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domingo, 15 de junio de 2025

Conquista del desierto: La colaboración del ejército chileno con las tribus araucanas en la Patagonia

 

Combates de Pulmarí (1883): Mapuches y posible colaboración chilena



Por Esteban McLaren

Contexto histórico y desarrollo de los combates

En el verano de 1883 se produjeron dos enfrentamientos conocidos como los combates de Pulmarí, en el territorio de la actual provincia de Neuquén. Estos choques ocurrieron durante la fase final de la Campaña del Desierto argentina (1878-1885), cuando las tropas del coronel Conrado Villegas avanzaban sobre grupos mapuches resistentes. Al mismo tiempo, del lado chileno, culminaba la Pacificación de la Araucanía (campaña militar chilena de ocupación del territorio mapuche, formalmente concluida en 1883) (Wikipedia). La situación geográfica permitió que los mapuches se desplazaran a uno y otro lado de la cordillera según convenía: “la frontera que hoy divide a la Argentina y Chile sólo existía por entonces en la imaginación de Santiago y Buenos Aires” – los mapuches podían evadir a un ejército cruzando a territorio del otro país (Moyano.pdf). En este contexto, se dio la última resistencia armada significativa mapuche en suelo argentino, con la posible participación de fuerzas chilenas, lo que ha generado debate historiográfico.

Los combates tuvieron lugar cerca del lago Pulmarí (zona de Aluminé). El primero ocurrió el 6 de enero de 1883, cuando un destacamento argentino fue emboscado, y el segundo a mediados de febrero de 1883, con un enfrentamiento aún mayor en escala. Estos hechos coincidieron con la rendición o huida de muchos caciques mapuches; por ejemplo, el lonko Manuel Namuncurá cruzó a Chile tras la ofensiva argentina y luego terminaría rindiéndose con sus últimos guerreros en marzo de 1884, al regresar de Chile, hambriento y debilitado (Wikipedia). Pulmarí representó, por tanto, uno de los últimos bastiones de resistencia mapuche en Argentina, cuando ya la presión militar llegaba desde ambos lados de los Andes.


El capitán Pedro Crouzeilles del Regimiento 5 de Caballería de línea, cerca de la Vega de Chapelco muere el 25 de abril de 1881, el mismo era hermano mellizo del capitán Emilio Crouzeilles muerto en una emboscada en el combate de Pulmarí el 6 de enero de 1882. Ambos fueron enterrados junto en el Fortín Subteniente Sharples (o Fortín Collón Curá o Quequemtreu).

Testimonios militares argentinos sobre la presencia chilena

Las fuentes militares argentinas contemporáneas a los combates de Pulmarí mencionan explícitamente la posible participación de efectivos chilenos junto a los guerreros mapuches. En un parte oficial elevado por el general Villegas sobre el combate del 6 de enero de 1883, se relata que una partida de 40 soldados argentinos (al mando del capitán Emilio Crouzeilles y un teniente) fue atacada sorpresivamente en Pulmarí por un nutrido grupo indígena. El propio Villegas informó que dicho contingente fue atacado “por indios y fuerzas a cuyo frente se veía un oficial con uniforme, espada y revólver en mano” (Fuente). Este detalle –la aparición de un oficial uniformado liderando a los mapuches– desorientó al capitán Crouzeilles, quien temió estar enfrentándose por error con alguna patrulla argentina aliada, y ordenó cesar el fuego. Los mapuches (weichafe) aprovecharon la vacilación y cargaron sin detenerse, resultando muertos en la refriega los dos oficiales argentinos (Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lazcano, quien llegó en auxilio) y buena parte de sus soldados (Fuente). Este episodio –que las crónicas militares argentinas calificaron como un “lamentable suceso”– constituyó una inesperada victoria mapuche, explicada por los argentinos en parte por la supuesta intervención de ese misterioso oficial uniformado entre las filas indígenas (Fuente).

Un segundo enfrentamiento tuvo lugar un mes más tarde, el 17 de febrero de 1883, en la misma zona. En esta ocasión, un destacamento de 16 soldados argentinos al mando del teniente coronel Juan Díaz se internó en Pulmarí persiguiendo a un grupo numeroso de indígenas. Según el informe del propio Díaz, al acercarse a la orilla del lago Aluminé su unidad fue rodeada por “100 a 150 indios” que surgían de detrás de las lomas (Fuente). Primero, los mapuches abrieron fuego a distancia, sin llegar a la carga inmediata. Díaz retrocedió buscando una posición defensiva mejor, pero entonces avistó una gran polvareda indicando que más gente les cortaba el paso por delante (Fuente). En ese momento crítico ocurrió algo inusual: “se presentó en mi flanco izquierdo un infante del ejército chileno con bandera de parlamento”, narra Díaz. El teniente coronel argentino inicialmente ordenó no abrir fuego ante la vista del parlamentario chileno; sin embargo, advirtió enseguida que detrás venía oculta una compañía de infantería (también con uniforme chileno) avanzando en guerrilla, al mismo tiempo que la “indiada” atacaba por la retaguardia (Fuente). Recordando lo sucedido en otros encuentros (quizás refiriéndose a la treta de enero), Díaz decidió actuar preventivamente: “teniendo en cuenta lo sucedido a otras comisiones anteriores, mandé romper el fuego, siendo yo el primero en efectuarlo” (Fuente). Se desató así un combate encarnizado; las fuerzas adversarias incluso cargaron a la bayoneta contra la posición argentina, llegando a apenas 40 pasos, hasta que finalmente se replegaron dejando 7 muertos en el campo, retirados luego por los indios (Fuente). Este testimonio es particularmente explícito en señalar la presencia de soldados chilenos uniformados (un abanderado de parlamento y una compañía entera) combatiendo junto a los mapuches.

En suma, los partes argentinos de 1883 aluden en dos ocasiones a presencia chilena directa: primero un “oficial con uniforme” liderando indígenas en enero, y luego un grupo de infantería chilena usando una bandera de parlamento como ardid en febrero (Fuente). Estas referencias constituyen evidencia documental contemporánea de la percepción argentina de que el Ejército de Chile (o al menos militares chilenos) estaban involucrados en los combates de Pulmarí apoyando a los resistentes mapuches.

Evidencias historiográficas y documentación chilena sobre dicha colaboración

La historiografía ha investigado con detalle estas afirmaciones para discernir si realmente hubo apoyo oficial chileno a los mapuches en Pulmarí o si se trató de casos aislados/malentendidos. Algunos historiadores argentinos han dado crédito a esos reportes: por ejemplo, Juan Carlos Walther (historiador del Ejército Argentino) recopiló estos partes en su obra La Conquista del Desierto (1970), confirmando que en Pulmarí los argentinos se enfrentaron a indígenas “y a soldados chilenos” mezclados con ellos (Wikipedia). Investigaciones modernas en inglés también recogen estos hechos: George V. Rauch señala que el 6 de enero de 1883 una sección de 10 hombres fue emboscada en Pulmarí por soldados chilenos, resultando muertos el capitán Crouzeilles, el teniente Lazcano y varios soldados (Wikipedia). Asimismo, Rauch documenta que el 17 de febrero de 1883 la patrulla de Juan Díaz fue rodeada por unos 100 indígenas apoyados por un pelotón de soldados chilenos (aprox. 50 hombres) (Wikipedia). Estos relatos secundarios corroboran que, al menos según las fuentes argentinas, efectivamente hubo militares chilenos combatiendo del lado mapuche en Pulmarí.

Ahora bien, ¿qué dicen las fuentes chilenas de la época y la historiografía chilena? Por parte de Chile, no existen registros oficiales que indiquen una orden directa de apoyar militarmente a los mapuches en territorio argentino. De hecho, el contexto político hacía improbable un apoyo abierto: en 1881 Argentina y Chile habían firmado un tratado de límites, y aunque persistían desconfianzas, ambos estados estaban más interesados en consolidar sus conquistas internas que en provocar una guerra entre sí. Documentos chilenos de la época muestran preocupación por las operaciones argentinas en Neuquén, pero en un sentido de competencia territorial más que de apoyo a los indígenas. Por ejemplo, el coronel chileno Gregorio Urrutia –encargado de la campaña final en Araucanía– fue instruido en 1882-1883 a ocupar rápidamente la zona de Villarrica y el Alto Bío-Bío para evitar que la presión argentina desde Neuquén dejara espacios sin controlar () (). En ese contexto, hubo comunicaciones entre Urrutia y los comandantes argentinos: registros señalan que el general Villegas recibió informes de Urrutia sobre las “batidas” realizadas del lado chileno contra tolderías mapuches que huían hacia la frontera (Fuente). Es decir, en vez de ayudarlos, las fuerzas chilenas perseguían a los grupos indígenas en su territorio, y mantenían al tanto a los argentinos de estas acciones.

No obstante, la coordinación no fue perfecta y se registraron incidentes fronterizos. El historiador chileno Tomás Guevara documentó que durante la ocupación chilena del Alto Bío-Bío ocurrió un choque entre un destacamento chileno y otro argentino en la zona cordillerana () (). También menciona un “incidente” a raíz del viaje de un cirujano chileno (Oyarzún) que generó roces con las fuerzas argentinas (). Si bien Guevara no detalla nombres, podría estar aludiendo precisamente a los choques en Pulmarí (o situaciones similares) como hechos menores dentro de una colaboración general. Desde la perspectiva chilena, estos enfrentamientos fueron accidentales: las tropas de ambos países operaban muy cerca en perseguir a los mismos grupos, por lo que no es sorprendente que llegaran a enfrentarse confusamente en la frontera.

En cuanto a documentación específica que confirme o refute colaboración, cabe señalar que Chile nunca reconoció oficialmente haber enviado tropas a combatir en Argentina. Es plausible que los soldados chilenos mencionados en Pulmarí fuesen partidas locales actuando sin órdenes claras desde Santiago, o incluso deserciones/indisciplinas en coordinación directa con los mapuches. Algunas versiones argentinas de la época, de tono más acusatorio, llegaron a afirmar que el propio coronel Urrutia intentó aliarse con caciques para atacar Argentina: Según Estanislao Zeballos (publicista y político argentino de fines del XIX), en 1883 Urrutia se entrevistó con el cacique Manuel Namuncurá en Villarrica y le propuso armar a sus guerreros para invadir la Argentina junto con tropas chilenas, a lo que Namuncurá se habría negado (Jorge Gabriel Olarte). Este relato, aunque citado por autores modernos, no ha sido corroborado por fuentes oficiales chilenas (y Namuncurá finalmente no recibió tal apoyo). Más bien luce como parte de la retórica argentina de la época para retratar a Chile como instigador. En resumen, la evidencia documental chilena directa de una colaboración militar con los mapuches es escasa o nula. Lo que sí existe son referencias a comunicaciones y acuerdos entre chilenos y argentinos (no entre chilenos y mapuches) y la admisión de algunos choques fortuitos con fuerzas argentinas durante las operaciones simultáneas (Moyano.pdf).

Coordinación entre la Campaña del Desierto y la Pacificación de la Araucanía

Lejos de actuar en oposición, la política de fondo de ambos estados fue la de coordinar esfuerzos para eliminar la resistencia mapuche a ambos lados de la cordillera. Historiadores contemporáneos subrayan que, pese a algunos incidentes, Argentina y Chile no llevaron agendas contrarias en la “conquista” del territorio mapuche, sino complementarias. De hecho, desde antes de 1883 hubo entendimientos tácitos y explícitos: “la decisión política de chilenos y argentinos consistió en operar en forma coordinada para terminar con los últimos conatos de resistencia mapuche” (Moyano.pdf). El presidente chileno Domingo Santa María aceleró la ocupación del último reducto mapuche en Villarrica (Araucanía) en 1882, en parte para evitar que los indígenas pudieran refugiarse definitivamente del lado argentino o que Argentina ocupase esos valles antes () (). A su vez, oficiales argentinos como el general Villegas y el coronel Lorenzo Vintter mantuvieron correspondencia con sus pares chilenos, asegurándose de no entorpecerse mutuamente e intercambiando información sobre los movimientos indígenas fronterizos (Moyano.pdf).

Una prueba concreta de coordinación fue que Chile y Argentina prácticamente sincronizaron el fin de sus campañas: luego de 1883, extinguida la resistencia armada, ambos gobiernos procedieron a distribuir tierras y consolidar su autoridad en las regiones anexadas. Cuando caciques importantes lograron huir de un país a otro, la estrategia fue negarle refugio seguro: por ejemplo, tras Pulmarí, Namuncurá y sus hombres fueron hostigados en Chile (por Urrutia) y finalmente optaron por rendirse a Argentina en 1884 (Wikipedia). En paralelo, otros líderes como Sayhueque e Inakayal resistieron un poco más al sur, pero aislados y sin apoyo externo también capitularon poco después. Todo esto confirma que no hubo un “doble juego” entre las campañas – por el contrario, Argentina y Chile compartían el objetivo de someter a los mapuches y evitar que la frontera internacional sirviera de refugio permanente.

Incluso décadas antes, durante campañas previas, hubo colaboraciones inter-estatales semejantes: el general argentino Julio Roca mencionó que medio siglo atrás (en 1833) Juan Manuel de Rosas ya había coordinado operaciones con Chile contra los indígenas (Moyano.pdf). En la década de 1870, ambos países veían a la nación mapuche como un obstáculo para sus proyectos nacionales. Así lo refleja el hecho de que se acusaban mutuamente de ser base de los “indios amigos” del otro lado, pero finalmente entendieron que convenía eliminar juntos la resistencia en lugar de avivar un frente indígena común. En suma, la Campaña del Desierto argentina y la Pacificación de la Araucanía chilena estuvieron articuladas en tiempo y espacio: más allá de choques puntuales como Pulmarí, ninguna de las dos campañas hubiera logrado un resultado tan completo si el otro país hubiera brindado santuario o ayuda sustancial a los sublevados. La historiografía coincide en que, estructuralmente, fue un esfuerzo convergente de Argentina y Chile para repartirse y controlar el territorio del Wallmapu (territorio mapuche tradicional).

Influencia chilena en la resistencia mapuche en Argentina: visión historiográfica actual

Los historiadores contemporáneos analizan con detalle la llamada “influencia chilena” en las rebeliones indígenas en Argentina, matizando mitos y realidades. Durante el siglo XIX, era común en el discurso argentino atribuir las incursiones y resistencia indígena a una instigación externa: se hablaba de “indios chilenos” para referirse a los mapuches que atacaban en las pampas, insinuando que actuaban en connivencia con Chile (Moyano.pdf) (Moyano.pdf). Figuras como Estanislao Zeballos contribuyeron a esta imagen, retratando a caciques como Calfucurá casi como agentes chilenos (“vengativo, cruel y chileno” decía Zeballos) (Moyano.pdf). Esta narrativa buscaba justificar la Campaña del Desierto presentándola no solo como una guerra contra el indígena sino como una defensa de la soberanía frente a una supuesta amenaza chilena encubierta. Sin embargo, investigaciones posteriores han desmontado gran parte de esta construcción. Se ha señalado, por ejemplo, que ni caciques como Sayhueque eran “argentinos” en el sentido estatal, ni Calfucurá era “chileno”: ambos operaban en un mundo fronterizo propio, previa y al margen de las naciones, aliándose o enfrentándose entre sí según sus intereses, más que por lealtad a Buenos Aires o Santiago (Moyano.pdf) (Moyano.pdf).

Dicho esto, sí existieron vínculos objetivos entre los mapuches y Chile que impactaron en la resistencia indígena en Argentina. Por un lado, la economía del malón (ataque y robo de haciendas) dependía en gran medida de comercializar el ganado capturado en Chile. Hay evidencia de que autoridades locales chilenas toleraban (cuando no fomentaban) el comercio de reses robadas en Argentina, sabiendo su procedencia, pues eso debilitaba a los fronterizos argentinos y fortalecía la influencia chilena en Patagonia (Wikipedia) (Wikipedia). Este fenómeno, vigente desde mediados del siglo XIX, implicaba que muchos caciques mantenían lazos de intercambio con comerciantes chilenos, obteniendo armas de fuego y provisiones a cambio de animales. Así, indirectamente, Chile proveyó de armamento moderno a tribus hostiles a Argentina – por ejemplo, a inicios de 1883 algunos grupos mapuches aún disponían de fusiles Winchester y Martini-Henry de origen chileno o peruano, con los que causaron bajas a las tropas argentinas (Wikipedia). Este flujo de armas y refugio informal en el territorio chileno constituyó una forma de influencia en la capacidad de resistencia mapuche.

No obstante, una vez que Chile decidió también acabar con la autonomía mapuche en su suelo (especialmente tras el levantamiento general mapuche de 1881 en Araucanía), esa tolerancia se esfumó. De hecho, a partir de 1882-1883 Chile empezó a encerrar a los mismos líderes que antes podían comerciar libremente, y cualquier beneficio estratégico de azuzar a los indígenas contra Argentina quedó subordinado a la urgencia de pacificar su propio sur. La negativa de Namuncurá a colaborar con Urrutia (si es verídica) refleja que los mapuches tampoco confiaban plenamente en el Estado chileno, sabiendo que también los había combatido. Finalmente, tras 1883, la resistencia mapuche organizada colapsó casi simultáneamente en ambos países, dejando claro que ningún Estado ofreció apoyo duradero a los indígenas contra el otro. Por el contrario, los ejércitos de Argentina y Chile actuaron como aliados objetivos en la derrota final del pueblo mapuche, repartiendo su territorio ancestral entre sí. Esto ha llevado a historiadores como Adrián Moyano a concluir que las acusaciones cruzadas (de “chilenos entrometidos” por un lado, o de “argentinos usurpadores” por el otro) fueron en gran medida parte de la propaganda de conquista, mientras que la realidad fue una acción coordinada de ambos estados para consumar la ocupación (Moyano.pdf).

En síntesis, la “influencia chilena” en la resistencia mapuche dentro de Argentina existió más en la retórica que en los hechos militares decisivos. Los testimonios argentinos de Pulmarí muestran que pudo haber participación puntual de oficiales o soldados chilenos (sea por error, astucia o pequeñas partidas irregulares), lo cual quedó en la memoria militar argentina como una anécdota significativa (Fuente) (Fuente). Sin embargo, la evidencia historiográfica contemporánea tiende a refutar la idea de un apoyo institucional chileno de gran escala: más bien, ambos gobiernos colaboraron para que episodios como Pulmarí fuesen los últimos triunfos mapuches. Las coincidencias temporales y espaciales de las campañas militares indican que Chile y Argentina se coordinaron estrechamente para cerrar el “frente araucano”, compartiendo información y evitando proteger a los rebeldes del vecino (Moyano.pdf). Los historiadores actuales ven la resistencia mapuche de esos años como la lucha desesperada de un pueblo acorralado entre dos fuegos estatales, sin aliados poderosos – ni Chile ni Argentina estuvieron de su lado. Por ende, cualquier participación chilena en Pulmarí fue excepcional y contraria a la política general de Chile, que en esos meses estaba más interesada en concluir su propia campaña en Araucanía que en prolongar el conflicto apoyando a los weichafe. Los combates de Pulmarí, por tanto, se explican mejor como el último coletazo de la resistencia mapuche autónoma, con algunos episodios confusos que involucraron fuerzas chilenas a nivel táctico, pero en el marco de una estrategia binacional de conquista y reparto del territorio mapuche.


Fuentes: Documentos militares argentinos de 1883 recopilados por Walther (COMBATE DE PULMARÍ I (06/01/1883) – El arcón de la historia Argentina) (COMBATE DE PULMARI II (06/02/1883) – El arcón de la historia Argentina); análisis históricos de Juan C. Walther, Lorenzo Massa y G.V. Rauch (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre) (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre); estudio de Adrián Moyano (2006) sobre Pulmarí (Moyano.pdf); crónicas de Tomás Guevara () (); entre otros. Estas evidencias combinadas permiten esclarecer que, si bien hubo observaciones de tropas chilenas en Pulmarí, éstas no obedecieron a una alianza formal con los mapuches, sino que fueron hechos aislados en medio de una colaboración estratégica argentino-chilena mucho mayor para poner fin a la resistencia indígena en la región (Moyano.pdf). Los combates de Pulmarí representan así un episodio complejo, en el que la frontera nacional se desdibujó momentáneamente en el campo de batalla, pero cuyo desenlace contribuyó a afirmar definitivamente esa frontera a costa del pueblo mapuche.

martes, 29 de abril de 2025

Crisis del Beagle: El oficial que no quería el conflicto


Conflicto de límites con Chile y operaciones militares de las Fuerzas Armadas argentinas en 1978.
Experiencias de la artillería de campaña en el «Operativo Soberanía»

Germán Soprano



Introducción

El Tratado de Límites de 1881 no resolvió los diferendos fronterizos entre Argentina y Chile. En 1978, la crisis por la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox escaló, llevando a ambos países a desplegar sus fuerzas armadas. La Argentina, que rechazó el laudo arbitral de 1977 que otorgaba las islas a Chile, planificó el "Operativo Soberanía", una invasión con el objetivo de forzar una negociación favorable.

A lo largo del siglo XX, los conflictos territoriales fueron recurrentes. Tras el laudo británico, sectores del gobierno argentino favorecieron la opción militar, mientras otros apostaban por la diplomacia. En diciembre de 1978, cuando la ofensiva estaba a punto de comenzar, la mediación papal evitó la guerra.

Dimensión diplomática del conflicto

El Tratado de 1881 estableció que Argentina no podría proyectarse sobre el Pacífico ni Chile sobre el Atlántico, pero la disputa por los límites australes persistió. En 1971, ambos países acordaron recurrir al arbitraje británico, cuyo fallo en 1977 favoreció a Chile. Esto generó un quiebre en la relación bilateral, con sectores de la dictadura argentina inclinándose hacia la guerra.

Durante septiembre de 1978, tropas argentinas cruzaron la frontera en la zona de Casas Viejas, lo que aumentó la tensión. En paralelo, el gobierno argentino definió una estrategia militar de invasión que contemplaba ocupar territorios chilenos, algunos de forma temporal y otros de manera permanente.

El Plan u Operativo Soberanía

El plan militar preveía una guerra rápida y agresiva, iniciando el 22 de diciembre de 1978 a las 22:00 horas. Las fases incluían:

  • Fase inicial: La Armada debía tomar las islas Picton, Nueva y Lennox, además de otras en el canal de Beagle.
  • Ataque en la Patagonia: El V Cuerpo de Ejército debía conquistar Puerto Natales y Punta Arenas.
  • Avance terrestre: El III Cuerpo de Ejército avanzaría hacia Santiago y Valparaíso.
  • Supremacía aérea: La Fuerza Aérea atacaría bases chilenas y buscaría destruir su aviación en tierra.

Argentina confiaba en que Chile aceptaría negociar después de los primeros ataques. Se esperaba la intervención de Naciones Unidas y la posibilidad de una escalada regional con la participación de Perú y Bolivia contra Chile.

Chile, por su parte, contemplaba respuestas militares en la Patagonia, Neuquén y el noroeste argentino. Se estimaban 20.000 bajas en ambos bandos.

El ataque estaba programado para la noche del 22 de diciembre de 1978, pero ese mismo día, Argentina aceptó la mediación papal y suspendió la ofensiva apenas tres horas antes de su inicio.

El teniente coronel Martín Balza y el Operativo Soberanía

El teniente coronel Martín Antonio Balza, jefe del Grupo de Artillería 102, fue destinado en octubre de 1978 a Junín para conformar su unidad. Poco después, participó en reuniones en Bariloche dirigidas por el general Luciano Benjamín Menéndez, comandante del III Cuerpo de Ejército y principal impulsor de la ofensiva terrestre por Neuquén.

Balza y otros oficiales realizaron un reconocimiento encubierto en Chile, disfrazados de turistas. Identificaron puntos clave del terreno y concluyeron que la ofensiva presentaba serios problemas logísticos y estratégicos.

La unidad de Balza debía avanzar por el paso Puyehue, pero él advirtió que los puentes sobre el río Gol Gol podían ser destruidos por Chile, dejando su artillería atrapada. Además, el plan contemplaba un avance de tanques por el paso Pino Hachado, un desfiladero estrecho donde podrían ser fácilmente destruidos.

La improvisación era evidente, reflejando errores estratégicos que también estarían presentes en la Guerra de Malvinas cuatro años después.

Conclusión

El Operativo Soberanía fue una planificación militar ambiciosa pero llena de errores. La falta de coordinación entre las Fuerzas Armadas y la subestimación de la respuesta chilena mostraban serias fallas estratégicas.

El contexto internacional jugaba en contra de Argentina: la guerra habría sido vista como una agresión injustificada y habría generado un rechazo global. La mediación del Vaticano evitó el conflicto, que finalmente se resolvió en 1984 con el Tratado de Paz y Amistad.

martes, 22 de abril de 2025

Chile: Araucanos recuerdan con cariño la Pacificación de la Araucanía

Estatuas y culto a los genocidas




Usted se preguntará, ¿quién era ese weón que estaba arriba de un caballo en la plaza más famosa de Chile? ¿Por qué los fascistas lo quieren tanto?
Bueno, lo primero que debe saber es que el general Baquedano era un soldado de limitada capacidad táctica, famoso por promover saqueos, robos, violaciones y muerte por donde transitaba.
Estuvo a cargo de la usurpación y genocidio del Wallmapu, mal llamada pacificación de La Araucanía, luego de que el Estado de Chile rompiera los tratados pactados con las comunidades Mapuche durante la independencia.
Sí, la aristocracia latifundista, históricamente carente de principios, rompió lo pactado en el "Parlamento de Tapihue" y envió al ejército a realizar una de las labores más atroces de su historia: el genocidio Mapuche.
Uno de los encargados de comandar esa tarea fue el general Baquedano, el weón que tuvo por casi un siglo una estatua en uno de los lugares más emblemáticos del país.
Cabe recordar que el tratado de Tapihue era un tratado de paz que garantizaba una sana convivencia entre Chile y el Wallmapu:

“Los gobernadores o Caciques, desde la ratificación de estos tratados, no permitirán que ningún chileno exista en los terrenos de su dominio por convenir así al mejor establecimiento de la paz y unión, seguridad general y particular de estos nuevos hermanos.” (Tratado de Tapihue, art. 18).


Fue tan cruenta la campaña del ejército que se cifra en 70 mil los Mapuche asesinados, sin contar los cientos de miles que murieron por hambre y desolación luego de la campaña.
Posteriormente, durante la Guerra del Pacífico, Baquedano utilizó lo aprendido en el Wallmapu y dirigió en persona las batallas de Miraflores y Chorrillos, dos actos de ocupación en donde el Ejército de Chile realizó saqueos, violaciones e incendios contra la población civil.
Hay fuentes que atestiguan la crueldad de la operación. El New York Times por ejemplo recogió la protesta por el “bárbaro asesinato de numerosos extranjeros” cometido por los criminales de guerra chilenos en Chorrillos, Barranco y Miraflores. Cabe recordar que EE.UU era un país aliado en dicha guerra, aun así no pudo desconocer las atrocidades cometidas por el general y sus colegas, y alzó la voz.
Finalmente, no hay que olvidar que Baquedano traicionó al presidente Balmaceda, permitiendo que la aristocracia latifundista se consolidara en el poder en 1891, sumiendo a Chile y su clase obrera en un período de hambre y dolor.
Con esta pequeña información, podemos entender por qué la figura de Baquedano es tan importante para esos que tienen sueños húmedos con los fusiles. Baquedano es un reflejo de lo que ha sido el ejército y la élite chilena, por eso la derecha defiende su estatua.
PD: La estatua en la plaza la inauguró el dictador Carlos Ibáñez del Campo, otro genocida.

Fuentes

Ahumada, Pascual, editor. 1888. Guerra del Pacífico. Tomo V. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello.
New York Times, New York, 2 de marzo de 1881
Vargas, Moisés editor, Ministerio de Guerra de la República de Chile. 1979. Boletín de la Guerra del Pacífico 1879-1881. Santiago: Editorial Andrés Bello.


viernes, 18 de abril de 2025

Crisis del Beagle: Libro: "El delirio armado" de 1978

El "delirio armado" Argentina-Chile. La guerra que evitó el Papa.


Autor: Bruno Passarelli – Ed. Sudamericana, S.A. 1998





En una charla entre el embajador norteamericano Raúl Castro y el nuncio Pío Laghi, el primero aseguró que fuentes militares le habían dado un panorama bastante preciso sobre las consecuencias devastadoras que el Estado Mayor del Ejercito Argentino había calculado en la primera fase de la guerra.

Puntualizó Castro: "Se estima que los muertos de ambas partes, solo en la primera semana de operaciones, serian unos 20.000 y no se descarta que, en caso de que Argentina no obtuviese una rápida victoria, con la destrucción del aparato militar y económicos chilenos, se produzca una regionalización del conflicto con derivaciones catastróficas para America del Sur, y por extensión, para Occidente todo".

Y tras el silencio sepulcral que invadió el salón, repitió en un susurro, como hablando consigo mismo:"Veinte mil muertos en una sola semana, un delirio total".

En realidad en mas de un documento se hacia esta sobrecogedora evaluación. Se aludía a un memorandum que se llamaba "Planeamiento Conjunto de las Operaciones Previstas contra Chile", que estaba en poder de los tres Comandos en Jefe, e incluía todas las hipótesis operativas elaboradas en función de la búsqueda de una rápida y favorable definición militar, y a una "Dirección Estratégica Militar"(DEMIL) aprobada por la Junta Militar.

En ellas se manejaban dos hipótesis: la rendición lisa y llana de Chile en breve tiempo, como consecuencia de la acción fulminea que se preparaba (hipótesis de máxima) o en su defecto, la aceptación de parte chilena de los reclamos territoriales argentinos, tanto terrestres como marítimos, en el extremo sur (hipótesis de mínima), a lo que seguiría el repliegue de tropas desde los puntos alcanzados en territorio chileno, al otro lado de la frontera.

Cuando los documentos habían sido elaborados, la iniciación de la guerra no tenía todavía fecha y hora. Deliberadamente, se había dejado la definición cronológica para el momento oportuno, o sea cuando el reloj de la guerra hubiese empezado a marchar sin posibilidades de retorno.
Pero su aplicación ya había comenzado en septiembre, cuando las fuerzas integrantes del "Operativo Soberanía" - así lo habían bautizado con pomposo léxico militar - habían comenzado paulatinamente a ocupar sus posiciones a lo largo de la frontera con Chile, en un despliegue que continuarían incesantemente hasta el mes de noviembre.

Así, desde la Provincia de Buenos Aires se desplazaron las dos grandes unidades de batalla del Primer Cuerpo del Ejército, o sea la Brigada I de Caballería Blindada, que era la de mayor capacidad de fuego, y la X Brigada de Infantería, cuyo asiento natural estaba en Palermo y comandaba el general Juan Saisaiñ (quien había estado a las órdenes de Menéndez en Córdoba y estaba de acuerdo con sus pensamientos). A la primera pertenecían los Regimientos de Tiradores Blindados 1 "Coronel Brandsen" y 10 "Húsares de Pueyrredón", el Escuadrón de Exploración de Caballería Blindada 101 "Simón Bolívar", y el Grupo 1 de Artillería Blindada "Martiniano Chilavert".

Lo mismo desde el Litoral, habían hecho las unidades del Segundo cuerpo, comandadas por el general de división Leopoldo Fortunato Galtieri, y al que pertenecían la II Brigada de Caballería Blindada, a las órdenes del general Juan Carlos Trimarco (incluía los regimientos de Tiradores Blindados 6 "Blandengues" y 7 "Coronel Estomba" y el grupo 2 de Artillería Blindada con base en Rosario del Tala), y la VII Brigada de Infantería, cuyo jefe era el general Eugenio Guanañabens Perelló y comprendía, entre otras unidades, al Regimiento 5 de Infantería, cuyos cuarteles estaban en Paso de los Libres.

También habían sido destacadas unidades de artillería de asalto y antiaérea, como el poderoso Grupo Artillería de Defensa Aérea 601, con asiento en Mar del Plata que tomó ubicación en la provincia de Chubut, a la altura fronteriza de las poblaciones de Rio Mayo y Alto Rio Seguer, junto a los efectivos de la IX Brigada de Infantería de Montaña que comandaba el general Hector Humberto Gamen.

La concentración de efectivos en esa zona, dotados de fuerte capacidad de fuego, respondía a una razón muy sencilla: allí, la Cordillera de los Andes tiene escasa altura y por eso la línea fronteriza es considerada vulnerable.

Esto preocupaba al Estado Mayor Argentino, ya que planteaba el riesgo de que los blindados chilenos la superasen con cierta facilidad, apuntando a los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia (Pico Truncado y Caleta Olivia), que el alto mando estaba dispuesto a proteger con absoluta prioridad. Por eso se había llevado a ese sector de la frontera numerosas unidades, con una presencia efectiva de no menos de 40.000 hombres. Más al sur, entre el Calafate y Rio Turbio, estaba desplegado el Regimiento de Infantería 24, que comandaba el coronel Alfredo Gómez Otero, cuya sede habitual era Rio Gallegos.

La concentración final de efectivos se realizaría en los primeros días de diciembre, por vía aérea. Los gigantescos Boeing 707 y 747 de Aerolíneas Argentinas - estos últimos flamantes y comprados para su afectación a vuelos transoceánicos - llevaban al Sur contingentes de hasta 370 hombres por vuelo, con su armamento completo, después de que a los aviones se le aplicaba lo que en la jerga militar se llamaba la "Configuración Vietnam".

¿En que consistiría el ataque argentino?

La Hora Cero coincidiría con la ocupación militar de las tres islas en disputa (Picton, Lennox y Nueva) que seria precedida entre 24 y 36 horas antes, por una operación nocturna de intrusión en al que efectivos de Elite de la Infantería de Marina desembarcarían en las islas e islotes situados al sur de la desembocadura oriental del Canal de Beagle y fuera de la zona en litigio (el llamado "Martillo"), pese a lo cual el Fallo Arbitral de 1977 las había asignado a Chile, y aniquilarían allí cualquier resistencia chilena. Se trataba de las islas Freycinet, Herschel, Wallaston, Deceyt y Hornos.

Esta ocupación seria precedida de una formal protesta argentina ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, en las que se denunciarían el emplazamiento en ellas de destacamentos militares, en abierta alteración de los equilibrios en la región.
El Alto Mando argentino sabia que esta operación sería considerada por Chile como un casus belli y que provocaría su reacción armada, para lo que había concentrado en las adyacencias a su flota naval, aunque no se creía que en su fase inicial la resistencia chilena fuera muy fuerte. Caso contrario, entraría en acción la Flota de Mar, comandada por el contraalmirante Humberto Barbuzzi que había sido dividida en dos grupos de tareas (GT).

El primero (GT1) había sido desplegado frente a la boca oriental del Beagle; el otro grupo (GT2), delante del Estrecho de Magallanes. En nuestras aguas australes estaban el portaaviones 25 de Mayo, los destructores Piedra Buena, Bouchard y Drummond, las corbetas misilisticas Granville y Guerrico, los ARA Hércules, Santísima Trinidad y otros y el crucero General Belgrano, después hundido durante la Guerra de Malvinas. Este ultimo había sido reequipado con cañones de seis pulgadas para tiro naval y baterías de misiles Sea Cat con un alcance aproximado de 4.000 metros.

Dos horas después de completada la ocupación de las pistas Lennox, Picton y Nueva, colocadas bajo la protección cercana del GT2, aviones Mirage-Dagger y Skyhawks bombardearían objetivos militares en la ciudad de Punta Arenas y en Puerto Williams, mientras el hostigamiento aéreo alcanzaría a otros blanco relacionados con el transporte y el abastecimiento en la región de Magallanes. Para las horas sucesivas se preveían enfrentamientos aeronavales con la flota chilena en el estrecho de Magallanes y en la boca de ingreso al Canal de Beagle, por lo que en noviembre el alto mando naval había hecho su requerimiento de un fuerte apoyo aéreo, dada la amenaza que representaban los helicópteros artillados chilenos.

A las 0 horas entraría en acción el ejército, que cruzaría la frontera patagónica por cuatro puntos diferentes con tropas de la IX Brigada de Infantería de Montaña y de otras unidades asignadas al sector de Santa Cruz y Chubut. Casi contemporáneamente, aprovechando las primeras horas de la mañana, aviones de la Fuerza Aérea trataría de destruir a la aviación chilena, si fuera posible en tierra, con una ofensiva fulminante del tipo de las aplicadas por Israel con tanto suceso en el Medio Oriente. En este sentido, la Fuerza Aérea se veía favorecida por el hecho de contar con mas aeródromos en el ámbito de las operaciones, aunque se reconocía la peligrosidad de la aviación rival, por su entrenamiento, preparación y el material bélico a su disposición.

En cuanto al Ejercito, dado que la ofensiva proyectada no había sido circunscripta únicamente al sector sur del territorio enemigo, sino que seria generalizada y se extendería por toda la frontera, en un segundo momento pasarían al ataque las tropas del Tercer Cuerpo, desplegadas a lo largo de la Cordillera, en el que era su natural ámbito operativo, desde Mendoza hasta Jujuy.

Irrumpirían las dos grandes unidades terrestres de batalla integradas a dicho cuerpo, o sea la V Brigada de Infantería (...) y la VIII Brigada de Infantería de Montaña, a las ordenes del general Saá, uno de los mas fieles a Menéndez. En tanto, funciones operativas diferentes, por su propia naturaleza, tendría la IV Brigada de Infantería Aerotransportada con asiento en Córdoba, cuyo jefe era el general Gumersindo Centeno.

Algo mas al sur, casi contemporáneamente, se ejecutaría un movimiento cuyo éxito podría depender la definición favorable del conflicto del ataque: a la altura de la provincia de Neuquén, cerca del Paso Puyehue, irrumpirían a traves de la frontera la poderosa X Brigada de Infantería y otras unidades asignadas a ese sector del frente, con el objetivo de llegar al Pacifico y partir de esa manera en dos el territorio chileno. Era ese el punto en que, en esa fase del ataque terrestre, se concentraría el peso principal del ataque. Si bien las fuentes consultadas coinciden en que este corte era un objetivo prioritario, no son coincidentes sobre el lugar planificado, ya que algunos lo ubican al sur del valle de Maipo y otros mas al norte de esa zona.

En el plan de operaciones se preveía también la ocupación de una ciudad clave, que seria determinada según el curso de las acciones por la "línea menor de resistencia". El primer objetivo era Santiago, pero se tenia Valparaíso como alternativa. El avance de las tropas iba a ser constantemente apoyada por la Fuerza Aérea, en una sistemática tarea de ablande de las defensas enemigas. En el extremo sur, igual papel estaría a cargo de la Aviación Naval, si el objetivo quedaba establecido en una ciudad marítima atacada por al Infantería de Marina.
Pero - como ya se ha explicado - la ofensiva terrestre tenia un Talón de Aquiles, focalizado a la altura de Chubut, y por eso en los estudios de planificación se habían ultimado las precauciones para ganar una batalla que se estimaba podía ser decisiva.

Mas allá de las preocupaciones que el frente chubutense planteaba, en todos los niveles de comando existía una confianza muy arraigada que nacía, sobre todo, del superior poder de fuego y de movilidad de sus unidades blindadas. En cambio, esta ventaja se atenuaba considerablemente en el poder naval.

La Argentina había gastado 1.200 millones de dólares para reforzar sus fuerzas armadas( contra solo 800 millones invertidos por Chile), buena parte de ellos invertidos en la compra de modernos aviones de guerra y sistemas misilisticos. Además, había vuelto a llamar bajo bandera nada menos que a 500.000 reservistas. Pero lo que mas alentaba el optimismo de sus altos mandos militares era una frase muy arraigadas en ellos:"Chile es, lejos, después de Israel, la plaza mas vulnerable de la Tierra".

jueves, 10 de abril de 2025

Rosas: Cuelga la cabeza de indio invasor chileno

Rosas: “La cabeza del famoso Cañiuquir, vorogano chileno, fue colgada en un árbol en el campo de batalla”




Juan Manuel de Rosas. Museo Nacional de Bellas Artes

En 1830, el cacique general vorogano, actuaba junto con sus hermanos, los caciques Caniullán, Melin, Alon, Guayquil y Mariano Rondeau, y aunque mantenían relaciones amistosas con Juan Manuel de Rosas, este último siempre desconfió de sus intenciones. Para asegurarse su lealtad retuvo a los familiares del cacique general en el fuerte 25 de Mayo, con diversas excusas.

En la expedición al norte patagónico, cerca del Fuerte Argentino (Bahía Blanca), este cacique se presentó con sus voroganos, procedentes de Guaminí. Rosas les dio provisiones y los indujo a que se sumaran a las tropas del teniente coronel Manuel Delgado, para exterminar a los ranqueles de Yanquetruz.

En 1834, Cañiuquir asumió como cacique general de la tribu vorogana, luego de que los caciques Rondeau y Melin fueran asesinados por Calfucurá.

Pero en 1836, los voroganos chilenos se asociaron con los ranqueles para efectuar un malón sobre las pampas argentinas, y consiguieron la colaboración de Cañiuquir. Delatado el hecho por un grupo de voroganos, que pidieron a Rosas su protección, una columna partió desde Fuerte Argentino, y al llegar a las tolderías de este cacique, a orillas del arroyo Pescado, sorprendió a la indiada dejando 400 cadáveres. El cacique y 300 aborígenes lograron escapar de la matanza apelando a la velocidad de sus magníficos corceles.

No conformes con ello, las autoridades enviaron al mes siguiente otra expedición para exterminar a los que se salvaron. Esa vez perdieron la vida otros 250 voroganos y 300 miembros de las familias quedaron prisioneros. Cañiuquir fue decapitado, y su cabeza fue colgada de un árbol.

El 24/05/1836, Rosas le informaba al gobernador de Entre Ríos: “Por supuesto que la cabeza del famoso Cañiuquir Borogano chileno fue colgada de un árbol en el Campo de Batalla (…)”.


La Voz de Chubut

domingo, 16 de marzo de 2025

Patagonia: La matanza de aonikenks por araucanos

Engaño araucano, derrota y matanza de los Tehuelches

Voz del Chubut




Camaruco o Nguillatún, ceremonia mapuche presidida por la cacique Lucerinta Cañumil, en Las Bayas, Río Negro. Foto: Ana María Llamazares, 1981.

La posibilidad de extender el dominio del territorio, llevado adelante por esta parcialidad de la cultura araucana al cruzar la cordillera, al principio estableciéndose en los valles comprendidos entre los Ríos Colorado y Negro, en el actual territorio de Neuquén, y más adelante instalándose ya en Salinas Grandes. Invasión que produce enfrentamientos por las tradicionales zonas de caza y comercio. Impondrá rasgos de esta cultura a los Tehuelches septentrionales modificándolos para siempre. A pesar de la resistencia Tehuelche logran los Mapuches imponerse.

Los Tehuelches meridionales, del otro lado del Río Chubut, son vencidos definitivamente en las batalles de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La batalla de Languiñeo tiene una gran importancia histórica porque no solamente pierden éstos Tehuelches el territorio de caza que ocupaban históricamente sino que señala también el comienzo de la fusión de las dos razas nativas en esa zona de Chubut. Como resultado de esas derrotas se produce la mestización y fusión de las etnias, fruto de la unión entre los vencedores Mapuches o Manzaneros y las cautivas Tehuelches.

Esta batalla ocurre en las postrimerías del siglo XVIII, los testimonios que se conocen fueron orales. En Languiñeo tenía sus tolderías los Caciques Chaeye Chacayo y Plan Chicon. Estos Tehuelches meridionales eran pacíficos, pero debieron combatir en defensa de sus áreas de caza continuamente, debido a las ambiciones de sus belicosos vecinos manzaneros que comenzaban a apropiarse de sus territorios.

Estos grupos Tehuelches esporádicamente vencían a los Mapuches o manzaneros, lograban repeler sus ataques por el conocimiento que tenían del terreno. La zona de Languiñeo, habitada por estas tribus, se encontraba en un paraje rodeado de serranías cavernosas, lo cual hacía del lugar un espacio apto para atacar por sorpresa a sus habitantes. Pronto esto se transformó en un objetivo de guerra para los manzaneros al mando del Cacique Chocorí (padre de Valentín Sayhueque). Hacia allí mandó emisarios para avisar que se trasladarían con el propósito de comerciar pacíficamente. Pero este cacique ya tenía planeado caer sobre los Tehuelches, antes había pedido ayuda al Cacique Churepan de Chile, con este jefe vendrían los capitanejos Jacinto Agüero y Pancho Mero aumentando su poder de lanzas, contaban además, con arma todavía poco utilizada para la guerra por los Tehuelches, las boleadoras y las bolas arrojadizas. Los Tehuelches esperaron, desprevenidos y confiados, se dejaron rodear por los bravos guerreros manzaneros. Cuando comenzó el ataque y se desató la batalla ya era tarde, los Tehuelches se batieron heroicamente durante tres días a pesar de las pocas posibilidad de salir vencedores. Luego de esos fatídicos tres días, la Pampa de Languiñeo quedó cubierta de cadáveres, y los vencedores, por derecho del triunfo, se apoderaron de mujeres y niños.

Cuenta que el único que trata de salvarse fue Plan Chicon, que huyó a caballo pero a 3 o 4 leguas del lugar, precisamente en el Pasaje llamado Colan Conhué, los manzaneros que lo perseguían logran bolearle el caballo dándole muerte inmediatamente.

Según algunas crónicas, fueron los Tehuelches quienes llamaron a esa pampa Languiñeo, que en su idioma quiere decir: “lugar de los muertos”. Pero algunos historiadores piensan que es un nombre en lengua mapudungun, más que Tehuelche.

El terreno parecía un cementerio descubierto, sembrado de huesos humanos, éste teatro de batalla permaneció como lugar de dolor en la memoria Tehuelche. Nadie quedó para vivir allí, valle inhóspito y frio. Contaban los descendientes vencidos, que se alguien se aventuraba por esos parajes en las noches de luna se veían brillar los huesos, y se escuchaban los gritos de dolor.

Otra batalla, a la que antes hacíamos referencia y que Sarasola llamara Pietrochofel, y de la que por primera vez hiciera referencia Federico Escalada, es Shotel Káike, hoy conocido como Piedra Shotel. En ese momento las huestes Pehuenches estaban dirigidas por el Cacique Paillacan, allí se libró un sangriento combate cuerpo a cuerpo con los Tehuelches. En la batalla Guetchanoche, hijo mayor de una familia Chehuache – Kénk, es tomado prisionero junto a sus hermanos y su madre. Entre los familiares cautivos estaban sus cuatro hermanas. Trasladados luego todos hasta las tolderías de Paillacán cerca del Limay, dos de sus hermanas son tomadas como esposas por el Cacique. Esta costumbre y tradición hacia que el trato de los prisioneros fuera de mucho más respeto a partir de allí. De ellas el Cacique tuvo hijos: Foyel es uno de ellos. A su vez Guetchanoche es el Bisabuelo de doña Agustina Quilchaman de Makel, informante de Martinetti y Escalado. Una de estas mujeres: Aunakar, fue capturada junto a su pequeño hijo por los indios cordilleranos a quienes solían llamar Huilliches; sobrevivió cautiva pero el niño fue salvajemente asesinado. Según las crónicas habrían pasado 40 años y el viejo Paillacan soñaba con recuperarla.

Fragmentos del libro “Gobernador Costa – Historias del Valle de Genoa”, de Ernesto Manggiori

domingo, 9 de marzo de 2025

San Martín: Condarco, nuestro hombre en Chile

El hombre clave del ejército de San Martín que se infiltró en Chile para hacer el mapa del Cruce de Los Andes

Se cumple un aniversario de la muerte de José Älvarez Condarco, estrecho colaborador del Libertador. La misión de recordar de memoria los pasos de montaña y cómo terminó sus días en el olvido

Por Adrián Pignatelli || Infobae

José de San Martín preparaba a contrarreloj la campaña del cruce y debía conocer los detalles de los pasos cordilleranos

En la previa del cruce de los Andes, los dos lados de la cordillera eran un hervidero de espías, de fingidos desertores que brindaban datos falsos, vecinos respetables que no lo eran tanto, y traidores a la orden del día. Los españoles se veían venir al ejército libertador que se armaba en Mendoza, pero ignoraban por dónde. José de San Martín se propuso confundirlos para que dividiesen sus fuerzas y colocarlos en inferioridad de condiciones. Para eso echó mano a distintos recursos, entre ellos el dato falso. Además, necesitaba saber si los pasos cordilleranos habían sido fortificados.

San Martín contaba con espías del otro lado de la cordillera, como era el caso de Juan Pablo Ramírez, que le informaba todo lo que pasaba en Concepción y en Talcahuano. También estaba Diego Guzmán, Ramón Picarte y Manuel Fuentes en la capital chilena, y Manuel Rodríguez en la región del Aconcagua. Además, envió distintos supuestos desertores, entre ellos dos sargentos de su confianza, que proporcionaron datos falsos a los españoles.

Alvarez de Condarco era un ingeniero tucumano, con conocimientos de física y de química. Además, tenía una memoria prodigiosa

En busca de los espías españoles

De la misma forma, el jefe del ejército libertador debía cuidarse de los espías que rondaban por Cuyo. Para eso, había implementado un sistema para identificarlos. Si lo supo fray Bernardo López, agente secreto del gobernador español de Chile, el mariscal Casimiro Marcó del Pont. El religioso fue apresado ni bien llegó a Mendoza. Cuando San Martín ordenó fusilarlo en 24 horas, el fraile dejó de lado su discurso de inocencia, reveló todo lo que sabía y entregó las cartas que llevaba escondidas en el forro de su sombrero, que debía entregar a diversos vecinos españoles que vivían en Mendoza.

A Pedro Vargas le ordenó simular que se había pasado a los españoles, lo hizo encarcelar a propósito, y así ganarse la confianza de los europeos. Dicen que tan bien interpretó su papel que hasta su propia esposa estuvo por romper el matrimonio con su marido traidor.

Pero San Martín planeaba una arriesgada misión. Debía conocer al dedillo los distintos pasos por la cordillera, y alguien debía relevarlos con la mayor precisión posible. Eligió para semejante tarea a Alvarez Condarco. Este tucumano, nacido en 1780, que había estudiado ingeniería, se las arreglaba con la física y con la química.

Casimiro Marcó del Pont era el jefe español que gobernaba Chile desde 1815

Estaba a cargo de la fábrica de pólvora que se había instalado en los terrenos que la cordobesa Tiburcia Haedo -la mamá del futuro general José María Paz- tenía entre la quinta de Allende y el pueblo de La Toma. Tuvo la idea de construir un molino que salió de su cabeza, y así se dejó de hacer la pólvora a mano. De dos quintales diarios, se la llevó a cerca de 400 libras, y resultó ser de mejor calidad que la que se compraba a otros países.

El hombre clave del ejército de San Martín

Era un hombre con experiencia. En 1813 manejó el arsenal del batallón de Auxiliares Cordobeses que estaba al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Cuando San Martín lo conoció, no lo dejó ir: lo nombró su ayudante de campo, también fue su secretario privado y como era un ingeniero con amplios conocimientos, fue el director de los talleres militares y el subdirector de la fábrica de pólvora.

Habría sido el autor de la orden de que nadie con espuelas podía ingresar al depósito de pólvora, a riesgo que el roce del metal provocase una chispa que hiciese volar todo por los aires. Y que por esa orden un centinela le había prohibido la entrada al propio San Martín, quien acató la disposición y además felicitó, en plena formación, al centinela en cuestión.

En los talleres del Plumerillo, manejado con el incansable espíritu de fray Luis Beltrán, se fabricaron fusiles, se forjaron cañones, bayonetas y se hicieron miles de proyectiles

Lo que José de San Martín conocía de este ingeniero era su memoria prodigiosa. Lo desvelaba reconocer al dedillo los distintos pasos para cruzar esa tremenda mole que es la cordillera de los Andes. El mismo hizo varias incursiones y mandó a diversos oficiales con el mismo propósito. Sin embargo, sabía que alguien haría el trabajo a la perfección.

A Álvarez Condarco le encargó que atravesase la cordillera, memorizase todos los detalles, llegase a Chile y regresase a Mendoza, donde debía volcar en papel lo que había visto.

Iría bajo el paraguas de una misión parlamentaria. La orden era que fuera a Santiago de Chile y entregase a Marcó del Pont un mensaje, en el que San Martín lo invitaba a reconocer la declaración de independencia.

Detalles de la misión

Debía ir por el camino de Los Patos, que era el más largo. San Martín sabía que el jefe español, si es que no lo mandaba a fusilar, lo haría regresar por el paso más corto, que era el de Uspallata. De esta forma, podría reconstruir dos caminos.

“Quiero que me levante en su cabeza un plano de los pasos de Los Patos y de Uspallata, sin hacer ningún apunte, pero sin olvidarse ni de una piedra”, le ordenó el jefe.

Cuando San Martín cruzó la cordillera, ya contaba con la invaluable información relevada por Alvarez Condarco

Vestido de paisano, y sin portar ninguna documentación que lo pudiera comprometer, se puso en marcha. Cuando llegó al primer puesto español, al oeste de Los Patos, el oficial a cargo lo hizo seguir. Pero como estaba anocheciendo y no podría registrar las características del camino, se hizo el enfermo, pernoctó en el lugar y así lo recorrió a plena luz del día.

Todo salió según lo previsto. Llevado en presencia de Marcó del Pont, el español se ofuscó de tal manera, que ordenó que al día siguiente el verdugo quemase en la plaza la declaración de la independencia que le había entregado Condarco.

Marcó del Pont le había puesto precio a la cabeza de San Martín. A fines de 1815 se había hecho cargo de Chile, reemplazando a Mariano Osorio, y había implementado diversas medidas, como el toque de queda o el decomiso de armas en manos de particulares. Era un militar que había sido prisionero de Napoleón y que había rechazado su ofrecimiento de sumarse a su ejército. Perteneciente a una respetable familia, era devoto de la Virgen María.

Mientras tanto, el mensajero fue alojado en la casa del coronel Antonio Morgado, jefe del Regimiento de Dragones de Concepción. Marcó del Pont lo tenía entre ceja y ceja, olía algo sospechoso y sus oficiales debieron convencerlo para que el tucumano no terminase en el paredón de fusilamiento. Antes de dejarlo ir, el mariscal le advirtió que cualquier otro parlamentario que enviase San Martín “no merecerá la inviolabilidad y atención con que dejo regresar al de esta misión”. Y sentenció: “Yo firmo con mano blanca y no como lo de su general que es negra”, aludiendo a su traición al rey de España.

El mapa del Cruce de Los Andes

Al otro día fue despachado, y por el camino más corto. A su regreso, Condarco volcó en papel las características de ambos pasos, que sirvieron para el cruce del ejército libertador.

En 1817 participó en la batalla de Chacabuco: fue el que llevó a orden de San Martín a Soler que apurase su ataque por el flanco para que O’Higgins no recibiese todo el fuego. Cuando Marcó del Pont fue apresado luego de Chacabuco, al intentar escapar en barco, lo llevaron a la presencia de San Martín. Cuando el jefe español intentó entregar su espada, aquel le respondió: “Venga esa mano blanca, mi general”.

Luego de Chacabuco, Marcó del Pont intentó escapar, pero en el buque que pensaba hacerlo zarpó sin él. Fue apresado y remitido a San Luis junto a los prisioneros tomados en ese combate, donde permaneció encerrado. Fiel a su palabra de no volver a tomar las armas contra los patriotas, no participó de la sublevación de enero de 1819 y fue trasladado a otro campo en el interior puntano. Ya estaba enfermo y el 11 de mayo de 1821 falleció.

Condarco también peleó en Maipú y en 1818 lo mandaron a Gran Bretaña para negociar la compra de buques para la campaña libertadora del Perú. Contrató para jefe de esa flota al controvertido almirante Thomas Cochrane.

Ya retirado, Chile lo empleó un tiempo en el departamento de Ingenieros y Caminos, y se las arreglaba dando clases de matemática. Cuando quiso regresar al país, no pudo hacerlo porque era antirrosista. Vivió en el país vecino donde murió el 17 de diciembre de 1855 en la miseria, al punto de no dejar testamento porque no disponía de bienes, y sus amigos debieron costear su sepelio.

En la década de 1980 en Tucumán surgió el proyecto de repatriar sus restos y rendirle el homenaje correspondiente. Pero ya era tarde. Su tumba, abandonada por décadas ya no existía y sus huesos fueron a parar al anonimato eterno en el fondo de una fosa común.