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jueves, 28 de agosto de 2025

Nazismo: El pobre alemán que fue confundido con Bormann en Argentina

 

Walter Flegel, el hombre que durante siete días fue el jerarca nazi Martin Bormann

En septiembre de 1960, Argentina estuvo pendiente de la detención de un alemán de origen humilde al que se confundió con el hombre de máxima confianza de Adolf Hitler


El perfil policial de Walter Flegel, alemán que residió en Argentina y quien fue confundido por Martin Bormann, secretario de Adolf Hitler. 
Archivo de la Nación


Federico Rivas Molina || El País
Buenos Aires -


Walter Wilhem Flegel, nacido en 1912 en Pagelinen, provincia de Insterburg, Prusia Oriental, trabajador temporario en un aserradero en Chile, preso por robo durante 11 años en la provincia argentina de Mendoza y finalmente empleado ejemplar en una empresa de Buenos Aires, fue entre el 23 y el 30 de septiembre de 1960 Martin Bormann, el hombre de máxima confianza de Adolf Hitler.

La historia de Flegel ocupó la atención de los argentinos cuando el mundo buscaba en todos los rincones posibles a los jerarcas nazis que habían huido de Alemania tras la caída del Tercer Reich. Un misterioso listado alertó de que ese alemán de ropas humildes no era otro que el mismísimo Bormann, desaparecido como un fantasma el 30 de abril de 1945 en el búnker del Führer y reaparecido decenas de veces en sitios tan distantes entre sí como Moscú, Ciudad del Cabo, Sídney o Bariloche, en la cordillera argentina. Bormann se ocultaba ahora en una pequeña casa de madera levantada con sus propias manos en Zárate, a 100 kilómetros de Buenos Aires, junto a su esposa y tres hijas pequeñas, a las que veía solo una vez por semana porque trabajaba como sereno en los galpones que Construcciones Claussen tenía en la capital.
Un documento de la policía federal argentina con la descripción de Walter Flegel, un hombre confundido con el secretario de Hitler.

Flegel fue famoso durante una semana, muy a su pesar, como atestiguan las más de 100 páginas dedicadas a su detención que obran en los archivos de la policía argentina sobre la cuestión nazi, desclasificados en 1992 y disponibles desde esta semana en internet por iniciativa del Gobierno de Javier Milei. Entre los cientos de documentos, destacan las fotos de un hombre flaco y rostro lleno de huesos, que posa con una combinación de sorpresa y estupor ante la cámara. El parte policial de aquel día describe a Flegel como un hombre que “se expresa con fluidez y sin inhibiciones, revelando una mediana cultura” y el “psiquismo de un hombre común”. “La hendidura palpebral [la abertura del ojo] es pequeña, los ojos castaños con arco senil, la nariz de dorso algo cóncava termina en punta recordando alejadamente un pico de pato, es de tamaño mediano”, escribió el perito policial. Con un poco de atención se percibe que a Flegel le falta el brazo derecho.

El hombre que fue Bormann había llegado a Chile en 1930 “como tripulante de un barco carguero de 10.000 toneladas” y se dedicó a “las tareas rurales”. “Fue en esas funciones cuando en julio de 1931 la correa de transmisión de un molino le arrancó el brazo derecho en su totalidad”, dice el parte policial. Dadas las dificultades en Chile, Flegel cruzó la cordillera de los Andes hacia Argentina, “haciéndolo a lomo de caballo”, hasta la provincia de Mendoza. “Fue allí que su situación se hizo insostenible, causa por la cual debió delinquir para subsistir. En una oportunidad, en abril de 1932, pretendió hurtar un comercio y fue descubierto por uno de los cuidadores, a quien lesionó usando el revolver”, se lee en uno de los documentos desclasificados.


Doble página de un periódico argentino con la crónica de la liberación de Flegel, el 30 de septiembre de 1960. 
Archivo de la Nación

Flegel estuvo preso hasta 1935 y, ya en libertad, “se robó un caballo”. “El dueño lo atacó a rebencazos y Flegel se defendió con un revolver”. Condenado a seis años de cárcel, salió en 1943. La vida de Flegel fue desde entonces la de un nómade que se ganaba la vida como vendedor ambulante hasta que, en 1944, Construcciones Claussen lo contrató como sereno. Enviado por la compañía a Corrientes, en la frontera con Brasil y Paraguay, Flegel conoció a Haydee Colinett, una adolescente de 16 años con la que se casó en 1947 tras “haber obtenido el correspondiente permiso de su padre”. En 1948, Flegel se instaló, finalmente, en Zárate, en la casa donde 12 años después sería arrestado por dos policías de civil. En su declaración, dijo a la policía que “solo se dedica al trabajo, no concurriendo a reuniones, clubes, ni tampoco frecuenta la amistad del vecindario ni con connacionales”.

La prensa argentina se hizo un festín con el falso Bormann. Hoy sabemos que el jerarca nazi llevaba 15 años muerto cuando Flegel cayó preso, pero entonces su detención puso al Gobierno democrático de Arturo Frondizi ante el ojo del mundo. Los mensajes diplomáticos enviados por Alemania a Buenos Aires son evidencia del interés que despertó el caso. El sentido común, sin embargo, obraba a favor del detenido: si bien su rostro podía dar lugar a alguna confusión, “hubiese sido fácil para la policía determinar que Flegel no era Bormann solo teniendo en cuenta que el primero tiene 48 años y el segundo 60”, escribía en un editorial el diario La Razón.

De Alemania llegaba el testimonio de una hermana, mientras que la prensa sensacionalista israelí aseguraba que no cabía la menor duda de que en Argentina habían atrapado a Bormann. El diario La Razón revelaba desde Argentina, “con base en fuentes que no dejan lugar a dudas”, que Bormann frecuentaba un bar de la calle Lavalle 545 en la ciudad de Buenos Aires. “Allí, la eminencia parda, el hombre en quien Hitler depositaba su confianza, mientras apurada su bebida predilecta, la cerveza, entablaba conversación con otros jerarcas del Tercer Reich, entre ellos Adolfo Eichmann”. El testimonio de Eichmann, quien sí vivió en Argentina, era, según la prensa, de donde había salido la pista para dar con Flegel, un dato que el Gobierno de Israel se ocupó de desmentir.

La fuente “inobjetable” resultó ser un médico italiano que había conocido a Bormann en Munich y contó a La Razón que lo había visto en varias ocasiones en el bar de la calle Lavalle, que vestía “elegante” y que “llevaba cubierta su artificial mano derecha con un guante de cuero negro”. El periódico remataba el texto lamentando que Argentina hubiese sido “refugio de nazis, amparados por poderosos personajes”.

A falta de redes sociales, los vecinos de Zárate se encargaban de dar alas a todo tipo de noticias falsas. En un recuadro titulado Dudas, un enviado especial decía que “algunos detalles oscuros” hacían pensar que Flegel, si bien no era Bormann, “bien podía ser un individuo vinculado al régimen hitleriano”. El periodista cita entonces al vecino Moisés Fridman: “La policía vino el viernes a proteger a Flegel, que estaba cercado ya por comandos israelíes. Estos conocían su paradero por la delación de Eichmann”. Un tal H. García, martillero público, contó que en 1952 la esposa de Flegel le dijo que su marido había pertenecido al acorazado Graf Spee y que “por eso tenía prohibida la entrada al país”. El acorazado nazi Graf Spee fue hundido por su capitán en el Río de la Plata el 17 de diciembre de 1939, cuando Flegel ya llevaba casi una década en Argentina.

Fotografías del prontuario de Walter Flegel detenido por robo en Mendoza. Tenía 20 años y ya había perdido su brazo derecho en Chile.

 “No se tienen todavía las fechas dactiloscópicas de Bormann [llegarían desde Alemania recién a finales de noviembre], pero puede ya establecerse de forma concreta que Walter Flegel no es Martin Bormann”, dijo el 30 de septiembre de 1960 el ministro de Interior, Alfredo Vitolo. El argumento principal fue que Flegel llevaba en Argentina desde 1931. Comenzaron entonces las repercusiones políticas. En una editorial fechada el 5 de octubre, el diario Argentiniesches Tageblatt, editado en alemán en Buenos Aires, se preguntaba “por qué se ha cometido la fanfarronada” de detener a Flegel. El periódico destacaba que la captura se había basado en “una lista de 20 nombres de criminales de guerra nazis residentes en Argentina” entregada al Gobierno. “Y Flegel fue elegido conscientemente de entre esos 20 nombres por determinadas personas que no tenían gana alguna de detener a verdaderos criminales de guerra nazis”, se queja el periódico.

El 30 de septiembre de 1960, Flegel quedó finalmente en libertad. Lo esperaban en la puerta de la central de la Policía Federal “el ingeniero Claussen”, que siempre había defendido la inocencia de su empleado, y decenas de periodistas. Aturdido por las preguntas, Flegel contó que había conocido a Hitler “durante una reunión en Allestein en 1927, pero después nada más”; que solo hablaba “de mala manera” alemán y español; y que no volvía a Alemania porque no tenía los medios para hacerlo. Al día siguiente, el diario argentino El Mundo, ya desaparecido, cerraba así su crónica de la jornada: “Ayer, Flegel, obrero modesto forjado en el trabajo, volvió a su rutina de encargado de depósito en el edificio de Alsina 465, de Claussen y Cia. Tal vez sea una rutina desesperadamente monótona, pero la tranquilidad y el anonimato son a veces dones inapreciables”.



 

viernes, 3 de mayo de 2024

Argentina: Tratamiento a la bandera nacional


Argentina: Tratamiento a la bandera nacional



1.
La bandera argentina no se tira a la basura. Ante el deterioro por el transcurso del tiempo, si son históricas, deberán ser guardadas en caja o cofre. Las banderas que no se deseen conservar deberán incinerarse siguiendo un estricto protocolo, previa separación de las tres franjas. 
2. La bandera no se lava ni se plancha. El lavado le quitaría la gloria y los honores acumulados en las batallas libradas. 
3. La bandera jamás deberá ser izada con otras banderas en el mismo mástil, excepto insignias militares, y tampoco debe tocar tierra o agua. 
4. La bandera siempre ingresa y se retira con aplausos. En el izamiento, se aplaude al llegar al tope. Se arría en silencio. 
5. Cuando pasa la bandera se suspende toda tarea u ocupación para rendirle el homenaje que se le debe. 
6. Se iza rápido y se arría despacio. Cuando es izada junto a otras banderas, nuestra bandera deberá ser la primera en alcanzar el tope del mástil y la última en descender. 
7. Para el arrío se la recibe y no se la dobla: se toman sus cuatro puntas en forma envolvente con el Sol de Mayo hacia arriba para ser trasladada al sitio donde será guardada. 
8. Los 25 de mayo y los 9 de julio la bandera se iza siempre al tope, aun cuando se hubiera decretado que permanezca a media asta. 
9. La bandera nunca deberá quedar izada durante la noche, salvo en tiempo de guerra donde no es arriada hasta que ésta finalice. 
10. Será reprimido con prisión de uno a cuatro años el que públicamente ultrajare la bandera (art. 222 del Código Penal)

 

domingo, 25 de febrero de 2024

Babilonia: Kudoro, los títulos de propiedad sumerios



Kudoro

La palabra babilónica significa la primera piedra o el argumento de la casa. Es una piedra en la que se registran los certificados de propiedad de la tierra (el título legal de la tierra) del dueño de la casa, la fecha de su construcción y los símbolos de la deidad que la protege, que muchas veces contienen una descripción de la zona estipulado y por tanto también sus fronteras. Así, Mesopotamia es considerada la primera en utilizar ‏Certificados de propiedad de terrenos con historia.

jueves, 9 de marzo de 2023

Guerra contra la Subversión: La no justicia de antes y la venganza de hoy

Argentina 1985 v. Argentina 2023


Los fundamentos de los juicios sobre la violencia de los años 70 reabiertos desde 2004 fueron desviados del histórico fallo que condenó a las juntas
LA NACIÓN


Una de las audiencias del histórico juicio a las juntas militares, en 1985

La sentencia que condenó a los comandantes de las tres fuerzas armadas –especialmente recordada ahora con motivo de la galardonada película Argentina 1985– ha sido un hito fundante del regreso de la democracia y muestra de valor en la defensa de los derechos humanos. Los hechos, sin duda aberrantes, de aquella época, han sido acondicionados a fin de dotar a la obra de un halo hollywoodense, tan emotivo como alejado de ciertas preguntas incómodas para la política dominante en el siglo XXI.

No podría habérsele exigido a la película, desde la perspectiva propia del género cinematográfico, que se ajustase con exactitud a lo ocurrido en la realidad. O que no omitiera cuestiones importantes como expresión rigurosa de la historia, pero que la dirección del trabajo fílmico prefirió dejar de lado por consideraciones de otro tenor. Ya ha sido debidamente examinado por periodistas y políticos el destrato inferido a la actuación de un demócrata ejemplar, como fue Antonio Tróccoli, hombre de la íntima confianza de Ricardo Balbín y, más tarde, ministro del Interior del presidente Raúl Alfonsín. Detengámonos entonces en la visión general que surge de una distorsión palmaria de la historia entre el tratamiento por parte de los tribunales en 1985 de la tragedia que asoló al país, y de qué manera, entre la política y la Justicia, se amañó después ese andamiaje jurídico en cuestiones esenciales.

Ni la Fiscalía, a cargo del doctor Julio Strassera, ni los jueces que integraron el tribunal estimaron que los crímenes cometidos por las juntas militares fueran delitos de “lesa humanidad” y, por tanto, imprescriptibles. Esa categoría de delitos fue incorporada en la legislación argentina en 2007, cuando se ratificó el Tratado de Roma. O sea, mucho después de la dictadura que perduró entre marzo de 1976 y diciembre de 1983. Nunca hicieron la Fiscalía o los jueces apelación alguna a la supuesta existencia de una “costumbre internacional” que permitiera aplicar, por primera vez en la historia argentina, una norma no escrita para sancionar personas de forma retroactiva en un juicio penal. Fue lo que sucedió en juicios posteriores.

Una norma no escrita antes de los hechos juzgados sirvió para habilitar que los delitos fueran considerados imprescriptibles. Así lo sostuvo la nueva mayoría de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el fallo “Arancibia Clavel”, en 2004, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Fue la primera de una serie de decisiones por las que se ignoraron los principios de irretroactividad de la ley penal y de aplicación de la ley penal más benigna. Por esa vía se violentaron los impedimentos constitucionales que obstaculizaban la reapertura de las causas por los hechos trágicos de los años 70.

Los fallos que habilitaron tales reaperturas, criticados duramente por la Academia Nacional de Derecho y por reconocidos juristas, desconocieron el principio de legalidad, que impide al Estado penar conductas no contempladas como faltas o delitos por una ley escrita. Esa ley debió haber sido sancionada por el Congreso, y promulgada y publicada por el Poder Ejecutivo, con anterioridad a la comisión de los hechos.

No se trata de defender individuos ni conductas encuadradas en tipologías penales, sino de resguardar principios y garantías

Para el personal subalterno juzgado quedó también suprimido en estos juicios reabiertos el instituto de la prescripción que contempla el Código Penal, incluso cuando en la sentencia de la causa 13/84 dicho instituto había operado a favor de los comandantes, absueltos por determinados hechos a raíz del tiempo transcurrido. No hubo una sola mención en aquellas actuaciones a alguna norma escrita o consuetudinaria que permitiera considerar imprescriptibles los crímenes que se estaban juzgando.

Pese al reconocimiento que el tribunal constituido en tiempos del presidente Alfonsín hizo del principio constitucional de la “cosa juzgada” –que impide volver a juzgar sucesos ya investigados y sentenciados–, este principio constitucional fue desconocido en los juicios reabiertos años después, privándose a los acusados de una garantía fundamental. En el fallo “Simón”, dictado en 2005, la Corte Suprema expresó que en estas causas los imputados no pueden “invocar ni la prohibición de retroactividad de la ley penal más grave ni la cosa juzgada”, garantías constitucionales a las que, de manera improcedente, se atrevió a calificar de “obstáculos” para el progreso de las causas.

Las penas fijadas en esa segunda etapa, por así llamarla, constituyeron otra extraordinaria diferencia en relación con el juicio de 1985. El comandante de la Fuerza Aérea Orlando Agosti, con el 33 por ciento de la responsabilidad de la Junta Militar, había sido sentenciado ese año a cuatro años y seis meses de prisión. En los juicios reabiertos a partir de 2004, las penas fueron casi siempre las máximas previstas, muy por encima de aquellos cuatro años y medio. Se condenó así a cadena perpetua a las más bajas jerarquías de las fuerzas –cabos, sargentos, subtenientes– y los castigos alcanzaron también a civiles del personal de inteligencia, fiscales, jueces, funcionarios gubernamentales y sacerdotes.

Cuando se pretende acomodar los principios jurídicos que rigen la vida de la República a las necesidades de una decisión política, se terminan construyendo andamiajes que no resisten el análisis riguroso de lo sucedido. Sobre esos pilares se elaboró la falsa idea de una “supremacía moral”, sobre la que giró desde 2003 la política del kirchnerismo y desmenuzó en detalle, en la edición del sábado último del suplemento Ideas, uno de nuestros brillantes columnistas políticos. El contraste notorio entre aquella idealización y la conducta corrupta de los gobiernos que la utilizaron sin escrúpulos ha ido dejando a su paso escombros al cabo de veinte años. El mayor peso de ese derrumbe cae sobre quienes más se han aprovechado de aquel relato.

La sentencia de la causa 13/84, dictada por la Cámara Federal en pleno, fue confirmada en su momento por la Corte Suprema, que ratificó y amplió sus fundamentos. En todos los nuevos juicios sobre las mismas cuestiones se elogiaron los considerandos de la memorable sentencia de 1985, pero aplicándoselos con parcialidad, a veces en contradicción grosera con la letra y el espíritu de aquellos.

No solo se desacreditó un fallo histórico, sino que, en su nombre, se impuso un sistema discriminatorio en el juzgamiento de cientos de individuos, privándolos de elementales derechos constitucionales. Además, desde hace años, y sin los controles correspondientes, se mantienen privilegios e indebidas reparaciones económicas solventadas por el fisco como parte de la manipulación ideologizada de la historia contemporánea.

Superar las heridas del pasado exige revisar procedimientos contrarios a la ley a fin de que nos aboquemos a la resolución de los enormes problemas que jaquean a la Nación. Estos demandan el compromiso de las instituciones en la búsqueda de soluciones definitivas que irresponsablemente han postergado quienes gobiernan. Alimentar la división y el desorden social en función de consignas revolucionarias fue el objetivo del terrorismo de los años 70, al que en 1974 el presidente Perón ordenó “exterminar” y el gobierno de su mujer y sucesora consideró justo “aniquilar”.

Por eso ha sido de tanto interés la carta de lectores del último domingo, en la que Enrique Munilla, exjefe de despacho de la Vocalía de Instrucción de la Cámara Federal en lo Penal de la Nación disuelta tan pronto asumió el presidente Cámpora, recordó que entre el 25 de mayo de 1973 y el 23 de marzo de 1976, en función de una política de exterminio o aniquilamiento dispuesta por dos gobiernos peronistas constitucionales, hubo en la Argentina 977 desaparecidos.

No pocos funcionarios de la actual coalición gobernante, tan renuentes a criticar la feroz dictadura de Nicaragua, parecen reivindicar los objetivos del terrorismo subversivo de los setenta, ahora remozados en el lejano sur por aventureros que avalan supuestos derechos de pueblos aborígenes. Es otra película que hemos visto.

No se trata de defender individuos ni conductas que puedan ser encuadradas en tipologías penales, sino de resguardar principios y garantías esenciales de nuestro sistema jurídico, que no pueden regir para unos y serles negados a otros, bajo la pretensión de reemplazar así la justicia por la venganza.

jueves, 25 de agosto de 2022

Revolución Americana: Palacio de justicia de Guilford (2/3)

Palacio de justicia de Guilford

Parte 1 || Parte 2  ||  Parte 3
Weapons and Warfare

 



Sin embargo, Cornwallis no se dejó engañar por mucho tiempo y, por segunda vez, su grupo de avanzada estuvo cerca de atrapar a los hombres de Lee en un desayuno retrasado. Los soldados estadounidenses habían subido por un camino lateral hacia una granja y estaban comenzando a comer cuando se escucharon disparos en la dirección de un puesto de avanzada. Inmediatamente, Lee puso en camino a su infantería y luego regresó para apoyar a su puesto de avanzada en el control del grupo de avanzada del enemigo. Los estadounidenses escaparon por la piel de sus dientes, la caballería de Lee fue perseguida acaloradamente por los dragones británicos y solo se salvó teniendo mejores caballos.

A estas alturas, Cornwallis estaba convencido de que un último esfuerzo total le permitiría atrapar a los estadounidenses antes de que pudieran cruzar el Dan. Durante todo el día del 13 y hasta la noche, los cansados ​​británicos fueron empujados por su comandante. Varias veces, la vanguardia británica estuvo a un tiro de mosquete de la retaguardia estadounidense, y parecía probable que las tropas ligeras tuvieran que resistir. Cada vez que las tropas de Lee se escaparon. Justo antes del anochecer, los hombres de Lee alcanzaron a Williams. Sin embargo, pronto se hizo evidente que Cornwallis no se detendría en la oscuridad, por lo que Williams tuvo que seguir adelante, sus hombres tropezando en la oscuridad por el camino accidentado.

Williams ahora envió parte de la caballería de Lee por delante para intentar conectar con la retaguardia de Greene. No pasó mucho tiempo antes de que vieran, delante de ellos, una línea distante de fogatas. Estaban tan consternados como sorprendidos. Greene no se había escapado después de todo, y allí estaban todos, con los británicos acercándose a ellos. “Todas sus luchas, todas sus dificultades habían sido en vano. Ahora solo quedaba una cosa por hacer; deben enfrentarse a su perseguidor y luchar”. Sin embargo, cuando Williams se acercó y los condujo hacia adelante, descubrieron que las fogatas eran de hecho las de Greene, pero él se había mudado dos días antes. Los lugareños habían mantenido encendidas las hogueras, que sabían que venían las tropas ligeras.

Williams, sin embargo, no podía permitirse detenerse. Había recibido un mensaje de Greene que le decía que el equipaje y las provisiones del cuerpo principal habían sido enviados para "cruzar tan rápido como llegaran al río". Finalmente, Williams recibió la noticia de la retaguardia de que los británicos se habían detenido, por lo que él también podía detenerse, pero solo por un par de horas. A medianoche, las tropas ligeras volvían a avanzar, sus pies rompían los surcos medio congelados y se hundían en la arcilla roja y empapada. A pesar de que sus perseguidores estaban teniendo los mismos problemas, a veces parecían estar ganando terreno a las cansadas tropas de Williams. Ambos bandos siguieron adelante y durante toda la mañana del 14 de febrero ninguna de las fuerzas hizo un alto para descansar más de una hora.

Luego, en algún momento antes del mediodía del día catorce, otro de los correos de Greene se reunió con Williams con un mensaje fechado a las 5:12 p. m. del día anterior: “Todas nuestras tropas han llegado y el escenario está despejado. . . Estoy listo para recibirlos y darles una calurosa bienvenida”. Williams transmitió la palabra a las columnas, y el alboroto de los vítores estadounidenses fue tan fuerte que el grupo de avanzada del general O'Hara pudo escucharlos y debió darse cuenta de que los estadounidenses podrían ganar la carrera.

Todavía quedaban catorce largas millas por recorrer antes de llegar al río. La noticia del envío de Greene había levantado tanto el ánimo estadounidense que las tropas de Williams, como un corredor que recupera su segundo aliento, lo estaban dando todo en este tramo final.

En cuanto a O'Hara, a pesar de todos los sonidos adversos de los vítores de los rebeldes, estaba más decidido que nunca a alcanzar y atrapar a su enemigo de espaldas al río. Igualmente decidido a cruzar antes de que O'Hara pudiera intervenir, Williams envió a Lee nuevamente a media tarde para cubrir la retaguardia y retrasar a los británicos. Mientras tanto, la infantería ligera avanzaba, habiendo ganado a la camioneta de O'Hara: los británicos habían recorrido cuarenta millas en veinticuatro horas, pero los estadounidenses habían recorrido esas mismas millas en dieciséis horas.

Por fin, justo antes del final del día, las tropas líderes de Williams llegaron al sitio del ferry y cargaron en los botes para cruzar. Los barcos de transporte siguieron moviendo a la infantería hasta que el último de ellos llegó al otro lado después del anochecer. A las 8:00 p. m. del 14 de febrero, llegaron los jinetes de Lee y comenzaron a cruzar en los botes que habían terminado de transportar a la infantería. Carrington estaba dirigiendo el cruce en persona, y fue él quien hizo que los caballos de Lee "desensillaran y condujeran al agua para cruzar a nado, mientras sus cansados ​​jinetes agarraban sus sillas y bridas y se apiñaban en los botes". Lee luego registró que "en el último barco, el intendente general al que asistieron el teniente coronel Lee y las tropas de retaguardia, llegó a la costa amiga". Menos de una hora después, O'Hara llegó al río y encontró a sus enemigos a salvo en el otro lado. Page Smith resumió la sensación de amarga decepción de O'Hara: “Todas las fatigosas millas, el equipaje y los carros quemados, las tiendas destruidas, las raciones escasas habían sido en vano” (A New Age Now Begins). Cornwallis se enteró de la falla un poco más tarde, y con ella la no sorprendente noticia de que el río estaba demasiado alto para vadearlo y que todos los barcos se habían ido con los estadounidenses.


Mientras se desarrollaba el choque de caballería, Williams decidió que había ido tan lejos como pudo al llevar a Cornwallis hacia Dix's Ferry. Ahora, para salvar su propio mando mientras continuaba cubriendo la retaguardia de Greene, era hora de que cambiara a un camino que lo llevaría más directamente a Irwin's Ferry, donde podría cruzar el Dan detrás del cuerpo principal de Greene. Como Lee lo había alcanzado, Williams le contó su plan de cambiar a la nueva ruta y le ordenó que continuara vigilando la retaguardia de la fuerza ligera. Williams luego se mudó a Irwin's Ferry.

Obviamente, los barcos fueron la clave para que Greene pusiera a salvo a su ejército. El hecho de que estuvieran donde se necesitaban, cuando se necesitaban, es un amplio testimonio del genio de Greene y de la habilidad y energía de Carrington y Kosciuszko.

Greene ahora había sido expulsado de las Carolinas y ya no había una fuerza patriota organizada ubicada al sur de Virginia capaz de luchar contra un ejército británico. Sin embargo, al retirarse al norte del Dan, el general estadounidense no solo había salvado a su ejército, sino que todavía era capaz de evitar que Cornwallis marchara hacia Virginia y se uniera a las fuerzas británicas allí para someter al resto del sur.

Cornwallis y los británicos ahora enfrentaban un problema operativo crítico. Para llegar a Virginia tenía que cruzar el Dan y el Roanoke, y no había botes para cruzar. Si trataba de usar los vados en los tramos superiores del río, Greene sabría de sus movimientos a tiempo para mover su ejército para mantener cualquier sitio de cruce. E incluso si superara en maniobras a Greene, un resultado improbable en vista de las dolorosas experiencias de las últimas semanas, el estadounidense podría retroceder y ser reforzado por las tropas que el barón von Steuben estaba reuniendo en Virginia, y sería el más fuerte en número. Así que no había forma de que los británicos en este momento se dirigieran hacia el norte.

Los otros problemas del conde también eran formidables. Al perseguir a Greene, había dejado su base principal más de 230 millas atrás, y no había forma de reemplazar todas las tiendas y el material destruido en Ramsour's Mills. Su ejército había barrido el campo cercano de provisiones y forraje, y según los informes, Pickens había reclutado unas 700 milicias con las que podía atacar grupos de búsqueda de alimento británicos o trenes de suministro. Obviamente, Cornwallis tampoco podía quedarse donde estaba.

Tomó la única salida que le quedaba. Haría una marcha segura de regreso a Hillsboro, donde la población Tory seguramente se uniría a él ahora que Greene había sido expulsado de Carolina del Norte. Con una decisión tomada, Cornwallis marchó a Hillsboro, izó el estandarte real y emitió una proclamación: “Considerando que ha complacido a la Divina Providencia hacer prosperar las operaciones de las armas de Su Majestad, al expulsar al ejército rebelde de esta provincia, y considerando que es el deseo más gracioso de Su Majestad rescatar a sus fieles y leales súbditos de la cruel tiranía bajo la cual han gemido durante muchos años [todos fueron invitados a reparar] con sus armas y provisiones para diez días al estandarte real”.

A unas cuarenta millas de distancia, en el lado norte del Dan, había motivos para regocijarse y “disfrutar de abundantes y saludables suministros de alimentos en el rico y amistoso condado de Halifax”. Allí, Greene descansó a sus hombres mientras recopilaba provisiones e inteligencia de las fuerzas amigas y enemigas. En la forma de pensar de Greene, el cruce del Dan había terminado una campaña; ahora era el momento de empezar otro. A pesar de su urgente necesidad de refuerzos, no detendría las operaciones esperándolos. Las aguas altas del Dan estaban amainando y Cornwallis podría tomar la iniciativa para intentar nuevas maniobras contra él. Además, los reclutas continentales de Steuben podrían estar a semanas de unirse a él. Lo más importante en su consideración fue la persistente comprensión de que aún no se había alcanzado el clímax de todas sus operaciones retrógradas: su regreso para atacar al enemigo al que había atraído tan lejos de su base, y que ahora estaría lo suficientemente debilitado como para ser vulnerable a los ataques de Greene. golpe maestro. En la mente de Greene ese momento había llegado. Ahora debe volver a entrar en Carolina del Norte y avanzar contra Cornwallis con las fuerzas que tenía a mano.

En poco tiempo, Greene transformó las decisiones en acciones. El 18 de febrero envió a Lee con su legión y dos compañías de Maryland Continentals para reforzar a Pickens en el hostigamiento de las comunicaciones británicas y los grupos de búsqueda, así como para contener los levantamientos conservadores. El siguiente movimiento de Greene fue enviar adelante al coronel Otho Williams con la misma fuerza de infantería ligera que dirigió tan brillantemente durante la retirada. Williams cruzó el Dan el 20 de febrero, dos días después de Lee. Aproximadamente al mismo tiempo, escoltado por un destacamento de dragones de Washington, Greene cabalgó para encontrarse con Pickens y Lee cerca de la carretera que va de Hillsboro al río Haw. Allí les contó sus planes de cruzar el Dan con el resto de su ejército y avanzar en la dirección general de Guilford Courthouse. Greene luego regresó al ejército principal.

Algún tiempo después, Pickens y Lee se dispusieron a actuar sobre una pieza de inteligencia caliente que les dijo que Tarleton había sido enviado para escoltar una fuerza de varios cientos de milicianos Tory a Hillsboro para unirse a Cornwallis. Los Tories, una fuerza de la Milicia Real que se había levantado entre los ríos Haw y Deep, se dirigían en ese momento a unirse a Tarleton.

En su camino para localizar al enemigo, los soldados de Lee recogieron a dos compatriotas Tory, quienes fueron engañados haciéndoles creer que los hombres de Lee eran los de Tarleton, un error comprensible ya que los soldados de caballería de ambas legiones vestían chaquetas verdes y cascos negros similares. Enviaron a uno de los tories por delante al coronel John Pyle, que comandaba la fuerza tory de 300 hombres, y le pidieron que formara a sus hombres en una línea frente a la carretera para que el "coronel Tarleton" y sus tropas pudieran pasar a su campamento. área para la noche. Completamente cautivado, Pyle no solo formó su línea en el lado derecho de la carretera, sino que también se colocó a la derecha de la línea donde podía saludar al líder de la caballería británica cuando pasaba.

Mientras tanto, la infantería ligera de Maryland y parte de la milicia de Pickens seguían a los dragones de Lee, la infantería oculta por el bosque a través del cual discurría el camino. Lee cabalgó por el camino a la cabeza de sus hombres, en sus propias palabras, pasando a lo largo de la línea a la cabeza de la columna “con un semblante sonriente, lanzando, ocasionalmente, expresiones que elogian la buena apariencia y la conducta encomiable de sus leales amigos. .” Lee continuó diciendo que su única intención era revelarse a sí mismo y a sus hombres al coronel Pyle y sugerir que se rindiera y disolviera a sus hombres, y los enviara a casa para evitar que sufrieran daños. Según relatos estadounidenses, Lee estaba a punto de entregar su demanda de rendición, después de haber agarrado primero la mano de Pyle en su papel de Tarleton, cuando estallaron disparos en la parte trasera de la columna de Lee.

Los soldados de Lee cayeron sobre el enemigo sorprendido con sables cortantes. Los tories fueron atrapados como conejos acorralados, y el resto de la acción, conocida como la derrota de Pyle o Haw River, fue nada menos que una masacre. De los 300 o más milicianos Tory, 90 fueron asesinados en el acto y 150 que no pudieron escapar quedaron “cortados y sangrando”. La pérdida de Lee fue un caballo herido. Si la Derrota de Pyle no fue una masacre, sería realmente difícil aceptar la afirmación estadounidense de lo contrario, ya que las bajas con sus heridas hablan por sí mismas.

Dejando a un lado las cuestiones morales, los resultados de Haw River fueron inconfundibles. La población conservadora de toda la región quedó completamente apabullada por la noticia de la acción, y pocos conservadores se unieron al estandarte real en Carolina del Norte.

Greene cumplió su palabra con Lee y Pickens, cruzando el Dan para unirse a ellos el 23 de febrero después de que su cuerpo principal fuera reforzado por 600 milicianos de Virginia al mando del general Edward Stevens. Las operaciones inmediatas de Greene se dirigieron a respaldar a Pickens con el apoyo de las tropas ligeras de Williams mientras el ejército principal se fortalecía. La acumulación iba a llevar tiempo, pero finalmente llegarían refuerzos en forma de continentales reclutados por Steuben y más milicias de Virginia y Carolina del Norte. Mientras tanto, Greene dirigió sus próximas marchas hacia Hillsboro.

Cornwallis, al mismo tiempo, estaba llegando a la decisión de abandonar ese lugar, no por el último movimiento de Greene, sino por la disminución de los medios de apoyo de la zona para las fuerzas británicas acampadas allí. Las provisiones se estaban quedando críticamente cortas y los comisarios de Cornwallis se vieron en apuros para obligar a más a un pueblo descontento. Estas eran las mismas personas que, después de la Derrota de Pyle, habían dejado de repente de proporcionar reclutas. Por lo tanto, fue una ventaja para Cornwallis mudarse a pastos más verdes. En consecuencia, el 27 de febrero se trasladó a un campamento al sur de Alamance Creek. Esto lo colocó cerca de un cruce de caminos que permitía moverse hacia el este hasta Hillsboro, hacia el oeste hasta el Palacio de Justicia de Guilford, o río abajo hasta Cross Creek y Wilmington.

El día que Cornwallis partió de Hillsboro, Otho Williams cruzó el río Haw y tomó posición en el lado norte de Alamance Creek, a varias millas del campamento de Cornwallis en el lado sur. Williams ahora dirigía una fuerza formidable, sus tropas ligeras habían sido reforzadas por el mando de Pickens, que incluía la legión de Lee, la caballería de Washington y unos 300 fusileros de Virginia al mando del coronel William Preston. La fuerza de Williams cerró en su posición la noche del 27 al 28 de febrero y, a la mañana siguiente, Greene trasladó el ejército principal a una posición a unas quince millas sobre el campamento británico.

Sin embargo, el comandante estadounidense no tenía intención de permanecer allí. Planeaba mantener sus fuerzas en movimiento y así mantener a Cornwallis fuera de balance mientras los estadounidenses controlaban el campo y continuaban reuniendo refuerzos. Al mismo tiempo, Williams también estaría en movimiento con el mismo propósito general y, además, actuaría como una fuerza de protección para el ejército principal de Greene. Del lado británico, Tarleton comenzó a llevar a cabo su misión de selección de manera muy similar.

Todo este ir y venir sirvió al propósito de los estadounidenses al menos en un sentido: habían comenzado a molestar a Cornwallis. Decidió un movimiento sorpresa propio y marchó a las 3:00 am del 6 de marzo con la esperanza de sorprender a Williams. Al hacerlo, anticipó atraer a Greene al apoyo de Williams y, por lo tanto, a un compromiso general. Desde el punto de vista del conde, el comandante estadounidense no podía darse el lujo de mantenerse al margen y ver destruida su invaluable fuerza de cobertura.

Como de costumbre, la inteligencia estadounidense fue más oportuna y precisa que la inteligencia británica. Un grupo de exploración de Williams en otra misión en la noche del 5 al 6 de marzo se enteró de que el ejército de Cornwallis estaba en movimiento. Cuando Williams recibió el informe, la caballería de Tarleton y la camioneta de infantería ligera de Cornwallis al mando del teniente coronel Webster ya estaban a dos millas de la milicia de Virginia del coronel William Campbell (el mismo escocés pelirrojo de Kings Mountain), que estaba avanzando a la izquierda de Williams. Williams envió a la caballería de Lee y Washington para apoyar a Campbell mientras apresuraba al resto de su fuerza hacia Wetzell's Mills, un vado a través de Reedy Fork. Williams cruzó primero el vado, y la rápida llegada de la furgoneta británica provocó el enfrentamiento conocido como Wetzell's Mills, en el que se produjeron unas veinte bajas en cada bando.

Después de ese asunto, ambos ejércitos permanecieron inactivos durante los siguientes ocho días. Durante el período, las esperanzas más ansiosas de Greene comenzaban a cumplirse. Los continentales de Steuben llegaron por fin, 400 de ellos, al mando del coronel Richard Campbell. Aproximadamente al mismo tiempo, la tan esperada milicia de Virginia se unió a Greene: casi 1.700 hombres organizados en dos brigadas bajo el mando de los generales de brigada Edward Stevens y Robert Lawson. Luego vinieron dos brigadas de la milicia de Carolina del Norte, con un total de 1.060 hombres, comandadas, respectivamente, por el general de brigada John Butler y el coronel Pinketham Eaton. Mientras supervisaba la reorganización de su ejército, Greene decidió disolver la fuerza de Williams y devolver sus unidades a sus regimientos originales, con la excepción de la famosa compañía de continentales de Delaware del capitán Kirkwood y los fusileros de Virginia del coronel Charles Lynch.

Greene ahora tenía 4.400 efectivos con los que podía contar para luchar contra Cornwallis. La inteligencia de este último, para indudable ventaja de Greene, había logrado aumentar los números estadounidenses a 9.000 o 10.000. Si Cornwallis creía en las cifras, y no hay evidencia de que no lo hiciera, no se desanimó. Sus 1.900 regulares eran todos ellos veteranos experimentados, que sin duda probarían valer más del doble de su número en la batalla con la milicia estadounidense.

Greene había atraído a su oponente hacia el norte, estirando las líneas de suministro de Cornwallis hasta el límite. Si no atacaba antes de que se reforzara al enemigo, su fuerza disminuiría una vez que la milicia hubiera cumplido su compromiso de seis semanas. Además, tanto él como su enemigo habían despojado al área de comida y forraje, y ninguna fuerza podía sostenerse en la región por más de unos pocos días. Greene sabía que su enemigo, recién trasladado a New Garden a unas pocas millas de distancia, no rechazaría el desafío de librar una batalla campal una vez que los estadounidenses hubieran tomado una posición fija.

Sin duda, Greene tenía en mente el lugar que favorecería su batalla. Había estudiado el terreno cuando se detuvo por primera vez en el Palacio de Justicia de Guilford, cuando su consejo de guerra lo disuadió de luchar. Ahora no había necesidad de un consejo. Greene se trasladó el 14 de marzo para ocupar una posición defensiva en el Palacio de Justicia de Guilford.

Se ha aceptado comúnmente que Greene desplegó su ejército para la batalla usando las mismas tácticas que habían funcionado tan brillantemente para Morgan en Cowpens. El punto, creo, ha sido muy exagerado. Es cierto que Morgan aconsejó a Greene, en una carta fechada el 20 de febrero, con respecto al despliegue de sus fuerzas cuando se enfrentara a Cornwallis en la batalla, pero no hay evidencia que demuestre que Greene sin pensarlo adoptó todas las sugerencias de Morgan, a pesar de que sus tres líneas de profundidad El despliegue podría parecer superficialmente una copia al carbón del de Morgan. El terreno en el que Greene hizo sus disposiciones era marcadamente diferente al de Cowpens. Morgan había tenido éxito en Carolina del Sur porque ajustó su potencia de fuego al terreno de tal manera que podía observar y controlar a sus tropas durante la acción. El terreno de Cowpens,

El terreno en Guilford Courthouse negó a Greene tal libertad de acción. Su característica más llamativa era el denso bosque que dominaba la zona, a excepción de los pocos claros que ofrecían campos de tiro, normalmente limitados al frente inmediato. Si los estadounidenses adoptaran el despliegue de tres líneas de Morgan, el terreno dictaba que no podía haber apoyo mutuo entre las líneas. Ni el comandante ni sus líderes superiores podrían siquiera ver las dos primeras líneas, porque las tropas estarían fuera de la vista en el bosque.

Por todo eso, Greene procedió al despliegue. El camino de Guilford Courthouse a New Garden dividía en dos las posiciones de las dos líneas delanteras. La línea del frente estaba compuesta por las dos brigadas de milicias de Carolina del Norte de 500 hombres cada una: la de Butler a la derecha de la carretera, la de Eaton a la izquierda. El flanco derecho de la línea estaba cubierto por la legión de Washington, con su caballería en el extremo derecho. Su infantería, compuesta por la compañía de infantería ligera de Kirkwood y los fusileros Virginia de Lynch, se formó en una línea inclinada hacia adentro para proporcionar fuego de enfilación contra el atacante. En el flanco izquierdo, la legión de Lee se desplegó de la misma manera que la de Washington. La caballería cubrió el final del flanco, con la infantería de la legión y los fusileros de Campbell formados en línea mirando oblicuamente para enfilar la línea principal desde su posición. Capitán Anthony Singleton,

La segunda línea, a unas 300 yardas detrás de la primera, comprendía las dos brigadas de la milicia de Virginia de 600 hombres cada una: la de Stevens a la derecha de la carretera, la de Lawson a la izquierda. La segunda línea se desplegó completamente en el bosque, con archivos de conexión publicados en la parte trasera para facilitar el contacto con la tercera línea.

La principal línea de resistencia de Greene fue su tercera línea, 550 yardas a la parte trasera derecha de la segunda línea. Para aprovechar el terreno elevado al oeste del palacio de justicia, esta línea tuvo que desplazarse hacia el oeste, con solo aproximadamente la mitad directamente en la retaguardia de la brigada de Stevens. Dos brigadas de continentales formaron la línea. A la derecha estaba la brigada de Virginia Continentals de Huger, 778 hombres: el 4.º Virginia del coronel Green a la derecha de la brigada y el 5.º Virginia de Hawes a su izquierda. La otra brigada era Maryland Continentals, 630 hombres al mando de Otho Williams: el 1. ° Maryland de Gunby a la derecha de la brigada y el 5. ° Maryland de Ford a la izquierda. Los dos cañones de seis libras del capitán Samuel Finley, la otra mitad de la artillería de Greene, se colocaron en el centro, en el intervalo entre las dos brigadas. Greene permaneció con los continentales durante toda la batalla.

Junto con el terreno y la disposición de las tropas, varios otros factores son dignos de mención. Greene había puesto todo su ejército en las tres líneas. No había provisiones para un ejército de reserva de ningún tipo, mientras que el terreno de Cowpens había permitido a Morgan mantener toda su caballería en reserva. Boatner ha abordado bien la cuestión de la falta de una reserva de Greene: “Parecería que debería haber sido capaz, sin embargo, de establecer una reserva general, ya sea de las unidades flanqueantes de su primera línea, o eliminando las segunda línea y usando estas unidades flanqueantes como una fuerza de demora entre la primera y la última línea” (Encyclopedia of the American Revolution).

La calidad de las tropas de Greene fue decididamente desigual. En los extremos opuestos del espectro estaban los veteranos curtidos en la batalla, como la compañía Delaware de Kirkwood y los 1st Maryland Continentals de Gunby; en el otro extremo estaba la milicia de Carolina del Norte, de la que no se podía depender en absoluto para hacer frente a las bayonetas británicas. Dos unidades, la 5.ª de Maryland y algunas de las Continentales de Virginia, estaban probando por primera vez el combate.

Greene era muy consciente de que su primera línea, al igual que la milicia de segunda línea de Morgan en Cowpens, abandonaría las instalaciones poco después de que comenzara el tiroteo. Es por eso que recorrió la línea de su milicia de Carolina del Norte, exhortándolos lo mejor que pudo y recordándoles su instrucción básica: salgan al menos "dos rondas, mis muchachos, y luego pueden retroceder". En esa exhortación yacía otro caso de la diferencia en el terreno de las batallas de Morgan y Greene. La milicia de Morgan podría desfilar por la izquierda de la línea continental detrás de ellos y reformarse para reconstituir una reserva. La milicia de Greene no tenía adónde ir, excepto los bosques que los rodeaban y detrás de ellos, por lo que cuando "retrocedían" desaparecían de la tierra, en lo que se refería a su futura participación en la batalla. En consecuencia, el único recurso que le quedaba a Greene era ordenar, antes de tiempo, los virginianos en la segunda línea para abrir sus filas y dejar pasar a los carolinianos. También se aseguró de que las unidades de flanco de Washington y Lee supieran que debían retroceder y tomar posiciones en los flancos de la segunda línea.

Dadas las instrucciones y realizadas las inspecciones, Greene cabalgó de regreso a su puesto de mando detrás de la tercera línea. La mañana era clara y fría bajo un cielo sin nubes. Ahora solo quedaba quedarse quieto y esperar el avance de Cornwallis.

viernes, 29 de julio de 2022

Terrorismo islámico en Argentina: El conductor suicida del ataque a la Embajada israelí

Por primera vez, la imagen y el prontuario del conductor suicida que voló la Embajada de Israel por orden de Irán y Hezbollah

Según el informe del Mossad, se trata de Muhammad Nur Al-Din Nuer Al-Din, un libanés de 24 años que fue reclutado en la Triple Frontera. Condujo la camioneta desde un estacionamiento hasta la puerta de la Embajada

Por Nicolás Pizzi || Infobae




Muhammad Nur Al-Din Nuer Al-Din fue reclutado en la Triple Frontera

El informe del Mossad sobre el atentado contra la Embajada de Israel aporta un dato clave: la identidad y la imagen del conductor suicida. Se trata de Muhammad Nur Al-Din Nuer Al-Din, un libanés que al momento del atentado, el 17 de marzo de 1992, tenía apenas 24 años, la edad promedio de un miembro de bajo rango de la Yihad Islámica, el brazo armado del Hezbollah.

Muhammad vivió varios años en Foz de lguazú, Brasil.

“Siguiendo la tradición árabe, las personas reciben su nombre en base a tres nombres: su nombre personal (Muhammad), el nombre de su padre (Nur Al-Din) y su apellido (Nur Al-Din). De aquí que su nombre completo según los registros era Muhammad Nur Al-Din Nuer Al-Din”, detalla el informe en la página 26. Y también menciona las posibles identidades de su madre (Fatma/Fatima Yunes) y de sus tres hermanos: Ali Noureddine, Nimer Nur Al-Din Nur Al-Din y Hadi Nur Al-Din Nur Al-Din.

El mismo documento, al que tuvo acceso Infobae, aporta una foto del suicida. Esa imagen fue publicada en noviembre de 1992 en el periódico libanés AI-AHD, donde se afirmaba que había muerto en la guerra de Serbia. El aviso fúnebre invitaba a recordar a un “héroe del Islam” en el Templo de Nuestra Señora del Floral, en el pueblo Zikak El Blat. Sin embargo, la agencia israelí asegura que “un familiar (de Muhammad) reconoció que fue el conductor del coche bomba que explotó en la embajada israelí en Argentina en 1992″.

El nombre del suicida casi no figuraba en los expediente judiciales. Según pudo saber este medio, apenas hubo una mención en un legajo paralelo a la causa de la AMIA, por entonces a cargo de Juan José Galeano. Ese legajo investigaba las actividades en la Triple Frontera.

En Foz de Iguazú, Muhammad habría sido reclutado por una persona identificada como Farouk El-Omeiri, que tenía lazos estrechos con Hezbollah. Luego, el joven fue trasladado a Buenos Aires por un miembro de la Yihad Islámica.

Entre el 14 y el 17 de marzo, José Salman El Reda, hermano de Samuel El Reda, que tiene pedido de captura vigente por el atentado a la AMIA, se habría ocupado de la estadía del suicida en una “casa segura” y lo llevó a reconocer el estacionamiento donde estaba escondido el coche bomba. Juntos también habrían estudiado el recorrido hasta la puerta de la embajada.

De acuerdo a la causa judicial de la Embajada, José Salman El Reda, había sido detenido y procesado por la justicia federal de Rosario por una importante cantidad de dólares falsificados – conocidos como “super dólares”, que financiarían actividades terroristas.

Samuel El Reda tuvo partipación en el atentado a la Embajada y tiene pedido de captura por el atentado a la AMIA

Según el servicio de inteligencia de Israel, el 17 de marzo a las 14:42 el joven suicida libanés retiró la camioneta del estacionamiento ubicado en la calle Cerrito (entre Juncal y Arenales), y la condujo hasta la puerta de la embajada. Tardó entre 4 y 5 minutos hasta llegar a Arroyo 916.

La investigación judicial confirmó que hubo 22 fallecidos: nueve empleados y funcionarios de la Embajada, tres albañiles y dos plomeros, un taxista y tres peatones, un sacerdote de una iglesia vecina y tres ancianos que se alojaban en una residencia a pocos metros. Sus nombres quedaron retratados en una placa en la plaza seca que se levantó en el lugar del ataque.

Para el Mossad, no hay dudas sobre la participación de un conductor suicida. “Cabe señalar que Hezbollah solía hacer uso frecuente de terroristas y/o conductores suicidas en las décadas de los 80 y 90. Por ejemplo, Hezbollah explotó mediante conductores suicidas el cuartel general de las fuerzas armadas estadounidenses y las fuerzas de paz francesas en Beirut en 1983. Otro ejemplo destacado es por supuesto el atentado a la AMIA perpetrado por Hezbollah y los iraníes en Buenos Aires en 1994, y el atentado fallido de Hezbollah (Yihad Islámica) contra la embajada israelí en Bankok, Tailandia, en marzo de 1994″, dice el informe.

El conductor suicida (abajo a la derecha) aparece como parte de la unidad operativa en Buenos Aires

La agencia de inteligencia israelí también es contundente sobre la participación de Irán. “De toda la información que se ha acumulado durante los años dedicados a investigar los dos atentados perpetrados en Buenos Aires, surge que estos fueron cometidos mediante la cooperación de Irán y Hezbollah. Estas dos partes se unieron y aprovecharon las ventajas relativas de cada de ellas, para lograr su cometido, causando múltiples víctimas fatales y cientos de heridos”, sostiene el Mossad. Y agrega: “Irán fue quien decidió, autorizó y asistió, y el “Hezbollah”, mediante su “Aparato de Yihad Islámica” fue el brazo operacional, convirtiendo la decisión en una acción, poniendo en la práctica los atentados que causaron la muerte y las heridas de numerosas personas inocentes”.

El coche bomba, siempre según el informe de 42 páginas, se habría preparado en una casa ubicada en la provincia de Buenos Aires, en un lugar no identificado. La persona encargada de alquilar esa vivienda habría sido Samuel El Reda. Lo hizo mediante un documento falso a nombre de un ciudadano brasileño identificado como Antonio Hadad.

Las partes de la camioneta rescatadas en el lugar del atentado

El Mossad asegura que ese documento se tramitó en 1989 y habría sido utilizado en la preparación de ambos atentados. ”Samuel El-Reda tramitó esta cédula en junio 1989, posiblemente por intermedio de soborno, en Brasil. Es decir, existe una alta probabilidad de que el operativo Samuel El-Reda haya hecho uso de esta cédula brasilera para realizar misiones logísticas, en miras a los atentados del ‘92 y del ‘94″, agrega el informe.

“En múltiples publicaciones Al Reda fue descrito como un libanés que emigró a Colombia en 1987 y se ‘convirtió al Islam’. Esas publicaciones son falsas. El Reda y su hermano pertenecen a una familia chiíta religiosa de gran tamaño del Líbano, y Salman/Samuel proviene de una aldea chiíta ubicada en Bent Jbeil, al sur del Líbano. El mencionado nació en esa aldea el 5 de junio de 1963″, dice el informe del Mossad en la página 18.

El inmueble alquilado por El Reda también se habría utilizado para guardar los explosivos. “El pago del alquiler se hacía por adelantado, en dólares y en efectivo. Es lógico pensar que quien le alquiló a Salman el inmueble conoce su rostro ya que ha sido publicado, pero no ha acudido a las autoridades, quizás por temor. Esta persona es inocente, y no tiene ninguna conexión con Hezbollah, simplemente alquilo ese inmueble a una persona que hizo un buen pago por el mismo”, sostiene el Mossad.

La preparación de los explosivos se le adjudica al ingeniero Malek Ubeid, apodado como “Houssam”. Esa persona estuvo en Buenos Aires previo al atentado y abandonó el país luego del mismo.

El ingeniero Malek Ubeid, apodado como “Houssam”, se habría encargado de acondicionar la camioneta con los explosivos

El traslado del coche bomba hasta el estacionamiento estuvo a cargo de El Reda y de Mohammad Shourba.

La camionera Ford F-100, tal como estableció la Justicia argentina, fue comprada el 24 de febrero de 1992 en una agencia de autos ubicada en Juan B. Justo 7537. El encargado de esta tarea habría sido Hussein Karaky, otro miembro de la célula. Para adquirir el vehículo utilizó una fotocopia de un documento brasileño número 34031567, a nombre de Da Luz Elias Ribeiro.

Según el relato del dueño de la agencia, el comprador adujo que se dedicaba a la venta de autos y que la camioneta estaba destinada a una persona que residía en la ciudad de Mar Del Plata. El día de la operación Karaky estuvo dos veces en la agencia, con una diferencia de seis horas. En la segunda utilizó anteojos de sol y una boina para taparse la cara.

La investigación judicial por el atentado nunca tuvo detenidos y en los últimos años acumula escasos avances. Dos órdenes de captura ordenadas en 2015 por la Corte Suprema de Justicia y una serie de exhortos al exterior fueron los últimos movimientos.

Pasaron 30 años.




domingo, 8 de mayo de 2022

Guerra contra la Subversión: El olvido sistemático de los zurdos de las víctimas que provocaron

La política de la Memoria olvida a las víctimas de Montoneros

La historia es más importante que la memoria, que siempre es parcial y favorece a un grupo de víctimas pero no a otros
La bomba vietnamita en el comedor de la policía y el ataque de Montoneros

Cada libro tiene su propia costura, un trabajo interior que va enhebrando la historia principal. Hay una técnica, pero es, en buena medida, artesanal porque, por ejemplo, requiere fuentes directas apropiadas. Una de las dificultades para escribir Masacre en el comedor fue que los parientes de los muertos no querían hablar.

Esta reticencia puede parecer una paradoja en un país que se ha ocupado tanto de las víctimas de la dictadura desde el retorno a la democracia, pero no lo es tanto cuando vemos el desamparo reservado para quienes cayeron del otro lado, a causa de la guerrilla.

No es que hayan sido dos situaciones iguales o parangonables, aclaro rápido para eludir el reflejo argumental de la teoría de los dos demonios. Ni uno, ni dos, ni cien demonios: solo me importan los hechos periodísticos; esas teorías se las regalo a quienes quieren llevar agua a su molino pues creo que han sido creadas para justificar sus posiciones de poder. Si es uno, aplauden a la guerrilla; si son dos, equiparan la guerrilla a los militares; si son más, favorecen a la dictadura.

Lo cierto es que cuando comencé a investigar para escribir mi último libro encontré que ni los heridos —hubo ciento diez— ni los parientes de los veintitrés muertos —fue el atentado más sangriento de los 70— querían hablar conmigo.

Me llamó la atención: pensaba que podría acceder a ellos con una cierta facilidad dado que nadie había escrito nada sobre la tragedia que les había tocado vivir: se habían quedado sin padres, sin madres, sin maridos, sin esposas, sin hermanos, y suponía que estarían muy deseosos de hablar.

La cúpula criminal de Montoneros con Firmenich a la cabeza

No fue así. Es que uno sale a investigar con una serie de prejuicios y luego la realidad lo va acomodando. Me había ocurrido, por ejemplo, con Operación Primicia, en 2009: siendo un ataque guerrillero contra un cuartel en 1975, en plena democracia peronista, supuse que el Ejército me mostraría de buen grado su investigación sobre el intento de copamiento, pero estábamos en la democracia kirchnerista y en el Edificio Libertador nunca encontraron ese expediente. Al final, fue la justicia federal en Formosa, seguramente bajo la influencia del eterno gobernador Gildo Insfrán, la que me facilitó el expediente clave, justo lo que pensaba que no iría a suceder.

Al principio de la investigación para Masacre en el comedor no entendía bien por qué las víctimas y sus parientes se negaban a hablar. Me costó bastante tiempo que se abrieran. Terminé de comprender aquella reticencia inicial en estos días en los que algunas hijas de las víctimas fatales explicaron qué sentían en la Legislatura porteña y en la Feria del Libro.

Liliana Tejedo era agente de la Policía Federal y estaba almorzando con su madre, la cabo Elsa Gazpio. Se salvó porque la cedió su lugar a una amiga de su mamá. Ambas murieron

Comprendí cómo el abrumador relato kirchnerista sobre los 70 los había acostumbrado al silencio y a la oscuridad. Los hijos de los muertos en el comedor policial prefirieron durante años callar sus tristes historias, convencidos de que muy pocos los escucharían y de que unos cuantos los recriminarían.

“Creo que no soportaría que alguien me contestara, por ejemplo: ´Los militares hicieron cosas horribles¨. ¡Mi mamá no tenía nada que ver; era una pobre trabajadora, que cumplía tareas administrativas y ni siquiera portaba armas!”, me dijo Liliana Tejedo, hija única de la cabo Elba Gazpio.

Una suerte del “por algo habrá sido” que afligía a los parientes de las víctimas de los militares, pero al revés, aunque con el mismo objetivo: negar a los otros los derechos humanos más elementales.

Josefina Melucci de Cepeda, con su familia, en sus últimas vacaciones en Córdoba

Alejandra Cepeda, hija de Josefina Melucci de Cepeda, la única persona civil que murió en el estrago, contó que nunca pudo comprender cómo fue que, de pronto, se quedó sin mamá a los once años y tuvo que hacerse cargo, junto con su papá, de su hermano de diez y su hermanita de cinco.

Josefina trabajaba en YPF; imaginemos si hubiera muerto del otro lado, víctima de los militares, la policía o algún grupo paraestatal; seguramente, hoy sería honrada con placas de todo tipo en la sede central de la empresa estatal, en Puerto Madero, al igual que sus hijos y demás parientes.

Gloria Paulik, hija del sargento Juan Paulik, sostuvo que recién pudo hacer el duelo varios años después, cuando, con su mamá y sus cuatro hermanos, tuvieron que cambiar los restos de lugar en el cementerio ya que, como tenía solo diez años, no había podido asistir al velatorio en el Departamento Central de la Policía Federal.

Son historias mínimas, de víctimas de jóvenes y no tan jóvenes que seguramente tenían buenos ideales, pero que mataron sin piedad a un grupo de personas indefensas mientras comían los platos buenos, baratos y abundantes del comedor policial, el viernes 2 de julio de 1976. Con una bomba vietnamita, que, de por sí, es siempre la firma de un acto terrorista.

El documento de identidad de la cabo Elsa Gazpio, destruido por las esquirlas de la bomba vietnamita. Ella murió en el acto, decapitada

¿Por qué estos familiares han sido condenados a desaparecer del escenario público? ¿Por qué no han podido contarnos todo lo que sufrieron? ¿Por qué no los hemos podido escuchar?

Creo que la respuesta es que hemos elegido la memoria a la historia. La consigna oficial, asimilada por el peronismo con sus distintas partituras, pero también por el no peronismo —los radicales, la Coalición Cívica, el Pro—, es muy clara: Memoria, Verdad y Justicia.

Pero la memoria es siempre parcial, recordamos lo que más nos conmociona y no siempre en orden cronológico. En cambio, la historia es coral, necesita el testimonio de otros, y siempre respeta las fechas. La memoria pretende recordar, pero la historia aspira a la objetividad y establece los hechos con precisión.

Lo dijo de un modo insuperable el experto búlgaro francés Tzvetan Todorov en 2010 luego de una visita al Parque de la Memoria: “La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables”.

Y relativizó el argumento sobre el idealismo de los jóvenes revolucionarios: “No hay que olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad para todos. Las causas nobles no disculpan los actos innobles”.

Al someter la historia a la memoria, la política entregó los 70 a un grupo con intereses particulares: los organismos de Derechos Humanos y sus aliados kirchneristas.

Parafraseando al Bill Clinton de la campaña de 1992, podríamos decir: “Es la historia, estúpido”.

*Periodista, autor de Masacre en el comedor.





miércoles, 9 de marzo de 2022

Argentina: Bandoleros en la Patagonia Norte

¡Otra que bandolero!

Río Negro











La siguiente anécdota ocurrió hace ya unos noventa años y quedó plasmada en los archivos de la misión salesiana.

Por ese entonces la localidad de Valcheta era una población incipiente cuyos habitantes al igual que todos los de la región del territorio rionegrino vivían siempre bajo el peligro y la amenaza de los bandoleros, legendarios por sus correrías.

Hombres facinerosos y furibundos deambulaban por los dilatados desiertos patagónicos viviendo de asaltos, ávidos de aventuras y de saqueos.

Por eso los pocos habitantes afincados en el pintoresco valle de Valcheta estaban bien armados. La Patagonia era por aquellos años virtualmente un verdadero Far West, donde hasta los más pequeños pleitos se resolvían a balazos.

Uno de los primeros colonos de Valcheta venido del sur de Italia fue don Nicodemo Larrosa. A diferencia de otros, desde su llegada a la pequeña colonia agrícola quiso echar raíces convirtiéndose en un paisano más: “Se hizo amigo del mate, del caballo, del perro ovejero, del asado y de los tehuelches. Tanto es así que contrajo nupcias con doña María, la hija del cacique Sacamata que se encontraba asentado en el lugar con su gente”.

Fue uno de los vecinos más acaudalados y respetados, propietario de varias chacras y un ejemplo de trabajo y honradez.

Jinete misterioso

Solía contar con voz emocionada anécdotas de su vida de inmigrante. Recuerda que una tarde “volvía arreando su puntita de ovejas para “las casas”, cuando a poca distancia divisó un jinete que se adelantaba hacia él. Era un hombre barbudo. Tenía un sombrero negro, agujereado y abollado por mil y una partes. Vestía una especie de chiripá también negro, pero totalmente hecho jirones.

El caballo flaco, cansino y sumido denotaba que había andado mucho y que venía de muy lejos. ¡Un bandolero! Fue lo primero que se le ocurrió a Larrosa, y maquinalmente echó mano al trabuco que solía llevar siempre al cinto. ¡Cuál no sería su terror cuando se dio cuenta de que no lo tenía! ¡Lo había olvidado ese día! Entretanto, el bandido avanzaba confianzudamente.

Larrosa lo hizo detener a una distancia respetable. Y desde unos quince metros, acariciando significativamente el cuchillo que llevaba, le preguntó qué quería y quién era… El bandolero se detuvo mucho más alarmado que el chacarero. Pero cuando escuchó esa pronunciación netamente italiana exclamó ante el asombro y la alegría de don Nicodemo: “¡Dio sia Benedetto! ¿Dunque lei italiano? ¡O Providenza Divina, grazie, grazie!”.

Y taconeando su jamelgo enderezó hacia Larrosa que aún no las tenía todas consigo, gritándole con un júbilo indescriptible sus más afectuosas salutaciones en correcto idioma italiano. ¡Era el padre Boido! ¡Era el buen padre Boido que llegaba por primera vez a Valcheta, extenuado por el hambre, deshecho por los trajines de ocho días de cabalgata! Cuando ya creía desfallecer y morir en el desierto patagónico, su caballo olfateó el valle del arroyo Valcheta y allá lo llevó, donde estaba la Providencia en la casa de don Nicodemo Larrosa”.

¿Era un asaltante que llegaba? Sí, era el misionero de Don Bosco que venía a tomar por asalto aquella población y conquistarla para Dios.

Salesianos en la Patagonia

Historias de vida y anécdotas de los inmigrantes italianos en la Patagonia que como en otros lugares contribuyeron con su tesón a forjarla y convertir los eriales en verdaderos vergeles.

Y retazos de vida de los salesianos que aquí como lo soñara San Juan Bosco encontraron su lugar en el mundo, como el Patirú Domingo Milanesio, el venerable enfermero santo Artémides Zatti, el padre “dotor” Evasio Garrone, el cardenal Cagliero y tantos otros.

Hombre de gran bonhomía y querido por toda la comunidad, don Nicodemo Larrosa falleció cargado de años y dejó una de las familias tradicionales que todavía siguen trabajando la tierra, como aquel inmigrante que un día lejano llegó lleno de sueños a forjar la querida Patagonia.

*Escritor de Valcheta



Los pocos habitantes afincados en el valle de Valcheta estaban bien armados. La Patagonia era por aquellos años un verdadero Far West, donde hasta pequeños pleitos se resolvían a balazos.


Datos

Los pocos habitantes afincados en el valle de Valcheta estaban bien armados. La Patagonia era por aquellos años un verdadero Far West, donde hasta pequeños pleitos se resolvían a balazos.

viernes, 2 de abril de 2021

Ventas de armas: La dudosa muerte del CN (R) Horacio Estrada

Una vida de antiperonista

26 de Agosto de 1998
La Nación




El capitán de navío (R) Horacio Estrada tuvo una vida marcada entre el antiperonismo, que lo llevó a conformar la escuadra de aviación que bombardeó la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955; el desapego a la institución militar, desde que se retiró perdió todo contacto con sus pares, y uno de los negocios más oscuros: la venta de armas.

Aviador especializado en ataque, integró una de las promociones más multitudinarias, la número 80, entre las correspondientes al ex marino Emilio Eduardo Massera y el almirante retirado Ramón Arosa.

En su juventud, integró la escuadra de aviación que marcó el principio del fin del gobierno de Juan Domingo Perón en 1955. El fracaso lo obligó a exiliarse en Montevideo, donde conoció a su esposa, Cristina, de la que se había separado hace un año.

En la madrugada del 17 de junio de 1955, se suicidó uno de sus superiores y autores intelectuales del alzamiento contra Perón, el almirante Benjamín Gargiulo. En la soledad de su dormitorio, se disparó un balazo en la cabeza y dejó un mensaje: "Prefiero morir con mi uniforme y no con otro".



Poco después, Estrada volvió a Buenos Aires. Las crónicas periodísticas lo enfocan nuevamente a partir de febrero de 1978, cuando asumió como jefe de la Base Aeronaval Comandante Espora.

Durante el gobierno de Alfonsín, ya retirado, mientras trataba infructuosamente de vender a la administración radical aviones israelíes, estuvo procesado en la causa Escuela de Mecánica de la Armada, por violación a los derechos humanos.

Sin embargo, Estrada no figura en la lista oficial de represores denunciados ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.

Su deceso dudoso, supuestamente un suicidio, hizo recordar ayer otro caso aún no esclarecido: el del brigadier (RE) Rodolfo Echegoyen, quien apareció muerto el 13 de diciembre de 1990 en su despacho de la Aduana. La familia de Echegoyen siempre rechazó la hipótesis del suicidio y vinculó el fallecimiento con los oscuros manejos en ese organismo.

El juez Cubas deberá determinar la causa de la muerte de Estrada.