Gente del Cacique Mulato, abajo a la derecha y con vincha blanca esta Kachorro o Chaleco.
En las vastas y austeras tierras de la Patagonia, una región conocida por sus imponentes paisajes y climas extremos, vivieron los Aonikenk, también conocidos como los Tehuelches meridionales. Este grupo indígena, cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales, desarrolló una cultura y un modo de vida estrechamente entrelazados con la naturaleza salvaje que les rodeaba.
El Territorio de los Aonikenk
Los Aonikenk habitaron una extensa área que se extendía desde el río Santa Cruz, en la actual Argentina, hasta el estrecho de Magallanes, en Chile. Este vasto territorio incluía estepas, montañas y zonas costeras, cada una con sus propios desafíos y recursos. A pesar de la dureza del clima y el terreno, los Aonikenk demostraron una notable capacidad de adaptación, moviéndose estacionalmente para aprovechar al máximo lo que cada región podía ofrecer.
La Vida Nómada
La vida de los Aonikenk era un constante movimiento. En los cálidos meses de verano, ascendían a las mesetas altas y montañas, donde cazaban guanacos, su principal fuente de alimento y materia prima. Los guanacos no solo proporcionaban carne, sino también pieles para vestimenta y refugios. El ñandú, otro animal esencial, les daba plumas y huevos, y su caza se realizaba con boleadoras, una herramienta ingeniosa que simboliza la destreza y conocimiento de estos pueblos.
Durante el invierno, cuando los vientos patagónicos azotaban con más fuerza y las temperaturas caían, los Aonikenk descendían a los valles y las zonas costeras. Aquí encontraban refugio y aprovechaban los recursos del mar, pescando y recolectando mariscos, lo cual complementaba su dieta y aseguraba su supervivencia en los meses más duros.
La Organización Social y Familiar
La familia era el pilar fundamental de la sociedad Aonikenk. Las unidades familiares extendidas se unían en bandas más grandes para cazar y recolectar, formando una red social que garantizaba el bienestar de todos sus miembros. Los roles dentro de estas bandas estaban claramente definidos: los hombres se dedicaban a la caza y la protección del grupo, mientras que las mujeres se encargaban de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños. Los más jóvenes participaban en las tareas cotidianas, aprendiendo desde temprana edad las habilidades necesarias para la vida adulta.
Los Aonikenk vivían en toldos, estructuras portátiles hechas de pieles de guanaco y armazones de madera. Estos refugios eran ideales para su vida nómada, permitiéndoles desmontarlos y transportarlos fácilmente en sus desplazamientos. A pesar de la simplicidad aparente de sus viviendas, estos toldos eran eficientes para protegerse del clima extremo de la región.
Rituales y Creencias
La espiritualidad y las creencias de los Aonikenk estaban profundamente arraigadas en su entorno natural. Los animales, las montañas y los elementos eran vistos como entidades espirituales, y su mitología reflejaba esta conexión íntima con la naturaleza. Realizaban ceremonias para honrar a los espíritus de los animales cazados, para marcar el paso de la niñez a la adultez y para celebrar los ciclos naturales de su entorno.
Introducción
Los Aonikenk, también conocidos como Tehuelches meridionales, fueron un grupo indígena que habitó la región de la Patagonia, específicamente en las zonas de la actual Argentina y Chile. Su cultura, tradiciones y modo de vida estaban íntimamente ligados a la geografía y recursos de la región.
Características Generales
Nombre y Tribus:
Nombre: Aonikenk, también llamados Tehuelches meridionales.
Subgrupos: No existía una estructura tribal estricta como en otras culturas indígenas, pero se organizaban en bandas o grupos familiares.
Ubicación Aproximada:
Territorio: Los Aonikenk ocupaban principalmente la región sur de la Patagonia, desde el río Santa Cruz en Argentina hasta el estrecho de Magallanes. También se extendían hacia el oeste, en la parte sur de Chile.
Áreas Clave: Habitaban tanto en las estepas patagónicas como en las regiones montañosas y costeras, adaptándose a los diferentes ecosistemas de la región.
Vida Nómada y Recorridos Anuales
Recorridos Estacionales:
Los Aonikenk eran nómadas, moviéndose a lo largo del año en función de la disponibilidad de recursos.
Verano: Durante los meses más cálidos, se desplazaban hacia las montañas y mesetas altas, donde cazaban guanacos y recolectaban plantas silvestres.
Invierno: En los meses fríos, bajaban hacia las zonas más bajas y protegidas, como valles y áreas costeras, donde las temperaturas eran más moderadas y podían encontrar refugio y recursos alimentarios.
Caza y Recolección:
Caza: Principalmente guanacos y ñandúes, utilizando boleadoras y arcos con flechas.
Recolección: Frutos silvestres, raíces y plantas medicinales. También pescaban y recolectaban mariscos en las zonas costeras.
Vida Familiar y Organización Social
Estructura Familiar:
La unidad básica de la sociedad Aonikenk era el grupo familiar extendido, que incluía a padres, hijos y otros parientes cercanos.
Las familias se agrupaban en bandas más grandes para facilitar la caza y la recolección.
Roles y Divisiones de Tareas:
Hombres: Principalmente responsables de la caza y la protección del grupo.
Mujeres: Encargadas de la recolección de plantas, la preparación de alimentos y el cuidado de los niños.
Niños: Participaban en las actividades familiares y aprendían las habilidades necesarias para la vida adulta.
Viviendas:
Utilizaban toldos, estructuras hechas con pieles de guanaco y armazones de madera, que podían desmontarse y transportarse fácilmente en sus desplazamientos.
Rituales y Costumbres:
Practicaban ceremonias y rituales relacionados con la caza, el paso a la adultez y eventos naturales importantes.
La mitología y las creencias espirituales estaban ligadas a la naturaleza y los animales que les rodeaban.
De Izquierda a Derecha; Puro, Cacique Mulato y Canario
Edie Daniel Duré Muy buena la foto y mucho mejor al mencionar a los que posan.
Conclusión
La historia de los Aonikenk es un testimonio de la resiliencia y la capacidad de adaptación humana. Enfrentando uno de los entornos más inhóspitos del planeta, desarrollaron una cultura que no solo sobrevivió, sino que prosperó en armonía con la naturaleza. Hoy, su legado perdura como un recordatorio de la profunda conexión entre los seres humanos y su entorno, y de la increíble habilidad de las culturas indígenas para vivir en equilibrio con la tierra. Los Aonikenk, guardianes de la Patagonia, nos enseñan sobre la importancia de respetar y entender el mundo natural que nos sustenta.
En el sitio Curapil, arquéologos encontraron grabados sobre piedra. Crédito Emiliano Mange
Científicos de instituciones públicas revelaron los secretos del sitio Curapil, que guarda uno de los pocos conjuntos de grabados sobre piedra. Se encuentra en la meseta de Somuncurá, un territorio de 25 mil kilómetros cuadrados emplazado entre Río Negro y Chubut. El inusual hallazgo revela asombrosos datos sobre las poblaciones que habitaron la región hace miles de años.
El hallazgo estuvo a cargo de un grupo de investigadores de la Universidad Nacional del Centro, la Universidad Nacional de la Plata y del CONICET. Analizaron los motivos de los grabados, y sus contextos, para evaluar la movilidad humana que había en el territorio. Sus conclusiones fueron publicadas recientemente en la revista Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología.
“A este sitio llegamos durante una recorrida por la zona. Entramos a un puesto donde nos comentaron sobre las piezas que tenían en el interior de su campo”, recordó el investigador Luciano Prates.
El área se encuentra emplazada en una zona próxima a un manantial, entre las localidades rionegrinas de Ramos Mexía y Sierra Colorada.
Las primeras expediciones de campo se realizaron en 2011, pero no fue sino hasta 2018 que se pudo completar el registro de arte rupestre. Los científicos lograron identificar 92 imágenes grabadas sobre piedra volcánica, las cuales se encuentran agrupadas en seis sectores, diseminados en un radio de 100 metros.
Se identificaron 92 imágenes grabadas sobre piedra volcánica en Curapil. Crédito Natalia Carden
“Encontramos centenares de grabados. Se trata de un tipo de arte distinto al de las pinturas rupestres. En este caso, las figuras se encuentran percutidas en un morro, al lado de una vertiente de agua”, amplió Prates.
Según se menciona en el artículo científico, los surcos que constituyen estas imágenes varían entre los 0,5 y 2 centímetros de espesor. Además, para su estudio se los clasificó de acuerdo “con su forma geométrica y su semejanza con referentes del mundo real”.
Qué diferencia hay entre grabados y pinturas rupestres
A diferencia de las pinturas rupestres, que son realizadas mediante pigmentos que pueden fecharse, es difícil determinar la edad de los grabados. Al no tener elementos orgánicos y estar compuestos solo de roca, los métodos de fechado actuales son obsoletos para este tipo de arte.
“En las pinturas se pueden realizar análisis físicoquímicos de la composición, pero con los grabados no tenemos esa posibilidad. Aunque los motivos de Curapil se encuentran cubiertos de líquenes, y se podría realizar una liquenometría, su alcance temporal es muy corto. Esta técnica solo sirve para objetos históricos de unos pocos cientos de años”, explicó Natalia Carden, doctora en Ciencias Naturales. Sin embargo, a partir de inferencias por otros grabados hallados en Patagonia Norte, se estimó que los motivos de Curapil tendrían entre dos mil y tres mil años de antigüedad.
Tampoco resulta comprensible para los investigadores conocer el significado de las imágenes representadas por las sociedades de aquel momento. El estudio sólo puede circunscribirse a un pormenorizado análisis de los motivos y su comparación con otras áreas arqueológicas.
“No hay información sobre qué pueden significar. Pero hemos podido identificar figuras humanas y animales. En Curapil es muy común ver pisadas de ñandú o puma”, aseveró Carden. En general, predominan las líneas curvas, las pisadas de aves y las circunferencias.
A simple vista, los investigadores determinaron algunas similitudes con motivos de otros sitios distantes a unos 100 kilómetros. Pero se destacan particularidades que darían a entender que no se trataría de los mismos grupos humanos o del mismo tiempo de elaboración.
Qué se sabe de la movilidad de estas poblaciones
Uno de los objetivos de la publicación científica fue desentrañar el movimiento de los grupos entre el piedemonte —zona al pie de la meseta— y el sector alto de Somuncurá. Aunque se cree que las poblaciones ascendían a la altiplanicie para la caza, los vínculos con otros sitios —emplazados en la porción oriental de la meseta— “no son marcados”.
Una de las preguntas que se hicieron es sí esos grupos de cazadores habrían subido a la meseta de Somuncurá, un lugar muy propicio para la caza de guanaco durante el verano. Para comprobarlo pensaron que tenían que encontrar motivos semejantes con otros sitios. Encontraron algunos, pero cuando empezaron a complejizar el análisis, vieron que no eran exactamente los mismos. “Observamos diferencias”, precisó Carden.
Luego, hipotetizó: “Quizás haya habido diferencias entre la gente que habitaba entre el este y el oeste de la meseta, y que hayan expresado en esos motivos aspectos de su identidad mediante esas diferencias”
Uno de los grabados tiene un renacuajo como motivo. Crédito Natalia Carden
Para afianzar la teoría, los investigadores se encuentran trabajando actualmente en áreas del lado oeste de Somuncurá, cerca de las localidades de Prahuaniyeu y El Caín.
Se cree que los lugares como Curapil habrían constituido “puntos de cabecera y terminales de las travesías» debido a la disponibilidad de fuentes de agua, un recurso escaso en la árida planicie. Además, eran sitios estratégicos para cazar guanacos.
Qué particularidad tienen los grabados
A diferencia de las pinturas rupestres, el hallazgo de grabados sobre rocas no suele resultar tan habitual para los científicos. Esto podría deberse a factores de conservación y a la antigüedad de este tipo de arte.
“Los grabados no son tan comunes como las pinturas. Las pinturas, con patrones rectilíneos y colores rojos, son más abundantes y se supone que pertenecen a edades más tardías de la sociedad. Es decir, pensamos que los grabados estarían mostrando un estadío anterior de los cazadores-recolectores”, especificó Carden.
Las Casas Subterráneas de los Sanavirones/Comechingones
Para protegerse de los inviernos y refrescar los calurosos veranos los Sanavirones construyeron sus "casas bajo tierra", manteniendo así protegidas a sus familias del sol, la lluvia y de los fuertes vientos del Sur que soplaban en el amplio territorio donde asentaban sus pequeños pueblos (Sur de la Provincia de Santiago del Estero y Norte de la actual Provincia de Córdoba en Argentina). Según relatan la Crónicas Españolas estás "casa pozo" eran un hogar para varios núcleos familiares, vivían allí abuelos, tíos y sobrinos, alrededor de 15 a 20 personas: "A veces las paredes se compactaron con arcilla más fina, dando como resultado una capa de revestimiento". "Se podía ingresar a ellas al menos con 5 hombres montados en sus caballos". Las casas semi enterradas de los Sanavirones aunque los Comechingones
era en realidad un apodo de los Sanavirones. Quiere decir en su idioma
vizcachas, porque vivían en esas cuevas hechas debajo de las piedras. Guardaban mucho similitud con las viviendas del pueblo originario Kaingang, del Sur de Brasil.
Rincón Bomba: el silencio de Perón y la masacre étnica en Formosa que fue ocultada durante más de medio siglo
En
1947, durante el primer gobierno de general, la Gendarmería, con el
apoyo de la Fuerza Aérea, mató entre 500 y 750 hombres y mujeres del
pueblo aborigen pilagá, por temor a un “un ataque indígena”. Más de
setenta años después, la justicia calificó la acción como “genocidio”,
aunque jamás llegó a condenar a los responsables
Por Marcelo Larraquy || Infobae
El pueblo indígena pilagá fue masacrado en 1947 y el horror fue silenciado durante más de medio siglo
En marzo de 2020, la Cámara Federal de Resistencia declaró que la masacre contra el pueblo indígena pilagá en la zona de Rincón Bomba, Formosa, debía ser calificado como un “genocidio”.
El crimen contra el pueblo indígena, llevado a cabo por fuerzas de la
Gendarmería y la Fuerza Aérea, era de larga data. Había sido perpetrado el 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Perón.
La sentencia ordenó la reparación económica colectiva del pueblo
pilagá, con inversiones públicas de infraestructuras y becas de estudio,
pero no la reparación individual de los familiares de las víctimas de
la etnia.
La
represión de los aborígenes era una triste herencia del peronismo,
gestada desde la División de Informaciones Políticas de la presidencia
de la Nación, que dirigía el comandante de Gendarmería, general Guillermo Solveyra Casares.
Solveyra
había creado y comandado el primer servicio de inteligencia de la
fuerza en la década del ‘30 e internó a los gendarmes, vestidos de
paisanos, en los bosques del Territorio del Chaco para buscar
información que ayudara a capturar a Segundo David Peralta, alias “Mate Cosido” -a quien popularizó León Gieco en
el tema “Bandidos rurales”- y otros bandoleros sociales que
atormentaban, con asaltos y secuestros, a gerentes de compañías
extranjeras y estancieros.
Para
la época de la masacre del pueblo pilagá, Solveyra Casares tenía su
despacho contiguo al del presidente Perón en la Casa Rosada y
participaba en las reuniones de gabinete.
En octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en Rincón Bomba,
Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares de ellos
desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de los
gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea.
La operación había sido ordenada por el escuadrón de Gendarmería de la localidad de Las Lomitas en respuesta al temor a una “sublevación indígena”.
Para reducir ese temor, exterminaron a los indígenas.
El conflicto se había iniciado unos meses antes.
En
abril de 1947, miles de hombres, mujeres y niños de diferentes etnias
marcharon hacia Tartagal, Salta, en busca de trabajo. La Compañía San
Martín de El Tabacal, propiedad de Robustiano Patrón Costas, se había interesado en contratar su mano de obra para la explotación azucarera.
Patrón
Costas era el representante político de los terratenientes. Había
fundado la Universidad Católica de Salta, luego fue gobernador de esa
provincia y presidente del Senado de la Nación. Su candidatura a
presidente por el régimen conservador se malogró en 1943 por el golpe
militar del GOU. También se acusaba a Patrón Costas de apropiarse de
tierras indígenas en Orán.
Lo cierto es que una vez que llegaron a Tartagal, los caciques se rehusaron a que los hombres y mujeres de la etnia trabajasen en condiciones de esclavitud. Habían acordado una paga de 6 pesos diarios y cuando iniciaron sus labores les pagaron 2,5.
En
octubre de 1947, la Gendarmería Nacional, que dependía del Ministerio
del Interior, exterminó alrededor de 500 indios de la etnia pilagá en
Rincón Bomba, Territorio Nacional de Formosa. Más de dos centenares
de ellos desaparecieron durante los veinte días que duró el ataque de
los gendarmes, con el apoyo de la Fuerza Aérea
Patrón Costas decidió echarlos y los aborígenes retornaron a sus comunidades. Eran cerca de ocho mil.
El
regreso se hizo en condiciones miserables, con una caravana que
arrastraba enfermos y hambrientos. Durante varios días de marcha,
desandaron a pie más de 100 kilómetros hasta llegar a Las Lomitas.
La caravana estaba compuesta por mocovíes, tobas, wichís y pilagás,
la etnia más numerosa. Tenían la costumbre de raparse la parte
delantera del cuero cabelludo, hablaban su propio idioma, además del
castellano, y habitaban en varios puntos de Formosa. Vivían como
braceros de los terratenientes, o de lo que cazaban y recolectaban.
Luego de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia asustaba.
La Comisión de Fomento del pueblo pidió ayuda humanitaria al gobernador del Territorio Nacional, Rolando de Hertelendy, nacido en Buenos Aires y educado en Bélgica, y designado en el cargo por el Poder Ejecutivo el 10 de diciembre de 1946.
La falta de recursos en las arcas de la tesorería del Territorio hizo que Hertelendy trasladara el pedido al gobierno nacional.
Perón reaccionó rápido. Conocía el tema.
En
el año 1918, al frente de una comisión militar, había ido a negociar
con obreros de La Forestal en huelga en el bosque chaqueño y había
logrado apaciguar el conflicto. Les había aconsejado que hicieran los
reclamos de buenas maneras.
De inmediato, Perón ordenó el envío de tres vagones de alimentos, ropas y medicinas.
Luego
de su paso frustrado por Tartagal, se asentaron en Rincón Bomba, cerca
de Las Lomitas. Allí podían conseguir agua. La miseria de la etnia
asustaba
En
la segunda quincena de septiembre de 1947, la Dirección Nacional del
Aborigen ya los tenía en su poder en la estación de Formosa.
Pero la
carga fue recibida con desidia por las autoridades. La ropa y las
medicinas fueron robadas, los alimentos quedaron a la intemperie varios
días y luego fueron trasladados a Las Lomitas para ser entregados a los
aborígenes. Ya estaban en estado de putrefacción.
El consumo provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas, temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los niños fueron los primeros en morir. Los indios denunciaron que habían sido envenenados. Las madres intentaban curar a sus bebés muertos en sus brazos.
El
asentamiento indígena se convirtió en un mar de dolores y de llantos
que retumbaban en el pueblo. El cementerio de Las Lomitas aceptó los
primeros entierros, pero luego les negó el paso del resto de los
cuerpos. Ya había más de cincuenta cadáveres.
Los indígenas los llevaron al monte y enterraron a los suyos con cantos y danzas rituales.
El
consumo de los alimentos enviados, que por desidia estaban en mal
estado, provocó una intoxicación masiva: vómitos, diarreas,
temblores. Dada la falta de defensas orgánicas, los ancianos y los
niños fueron los primeros en morir
En
Las Lomitas se instaló la creencia de que ese grupo de enfermos y
famélicos estaba preparando una venganza. Se difundió el rumor del
“peligro indígena”, una rebelión en masa contra las autoridades y los
vecinos del pueblo.
Desde
hacía días, las madres aborígenes golpeaban las puertas del cuartel
de la Gendarmería y de las casas de Las Lomitas con sus hijos. Al
principio se las ayudó. Pero de un día para otro se las dejó de
recibir. La fuerza armó un cordón de seguridad en su campamento y no
se les permitió el ingreso al pueblo.
Más de cien gendarmes armados las vigilaban con ametralladoras.
El 10 de octubre de 1947 se reunieron el cacique Nola Lagadick y el segundo jefe del escuadrón 18 de Las Lomitas, comandante de Gendarmería Emilio Fernández Castellano. Era una entrevista a campo abierto.
El
comandante tenía dos ametralladoras pesadas apuntando contra la
multitud de indígenas, dispuestos detrás de su cacique. Eran más de
mil, entre hombres, mujeres y niños. Muchos de ellos portaban retratos de Perón y Evita.
El
cacique exigió ayuda a la Gendarmería. Querían tierras para la
explotación de pequeñas chacras, semillas, escuelas para sus hijos.
Invitó al comandante para que visitara el campamento y tomara
conciencia de sus miserias.
Hay distintas versiones de cómo sucedieron los hechos.
Una
indica que los aborígenes comenzaron a avanzar hacia la reunión.
Otra, que los hechos se desencadenaron como ya habían sido planeados:
provocar una “solución final” al problema indígena en el Territorio de Formosa.
Como fuese, la fuerza estatal abrió fuego contra la etnia desarmada.
Lo hizo con ametralladoras, carabinas y pistolas automáticas.
Fernández Castellano se sorprendió del ataque y ordenó detenerlo. Sus
dos baterías no habían disparado. Pero el segundo comandante Aliaga Pueyrredón,
que no estaba de acuerdo con parlamentar con los indígenas, había
desplegado ametralladoras en puntos estratégicos y acababa de dar la
orden.
El
ataque provocó la huida de la etnia pilagá hacia el monte. Algunos
arrastraban los cadáveres de sus familiares. Los heridos fueron siendo
rematados. La persecución continuó durante la noche; los gendarmes
lanzaron bengalas para iluminar un territorio que desconocían. Desde el
pueblo se escuchaba el tableteo de las ametralladoras.
La Gendarmería continuó la matanza porque no quería testigos.
Muchos civiles de Las Lomitas, miembros de la Sociedad de Fomento,
colaboraron para que el “peligro indígena” cesara en forma definitiva y
brindaron asistencia logística. Recorrieron los montes Campo Alegre,
Campo del Cielo y Pozo del Tigre para marcar los escondrijos en la
espesura.
El
trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes,
fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. Nadie se hizo eco
de la masacre. Perón no pronunció una sola palabra
Muchos cadáveres fueron incinerados. La persecución no dejaba tiempo para enterrarlos.
Otros cuerpos fueron tirados en el descampado, en un camino de vacas, y
la tierra y la maleza los fueron cubriendo con el paso del tiempo.
El
trauma que produjo la represión, y el temor a otras nuevas muertes,
fue enterrando el etnocidio bajo un muro de silencio. El diario Norte del Chaco mencionó que había habido un “enfrentamiento armado” ante la sublevación de los “indios revoltosos”.
Los diarios de Buenos Aires, a mediados de octubre de 1947, informaron sobre la incursión de un “malón indio”, para justificar la masacre.
Perón hizo silencio.
Nadie de la Gendarmería fue castigado.
Lo mismo había sucedido en Napalpí, en el Chaco, en 1924, durante el gobierno de Marcelo T. de Alvear, aunque en ese caso existió un proceso judicial para convalidar el ocultamiento.
En Las Lomitas no. Se
calcula que entre 750 hombres, mujeres y niños de distintas etnias, en
especial los pilagás, murieron a manos de la Gendarmería.
Octubre pilagá, relatos sobre el silencio, de Valeria Mapelman
Desde 2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie.
La matanza, además de la tradición oral que se extendió en los pilagá, fue narrada por uno de los represores , el gendarme Teófilo Cruz, que publicó un artículo en la revista Gendarmería Nacional.
En 2010 la documentalista Valeria Mapelman estrenó dos documentales sobre la masacre, Octubre pilagá, relatos sobre el silencio y La historia en la memoria en el que logró registrar historias personales de algunos sobrevivientes y sus hijos, y testigos de la masacre.
Dado
que la incursión de la Gendarmería había contado con el apoyo de un
avión con ametralladora, la justicia federal en la última década -cuando
se inició el expediente-, llegó a procesar a Carlos Smachetti en 2014, que disparó contra los originarios de la comunidad de pilagá
desde un avión que había despegado el 15 de octubre desde la base de El
Palomar. Murió al año siguiente, a los 97 años. Otro de los imputados
que participó de la masacre como alférez de Gendarmería, Leandro Santos Costa, luego se había graduado de abogado y fue juez de la Cámara Federal de Resistencia. Había utilizado una ametralladora pesada para eliminar a los aborígenes,
y la Gendarmería lo había condecorado por su “valerosa y meritoria”
intervención en el hecho. Murió en 2011, antes de que el proceso
finalizara.
Desde
2005, un grupo de antropólogos forenses realizaron excavaciones por
orden judicial en el cuartel de la fuerza de seguridad. Los huesos que
encontraron estaban apenas por debajo del nivel de la superficie
En su sentencia de 2020,
la Cámara Federal destacó la responsabilidad del Estado Nacional al
momento de la masacre y lo condenó a reparaciones colectivas,
un monumento en el lugar de la masacre, incluir el 10 de octubre como
fecha recordatoria, becas estudiantiles a jóvenes escolarizados y un
dinero anual para inversiones de infraestructura y otro para sostener a
la Federación de pilagá. Y calificó la masacre como genocidio, que había sido rechazada por primera instancia.
Pasaron
más de siete décadas del crimen masivo, y las comunidades indígenas
perdieron sus tierras y los montes fueron arrasados por las topadoras.
Todavía viven en las vías muertas de los ferrocarriles o en la
periferia de las ciudades, en busca de una vivienda, un trabajo o algo
para comer. Como hace más de setenta años.
Marcelo
Larraquy es periodista e historiador (UBA). Su último libro publicado
es “Fuimos Soldados. Historia secreta de la Contraofensiva Montonera”.
Ed. Sudamericana, noviembre de 2021.
La movilidad de los grupos Aonikenk del interior a la costa
Los grupos de cazadores nómadas del interior del territorio de la actual provincia del Chubut –históricamente Aonikenk- salían sólo ocasionalmente a la costa atlántica. Ello debido a su gran aridez, con verdadera penuria de aguadas en períodos secos, y el hecho de no ofrecer recursos alimentarios de interés para estos cazadores propiamente continentales. Sólo podían motivar sus viajes los inviernos extremadamente rigurosos, en que las comunidades de guanacos se desplazaban, en masa, hacia el litoral, menos frío, o...la intención de contactar con los pueblos propios de éste, que se desplazaban a lo largo de la costa marina. De este modo se explican dos cosas, a primera vista confusas. Por un lado, la presencia de individuos (esqueletos) de gran estatura –Aonikenk-, en muchos casos mestizados con los típicos –pequeños- del litoral. Por el otro, la figuración de elementos costeros en las creencias religiosas de los Aonikenk, como los elefantes marinos o la ballena, que habrían de dar origen, por un lado al mito de las sirenas, y por el otro al del Gigante que se tragaba a la gente: es que precisamente el mito se genera en un lugar remoto, solo fugazmente conocido, no colonizado en suma. De un modo u otro, los movimientos de los grupos del interior, en su salida a la costa atlántica se canalizaban –como de regla- a través de rutas preestablecidas, con su cadena de paraderos en función de aguadas, perennes o potenciales. Curiosamente, la inversa no fue necesariamente válida, es decir no necesariamente los grupos litorales, en plan de acceder al interior, a la Meseta, lo hicieron por las mismas rutas de los Aonikenk...Es que aquéllos –pueblos innominados o anónimos de la Costa- eran, ha diferencia de éstos- hídricos, se desplazaban en relación con los cuerpos de agua: al abandonar el mar, por los ríos, que a su vez comunicaban con los lagos del interior. Se alude, claramente, a los ríos Chubut-Chico y los lagos Colhué Huapi y Musters. En efecto, si se echa un vistazo a los elementos rescatados en estos últimos por los arqueólogos –arpones, pesos de redes, cerámica de influencia costera-, se apreciará que funcionaron como un verdadero enclave costero en plena Meseta. Cuando a comienzos del siglo XVII el descubridor Simón de Alcazaba se encontró con el río Chico –tan cargado de agua para atravesarlo-, tuvo ocasión de contactar con representantes de estos grupos hídricos, anónimos: parte de una familia habitante de una cabaña de ramas, que cazaba a través de un chulengo (cría del guanaco) señuelo y completaba su dieta con semillas de una planta, molidas a mortero. Los Aonikenk llamaron –según los colonos galeses- “Yamacán” al río Chico, de significado poco claro pero que tal vez aluda al carácter periódico de sus avenidas –que alternarían con períodos de sequía, como de algún modo se mantienen en el presente. De este modo, los Pueblos del Mar se adentraban al corazón del Chubut por la “Ruta del Yamacán”, todavía casi del todo desconocida para los propios pobladores patagónicos. Nobübü llamaron, los propios Aonikenk, a un sitio que ha de situarse, grosso modo, en el Puerto Madryn actual. Tampoco conocemos su significado, pero el topónimo da testimonio de la presencia tehuelche en el área, como aquellos de Káwas en la costa oriental y Téntewutr en el istmo, lo dan de sus visitas a la península Valdés. En estos casos, la cruzaba desde el Oeste franco. En tiempos históricos recientes (1865), los Galeses, cuando ya se habían agotado los “pueblos hídricos” –absorbidos por los Aonikenk-, y todavía no habían contactado con éstos, abrieron, como supieron, desde Madryn, su propia ruta al río Chubut Inferior. Desde Puerto Madryn, es decir desde el Mar, como Alcazaba antes, también a tientas, como los pueblos costeros –muy anteriores-, pero éstos a sabiendas. Por Rodolfo Casamiquela. Compartía : Jose Pavoni
República Argentina, país bicontinental, bioceánico y multicultural. En la imagen me falta la Antártida, que no me entraba en este formato. La confección del presente mapa ha sido posible gracias a información obtenida, ya sea mediante fuente primaria directa (trabajos de campo), ya sea por otras vías (documentos, etc.), de los paisanos Wichí, Qom, Lule, Sanavirón, Moqoit, Mby’á y Avá Guaraní, Pazioca-Cacán, Hênîa-Kâmîare, Huarpe, Charrúa, Chaná, Timbú, Het, Günün a künnä, Huarpe, Pewenche-Chikillán, Aönik’enk-Mech’arn, Shelk’nan, Pitte’laalé’ec, Tapy’y, Nivaclé, Rankülche, Kolla, Omaguaca, Iyojwa’ja e Iyo’wujwa, Ocloya, Tonokoté, Uakambalelté, Avipón, Tilián, Chicha, Quechua, Tastil, Reche, y los que se me escapan, disculpas, en afán de citarlos a todos por mis omisiones. Hecho en base a caminar y palpar los territorios, a la confianza de abuelitas y abuelitos informantes con una gran sabiduría, cacique Wüsüwül Wirka a Pana y hermano americano de Abya Yala Ciro Chónik. En muchas provincias pluriétnicas, tuve que reducir y tomar alguna decisión arbitraria y discutible para elegir el nombre. Perdón. No obstante, este mapa no deja de ser controversial, pues la división política y la conformación de la Nación no se condicen con ello, pero es lo que tenemos para agarrarnos y sentirnos todos argentinos, y es lícito también osar en redefinir conceptos. Gracias de nuevo a quienes hicieron posible este atrevimiento cartográfico para derribar ghettos y construir a base de amor y laburo. Por: Luis Blaugen-Ballin Compartian: Elda Irma Pignaton - Diego G. Piedrabuena -
La introducción de caballos domésticos transformó las sociedades indígenas en las zonas de pastos de Argentina y conllevó el surgimiento de culturas equinas especializadas en el sur del continente. La introducción no está bien documentada en los registros históricos. Técnicas de arqueozoológicas y biomoleculares aplicadas a restos equinos del yacimiento de Chorrillo Grande 1 sugieren que los cazadores-recolectores de las tribus aónikenk/tehuelche empleaban los caballos en actividades pastoriles y como alimento antes del asentamiento europeo permanente en el siglo XVII. El ADN analizado sugiere el consumo de caballos y yeguas. Los residuos cerámicos también muestran el uso de productos de guanaco. Los análisis de isótopos de los dientes equinos revelan un origen en la Patagonia austral y un movimiento de animales entre las cuencas del Río Coig y Río Gallegos. Los resultados evidencian una rápida dispersión de los caballos inducida por indígenas y que produjeron transformaciones económicas y sociales. Por: Crónica de Arqueología Fan destacado Carlos Daniel Gallardo Los investigadores llegaron a esta conclusión a partir del análisis y datación radio-carbónica de restos óseos de caballos hallados en lo que ha sido interpretado como un antiguo campamento Tehuelche, ubicado sobre un gran cañadón en la orilla norte del Río Gallegos (Provincia de Santa Cruz). En el sitio, denominado Chorrillo Grande 1, también se encontraron restos de guanacos, así como artefactos metálicos o confeccionados sobre vidrio o rocas correspondientes a distintos siglos. Uno de los cuatro especímenes datados con radiocarbono -de los nueve que se encontraron en total- reveló ser con seguridad anterior a 1800 y otro muy probablemente anterior a 1700. Varias décadas antes del primer registro histórico documentado de la presencia de caballos en la región (1741). Carlos Daniel Gallardo Se estima que, en el área del Río de la Plata, los caballos fueron traídos nuevamente cuando se produjo la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires en 1536, a cargo de Pedro de Mendoza. Cuando este proceso de colonización fracasó debido a la hambruna y los conflictos con los indígenas de la región, los españoles se trasladaron hacia Asunción, y tanto los caballos como el ganado quedaron abandonados. Cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires por segunda vez en 1580, los caballos asilvestrados formaban parte del paisaje y se habían extendido hacia el sur de los Andes a través de la colonización española de la costa del Pacífico. Carlos Daniel Gallardo (https://acortar.link/LX2YO9) Estudio internacional revela nuevos hallazgos sobre la historia de los caballos en Sudamérica COCONICET DialogaEstudio internacional revela nuevos hallazgos sobre la historia de los caballos en Sudamérica Estudio internacional revela nuevos hallazgos sobre la historia de los caballos en Sudamérica Ramón Javier Aparicio Tengo entendido que en América del Norte existían caballos antes de la llegada de los conquistadores, pero se habían extinguido. Y que las tribus indígenas se hicieron con ejemplares cimarrones, de ahí la cultura ecuestre con la que contaban Bruno Pafumi Ramón Javier Aparicio no el caballo actual Tatiana Memeliberta Ramón Javier Aparicio si, tengo entendido lo mismo, pero eran más.pequeños. Borja Allende Eulate Ramón Javier Aparicio cultura ecuestre antes de llegar los españoles ninguna. Noria Ki Ramón Javier Aparicio los caballos americanos se extinguieron mucho tiempo antes de que los humanos pudieran domesticarlos Xico Durán Ramón Javier Aparicio hubo caballos en América pero se extinguieron a finales del pleistoceno, luego de su reintroducción por parte de los europeos lo que pasó fue que se dispersaron hacia el norte de manera silvestre llegando a esas regiones antes que los propios europeos. David Eleazar en este estudio participaron investigadaroes de la UNPA Río Gallegos, mi ciudad un orgullo de la educación pública Sergio Smith El caballo a la patagonia recién se introduce en el siglo XVIII Bruno Pafumi Se dice que el caballo llegó con el primer intento de la fundación de Buenos Aires, donde se asentaron los primeros españoles, pero está fortaleza llegó a su fin ya que fue asediada y saqueada por pueblos pampas Jose Chavete Rodriguez si realmente es un descubrimiento arqueológico no hay nada que decir. Pero también es cierto que los indigenas desconocián este animal., por los textos de los conquistadores. Eso solo implica que los caballos tuvieron que extinguirse. Lo que no se dice es del ADN de los caballos actuales que hay en America. Eso sí proporcionaría datos de su origen, si es distinto al que hasta ahora se decía. Julio Lorente Goñi Todo llevado por España Nora Paradela Julio Lorente Goñi hubo un intercambio. Europa no conocía el tomate ni el maíz, por ejemplo Sebastián Apesteguía Por eso dice que primero los tuvieron los aonik. Eso explica su rápido predominio x casi toda la Patagonia. Rotxo Torres Sebastián Apesteguía quiero creer que coincidís con éste trabajo de investigación??? Es indiscutible. Si. Existían y siguieron coincidiendo y mezclándose con los traídos x los españoles. Aún hoy queda su sangre. En Sudamérica no. Pablo Dominguez Sebastián Apesteguía usted dice q se mezclaron caballos europeos con los hipidion???? Sebastián Apesteguía Pablo Dominguez no Hippidion. Son Equus norteamericanos. Angel Ernesto Martinez En 1580, Juan de Garay , hacía a caballo el trayecto entre Santa Fe de la Veracruz y Asunción, con batallones de soldados y carruajes , para traer obreros a fundar pueblos… obviamente, eran vigilados por tribus selváticas, que al menor descuido, robaban provisiones , o caballos , si tenían la oportunidad…y también, los caballos, podían escapar, reproducirse libremente y luego caer en manos de los pobladores de distintas etnias … pretender que los caballos solamente eran montados por españoles, es una utopía…con el acceso a los caballos, las mujeres Aonikenk y Gununa Qüna, encargadas del arme , desarme y traslado de los toldos de cuero y las mantas, simplificaron los viajes entre la costa atlántica, en invierno, para no sufrir el duro clima de la estepa…. Y obviamente, las cacerías , que fueron durante siglos a pie, y por agotamiento de las presas, tuvieron en los caballos, un aliado formidable, para ampliar su radio de acción… Liliana Monetti Leí el artículo original hace no mucho, vale la pena. Bruno Pafumi Quisiera aprovechar a crónica de arqueología, para preguntar por uso de las boleadoras herramienta empleada para la cacería de guanaco y ñandú, cuál sería origen? Ya que es única por lo menos en la región... Sergio Smith Bruno Pafumi la boleadoras tienen un uso casi global, solo que en pampa y patagonia toman caracteres casi únicos que las hicieron sobrevivir hasta la fecha (ya que aún hoy día en ciertas comunidades la siguen usando como herramienta de caza). Bruno Pafumi Sergio Smith global! Había leído una vez algo similar... Gracias igual Raul Sanchez carne de potro todavía se consume, acá en el pueblo de la meseta patagonica donde vivo por ejemplo. Pedro Maguiña Los caballos fueron extinguidos por los indígenas norteamericanos hace miles de años ¿También existían en Sudamérica? Sergio Smith Pedro Maguiña si hubo dos especies equinas extintas pero que no se relaciona con los caballos actuales Carlos Daniel Gallardo entonces: desde 1536 se trajeron nuevamente caballos a estas tierras. Y lamentablemente el informe de conicet no aclara el margen de tiempo de los estudios C14.
Los “Pampas”, una mirada al universo del arte textil
"Su vestimenta era más o menos como la de los gauchos, pero el poncho y el chiripá, generalmente azules con dibujos blancos y colorados, son obra de sus mujeres. Ellas confeccionan esa clase de tejidos con una gran habilidad, empleando telares rudimentarios y completamente primitivos. Algunas estacas clavadas en la tierra sirven para sostener los hilos del género, que ellas entrecruzan con destreza para ir formando los dibujos. La trama se hace con un simple ovillo o con una mala lanzadera; una especie de sable de madera les sirve para apretar bien el tejido y juntar los hilos de la trama. A veces tiñen la lana en madejas; pero a menudo las indias van tejiendo todo en blanco, y tiñen luego la pieza entera, reservando los dibujos en blanco que forman cruces y rombos, y lo logran empleando sistemas completamente primitivos, pero muy ingeniosos. Sus tinturas las extraen de las plantas, unas veces de sus raíces, otras de su corteza o de su fruto, y los colores que emplean son sobre todo el azul, el amarillo, el rojo y el castaño. El mordiente empleado no es otra cosa que una materia orgánica que no tengo necesidad de nombrar; por eso, los ponchos nuevos tienen un olor amoniacal muy poco agradable; pero su color es inalterable, y los tejidos son de mucha duración y casi impermeables al agua." Así describía el médico francés Henry Armaignac, desde su mirada permeada por los avances tecnológicos de la revolución industrial europea hace casi un siglo y medio, a la vestimenta y las destrezas de las tejedoras de la población "pampa" de la zona de Azul que observó durante su viaje por el Río de la Plata. Este interés que despertó en Armaignac la numerosa población indígena que poblaba entonces la zona de Azul, Tapalqué y Olavarría es apenas la punta de un ovillo que conduce a una historia milenaria desde los primeros grupos de cazadores y recolectores a la región pampeana hasta los actuales descendientes de las tribus "pampas", de este sector de la frontera bonaerense durante el siglo XIX. Historia que ha sido indagada por muchas personas, desde los enfoques más diversos y se ha plasmado en narraciones disímiles, entre las que se hallan las descripciones de los primeros viajeros y misioneros, tales como el jesuita Tomás Falkner, las crónicas de las expediciones de Manuel Pinazo o Pedro A. García, los escritos de militares asignados a la frontera que estuvieron en contacto directo con la población indígena, Juan Cornell, Federico Barbará y Alvaro Barros, entre otros, así como los relatos de viajeros que recorrieron la zona en distintos momentos del siglo XIX: Charles Darwin, William Mac Cann, Alfred Ebelot o el nombrado Henry Armaignac. Finalmente, deben mencionarse las recientes investigaciones científicas desarrolladas desde la historia, la antropología, la arqueología, entre otras disciplinas sociales. A partir de todo el cúmulo de información, en este trabajo se presenta una semblanza histórica de los pueblos indígenas, tocando especialmente las cuestiones referidas a la territorialidad, la continuidad cultural y el desarrollo de las actividades textiles entre los grupos "pampas" y sus actuales descendientes.
Milenios de ocupación indígena regional
Antes de la llegada de los españoles al Río de la Plata, la región pampeana estaba habitada por grupos de cazadores y recolectores organizados en pequeñas bandas que tenían una alta movilidad. De tal modo, explotaban eficientemente los recursos naturales que ofrecían los distintos ambientes, tales como las sierras, las llanuras, los ríos, arroyos, lagunas y la costa. En estos amplios espacios cazaban animales, tales como guanacos, venados de las pampas, ñandúes, peludos, mulitas, coipos, etc, a la vez que recolectaban huevos, frutas, raíces y semillas y se aprovisionaban de distintos elementos necesarios para su vida cotidiana. Así, obtenían agua en los arroyos y las lagunas; en las sierras, rocas para elaborar instrumentos y colorantes minerales para hacer pigmentos y madera de los escasos árboles y arbustos nativos que crecían en la región. Las evidencias más antiguas de los primeros pobladores del partido de Azul se remontan a unos 7.000 años atrás y se hallaron en el sitio arqueológico La Moderna, cercano a las nacientes de arroyo Azul, donde fue carneado un gliptodonte utilizando instrumentos de piedra. Si bien son pocos los testimonios arqueológicos azúleños posteriores a La Moderna, las investigaciones desarrolladas en otros sitios de la región han permitido conocer algunos de los cambios que fueron experimentando esas primeras bandas de cazadores. Estos cambios se vinculan con el crecimiento demográfico de las poblaciones originarias y con una tendencia a la disminución de la movilidad, que se fue traduciendo en reocupaciones más asiduas de los lugares de habitación, así como en estadías más prolongadas en los mismos. A su vez, hace unos 3.000 a 5.000 años, comenzaron a registrarse importantes innovaciones técnicas, tales como la alfarería, el arco, la flecha y la boleadora, se incorporaron nuevos objetos de uso cotidiano y se desarrollaron expresiones artísticas y rituales que se plasmaron en pinturas rupestres y en la decoración de otros objetos, tales como bolsas y mantos de cuero (Nde. Claras evidencias de la evolución comunes de los pueblos Hets o querandies, con idénticos usos, costumbres, cultura y artes, incluido la funeraria). Simultáneamente, las poblaciones indígenas integraban amplias redes de intercambio con otros grupos de regiones distantes, mediante las cuales accedían a otros bienes foráneos. La llegada de los conquistadores europeos al Río de la Plata en el siglo XVI desencadenó profundos cambios ecológicos en la pampa. Se reemplazaron los pastizales nativos y las llanuras se poblaron de miles de vacas (Nde. esto desde principios del siglo XVI) y caballos que habían sido introducidos por los españoles (Nde. los pocos abandonados por la primera fundación de Buenos Aires de 1536 por Pedro de Mendoza) y encontraron un hábitat óptimo en las planicies herbáceas pampeanas, multiplicándose en estado salvaje a un grado tal que constituyeron la base productiva de los grupos indígenas durante casi tres siglos. En este nuevo escenario, los cazadores recolectores originarios (Nde. Taluhets, Chechehets y Diuihets, todos “Querandies” o antiguos pampas caguaneros, algarroberos y serranos) se convirtieron en hábiles jinetes que reorientaron su economía hacia la captura de este ganado y su cría para consumo propio y comercialización. Los caballos de la pampa fueron un bien de mucha demanda. Rápidamente se sumó la demanda de ganado vacuno, requerido tanto por los indígenas como por los comerciantes españoles al oeste de la cordillera de los Andes y, al sur/este de la misma, por los habitantes de los escasos enclaves hispano-criollos de la costa patagónica. El uso del caballo permitió un manejo más eficiente e intensivo de la producción pastoril y de las actividades de caza y recolección, potenciando el comercio regional dentro de las sociedades nativas y entre éstas y los centros hispano-criollos. Para mediados del siglo XVIII funcionaban verdaderas ferias comerciales en las Sierras de Tandilia, la más conocida fue la llamada "feria del Chapaleofú" (Nde. ancestralmente en el Cayru) donde, además de ganado, se intercambiaban manufacturas de sogas, tientos, lazos, botas y mantos en cuero, ponchos, matras, vinchas y fajas tejidas, así como una variedad de productos de procedencia europea: cuentas de vidrio, armas de metal, bebidas alcohólicas, tabaco, azúcar, ponchos ingleses, etc. En esta zona confluían entonces extensas redes de intercambio que llegaban incluso hasta el actual Chile y a la sureña Patagonia, conectadas por las rastrilladas. Historiadores y antropólogos, como R. Mandrini y M. A. Palermo, sostienen que en las sierras bonaerenses y la llanura interserrana se había desarrollado, para comienzos del siglo XIX, un centro especializado en la producción pastoril. De hecho, las poblaciones indígenas que habitaban la región pampeana al sur del río Salado ocuparon ese espacio con un alto grado de independencia y autonomía, organizando el control territorial y los mecanismos de explotación y obtención de recursos desde una lógica de funcionamiento interna y a partir de la articulación de asentamientos semipermanentes, la movilidad estacional, las redes de caminos y las encrucijadas territoriales. Este modo de ocupación del espacio, cuyas características son aplicables al período colonial y se extendieron hasta la segunda década del siglo XIX, estuvo ligado, indefectiblemente, a la explotación del ganado cimarrón y a la instalación y desarrollo de los asentamientos hispano-criollos. Sin embargo, a partir de 1820 comenzó un proceso de expansión territorial estatal de carácter en principio ofensivo (en base a campañas militares como las efectuadas por Martín Rodríguez, Juan Manuel de Rosas, etc), que estuvo precedido por un incipiente poblamiento hispano-criollo espontáneo. Esto ocasionó el desplazamiento hacia el sur y al oeste de las poblaciones indígenas pampeanas, con la consiguiente pérdida y reorganización territorial y la imposición por parte de Rosas de una única lengua indígena general “franca” para toda la region. Así, con el devenir secular fue concluyendo un tipo de ocupación del espacio posibilitada por la independencia relativa de las sociedades nativas y sus actividades económicas, aunque condicionada, indudablemente, por sus vínculos con la sociedad "blanca". Tales vínculos se basaban, entre otros elementos, en los intercambios comerciales y las actividades laborales, en el marco de relaciones interétnicas que incluyeron recíprocas influencias culturales. La territorialidad de la comunidad "pampa" en el centro de la actual provincia de Buenos Aires se rastrea ya desde inicios del siglo XIX hasta finales del mismo, cuando la campaña militar efectuada por el general Roca, la mentada y mal denominada "campaña al desierto" (Nde. antes por Alsina y ambos bajo la presidencia de Avellaneda) significó la desestructuración física y cultural de las poblaciones originarias y el comienzo de su incorporación como minoría relegada dentro de la sociedad y el estado nacional argentinos. El establecimiento in situ de numerosos contingentes de "indios amigos” …
El universo femenino del arte textil
Los textiles han tenido y tienen, sin duda, una enorme importancia dentro de la economía de las sociedades indígenas de la región pampeana. En primer lugar, los productos de confección textil tuvieron una gran relevancia entre los intercambios mercantiles que se desarrollaron durante los siglos XVII al XIX, tanto al interior de los circuitos indígenas dentro de la región pampeana, el norte de la patagonia y la zona cordillera andina, como con la sociedad hispano-criolla. El "poncho pampa", en particular, fue un producto articulado al circuito comercial con el interior del espacio rioplatense durante la colonia y también un bien de prestigio, pues los de mayor calidad se convirtieron en prendas buscadas y exhibidas por personajes de la sociedad criolla que tuvieron un papel destacado en la interacción con los indígenas. A modo de ejemplo, basta mencionar los famosos ponchos del mismo gobernador de la provincia de Buenos Aires durante 1829-1852, Juan Manuel de Rosas, y de su sobrino Lucio V. Mansilla, quien había recibido el valioso obsequio del cacique Ranquel Mariano Rosas. A su vez, los ponchos confeccionados de forma menos elaborada en las tolderías se tornaron indispensables dentro de la indumentaria de los pobladores rurales, sin ser nunca superados por los ponchos importados de fabricación industrial (Nde. de Inglaterra y Francia). Pero más allá de su valor de uso doméstico o ceremonial y como bienes de intercambio, los diversos objetos confeccionados mediante la actividad textil constituyen una vía de expresión y comunicación simbólica, pues son vehículos de un antiguo lenguaje que encierra mensajes, historias, mitos y recetas, entre otros conocimientos. Las mujeres comprenden ese lenguaje y custodian su saber, siendo las encargadas de escribirlo en los tejidos para las generaciones futuras, así como de transmitirlo a su propia descendencia.
Conclusiones finales
La región del centro de la provincia de Buenos Aires fue habitada por poblaciones indígenas mucho antes de la instalación de los "indios amigos" (Nde. y otros pueblos vecinos “invitados” por el poder de turno) que se produjo durante el rosismo. De aquellas primeras bandas de cazadores-recolectores ancestrales (Querandies-Hets) que han llegado hasta nuestros días evidencias arqueológicas sobre su modo de vida, rituales, creencias y cultura material, que testimonian su interacción con el medio, así como con otros pueblos de regiones distantes (sic). A partir de la conquista española las tribus pampeanas reorganizaron sus actividades económicas, aprovechando el ganado introducido, dando un fuerte impulso a las actividades comerciales e incorporando nuevas prácticas, saberes y objetos a su vida cotidiana, a la vez que la sociedad hispanocriolla se transformó a lo largo de estos siglos de interrelación. Durante el siglo XIX, una vez producida la revolución independentista, se produjo una diversidad de situaciones entre los pueblos indígenas y las autoridades criollas. Así, algunas tribus mantuvieron su autonomía política y territorial mientras otras negociaron nuevas relaciones con el estado provincial porteño, como los "indios amigos"
Por: Sergio Smith NACION QUERANDI MEGUAY Compartió: vestigios tehuelches Fragmento de: Los "Pampas" de Azul y Tapalqué desde sus orígenes hasta hoy - Una mirada al universo femenino del arte textil Por: Dra. Victoria Pedrotta - (CONICET/ INCUAPA-UNICEN/ Fundación Azara-U. Maimónides) Dra. Sol Lanteri - (CONICET/ Instituto Ravignani-UBA)
(Fotografía tomada aproximadamente en 1890) Dicen que los ojos son el espejo del alma. En la fotografía, aparece un Cacique "Toba Maskoi" con todo su atavío de guerra. Su mirada y su porte transmiten toda la fuerza y la bravura de un guerrero chaqueño. LOS TOBA MASKOI.. Los maskoy o toba-maskoy, llamados también kylyetwa iwo, toba-lengua y machicuí, toba de Paraguay, quilyilhrayrom o cabanatit, son un pueblo indígena del Chaco Boreal en Paraguay, distribuido principalmente en el departamento Alto Paraguay. Junto con los Angaité, los maskoy se autodenominan como Enenlhet. De acuerdo al Censo Indígena 1995 son 4117 individuos. De acuerdo a los resultados del III Censo Nacional de Población y Viviendas para Pueblos Indígenas de 2012 en Paraguay viven 2817 toba maskoy, de los cuales 1411 en el departamento de Alto Paraguay y 1406 en el departamento de Presidente Hayes. Su lengua (denominada enenlhet apayvoma o tova apayvoma) pertenece a la familia Lengua-Maskoy. Esta familia lingüística está conformada por 6 lenguas: Angaité (enenlhet) Guaná (vana, enlhet o kaskiha) Enlhet Enxet Sanapaná (Nenlhet) Toba-maskoy (Enenlhet) El número total de hablantes se estima en 2500 individuos. Muchos maskoy han adoptado el castellano o el plautdietsch (una variante del alemán hablada por las comunidades menonitas del Chaco Boreal). En 1987 el gobierno paraguayo (a instancias de la Conferencia Episcopal Paraguaya y otras organizaciones) expropió 30 000 hectáreas de tierra pertenecientes a la empresa Carlos Casado S. A., en la zona llamada "Riacho Mosquito", cerca de Puerto Casado, las cuales fueron entregadas en propiedad a cinco comunidades maskoy. El vicariato apostólico del Alto Paraguay asumió la administración de las tierras. En la zona de las fábricas de tanino de Puerto Victoria se ha desarrollado una lengua sincrética denominada en inglés Maskoy pidgin, formada por aportes de los idiomas: lengua, sanapaná, angaité, guana y toba-maskoy. Fuente Bibliográfica: Los pueblos Indígenas del Paraguay, José Zanardini. "La Historia del Paraguay", Diario ABC Color, Capítulo 1 Fascículo 2. RECOPILACIÓN Y RELATO: Gustavo Avalos La fotografía fue tomada a fines del siglo XlX, aproximadamente en 1890.
Ramón Lista: el prestigioso naturalista, responsable de una atroz masacre de onas y su sorprendente conversión
Personaje
por demás controvertido de la historia, fue el responsable de una de
las primeras masacres de pueblos indígenas. Eximio naturalista y
geógrafo, Experimentó una suerte de conversión que llevó a defender la
existencia del indígena
Por Adrián Pignatelli || Infobae
Ramón Lista, el responsable de una de las primeras matanzas de indígenas en Tierra del Fuego
Ramón Lista era
oficial mayor del departamento de Marina cuando en 1886 fue designado
por el gobierno para explorar la parte argentina de la Tierra del Fuego,
en un área comprendida entre el cabo Espíritu Santo al norte y la bahía
Aguirre al sur.
Había
nacido en Buenos Aires el 13 de septiembre de 1856, su abuelo había
sido un militar de renombre en las guerras de la independencia y en las
luchas civiles. Como integrante de la Sociedad Científica Argentina
realizó diversas expediciones tanto al sur, como cuando recorrió el río
Santa Cruz o bien cuando estudió el territorio misionero. En Europa había profundizado sus estudios de ciencias naturales y geografía.
Población Selk'nam, también llamados Onas, Tierra del Fuego, fines del siglo XIX (Archivo General de la Nación)
En
esta expedición fue nombrado su ayudante el cirujano de segunda clase
de la Armada Polidoro Segers y fue asistido por una escolta de 25
soldados, comandados por el capitán de caballería José Marzano.
Completaba el grupo el cura salesiano José Fagnano, fundador y
director de la misión en Carmen de Patagones. En noviembre de 1883,
elevado a la categoría de monseñor, el religioso había sido nombrado por
la Santa Sede Prefecto Apostólico de la Patagonia Meridional, Tierra
del Fuego y Malvinas.
El
31 de octubre zarparon en el vapor Villarino, que estaba al mando del
capitán de fragata Federico Spurr. Completaba el pasaje algunos que
desembarcarían en Chubut. El 2 de noviembre distinguieron la torre de la
iglesia de Mar del Plata, luego hicieron una escala en el río Negro y
cuando entraron a Santa Cruz, comprobaron que el paisaje no había
cambiado con el correr de los años, y que se veía la misma soledad y la
ausencia de vegetación.
A Río Gallegos la llamaban “la California del sud”
por los buscadores de oro que se aventuraban en sus tierras en la
búsqueda del precioso metal. El 20 de noviembre pusieron proa al destino
final. Al día siguiente llegaron a la bahía de San Sebastián, ubicada en el norte de la isla de Tierra del Fuego.
La zona de San Sebastián, en el norte de Tierra del Fuego, por donde desembarcó Ramón Lista
Por
un lado desembarcó el capitán Marzano con diez hombres y seis mulas,
mientras que en una lancha a vapor lo hizo Lista, llevando víveres y
equipos. Segers y Fagnano quedaron a bordo para supervisar la descarga y
el desembarco de unas cincuenta ovejas que habían llevado para tener
carne fresca.
Eligieron un pequeño cañadón para levantar el campamento. La gran incógnita la representaban los indígenas, de los que poco y nada se sabía.
Sobraban los comentarios y las habladurías entre el grupo de hombres,
que decían que los selk’nams se comían a las viejas, que eran enanos con
cola y que vivían bajo tierra.
Con
el correr de las horas, algunos de ellos se hicieron ver pero enseguida
corrían ante la presencia de los centinelas. En una de esas corridas,
incendiaron el pasto para cubrir su huida. Por precaución, se mandó
cargar las armas, según el relato que dejó escrito el propio Lista.
Mientras tanto, continuó la descarga de unos 80 o 90 cajones con víveres, provisiones y enseres.
El fatídico 25 de noviembre, Lista dispuso que había que conocer el lugar donde vivían los indígenas.
A las siete de la mañana salió junto al capitán y diez soldados.
Demoraron dos horas de marcha, a veces al paso y otras al trote, para
dar con la toldería.
Era
evidente que los indígenas los habían visto y habían escapado, porque
no había nadie, aunque los fuegos estaban encendidos. Uno de los
soldados, expertos en seguir rastros, dio la posición donde estaban,
justo detrás de una loma, a unas tres leguas de la bahía.
Tapa
del libro en que Lista realiza una pormenorizada descripción de Tierra
del Fuego y donde relata el trágico episodio con los onas
Cuando
llegaron al lugar, los naturales volvieron a escapar y dejaron a un
bebé, que los soldados colocaron sobre la grupa de una mula.
Cuando
los soldados los alcanzaron, los indígenas estaban protegidos, formando
un semicírculo. Según Lista, fueron recibidos por una lluvia de
flechas. Ordenó no responder el ataque, aunque dispuso disparar sin
dirección.
La
reacción provocó una nueva andanada de flechas, una de las cuales hirió
a un soldado cerca de su tetilla izquierda. Los indígenas volvieron a
ocultarse.
La
noche se acercaba y Lista pretendía terminar con la amenaza que suponía
para el campamento este grupo de selk’nams, y decidió atacarlos. A la
izquierda estaba el capitán con tres soldados, al centro él mismo, y a
la derecha el resto de los hombres.
En la arremetida, el capitán resultó herido en la cabeza por una flecha pero continuó avanzando. Las descargas de las carabinas fueron letales:
en instantes resultaron muertos 28 indígenas, entre ellos se distinguía
un hombre de cuerpo atlético, que Lista dedujo que era el jefe.
Dijo haber hecho nueve prisioneros, a los que hizo embarcar para enviarlos a Buenos Aires. Eran tres mujeres y seis niños.
Dos
días después le escribió una carta al presidente Miguel Juárez Celman. A
pesar de la gravedad del hecho vivido, comenzó describiendo el paisaje
fueguino y se lamentó que “la existencia de oro parece problemática” y que “hasta ahora no hallé ni una sola pajilla de ese metal”.
Luego
describió el combate “que tuve que librar con diez hombres contra
cuarenta salvajes ocultos en los matorrales”, “a pesar de nuestras
demostraciones pacíficas, pretendieron rechazarnos arrojándonos un
enjambre de flechas”.
Mujeres selk'nam, a orillas del Lago Fagnano, en una foto alrededor de 1905 (Archivo General de la Nación)
Admitió haber matado a 26, “todos de estatura gigantesca y de corpulencia similar a los tehuelches”.
Fagnano
le protestó airadamente y le recriminó que con persuasión y paciencia
podrían haber llegado a un acuerdo con los nativos. Lista amenazó con fusilarlo.
Lo
anteriormente descripto fue escrito por el propio Lista en su libro
“Viaje al país de los onas – Tierra del Fuego”, que dio a conocer en
1887. Estaba convencido de que los fueguinos eran antropófagos y que si eran capturados sostenía que hubiesen sido degollados o torturados.
La otra versión era mucho más cruel.
En la expedición de Lista por localizar a los aborígenes, cuando los
encontraron, dio la orden de disparar. Y que cuando creyeron haber
matado a todos, encontraron a uno oculto en los pastizales y lo
remataron de 28 tiros.
La
expedición finalizó a fines de enero del año siguiente. Cuando volvió a
Buenos Aires, ni él ni sus soldados sufrieron castigo alguno. Fue
nombrado en 1887 gobernador de Santa Cruz, cargo que ejerció hasta 1892.
Ocupó gran tiempo en explorar la región.
Lista sería el fundador de la Sociedad Geográfica Argentina y era un verdadero apasionado por la ciencia. Escribió varios libros y trabajos sobre arqueología, antropología y ciencias naturales.
Con el correr del tiempo fue cambiando su visión sobre el indígena, cuando opinaba que era una “raza degradada, que seguramente ocupa el bajo nivel entre todos los pueblos salvajes”. En su estancia en el sur había formado familia con Koila,
una mujer tehuelche. Aprendió a entenderlos, a estimarlos y a
valorarlos, al punto de escribir un libro sobre ellos “Los tehuelches,
una raza que desaparece”, editado en 1894.
En Buenos Aires permanecía su esposa Agustina Pastora Andrade, la hija del poeta Olegario Víctor Andrade, con quien se había casado en 1879 en la iglesia de San Ignacio. Tenían dos hijas.
Por
un tiempo acompañó a su marido en las lejanas tierras del sur, pero
luego decidió regresar a Buenos Aires cuando, al parecer, ella se enteró
de la amante de su marido y de la existencia de una hija, Ramona Cecilia, a la que le ha dado su apellido.
Su esposa terminó su vida con un tiro en el pecho. El presidente Carlos Pellegrini lo hizo llamar a Buenos Aires y debió dejar la gobernación.
Sus viejos amigos y personajes influyentes lo abandonaron y fueron
inútiles sus esfuerzos por conseguir trabajo. En 1896 encaró una
expedición al chaco salteño y el 23 de noviembre de 1897 apareció muerto de un tiro, que no se supo si fue un suicidio o si alguno de los baqueanos que lo acompañaban lo asesinaron para robarle.
Sus
amigos de la Sociedad Geográfica Argentina se ocuparon de traer sus
restos a Buenos Aires y fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta,
con la asistencia de lo más granado de la sociedad.
Desde 1992, el 25 de noviembre, cuando se perpetró la primera masacre de nativos de la isla de Tierra del Fuego, se conmemora el día del Indígena Fueguino.