guardias de la GNR por disparos de una pieza de artillería de 75 mm que habían traído de la costa varios miembros de las juventudes libertarias.
Una fuerza de aproximadamente 5000 miembros,1 la mayoría de ellos guardias de asalto, parten de Madrid y Valencia hacia la capital catalana. Por la noche dos destructores republicanos, acompañados por el acorazado Jaime I llegaron al puerto de Barcelona procedentes de Valencia y cargados de hombres armados; Prieto había logrado vencer la aversión de Largo Caballero al tomar cartas en el asunto. Al difundirse la noticia por la ciudad, la mayor parte de los trabajadores en huelga abandonan la resistencia. En Tarragona, milicianos de Estat Català, ERC y PSUC atacan la sede local de la FIJL, consiguiendo tomarla al asalto tras un duro enfrentamiento armado.
Las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona fueron una serie de enfrentamientos internos en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Entre el 3 y el 8 de mayo, se produjeron combates en las calles de la ciudad, especialmente en puntos estratégicos como la Plaza de Cataluña y la Telefónica. Las barricadas, construidas con adoquines y sacos terreros, fueron una imagen común en lugares como la Rambla de Santa Mónica y la Plaza Sant Jaume.
Para visualizar estos eventos, puedes consultar fotografías históricas que capturan escenas de las barricadas y los enfrentamientos en Barcelona durante esos días. Por ejemplo, el fotógrafo Agustí Centelles documentó las barricadas en la Rambla de Santa Mónica, mostrando la tensión y preparación de los milicianos.
Otra imagen notable es la de la Plaza Sant Jaume, donde se aprecia una barricada levantada para defender el centro político de la ciudad.
Estas imágenes ofrecen una representación visual de los acontecimientos y pueden servir de inspiración que refleja la atmósfera y los escenarios de las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona.
7 de mayo
A las ocho y veinte de la mañana llega la expedición de los guardias de asalto a Barcelona, ocupando distintos puntos neurálgicos de la ciudad. Algunos vienen por carretera desde Valencia, después de dominar sendas revueltas en Tarragona y Reus.1 Los anarquistas locales habían volado los puentes, carreteras y ferrocarriles para impedir el paso a la columna. Ese día la CNT volvió a hacer un llamamiento a la vuelta al trabajo, proclamando por la radio: «¡Abajo las barricadas! ¡Que cada ciudadano se lleve su adoquín! ¡Volvamos a la normalidad!». Las fuerzas expedicionarias que entraron en Barcelona iban bajo el mando del teniente coronel Emilio Torres, que gozaba de cierta simpatía entre los anarquistas y precisamente por ello la CNT había propuesto que se le asignara a él dicha tarea para facilitar la vuelta a la normalidad. Los guardias de asalto en las ciudades de Barcelona y Tarragona y muchas otras localidades, proceden a desarmar y detener a numerosos miembros de la CNT, FAI, FIJL y POUM que habían participado en ellas.
8 de mayo
Las calles vuelven a la normalidad con algunos incidentes aislados y se empiezan a desmontar las barricadas. Los disturbios de Barcelona habían acabado finalmente. La prensa de la época calculó el número de bajas en 500 muertos y 1000 heridos. Las Jornadas de Mayo tuvieron también un campo de actuación secundario en muchos pueblos, principalmente de las provincias de Barcelona y Tarragona. Aquí la lucha también fue fortísima, aunque al final también fueron derrotados los anarquistas y trotskistas.
Repercusiones y consecuencias
Las Jornadas de Mayo tuvieron unas profundas y largas consecuencias. De un lado demostraron que ya no existía cohesión entre los anarquistas, como sí había existido en el 18 de julio de 1936. Se había abierto un foso entre los ministros anarquistas, absortos en la tarea de ganar la guerra, y las juventudes anarquistas, obcecadas en hacer triunfar, por encima de todo, la revolución. Personajes en otro tiempo muy influyentes, como Escorza o García Oliver, habían perdido el control sobre sus propios seguidores.26 La crisis demostró que no podría haber tregua entre los comunistas y el POUM. La Generalidad de Cataluña fue restaurada en sus funciones, entrando en ella un solo representante de la UGT (el comunista Vidiella), otro de la CNT (Valerio Mas) y otro de Esquerra (otra vez Tarradellas). Algunos responsables de las muertes fueron juzgados después, pero solo en Tarragona, y no se les condenó a muerte sino solo a penas de prisión.
La Generalidad de Cataluña, los comunistas y el gobierno central parecían dispuestos a actuar conjuntamente contra los extremistas, por la fuerza, si era necesario. El nuevo director de Orden Público en Barcelona, José Echevarría Novoa, no tardó en restaurar la normalidad en gran parte del sistema judicial, pero, de este modo, los comunistas pudieron emprender con mayor facilidad su cruzada contra el POUM. Las autoridades republicanas no tomaron más medidas contra la CNT-FAI debido al gran poder que todavía detentaban y también por su gran apoyo popular. La situación del POUM fue bien distinta, ya que el gobierno republicano acabaría ilegalizando el partido poco tiempo después (el 16 de junio) y detuvo a sus principales dirigentes, entre ellos Julián Gorkin y Andreu Nin. El POUM acabaría desapareciendo del mapa político, mientras que el movimiento anarquista nunca volvería a intervenir en la guerra como había hecho hasta ahora. A la larga, estas disputas internas que desgarraban a la República supusieron un lastre en su unidad interna frente a los sublevados. Consecuencia misma de los Sucesos de Barcelona fue la caída del Gobierno de la Victoria de Largo Caballero y la salida de los 4 ministros anarquistas que tenían representación en él, además de una clara victoria en la influencia y poder de los comunistas dentro del bando republicano.
Para George Orwell, que vivió en primera persona los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, sólo se puede entender lo que ocurrió mediante la perspectiva de que las fuerzas comunistas deseaban ejercer el control total sobre la República y no iban a permitir una revolución que no podían controlar; según él, esa reacción contra la revolución fue uno de los motivos principales por los que se terminó perdiendo la guerra.
En la cultura popular
El impacto y las repercusiones de los Sucesos de Mayo fueron tales que quedarían reflejados en distintas novelas y películas a posteriori de que estos tuviesen lugar. Homenaje a Cataluña de George Orwell fue la primera novela escritanota 3 (y una de las más famosas) sobre estos sucesos, siendo publicada en abril de 1938, cuando todavía no se había cumplido un año. El escritor inglés tuvo el privilegio de haber sido testigo de primera mano sobre los sucesos de Barcelona, pues él estuvo entre los milicianos del POUM. La escritora catalana Mercè Rodoreda publicó en 1962 la novela La plaza del Diamante (La plaça del Diamant en su título original en catalán), obra sobre la historia de una chica barcelonesa (Natalia) a la que le toca vivir la Guerra Civil. En un pasaje de la obra también quedan reflejados los enfrentamientos de mayo de 1937. En 1982 fue realizada una película basándose en la obra de la escritora catalana, que fue dirigida por Francesc Betriu. La versión cinematográfica La plaza del Diamante constituye un fiel reflejo de la novela. En 1984 se estrenó la película Memorias del General Escobar (dirigida por José Luis Madrid), que narra la historia del general Antonio Escobar en su papel jugado durante la Guerra Civil y también durante los Sucesos de Barcelona.
En 1995 el director de cine inglés Ken Loach dirigió la película Tierra y libertad, inspirada en las páginas de George Orwell. En una parte de la película, se retratan los acontecimientos de mayo en Barcelona, con ciertas similitudes con la obra de Orwell.
Notas
Las Fuerzas de seguridad disponían de 3 Grupos de la Guardia de Asalto (3000 efectivos), a los que habría que sumar 1000 efectivos de la Guardia Nacional Republicana (GNR) y otras fuerzas de seguridad, como los Mozos de Escuadra. Posteriormente fueron enviados como refuerzo 4000 guardias de Asalto, mientras que la Armada envió al Acorazado Jaime I y 2 destructores. También habría que destacar a las fuerzas auxiliares de PSUC, ERC y Estat Català. George Orwell, que se encontraba en un puesto del POUM en la línea de fuego, compartía este temor.
George Orwell, obra citada, critica el control estalinista del Partido Comunista de España y las mentiras que se usaban como propaganda para la manipulación informativa. En 1937, durante la represión del gobierno de Negrín contra el POUM, Orwell relató que estuvo a punto de ser asesinado en Barcelona.
Bibliografía
Aguilera Povedano, Manuel. Compañeros y camaradas. Las luchas entre antifascistas en la Guerra Civil Española. Editorial Actas. Madrid, 2012. ISBN 978-84-9739-124-5
La guerra civil mes a mes, Tomo 13. Los sucesos de Barcelona (Mayo de 1937), varios autores, Grupo Unidad Editorial S.A., 2005 ISBN 84-96507-59-9 (obra completa) ISBN 84-96507-72-6 (Tomo 13).
Thomas, Hugh (1976). Historia de la Guerra Civil Española. Barcelona: Círculo de Lectores. ISBN84-226-0873-1.
La Junta de Defensa de Madrid fue un organismo creado el 6 de noviembre de 1936 por el gobierno de la República presidido por el socialista Francisco Largo Caballero. Estuvo encargado de la defensa «a toda costa» de la ciudad de Madrid ante la posibilidad de que esta cayera en manos franquistas durante la Guerra Civil. Su constitución y presidencia le fueron conferidas al general Miaja, autodisolviéndose el 23 de abril de 1937. Su constitución le hizo responsable de la defensa de Madrid.
Antecedentes
El Consejo de Ministros encabezado por Largo Caballero había creado mediante decreto de 28 de septiembre de 1936 un organismo homónimo, encabezado por el propio jefe del Gobierno e integrada por representantes de las distintas formaciones que apoyaban al Frente Popular, aunque con meras funciones consultivas. Sin embargo, de los representantes de la misma, únicamente dos -Francisco Caminero Rodríguez (Partido Sindicalista) y José Carreño España (IR)- pasarían a ser parte del nuevo organismo plenipotenciario. Este Consejo de Ministros decide igualmente que el Gobierno de la República Española debe abandonar Madrid y trasladarse a Valencia.
Localización
País: España
Información general
Tipo Junta de gobierno Sede Madrid
Organización
Presidente José Miaja Menant
Historia
Fundación 6 de noviembre de 1936 Disolución 23 de abril de 1937
Nacimiento de la Junta
Tras la ruptura del cerco sobre el alcázar de Toledo las tropas del general Varela avanzaron directamente a Madrid. El 6 de noviembre de 1936 a las ocho de la tarde se convoca al general Miaja y al general Pozas para reunirse con Largo Caballero; a ambos generales se les entrega un oficio en sobre cerrado que pone en su membrete "para abrir a las seis horas del día 7".1 Al salir ambos generales desobedecen las instrucciones del membrete y abren el contenido de su interior. Su sorpresa fue que al abrirla el contenido había sido cambiado, quizás por las prisas por abandonar Madrid. Su contenido era:
El Gobierno ha resuelto, para poder continuar cumpliendo con su primordial cometido de defensa de la causa republicana, trasladarse fuera de Madrid, encarga a VE de la defensa de la capital a toda costa. A fin de que lo auxilien en tan trascendental cometido, (…) se constituye una Junta de Defensa de Madrid, (…) Esa Junta tendrá facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid que deberá ser llevada al límite y, en el caso de que a pesar de todos los esfuerzos haya de abandonarse la capital, (…) las fuerzas deberán replegarse a Cuenca para establecer una línea defensiva en el lugar que le indique el General Jefe del Ejército del Centro. firmado por Largo Caballero.
Largo Caballero ordenaba al general Miaja constituir una Junta de Defensa compuesta por representantes de todos los partidos que componían el gobierno y en las mismas proporciones. Sin embargo, la plana mayor de los distintos partidos, salvo el comunista, habían huido de Madrid. Tampoco especificaban las instrucciones de Largo Caballero el modo en el que dichos representantes serían designados. Durante la noche del 6 al 7 de noviembre, representantes de distintos partidos políticos acudieron al Ministerio de la Guerra, donde se hallaba el cuartel general de Miaja. Ante ello, tomaron la decisión, que fue ratificada en la primera reunión formal de la Junta, de que «cada uno de los partidos estuviera representado por un titular y un suplente». Por esta razón, aparte de los representantes del PSOE, Izquierda y Unión Republicana, PCE y CNT, se incluyó a representantes de las Juventudes Socialistas Unificadas, la Unión General de Trabajadores (a través de la Casa del Pueblo de Madrid), el Partido Sindicalista y las Juventudes Libertarias.
Composición
La carta recibida por el general José Miaja de parte del Gobierno establecía que la Junta contaría «con representaciones de todos los partidos políticos que forman parte del Gobierno y en la misma proporcionalidad que en éste tienen dichos partidos», sin especificar, sin embargo, el modo de designación de los mismos. Finalmente se acordó que cada uno de los partidos estuviese representado por un titular y un suplente, quedando conformada su composición como sigue:
Presidencia: José Miaja Menant.
Secretario: Fernando Frade (PSOE).
Suplente: Máximo de Dios (PSOE).
Guerra: Antonio Mije García (PCE).
Suplente: Isidoro Diéguez Dueñas (PCE).
Orden público: Santiago Carrillo Solares (JSU).
Suplente: José Cazorla Maure (JSU).
Industrias de Guerra: Amor Nuño Pérez (CNT).
Suplente: Enrique García Pérez (CNT).
Abastecimientos: Pablo Yagüe Estebaranz (Casa del Pueblo).
Suplente: Luis Nieto de la Fuente (Casa del Pueblo).
Comunicaciones: José Carreño España (IR).
Suplente: Gerardo Saura Mery (IR).
Finanzas: Enrique Jiménez González (UR).
Suplente: Luis Ruiz Huidobro (UR).
Información y Enlace: Mariano García Cascales (JJ.LL.).
Suplente: Antonio Oñate (JJ.LL.).
Evacuación: Francisco Caminero Rodríguez (PS).
Suplente: Antonio Prexés Costa (PS).
Frade y Mije fueron sustituidos el día 4 de diciembre de 1936 por De Dios y Diéguez respectivamente. Santiago Carrillo cesó en su cargo de consejero de Orden Público el día 24 de diciembre de ese mismo año, siendo sustituido al día siguiente por su suplente, José Cazorla. Carrillo pasaría a Prensa y Propaganda, porque el 19 de abril de 1937 dimitió de su cargo.
El 19 de octubre próximo se cumplirán 110 años del fallecimiento del general Julio Argentino Roca.
Aquella Argentina de 1843 era bien distinta a la que dejó en 1914. El
epopéyico protagonismo del estadista y militar tucumano había permitido
construir una nación moderna en un desierto en solo una generación.
En años más recientes, el escritor anarquista Osvaldo Bayer
lanzó una campaña facciosa y difamatoria del dos veces presidente de la
República. Su despiadada crítica al rol que le cupo en la ocupación del
espacio territorial argentino soslaya los méritos respecto de la ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria y gratuita de quien fuera también el fundador de las primeras escuelas industriales, el que hizo llegar el ferrocarril a San Juan o a la quebrada de Humahuaca e iniciado las obras para llegar tanto a La Paz, Bolivia, como a Neuquén. Omite también que se trata del presidente que evitó la guerra con Chile por cuestiones limítrofes, generó los derechos argentinos en la Antártida
con la base en las Islas Orcadas, proyectó el Código del Trabajo y creó
las primeras cajas de jubilaciones. Nos referimos también al presidente
cuyo canciller, Luis María Drago, fijó un hito en la
historia diplomática argentina con la doctrina que lleva su nombre,
estableciendo que las deudas de un país no podían ser reclamadas por la
fuerza militar. Fue quien hizo construir la primera flota de mar de nuestra marina de guerra
y modernizó al ejército con la Escuela de Guerra y el servicio militar.
El mismo presidente que inició las obras del puerto de Buenos Aires y
nombró primer intendente a Torcuato de Alvear, responsable de la transformación urbana de la Ciudad de Buenos Aires.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco.
De hecho, en los combates en los que triunfó terminó con los
degollamientos, que eran práctica común en esas guerras civiles
fratricidas. Episodios aislados de violencia de alguna fracción de sus
columnas fueron inevitables como en cualquier acción de guerra.
La Campaña del Desierto fue liderada por el general RocaTwitter
Roca
planeó y ejecutó la operación militar para que la jurisdicción del
Estado nacional llegara a sus límites territoriales, abriendo la
posibilidad de transitar con seguridad. Pocos recuerdan que hasta 1880
la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa Mercedes, era intransitable
por los peligros de malones; o que recién con la inauguración del
ferrocarril Rosario-Córdoba, en 1870, se pudo viajar sin riesgos entre
ambas ciudades.
Ya el virrey Vértiz
había planeado llevar la frontera hasta el río Negro, algo que por
falta de recursos y escasa población era poco viable. En la Patagonia,
más precisamente en Neuquén, intentos de instalar misiones jesuíticas en
los siglos XVII y XVIII concluyeron con el incendio de las capillas y
el asesinato de sacerdotes como el padre Nicolás Mascardi.
La
guerra de la independencia trajo la violencia indígena desde Chile a
nuestras Pampas por la alianza de oficiales españoles con tribus
araucanas. Al grito de ¡Viva Fernando VII! pueblos como Pergamino, Salto
y Rojas fueron asaltados en 1820. Las disputas entre tribus trasandinas
y las que estaban asentadas de este lado de la cordillera tuvieron a
los tehuelches como principales víctimas.
El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco
Terminar
con los ataques a las poblaciones y permitir el transporte de personas y
mercaderías era una necesidad impostergable, tanto como evitar que las
tierras al sur del río Colorado fueron ocupadas por potencias
extranjeras cuando en Europa se repartían el mundo, sin olvidar las
pretensiones de Chile.
En 1867, durante la presidencia de Bartolomé Mitre,
el Congreso aprobó por ley 215 avanzar la frontera hasta el río Negro.
La guerra de Entre Ríos –desatada por el asesinato del general Justo José de Urquiza– obligaría a desviar tropas y a afrontar los gastos por ese conflicto.
En
1872, en la batalla de San Carlos, localidad cercana a la ciudad de
Bolívar, se enfrentaron dos mil soldados –la mitad eran indios– contra
cinco mil lanzas de Calfucurá, quien termina derrotado.
Poco antes, este cacique había llegado con sus malones a doscientos
kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
En algunas de esas incursiones hubo saqueos como el del llamado Malón Grande, ya dirigido por Namuncurá;
unas 200 mil cabezas de ganado fueron arreadas para su comercialización
en Chile. Se llevaran también cautivos y cautivas para el servicio en
las tolderías o la venta.
En el gobierno de Nicolás Avellaneda, el ministro de Guerra, Adolfo Alsina,
estableció un plan de avance paulatino, reforzando la frontera con más
fortines y cavándose una zanja a lo ancho de la provincia de Buenos
Aires conocida por su nombre, precisamente para dificultar los
movimientos de ganado por parte de los malones, y respondiendo al pedido
de colonos que poblarían las cercanías de la línea.
Al
fallecimiento de Alsina, ocurrido en 1878, asumió el ministerio el
general Roca quien propuso una campaña a lo largo de toda la frontera
que iba desde el Atlántico hasta los Andes, llegando hasta el río Negro.
El Congreso aprobó este plan y su financiación mediante la venta de
hasta cuatro millones de hectáreas de las tierras a ganar con el avance.
Pocos
recuerdan que hasta 1880 la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa
Mercedes, era intransitable por los peligros de malones
Cabe
destacar que, de los cinco mil hombres que integraban las distintas
columnas, alrededor de mil eran soldados indígenas. Las bajas
contabilizaron 1240 indios, una tercera parte de los muertos en la
campaña de Rosas en 1833. La frontera no constituía una barrera
infranqueable, como evidenciaron las guerras civiles en las que tribus
indígenas participaban en ambos bandos y ofrecían refugio a los
vencidos, tal el caso de los oficiales unitarios Manuel Baigorria y los hermanos Saá.
La
columna con la que Roca marchó desde Azul, pueblo que era punta de
rieles en el sur, hasta el río Negro, iba acompañada con científicos y
sacerdotes. Esta obra de evangelización se consolidará en la primera
presidencia del general Roca con la instalación de la orden salesiana en
aquellos territorios, con Ceferino Namuncurá como uno de los primeros alumnos.
Manuel Namuncurá, su padre, recibió ocho leguas. No fue el único. Los Ancalao,
tribu de origen Boroga a la que se enfrentó Calfucurá al poco tiempo de
ingresar a la provincia de Buenos Aires proveniente de Chile,
colaboraron con el gobierno nacional en la defensa de Bahía Blanca y
recibieron en Norquinco 114 mil hectáreas. Para Nahuelquin, quien ayudó al perito Moreno
en la demarcación de los límites con Chile en Cuyame, fueron 125 mil
hectáreas. La política de conceder tierras a caciques para que se
integraran a la sociedad benefició a Coliqueo con Los
Toldos y a otros que se asentaron en Azul y en 25 de Mayo. Evitar los
guetos contribuiría con el tiempo a conformar el pueblo de la nación
integrando a todos, indios, criollos e inmigrantes.
Personas de distintas filiaciones intelectuales y políticas, como Arturo Frondizi, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Oscar Alende,
reconocieron la obra de Roca, que en su primera presidencia abarcó la
totalidad del sur argentino hasta las islas cercanas a Tierra del Fuego y
que emprenderá la ocupación del Chaco, inmensos territorios que hasta
entonces solo habían sido nominalmente argentinos, procediéndose a su
organización institucional con la ley de territorios nacionales
promulgada en su primera presidencia. La paz, el orden y la libertad fueron para Roca piezas clave que, acompañadas de un intenso activismo legislativo digno de ser imitado, condujeron al afianzamiento soberano del territorio de la República
y a su integración mediante una amplia infraestructura, todo lo cual
promovió la llegada de inmigrantes e inversiones extranjeras.
El presente nos demanda reeditar muchos de aquellos logros. El legado de Roca conserva hoy gran parte de su vigencia.