Los chilenos llegaron a la Región de Lago Blanco, Valle Huemules y El Chalía provenientes de los territorios argentinos de Neuquén, Río Negro y Norte de Chubut. Habían ingresado a la Argentina porque el gobierno chileno les había concedido sus tierras a grandes empresas ganaderas y a colonos de origen anglosajón. Carlos Von Flack se dedicaba a expulsar colonos de pocos recursos para apropiarse de sus tierras y luego venderlas a grandes terratenientes. Para ello se valía de sus conocidos en el gobierno de Chile. En 1918 llegó a promover un conflicto armado en Lago Buenos Aires (lado chileno) entre pobladores y carabineros de Chile.
Estos pobladores chilenos, expulsados de sus tierras se movilizaban en grupos y donde se establecían formaban pequeñas comunidades, ya que de ese modo se ayudaban mutuamente y mantenían sus costumbres y lazos familiares. Entre 1910 y 1920, colonos chilenos ocuparon la totalidad del Valle del Lago Blanco, transformándolo en una especie de colonia chilena.
Diversas circunstancias, como la exigencias desde 1914 del abono de un canon de pastaje, y la posterior entrega de tierras en arrendamiento desde principios de la década del 20, privilegiando a europeos, argentinos y norteamericanos, motivó que los chilenos radicados en Argentina se alejaran de la región para colonizar los valles cordilleranos de Chile a los que era imposible acceder desde la costa del Océano Pacífico. Es decir que el gobierno argentino instrumentó una política que negaba la entrega de tierras a chilenos en regiones lindantes con el límite fronterizo. Algunas de las regiones de Chile que se poblaron por dicha política son: Cuenca del Río Frías (vecina al valle argentino de Apeleg, Balmaceda, Chile Chico (en Lago Buenos Aires), el Backer, etc.
José Antolín Ormeño emigró a Argentina en 1.906. Allí residió en los territorios de Neuquén, Río Negro y Chubut. Entró al Alto Simpson en 1913 y por iniciativa propia a fines de 1916 trazó el plano del pueblo Balmaceda. Para 1919, al Valle del Alto Simpson lo habitaban 155 personas, de las cuales 125 eran chilenos repatriados de Argentina. Por su parte, un poco más al norte, el Bajo y el Alto Coyhaique, ya contaban con incipientes poblaciones.
Hasta ese momento, el comercio de lana, animales y cueros se realizaba en su totalidad con Argentina. Tanto era así, que en esa parte del territorio el dinero chileno no era utilizado ni aceptado por los propios chilenos. Durante el verano, los pobladores con mayor poder adquisitivo cruzaban la frontera para comercializar sus productos en Comodoro Rivadavia, en la Costa Atlántica. Los menos pudientes se conformaban con hacerlo con los mercachifles que llegaban procedentes del lado argentino. También en sus costumbres asimilaron la vestimenta y los modos del habla que imperaban en Argentina.
Si bien durante varias décadas la zona de Balmaceda dependió económicamente de Argentina, esa región chilena también hacía sentir su presencia al otro lado de la frontera. Gracias a su abrupta geografía y los frondosos bosques, resultaba el refugio ideal para los cuatreros y criminales que operaban en Argentina.
Durante varias décadas, las mujeres fueron un bien escaso en la mayor parte de la Patagonia. Esta particularidad, a la que se denominó “el mal de la Patagonia”, se acrecentaba en los territorios más alejados de la costa. El rincón comprendido por Lago Blanco, Valle Huemules y Balmaceda no resulté ajeno a él. Esa necesidad de presencia femenina fue medianamente salvada con la proliferación de prostíbulos. En el pueblo de Balmaceda se los toleraba como mal necesario. A ellos asistían hombres de los dos países. También, de vez en cuando, alquilaban alguna de las profesionales y la llevaban a Argentina a pasar una temporada en algún puesto alejado del casco de estancia. En el pueblo de Lago Blanco, eran vistan en las fiestas populares. En general sus clientes eran peones de campo que además eran los que convivían mayor tiempo con la soledad.
Con los años, casi la totalidad de ellas, pudieron abandonar la profesión y formar familia.
A diferencia de los argentinos (en realidad, en un principio inmigrantes europeos) que solo cruzaban la frontera para pasear o comerciar, los chilenos lo hacían para radicarse. En general representaron la imprescindible mano de obra que se ocupaba de los trabajos pesados de las estancias y algunos poblados. De este modo, con el paso de las décadas las poblaciones de uno y otro lado se fueron entremezclando, dando lugar al nacimiento de familias compuestas por integrantes de las dos naciones.
La paz y la armonía entre los dos pueblos vecinos solo se vio perturbada en 1978, cuando Argentina y Chile, comandados por regímenes dictatoriales, estuvieron cerca de entrar en guerra por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del Continente Americano.
Por ese acontecimiento, el Paso Fronterizo del Hito 50 permaneció cerrado entre 1979 y 1985
Texto del libro: “El Viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado
Cuarenta y cinco años después de que Argentina y Chile estuvieran al borde de la guerra por unos islotes en el canal de Beagle,
en el pequeño pueblo de pescadores de Puerto Almanza, del lado
argentino del canal, todavía se pueden ver una serie de cañones
abandonados, mudos testigos de un conflicto que estuvo a solo unas horas
de desatarse, enfrentando a las dos dictaduras más espantosas del Cono
Sur. Hoy, ese lugar es un punto turístico apreciado por las magníficas
centollas que se pescan en el lugar. Y permite ver al otro lado del
canal la pequeña localidad chilena de Puerto Williams. Un paisaje
maravilloso, pero que 45 años atrás estuvo a punto de transformarse en
un infierno.
Cañón abandonado en Puerto Almanza, del lado argentino del canal de Beagle. (Imagen: Gabriela Máximo)
Las 22.00 del día 22 de diciembre de 1978, un viernes, era el momento
en que debería comenzar el ataque argentino a la isla Nueva, una de las
tres en disputa con Chile, en la desembocadura del canal de Beagle -las
otras dos son Picton y Lennox-, iniciando lo que el régimen militar de
Argentina bautizó como Operación Soberanía. El
conflicto llevó a la mayor movilización de tropas en la historia de
ambos países. La cancillería argentina llegó a enviar telegramas
secretos a sus embajadores en el que se les informaba que en 24 horas
debían comunicar a los países respectivos que Argentina estaba en
situación de guerra con Chile.
La flota argentina había partido horas antes,
estando compuesta por un portaaviones, un crucero, cuatro destructores,
dos corbetas y cuatro submarinos. Los esperaban tres cruceros, cuatro
destructores, tres fragatas y tres submarinos chilenos, desplegados en
el área de operaciones. Los chilenos que sintonizaban el día 19 el
noticiario matinal de Radio Minería, escucharon cómo el canciller
argentino decía que se había agotado el tiempo de las palabras y
comenzaba el tiempo de la acción en las relaciones con Chile.
“Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas”, dijo el jefe de la Armada, José Toribio
El vicealmirante chileno Raúl López Silva, a cargo de la Escuadra
Nacional de su país, había recibido un mensaje del almirante José
Toribio Merino, jefe de la Armada y uno de los 4 miembros de la Junta Militar,
afirmando: “Prepararse para iniciar acciones de guerra al amanecer,
agresión inminente”. Horas después recibiría esta orden, escueta, de
solo diez palabras: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas
territoriales chilenas”. El embajador de EEUU en Chile había entregado
al canciller Cubillos fotografías satelitales mostrando el avance de
tropas argentinas hacia Chile en todas las zonas de frontera, norte,
centro y sur.
Un audio del comandante del destructor Portales, el capitán de navío
Mariano Sepúlveda se conocería tiempo después: “Se estima que la
escuadra argentina llegará al objetivo en las primeras horas de mañana
20. ¡Que cada uno de nosotros cumpla con su deber!”.
Las condiciones del mar eran absolutamente desfavorables, con olas
gigantescas y una lluvia torrencial, que hacía imposible llevar a cabo
la misión. El movimiento del mar impedía que los 15 aviones que llevaba
el portaaviones argentino 25 de Mayo pudieran despegar. Por
tanto el portaaviones debía ser custodiado por naves que pasaban de
ofensivas a defensivas. Pero, además, acababan de dar fruto las negociaciones para que el Papa Juan Pablo II interviniera.
Es por eso que a las 18.30 los buques argentinos recibieron la orden de
cambiar de rumbo y regresar a sus bases. Faltaban solo tres horas y
media para que se iniciara la Operación Soberanía, cuando los argentinos
empezaban a dar la vuelta. El radiograma firmado por el general Roberto
Viola ordenando suspender las acciones, informaba que se aceptaba la
mediación papal “momentáneamente”. Un fallo en el sistema de
comunicación hizo que las unidades que debían invadir por tierra
territorio chileno desde la provincia de Neuquén, no recibieran el
mensaje y a las 20.00 tropas de la X Brigada de Infantería penetraron en
territorio enemigo. Hubo que enviar helicópteros para parar esta
incursión.
“En una misa con un capellán nos dieron la extremaunción y nos
repartieron las chapas de identificación para nuestros futuros
cadáveres, con grupo sanguíneo, y a la vez firmamos un testamento para
nuestras familias”, le dijo años después a la BBC Marcelo Jorge Kalen,
entonces un soldado argentino de 19 años, comando paracaidista.
Para Chile no era una novedad ir a la guerra con alguno de sus
vecinos por conflictos limítrofes, pero con Argentina no se había
llegado a un enfrentamiento armado
Para Chile no era novedad ir a la guerra con alguno de sus vecinos
por conflictos limítrofes. Entre 1879 y 1883, libró la Guerra del
Pacífico. Y entre 1836 y 1839, se enfrentó a la Confederación
Peruano-Boliviana. Pero con Argentina, a pesar de los numerosos litigios
fronterizos no se había llegado a un enfrentamiento armado.
A esta situación de 1978 se llegó después de que Argentina no acató la resolución adoptada por una Corte formada por juristas internacionales, bajo el arbitrio de la Corona Británica,
que declarara las islas territorio chileno. Los dos países se habían
sometido voluntariamente al arbitraje, pero el gobierno militar
argentino declaró el fallo “insanablemente nulo”.
A partir de ahí Argentina comenzó a prepararse para la guerra. En el
centro de control aeronáutico situado en el cerro Renca, cerca de
Santiago, empezaron a detectar cazas argentinos entrando a territorio de
Chile. Los aviones se retiraban en cuanto los chilenos despegaban para
interceptarlos.
Cañón abandonado. (Imagen: Gabriela Máximo)
A lo largo del mes de noviembre de este 1978, Argentina convocó a los
soldados que habían concluido el año anterior el servicio militar, para
sumarse a los que todavía estaban prestando servicio y en diciembre
hubo una concentración inédita de tropas en el sur y en toda la frontera
con Chile. Junto a la movilización, hubo ejercicios de oscurecimiento
en ciudades como Mendoza, próxima a la frontera, y también en Buenos
Aires. Una ruta de la provincia de San Juan, fronteriza con Chile, fue
ensanchada para permitir el aterrizaje de aviones. Hubo algunos comandos
de ambos países que se infiltraron en territorio enemigo, llegando a
producirse tiroteo. Un capitán argentino fue detenido en la ciudad
chilena de Puerto Natales. Buques argentinos ingresaban a aguas que los
chilenos consideraban suyas, maniobras que eran interpretadas por Chile
como intentos de provocar incidente.
La mayor parte de la prensa argentina contribuyó al clima bélico.
Numerosos ciudadanos chilenos fueron detenidos y deportados, sobre todo
en Trelew y Comodoro Rivadavia. Había 350.000 chilenos viviendo en la
Patagonia argentina y 200.000 en otras ciudades. Turistas del país
vecino fueron hostilizados.
La Operación Soberanía contemplaba que los
argentinos invadirían las islas en disputa, al tiempo que 15.000
efectivos y 200 tanques del V Cuerpo del Ejército cruzarían la frontera
para apoderarse de Puerto Natales y de ahí seguir hacia Punta Arenas.
Unos 1.500 paracaidistas debían saltar sobre Punta Arenas y otros tantos
sobre las islas en conflicto. Efectivos del III Cuerpo, al mando del
general Luciano Benjamín Menéndez, ingresarían a Chile a la altura de
Temuco, Valdivia y Puerto Montt, para llegar a Valparaíso, el principal
puerto del país. Y en el norte, al frente de los hombres del I Cuerpo de
Ejército, estaba preparado para intervenir el general Leopoldo
Fortunato Galtieri –el mismo que cuatro años más tarde, como jefe de la
Junta Militar, desataría la guerra de las Malvinas.
“Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las
mujeres y orinaré en el Pacífico”, aseguró el general Luciano Benjamín
Menéndez
Los argentinos se jactaban de que iba a ser un paseo. Tenían una
importante superioridad aérea, con varias bases cerca de la cordillera,
con lo que podían ingresar a territorio chileno en cuestión de minutos.
El general Luciano Benjamín Menéndez, el principal promotor de la
guerra, soñaba con desfilar por las calles de Santiago e hizo varias
declaraciones incendiarias, como que el brindis de fin de año lo harían
en el Palacio de La Moneda “y después iremos a orinar el champagne en el
Pacífico”. A los 40 años del conflicto, el general Martín Balza dijo,
en un artículo en Infobae, que la frase de Menéndez fue todavía
más brutal: “Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas,
violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico”, habría dicho el
comandante.
Los chilenos fueron mucho más discretos. En Chile también se
movilizaron tropas, pero de noche, para no alarmar a la población. Los
medios chilenos, contrariamente a lo que sucedía en Argentina, mantenían
la reserva. El general Fernando Matthei, miembro de la Junta, diría
años más tarde: “Decidimos mantener la boca cerrada, cuidar nuestro
lenguaje, no hacer declaraciones altisonantes, patrioteras ni
chauvinistas”. El entonces canciller, Hernán Cubillos, diría dos
décadas después que “estaba seguro que tras una prolongada guerra, las
fuerzas chilenas llegarían a invadir Buenos Aires”.
El propio dictador Augusto Pinochet, que asumió
personalmente el manejo del conflicto, le dijo a la periodista María
Eugenia Oyarzún que el ejército chileno tuvo 10.000 hombres dispuestos a
llegar hasta la ciudad argentina de Bahía Blanca -poco más de 600
kilómetros al sur de Buenos Aires- y desde ahí cortar todos los pasos
hacia el sur, dividiendo a la Argentina en dos. Reconoció que un triunfo
militar sobre Argentina habría sido muy difícil: “Se habría tratado de
una guerra de montonera, matando todos los días, fusilando gente, tanto
por parte de los argentinos como por la nuestra”.
Si la guerra hubiera estallado, se habría podido convertir en un
conflicto a nivel continental con costos altísimos para los dos países.
Según el periodista argentino Bruno Passarelli, autor de El delirio armado
(Sudamericana, 1998). El embajador norteamericano en Buenos Aires, Raúl
Castro, le advirtió al general argentino Carlos Suárez Mason: “No va a
ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una
guerra total en la que los muertos de ambas partes, solo en la primera
semana, se ha calculado que serán unos 20.000”.
Los chilenos temían que la ocasión fuera aprovechada por los vecinos Bolivia y Perú,
con los cuales tenían viejas pendencias limítrofes. Es lo que en la
jerga militar se conocía como HV3, Hipótesis Vecinal 3, conflicto armado
con los tres vecinos, de manera simultánea. El 17 de marzo de 1978 el
dictador boliviano Hugo Banzer había roto relaciones diplomáticas con
Chile, iniciando una ofensiva en la ONU y la OEA a favor de una salida
al mar para su país. En octubre de ese mismo año, el dictador argentino
Jorge Videla se reunió con el general Pereda, que acababa de derrocar a
Banzer y firmaron un comunicado apoyando el pedido de salida al mar de
Bolivia, así como la soberanía argentina en el Atlántico Sur, incluyendo
Malvinas y el Beagle.
En Perú, el gobierno militar encabezado por el nacionalista de
izquierda Juan Velasco Alvarado, que había mantenido buenas relaciones
con el gobierno socialista chileno de Salvador Allende,
se venía preparando para el conflicto con Chile para recuperar Arica, y
tenía armamento soviético que lo colocaba en una situación favorable,
frente al embargo de armas que venía sufriendo la dictadura de Chile
desde 1976. Pero a esta altura Velasco estaba ya muy enfermo y su
sucesor, el general Francisco Morales Bermúdez dio un golpe de timón al
centro.
“La situación en la base de Punta Arenas era una verdadera pesadilla.
Los aviones estaban a la intemperie y sin protección de ninguna
especie", reconoció años más tarde el general chileno Matthei
En 1978, Chile tenía una población de 11,1 millones de habitantes y
Argentina de 26,4. La economía argentina era cuatro veces la chilena. El
gasto militar era de 750 dólares por habitante en Chile y 1.600 en
Argentina. El general Matthei reconocería años más tarde que la Fuerza
Aérea chilena no estaba preparada para la guerra, con los pocos
efectivos disponibles concentrados en el norte, ante la perspectiva de
la guerra con Perú. “La situación en la base de Punta Arenas era una
verdadera pesadilla (…) Los aviones estaban a la intemperie y sin
protección de ninguna especie, de manera que cualquier aparato argentino
podía verlos y ametrallarlos. Pero esto no quiere decir que el
resultado de la guerra estaba decidido".
Ese 1978, los militares argentinos vivían un momento de euforia. La
selección de fútbol que dirigía César Luis Menotti -con Kempes,
Passarella, Alonso, Ardiles y Bertoni entre sus jugadores más
destacados- acababa de ganar el mundial celebrado en el propio país,
apenas se hablaba de la represión y los desaparecidos y la condena
internacional no era tan unánime.
En Chile, el régimen estaba con tensiones internas. Pinochet convocó
un referéndum en enero para conseguir un respaldo a su persona, tras las
sucesivas condenas de la comunidad internacional por violaciones a los
derechos humanos. La presión de los EE.UU. por el asesinato en
Washington de Orlando Letelier se hizo insoportable. El hallazgo de
restos de campesinos enterrados clandestinamente en una mina de cal en
Lonquén, desmentía la teoría oficial que negaba la existencia de
desaparecidos. Y el general Gustavo Leigh, que venía siendo cada vez más
crítico con Pinochet y sus planes políticos y económicos, acabó
perdiendo el pulso que mantenía con Pinochet y fue expulsado de la
Junta. Eso tuvo como consecuencia que Pinochet afianzara su posición,
concentrando todo el poder en su persona, cosa que no sucedía en
Argentina, con Videla teniendo que lidiar con el resto de la Junta y con
unas FF.AA. divididas entre “blandos” y “duros”.
LA MEDIACIÓN DEL VATICANO
El último esfuerzo diplomático para evitar la guerra lo hizo Chile.
El 12 de diciembre, el canciller Hernán Cubillos viajó a Buenos Aires
para entrevistarse con su homólogo argentino, Washington Pastor. Ambos
llegaron al acuerdo de solicitar la mediación papal, pero horas más
tarde el acuerdo fue desconocido por la Junta argentina. Inmediatamente
después de este encuentro hubo una reunión de la cúpula militar
argentina en el edificio Cóndor, con la ausencia de Videla y del
canciller, donde se le puso fecha y hora a la guerra: 22 de diciembre a
las 22.00. Durante diez prevaleció la lógica de la guerra, pero el
sector más duro de los militares argentinos terminaron por aceptar la
mediación papal.
Antonio Samoré.
El papel de la Iglesia de ambos países y del Vaticano fue decisivo.
Juan Pablo II había llegado al papado en agosto de 1978. El nuncio en
Buenos Aires, Pío Laghi le informó inmediatamente de los planes de
guerra de los militares argentinos. Juan Pablo II recibiría en secreto
al cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal, que
le dijo que Videla solo estaba dispuesto a detener la guerra si el papa
intervenía personalmente. Antes, cuando asumió el papado Juan Pablo I,
que murió el 28 de septiembre de ese año tras menos de un mes en el
cargo, el cardenal chileno Raúl Silva Henríquez también le pidió su
mediación. En la ceremonia en la que todos los cardenales saludaban al
nuevo papa, el chileno estuvo largo rato arrodillado besándole el
anillo, y pidiéndole su intervención. Juan Pablo I llegó a mandar una
carta a los dos gobiernos pidiendo la paz.
Tras conseguir parar la máquina de la guerra, el papa envió al cardenal Antonio Samoré
para que mediase el acuerdo. El italiano tendría por delante un arduo
trabajo. Argentina llegó a plantear reclamaciones sobre diez islas. “En
la larga historia de los conflictos y controversias limítrofes era la
primera vez que un país reclamaba, como soberano, un lugar donde jamás
había puesto un pie”, le dijo Samoré al obispo argentino Justo Laguna.
La mediación ya llevaba tres años cuando Argentina inició la guerra de
Malvinas contra el Reino Unido. La falta de acuerdos llevó a Samoré a
decir que “no aguantaba más”, amenazando con su renuncia. El proceso
solo se destrabó cuando Argentina recuperó la democracia, en 1983. Pero
Samoré no llega a verlo, porque murió el 4 de febrero de ese año.
POR FIN, UN ACUERDO
La decisión fue que las tres islas del Beagle quedarían para Chile,
pero Argentina lograba el reconocimiento de una gran zona marítima y se
mantenía el principio del Atlántico para Argentina y el Pacífico para
Chile. Raúl Alfonsín, el primer presidente argentino
tras el fin de la dictadura, decidió darle mayor fuerza al acuerdo
celebrando un referéndum no vinculante, que fue respaldado por el 81,13 %
de los votantes, con 17,24 % de votos negativos. Hubo una participación
del 70,17 %, pese a que no era una consulta de participación
obligatoria.
HISTORIA DIPLOMÁTICA DEL CONFLICTO
Las
diferencias entre Argentina y Chile por los límites en el Beagle
pudieron ser solucionadas por los distintos tratados que firmaron ambos
países a lo largo de más de un siglo. En 1826 y 1855 se comprometieron a
respetar los territorios que ambas naciones tenían antes de su
emancipación. Chile estableció en su Constitución que el país abarcaba
desde los Andes hasta el Pacífico y desde el desierto de Atacama hasta
el Cabo de Hornos. Pero la cordillera no llega hasta el Cabo de Hornos,
se desplaza hacia el Pacífico a la altura de la provincia argentina de
Santa Cruz y acaba sumergiéndose bajo el océano cerca del Estrecho de
Magallanes. Para la Tierra del Fuego sería necesario trazar una frontera
relativamente arbitraria.
En el libro de Alberto R. Jordán, El Proceso, se afirma que en
1843 Chile comienza su expansión hacia el este con la fundación de un
fuerte en pleno Estrecho de Magallanes, que después dará lugar a la
ciudad de Punta Arenas: “A pesar de las protestas argentinas, esta
expansión prosigue en los años siguientes y se cristaliza, ya a fines de
la década de 1870, en una suerte de colonización de nuestra actual
provincia de Santa Cruz. Desde allí Chile lanza expediciones y captura
buques extranjeros que navegan por el Atlántico, indicando así, con
hechos concretos, que no pensaba limitar su soberanía a la estrecha
franja comprendida desde los Andes hasta el Pacífico”. Una circunstancia
favoreció en esos años a Argentina: la decisión chilena de despojar a
Bolivia de su salida al mar obligó a los chilenos a retirarse de la
Patagonia, ante la imposibilidad de mantener abiertos dos frentes de
guerra.
En 1876 se empezó a gestar el Tratado General de Límites en el que Chile
sugirió dividir la Patagonia por el paralelo 45º, a la altura de la
provincia argentina de Chubut: todas las tierras situadas al sur serían
chilenas. Propuesta rechazada por Argentina, que sostuvo que el límite
de los Andes debía seguirse hasta donde fuera posible y que en la Tierra
del Fuego debía seguirse una línea más o menos vertical. Se impuso la
propuesta del entonces ministro argentino de Relaciones Exteriores
Bernardo de Irigoyen, reservando la Patagonia para Argentina,
reconociendo a Chile el derecho sobre la vía que comunica los dos
océanos y repartiendo en partes iguales la Isla Grande de la Tierra de
Fuego. Pero las islas e islotes al sur quedaron sujetos a
interpretaciones opuestas.
En 1902, durante el gobierno del general Julio Argentino Roca, se acordó
que los pleitos serían sometidos a la corona británica. Posteriormente
Argentina consideró que el país europeo no era un árbitro adecuado,
teniendo en cuenta el factor Malvinas.
En 1971 ambos países vuelven a someterse al arbitraje británico. En
Chile esta Allende en la presidencia, mientras en Argentina el
presidente de facto era el general Alejandro Agustín Lanusse. El
arbitraje británico era puramente formal. La soberana, Isabel II, se
limitaba a recibir el fallo de los cinco jueces de diversas
nacionalidades de tres continentes - Estados Unidos, Francia, Nigeria,
Reino Unido y Suecia- entregando al final la decisión a las partes, sin
ninguna intervención en el contenido.
El 18 de febrero de 1977 la Corte emitió su dictamen y la soberana
británica lo entregó a Chile y Argentina el 2 de mayo. El fallo recogió
la tesis argentina de que el Canal de Beagle, entre la Isla Novarina y
la Tierra de Fuego, debía ser dividida por su línea media, contra la
pretensión de Chile de que se le reconociese la posesión total del
canal, desde una orilla a la otra, en lo que se denominó la “costa
seca”. Pero el laudo otorgaba a Chile la posesión total de las tres
islas en disputa.
El fallo no aplacó las declaraciones hostiles de los argentinos. El
almirante Massera, jefe de la Armada y miembro de la Junta Militar,
exhortó a los infantes de Marina en Tierra del Fuego el 22 de febrero de
1978: “Todo el país está mirando hacia el Sur, seguro de que el
gobierno de las Fuerzas Armadas no va a canjear la honra y los bienes de
los argentinos por el decorativo elogio de aquellos que enmarcan su
debilidad o sus intereses con falaces apelaciones a la paz. Amamos la
paz, pero la paz deja de ser un valor moral cuando su precio es la
justicia y el derecho. La Argentina de hoy, unida como nunca, sabe que
sus Fuerzas Armadas no permitirán que la buena fe sea malversada. Como
las unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea, todos los componentes
del poder naval están listos para cumplir con el mandato de un pueblo
que no admite más tergiversaciones. Que nadie lo olvide, se está
agotando el tiempo de las palabras”.
Los dictadores de ambos países, Videla y Pinochet, se reunieron dos
veces a comienzos de 1978. Primero en Plumerillo (Mendoza, Argentina),
en un encuentro que duró 12 horas, el 19 de enero; y el 19 de febrero en
Puerto Montt (Chile), durante 13 horas. El general Matthei, comandante
de la Fuerza Aérea chilena, recordó la primera reunión como inútil:
“Pinochet se encerró durante varias horas con el general Videla,
mientras nosotros nos reuníamos con nuestros colegas a discutir
diferentes propuestas. En realidad, sentí que tanto ellos como nosotros
estábamos haciendo el gesto de juntarnos a conversar, pero que nadie
creía que de esa reunión pudiera salir algo realmente útil. Simplemente,
las posiciones no coincidían. A mi juicio, esta cita -al igual que la
posterior efectuada en Puerto Montt, formó parte de una partitura
operática [sic] en que las partes actuaron según su propio libreto, pero
a nadie le importaba un rábano lo que se decía”.
Pinochet y Videla
El 25 de enero Argentina declaró el laudo “insanablemente nulo”,
considerando que transgredía derechos e intereses permanentes argentinos
que jamás habían sido sometidos a arbitraje. De acuerdo a la
interpretación argentina, su gobierno no estaba obligado a admitir los
términos del fallo. El canciller Oscar Montes, argumentó: “La Argentina,
asistida por destacados internacionalistas, ha encontrado en el laudo
errores de derecho que son inaceptables. No se trata de una posición
caprichosa de un mal perdedor”. Apuntó también errores históricos y
geográficos, “como, por ejemplo, cuando se determina que el océano
Atlántico llega hasta la Isla de los Estados y no hasta el cabo de
Hornos”.
La reacción argentina fue considerada una “salvajada jurídica” por los
chilenos. Y Argentina rompía una tradición jurídica de respeto a los
fallos de aquellos árbitros internacionales a los que se había sometido
voluntariamente para dirimir anteriores conflictos. Pablo Lacoste,
profesor en universidades chilenas y argentinas, observó: “Esta
tradición comenzó en la década de 1870: después de la Guerra de la
Triple Alianza, la clase dirigente argentina tomó la decisión de
renunciar al uso de la fuerza y, en su lugar, emplear mecanismos
políticos de solución de controversias para solucionar los temas de
límites pendientes con sus vecinos (…) En 1876, en el caso del Chaco
Boreal, el presidente de EE.UU. falló a favor de Paraguay y Argentina lo
aceptó; en 1895, en el litigio por las Misiones Orientales, el
presidente de los EE.UU. falló a favor de Brasil, y la Argentina lo
aceptó; en 1899, 1902 y 1966 se produjeron tres fallos arbitrales
referentes a la frontera con Chile y la Argentina los volvió a aceptar.
Con estas decisiones, Argentina evitó nuevas guerras, mantuvo más de un
siglo de paz y construyó una sólida tradición pacifista en su política
exterior”.
La segunda reunión entre los dictadores se produjo después de conocerse
el fallo británico. Pinochet sorprendió a los argentinos con un discurso
que dejó a Videla fuera de juego y sin respuesta: “Ha quedado
taxativamente establecido que las negociaciones no configuran
modificación alguna de las posiciones que las partes sostienen con
respecto al laudo arbitral en la región. Mi gobierno ratificó en forma
oficial y pública que, de acuerdo a los compromisos previstos, la
delimitación de las jurisdicciones quedó refrendada en forma definitiva
en la sentencia de Su Majestad Británica. Por tanto, las negociaciones a
realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo
reconoció para Chile”.
Las palabras de Pinochet causaron “desagrado y sorpresa” en la
Argentina, según escribió entonces el diario La Nación. Videla respondió
con un discurso de circunstancias que cayó mal a los halcones de Buenos
Aires. En el libro Disposición Final, Videla le dice al
periodista Ceferino Reato: “Pinochet me planteó un problema. ¿Qué hacer?
¿Retirarme al frente de mi delegación y romper la posibilidad de una
negociación que, más allá de ese discurso inesperado (de Pinochet) había
quedado plasmada en el documento firmado? Opté por una respuesta de
circunstancia sobre la hermandad entre ambos países, la
complementariedad comercial... Me pareció lo mejor, no quise romper
todo. La comisión que me acompañaba se enojó conmigo, consideró ese
discurso como una aflojada. En la Argentina también cayó muy mal, los
comandantes se sintieron todos halcones”.
Bajo qué condiciones Chile se hubiese impuesto a guerra con Argentina en 1978
Esteban McLaren
El Conflicto de Beagle de 1978 entre Chile y Argentina fue una disputa territorial por la soberanía de las islas en el Canal de Beagle, ubicado en el extremo sur de América del Sur. Ambos países reclamaron las islas, lo que llevó a una confrontación casi militar. Para explorar bajo qué circunstancias Chile podría haber ganado una hipotética guerra contra Argentina durante este conflicto, debemos considerar varios factores:
Una realidad económica y militar desfavorable
Chile atravesaba una crisis económica severa y enfrentaba un embargo internacional para la compra de armamento debido a las violaciones de derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Argentina, por su parte, tenía una economía más grande y acceso a una industria militar propia. Esto significaba que Chile tendría dificultades para sostener un conflicto prolongado y reabastecerse de equipo bélico.
Fuerza y estrategia militar
Preparación militar: Si Chile hubiera tenido una mejor preparación militar y una planificación estratégica superior, podría haber tenido una ventaja. Esto incluye tropas bien entrenadas, armamento avanzado y apoyo logístico eficaz.
Ventaja geográfica: La geografía de Chile, caracterizada por las montañas de los Andes y una extensa costa, podría haber proporcionado defensas naturales y complicado los avances argentinos. Bien aprovechadas podría ralentizar el avance argentino.
Sobre-inversión en capacidad naval: El control de las rutas navales y de las islas en disputa en el Canal de Beagle habría sido crucial. La armada de Chile, si hubiera sido superior, podría haber asegurado el dominio marítimo y cortar las líneas de suministro argentinas. Pero, Chile carecía de submarinos activos, carecía también de una fuerza aérea efectiva y, desde el punto de vista terrestre, carecía de municiones, armamento antitanque, una dotación de personal enlistado con claros signos de pobre alimentación producto de décadas de mala administración económica..
Si bien Argentina tenía una superioridad numérica y material, Chile contaba con una ventaja geográfica clave: la cordillera de los Andes. Una invasión terrestre masiva habría sido extremadamente complicada para Argentina, limitando sus movimientos y obligándola a depender de operaciones aéreas y marítimas. El conflicto se habría librado en su mayoría en zonas insulares y marítimas. La Armada de Chile, con mejor entrenamiento y capacidades, tenía la posibilidad de establecer un bloqueo naval, dificultando el abastecimiento argentino y complicando una ocupación prolongada de las islas en disputa.
Factores diplomáticos e internacionales
Apoyo internacional: Obtener aliados y apoyo internacionales podría haber desempeñado un papel importante. Si Chile hubiera obtenido el respaldo de las principales potencias o de los países vecinos, podría haber recibido ayuda militar, suministros o presión diplomática contra Argentina.
Estabilidad económica: Habría sido esencial mantener la estabilidad económica y el apoyo al esfuerzo bélico. La capacidad de Chile para sostener su economía durante el conflicto podría influir en el resultado de la guerra.
Otro factor determinante habría sido la falta de apoyo externo. Chile estaba aislado diplomáticamente, mientras que Argentina, a pesar de su propia dictadura, mantenía mejores relaciones con sus vecinos. Sin apoyo internacional en términos de armamento y logística, Chile habría enfrentado serios problemas para sostener una guerra.
Estabilidad política e interna
Unidad Nacional: Una fuerte unidad nacional y el apoyo público a la guerra habrían reforzado la determinación y la capacidad de Chile para movilizar recursos y personal de manera efectiva. Igualmente si es por unión nacional y moral en el combate, los japoneses hubiesen triunfado en la Segunda Guerra Mundial y el plomo fue más fuerte.
Liderazgo y mando: El liderazgo y el mando efectivos dentro del ejército y el gobierno habrían sido fundamentales para tomar decisiones estratégicas y mantener la moral.
Factores tácticos y operativos
Sorpresa e innovación: La utilización de tácticas sorpresa y estrategias de guerra innovadoras podría haberle dado a Chile una ventaja. Esto podría incluir guerras no convencionales, tácticas de guerrilla o aprovechamiento de la tecnología.
Escenarios hipotéticos
Ataques preventivos: Si Chile hubiera iniciado ataques preventivos para neutralizar activos militares argentinos clave, podría haber obtenido una ventaja temprana.
Conflicto prolongado: En un conflicto prolongado, la capacidad de Chile para sostener las operaciones y adaptarse a las circunstancias cambiantes habría sido vital. La guerra de desgaste podría haber favorecido al bando con mayor resiliencia y resistencia.
Resultados potenciales
Victoria rápida: En condiciones óptimas, con estrategia y ejecución superiores, Chile podría haber asegurado una victoria rápida capturando posiciones estratégicas y obligando a Argentina a negociar.
Estancamiento: Un escenario más probable podría ser un estancamiento, en el que ambas partes sufran pérdidas significativas y, en última instancia, busquen una resolución diplomática, similar al resultado real facilitado por la mediación papal.
Guerra prolongada: si el conflicto se prolongó, la intervención internacional o las presiones internas podrían haber obligado a una resolución, cuyo resultado dependía de la capacidad de cada país para sostener el esfuerzo bélico.
Si Chile lograba evitar una invasión terrestre y sostenía su dominio naval en el Canal de Beagle, podría haber desgastado a Argentina en una guerra limitada, forzándola a negociar. Sin embargo, en un conflicto prolongado, la superioridad económica y de recursos de Argentina habría inclinado la balanza a su favor.
Conclusión
Si bien una hipotética victoria chilena en el conflicto de Beagle de 1978 habría dependido de numerosas variables, el éxito habría requerido una estrategia militar superior, un liderazgo efectivo, apoyo internacional y un esfuerzo nacional sostenido. La resolución histórica real a través de la mediación papal resalta las complejidades y los costos potenciales de tal conflicto, enfatizando la importancia de las soluciones diplomáticas.
Una victoria chilena en 1978 habría requerido un golpe preventivo
exitoso, un dominio absoluto del mar y una capacidad de resistencia
económica que, en la realidad de la época, era difícil de sostener. La
solución diplomática que finalmente se alcanzó fue, probablemente, el
mejor desenlace posible para Chile en aquel contexto.
El Vampiro del Cerro Dorotea: Un Misterio en Medio de la Crisis del Beagle
En los turbulentos días de la crisis del Beagle de 1978, cuando Chile y Argentina rozaban el borde de la guerra, los ánimos en la frontera estaban tensos. Las trincheras se alzaban cerca de Dorotea, un pequeño poblado fronterizo a tan solo 20 kilómetros de Puerto Natales y a 7 kilómetros de Río Turbio. Desde las laderas del Cerro Dorotea, cuyo nombre remonta a una expedición del Capitán Eberhard en 1892, se extraía leña para calentar los hogares de Natales. Sin embargo, en esa noche particular de crisis, la leña no era lo único que emergía de esas tierras antiguas y misteriosas.
Estábamos en una trinchera, con la incertidumbre constante de un posible ataque argentino. El ánimo era alto, pero la tensión se podía palpar en cada respiro. Esa noche, nos ordenaron realizar una patrulla de reconocimiento. Mientras avanzábamos a través del bosque, vimos luces extrañas que se movían entre los árboles. Al principio pensamos que podrían ser soldados argentinos intentando infiltrarse, pero lo que sucedió después nos dejó perplejos: las luces empezaron a cambiar de color, como si tuvieran vida propia, y luego, increíblemente, se sumergieron en la tierra ante nuestros ojos. Al levantar la vista al cielo, las estrellas parecían distintas, como si estuvieran en un lugar desconocido.
Durante el desayuno del día siguiente, compartí mi inquietud con un viejo poblador de la zona. Me habló de leyendas de contrabandistas y brujos que habitaban la región, pero no podía sacudirme la sensación de que había algo más profundo y oscuro sucediendo. Las preguntas rondaban mi mente sin respuestas claras.
Esa misma noche, en una salida de patrulla bajo la luna, tropezamos con algo aún más desconcertante: tres ovejas muertas, completamente desangradas, con dos marcas de colmillos en sus cuellos. El miedo nos invadió. Uno de los soldados más viejos, visiblemente aterrado, murmuró lo que nadie quería decir en voz alta: "Esto fue obra de un vampiro... no hay otra explicación." En medio de la tensión de la casi guerra, nos encontrábamos atrincherados en una tierra de misterios, de contrabandistas, de brujos... y ahora, tal vez, de vampiros.
Algunos empezaron a teorizar que podría tratarse de un espía argentino usando el mito para cubrir sus huellas, pero la falta de respuestas solo avivaba las especulaciones. Nos contactamos con un antiguo vecino de Puerto Natales, un hombre conocedor de las ciencias ocultas. Nos habló de ataques similares en estancias más alejadas, donde animales habían sido encontrados en circunstancias igualmente macabras.
Sin embargo, tras esa noche, las luces desaparecieron y nunca más volvimos a encontrar ovejas muertas. No obstante, el enigma permaneció. El silencio era inquietante, y las preguntas, muchas, quedaron sin respuestas.
Décadas después, en un programa de radio dedicado a los OVNIs, se relató un hecho alarmante: en el sector de Huertos Familiares, un gallinero había sido atacado. Las aves fueron encontradas sin una gota de sangre, con marcas de colmillos en sus cuerpos. El rumor del chupacabras comenzó a correr, pero ¿acaso esa criatura legendaria era responsable? Las coincidencias eran demasiado perturbadoras: Huertos Familiares se encontraba cerca del Cerro Dorotea (51°36'16"S 72°19'56"W).
Aún hoy, las sombras de aquella crisis bélica y los misterios del Cerro Dorotea siguen envolviendo la zona en un velo de incertidumbre. ¿Qué fue lo que realmente vimos aquella noche? ¿Qué acechaba en la oscuridad, mientras el mundo temía una guerra, pero nosotros temíamos algo más? (El Tirapiedras)
Poco después del mediodía del 11 de septiembre de 1973,
el Palacio presidencial de La Moneda ardía en llamas bajo el bombardeo
aéreo de los militares golpistas, cuando un grupo de hombres abandonó el
edificio y se rindió. Eran los integrantes del GAP -Grupo de Amigos del Presidente, encargados de la seguridad personal de Salvador Allende-,
agentes de la Policía de Investigaciones (PDI) y algunos asesores que
acompañaban al presidente chileno en las horas finales del ataque al
Palacio. Los hombres fueron llevados al Regimiento Tacna, brutalmente
torturados y dos días después enviados en camiones al campo militar de
Peldehue, donde fueron sumariamente ejecutados. Simultáneamente, por
todo Chile los militares llevaban a cabo una cacería implacable a los
seguidores del gobierno socialista depuesto. Allende estaba muerto
y centenares de sus partidarios morirían en los próximos días. El
régimen militar que se instauraba en Chile por 17 años estaría marcado
por la brutalidad y por la práctica de ejecuciones sumarias, teniendo a
los GAP entre sus primeras víctimas.
El país estaba bajo estado de sitio. Millares de chilenos eran llevados a campos de prisioneros improvisados. Eran tantos que once estadios de fútbol fueron convertidos en prisión y centros de tortura.
El bando número 1 de los militares decía que cualquier “acto de
sabotaje” sería castigado “en la forma más drástica en el lugar mismo de
los hechos”. Los comandantes y jefes de zona estaban autorizados a
realizar consejos de guerra y aplicar la Ley de Fuga para justificar las ejecuciones.
Las embajadas extranjeras estaban llenas de perseguidos que
intentaban obtener asilo político y escapar a la prisión y la muerte.
Miles buscaron protección de diversos organismos internacionales y otros
optaron por abandonar el país clandestinamente.
Cinco horas después del inicio del golpe, la Junta Militar
emitió el bando número 10. Contenía los nombres de 92 integrantes del
gobierno depuesto de la Unidad Popular que deberían presentarse al
Ministerio de Defensa antes de las cuatro de la tarde. Luis Maira
era uno de ellos. Durante 12 días, el ex coordinador del grupo
parlamentario de la UP, entonces con 33 años, se escondió en Santiago,
cambiando de dirección cada 24 horas, hasta conseguir asilo en la
embajada de México. Allí estuvo por nueve meses con otros 200 chilenos,
hasta conseguir partir al exilio.
Cincuenta años después Maira recordó, en declaraciones al diario
chileno “La Tercera”, que decidió dejar el país al escuchar el duro
pronunciamiento del comandante de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh,
por cadena nacional. “Dijo que habían detenido a muchos extremistas,
pero que se habían dado cuenta de que las listas no tenían las debidas
prioridades, por lo que habían seleccionado a 13 personas, a los
dirigentes principales a los que calificó de marxistas antipatriotas.
[Deberían] detenerlos para interrogarlos, apremiarlos y castigarlos”,
recordó Maira. “Me di cuenta de que ya no tendría muchas posibilidades
de sobrevivir”, añadió.
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos
El miedo imperaba en el país. Desde las primeras horas del nuevo
régimen, los chilenos tenían noticias de torturas y muertos. Y también
de delación de ciudadanos, que denunciaban a vecinos, colegas de
trabajo, adversarios, que acababan detenidos y muchas veces muertos. Las
universidades y los medios de comunicación fueron intervenidos. Se
declaró la disolución de todas las organizaciones de trabajadores,
campesinas, estudiantiles, culturales, gremiales y deportivas.
Por decreto, los registros electorales fueron quemados, por el motivo
obvio de que estaba suspendida la democracia representativa por el
voto. La represión era indiscriminada. Parte de la historia de este
período está documentada en el impresionante Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, fundado en el 2010 para que no sea olvidada (MMDH - Museo de la Memoria y los Derechos Humanos).
Con la vuelta de la democracia, en marzo de 1990, fue creada la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, conocida como Comisión Rettig -por
el nombre de su presidente, el jurista Raúl Rettig-, para investigar
los crímenes cometidos por la dictadura contra los derechos humanos. Más
tarde, otro grupo, la Comisión Valech -por el obispo Sergio Valech- dio continuidad a dicho trabajo.
En los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas: 2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas
Según los informes Rettig (1991) y Valech (2003), ambos actualizados
con el tiempo, en los 17 años de dictadura hubo 3.216 personas muertas:
2.129 ejecutadas, 1.087 desaparecidas. El 68,57 % de las detenciones
reconocidas por la Comisión Valech ocurrieron entre el 11 de septiembre y
el 31 de diciembre de 1973. El número de personas que sufrieron prisión política y/o torturas, fue de casi 40.000.
A pesar de la concentración de víctimas en los primeros meses, la
práctica de la prisión, tortura y ejecución contra los opositores fue
mantenida durante muchos años.
La ejecución de los miembros de seguridad del presidente Allende el
día 13 de septiembre de 1973 fue típica de lo que ocurriría en los años
siguientes. El episodio fue reconstruido en detalle por Jorge Escalante,
en el reportaje “Yo maté a los prisioneros de La Moneda”, publicado en
2002 en el diario “La Nación”. Uno de los periodistas chilenos que más
investigó sobre el aparato represivo, Escalante consiguió entrevistar a
uno de los militares que participó en la ejecución de los GAP, que
relató lo ocurrido.
Después de que llegaron al regimiento Tacna, a poco
más de un kilómetro del Palacio de la Moneda, los hombres fueron
mantenidos boca abajo, tendidos en el suelo. Durante dos días fueron
torturados. El general Pinochet en persona fue hasta el lugar. Uno de
los presos, Pablo Zepeda Camilliere, consiguió escapar
pues lo trasladaron por error al Estadio Chile. Zepeda, cuenta el
periodista, asistió al siguiente diálogo entre Pinochet y el comandante
del regimiento, Joaquín Ramirez Pineda.
Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP
Pinochet le pregunta quiénes son los prisioneros. “Estos son los
escoltas de Allende, mi general, son los GAP y otros asesores”. Pinochet
es directo en la respuesta: “A estos huevones me los fusilan a todos”.
El relato coincide con lo que Escalante oyó del coronel Fernando Reveco Valenzuela. Según el coronel “Pinochet estuvo en el regimiento Tacna observando cómo torturaban a los GAP”.
El número de ejecutados en este episodio es incierto, pero de acuerdo con relatos de algunos militares fueron 27 los guardaespaldas, asesores y
agentes presos después de rendirse en La Moneda. Todos menos Zepeda
fueron llevados en un camión, atados de pies y manos, hasta el campo
militar de Peldehue, en las afueras de Santiago. Al llegar al destino se
les desataron los pies para que dieran los últimos pasos de su vida.
Uno a uno, fueron ejecutados a tiros de ametralladora y lanzados
directamente en un pozo seco y profundo, con las manos atadas.
Logo de la DINA.
Los militares volvieron al mismo pozo en 1978 para llevar a cabo otra operación. En aquel año fueron encontrados los cuerpos de 15 campesinos
que habían sido presos por una patrulla de carabineros el 8 de octubre
de 1973, en la comunidad rural de Isla de Maipo, sin que nunca más
aparecieran. Sus restos mortales estaban dentro de unos hornos
abandonados de una mina de cal de Lonquén. Era la primera prueba
concreta de lo que todos en el país sabían, pero que los militares
negaban descaradamente: que el gobierno ejecutaba opositores y que había
detenidos-desaparecidos. Fue un doloroso descubrimiento para los
familiares de decenas de desaparecidos: sus seres queridos, muy
probablemente estaban también muertos.
Para los militares, el momento era de alerta. La aparición de nuevas
víctimas de ejecuciones dejaría al régimen vulnerable a las presiones
internas y de la comunidad internacional. La orden era hacer desaparecer todos los restos mortales
escondidos clandestinamente en Chile. Fue así que, en diciembre de
1978, un vehículo militar se estacionó junto al pozo de Peldehue. Los
soldados desenterraron lo que encontraron de los cuerpos de los GAP y
otros asesores de Allende ejecutados cinco años antes. En sacos, fueron
embarcados en helicópteros Puma y lanzados al mar, bien lejos de la
costa en el Océano Pacífico. El procedimiento macabro se repitió en
otras tumbas clandestinas por todo el país.
En marzo de 2001, once años después de la redemocratización, fueron realizadas nuevas pesquisas en el pozo de Peldehue
por orden judicial. Los peritos encontraron quinientas piezas óseas, lo
que permitió identificar a algunos de los ejecutados: tres miembros del
GAP, un ingeniero, un sociólogo y un médico psiquiatra.
Manuel Contreras
Al comienzo de la dictadura, la violación sistemática de los derechos
humanos fue ejecutada por medio de órganos estatales que ya existían:
Fuerzas Armadas, Carabineros y Policía de Investigaciones. Pero pronto
otras estructuras fueron creadas especialmente para este fin. En 1974
surgió la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), a cuyo comando estuvo el coronel Manuel Contreras,
que respondía directamente a Pinochet. Todos los días Contreras iba a
buscar al dictador a su casa y le acompañaba en coche hasta su despacho,
momento en el que le informaba detalladamente de sus operaciones.
Conocida por su brutalidad, la DINA persiguió de forma implacable a los
izquierdistas que estaban en la clandestinidad. Un año después surgió el
Comando Conjunto, una organización clandestina que dependía de la
Fuerza Aérea y que actuó durante dos años.
En 1977 la DINA fue sustituida por la Central Nacional de
Informaciones (CNI), que actuó hasta 1990. La disolución se produjo por
presión de los EE.UU., cuando se constató que agentes del órgano estaban
involucrados en el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier. El atentado ocurrió en septiembre de 1976 y en él murió también la americana Ronni Moffitt. Uno de los implicados en el asesinato fue el ciudadano estadunidense Michael Townley, reclutado como agente de la DINA. Townley fue también el asesino del general Carlos Prats, ministro de Defensa de Allende, que murió junto a su mujer en un atentado con bomba en Buenos Aires, en septiembre de 1974.
El rastro de sangre de la Caravana de la Muerte
Uno de los casos más emblemáticos de la barbarie de la dictadura fue conocido como La Caravana de la Muerte,
en 1973. Pocos días después del golpe, Pinochet ordenó una operación de
caza y eliminación de los partidarios de Allende en todas las regiones
del país. El mando de la misión le fue entregado al general Sergio Arellano Stark,
que debería revisar los procesos judiciales iniciados inmediatamente
después del golpe contra partidarios de la Unidad Popular, y exigir el
máximo castigo. El día 30 de septiembre, la comitiva partió al sur de
Chile a bordo de un helicóptero militar Puma y recorrió la zona de
Puerto Montt. Enseguida partió hacia el norte, entre Arica y La Serena.
En cada ciudad en donde se posaba, el Puma de Arellano Stark dejaba un
rastro de sangre. La misión concluyó el 22 de octubre. En menos de un
mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas.
En menos de un mes, La Caravana de la Muerte ejecutó al menos a 72 personas
La dinámica de esta operación fue revelada magistralmente por la periodista chilena Patricia Verdugo en su célebre libro Los Zarpazos del Puma,
que años más tarde se convirtió en uno de los expedientes acusatorios
más importantes sobre los crímenes cometidos por el general Augusto
Pinochet y sus cómplices. Una de las muchas paradas de La Caravana de la Muerte fue en la ciudad de La Serena, según relata Patricia Verdugo:
“El helicóptero Puma llegó a La Serena el martes 16 de octubre de
1973, alrededor de las once de la mañana. El comandante del regimiento
motorizado de Arica, teniente coronel Ariosto Lapostol Orrego, recibió al general Sergio Arellano en
el aeropuerto local y fue notificado de la calidad extraordinaria que
ostentaba: Delegado del Comandante en Jefe del Ejército y la Junta
Militar de Gobierno (…) Dos jeeps militares con boinas negras se
estacionaron frente al recinto carcelario como a las 13 horas y aumentó
ostensiblemente la guardia militar frente a la puerta. Quince
prisioneros fueron sacados rumbo al regimiento poco antes de las 14
horas. Su salida quedó registrada en el folio número 35 del Libro de
Detenidos 1973. Y, como a las 16 horas, se escucharon fuertes y
repetidas descargas de metralletas”. Los ejecutados eran todos jóvenes
socialistas.
En 2015, el general en la reserva Joaquín Lagos Osorio,
comandante militar de la región de Antofagasta en aquella época, haría
un tenebroso relato a la fiscalía, aunque con una pequeña discrepancia
en el número de presos: “La Comitiva del General Arellano había
sacado del lugar de detención a 14 detenidos que estaban en proceso, los
había llevado a la quebrada del ‘Way’ y los habían muerto a todos con
ráfagas de metralletas y fusiles de repetición; después habían
trasladados los cadáveres a la morgue del Hospital de Antofagasta y como
ésta era pequeña y no cabían todos los cuerpos, la mayoría estaba
afuera. Los cuerpos estaban despedazados, con más o menos 40 tiros cada
uno y en estos momentos así permanecían al sol y a la vista de todos
cuantos pasaban por ahí. Ordené que armaran sus cuerpos, los médicos
militares y del hospital, y avisaran a los familiares y les hicieran
entrega de los cuerpos, en la forma más digna y rápida posible”.
En aquel momento el general Arellano y su comitiva ya volaban a bordo
del Puma en dirección a Copiapó, donde ejecutaron a otros 14 presos.
En junio de 2023, la Corte Suprema condenó a cuatro
militares retirados por la muerte de 12 opositores en la ciudad de
Valdivia, dentro de la operación de La Caravana de la Muerte. Entre ellos estuvo el general retirado Santiago Sinclair,
de 92 años, que fue brazo derecho de Pinochet en la represión política.
A pesar de la edad, cumplirá la pena en la cárcel. El general Arellano
murió en 2016, con 94 años, sin pagar por sus crímenes. Llegó a ser
condenado en 2008 a seis años de prisión, pero no cumplió su pena por
sufrir de Alzheimer.
La periodista Patricia Verdugo vivió su propio drama familiar durante
la dictadura. En 1976 su padre fue secuestrado y días después su cuerpo
apareció flotando en el río Mapocho, que corta Santiago. El constructor
civil Sergio Verdugo Herrera era jefe del Departamento de
Abastecimientos de la Sociedad Constructora de Establecimientos
Educacionales e investigaba un caso de corrupción en la empresa estatal.
Para su desgracia, el caso involucraba a militares del nuevo régimen.
Verdugo es también autora de Quemados Vivos,
sobre otro caso de gran repercusión. En 1986, cuatro años antes del fin
de la dictadura, los chilenos osaban salir a las calles contra el
régimen militar. En julio de aquel año, una protesta fue violentamente
reprimida por agentes del Ejército en la comuna de Estación Central. Los
militares actuaron de forma especialmente cruel contra dos jóvenes: la
psicóloga Carmen Gloria Quintana y el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri,
que fueron golpeados y tuvieron gran parte de su cuerpo quemado con el
combustible que les arrojaron los propios carabineros. Rojas murió y
Quintana sobrevivió con graves secuelas.
Un año antes, en marzo de 1985, otro episodio terrible conmovió al país: el Caso de los Degollados.
Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, militantes del
entonces proscrito Partido Comunista, fueron secuestrados cuando andaban
en diferentes lugares de la capital. Forzados a entrar en vehículos y
llevados a un cuartel, fueron torturados y degollados. Sus cuerpos
aparecieron cerca del aeropuerto internacional de Santiago.
Otra operación macabra ocurrió en junio de 1987, esta vez contra doce
militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Nueve hombres y tres
mujeres fueron asesinados por agentes de la Central Nacional de
Informaciones con el objetivo de aniquilar la organización, que un año
antes había realizado la fracasada tentativa de asesinato contra el
general Augusto Pinochet. Se conoció como Operación Albania. Veinte años después, la Justicia condenó a cadena perpetua al ex director de la CNI, Hugo Salas Wenzel, por su participación en el crimen.
Tres meses después, la CNI detuvo a Manuel Sepúlveda Sánchez, Gonzalo
Fuenzalida Navarrete, Julio Muños Otárola, Julián Peña Maltés y
Alejandro Pinochet Arenas. Fueron acusados del secuestro de un coronel
del Ejército. Llevados al cuartel Borgoño -el recinto operativo más
importante de la CNI- fueron torturados y recibieron una inyección
letal. Los cuerpos fueron amarrados con rieles de ferrocarril y un
helicóptero del Ejército los arrojó al mar. Fueron considerados los
últimos detenidos-desaparecidos de la dictadura. Pero no serían las
últimas víctimas. El 27 de octubre de 1988, los dos máximos dirigentes
del FPMR, los comandantes José Miguel y Tamara, fueron detenidos, torturados y sus cuerpos fueron arrojados al río Tinguiririca.
Pinochet
Como señaló Carlos Huneeus en su libro El Régimen de Pinochet,
la dictadura “conservó el carácter de un Estado policial a lo largo de
sus 17 años de vida, con un estricto control de la población y una
sistemática persecución de las organizaciones opositoras”. Fue un
gobierno que tuvo como característica adicional estar fuertemente
centralizado en Pinochet, al punto de que éste se jactaba de que “no se
movía una hoja en Chile” sin que él lo supiera.
Seis meses después del golpe, el periodista brasileño Eric Nepomuceno
escribió un largo artículo sobre su encuentro secreto con integrantes
de la resistencia chilena, publicado en la mítica revista argentina
Crítica, que dirigía entonces Eduardo Galeano. Nepomuceno observó: “De
todo lo que los militares hicieron por Chile después de septiembre,
acaso su obra más perfecta sea la represión, el terror impuesto y
grabado en la gente, ese extraño olor a miedo y muerte que hay en cada
sitio”.
El cineasta Patricio Guzmán, que filmó el documental La Batalla de Chile -un raro registro audiovisual de los años de Allende-, tiene una visión
semejante 50 años después: “El Golpe de Estado fue tan poderoso, tan
devastador; el hecho de que hayan matado tres comités centrales del PC,
dos del PS, el MIR fue exterminado, una cantera de jóvenes maravillosos,
todos muertos y torturados en las condiciones más terribles, eso creó
una sensación de ‘no te muevas, porque si no eres tú es tu hijo al que
lo van a tomar preso’. Creo que ese trauma fue desproporcionado y feroz.
No hay cosa peor que el terror”, dijo en declaraciones al diario
chileno “The Clinic”.
OPERACIÓN CÓNDOR
Las
dictaduras del Cono Sur llevaron a cabo una brutal represión que no
conoció fronteras y que llevó a la coordinación de los servicios de
seguridad de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que permitieron la detención, tortura, asesinato y desaparición de numerosos adversarios. El libro Los años del Cóndor,
del periodista norteamericano John Dinges, sostiene que la primera
reunión de fuerzas de seguridad y policiales que darían lugar al plan
tuvo lugar en Buenos Aires a comienzos de 1974. Es decir, el plan
comenzó a gestarse cuando en Argentina todavía no se había producido el
golpe militar del 76. El nacimiento oficial del Cóndor se produjo a
finales de noviembre de 1975, tras una reunión de representantes de las
dictaduras de la región, que durante casi una semana debatieron los
detalles en la Academia de Guerra, en Santiago.
En base a documentos norteamericanos desclasificados, Dinges sostiene que el presidente argentino Juan Domingo Perón,
que fallecería poco después, estaba preocupado con los informes de
inteligencia sobre la existencia de la Junta Coordinadora
Revolucionaria, integrada por Montoneros, MIR y Tupamaros, entre otros, y
de una reunión cerca de Mendoza. Después de esa reunión en Argentina,
que puede considerarse como anterior al Cóndor, hubo unas 120 víctimas
que cayeron como resultado de esta inicial coordinación represiva.
La coordinación comenzó cuando Chile invitó a agentes de inteligencia de
los países vecinos, en particular de Brasil, Uruguay y Argentina, para
llevar a cabo interrogatorios de los prisioneros que eran buscados en
sus países.
En entrevista con el diario argentino “Clarín”, Dinges aseguró: “Perón
aprobó medidas contra ellos, a quienes definía como extremistas
marxistas”. Después del golpe del 76, Argentina fue el país más activo:
el número de crímenes de Cóndor cometidos en dicho país fue de 469
detenidos, la mayoría desaparecidos, más 143 víctimas de nacionalidad
argentina detenidos en otros países. Uruguay le sigue, con 294 víctimas
de nacionalidad uruguaya, la gran mayoría detenidos en Argentina. Chile
fue anfitrión de las dos primeras reuniones de la alianza Cóndor, pero
en número de víctimas está en menor rango: 107 chilenos, la mayoría
detenidos en Argentina y 52 crímenes cometidos contra extranjeros en
Chile. Pero el Cóndor no solo actuó en los países vecinos, se
documentaron operaciones en Europa, Estados Unidos (asesinato de
Letelier) y en México.
Dinges sostiene que la CIA no participó ni en la creación ni en la
ejecución de los operativos. Pero Estados Unidos fue cómplice, ya que
conocía en detalle las operaciones y no actuó para evitar los
crímenes.
El Parlamento de Quilín de 1641 es uno de los acuerdos más importantes en la historia de las relaciones entre el pueblo mapuche y la Corona Española en lo que hoy es Chile. Este parlamento fue un encuentro diplomático entre las autoridades coloniales españolas y los lonkos (líderes) mapuches, que se llevó a cabo en diciembre de 1641 en la zona de Quilín, ubicada en la actual Región de la Araucanía, al sur del río Biobío. El parlamento marcó un intento de establecer una paz más duradera entre ambos pueblos tras décadas de intensos conflictos conocidos como la Guerra de Arauco.
Contexto histórico
Desde la llegada de los españoles al territorio mapuche en el siglo XVI, las relaciones entre los colonizadores y los mapuches fueron extremadamente conflictivas. La Guerra de Arauco fue un prolongado enfrentamiento armado que comenzó tras la fundación de ciudades españolas en el sur de Chile, como Concepción y Valdivia, y la resistencia de los mapuches a la ocupación de sus tierras. Los mapuches se organizaron militarmente bajo la figura de los toquis (líderes militares) y lograron resistir la invasión con tácticas guerrilleras, obligando a los españoles a reconocer que su conquista completa era inviable.
En este contexto, el gobernador de Chile, Francisco López de Zúñiga y Meneses, y los líderes mapuches, acordaron realizar un parlamento para buscar una solución pacífica a la situación de permanente conflicto.
El acuerdo del Parlamento de Quilín
En el parlamento, las autoridades españolas reconocieron la autonomía del territorio mapuche al sur del río Biobío, lo que se convirtió en una especie de frontera natural entre la Capitanía General de Chile y el Wallmapu (el territorio mapuche). A cambio, los mapuches acordaron detener sus ataques a los asentamientos españoles al norte del río y permitir cierto comercio y relaciones diplomáticas entre las dos partes.
El Parlamento de Quilín fue uno de los primeros acuerdos formales en los que una potencia colonial reconocía territorialmente la soberanía de un pueblo indígena. Los principales puntos del tratado fueron:
Reconocimiento del río Biobío como frontera: El territorio al sur del río Biobío fue reconocido como independiente de la administración colonial española. Esta área correspondía al Wallmapu, el corazón del territorio mapuche.
Cese de hostilidades: Ambos lados acordaron poner fin a los enfrentamientos armados, con los mapuches comprometiéndose a no atacar más asentamientos coloniales, y los españoles a no invadir ni establecer más fortificaciones al sur del Biobío.
Intercambio y comercio: Se establecieron pautas para el comercio y la convivencia entre los pueblos, permitiendo un flujo controlado de bienes entre ambos lados de la frontera.
Libertad para los prisioneros: Se acordó la liberación de prisioneros por ambas partes, como gesto de buena fe y reconciliación.
Importancia y efectos a largo plazo
El Parlamento de Quilín sentó las bases para una serie de futuros parlamentos entre españoles y mapuches, en un sistema de negociaciones regulares que perduraría hasta bien entrado el siglo XIX, incluso durante los primeros años de la independencia de Chile. Estos parlamentos se convirtieron en un mecanismo clave para manejar las tensiones y conflictos, funcionando como un espacio diplomático donde ambas partes podían expresar sus demandas y llegar a acuerdos.
Aunque el tratado de 1641 no significó una paz definitiva, sí estableció un reconocimiento mutuo de los territorios y marcó un periodo en el que los españoles, al no poder someter completamente a los mapuches, se vieron obligados a aceptar su autonomía territorial en la región de la Araucanía.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, este tipo de acuerdos fueron violados o ignorados, especialmente durante la Pacificación de la Araucanía en el siglo XIX, cuando el Estado chileno finalmente incorporó la mayor parte del territorio mapuche bajo su control mediante campañas militares. Este proceso de colonización y ocupación de tierras mapuches ha sido motivo de reclamos históricos por parte del pueblo mapuche hasta el día de hoy, que considera muchos de estos acuerdos, incluido el de Quilín, como promesas rotas.
Legado
El Parlamento de Quilín es un símbolo importante en la historia de las relaciones entre el Estado y los pueblos indígenas, no solo en Chile, sino también en el contexto más amplio de América Latina. Representa uno de los primeros intentos de formalizar una coexistencia pacífica entre una potencia colonial y un pueblo nativo, aunque las tensiones territoriales y políticas continuarían siendo una constante. Para los mapuches, sigue siendo un referente histórico en sus reclamos de autonomía y derechos sobre su territorio ancestral.
En la actualidad, los acuerdos de Quilín son evocados por el pueblo mapuche como una prueba de que, en algún momento, su soberanía territorial fue reconocida, lo que fortalece sus demandas actuales de recuperación de tierras y autodeterminación.
El incidente del islote Snipe y su impacto en la evolución de la infantería de marina chilena
El incidente del islote Snipe, ocurrido en 1958, no solo tensionó las relaciones entre Chile y Argentina, sino que también desencadenó una serie de cambios en la Armada de Chile, especialmente en su Infantería de Marina. Este artículo busca destacar el papel que jugó el Cuerpo de Defensa de Costa durante este conflicto y su evolución posterior.
El 7 de agosto de 1958, Argentina presentó una nota diplomática a Chile reclamando derechos sobre islas en el canal Beagle. Dos días después, el destructor argentino *San Juan* bombardeó y destruyó un faro en el islote Snipe. Además, desembarcó una compañía de 120 infantes de marina argentinos, tomando posesión del lugar.
Ante este acto, el gobierno chileno, liderado por el presidente Carlos Ibáñez del Campo, reaccionó rápidamente. El ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alberto Sepúlveda, protestó enérgicamente, y el Senado apoyó unánimemente las medidas adoptadas por el gobierno. Mientras la tensión crecía, la Armada chilena recibió la orden de desalojar a los argentinos del islote.
La Infantería de Marina chilena, estacionada en Talcahuano, fue movilizada de inmediato. Bajo el mando del teniente Pablo Wunderlich, una sección de 42 efectivos especialistas en Infantería de Marina y 40 conscriptos del Cuerpo de Defensa de Costa, partió en las fragatas *Baquedano* y *Covadonga* hacia la zona austral. A pesar de las limitaciones en equipo y condiciones climáticas adversas, la moral del grupo era alta. Durante el trayecto, los infantes de marina afilaron sus yataganes, una medida aprobada por Wunderlich para prepararse para el combate cuerpo a cuerpo.
Al llegar a la zona del canal Beagle, los buques chilenos se posicionaron listos para actuar. Sin embargo, la situación de las tropas argentinas en Snipe se había deteriorado, con muchos de sus efectivos sufriendo de disentería y problemas de adaptación al clima extremo. La diplomacia, que avanzaba paralelamente a los preparativos militares, logró evitar una confrontación armada. El 17 de agosto de 1958, Chile y Argentina firmaron una declaración conjunta en la que se comprometían a resolver sus disputas de manera pacífica.
Este incidente tuvo un impacto significativo en la Armada de Chile. La necesidad de contar con unidades de Infantería de Marina con capacidad de movilización rápida y alto poder ofensivo quedó clara. El cuerpo se reorganizó siguiendo las recomendaciones de la misión naval norteamericana, liderada por el coronel del USMC Clay A. Boyd. Se fortaleció el enfoque ofensivo de la Infantería de Marina, orientándola hacia la guerra anfibia y las operaciones de guerrilla.
En 1964, el Decreto Supremo 235 consolidó estos cambios, estableciendo formalmente el Cuerpo de Infantería de Marina como una fuerza especializada en operaciones anfibias, con capacidad para proyectar poder desde el mar y desempeñar un papel clave en futuros conflictos. Este proceso marcó una transformación en la doctrina y estructura de la Infantería de Marina chilena, que se mantiene hasta hoy.
Durante las décadas de 1960 a 1980, Chile vivió una época de profundos cambios que dejaron una huella indeleble en su tejido político, social y militar. En el corazón de estos años turbulentos, el reclutamiento militar evolucionó de una práctica estructurada y rutinaria a un engranaje fundamental en las transformaciones del país. Desde los días de relativa calma democrática hasta el auge de la dictadura militar, el servicio militar obligatorio fue un reflejo de las tensiones y aspiraciones de cada época.
Los años de la conscripción tradicional
El sistema de servicio militar obligatorio, conocido como conscripción, tenía una larga historia en Chile, arraigada en la Ley de Servicio Militar de 1900. Durante los años sesenta, bajo los gobiernos democráticos de mandatarios como Eduardo Frei Montalva, este sistema operaba de manera relativamente predecible. A la edad de 18 años, los jóvenes debían registrarse para el servicio militar, y mediante un sistema de sorteo, se seleccionaba a quienes servirían entre 12 y 24 meses.
En aquellos tiempos, el ejército mantenía un enfoque clásico: defensa nacional y seguridad interna, sin intromisiones políticas notables. El servicio militar era considerado un rito de paso, un puente hacia la adultez para muchos jóvenes chilenos. Sin embargo, la experiencia no era universal. Aquellos que no resultaban seleccionados o lograban exenciones, ya sea por razones médicas o educativas, observaban desde las sombras cómo otros cruzaban este umbral obligatorio.
La transformación bajo la dictadura de Pinochet
Todo cambió drásticamente tras el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, que derrocó al gobierno de Salvador Allende y colocó al General Augusto Pinochet al mando de una dictadura férrea. En este nuevo orden, el ejército dejó de ser una institución al margen del poder político para convertirse en su columna vertebral. El reclutamiento militar adquirió una nueva dimensión, ya no solo como una herramienta de defensa, sino también como un medio para asegurar lealtades y fortalecer las filas de las fuerzas armadas en un clima de tensión interna y amenaza percibida.
Los jóvenes reclutas fueron inmersos en un ambiente impregnado de anticomunismo y adoctrinamiento ideológico. La neutralidad que había caracterizado al ejército en el pasado se diluyó, reemplazada por un claro alineamiento con los principios del régimen. Para algunos, el uniforme se convirtió en una oportunidad de estabilidad y profesionalización, ya que el ejército ofrecía incentivos como mejores salarios y beneficios. Para otros, sin embargo, representaba un peligro y una asociación con las violaciones a los derechos humanos que definieron al régimen. Conscriptos y soldados profesionales por igual fueron desplegados en tareas que incluyeron la represión interna, la detención de opositores y la ejecución de políticas que sembraron miedo en la sociedad chilena.
La sociedad frente al ejército
La percepción social del servicio militar durante este período fluctuó drásticamente. Lo que antes se veía como una experiencia formativa y de honor, comenzó a ser visto con desconfianza y temor bajo la dictadura. Muchas familias buscaron desesperadamente exenciones para sus hijos, especialmente aquellas con conexiones políticas o recursos económicos que les permitieran sortear el azar de la conscripción. Por otro lado, para algunos sectores, el ejército seguía representando un pilar de estabilidad en medio de la convulsión nacional.
Hacia un nuevo horizonte
A medida que la década de 1980 avanzaba, la dictadura consolidó su poder y el ejército se incrustó profundamente en la vida cotidiana de Chile. Sin embargo, las discusiones sobre el papel y la estructura de las fuerzas armadas no desaparecieron. La conscripción continuó siendo una práctica común, pero el debate sobre su legitimidad y necesidad comenzó a crecer a medida que el país buscaba reconciliarse con su pasado y encontrar un camino hacia la democracia.
En definitiva, el reclutamiento militar en Chile durante este período no solo fue un mecanismo de defensa, sino también un espejo de las transformaciones políticas y sociales de un país en constante redefinición. Cada joven que vestía el uniforme cargaba, de alguna manera, con el peso de una nación que luchaba por definir su identidad en medio de la tormenta.
Navidad de 1978: La guerra entre Argentina y Chile
Los mendocinos vivimos más de cerca que otros habitantes del país los ejercicios militares que pronosticaban un conflicto bélico con Chile. Trae el presente la Navidad del '78 Gustavo Capone, en esta nota. Gustavo Capone || Memo
Aquellos goles de Kempes, los cruces de "Tolo" Gallego o las atajadas de Fillol generaron una sensación de invencibilidad en el gobierno de facto. "Fue cuando el fútbol se lo comió todo", cantará tiempo después León Gieco.
Los gritos de gol frente a Holanda, los papelitos que pedía tirar Clemente y el triunfalismo reinante por consagrarnos "los mejores del mundo", taparon los reclamos políticos y los lamentos de los clandestinos calabazos. La victoria argentina en el mundial de fútbol sobre finales de junio de 1978 había envalentonado a los militares que conducían el país.
Una pantalla tapaba aquel el crudo y duro tiempo. La Argentina, en un amplio margen, estaba tendenciosamente distraída por el éxito del equipo que dirigía Menotti. La provocada sensación trasmitía el momento como "la fiesta de todos", según describía el título de la película que para la ocasión dirigió Sergio Renán.
En paralelo, casi solapadamente para la mayoría de la sociedad argentina, otra grave amenaza surcaba los aires de la patria. El gobierno dictatorial llevaría el centenario conflicto de límites con Chile por las islas Picton, Nueva y Lennox en el Canal de Beagle al borde de la guerra.
En esencia lo que justamente se disputaba con Chile era la posesión soberana de las islas ubicadas entre la boca oriental del canal Beagle y el Cabo de Hornos. Eso definiría la delimitación de la frontera entre Argentina y Chile en los mares australes, y por consiguiente el control sobre los regímenes de navegación en la zona afectada.
En ese diciembre de 1978 la guerra con Chile estaba a la vuelta de la esquina. Todavía retumba como una muestra del desvarío reinante del momento, la arenga de Luciano Benjamín Menéndez, general de división y comandante del III Cuerpo de Ejército, ante un grupo de oficiales en vísperas del inminente enfrentamiento: "Si nos dejan atacar a los chilotes, los corremos hasta la isla de Pascua, les comeremos las gallinas, nos vamos a violar a las chilenas, el brindis de fin de año lo haremos en el Palacio La Moneda y después iremos a mear el champán en el Pacífico".
El error del arbitraje
"(...) El 22 de julio de 1971, durante la dictadura del quinto golpe de Estado cívico-militar en la Argentina presidida por el general Alejandro Agustín Lanusse, y siendo canciller el doctor Luis María de Pablo Pardo, se concretó un hecho relevante relacionado con nuestra política exterior y la soberanía en el Sur: la petición (incomprensible a poco que se analice) de someter a arbitraje la solución de las diferencias de interpretación que nuestro país mantenía con Chile, en relación con el tratado de límites de 1881 en la región austral y, consecuentemente, la posesión de las islas Picton, Lennox y Nueva en el Canal de Beagle. Navidad de 1978: La guerra entre Argentina y Chile
Lo acordaron Lanusse y el presidente chileno, Salvador Allende. El acuerdo fue suscripto en Londres por el embajador argentino, general Gustavo Martínez Zubiría, por el embajador chileno, Álvaro Bunster, y por Joseph Goldberg, representante del Reino Unido.
El abrupto abandono de las negociaciones políticas en curso y la amenaza de concurrir a la Corte Internacional de Justicia por parte de Chile determinaron la aceptación de la vía jurídica para dirimir el conflicto. Esto rompía con la postura tradicional, sostenida por tres presidentes constitucionales (Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi y Arturo Illia) de negociar en forma bilateral y política-diplomática el diferendo.
El mecanismo adoptado fue el arbitraje y, dentro de él, el de Corte Arbitral según las normas del Derecho Internacional Público. Dicha Corte estaba integrada por cinco juristas (de Estados Unidos, Francia, Nigeria, Reino Unido y Suecia) y sería presidida por la reina Isabel II, soberana de un Estado con el cual manteníamos un secular litigio por las Islas Malvinas.
La Corte se tomó 6 años para analizar el caso, y es sabido que el aporte probatorio original y subsiguiente hecho por nuestro país fue escaso e inconsistente, además de carente del mínimo destello de habilidad política y diplomática.
En marzo de 1977 (en plena vigencia del último y definitivo golpe cívico-militar, que presidía el general Jorge Rafael Videla) el régimen militar se había anoticiado del rotundo revés diplomático frente al adverso arbitraje sobre el Beagle: todas las islas, rocas y adyacencias eran para Chile" (Textual de Martín Balza. Ex jefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica. Para Infobae - 22/12 /2018).
Es importante destacar que hubo dirigentes políticos que en forma aislada también rechazaron públicamente el arbitraje. Pidieron retrotraer la situación y volver inmediatamente a la postura ya llevada adelante por gobiernos democráticos retomando la negociación bilateral. Entre muy pocos: Raúl Alfonsín.
Estado de situación en vísperas 1977 - 1978
Aviones desplegados desde la Cuarta Brigada Aérea ante la visita de Augusto Pinochet.
Es importante resaltar algunas notas preliminares.
Tanto Argentina como Chile al momento del conflicto nombrado (disputa por la soberanía sobre las islas del Beagle) estaban conducidas por gobiernos militares con enormes coincidencias en temas internos y externos. Un ejemplo puntual podría citarse: la "Operación Cóndor". Esa campaña de represión política y terrorismo de Estado, promovida por EE.UU. que incluía acciones de inteligencia y desaparición de opositores, implementada a mediados de los '70 por las cúpulas de los regímenes dictatoriales sudamericanos (Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y esporádicamente Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela). La "Operación Cóndor" se produjo en el marco de un plan estratégico de Estados Unidos durante la Guerra Fría, guiada por la Doctrina de la Seguridad Nacional, promoviendo dictaduras con el fin de suprimir derechos políticos y ciudadanos. Paradójicamente ambos gobiernos de facto debieron tomar posiciones inusuales y claramente contradictorias a sus genéticas concepciones políticas respecto a los gobiernos del año 1971 que habían acordado el arbitraje. El gobierno chileno de Pinochet debió ponderar la política del gobierno democrático de Salvador Allende al que había derrocado. Por el contrario el gobierno de facto argentino de Videla debió criticar la política exterior de la también inconstitucional "Revolución Argentina" durante la presidencia del teniente general Lanusse.
En este marco se desenvolvió el gobierno de Jorge Rafael Videla. En medio de una profunda división interna donde distintos sectores, y con visiones opuestas, se miraban con desconfianza y recelo sobre qué hacer ante el conflicto con Chile. Así "los blandos", representado principalmente por Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola, se enfrentaban a "los duros" guiados por Emilio Eduardo Massera, Carlos Guillermo Suárez Mason y Luciano Benjamín Menéndez.
Concordarán ambos grupos en que el reconocimiento del arbitraje sería una pérdida de prestigio para el gobierno militar. Y en el mientras tanto, Galtieri (a cargo de II Cuerpo de Ejército por entonces) ordenará inconsultamente el cierre de fronteras con Chile y Massera desde una posición personal y populista preparaba su propia campaña soñando con ser presidente si caía Videla. El sueño presidencial de Massera continuará aún después del conflicto llegando a componer un sello político - partidario.
Por ende, el poder de Videla estaba por ese tiempo claramente restringido por los otros miembros más extremistas de la Junta. El liderazgo castrense estaba preocupado de que una aproximación conciliadora hacia Chile sería considerada como una transacción vergonzosa que podría desestabilizar su poder. La confirmada reunión entre Videla y el Nuncio Papal, Pio Laghi, fue una prueba histórica contundente sobre este hecho: "Si no doy la orden de atacar me reemplazan inmediatamente de la Junta", le confió Videla al Nuncio Papal.
Así pues, el 2 de mayo de 1977 se había comunicado oficialmente el fallo arbitral sobre el litigio con Chile. La sentencia había resultado ampliamente favorable a las aspiraciones chilenas de extender su presencia al océano Atlántico. Ahora el gobierno argentino debía decidir qué hacer, aunque los belicistas gestos públicos (amplias campañas de medios mediante) convertían la situación en un camino sin aparente retorno.
La vendimial Mendoza testigo del encuentro Videla - Pinochet
"Las fotos los mostraron sonrientes. No faltaron los abrazos. Pero toda la serenidad y las supuestas buenas intenciones que mostraban cuando estaban frente a la prensa eran una fachada que ocultaba la tensión puertas adentro. El 19 de enero de 1978, en plenas dictaduras tanto en la Argentina como en Chile, los presidentes de facto Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet tuvieron una reunión para intentar acercar partes y poner fin al conflicto del Beagle.
Fueron doce horas de encuentro en El Plumerillo, Mendoza. Hubo otra reunión un mes después, en Puerto Montt, que duró 13 horas. Se repitieron buenos augurios en los discursos de ambos. Se habló de hermandad y de lazos de sangre entre ambas naciones. Hasta firmaron un acuerdo para continuar con las negociaciones. Pero el clima estaba lejos de ser el mismo en la intimidad". (Juan Manuel Trenado, La Nación, 18 /1 /2018).
Pinochet también sufría presiones en su país. El ala dura chilena apuraba un enfrentamiento.
"Pinochet me planteó un problema: ¿Qué hacer? ¿Retirarme al frente de mi delegación y romper la posibilidad de una negociación que, más allá de ese discurso inesperado, había quedado plasmada en el documento firmado? Opté por una respuesta de circunstancia sobre la hermandad entre ambos países, la complementariedad comercial... Me pareció lo mejor: no quise romper todo. La comisión que me acompañaba se enojó conmigo; consideró ese discurso como una aflojada. En la Argentina también cayó muy mal: los comandantes se sintieron todos halcones"; textual de Jorge Videla (Ceferino Reato. "Disposición Final". Sudamericana. 2012).
En el encuentro mendocino lo protocolar estuvo al orden del día. Videla le obsequió a Pinochet una cigarrera de plata con un estuche de terciopelo rojo. Pinochet le regaló a Videla un plato de porcelana con el escudo chileno pintado en relieve. Risas, fotos, caminata a la par. Todo para la tribuna.
"Mientras tanto en Mendoza ya eran habituales los ejercicios de oscurecimiento y las ventanas de los edificios públicos permanecían tapadas para dificultar impactos ante eventuales bombardeos nocturnos" (Los Andes. 18 / 5/ 2013. Nota de Marcelo Sivera). Además, un tramo de la propia ruta a San Juan fue "ensanchada" para facilitar el aterrizaje y despegue de aviones. Hoy parecería una locura.
"El fracaso de las negociaciones promovió una escalada de aprestos bélicos en la Patagonia, aunque la cercanía del inicio del Mundial de Fútbol traslado todas las posibles acciones al segundo semestre". El gobierno debía mostrarnos ante el mundo "como derechos y humanos".
La farsa continuó. Videla volverá a Mendoza nuevamente en tiempos de la Fiesta de la Vendimia. Será el 3 y 4 de marzo del ‘78. En el tradicional almuerzo de las fuerzas vivas realizado en la bodega Arizu sostuvo: "Mendocinos, estamos poniendo de pie un país postrado y queremos caminar hacia los grandes destinos". Navidad de 1978: La guerra entre Argentina y Chile
En el Frank Romero Day será testigo de la coronación de Mónica Patricia Castro, representante de Guaymallén. Videla permaneció en toda su estadía mendocina al lado del gobernador de facto Sixto Fernández. La fiesta del momento se denominó "Vendimia Multicolor"; sobre un libreto de Elvira Maure de Segovia, Manuel Vega y Walter Romanelli y la dirección de Juan Rossi.
Las tribunas estaban llenas. Los cerros plagados de familias. Se cantaba por Argentina. "Esta barra bochinchera no te deja de alentar". El vecino estadio mundialista estaba a punto de inaugurarse. Cada voto de las soberanas departamentales era interrumpido por un estruendoso y englobante: "Argentina... Argentina". La vendimia había pasado definitivamente a convertirse en un escenario político. Los aplausos de pie a las autoridades demostraban una vez más, la contradictoria, sana, santa y bohemia ingenuidad argentina, que nos hizo y nos hace seguir creyendo que "somos campeones del mundo" para luego ante la desilusión, llorar desconsolados y arrepentidos sobre la leche derramada. Ayer, hoy y ojala no fuera para siempre.
La guerra que afortunadamente no fue
"La Operación Soberanía" tenía fecha y hora: 22 de diciembre de 1978 a las 22:00. En ese momento empezaría el ataque. Todas las negociaciones habían fracasado, tanto las oficiales y visibles, como las secretas y reservadas.
Estamos en vísperas de navidad; la Armada Argentina avanzaba con el fin de tomar las islas Picton, Nueva y Lennox. La escuadra chilena detectó el movimiento y salió a su encuentro. La tensión en la frontera se tornó extremadamente elevada y en algunos sectores del conflicto los soldados se vieron las caras y hasta intercambiaron balazos intimidatorios. El almirante Massera ya estaba ubicado en las islas en conflicto. Se habían movilizado miles de soldados.
"La inminencia de una guerra con Chile concebida por ‘profetas de salón' fue algo incompresible desde el punto de vista político, diplomático y militar. En 1978, las Fuerzas Armadas se movilizaron para un conflicto convencional sin estar debidamente preparadas, como consecuencia de haber privilegiado durante años una absurda ‘guerra ideológica-contrarrevolucionaria' y estar volcadas a participar en la política interna. El Plan de Campaña evidenciaba utópicas posibilidades de éxito. En todo el contexto internacional seríamos considerados agresores (invasores) y hasta el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947 (pieza más inútil que un libro de quejas) nos jugaría en contra. La incompetencia militar y la estupidez fueron de la mano. La Junta Militar (Videla, Massera y Agosti), y los mandos superiores incapaces e inoperantes (Galtieri, Riveros, Bussi, Suárez Mason, Trimarco, Viola, Harguindeguy y Nicolaídes, entre otros) tenían concepciones estratégicas solo evidenciadas para atacar la Casa Rosada y expulsar gobiernos constitucionales. (...) Aprobaron el plan militar de Menéndez, teñido por su fuerte personalidad y por un intento de satisfacer su ego autoritario. El esnobismo impertinente de sus bravuconadas, en algunas unidades, era acompañada por cartelitos que decían: ¡Ahora vamos al mundial del Beagle! Eran militares de escritorio". (Martín Balza, Infobae, 20 /12 /2018).
De pronto, a las 18.30, la Armada Argentina retornaba. La guerra, que debió comenzar en vísperas navideñas, no se concretó. Juan Pablo II, recién llegado al papado se ofreció como mediador y pidió encarecidamente retrotraer todo. Inmediatamente enviará al recordado Antonio Samoré, quien facilitaría un acuerdo de paz entre Argentina y Chile.
La Nochebuena y la Navidad de 1978 serán recibidas con cierto sosiego. Será solo una pausa.