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martes, 17 de diciembre de 2024

Guerra del Chaco: Boquerón

Boquerón, la tragedia de la sed




Camión utilizado en la Guerra del Chaco para el transporte de agua.

Si es verdad que allende los dominios de esta vida terrenal existe un infierno para los malvados, y si en ese infierno hay tormentos físicos, a buen seguro que el de la sed ha de estar reservado para los más grandes pecadores que mueren sin contrición. No hay tortura, física o moral que pueda igualar, o compararse siquiera, a la agonía horripilante del sediento. La falta de agua altera el cerebro con una suerte de locura agotadora, que entumece todas las inclinaciones nobles y buenas, destruye el dominio de sí mismo y convierte al hombre más reposado en una fiera, que ruge, brama y se enfurece ante la sola visión, real o imaginaria, de una gota de agua que humedezca la lengua. Quien haya visto un ser humano pereciendo de sed bien puede reclamar para sí el triste privilegio de haber presenciado la escena más dolorosa que ofrece el melodrama de la vida ingrata de las luchas, porque casi siempre se lleva las de perder. La sed no tiene siquiera ese amago de belleza exótica de los profundos dramas. Es tan sólo la más grosera manifestación de la humana miseria, fría y repelente como el espumarajo de muerte que arrojan los labios del sediento. No impresiona, sino que horroriza; no inspira lástima, sino que infunde pavor.

El espectro de la sed apareció desde el primer día de la batalla de Boquerón, en la Guerra del Chaco. Fuese por la escasez de los medios de transporte o a causa de aquella inexplicable falta de organización inicial de los paraguayos, fruto de su ingenuidad y producto de su excesiva fe en los procedimientos conciliatorios, lo cierto es que el precioso líquido llegó a faltar a los combatientes a poco de iniciadas las operaciones contra el reducto enemigo, en cuya conquista iba todo el prestigio de Paraguay.

Desde el primer momento, los Comandos Superiores y subordinados se sintieron inquietos; pronto esa inquietud se trocó en angustia, y la angustia en desesperación. Los hilos telefónicos vibraron sin cesar transmitiendo mensajes que eran otros tantos pedidos clamorosos. De Isla Poí, precaria base que sustentaba el orden de batalla paraguayo, se respondía asegurando que de allí partían los camiones-tanques dentro del plan prefijado y con ajuste a los horarios establecidos; se despacha –afirmaban desde allá- suficiente cantidad de agua para dar de beber seis litros diarios a cada soldado. La información, con ser alentadora, no podía satisfacer, y menos resolver el problema, calmando la angustia. No es que se pusiera en duda la diligencia de los órganos de retaguardia, a cuyo cargo estaba este importante, mejor dicho vital, servicio de abastecimiento, pero era el caso que el agua no llegaba, o llegaba en cantidad tan escasa que su distribución resultaba una tarea más que difícil, dolorosa. Solamente más tarde se habría de descifrar el misterio de los miles de litros de agua que se despachaban de Isla Poí para no llegar nunca a Boquerón: la llamada “recta” con sus 40 kilómetros de extensión, encerraba ese misterio. A lo largo de ese camino, que parece trazado sobre la plancheta de un topógrafo con escuadra y tiralíneas, se escalonaba el siempre inevitable apéndice de todo ejército que marcha o que combate, las obligadas cuentas que los preliminares de la batalla van desgranando, en grande o pequeña cantidad, hacia los portales entreabiertos del templo de Jano…

Mientras tanto, los primeros escalones comienzan a experimentar una escasez que va orillando una crisis peligrosa. Se producen escenas de horror. Hay compañías y batallones que no beben desde hace cuarenta y ocho horas. El fragor del combate y la altísima temperatura contribuyen a poner un sombrío telón de fondo a este episodio, único en su género, de la guerra chaqueña. El olor de la pólvora, ese olor irritante de la cordita en combustión, y el hedor de los cadáveres insepultos vician la atmósfera hasta provocar náuseas; el sol del Trópico, implacable y calcinante, quema con sus rayos despiadados la piel sudorosa y bronceada de los combatientes y hace reverberar la selva con los destellos de una inmensa quemazón. El polvo fino del desierto occidental se atraganta en los pulmones hasta convertir la respiración del hombre en mugido de bestia. Detrás de cada arbusto, de cada tronco de quebracho o de algarrobo, está un combatiente agazapado jadeante; de vez en cuando, levanta su fusil para hacer un disparo o introduce un nuevo cargador en el almacén de su arma; y en los intervalos de esta lucha tan intensamente personal, escarba la tierra con sus uñas para buscar un abrigo que proteja las partes más vulnerables del cuerpo contra los proyectiles enemigos, que pasan veloces con su silbido característico para incrustarse en el ramaje o cortar un gajo con ese golpe seco, inconfundible, que se asemeja al chasquido de una fusta. Los árboles, a fuerza de tantos impactos, van convirtiéndose en esqueletos, esqueletos que abren sus descarnados brazos en ese inmenso campo santo de bárbara desolación. No son ya ráfagas sino verdaderos vendavales de plomo. Y qué lejos estaban entonces de aquellas elaboradas trincheras, de aquellos sólidos parapetos, de aquellos cómodos “pagüiches” con cubrecabeza de quebracho que se conocieron más tarde, en Saavedra, en Nanawa, en Toledo!

En Boquerón sólo había el pecho del soldado! Y hallar un zapa-pico o una azuela era un presente de los dioses! Al poco tiempo, el ansia de beber se torna en delirio, y ese delirio en locura. Los soldados piden de beber y sus oficiales, hombres también pero más sujetos al dominio de sí mismos por esa esclavitud que impone el ejercicio de una severa auto-disciplina se muerden los labios y crispan los puños en un gesto de impotencia, incitándoles a no ceder, a esperar un poco más porque el socorro ha de venir pronto. Las caramañolas hace tiempo que están vacías y es inútil que, en el desahucio de una esperanza que nació muerta, los labios se apliquen al aluminio del recipiente, que ya nada contiene. El último vestigio de resistencia física va abandonando a los sedientos y la razón, que ya no razona, da en vagar sin rumbo en aquel páramo sin oasis del sufrimiento humano. Los hombres se tienden boca arriba, abandonan a ratos su fusil y así permanecen como extasiados, en actitud de pedir al cielo un remedio para sus males o un fin más cercano o menos doloroso; o de cara a la tierra, succionar el suelo en busca de una veta, que saben no está ni puede estar allí, o escarban con sus manos para dar con el hipotético “yby-á”, pulposo tubérculo con que los aborígenes suelen calmar la sed. Arroyitos de mi pueblo, arroyitos cristalinos de mi “valle”, rumorosos manantiales de mis “pagos”, clama la imaginación encabritada de cada sediento en un fantástico remolino mental, persiguiendo un imposible. Sus labios están amoratados y entreabiertos, dejando ver la lengua que, muy hinchada y de color azul subido, asoma entra las comisuras sombreadas de espuma amarillenta; el rostro, desfigurado por la mueca de una tortura indecible, algo tiene de aquella repulsiva expresión del Gwymplain de Victor Hugo; los ojos saltones, como queriendo fugarse de las órbitas para interrogar el por qué de tanto horror. Algunos, enloquecidos del todo por la más feroz de las locuras y con esa fuerza que adquieren los dementes en el paroxismo de la enajenación, se incorporan a duras penas y tratan de echar a correr hacia las líneas enemigas, porque alguien lo ha dicho, y muchos lo han repetido, que allí hay agua en abundancia, un extenso “pirizal” de cristalina y tentadora superficie, y hasta un molino de viento! Mirajes que sólo existieron en la imaginación de aquellos mártires! Se lucha dos días por la posesión de un “tajamar”; el solo anuncio de la proximidad del agua vale más que todas las arengas. A punta de bayoneta, con furia incontenible, realizando proezas de valor, gastando y desgastando las últimas reservas de energía física y moral, se llega al tajamar para encontrar que… tan solo es otro miserable embuste con visos de leyenda, de esos que, en forma misteriosa, suele engendrar la excitación turbulenta de una batalla. El “tajamar”, si es que eso ha sido alguna vez, esta seco.

 
Pero hay que contener a esa gente que pugna por acercarse a las líneas enemigas, hay que poner una camisa de fuerza a estos “locos”, a estos heroicos y sublimes locos que, en la inconciencia de su desvarío, no miden ni pueden medir las consecuencias de un acto tan irreflexible como estéril. La disciplina, esa majestad que reina y gobierna sobre el campo de batalla con la férula del más implacable rigorismo, y aún de crueldad, debe imponerse a la carne doliente y vencer al instinto. La sed es grande, pero el deber es más grande todavía! Y por eso, los oficiales, ahogando todo sentimiento de piedad, porque así lo requiere la lógica inflexible del deber, se ven obligados a golpear con el cabo de sus pistolas la cabeza de aquellos desdichados hasta hacerles perder el conocimiento y evitarles, de tal suerte, la humillación sin ventajas del cautiverio o la muerte aterradora y solitaria del que se atrevía en el desierto. Ese joven oficial, niño casi, que hace frente a las peripecias de la guerra con la escasa ciencia y experiencia de sus veinte años, también tiene sed; también su garganta, seca como el parche de un tambor, está ronca de dar voces de mando, de aliento, de consejo. Manda, implora y hasta ruega. Y en el ejercicio de sus funciones como conductor de hombres, perdido ya en el laberinto de su extenuado raciocinio, se ve por momentos compelido a recurrir a la piedad de una mentira o la acidez de una amenaza. Pero antes que nada, sobre todas las cosas, está su deber de razonar, de “mandar” siempre, aún en las peores circunstancias y en la más estrecha de las encrucijadas. Así le enseñaron un día en sus tiempos de cadete, diciéndole que el oficial paraguayo no depone nunca las armas ante ningún enemigo, y menos cuando ese enemigo aparece disfrazado con el ropaje de su propia flaqueza.

Mucho le han predicado entonces sobre la necesidad del saber dominarse a sí mismo antes de pretender dominar a los demás. Y a la memoria le viene aquella frase que es todo un mandamiento militar de legítimo corte espartano: “Ser soldado es no comer cuando se tiene hambre, no dormir cuando se tiene sueño, no beber cuando se tiene sed…”. Y ahora, mi Teniente, mi joven guía de hombres y de voluntades, es llegado el momento de demostrar a la faz de tus soldados que te miran y te juzgan, que no fueron vanas tantas enseñanzas, que no llegaste un día a los dinteles de la Escuela Militar a abrazar la profesión de las armas tan solo seducido por la ridícula vanidad de llevar un sable al cinto. Hora es de evidenciar ante este tribunal inexorable que las aptitudes de mando no están, como algunos simulan creer, en el dorado transitorio de las presillas sino en la reciedumbre del corazón y que, quien viste el uniforme militar, no como un hábito sacerdotal sino como una mera prenda decorativa, se engaña a sí mismo sin engañar a los demás. No basta la mímica del oficio, de fácil aprendizaje hasta para los más negados, hay que agregarle la vocación, la vocación honda y espiritualmente sentida. Sobradamente humano es que tu joven corazón se rebele y se desgarre ante el martirio de estos hombres que la nación ha puesto en tus manos para conducirlos a la victoria o a una muerte digna, pero … golpea, mi Teniente, golpea con furia hasta hacer saltar borbotones de sangre, porque es la Patria misma la que golpea por tus manos! Así salvas las vidas de tus soldados, bien que prolongándoles la agonía en un gesto paradójico, de difícil, casi imposible, comprensión para aquellos que contemplan la guerra desde la cómoda butaca del espectador.

La razón ha de imponerse, aunque como suele acontecer en no contadas ocasiones, se imponga apelando a la fuerza bruta como medio persuasivo, como recurso final. Un cadete, adolescente aún, se extravía en la selva en una desesperante búsqueda de agua y sólo es hallado tres días después, cuando ya en los estertores de la agonía, masticaba inconciente las raíces de una hierba venenosa. Los camilleros le conducen al Puesto de Socorro más próximo, sobre una perihuela improvisada; hay que sujetarle de pies y manos porque en la furia de su delirio arremete contra todo aquel que se pone a su alcance. El médico separa con trabajo sus mandíbulas con una cuchara de hojalata y, gota a gota, va vertiendo el agua vivificante en aquella boca, de cuyos labios sólo salen quejidos de moribundo. Más allá, un sargento de línea, magnífica estampa de zagal robusto, se abraza a una planta de cactus y roe desesperado las fibras de su tallo, sin reparar en las espinas que se clavan en su rostro, en sus manos, en su pecho desnudo, hasta convertirlo en un retrato vivo del evangélico Ecce Homo; ha perdido por completo la lucidez de su entendimiento, y en su desvarío, alterna sollozos con palabras incoherentes; errante el cerebro, de sus labios surge, sin embargo, una exclamación, un llamado de esos que sirven de plegaria al hombre en sus momentos de suprema orfandad: “¡Mamá… che Mamita!” Invocación estéril que llega al alma y cuyo eco se pierde en la lóbrega inmensidad de aquella tierra desolada. Uno de sus compañeros trata de levantarlo para humedecer sus labios con unas gotas de jugo de limón, pero sus miembros, fláccidos ya por la proximidad de la muerte, no responden, y sus ojos se cierran…, se cierran lenta y pesadamente, llevando a la eternidad la imagen de este “mejor bosquejo que pueda darse del juicio final”. En otro sector de la línea, un comandante de pelotón hace de un enorme tacho de cocina un mingitorio colectivo, teniendo antes cuidado de eximir de la contribución voluntaria a los que espontáneamente se declaran enfermos de cierto mal originado por el “dulce pecado”; hecha la recolección y luego de echarle un poco de yerba, se distribuye el líquido por cucharadas y todos beben con fruición el inmundo desperdicio del organismo humano. Un oficial de reserva se abre una vena del brazo izquierdo con una hoja de afeitar para beber su propia sangre, y cae desfallecido por la hemorragia que no puede contener. Soldadito paraguayo, soldadito heroico que sufriste sed en Boquerón, cuando la victoria final levante arcos triunfales al vencedor afortunado y al sobreviviente feliz, cuando el público asunceño aclame a los laureados de la fama, ¿se acordará alguien de ti? ¿O te sentarás, como Lázaro, a la puerta para recoger las migajas del festín? Soldadito de mi patria, cuando en los años por venir, apagada la novedad de esta contienda, vayas arrastrando los achaques de tu vejez por las calles de tu ciudad o de tu pueblo, en demanda de una limosna, tal como tu generación hizo con aquellos corazones de bronce de otra contienda, ya muy lejana y casi olvidada, ¿habrá una mano cristiana y cariñosa que te alargue un mendrugo de pan? Y si muy cerca ya de esa tangente que define el misterio de la vida y de la muerte, blancos los cabellos, enfermo el cuerpo y marchitas las ilusiones todas, te rehúsan todavía la última misericordia del que va a partir, diles, soldadito bueno de la Patria: “Por el amor de Dios, un vaso de agua, yo estuve en Boquerón…!”.
 

Las mulas de la artillería y los montados de los oficiales reciben como ración diaria de agua el contenido de un plato de los reglamentarios en el ejército, es decir, escasamente medio litro, y muchas veces, ni siquiera eso; las pobres bestias, víctimas mudas de este gran crimen, que es la guerra, y para las cuales esa miseración es como una cucharadita, caen extenuadas en las “picadas” y en los “cañadones” para allí aguardar la liberación por una muerte inevitable y espantosa, si antes una mano compasiva no pone término a su sufrimiento con un tiro de pistola a la altura de la testera. Enjambres de mariposas, de las que harto apropiadamente se denominan “cadavéricas” y que parecen llevar la imagen macabra de la Muerte en el blanco pardusco de sus alas diminutas, se posan sobre estas osamentas y envuelven los restos a manera de un sudario que se agita al viento al ritmo de un incesante aleteo.

En las Ambulancias Divisionarias, y Puestos de Curación, la falta de agua se hace sentir con más crueldad aún. Los instrumentos de metal bruñido se hunden en las carnes del herido sin previa ebullición, porque el agua disponible apenas da para hacer beber unos sorbos a los que, agotados y febriles, piden una gota, nada más que una gota. A sol y sombra están las largas hileras de camillas, cada una con su cargamento de dolor, con un pedazo de sangrante humanidad que espera paciente un poco de alivio y de consuelo. La tarea de los cirujanos se cumple en silencio y ordenadamente. La Cruz de Ginebra, sujeta a lo alto de un esbelto palo santo, parece acoger a estos pobres despojos con el abrazo abierto y amplio de una hermosa candad. En el tronar de la batalla, esta insignia universal es como un remanso de paz, que algo tiene de caricia en su elevado simbolismo, y algo también de brutal sarcasmo ante la incomprensible mentalidad humana, que destroza y destruye con la misma estudiada diligencia con que se trata de reparar después! Para los que sufren, y en la guerra son muchos si no todos, la visión de esa bandera de amor y de hermandad es como una venda color de rosa sobre sus ojos doloridos.

Entre tanto, en la famosa “recta” los camiones tanques que han logrado sortear las acechanzas del largo trayecto, llegan para ser pronto asediados por multitudes incontenibles. Los conductores se defienden como pueden contra ese montón enloquecido y sin freno. En la estación de llegada de los vehículos se han congregado representantes de todas las unidades que se hallan en la línea, enviados allí por orden y recado de sus superiores. Estos son los menos. Los más son los desesperados, enloquecidos por el demonio de la sed, que se han alejado de sus puestos de combate para saciar sus ansias y anticiparse así a los demás; sólo un pensamiento los domina, y es beber, beber antes que otro, beber siempre. El sentimiento de camaradería está embotado; nadie piensa en su compañero, en el prójimo que, más paciente o más disciplinado, continúa en primera línea el asedio al fortín enemigo. El tormento de la sed horada el cerebro de estos infelices con el hierro candente del más refinado egoísmo.

Otros hay que aparecen llevando a cuestas, y ensartadas entre dos palos, todo un rosario de caramañolas ajenas, y se resignan a esperar la distribución para poder llevar algo a sus camaradas de la línea de fuego. Cientos de recipientes y de jarros de todo tamaño y especie se agitan en el aire, reclamando prioridad en la distribución que tarda en hacerse. El desbarajuste, engendrado por la impaciencia, toma cuerpo y avanza con el rugido amenazador de una tempestad, tempestad de apetitos inmoderados e inmoderables, que ahoga todo lo bueno, todo lo generoso con que el humano suele cubrir su primitiva complexión de irracional. Brilla el sable de un gendarme militar que, jinete en zaino de escuálida figura, intenta poner orden en aquel tumulto, pero es pronto arrancado de su cabalgadura y echado por tierra a manos de los que, con la furia de un mar embravecido, avanzan incontenibles sobre los vehículos. Suena un tiro, no se sabe de dónde, y la sangre dibuja una rúbrica sobre el tostado barrizal del camino. Los sedientos trepan a los camiones y allí, a golpe de puño o de yatagán, se disputan la primicia de un sorbo de agua que apague ese incendio diabólico que los devora por dentro. Y en su egoísmo, comprensible al fin porque no es lícito pedir que en esta copia legalizada de las torturas infernales lo racional domine a lo animal, no comprenden que sus camaradas, más sufridos o menos audaces que ellos, no recibirán nunca ni una gota de esa agua, si en su distribución no entra el orden y la disciplina. De pronto, alguien, criminal inconciente, dispara su fusil contra el tanque de agua hasta ahora tenazmente defendido; el líquido salta a chorros y el montón –ese montón de conciencias sin conciencia- se arroja con ímpetu sobre la cinta de agua, se apretuja, cede y retrocede, para terminar lamiendo la tierra en cuya superficie apenas ha quedado una tenue humedad de lo vertido en esta orgía del deseo. Hasta que la presencia de un Jefe, sereno pero resuelto, impone su autoridad para restablecer la disciplina.

Tales fueron las escenas diarias de Boquerón. Al cabo de dos semanas largas, alguna organización se hizo y el agua ya no faltó, si bien nunca fue abundante, como no podía serlo porque los factores adversos estaban fuera del alcance de la voluntad humana en aquel sitio y por aquellos tiempos. Aquel triunfo aparente de la indisciplina, o mejor expresado, aquel desborde de una enajenación circunstancial, cuyos sufrimientos físicos, llevados al límite de lo humanamente soportable, hicieron saltar los resortes de toda reflexión, constituye un fenómeno de simple explicación patológica, sin relación alguna con los valores intrínsecos de la moral y del coraje. Fue tan solo una congestión transitoria, y sólo Dios sabe cuan justificada, de las facultades humanas. Los cuadros de desenfreno que con pálido e inadecuado colorido se ha ensayado pintar, no oscurecen sino que iluminan la gloria de Paraguay. Porque… a pesar de todo, los paraguayos vencieron en Boquerón. ¡Vencer al enemigo fue duro! Pero vencer a la sed ¡eso fue portentoso!

En el transcurso de aquellos catorce días que duró la penosa odisea de la falta de agua, las líneas paraguayas se mantuvieron firmes, sin que se aflojara un solo eslabón de la cadena de hierro que aprisionaba a los sitiados, no se descuidó un solo resquicio del vigoroso asedio que iba ahogando la resistencia enemiga. Y muy justo y conveniente es que así se proclame para que se haga carne en la conciencia pública que la reconquista de Boquerón no se hizo con un simple despliegue de fuegos de bengala ante un pávido adversario, sino agotando hasta las raíces mismas la energía humana para vencer al invasor, que bien se defendía, y a la sed que puso lo mejor de su empeño en hacer añicos aquella admirable capacidad de resistencia de la tropa paraguaya y en dislocar las aptitudes de mando de sus oficiales, cuya falta de experiencia estuvo suplida con una voluntad indoblegable. No es cierto, pues, como afirma un cronista de la guerra y conocido escritor, que el ejército paraguayo en Boquerón fue una turba, es decir, una “muchedumbre desordenada y confusa”, a estar por la definición académica, algo así como una legión de “sans-culottes”, extraños a toda ciencia y a toda virtud militar. El grifo abierto de un lirismo, no siempre serenamente encausado, no excusa ni autoriza el libre empleo de ciertos términos que, a más de ser inapropiados, resultan agraviantes. Agraviantes para la memoria de los que se fueron y para la dignidad de los que sobreviven. No, en Boquerón los paraguayos vencieron con un gran ejército, improvisado, es verdad, y pleno de las tareas de la improvisación, máxime de aquellas realizadas bajo el fuego enemigo, pero un gran ejército, no una turba. Grande, si no por los medios materiales, por su espíritu, por su energía, por su unidad absoluta de pensamiento y de acción. Con las “turbas” se triunfa a veces, en las callejuelas del motín y se asaltan barricadas derrochando coraje y entusiasmo; pero sólo con un Ejército se gana una batalla.

En Boquerón vencieron la ciencia, el valor y la fuerza, vale decir, la trilogía que encierra el secreto del éxito en toda operación de guerra.

Fuente 

Bray, Arturo – Primicia de sangre – Ed. El Lector – Asunción, Paraguay (1987). 

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado. 

www.revisionistas.com.ar

miércoles, 23 de febrero de 2022

Alimentación: La manteca de cerdo como producto de guerra

La manteca de cerdo como producto de guerra y objeto de mitos

Roman Skomorokhov || Revista Militar




Manteca ... ¿Cuánto hay en esta palabra, no? Y con esta palabra, una imagen bastante grotesca de un vecino regordete de Ucrania ha ido surgiendo con firmeza durante mucho tiempo, con solo una losa de sales del espesor de una palma, una botella de líquido orgánico, relleno de maíz, etc.

Mientras tanto, Ucrania ni siquiera está incluida entre los diez primeros países del mundo por el consumo de manteca de cerdo. Este es un hecho, aunque controvertido. Y en Ucrania, el cerdo se ha convertido no hace mucho en amigo del hombre según los estándares históricos .

Y lo más interesante es que en los albores de su aparición en la dieta humana, la manteca de cerdo era exclusivamente un producto militar. Hace miles de tres años.

Sin embargo, vayamos en orden y sumérjase en la historia.

Los antiguos romanos fueron los inventores de la manteca de cerdo. Este es un hecho indiscutible, aunque los italianos hicieron todo a su manera. Es difícil decir quiénes espiaron los romanos en la receta, hay varias versiones. En general, los romanos eran maestros en apropiarse y rehacer algo por sí mismos, no peor que los chinos modernos. Así que las versiones que espiaron de la receta de los piratas fenicios o cartagineses tienen derecho a la vida. Aunque podrían haberlo pensado ellos mismos. Después de más de tres mil años, es difícil de juzgar.

Sin embargo, la evidencia la proporcionan los recipientes de salazón conservados muy antiguos, cuya edad corresponde exactamente a la cifra dada. Es decir, los baños de mármol tienen en realidad unos tres mil años y todavía se utilizan.


 
¿Cómo te fue? Todo comenzó en una pequeña ciudad de la costa italiana de Liguria, donde se extraía mármol. Colonnata fue el centro de la extracción de mármol de Roma. La extracción de mármol y su transporte a Roma (unos 400 km, una distancia decente para aquellos tiempos) requirió personas. Quienes obtienen mármol, lo entregan al puerto de Marino di Carrara, lo cargan en barcos, lo llevan al puerto cerca de Roma, lo descargan, lo cargan en carros y lo llevan a Roma.

Es decir, para tal trabajo se requería un grupo de esclavos y marineros, cuya existencia no era muy diferente a la de un esclavo. En consecuencia, se necesitaba comida barata para alimentar a este pequeño ejército.

Y así nació el plato, que se llamó "Lardo di Colonnata". "Lardot de columnata". "Lardo" fue elaborado a partir de Chinto Senese, esta es una raza de cerdos italianos, ágiles, cerdos tan negros, ágiles y vivaces. Suena como la palabra manteca de cerdo, ¿no?



Los cerdos de Kolonnata proporcionaban regularmente carne y manteca de cerdo. Con la carne todo está claro, Y gordo ... ¡Pues no lo tires! El mármol en Colonnade era simplemente montones, las cuevas en las canteras daban suficiente espacio y con humedad y temperatura constantes.

Luego de cortar los cadáveres, se colocó el tocino en estas artesas de mármol, luego de frotar el fondo y las paredes con ajo silvestre, espolvoreado con sal marina, el mar estaba a solo 11 kilómetros de distancia, más hierbas de la montaña de la zona. ¡Más de trescientas recetas han llegado hasta nuestros días!

Salado durante mucho tiempo. Mataron a los cerdos en el otoño, el tocino permaneció en los baños hasta la primavera. Y en la primavera, solo el producto estaba muy en el tema. Además, se almacenó sin problemas.

Naturalmente, los soldados de tierra también estaban interesados ​​en la manteca de cerdo. Para entonces, ya había aparecido "Lardum", es decir, grasa de cerdo extraída. "Lardum" o, en nuestra opinión, manteca de cerdo (también conocido como manteca de cerdo), también se distinguió por su contenido calórico y facilidad de almacenamiento.

Bajo el emperador Justiniano el Grande (483-565), la manteca de cerdo se convirtió en un producto oficial en las legiones romanas. Y la legión, ya sabes, ya no son esclavos en canteras ni remeros en barcos.

Bueno, sucedió que doscientos años después, en algún lugar del siglo I d.C., los aristócratas también prestaron atención a la manteca de cerdo. Y a los enormes baños de mármol para esclavos en las cuevas se agregaron pequeños baños patricios. La esencia es la misma, solo para la aristocracia el mármol fue pulido con más cuidado, la grasa para los patricios fue la más selectiva. La más adecuada era la manteca de cerdo de la columna vertebral, de no más de 4-5 cm de grosor.

Esta manteca de cerdo "aristocrática" se salaba durante un máximo de 8 meses y se servía no solo como pan negro y ajo, sino con verduras al horno como guarnición. , con anís y romero.

Dado que el cerdo es una fuente de carne tan autopropulsada y sin pretensiones, es lógico que las manadas pudieran moverse autopropulsadas donde lo necesitaran. Y dado que la manada estaba impulsada, tenía sentido aprovecharla al máximo. Entonces, después de la matanza, los cadáveres se chamuscaron con paja (¡familiar!) Con hojas de laurel. Una forma verdaderamente romana de cantar los cadáveres, dando a la carne y la manteca un sabor ahumado adicional.

Y desde la Antigua Roma, junto con los barcos y las legiones en marcha, la grasa se movía por todo el mundo. Si miramos el mapa del Imperio Romano, queda claro que el país donde la grasa se convirtió en una especie de símbolo estaba claramente sin trabajo en esos años. Los primeros en probar el encanto del "lardo" son los modernos Rumania, Alemania, Gran Bretaña, Francia, España.

Y luego continuó. Y básicamente, entre los pueblos hubo una incautación incruenta (a excepción de los cerdos) de territorios enteros con grasa.

En la Edad Media, todo era exactamente igual con la manteca de cerdo. Los monasterios hicieron una gran contribución al desarrollo de la preparación del salmón, donde los monjes pervirtieron la receta de todas las formas posibles. Se informó que los más exitosos fueron los benedictinos, quienes criaron nuevas razas de cerdos y trabajaron en la receta. Salazón de manteca de cerdo previamente hervida con especias: esto acaba de venir de los monasterios de San Benito. San Benito (está bien, no él mismo, sino la Carta de su Orden) permitió a sus monjes usar tanto manteca de cerdo como manteca. Los benedictinos trabajaron incansablemente en este campo.

Huevos con tocino, que está estropeado, pero tocino: esto también es obra de los monjes. Británico.

Hacia el este, la manteca también iba con las legiones, y más tarde con los godos y hunos. Los bárbaros antes del tocino también eran tipos muy ansiosos, por lo tanto, después de arruinar el Imperio Romano, adoptaron la receta para cocinar tocino.

Y de los antiguos alemanes, la palabra "Schmaltz" permaneció en el idioma. Grasa derretida. Generalmente, primero oca, pero luego cerdo. Está claro de dónde vino la "manteca de cerdo", que significa lo mismo en ruso, polaco y ucraniano.

Entonces, gradualmente, resultó que la manteca de cerdo es un producto muy, muy útil que se puede almacenar durante mucho tiempo. Y no tan desagradable como la carne en conserva o la carne seca. Además, la manteca de cerdo es un excelente conservante para todo tipo de patés, terrinas y otras delicias, y la manteca de cerdo se ha convertido en una parte indispensable de los embutidos, salchichas y salchichas. Y, en general, la cocina europea moderna no es nada sin manteca.
Los húngaros, por cierto, también recogieron recetas útiles de los romanos cuando se divirtieron con Atila y le presentaron al mundo el grifo y chicharrones húngaros. Y los chicharrones, como ve, es una contribución muy significativa a la cultura mundial.


 
La idea de salar tocino en el territorio de la futura Rusia (Kievan Rus) fue adoptada por los europeos, en los siglos IX-X de nuestra era. Hay menciones en los anales de las campañas del príncipe Oleg, que fue a Bizancio y allí se rindió homenaje, y en general, todo lo que le gustó.

La idea era buena, también se encontraron cerdos en el territorio de Rusia, por lo que el tocino también echó raíces aquí.

Pero con Ucrania, más precisamente, los territorios que luego se convirtieron en Ucrania, no todo es tan feliz. Teniendo en cuenta que muchos documentos monásticos (como las órdenes de recibo de diezmos) del siglo XV y más allá han sobrevivido, se puede concluir que no había carne de cerdo en particular en Ucrania. Los futuros ucranianos preferían las aves de corral, la ternera y el cordero.

Es curioso, pero la moda de los cerdos en tierras ucranianas fue traída ... ¡por los rusos!

Mucho más tarde, a finales del siglo XVII, cuando Rusia avanzó hacia el Dnieper, dominó la margen izquierda y empezó a mirar hacia el otro lado. Habiendo construido ciudades y fortalezas, colocando guarniciones allí, el comando ruso descubrió que era necesario importar (más precisamente, conducir) cerdos, ya que prácticamente no había ninguno en Ucrania.

No, había suficiente comida en suelo ucraniano, pero se necesitaba manteca. Producto militar estratégico, que se utilizaba para engrasar armas de fuego , hojas de acero en frío y una impregnación hidrófuga de zapatos. Era un producto muy valioso, que no era muy rentable para entregar la carta de porte desde Rusia. Los barriles ocupaban mucho espacio y el lubricante barato y de alta calidad se consumía muy rápidamente.

Fue más fácil empezar a criar cerdos en las guarniciones. ¿Qué es exactamente lo que sucedió? La población local se unió voluntariamente a estas emocionantes ganancias; afortunadamente, no hubo absolutamente ningún problema con la alimentación de los cerdos.


 
La cría de cerdos en grandes cantidades resolvió el problema del lubricante barato y natural para cañones y pistolas de las tropas rusas. Nadie protestó tampoco contra la carne; se compraba a los productores ucranianos a expensas del tesoro de forma regular.

No fue tan agradable con tocino. Para la salazón, como era de esperar, se necesitaba sal en grandes cantidades. La sal en el territorio de Ucrania se extrajo en Transcarpatia en los siglos I-II a.C., pero el depósito de Solotvinskoe estaba ubicado bastante lejos de las bases de las tropas rusas y en un territorio hostil.

Todavía había mucho tiempo antes del descubrimiento y desarrollo de los depósitos de Artyomovsky (1876) y Slavyansky (1878), por lo que la sal se utilizaba principalmente para este negocio del mar, de las regiones del sur adyacentes al Mar Negro.

Se puede decir que Ucrania se convirtió en un productor de manteca durante el reinado de Pedro el Grande. Fue entonces, cuando comenzó a construirse la Flota del Mar Negro, cuando comenzaron las guerras de Azov y la guerra por Crimea, entonces apareció el artículo "carne en conserva en barriles" en los artículos del ejército y suministros de la marina , y los gobernadores de Las ciudades ucranianas comenzaron a recibir órdenes de abastecimiento del ejército a expensas de la tesorería; en ese momento, la Pequeña Rusia / Ucrania gruñó con diferentes voces.

Hoy, hay un culto a la grasa del otro lado. Regular, razón para jactarse, pero ... Si un producto ha sido elevado a la categoría de culto estatal, no hay nada que hacer. Tendremos que aguantar.

Pero el nacimiento de este culto a través de los esfuerzos de las partes ucraniana y rusa dio lugar a una aterradora cantidad de mitos de bajo nivel. Como mantas hechas de tocino, con las que supuestamente los cosacos cubrían sus sótanos para que los turcos y tártaros no los alcanzaran. Al parecer, los musulmanes, para quienes el cerdo es un animal prohibido, desdeñaban el cerdo y la manteca de cerdo.

Difícil de creer. Ya sabes, una campaña militar o una incursión en aquellos días no es como un viaje a las playas de Crimea hoy. No había McDonald's ni Burgerkings en todas las gasolineras.

Como me parece, después de estudiar algunas fuentes, todos estos cuentos sobre la carne de cerdo son cuentos de hadas. Cuando hay una redada, no hay tiempo para el Corán. Si comes cerdo, comerás cerdo y no irás a ningún lado, porque el Corán, por supuesto, es algo importante y un conjunto indicativo, pero la pelea de mañana, en condiciones de algo de hambre, no auguraba nada bueno.

Y por eso, estoy seguro, no fueron muchos los que prefirieron la muerte a la "limpieza" frente a la vida "un poco sucia" de cerdo. Y en condiciones en las que hay grandes distancias de un pueblo a otro, y más aún.

En general, en condiciones de combate cualquier lechón se convertirá en conejo. Y luego puedes arrepentirte de esto, porque sin pecado no hay arrepentimiento.

Además, si de nuevo se trata de las redadas, tantos historiadores en sus obras encuentran información que los tártaros y otomanos, habiendo “visitado” pueblos en territorio extranjero, solían dejarlos vacíos. Completamente. Quitando también los suministros alimentarios, todo lo valioso y, lo más importante, la mano de obra en la persona de la población. La población en tales redadas fue expulsada por todo, con excepción de aquellos que lograron escapar y esconderse. Y el cerdo en todas sus formas y la manteca de cerdo, naturalmente, se llevaron limpios. Los prisioneros en el camino también necesitan ser alimentados con algo, el camino a las tierras turcas fue muy largo.

Así que el "cuento atrevido" sobre los cosacos, que lucharon con carne de cerdo contra los turcos, seguirá siendo un cuento de hadas.

Sí, en el territorio de la Ucrania actual, se crían cerdos y se salaba manteca. Y la manteca se ahogó. Pero puramente con fines militares-económicos: lubricación de pistolas y pistolas, cereales aromatizantes. Además, la misma carne en conserva fue la mejor comida enlatada en largas campañas tanto de las tropas rusas como de los Zaporozhye kurens.

Entonces, la guerra del cerdo contra los musulmanes es un mito, y bastante estúpido. Pero si a alguien le gusta, que repita tonterías, Internet no lo soportará.

Ahora sobre el tocino más sabroso de Ucrania.


 
Bueno, es discutible. Yo diría que ahí está más cerca del clásico. O el acervo genético de los cerdos está mejor conservado, o algo más, pero en Rusia hoy en día hay un predominio de las razas de cerdos con tocino. Crecen más rápido y serán más gruesos.

Sí, en 2015 me familiaricé con la "manteca de cerdo premium" de las afueras de Alchevsk. 14 cm de grosor y sabor divino, eso mismo que también se llama "jabón". El producto más delicado que se derrite en la lengua y con el que no es realista mantenerse sobrio y de pie.

Sin embargo, diré que en la ciudad de Grodno, la manteca de cerdo no solo se hace tan bien, sino incluso mejor. Aunque pasaron dos años entre las pruebas, la manteca de Grodno me dejó una impresión imborrable. En realidad, junto con Grodno "star" moonshine. Nuestro equipo de filmación nunca ha estado tan cerca del cataclismo todo el tiempo.

Pero la manteca de cerdo en Ucrania no es un producto estratégico que esté en todas partes. Por cierto, según las estadísticas, los ucranianos lo comen mucho menos que los rusos. Ucrania ni siquiera se encuentra en el top 10 mundial en términos de consumo de grasas per cápita.

Sí, los propios ucranianos dicen que esto se debe a que hay muchos cerdos en manos privadas y es más difícil contarlos que en Europa, donde se puede contar fácilmente cada pieza de tocino.

Estoy de acuerdo. Ucrania es bastante difícil de explicar. Y en el interior, por supuesto, todos los años comen rebaños de cerdos que no están incluidos en las estadísticas generales. Pero de todos modos, esta no es una razón para convertir la manteca de cerdo en un culto. Salmos, y nada peor. Y Voronezh, y Oryol y el tocino Belgorod no son de ninguna manera inferiores al ucraniano.

Y en Europa, si alguien está interesado, el sólido primer lugar en el uso de tocino y tocino (bueno, ¡así es como todos interfieren en un montón, infieles!) Lo ocupa Dinamarca. El segundo lugar es Alemania. Hungría, Francia e Italia luchan por el tercero.

No es de extrañar en absoluto. Porque los europeos tienen una cultura milenaria de producción y uso de manteca de cerdo. Y también hay muchos maestros que saben encurtir de acuerdo con todas las reglas.


 
En general, es interesante cómo un producto de almacenamiento a largo plazo, obtenido de cerdos y cerdos, enfocado en esclavos y remeros de cocina sin pretensiones de la antigua Roma, de hecho, un producto con un sesgo militarista, se convirtió en un manjar que puede decorar cualquier mesa. .

Sin embargo, el tocino salado está incluido en el PIR ruso. Comerlo sigue siendo una hazaña, pero derretir grasa para el mismo kulesh es bastante aceptable.

En principio, a pesar de su antigüedad, el tocino era y es el mejor amigo de un soldado. Debido a que es alto en calorías, no ocupa mucho espacio y esta delicia es el tocino bien cocido. Y no necesitas convertirlo en un culto, como hacen algunos, solo necesitas usarlo. Con mucho gusto.

 

viernes, 18 de febrero de 2022

Alimentación: El café, las guerras y las travesías (2/2)

De café, guerras y travesías (parte 2)




El Cabo Mason H. Armstrong de EE.UU. prepara un café en la salida de su trinchera en algún lugar cerca de Bardenburg, Alemania en el 16 de Octubre de 1944 (Archivo Nacional de EE.UU.).

“Nadie puede ser un soldado sin café”, escribía un miembro de las tropas de la Unión durante la Guerra Civil que se llevó a cabo en Estados Unidos entre 1861 y 1865.

Nuestra querida y amarga bebida ya había sido adoptada por el público y las tropas de este país, impulsada mayormente por sus líderes, que habían pedido que se sustituya el consumo de té, comprado a Gran Bretaña, por café, el cual importaban de Brasil en su mayor parte.

En las raciones de los soldados, previo al comienzo de la guerra, ya se encontraba presente el café. Se puede decir que el consumo había sido forzado en ellos, ya que se reemplazó su ración de ron y brandy por 16 kilos de café al año por soldado.

La guerra puso en batalla a los estados del sur, que peleaban a favor de mantener la esclavitud, contra los del norte, que se oponían a esta práctica.

Poco después del comienzo de la guerra, el norte -o la Unión- logra el bloqueo naval de muchos puertos pertenecientes a los estados del sur, con lo que se produjo una gran caída de las importaciones de alimentos básicos, entre ellos el café.

Soldados de la Unión disfrutan del café en sus tazas de lata, servido desde un balde en el piso (Fotografía de la Colección de la Fundación Financiera Lincoln).

Las raciones de los soldados y de los ciudadanos siempre se controlan y son muy pobres durante periodos de guerra, para garantizar que todas las tropas puedan acceder a una buena nutrición. Pero ahora con el bloqueo de importaciones, el sur tenía todas las de perder contra un norte que controlaba casi todo el comercio con el exterior.

Esto hizo que los soldados del sur -o los Estados Confederados- tengan que sobrevivir con el poco, o más bien nada, de café que se les repartía. Se las ingeniaban para crear sustitutos para el café, tostando cualquier cosa que pudieran encontrar para después hervirla en agua y que genere una bebida negra similar, pero obviamente muy inferior y sin contenido de cafeína. Muchos de los substitutos del café, como la malta, son creados de esta necesidad de producir una bebida similar al café.

Mientras los soldados del sur debían tostar maíz, arroz, y quién sabe qué otras cosas para tener una bebida que los mantuviera calientes, las tropas de la Unión podían consumir cantidades abundantes de café, ya que tenían una gran relación de comercio del grano con Brasil.

Irónicamente, estos granos eran obtenidos en Brasil con una mano de obra completamente esclava, la misma práctica que los estados del norte trataban de erradicar.

“Lo único que me mantiene vivo debe ser el café”, lee la bitácora de uno de los soldados del Norte. Es verdaderamente increíble ver lo importante que era para estas personas el café en el día a día del campo de batalla. La palabra “café” es reportada siendo usada mas veces que las palabras “guerra”, o “balas”, o “esclavitud”, en los diarios de los soldados.

El acto de sentarse a tomar una taza caliente era visto como un oasis de calma y reparación en tiempos difíciles.

La guerra terminaría con la Unión consagrándose como victoriosa, después de 4 largos años. Obviamente, es exagerado decir que la gran diferencia de riqueza de café haya sido lo que hizo que el norte ganará sobre el sur, pero es acertado decir que sí jugó un importantísimo papel en mantener la moral de los soldados y darles algo por lo que luchar.

Además de todas estas historias, la Guerra Civil dejó otros episodios relacionados al café, como la introducción de uno de los precursores del café instantáneo. “Esencia de café”, un liquido negro y espeso mezclado con azúcar, que luego podía ser diluido con leche y agua para preparar café. No tuvo mucho éxito.

Otra invención interesante fue la de las carabinas Sharps, que poseían un molino en la culata, donde los soldados podían moler todo tipo de granos, como por ejemplo, trigo o avena para alimentar a sus caballos. Es totalmente creíble que los soldados han de haber usado esto para moler café, estos parecían estar más obsesionados con tomar su taza del día que con ganar la guerra.


La carabina Sharps, con su suplemento de molino en la culata.

Décadas después llegaría la Primera Guerra Mundial en 1914, y para entonces el café instantáneo ya existía. Práctico y fácil de preparar, era la perfecta solución para que los soldados disfruten de su dosis de cafeína en donde quieran.

Este fue principalmente consumido por los americanos cuando entraron en la guerra en 1917, ya que los otros países europeos tenían sus líneas de suministro cortadas o reducidas, y otros consumían principalmente té, como los ingleses.

El polvo soluble era suministrado a los soldados en pequeños sobres de 7 gramos. Los soldados contaban con una taza de aluminio que iba adosada casi siempre a su cantimplora, la cual ponían en el fuego para poder calentar agua.



Publicidad del Café Soluble Washington’s Coffee. “Fui a la guerra! Estoy en casa de nuevo!”, lee el slogan.

“Hay un caballero a quien voy a buscar primero cuando termine de ayudar a derrotar al Kaiser, y ese caballero es George Washington, el amigo del soldado”, exclamaba un soldado en una carta enviada desde el frente. El George Washington al que se refiere no es el primer presidente de los Estados Unidos, sino el dueño de la empresa de café instantáneo que suministraba los sobrecitos, “Washington’s Coffee”.

De nuevo, la guerra terminaria siendo ganada por las naciones que tenian al grano negro de su lado.

Luego de la guerra, todo el mundo, en especial los Estados Unidos, tenía acceso al café instantáneo. Además de la ya mencionada comodidad en cuanto a preparación, este método ofrecía el mejor provecho del grano verde, ya que para conseguir café instantáneo se extrae casi al máximo el grano. Las empresas no tardaron en aprovechar esto.

Pero el boom del café llegaría a un semáforo rojo cuando en 1929 la Gran Depresión castigaría los mercados de todo el mundo. El consumo de café bajó, dejando a muchos países productores con un superávit de producción y nadie a quien venderle.

Es en ese momento donde el gobierno de Brasil contacta a la compañía Nestlé. Les plantean la idea de crear un nuevo producto de café instantáneo, que haga mejor provecho de los granos, y que posiblemente mejore el sabor del mismo, ya que el que existía hasta el momento no era muy bueno.

El proceso de preparar café instantáneo en un principio consistía de hervir grandes tambores de café molido y agua hasta el punto en el que toda el agua se evapora, dejando en el fondo el sedimento de café soluble sólido. Si se le agregaba agua a este, se volvía a obtener café.

Como pueden imaginar, no producía el café más rico del mundo, por decir poco. Viendo esto, el equipo de Investigación y Desarrollo de Nestlé se pone la meta de crear una forma más óptima de lograr el café soluble, y como continúa siendo la norma con Nestlé, este equipo lo alcanza con una increíble calidad y eficacia.

La nueva forma de obtener el polvo soluble consistía en pulverizar café líquido preparado sobre grandes torres de material a alta temperatura, lo cual hacía que el café se seque y se vuelva sólido casi instantáneamente. Con esto se obtenía el polvo soluble.

Le tomó a Nestlé ocho años conseguir esta innovación, la cual lanzó en 1938, con una fuerte campaña de marketing coronando al producto como Nescafé, el mismo que conocemos hoy en dia (aunque ahora se haya inventado un proceso más innovador aún, el de la liofilización, o secado en frío).

1938 es un año muy especial, como lo fue toda la decada de los 30’, ya que estos vieron el auge y llegada al poder del partido nacionalsocialista en Alemania, mas conocido como el partido Nazi. Un año después, en Septiembre de 1939, comenzaría la Segunda Guerra Mundial.



Las “Doughnut Dollies”, un subgrupo de la Cruz Roja compuesto de mujeres, encargado de llevar donas y café (y otras comidas) a los soldados en sus momentos de descanso.

Esta guerra envolvería y arrastraría al conflicto a muchas naciones, como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, Rusia, y muchas más ¿Cuántos países con cultura cafetera están entre los que mencioné?

Quisiera que ahora el lector recuerde la última vez que tomó una de esas tazas de café que parece sacarle un ruido de los oídos y despejar su cabeza del dolor. Esas tazas que reconfortan como un analgesico y calientan el cuerpo como arroparse en un abrigo.



Una publicidad americana durante la Segunda Guerra Mundial, que alentaba a la población a consumir menos café para que hubiese suficiente para los soldados en la guerra.

Para el soldado peleando en la Segunda Guerra Mundial, todas las tazas eran ese tipo de tazas. Desde los primeros días peleando en el Sedán, hasta el último frío invierno en Bastogne, el café estuvo junto a las tropas en cada momento de descanso.

Luego de caer en paracaídas cerca del puente de Eindhoven en Holanda y luchar durante horas para establecer su posición, lo más probable era que el comandante de un pelotón estadounidense ordenara a sus subordinados que preparen café, y consuma una taza luego de quitarse su transpirado y pesado casco, pensando como continuara su campaña.

El comienzo de la guerra no fue bueno para Nescafé, que encontraba difícil mantener su popularidad sin poder vender al resto del mercado. Ya para 1941 habían encontrado la solución al incluir sobres de Nescafé en todas las raciones de los soldados, y al finalizar la guerra también incluyeron su producto en los suministros enviados a las poblaciones afectadas por el conflicto en Europa y Asia, abriéndose a sus mercados extranjeros.

En 1943, cuando los Aliados invaden Italia para poner un pie en Europa por primera vez desde el comienzo de la guerra, los soldados, en especial los americanos, son sorprendidos por la fuerza y la intensidad del café que los ciudadanos de Italia consumían.



Luigi Bezzera con su máquina de espresso (1901). El espresso resultaría muy fuerte para los soldados americanos, que lo combinaban con agua para reducir su fuerza.

El espresso ya estaba bien arraigado en la cultura Italiana, y no existía ninguna bebida similar a la que los soldados yankees consumían. En esta encrucijada es donde se dice que se creó la bebida conocida hoy como el “Americano”, espresso diluido con agua para asemejarse a la fuerza de un café filtrado.

Sigue pasando hasta el día de hoy. Un extranjero se sienta en las mesas de la vereda de un bar en Roma, y al pedir un café y recibir un espresso no entienden qué pasó. Ni les cuento si, en afán de sonar italianos y modernos, piden un latte, y son servidos con un vaso alto de leche y una mirada rara por parte del mozo.

Por su parte, los alemanes verían su consumo de café fuertemente reducido debido a que el comercio con los países de América del Sur les era imposible. Solo podrán importarlo de los países europeos bajo su control o neutrales, pero la cantidad que estos podían venderle era poca, y muy cara.

Al igual que los soldados de los Estados Confederados, los alemanes recurrieron a substitutos para el café. El “ersatz kaffe” (café falso) fue muy popular en Alemania durante la guerra.

Durante el periodo de tiranía Nazi, otro invento innovador del café encontraría su lugar en ella.

Los Nazis tenían una política de purismo humano. Su macabra visión del hombre ario como una raza superior, estaba fuertemente influenciado por un movimiento cultural llamado Lebensreform.




Publicidad de uno de los “café ersatz” que se vendían en Alemania.


El movimiento del Lebensreform (reforma de vida), quería establecer un estilo de vida más natural y sin prácticas de salud modernas para sus ciudadanos. El café, al ser visto por los pertenecientes a este movimiento como una droga y algo innecesario para los humanos, estaba completamente prohibido por ellos.

Prácticamente nadie en la Alemania Nazi cumplía con este mandato, que también ponía bajo critica el consumo de alcohol. El único que cumplía con esto último probablemente era Hitler, que era abstemio, pero hasta el a veces tomaba una copa de vino a la que le añadía azúcar, ya que le parecía muy amargo.

Pero lo que sí supo encontrar su lugar entre estas cuestiones fue la adopción del café descafeinado como costumbre. El mismo fue inventado por un científico alemán llamado Ludwig Roselius, que se dio cuenta que unos granos de café que accidentalmente habían estado sumergidos en agua salada de mar, habían perdido la mayoría de la cafeína en su composición, pero no mucho de su sabor.



Publicidad de Kaffee HAG, uno de los cafés descafeinados más populares en Alemania.

Roselius creó entonces la marca Kaffee HAG para comercializar su descubrimiento, que ya había especializado con compuestos químicos y no con agua de mar. Kaffee HAG se hace muy popular en la Alemania pre-guerra y en el Tercer Reich.

Como venía pasando con todas las guerras en las que el café estaba entrometido, la Segunda Guerra Mundial termina siendo ganada por los Aliados, tras 6 años de ardua lucha, drama, sufrimiento, y sangre.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, y con los soldados volviendo a casa y buscando café como pasó en la Primera Guerra, este vuelve a tener otro boom comercial.

Ya para la guerra de Vietnam, los soldados estadounidenses dependen tanto del café como de la munición para sus rifles, o del napalm que arrojan desde la altura a los campos vietnamitas.



Muchos soldados usaban el combustible de los explosivos C4 para crear pequeñas hornallas donde calentar agua para preparar su café.

Hoy en día, el suministro de café no es un problema para ningún soldado. En el ejército de Estados Unidos, el café es uno de los regalos más comunes que les llegan a los soldados desde la población civil. Muchos soldados hasta tienen Aeropress, V60, y molinos propios para preparar sus bebidas delicadamente.



Soldados en la actualidad en Afganistán, con sus V60 y molinos Hario Skerton. Una mejora un poco notable…

Sin dudas el café jugó un papel más que importante en la vida de los soldados en todos los conflictos bélicos desde su descubrimiento. Acompañándolos durante las largas noches en la trinchera, hasta en los calurosos veranos esperando el combate, la bebida fue crucial en la continuidad del esfuerzo de las tropas y de su habilidad de realizar sus tareas eficientemente.


viernes, 11 de febrero de 2022

Alimentación: El café, las guerras y las travesías (1/2)

De café, guerras y travesías





“Prefiero sufrir con café que no estar consciente”

Se dice que alguna vez Napoleón Bonaparte dijo estas palabras, puede uno imaginar que respondiendo a alguna pregunta acerca de por qué tomaba tanto café, o por qué le gustaba esa sustancia todavía considerada un poco misteriosa por los franceses en su época.

Hay una razón por la cual el café es una de las bebidas más consumidas del mundo, y es que el efecto que la cafeína produce en nuestro sistema nervioso, poniéndolo en alerta y despejándolo de todo impedimento generado por el cansancio, es muy útil para los humanos. Nos saca de la cama los lunes por la mañana, o nos mantiene despiertos hasta altas horas de la noche cuando necesitamos leer esa última página una vez más. Pero así como es usado para estas mundanas tareas, también cumplió y cumple un rol de suprema importancia en el apartado bélico de la historia de nuestra especie.

El café ha jugado un papel importantísimo en las raciones de los soldados en el campo de batalla desde su descubrimiento en el siglo XV, y la negra bebida acompaña a los soldados casi tanto como sus rifles y cigarrillos.



En este escrito, voy a tratar de explicar como el café fue cobrando importancia en las tropas de distintas naciones en el mundo a través de los años.

Los orígenes del café y su historia son muy borrosos e inciertos, llenos de mitos y leyendas, lo cual hace difícil estudiar su cronología sin toparse con contradicciones temporales o varias historias parecidas.

Aun así es conciso decir que su origen esta en Etiopía, en el montañoso noreste de África. Aquí es donde se ven las primeras plantas de Coffea, cuyos frutos eran procesados exponiendo su semilla, para ser transportadas a Yemen por mercantes Somalíes. En estas tierras, las semillas eran tostadas y molidas para preparar la negra y misteriosa bebida conocida como qahwah, café en árabe.

Hay recuentos de habitantes de Etiopía, otras naciones africanas, y de miembros del mundo Islámico utilizando bebidas derivadas de la planta de café en rituales religiosos. Los efectos de la cafeína eran especialmente útiles durante la celebración de Ramadán, donde los musulmanes deben hacer ayunos durante el día y mantenerse despiertos hasta altas horas de la noche. El café ayudaba en ambas tareas, ya que era visto como una bebida para engañar la sensación de hambre y mantenerse alerta.

Viendo estos variados usos para el café en sus tierras natales, es coherente pensar que soldados y milicias autóctonas han de haber usado sus propiedades estimulantes para ayudarlos en la batalla, pero lamentablemente no hay registros verdaderos sobre esto, al menos que alguien con el poder de Google pueda encontrar.

Luego de llegar a Yemen, la gran red comercial del medio oriente comenzó a expandir el café como un incendio forestal, haciendo apariciones en Mecca, Constantinopla (hoy en día Estambul), Baghdad, Damasco, y volviendo de nuevo a su continente natal, África, pero esta vez más al norte, en la ciudad egipcia de El Cairo. Aquí empezaron a aparecer varias casas de café, lugares donde la gente se reunía a disfrutar de una taza, o más bien, un pequeño cuenco, de esta bebida.



Casa de café en la sociedad Otomana.

Terminada su expansión por África y el Oriente Medio, era solo cuestión de tiempo para que el café fuera descubierto, adoptado, y colonizado (como la historia lo demanda) por Europa.

Como he mencionado, la historia del café puede verse muy borrosa, a menudo sin poder poner fechas exactas a distintos sucesos. De todos modos, es seguro decir que el café no llega a Europa de una sola forma, si no de varias:

En la parte mediterránea de Europa,
el café llega primero a la isla de Malta en 1565. Esta isla, en ese entonces controlada por la Orden de Malta, es asediada por los turcos en ese año. Durante el asedio, muchos musulmanes turcos son tomados como esclavos por la Orden, y forzados a ganarse la vida preparando el café que acostumbraban tomar. De esta forma, la costumbre se esparce por la isla.

También en la zona del mediterrano, el café llega a la República de Venecia gracias al comercio con Egipto, que ya había adoptado entonces el consumo del café en su capital. El café se volvió en Venecia una bebida muy popular en la élite de su sociedad.

En un principio la bebida había sido prohibida por los representantes de la iglesia católica porque la consideraban un pecado y una bebida diabólica. Aun así, luego de darle un sorbo para corroborar la decisión de sus subordinados, el papa Clemente VIII aprobó su uso. Esto hizo que su comercio floreciera en Italia, y una de las primeras cafeterías abre en 1683 en Venecia.



Lloyd’s coffee house en Londres.

En la parte norte de Europa,
el café llega a Inglaterra por varias rutas. Primero, por el comercio con los turcos otomanos, lo que lleva a la primera casa de café inglesa abriendo sus puertas en 1653. El comercio del café crece a tal nivel que luego Inglaterra puede exportarlo de sus imperios en la India, y también mediante el comercio con las compañías Holandesas, que habían logrado robar las primeras plantas de café vivas desde Turquía, para luego plantarlas en sus dominios en India y poder comercializarlas.



Pero en mi opinión, la historia más interesante de la llegada del café a Europa es mediante el asedio de Viena por parte de los turcos, ya que esta liga al uso del café por las tropas de batalla a la expansión del café.

Una de las primeras apariciones del café siendo transportado y bebido por tropas de combate es durante el asedio de Viena por parte de los Turcos Otomanos en 1683. Es posible imaginar que estos soldados consumían el café de la forma que hoy conocemos como café turco, un concentrado café sin filtrar que se hace simplemente llevando a hervor el café molido y agua.

Es dicho, aunque esto es probablemente mas mito que realidad, que la aparición de las conocidas casas de café Vienesas, tienen origen en el levantamiento del asedio llevado a cabo por los Turcos Otomanos, quienes dejaron en sus campamentos grandes bolsas del grano negro, misterioso entonces para los habitantes de la ciudad. El rey de la mancomunidad Polaco-Lituana, sin saber del uso de estos granos, se los encomienda a un oficial llamado Jerzy Franciszek Kulczycki, quien si conocía de ellos gracias a su tiempo en cautiverio en Turquía y adapta la fuerte bebida turca a los gustos europeos, añadiendo azúcar y leche. La primera casa de café en Viena fue abierta en 1685, pero no por Kulczycki, si no por Johannes Theodat, un mercante Armenio.



Casas de café vienesa.

Diría entonces que esto da a los turcos el gran título de responsables de accidentalmente crear una cultura cafetera que todavía perdura hasta hoy. Es posible pensar que si no hubiesen introducido su forma de preparar el café, que produce una taza bastante concentrada, los europeos nunca se hubiesen volcado en la búsqueda de una taza similar, como termina siendo el espresso.

Debemos el descubrimiento del café a los habitantes de Etiopía y su curiosidad, pero debemos su expansión por el mundo a la crueldad y el voraz comercio de los Turcos Otomanos.

Durante estos años de expansión, es interesante notar que además de la aparición del café como un artículo más para la venta, siempre es acompañado de la apertura de muchas casas de café, lugares donde la gente se juntaba a consumir la bebida, preparada posiblemente por alguien que conocía como hacerlo de forma más adecuada. Siempre el café fue adoptado como una bebida comunal, tanto en los rituales etiopianos como en los desayunos continentales franceses.

La aparición de casas de café en las grandes ciudades causaba estragos en la habilidad de los gobiernos de controlar a su población, ya que estas casas proveían un lugar donde tener un saludable y sobrio discurso político y cultural, sin la lentitud de sinapsis usualmente provocada por la cerveza, la bebida más consumida antes de la aparición del café.

La cerveza era extremadamente popular en la antigüedad, al ser fermentada duraba más tiempo, y era consumida hasta en los desayunos, hasta incluso por los niños. Un ciudadano promedio del norte de Europa consumía cerca de 3 litros por día de cerveza, así que es fácil ver cómo la introducción del café hizo que estas ebrias mentes colectivas puedan empezar a despejarse del alcohol y a tener discusiones sobre las injusticias que sus gobiernos les dictaban.



Murad IV, sultán del Imperio Otomano (1612–1640)

Tanto fue así que el café fue prohibido en muchísimas culturas distintas. Un buen ejemplo es el del sultán Murad IV, del Imperio Turco Otomano, quien había asumido el trono a los 11 años de edad, y para los 20 ya había ordenado la ejecución de más de 500 soldados, así que sabemos un poco sobre su temperamento. Durante una de sus andanzas por su pueblo, donde salía disfrazado para escuchar las cosas que se hablaban sobre él y su gobierno entre su gente, entró a una casa de café, donde escuchó “gente despierta y sobria discutiendo sobre los asuntos del imperio, y culpando a la administración”. Poco después de esto Murad prohibió rotundamente el café, hundiendo barcos con este cargamento, ejecutando gente que era encontrada consumiéndolo, y principalmente prohibiendo la existencia de las casas de café.

Durante los años de vida de Murad, Estambul permaneció “tan desolada de café como los corazones de los ignorantes”, dicen historiadores Islámicos. Murad moriría de envenenamiento por alcohol, otra de las sustancias que había prohibido. Luego de su muerte, las casas de café volvieron a florecer en Estambul.

Las casas de café, como bien advirtió Murad, le daban al pueblo la habilidad de reunirse y discutir sobriamente sobre las decisiones que sus gobiernos tomaban por ellos. La revolución francesa fue gestada en una cafetería. Pronto, sus salones se convirtieron casi en un parlamento del pueblo, lo que las voces de las casas de café querían, era lo que triunfaba.

Saliendo de Europa, pero no sin su control, el café se esparció por el mundo, llegando a Asia y América luego de la adopción de la costumbre en los europeos. Estos necesitaban producir el café en cantidades más grandes que lo que les proveía la India.

En Asia el café tardó en ser adoptado, más que nada por la afinidad de sus pueblos por el té, y también por otras restricciones gubernamentales.

Pero en América, no tardó en hacerse una de las plantas más importantes en ser sembradas y cosechadas en sus tierras. Lamentablemente, esto no fue posible sin la gran cuota de crueldad y esclavitud que es común de las intervenciones europeas en América durante esos tiempos.



En primer lugar, la planta de café llega a las islas del Caribe. Es importante notar que probablemente el café ya era consumido en América por los colonos, pero lo difícil era transportar plantas vivas que aguantaran todo el viaje, para que puedan ser plantadas cuando llegaran a tierra firme. Es difícil apuntar con exactitud a quién fue el primer imperio conquistador en introducir la planta de café a América y plantarlo en sus colonias, pero se sabe que fueron o los Holandeses, en Surinam (1718), o los franceses, en sus colonias de Saint-Domingue (ahora República Dominicana y Haití) y Martinica, otra isla francesa en el caribe.

Pero quizás de estas 3 apariciones, la más interesante es la de la isla de Martinique, donde fue Gabriel de Clieu quien logró llevar plantas de café albergadas en viveros franceses, a América en 1720. Durante el viaje, el agua era muy estrictamente racionada entre los tripulantes, lo cual hacía difícil cumplir con las tareas de riego que los plantines de café requieren. Se dice que de Clieu sacrificó parte de su ración para poder regar a las plantas, así logrando cruzar el Atlántico con ellas.

  Gabriel De Clieu cuidando de uno de los plantines de Coffea.

Después de su llegada a América, el sembrado de café prospero por todo Centro América y América latina, creando un caos de esclavitud, crueldad, e imperialismo de manual por todo el continente. Mucha de la mano de obra usada para el sembrado y cosecha del café era mano de obra esclava, traída de África en el caso de las colonias francesas, y en ocasiones poblaciones indígenas enteras, como fue el caso de Guatemala.

El país que más prosperó gracias al comercio del café fue Brasil, que hasta hoy en día es el productor de café más grande del mundo.

Pasados los años, llegando a fines del siglo XVIII, el café ya era consumido en cantidades por todo el mundo. No tardó nada de tiempo en abrir su camino desde las casas y cafeterías de las ciudades, hacia las raciones militares de los soldados en todos los países de la tierra, y a ser preparado en los descansos entre batallas, o hasta durante los combates.

En Estados Unidos, luego del motín del té en Boston, los americanos comenzaron a consumir más y más café. Uno de los primeros bocetos de la declaración de independencia es leído en la taberna de la ciudad, llamada Cafetería de los Mercantes (Merchant’s Coffee House), en Filadelfia.

Décadas más tarde, con el comienzo de la Guerra Civil estadounidense, el café vuelve a cobrar un papel importantísimo en la historia del país, pero más importante, en el día a día de sus soldados en las trincheras.



miércoles, 29 de diciembre de 2021

Roma: El comercio de granos

El comercio de cereales romano

Weapons and Warfare

   

Buques mercantes romanos



El comercio de cereales no era simplemente una fuente de beneficios para los comerciantes de Roma. En el 5 a. C., Augusto César distribuyó cereales a 320.000 ciudadanos varones; con orgullo registró este hecho en una gran inscripción pública que conmemora sus victorias y logros, porque tener el favor de los romanos era tan importante como ganar victorias en el mar y en tierra. La era del "pan y los circos" estaba comenzando, y cultivar al pueblo romano era un arte que muchos emperadores entendían bien (el pan horneado no se distribuyó de hecho hasta el siglo III d.C., cuando el emperador Aureliano sustituyó el pan por el grano). A finales del siglo I a. C., Roma controlaba varias de las fuentes de cereales más importantes del Mediterráneo, las de Sicilia, Cerdeña y África, que Pompeyo había sido tan cuidadoso en proteger. Un resultado puede haber sido una disminución en el cultivo de cereales en el centro de Italia: a finales del siglo II a.C., el tribuno romano Tiberio Graco ya se quejaba de que Etruria estaba ahora entregada a grandes propiedades donde los terratenientes se beneficiaban de sus rebaños, en lugar de la tierra. . Roma ya no tenía que depender de los caprichos del clima italiano para su suministro de alimentos, pero no era fácil controlar Sicilia y Cerdeña desde lejos, como demostró el conflicto con el comandante rebelde Sexto Pompeyo. Se desarrollaron sistemas de intercambio cada vez más elaborados para asegurarse de que el grano y otros bienes fluyeran hacia Roma. A medida que Augusto transformó la ciudad y se alzaron grandes palacios en la colina Palatina, aumentó la demanda de artículos de lujo: sedas, perfumes, marfil del Océano Índico, finas esculturas griegas, cristalería, orfebrería perseguida del Mediterráneo oriental. Anteriormente, en el 129 a.C., Tolomeo VIII, rey de Egipto, recibió una delegación romana encabezada por Escipión, conquistador de Cartago, y causó una profunda conmoción cuando entretuvo a sus invitados en lujosas fiestas vestido con una túnica transparente hecha de seda (probablemente de China). , a través del cual los romanos podían ver no solo su corpulento cuerpo sino también sus genitales. Pero la austeridad de Escipión ya estaba pasada de moda entre la nobleza romana. Incluso el igualmente austero Catón el Viejo (m. 149 a. C.) solía comprar el 2% de acciones en empresas de transporte marítimo, repartiendo sus inversiones en varios viajes, y envió a un liberto favorito, Quintio, en estos viajes como su agente.

El período desde el establecimiento de Delos como puerto libre (168-167 a. C.) hasta el siglo II d. C. vio un auge en el tráfico marítimo. Como se ha visto, el problema de la piratería disminuyó de forma muy significativa a partir del 69 a. C.: los viajes se volvieron más seguros. Curiosamente, la mayoría de los barcos más grandes (250 toneladas en adelante) datan de los siglos II y I a.C., mientras que la mayoría de los barcos en todos los períodos desplazaron menos de 75 toneladas. Los barcos más grandes, que llevaban guardias armados, podían defenderse mejor de los piratas, incluso si carecían de la velocidad de los barcos más pequeños. A medida que la piratería disminuyó, los barcos más pequeños se hicieron más populares. Estos pequeños barcos habrían podido transportar alrededor de 1.500 ánforas como máximo, mientras que los barcos más grandes podrían transportar 6.000 o más, y no fueron seriamente rivalizados en tamaño hasta finales de la Edad Media. ritmos del comercio: aproximadamente la mitad de los barcos transportaban un solo tipo de carga, ya fuera vino, aceite o cereales. Los productos a granel se movían en cantidades cada vez mayores por el Mediterráneo. Las zonas costeras con acceso a los puertos podían especializarse en determinados productos para los que su suelo era adecuado, dejando el suministro regular de alimentos básicos a los comerciantes visitantes. Su seguridad estaba garantizada por la pax romana, la paz romana que siguió a la supresión de la piratería y la extensión del dominio romano por el Mediterráneo.

El pequeño puerto de Cosa en un promontorio frente a la costa etrusca proporciona una evidencia impresionante del movimiento de mercancías por el Mediterráneo en este momento. Sus talleres produjeron miles de ánforas por iniciativa de una familia noble de la temprana edad imperial, los Sestii, que hicieron de su ciudad un exitoso centro industrial. Se han encontrado ánforas de Cosa en un naufragio en Grand-Congloué, cerca de Marsella: la mayoría de los 1200 frascos estaban sellados con las letras SES, la marca de la familia. Otro naufragio debajo de éste data de 190-180 a. C. y contenía ánforas de Rodas y de otras partes del Egeo, así como enormes cantidades de vajillas del sur de Italia en su camino hacia el sur de la Galia o España. Artículos como estos podían penetrar tierra adentro a grandes distancias, aunque los productos alimenticios a granel tendían a consumirse en las costas o cerca de ellas, debido a la dificultad y el costo de transportarlos tierra adentro, excepto por el río. El transporte por agua era inconmensurablemente más barato que el transporte por tierra, un problema que, como se verá, se enfrentaba incluso a una ciudad tan corta del mar como Roma.



El grano era el alimento básico, en particular el triticum durum, trigo duro, de Sicilia, Cerdeña, África y Egipto (los trigos duros son más secos que blandos, por lo que mantienen mejor), aunque los verdaderos conocedores preferían el siligo, un trigo blando elaborado con espelta desnuda. Una dieta a base de pan solo llenaba los estómagos, y un companaticum ("algo con pan") de queso, pescado o verduras amplió la dieta. Las verduras, a menos que estuvieran en escabeche, no viajaban bien, pero el queso, el aceite y el vino encontraron mercados en todo el Mediterráneo, mientras que el transporte por mar de carne salada estaba reservado en gran parte para el ejército romano. Cada vez más popular fue el garum, la apestosa salsa hecha de tripas de pescado, que se vertía en ánforas y se comercializaba en todo el Mediterráneo. Las excavaciones en Barcelona, ​​cerca de la catedral, han revelado una importante fábrica de garum en medio de los edificios de una ciudad imperial de tamaño mediano. Se necesitaron unos diez días con el viento siguiente para llegar a Alejandría desde Roma, una distancia de 1.000 millas; en un clima desagradable, el viaje de regreso podría durar seis veces más, aunque los transportistas esperarían unas tres semanas. La navegación se desaconsejó enérgicamente desde mediados de noviembre hasta principios de marzo, y se consideró bastante peligrosa desde mediados de septiembre hasta principios de noviembre y desde marzo hasta finales de mayo. Esta "temporada de veda" también se observó en cierto grado durante la Edad Media.

Pablo de Tarso proporciona un relato vívido de un viaje invernal que salió mal en los Hechos de los Apóstoles. Pablo, un prisionero de los romanos, fue colocado a bordo de un barco de grano alejandrino que partía hacia Italia desde Myra, en la costa sur de Anatolia; pero era muy tarde en la temporada de navegación, el barco se retrasó por los vientos, y cuando estuvieron frente a Creta los mares se habían vuelto peligrosos. En lugar de pasar el invierno en Creta, el capitán fue lo suficientemente temerario como para aventurarse en los mares tormentosos, en los que su barco fue lanzado durante una miserable quincena. La tripulación "aligeró el barco y arrojó el trigo al mar". Los marineros lograron conducir hacia la isla de Malta, varando el barco, que, sin embargo, se rompió. Paul dice que los viajeros fueron bien tratados por los "bárbaros" que habitaban la isla; nadie murió, pero Paul y todos los demás quedaron atrapados en Malta durante tres meses. La tradición maltesa asume que Pablo usó este tiempo para convertir a los isleños, pero Pablo escribió sobre los malteses como si fueran crédulos y primitivos: curó al padre enfermo del gobernador y los nativos lo tomaron por un dios. Una vez que las condiciones en el mar mejoraron, otro barco de Alejandría que pasaba el invierno allí se llevó a todos; luego pudo llegar a Siracusa, Reggio en el extremo sur de Italia y, un día fuera de Reggio, al puerto de Puteoli en la bahía de Nápoles, al que probablemente había estado con destino el primer barco de grano todo el tiempo; de allí se dirigió hacia Roma (y, según la tradición cristiana, su eventual decapitación).



Sorprendentemente, el gobierno romano no creó una flota mercante estatal similar a las flotas de la república medieval veneciana; la mayoría de los comerciantes que llevaban grano a Roma eran comerciantes privados, incluso cuando transportaban grano desde las propiedades del emperador en Egipto y en otros lugares. Alrededor del año 200 d. C., los barcos de granos tenían un desplazamiento promedio de 340 a 400 toneladas, lo que les permitía transportar 50.000 modii o medidas de grano (1 tonelada equivale a unos 150 modii); algunos barcos alcanzaban las 1.000 toneladas, pero también, como se ha visto, innumerables embarcaciones más pequeñas surcaban las aguas. Roma probablemente requirió alrededor de 40 millones de medidas cada año, por lo que se necesitaron 800 cargamentos de tamaño promedio para llegar a Roma entre la primavera y el otoño. En el siglo I d.C., Josefo afirmó que África proporcionaba suficiente grano para ocho meses del año y Egipto suficiente para cuatro meses. Todo esto fue más que suficiente para cubrir las 12.000.000 de medidas necesarias para la distribución gratuita de cereales a 200.000 ciudadanos varones. El norte de África central había estado abasteciendo a Roma desde el final de la Segunda Guerra Púnica, y el corto y rápido viaje a Italia era intrínsecamente más seguro que el largo trayecto desde Alejandría.