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jueves, 20 de febrero de 2025

Patagonia: Un hueco donde convivieron chilenos y argentinos

Lago Blanco, Huemules, El Chalía y Balmaceda 1910/1920. Convivencia entre argentinos y chilenos

La voz de Chubut




Racho de troncos en el Alto Simpson

Los chilenos llegaron a la Región de Lago Blanco, Valle Huemules y El Chalía provenientes de los territorios argentinos de Neuquén, Río Negro y Norte de Chubut. Habían ingresado a la Argentina porque el gobierno chileno les había concedido sus tierras a grandes empresas ganaderas y a colonos de origen anglosajón. Carlos Von Flack se dedicaba a expulsar colonos de pocos recursos para apropiarse de sus tierras y luego venderlas a grandes terratenientes. Para ello se valía de sus conocidos en el gobierno de Chile. En 1918 llegó a promover un conflicto armado en Lago Buenos Aires (lado chileno) entre pobladores y carabineros de Chile.

Estos pobladores chilenos, expulsados de sus tierras se movilizaban en grupos y donde se establecían formaban pequeñas comunidades, ya que de ese modo se ayudaban mutuamente y mantenían sus costumbres y lazos familiares. Entre 1910 y 1920, colonos chilenos ocuparon la totalidad del Valle del Lago Blanco, transformándolo en una especie de colonia chilena.

Diversas circunstancias, como la exigencias desde 1914 del abono de un canon de pastaje, y la posterior entrega de tierras en arrendamiento desde principios de la década del 20, privilegiando a europeos, argentinos y norteamericanos, motivó que los chilenos radicados en Argentina se alejaran de la región para colonizar los valles cordilleranos de Chile a los que era imposible acceder desde la costa del Océano Pacífico. Es decir que el gobierno argentino instrumentó una política que negaba la entrega de tierras a chilenos en regiones lindantes con el límite fronterizo. Algunas de las regiones de Chile que se poblaron por dicha política son: Cuenca del Río Frías (vecina al valle argentino de Apeleg, Balmaceda, Chile Chico (en Lago Buenos Aires), el Backer, etc.

José Antolín Ormeño emigró a Argentina en 1.906. Allí residió en los territorios de Neuquén, Río Negro y Chubut. Entró al Alto Simpson en 1913 y por iniciativa propia a fines de 1916 trazó el plano del pueblo Balmaceda. Para 1919, al Valle del Alto Simpson lo habitaban 155 personas, de las cuales 125 eran chilenos repatriados de Argentina. Por su parte, un poco más al norte, el Bajo y el Alto Coyhaique, ya contaban con incipientes poblaciones.

Hasta ese momento, el comercio de lana, animales y cueros se realizaba en su totalidad con Argentina. Tanto era así, que en esa parte del territorio el dinero chileno no era utilizado ni aceptado por los propios chilenos. Durante el verano, los pobladores con mayor poder adquisitivo cruzaban la frontera para comercializar sus productos en Comodoro Rivadavia, en la Costa Atlántica. Los menos pudientes se conformaban con hacerlo con los mercachifles que llegaban procedentes del lado argentino. También en sus costumbres asimilaron la vestimenta y los modos del habla que imperaban en Argentina.

Si bien durante varias décadas la zona de Balmaceda dependió económicamente de Argentina, esa región chilena también hacía sentir su presencia al otro lado de la frontera. Gracias a su abrupta geografía y los frondosos bosques, resultaba el refugio ideal para los cuatreros y criminales que operaban en Argentina.

Durante varias décadas, las mujeres fueron un bien escaso en la mayor parte de la Patagonia. Esta particularidad, a la que se denominó “el mal de la Patagonia”, se acrecentaba en los territorios más alejados de la costa. El rincón comprendido por Lago Blanco, Valle Huemules y Balmaceda no resulté ajeno a él. Esa necesidad de presencia femenina fue medianamente salvada con la proliferación de prostíbulos. En el pueblo de Balmaceda se los toleraba como mal necesario. A ellos asistían hombres de los dos países. También, de vez en cuando, alquilaban alguna de las profesionales y la llevaban a Argentina a pasar una temporada en algún puesto alejado del casco de estancia. En el pueblo de Lago Blanco, eran vistan en las fiestas populares. En general sus clientes eran peones de campo que además eran los que convivían mayor tiempo con la soledad.

Con los años, casi la totalidad de ellas, pudieron abandonar la profesión y formar familia.

A diferencia de los argentinos (en realidad, en un principio inmigrantes europeos) que solo cruzaban la frontera para pasear o comerciar, los chilenos lo hacían para radicarse. En general representaron la imprescindible mano de obra que se ocupaba de los trabajos pesados de las estancias y algunos poblados. De este modo, con el paso de las décadas las poblaciones de uno y otro lado se fueron entremezclando, dando lugar al nacimiento de familias compuestas por integrantes de las dos naciones.

La paz y la armonía entre los dos pueblos vecinos solo se vio perturbada en 1978, cuando Argentina y Chile, comandados por regímenes dictatoriales, estuvieron cerca de entrar en guerra por el conflicto del Canal de Beagle, en el extremo sur del Continente Americano.

Por ese acontecimiento, el Paso Fronterizo del Hito 50 permaneció cerrado entre 1979 y 1985

Texto del libro: “El Viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado

martes, 18 de febrero de 2025

Patagonia: Los "gigantes de tres metros" de Magallanes

Patagones, los «gigantes de tres metros de altura» que Magallanes encontró en el extremo sur de América

por Jorge Álvarez || La Brújula Verde




Patagones en una litografía de Alcide d'Orbigny (1829). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons


El año 2022 se cumplió el quinto centenario de la Primera Vuelta al Mundo, aquella expedición marítima española que permitió circunnavegar el globo y abrir una ruta hacia las islas de las especias, alternativa a la que discurría por el sur de África, monopolio de Portugal. Fue una aventura con mayúsculas en la que el primer gran hallazgo tuvo lugar en el invierno de 1520, seis meses después de zarpar, y no fue geográfico sino antropológico: la flota fondeó en la bahía de San Julián, en territorio de la actual Argentina, donde los expedicionarios se encontraron con un pueblo indígena cuyos miembros eran de gran estatura y por ello les llamaron patagones.

Fernando de Magallanes, un marino portugués nacido en Sabrosa (Vila-Real) en 1480, empezó a navegar en las Armadas de la India (las flotas que organizaba la Corona lusa para mantener la denominada Carreira da India, una ruta por mar que conectaba Lisboa con Goa doblando el Cabo de Buena Esperanza) en 1505, llegando a conocer bien el sudeste asiático por haber permanecido allí ocho años.

En 1511 participó en la conquista de Malaca y regresó rico a su patria, sumándose a la expedición militar que el rey Manuel I envió dos años después contra Azamor, una ciudad del Reino de Fez que prestaba vasallaje a Portugal.


Fernando de Magallanes en un retrato atribuido a la escuela de Bronzino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Tras la batalla, Magallanes fue acusado de aprovechar su estancia en Azamor para comerciar, algo que estaba prohibido, lo que le trajo problemas con las autoridades lusas al retornar a Lisboa. Recusado y sin trabajo, empezó a considerar la posibilidad de embarcarse de nuevo hacia las Molucas, desde donde un ex-compañero, Francisco Serrao, le había escrito instándole a unirse a él porque estaba al servicio del sultán de Ternat. Magallanes empleó aquel tiempo muerto en estudiar mapas y portulanos en compañía del cosmógrafo Rui Falero, quien apuntó la idea de que quizá las Molucas quedasen en la parte española del Tratado de Tordesillas y no en la portuguesa.

Ese archipiélago de la actual Indonesia era conocido como la Especiería porque allí se obtenían las preciadas especias, sustancias vegetales aromáticas que se empleaban ya desde la Antigüedad como condimentos en la cocina y enmascaradoras del sabor y olor desagradables que generaba su putrefacción en una época en la que la conservación en frío se limitaba al hielo y la nieve en sitios naturales. Por eso alcanzaban precios exorbitantes y algunas crecían exclusivamente en esas islas -a las que también se llamaba el Maluco genéricamente-, en concreto la nuez moscada y el clavo (éste también en Madagascar).

Por eso también los portugueses guardaban celosamente la ruta hacia allí, que seguía el litoral atlántico africano para doblar el cabo de Buena Esperanza y continuar por el océano Índico, considerándola un monopolio suyo cedido por el Papa en el reseñado Tratado de Tordesillas. Pero, si Falero tenía razón y los cartógrafos del pontífice habían errado al fijar la línea divisoria, ello significaba que el rey español Carlos I era el auténtico dueño de la Especiería. Así que convenció a Magallanes para plantearle un viaje al Maluco al que pronto sería todopoderoso emperador del Sacro Imperio.


Itinerario de Magallanes, terminado por Elcano, en lo que constituyó la primera vuelta al mundo. Crédito: Sémhur / Armando-Martin / Wikimedia Commons

Eso sí, el trayecto debía ser distinto, por otro itinerario, ya que el rey Manuel I nunca lo autorizaría por África. De hecho, le hicieron la oferta a él primero, pero la rechazó terminantemente porque ello implicaba dos problemas. El primero, entrar en conflicto con Carlos porque el subcontinente sudamericano, con la excepción del actual Brasil, era español. Y segundo, si se abría una nueva ruta eso conllevaba el riesgo de que la otra decayera y pusiera así el punto final al monopolio que tantos beneficios le traía a Portugal.

Descartado viajar por tierra, muy largo, peligroso y caro, la única opción que quedaba era seguir un rumbo completamente opuesto: atravesar el Atlántico, doblar el continente americano por su extremo meridional, cruzar el Mar del Sur (al que bautizarían Pacífico, descubierto por Vasco Núñez de Balboa en 1513) y alcanzar el archipiélago viniendo desde el otro lado. Todo ello deja patente, por cierto, que la esfericidad de la Tierra era algo plenamente aceptado entre gentes medianamente formadas; no en vano había sido demostrado ya por Eratóstenes en el siglo III a.C. y el viaje de Colón mismo se había basado en ello.

Magallanes y Falero pasaron a Castilla y en Sevilla recibieron el apoyo de Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación, a las que se sumó luego el de Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, en plena efervescencia descubridora. Así fue cómo en 1518 el rey aceptó la propuesta y les nombró almirantes de la expedición que habrían de organizar, concediéndoles una serie de privilegios que, entre otros, incluían ser gobernadores de las tierras que hallasen, una vigésima parte de las ganancias y el monopolio de la explotación por una década.


Jefe patagón en un grabado francés. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Una vez dispuesto todo, no sin múltiples obstáculos (entre ellos la total oposición de Portugal), los cinco barcos fletados dejaron la Península Ibérica el 20 de septiembre de 1519 rumbo a las islas Canarias, donde se reaprovisionaron para hacer la travesía atlántica. Ésta concluyó el 13 de diciembre arribando a lo que hoy es Río de Janeiro. No hubo mayores problemas, más allá de la siempre atemorizadora aparición del fuego de San Telmo en los mástiles (una descarga electroluminiscente causada por la ionización del aire) y el descontento de algunos oficiales con el secretismo de Magallanes.

Tras el descanso pertinente, reanudaron la navegación haciendo cabotaje por la costa hasta descubrir lo que pensaban que era el paso hacia el Mar del Sur; se internaron por él, pero finalmente desistieron después de dos semanas. En realidad se trataba del estuario del Río de la Plata, de modo que salieron otra vez al océano y siguieron bajando por la costa hasta llegar a la mencionada bahía de San Julián, que fue donde encontraron aquel pueblo de gente tan alta. Patagones, los llamaron, un nombre de etimología incierta que serviría para denominar a toda la región, la Patagonia.

Tradicionalmente se dice que fue motivado al considerarlos «patones», o sea, de grandes pies, por las enormes huellas que dejaban en el suelo, probablemente agrandadas por las pieles con que envolvían sus pies aquellos indígenas para protegerse del intenso frío. Sin embargo, es una explicación tardía que no apareció hasta su reseña por el cronista Francisco López de Gomara mucho después (Gómara no pisó nunca América, pero adquirió gran renombre por ser el biógrafo oficial de Hernán Cortés y su capellán personal).


María, una patagona que habitaba en Bahía Gregorio en el Estrecho de Magallanes, dibujada por Phillip Parker King. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Probablemente fuera más bien una referencia a Patagón, un gigante que aparece en una novela de caballerías titulada Primaleón, publicada en 1512 como continuación de Palmerín de Oliva. Era un libro atribuido al escritor castellano Francisco Vázquez y que había adquirido gran popularidad en esa época, por lo que parece probable que Magallanes lo hubiera leído. Al fin y al cabo, fue él quien les puso ese nombre a aquellos nativos, según dejó escrito el cronista del viaje, Antonio de Pigafetta, sin especificar la razón.

Pigafetta era de la misma edad que su capitán, pero nacido en Vicenza, una ciudad de la República de Venecia. Astrónomo y cartógrafo afamado, había llegado a España acompañando al nuncio apostólico en 1518, justo a tiempo de enrolarse en la expedición porque sabía que navegando en el Océano se observan cosas admirables, determiné de cerciorarme por mis propios ojos de la verdad de todo lo que se contaba, a fin de poder hacer a los demás la relación de mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y crearme, a la vez, un nombre que llegase a la posteridad.

Registrado con el nombre de Antonio de Lombardía, se convirtió en el cartógrafo personal y traductor de Magallanes, siendo destinado a su nao, la Trinidad. Fue él quien redactó un relato sobre el periplo, Relación del primer viaje alrededor del mundo, que publicaría a su regreso en 1522 (aunque el original no se conserva); curiosamente, no menciona ni una vez en toda la obra a Juan Sebastián Elcano, que sería el que a la postre se llevase la gloria por haber conseguido culminar aquella pionera circunnavegación global tras morir el portugués en la isla filipina de Mactán.


Detalle del mapa de Diego Gutiérrez en el que se aprecia la expresión Gigantum Regio en la Patagonia. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Pero eso sería bastante tiempo más tarde. De momento, la flota estaba fondeada en la bahía de San Julián y los hombres mantenían intercambios comerciales con los ya bautizados como patagones, nombre del que saldría la gracia para referirse a toda la región, la Patagonia, a la que en los primeros mapas se solía añadir el complemento Gigantum Regio («región de los gigantes»). El territorio se reparte hoy entre Argentina y Chile, extendiéndose desde el litoral atlántico al pacífico, pasando por la meseta desértica del este, el sur del río Colorado, la región de Aysén y el tramo austral de los Andes, e incluyendo hoy Tierra del Fuego, las islas Malvinas y los archipiélagos al sur de Chiloé.

Esa relación intercultural vino determinada por la llegada del invierno austral, que obligó a Magallanes a invernar allí. Es interesante reproducir en las palabras textuales de Pigafetta cómo se produjo el primer encuentro:

    Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo.


El veneciano pasa entonces a describir la peculiaridad física del nativo:

    Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro. De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera.



Un marinero ofrece pan a una pareja de patagones para su bebé. Grabado basado en una acuarela anónima de 1780. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Era costumbre entonces exagerar las narraciones y basta con leer el Libro de las maravillas de Marco Polo o las leyendas que contarían los españoles sobre ciudades de oro, pero escribiendo Pigafetta que la cabeza de los marineros apenas les llegaba a la cintura del patagón (en 1526 el clérigo Juan de Aréizaga, cronista de la expedición de Jofre García de Loaysa, concretaría atribuyéndoles trece palmos de altura, es decir, dos metros noventa), se entiende que surgieran todo tipo de fantasías sobre la talla media que tenían aquellas gentes. Ahora bien, no fue exclusiva suya. A lo largo de las décadas y siglos posteriores otros marinos pisarían la Patagonia y dejarían testimonios igual de desmesurados.

Por ejemplo, Francis Drake pasó por allí a bordo del Golden Hind, camino del Estrecho de Magallanes, durante su viaje de tres años alrededor del mundo (1577-1580), y el capellán de su barco, Francis Fletcher, bajó a tierra y conoció a los patagones, asegurando que medían unos siete pies y medio (casi dos metros y veintinueve centímetros), aunque su capitán pareció quedar decepcionado porque dejó escrito para la Historia que los salvajes no son tan grandes como dicen los españoles.

Diez años más tarde, Anthony Kivet, uno de los marineros del corsario Thomas Cavendish que por enfermedad había sido abandonado en la Patagonia, afirmó haber visto cadáveres de patagones de tres metros y setenta centímetros de altura. No había acabado el siglo y a estas insólitas descripciones se sumó el testimonio del piloto inglés William Adams, famoso por alcanzar Japón y convertirse en asesor del shogun (su historia fue novelada por el escritor James Clavell y ha dado lugar a un par de adaptaciones televisivas). Adams contó que el barco en el que viajaba tuvo un enfrentamiento con los nativos de Tierra del Fuego, de los que dio fe de que eran extraordinariamente altos, sin concretar más.



Caciques tehuelches en 1903. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Los británicos no parecían tener bastante con ir a remolque de los españoles en lo de dar la vuelta al mundo; también aspiraban a superarles en fantasía. Incluso en una fecha tan tardía como 1766 el comodoro John Byron (abuelo del famoso poeta homónimo), realizó una circunvalación de la tierra a bordo del HMS Dolphin que logró en menos de dos años y durante la cual dijo haber visto indígenas de ocho pies de altura (dos metros cuarenta), alcanzando los mayores hasta nueve pies (dos metros setenta y cuatro), aunque siete años más tarde, al publicar su relato, redujo la medida a seis pies y seis pulgadas, o sea, un metro noventa y ocho; al fin y al cabo, reconoció que no los habían medido.

También los navegantes holandeses quisieron aportar su granito de alarde creativo y, así, el comerciante de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales Sebald de Weert en 1598, el pirata Olivier van Noort en 1599 y el corsario Joris van Spilbergen en 1615 afirmaron que la Patagonia estaba habitada por gigantes. Ese último año, Willem Cornelisz Schouten y Jacob Le Maire, recibieron la misión de buscar otra ruta hacia la Especiería para lo cual pusieron proa al cabo de Hornos (descubrirían el Estrecho de Le Maire para pasar), declarando haber encontrado en Puerto Deseado una tumba con huesos de gigante (actualmente se cree que eran fósiles de algún animal prehistórico).

¿A qué se debía esa visión deformada que, encima, contrastaba con la teoría del conde de Buffon de que los animales y las plantas del Nuevo Mundo eran pequeños en comparación con sus homólogos europeos? Lo cierto es que incluso algunos estudios científicos craneométricos del siglo XX acreditaban que los habitantes de la Patagonia eran muy altos, en torno a dos metros de media, si bien dichos estudios no eran unánimes. Esa estatura quizá se vería incrementada por los aditamentos, tal como explicó Charles Darwin tras ver algunos durante la expedición del Beagle y que dejó escrito en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo:

    Durante nuestra anterior visita (en enero) habíamos tenido una entrevista, en el cabo Gregory, con los famosos gigantes patagones, que nos recibieron con gran cordialidad. Sus grandes abrigos de piel de guanaco, sus largos cabellos flotantes, su aspecto general, los hacen parecer más altos de lo que realmente son. Por término medio vienen a tener seis pies, aunque algunos son más altos; los más pequeños son pocos; las mujeres son también muy altas. En suma, esta es la raza más corpulenta que he visto en mi vida.


Darwin concuerda con lo que había atestigüado el navegante francés Luois Antoine de Bouganville, que visitó la Patagonia mientras dirigía la primera circunvalación del mundo para su país entre 1766 y 1769. Más comedido que sus predecesores, dijo que ninguno de aquellos hombres medía menos de cinco pies y cinco a seis pulgadas, ni más de cinco pies nueve a diez pulgadas, lo que significa un máximo de un metro setenta y ocho; altos, sin duda, especialmente para la época (la talla media en la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII era de uno sesenta y seis), pero dentro de lo razonable. Bouganville también aportó una novedad que, como vemos, confirmó Darwin: Lo que me parecía gigantesco de ellos era su enorme constitución, el tamaño de sus cabezas y el grosor de sus extremidades.

De hecho, Darwin había llegado a esas latitudes, a bordo del Beagle, en diciembre de 1832 y permaneció varios meses; dos años después de que lo hiciera el explorador y naturalista galo Alcide d’Orbigny, quien después de pasar ocho meses estudiando a los indígenas dejó escrito en su obra Voyage dans l’Amerique Méridionale que no me parecieron gigantes, sino sólo hombres hermosos. D’Orbigny documentó su experiencia con puelches y patagones, aunque a estos últimos se les conoce ahora como tehuelches (o aonikenk, en su lengua). Algunos incluyen a los selknam (u onas), pero vivían más al sur, en Tierra del Fuego, y además su lengua no coincide con lo registrado por Magallanes, por lo que se descarta que fueran los que él encontró.


Fotografía de tehuelches exhibidos en la Exposición Universal de San Luis (1904) por el Departamento de Antropología. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En realidad, los tehuelches tampoco hablaban todos el mismo idioma porque eran un mosaico de tribus nómadas de cazadores-recolectores que carecían de unidad estructural al estar muy diseminadas en aiken o campamentos familiares (las tolderías, que decían los criollos) por tan vasto territorio. Sin embargo, sí la tenían cultural, plasmada en una religión chamánica y la práctica de la poligamia y la exogamia (a veces acordaban los matrimonios y a veces raptaban a las mujeres de otra tribu, lo que derivaba inevitablemente en guerra).

A menudo se los identifica erróneamente con los mapuches (araucanos para los españoles), algo debido a que a partir del comienzo del siglo XVIII se vieron muy influidos por ellos y adoptaron muchas de sus costumbres, tal cual les pasó a otros como los ranqueles de la Pampa, igual que antes habían recibido el influjo hispano (que introdujo el caballo en sus vidas, por ejemplo). La pregunta que más nos interesaba aquí, la de si son tan altos como para considerarlos gigantes, ya está contestada. No era de respuesta fácil porque el grupo más puro, que vive en la provincia argentina de Santa Cruz,y no llega a dos centenares de individuos, aunque sumándoles los pertenecientes a segunda y tercera generación, rondarían los diez mil seiscientos en 1904.

El número es escaso por dos razones. En primer lugar, en el siglo XIX fueron masivamente exterminados por las nuevas autoridades independientes en la conocida como Conquista del Desierto, que buscaba una expansión del país hacia aquellos territorios vírgenes, quedando apenas un puñado de supervivientes hoy. En segundo, ya habían experimentado un descenso demográfico -especialmente en la zona septentrional, más en contacto con los blancos- como consecuencia de su falta de defensas biológicas ante la llegada de virus desconocidos para ellos como los de la viruela, la gripe o el sarampión.

No obstante, los primeros en caer fueron dos hombres a quienes Magallanes engañó para subir a bordo de una de las naos, zarpando a continuación rumbo al Pacífico. El plan era llevarlos a la corte al término del viaje para mostrárselos al emperador Carlos V en calidad de curiosidad antropológica, tal cual había hecho Colón. Lamentablemente, ninguno llegó vivo a España: uno pudo escapar y el otro murió al negarse a comer (también hay que apuntar una baja española, un marinero envenenado por una flecha durante una escaramuza en la que se intentaba capturar mujeres para acompañar al solitario cautivo).

Fue el contrapunto de lo que semanas antes había sido el primer acto evangelizador de la actual Argentina: el bautizo de otro de aquellos indígenas al que, después de enseñarle a rezar en castellano –con voz muy recia detalla Pigafetta-, pusieron por nombre Juan.


Fuentes

Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del mundo | Federico Lacroix, Historia de la Patagonia, Tierra del Fuego è Islas Malvinas | Irma Bernal y Mario Sánchez Proaño, Los tehuelche | José Miguel Martínez Carrión, La talla de los europeos, 1700.2000: ciclos, crecimiento y desigualdad | Carolyne Ryan, European Travel Writings and the Patagonian giants. How Patagonia got its name — among other things | C. A. Brebbia, Patagonia, a forgotten land. From Magellan to Perón | Jean-Paul Duviols, Trois ans chez les Patagons. Le récit de captivité d’Auguste Guinnard (1856-1859) | Wikipedia

domingo, 16 de febrero de 2025

Sarmiento y la Patagonia

Sarmiento y la Patagonia


La historiadora Luciana Sabina analiza la controversia que involucró a Domingo Sarmiento en torno a las tierras patagónicas y las pretensiones de Chile sobre ella..
Luciana Sabina || Memo




Exiliado en Chile, Sarmiento estuvo atento a la expedición colonizadora que el país envió a la región de Magallanes en 1843, fundando Fuerte Bulnes. Hacia 1848 aquella población se trasladó algunos kilómetros, tomando el nombre de Punta Arenas. La ocupación se basó en el principio jurídico res nullius (de nadie), aceptado universalmente en ese momento, según el cual cualquier nación podía apoderarse de espacios inhóspitos. Nos guste o no, todo el territorio patagónico era considerado espacio vacío, tierras en manos indígenas que nunca habían sido conquistadas por los españoles, y debido a esto no pertenecían ni al Río de la Plata, ni a Chile. Serían del primero que se estableciera.

Recién cinco años más tarde Rosas, a través de la Cancillería, presentó a Chile una protesta formal, alegando derechos argen­tinos sobre la zona. A raíz de esto, el 11 de marzo de 1849 Sarmiento publicó en su periódico La Crónica un primer ar­tículo al respecto, titulado "Cuestión Magallanes". Allí defen­dió la postura chilena. Siendo justo y objetivo señaló que desde 1585 nadie había establecido ocupación en la zona; que el acto de soberanía hecho por Chile fue reiteradamente men­cionado en la prensa y en los mensajes presidenciales; a pesar de lo cual el Restaurador no se manifestó. Rosas, guardando silencio durante años, había consentido el avance trasandino y reclamaba algo sin mostrar títulos o antecedentes de dominio. Además, agregó Sarmiento, se preocupaba por reclamar territorios al extranjero mientras que el corazón de la Argentina era tierra de malones y montoneras. Consecuentemente recomendó al Restaurador encargarse de poblar el Chaco, el Río Negro y las fronteras interprovinciales. En otras palabras, recordó al gobierno de Buenos Aires que no podía con lo que tenía y pretendía más, para también dejarlo en el rotundo abandono.

Por entonces Francia e Inglaterra -en pleno despliegue imperialista- veían en Hispanoamérica a un conjunto de na­ciones jóvenes padeciendo las vicisitudes propias de toda infan­cia, e intentaron establecerse en la zona. Los mapas británicos, galos, norteamericanos y alemanes de entonces muestran a la Patagonia como res nullius, con lo cual podrían haberla ocupa­do tranquilamente. Urgía establecerse en la zona, y era Chile el único país con cierta estabilidad política y en condi­ciones de hacerlo. La ocupación de la boca del estrecho resultó sorpresiva para los europeos y tuvo un efecto disuasivo. Toda la Patagonia podría haber corrido la misma suerte que Malvinas.




En respuesta a la publicación sarmientina, Rosas hizo fun­dar en Mendoza un diario: La Ilustración Argentina. Bajo la dirección de Bernardo de Irigoyen, quien fue el primero en referirse como "traidor" a Sarmiento. Aunque para los rosistas cualquiera que pensara diferente era "traidor a la Patria".

El Restaurador terminó elevando un pedido para extraditar al sanjuanino. Expresando que Chile no podía seguir albergán­dolo porque turbaba la paz entre ambas naciones, con lo cual había violado el derecho de asilo. Los trasandinos no dieron lugar al pedido, alegando que allí existía libertad de prensa.

Rosas jamás pudo demostrar que esa zona nos pertenecía porque efectivamente no nos pertenece. Pero el tema no terminó allí.

Tres décadas más tarde, durante la presidencia de Sarmiento, los chilenos sufrieron de cierta fiebre imperialista y reclamaron derechos de base risible sobre la Patagonia argentina. Para esto esgrimieron artículos en la prensa chilena de antaño, en los que don Domingo había derramado su tinta e ingenio. La situación era compleja para el sanjuanino: la Guerra del Paraguay aún no había concluido y los opositores -apro­vechando la coyuntura- buscaron despedazarlo. La palabra "traidor" volvió a lacerar al coloso cuyano.

Buscó entonces demostrar que jamás escribió a favor del do­minio chileno sobre nuestro suelo. Para eso encargó a Félix Frías -embajador en Chile- revisar cuidadosamente los artículos cuestionados. El viejo diplomático concluyó que efectivamente no existía ningún comentario referido a la Patagonia. En todos, Sarmiento refería a de los derechos chilenos sobre la zona específica del estrecho de Magallanes. A pesar de esto, muchos siguen considerándolo un traidor que quiso entregar el sur.

Bonne, M. Carte du Chili depuis le Sud du Perou. 1780.

viernes, 14 de febrero de 2025

Aonikenk: John Evans y los aborígenes encerrados en 1885

1885-1890. John Evans: “Los indios encerrados y con hambre pedían pan, gritaban ‘poco bara chiñor, poco bara chiñor’”

La voz del Chubut




Reservas indígenas en el Departamento Río Senguer. En la actualidad solo perduran las de Quilchamal y Tramaleo

El período 1885-1890 merece un tratamiento diferenciado, ya que durante ese tiempo todas las expediciones y viajeros que recorrieron Chubut (Fontana, Steinfeld-Botello, Moyano, etc) sólo encontraron vestigios de asentamientos de tribus, o individuos que vagaban separados de sus tribus. Es decir que durante ese período Chubut se presenta como un territorio despojado de presencia de los pueblos originarios. Ese vacío humano fue consecuencia de la Conquista del Desierto. Entre 1883 y 1885, las tribus tehuelches que habitaban el sur de Río Negro y Chubut fueron concentradas en Valcheta de modo voluntario o bien llevadas prisioneras.

Una nota publicada en 1937 en la revista Argentina Austral, dice al respecto:

“Cuando el Comandante Lino Oris de Roa, fue a Deseado con el Villarino, comisionado por Winter, para despejar de indios la costa e instalar en Valcheta las tolderías que hallara sobre el litoral, por más de índole mansa que aquellos fuesen, imposibilitando así que las tribus alzadas se respaldasen sobre ellas, el General Villegas se encargó de dar el último golpe al salvaje que aún señoreaba en las cordilleras”. (Argentina Austral, abril 1937)

En ese paraje, situado al sureste de Río Negro, el Ejército argentino estableció un fuerte y lo que hoy en día podría ser interpretado como un “campo de concentración”. Los testimonios de viajeros y exploradores al servicio del Gobierno argentino, como Burmeister, Francisco Moreno y Ramón Lista, hablan del asentamiento simultáneo en el lugar de tropas del ejército y tolderías tehuelches; pero el testimonio del galés John Evans devela que Valcheta no sólo era utilizado como un simple asentamiento donde aborígenes y soldados convivían en armonía. En 1888, Evans y cinco compañeros, viajaron de la colonia galesa del valle del Chubut a Patagones para comprar ganado. En el trayecto entre la colonia y Patagones pasaron por Valcheta. Allí vivió una experiencia que “le marcó el alma duramente”: “El camino que recorríamos era entre toldos de los indios que el Gobierno había recluido en un reformatorio. En esta reducción creo, que se encontraban la mayoría de los indios de la Patagonia, el núcleo más importante estaba en las cercanías de Valcheta; estaban cercados por alambre tejido de gran altura, en ese patio los indios deambulaban, trataban de reconocernos, ellos sabían que éramos galeses del Valle del Chubut, sabían que donde iba un galés seguro que en sus maletas tenía un trozo de pan, algunos aferrados del alambre con sus grandes manos huesudas y resecas por el viento intentaban hacerse entender hablando un poco castellano un poco galés «Poco Bara Chiñor», «Poco Bara Chiñor» (un poco de pan señor) […] Al principio no lo reconocí pero al verlo correr a lo largo del alambre con insistencia gritando BARA BARA, me detuve cuando lo ubiqué. Era mi amigo de la infancia, mi HERMANO DEL DESIERTO, que tanto pan habíamos compartido. Este hecho llenó de angustia y pena mi corazón, me sentía inútil, sentía que no podía hacer nada para aliviarle su hambre, su falta de libertad, su exilio, el destierro eterno luego de haber sido el dueño y señor de extensiones patagónicas y estar reducidos en este pequeño predio. Para poder verlo y teniendo la esperanza de sacarlo le pagué al guarda 50 centavos que mi madre me prestó para comprarme un poncho, el guarda se quedó con el dinero y no me lo entregó, si pude darle algunos allí solucionaron la cuestión. Tiempo más tarde regresé por él, con dinero suficiente dispuesto a sacarlo por cualquier precio, y llevarlo a casa, pero no me pudo esperar, murió de pena al poco tiempo de mi paso por VALCHETA” (Evans, 1999)

El crudo testimonio de Evans lo dice todo: alambrados de gran altura, prisioneros, guardias armados, etc. Esto bien puede ser interpretado como lo que se conoce como un campo de concentración.

La situación, entre otros, afectó a los caciques Sacamata y Maniqueque. En 1883, Sacamata y su gente fueron encontrados por el Coronel Roa a 80 kilómetros de la colonia galesa y luego conducidos a Valcheta. Como Sacamata no opuso resistencia, colaboró conduciendo un arreo de ganado y posteriormente facilitó baqueanos (en su situación no le era posible hacer lo contrario) para que las tropas exploraran el interior del territorio, fue considerado “indio amigo”, al decir de la época.

Según manifestaron los exploradores en sus crónicas, los “indios amigos” residían en sus toldos conviviendo con las tropas, sin ser molestados.

En cambio, Maniqueque y su gente fueron tomados prisioneros en 1883 tras el combate de Apeleg. Maniqueque tuvo la mala suerte de estar acampando en ese valle cuando las tropas se enfrentaron con los manzaneros de Inacayal y Foyel.

Los indígenas capturados en el suroeste del Chubut tras los combates de Apeleg en 1883 y Genoa en 1884, fueron conducidos a pie hasta Valcheta. Los prisioneros caminaron una distancia aproximada de 900 kilómetros.

Otras tribus tehuelches que frecuentaban la región del Senguer, como los de Kánkel y Sapa, se libraron de ser conducidas a Valcheta porque en ese tiempo residían en el territorio de Santa Cruz.

Algunas de las tribus establecidas en Valcheta entre 1885 y 1886 fueron: Sacamata, Pitchalao, Cual, Chico y Maniqueque.

Hacia fines de la década de 1880, exploradores y viajeros volvieron a encontrar a las tribus tehuelches diseminadas por todo el territorio del Chubut, entre ellas a las que habían estado concentradas en Valcheta. De acuerdo a ello, se puede determinar que la reducción-prisión fue desarticulada a fines de esa década.

De no ser por el testimonio de Evans, no se hubiese tenido un panorama completo de lo que en realidad aconteció en Valcheta.

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Rebelión anarquista en la Patagonia: Rendición en La Anita

7 de diciembre de 1921

Día de la rendición incondicional de los trabajadores en la Anita, Lago Argentino.


En las ultimas horas de la tarde del 7 de diciembre, hizo su ingreso victorioso a estancia Anita el capitán del 10 de Caballería, Pedro Viñas Ibarra. El ultimátum dio resultado: "tienen dos horas de plazo". Dos horas antes llegaron hasta su campamento dos huelguistas para entrevistarse y solicitar las condiciones de un arreglo. Sin mas trámite ni atenderlos, ordenó que fuesen fusilados al pie del cerro Comisión. Se pasea escoltado por dos suboficiales delante de la fila de trabajadores que esperaron su ingreso a la estancia, tal como lo ordenó.
Les grita y pregunta: "¿¿¿¡¡¡Dónde está Antonio Soto...!!!???", sindicado como el líder de los grupos en huelga de la zona sur del río Santa Cruz, silencio. Reitera a los gritos su pregunta, silencio.
Lección de dignidad y lealtad de los trabajadores, no ser alcahuetes, ni buchones.
Consulta el capitán con unos administradores que estaban de rehenes de los huelguistas cuales son los responsables, les señalan a siete huelguistas de entre los grupos, eran aproximadamente unos 600 trabajadores. Delante de sus compañeros son fusilados. Al día siguiente en su parte militar, triunfal, señala que resultaron muertos: "unos siete revoltosos".



Día de la rendición incondicional de los trabajadores en la Anita, en el Lago Argentino. "Muerte en el paraíso"
Fotografia: Huelguistas exhibidos en la calle interna de la Anita.


sábado, 8 de febrero de 2025

Patagonia: El cacique Kánkel y sus grandes amigos galeses

Cacique Kánkel: “Los galeses son gente muy buena, muy amigos míos”

La voz del Chubut




Cacique Kánkel (sentado detrás del huemul) cuando ofició de guía de la expedición de Anchorena, lago Fontana, 1902. Foto: Telmo Braga

Cuenta Eduardo Botello que en una ocasión condujo hasta la toldería de Kánkel al galés Walter Cradog Jones, uno de los primeros pobladores del valle de Sarmiento. Jones, junto con otros hombres, partieron hacia el lago Fontana con el propósito de buscar oro. En Choiquenilahue se encontraron con Eduardo Botello, quien lo invitó a asistir a una fiesta que realizarían los tehuelches. Al día siguiente, Jones, Botello y su mujer salieron a caballo con rumbo a la Cordillera de los Andes. Unos 150 kilómetros después, ya en el interior de la cordillera, arribaron a una toldería y fueron directamente al toldo del cacique.

Eduardo Botello se dirigió al cacique Kánkel, y le dijo:

-“Mirá, che, Kánkel, acá tienes un galés de Chubut”.

-“Ah, ydych chi’n nabod Berwin? Ydych chi’n nabod John Thomas?” (le pregunta si conoce a Berwin y John Thomas) “Ah, gente muy buena, muy amigos míos, respondió Kánkel.

Al día siguiente, bien temprano, los tehuelches tenían preparada una tropilla de yeguas. Känkel montó sobre su mejor parejero y enlazó una de las yeguas. Luego se acercó un hombre de la tribu, la degolló cortándola debajo de la paleta y le quito el corazón. Mientras el corazón aún latía, toda la tribu gritaba y bailaba a su alrededor. Una vez que el corazón se enfrió y las voces se acallaron, Kánkel lo tomó y rellenó con todo lo que iban a comer ese día. A continuación lo envolvieron con sogas y un indígena trepó un árbol de unos treinta metros de altura y lo colocó sobre la copa. Kánkel le explicó a Jones que esa era la ofrenda que le hacían a Dios, porque si no lo hacían, el “Gualicho” (entidad de carácter maligno) los iba a molestar. Con la carne de yegua prepararon un asado con cuero del que se sirvieron a todos los presentes.

El explorador y comerciante Francisco Pietrobelli, fundador de las poblaciones Colonia Sarmiento y Comodoro Rivadavia, lo recordó como un hombre de “estatura colosal. En 1897 Kánkel lo condujo hasta un paraje de Chile para presenciar un encuentro de varias tribus tehuelches y araucanas, en la que eligieron al jefe supremo de los araucanos:

“Dos días después me encontré casualmente con otro cacique, Canquel, jefe de una tribu tehuelche, que ya había conocido en Gaiman y establecido con su gente a lo largo del río Senguer. Canquel, lo mismo que Saloweque, era de una estatura colosal, de inteligencia despierta, pero diré también que si bien no acrecentada, estaba desenvuelta en un género más en con tacto con el mundo evolucionado. Hablaba el tehuelche, el araucano, el castellano y el idioma céltico de los galenses, por haber vivido desde niño y por muchos años en las colonias del Chubut […] Canquel el cacique y mi guía se había asimilado mucho a nuestro modo de vivir desde Gaiman, y sentía mucho a través de su inteligencia despierta nuestro modo de ser. Se podría decir que cada día su alma se despojase algo de su ser primitivo […] Pues bien, ya fuese por mi propia observación o por sugestión propia, me ha parecido viajando al lado de Canquel que él sufriese o -mejor dicho- que él gozase de algunos recuerdos del pasado. Cuanto más la escena circundante aparecía áspera y salvaje, tanto más la expresión de la obra humana se envolvía en el olvido de la lotananza cuanto más la selva era intrincada, oscura y pavorosa; y la montaña escarpada y desnuda, y el río rápido, peligroso para el vadeo, tanto más me parecía que la primera naturaleza dormida se despertase en Canquel [.] Me parecía que el hombre retornase a sentir el ambiente en el cual había nacido, y que en aquel ambiente su gran tórax respirase y sus ojos tuviesen luces de rapiña y que un nuevo no sé qué vibrase en la bestia humana de las muchas lenguas [.]  El me narró muchos hechos salientes de su vida; como si hubiese conocido a José Canquel, y como si del mismo fuese un pariente lejano. Me contó extensos antecedentes de servicio prestados al Gobierno argentino; y hablaba, no como el hombre que se ensalza a si mismo, sino como aquél que habla de otros y que narra verdades de pública fe. […] Y puesto que el amigo cacique estaba en trance de contármelo todo, supe además cómo pudo él obtener por sí mismo la concesión de ocho leguas de campo pastoril, en el fértil valle Choiquenilahue cercano al río Senguer, y que pensaba vender una parte, para comprar igual monto de materiales de construcción.” (Pietrobelli, 1969)

El galés Llwyd Ap Iwan, ingeniero, agrimensor, explorador, pionero patagónico y uno de los fundadores de Phoenix Patagonian Mining & Land Company, realizó tres exploraciones junto con sus socios de la compañía a los territorios desconocidos del sur del Chubut y Norte de Santa Cruz, 1893-1894, 1894-1895 y 1897. En cada uno de los viajes a las zonas de río Guenguel, Lago Blanco y Valle Huemules, acamparon en las tolderías de Quilchamal y Kánkel. Con respecto a Kánkel, dijo:

“… hablaba bien el castellano, había hecho viajes a Buenos Aires, era naturalmente inteligente y sociable, con modales civilizados y no era ningún salvaje; con frecuencia hacía observaciones sagaces y su conversación era realmente interesante”. (Gavirati, 1998)

Ap Iwan también se refirió a su a afición a la bebida y cómo se veían perjudicados a causa de la misma:

“Este beber sistemático entre los aborígenes es su ruina. Los mercaderes no sólo arruinan a los indios vendiéndoles licor, sino que los empobrecen en gran manera demandando valores exorbitantes por las mercaderías que dan en trueque. Por media pinta de cerda o harina estos mercaderes reciben una piel de chulengo, trece de estas pieles son suficientes para poder hacer un quillango que en Buenos Aires vale 25 o 30 dólares. La misma cantidad se da por un ramo de plumas de avestruz. Por un quillango (nota: manta confeccionada con cuero de cría de guanaco) terminado el pobre indio recibe 12 yardas de una pobre tela de algodón estampada. Por 2 botellas de ginebra dan un potrillo de 2 o 3 años”. (Gavirati, 1998)

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Patagonia: La dura vida de los aonikenk

La dura vida del Aonikenk




En esta región el aire es muy seco y, por ello, más sensible el frío.
Los labios están continuamente agrietados. Los indios se untan, principalmente Hernández y Vera. Manzana se unta con grasa y dice que desde ahora no se lavará más, pues es malo lavarse, ya que la piel, en vez de suavizarse, sólo se vuelve áspera.
Quise comer un churrasco de la carne de guanaco que trajimos con nosotros. Los indios no quisieron. Tan cerca de Yamnago no querían comer carne flaca. Cierto que el guanaco era “de buena carne”, pero en Yamnago los había más gordos.


.....In this region the air is very dry and, therefore, more sensitive to cold.
The lips are continually chapped. The Indians anoint themselves, mainly Hernández and Vera. Apple smears herself with grease and says that from now on she will not wash anymore, because it is bad to wash, since the skin, instead of softening, only becomes rough.
I wanted to eat a churrasco made from the guanaco meat that we brought with us. The Indians didn't want to. This close to Yamnago they did not want to eat skinny meat. It is true that the guanaco was "of good meat", but in Yamnago there were fatter ones


...En esta región el aire es muy seco y, por lo tanto, más sensible al frío.
Los labios están continuamente agrietados. Los indígenas se untan, principalmente Hernández y Vera. Apple se embadurna con grasa y dice que, a partir de ahora, no se lavará más, porque lavarse es malo, ya que la piel, en lugar de suavizarse, solo se vuelve más áspera.
Quise comer un churrasco hecho con la carne de guanaco que llevamos con nosotros. Los indígenas no quisieron. Tan cerca de Yamnago no querían comer carne flaca. Es cierto que el guanaco era "de buena carne", pero en Yamnago había otros más gordos.



Por: Fabian Sandes
(vestigios tehuelches)
Tomado de libro GEORGES CLARAZ VIAJE AL RIO CHUBUT - Aspectos naturalistIcos y etnológicos (1865-1866)
Ediciones Continente.
Publicación del Grupo - Rodolfo Casamiquela, En los Caminos de la Ciencia Patagónica
CAPIPE - Rafael Huasque Foto Opacak

viernes, 31 de enero de 2025

Patagonia: La estancia Leleque y su acta de donación

Cushamen, 1896. Acta de donación de tierras a la Compañía inglesa Argentine Southern Land Company Ltd

La voz de Chubut




Estancia Leleque, en 1889, cuando fue fundada por la Argentine Southern Land Company Ltd

Hemos podido encontrar en la Escribanía General de la Nación el Acta de Donación original de 1896, por la cual se efectiviza la entrega a la Compañía de Tierras Sud Argentina Limitada. La escritura final tiene fecha en 1897, es decir: diez años después de realizada la primera donación de estas tierras de Eduardo Castro a Asahel P. Bell.

Esto tiene una explicación: hacer la escritura de todos estos latifundios acogiéndose a las posibilidades que les otorgó la Ley de 1891, llamada Ley de Poblamiento N° 2875, que anuló la obligación de colonizar de la ley N° 817, -conocida como ley Avellaneda-, y de la Ley del Hogar, para que los concesionarios pudieran quedarse con las tierras sólo a condición de devolver la cuarta parte al Estado.

De esta manera quedaba sin efecto la cláusula de la necesaria “colonización de estas cesiones”, y abrió así la puerta al acaparamiento de los terratenientes.

Un artilugio legal que el propio Estado puso en letra de Ley, en representación de las clases dominantes, cerrando las puertas de las mejores tierras a cientos de miles de pobladores originarios desarraigados mediante la conquista; y de las masas inmigrantes que venían en busca de trabajo para ellos y sus familias.

Se selló así el pacto oligárquico que cruzaba los intereses de los funcionarios y los empresarios, que en muchos casos se encontraban a ambos lados del mostrador, con objetivos de capitalización y acaparamiento de tierras para avanzar en la explotación de zonas mineras, madereras, ganaderas y comerciales. Por otra parte, muchos de esos funcionarios, civiles y militares, accedieron a buenas tierras mediante la posibilidad que daba la “Ley de Premios Militares N° 1628”, de 1885, destinada a la “compensación” de quienes participaron de la Conquista. Cuando no las ocuparon, estas tierras fueron a parar a la bolsa y rematadas a otros particulares que aprovechaban su capital para acceder a ellas a bajo costo.

El Estado argentino no sólo se encargó de la administración de los nuevos territorios (gobernadores, jueces, policía, etc.), sino que dispuso de las nuevas tierras, expropiadas a los pueblos indígenas a favor de supuestos agentes de colonización, que eran en realidad testaferros que luego cedieron sus derechos a las grandes compañías y empresas de colonización; y de capitales sobre todo ingleses, como la famosa Compañía de Tierras ASLCO (Argentine Southern Land Company Ltd).



Tierras de Argentine Southern Land Company Ltd en Chubut, según el expediente del IAC de 1921

El 14 de agosto de 1899 la compañía ASLCO terminó haciéndose dueña de estas concesiones: un total de trescientas veintidós leguas en el contrafuerte andino, al Noroeste del Territorio del Chubut, Río Negro y sur de Neuquén.

Reproducimos aquí la primera parte de dicha donación:

“Acta de donación”

República Argentina, año 1896.

Donación. El Gobierno Nacional a la Compañía de Tierras Sud Argentina Limitada. [Escritura número ciento ochenta y ocho].

En la Capital de la República Argentina a veinte y cuatro de abril, de mil ochocientos noventa y seis, hallándose en su despacho el Excelentísimo Señor Presidente de la República, Doctor José Evaristo Uriburu de cuyo conocimiento doy fe; ante mí Escribano General del Gobierno de la Nación y testigos al final firmados, digo:

Que de las actuaciones producidas en el expediente número doscientos treinta y cuatro, y noventa y cuatro, resultaba comprobado:

Primero: Que los señores Eduardo Castro y Compañía fueron concesionarios de una superficie de terreno compuesta de ochenta mil hectáreas para Colonizar en el Territorio del Chubut bajo las condiciones establecidas en la escritura otorgada con fecha veinte y dos de julio de mil ochocientos ochenta y siete por ante mi antecesor Don Félix Romero y al diecinueve vuelto de este mismo Registro de Gobierno, luego a mi cargo la que original he tenido a la folio cuatrocientos vista doy fe:

Segundo: Que Don Eduardo Castro transfirió a favor de su único socio Asahel P. Bell todos los derechos y acciones que tenía a la concesión de que se trata según así también consta de la escritura otorgada con fecha diez y nueve de noviembre de dicho año mil ochocientos ochenta y siete ante el mismo escribano y al folio seiscientos cincuenta de este mismo folio registro la que originalmente también tengo a la vista doy fe:

Tercero: Que con anuencia del Poder Ejecutivo y por cuenta y orden del Señor Bell, el agrimensor Pablo Gorostiaga practicó la mensura, subdivisión y amojonamiento de dichas ochenta mil hectáreas que sometió a la aprobación del Gobierno, quien lo aprobó previo los trámites de estilo por decreto de fecha treinta de septiembre de mil ochocientos noventa y dos.

Cuarto: que resultando de dicha operación un exceso de superficie de cinco mil seiscientas treinta y ocho hectáreas, ochenta y ocho aéreas, ochenta centenares cincuenta y seis decímetros cuadrados, el Poder Ejecutivo concedió dicho exceso al Señor Bell bajo las mismas condiciones en que le acordó las ochenta mil al principio referidas como así también consta de la escritura otorgada por ante mí con fecha ocho de octubre de mil ochocientos noventa y dos y al folio seiscientos veinte y ocho vuelta del registro de Gobierno a mi cargo lo que en testimonio tengo a la vista doy fe.

Quinto: Que sancionada por el honorable Congreso la ley número dos mil ochocientos setenta y cinco (Ley 2875) y promulgada por el Poder Ejecutivo con fecha veinte y uno de Noviembre de 1891, la Compañía de Tierras Sud Argentina en representación del finado Don Asahel P. Bell se acogió a los beneficios que acuerda dicha ley a los concesionarios de tierras para colonias cuyos contratos estuvieran subsistentes. Optando por la compra de la parte que de acuerdo con el artículo seguido de dicha ley debía devolver al Estado el Señor Bell y posteriormente por la devolución de la cuarta parte de la concesión referida.

Sexta: Que por cuerda separada la Compañía de Tierras Sud Argentina inició el expediente número mil ochocientos cuarenta y seis y noventa y cuatro en el cual a fojas una corre el escrito que copio a continuación y en tenor es como sigue: “Buenos Aires, diciembre cuatro de mil ochocientos noventa y cuatro. Exmo. Ministro de Justicia Culto e Instrucción Pública Don José S. Zapata, Señor Ministro: La Compañía de Tierras Sud Argentina en representación de los concesionarios A. P. Bell, Carlos H. Krabe, E. R. Rodger, C. Lockwood, Wilson Bell, J. H. Higgins, J. Best y hermanos, Compañía del Chubut, J. D. Rodger y A. Elderale a su excelencia informa:

Primero: Los diez concesionarios indicados poseen las siguientes concesiones acordadas por el Excelentísimo Gobierno con sujeción a las leyes de la materia:

-A. P. Bell; Fofo Cahuel, ochenta y cinco mil seiscientas treinta y ocho has. (85.638 ha),

-C. H Krabe; Cholila ochenta y ocho mil novecientas treinta y nueve hectáreas (88.939 ha.);

-C. Lockwood, Teca, veinte y cinco mil hectáreas (25.000 ha.),

-Wilson Bell; Nahuel Huapi, ochenta y cuatro mil ciento trece (84.113 ha.),

-J. H. Higgins; Tromeney y Ne Luan, ochenta mil hectáreas. (80.000 ha.),

-J. Best y hermanos; Ruen Luan y Sierra, ochenta mil hectáreas (80.000 ha),

-Compañía del Chubut: Hauslafquen y Renañeu, ochenta mil hectáreas (80.000 ha.),

-J. D. Rodger; Epulafquen y Mari Lafquen, ochenta mil hectáreas (80.000 ha.),

-A. Elderale: Huanuluan y Peleañeu, ochenta mil hectáreas (80.000 ha.).

Fragmento del libro “Lelek Aike, del destierro a la comunidad”, de Liliana E. Pérez

martes, 28 de enero de 2025

Patagonia: La vida del aonikenk Pablo Silbo

El tehuelche Pedro Silbo, conocido como Martín Platero. Vaqueano, cautivo de los araucanos y preso del ejército

La Voz del Chubut



Gente de la tribu de Quilchamal, 1902. Foto Clemente Onelli

Según el testimonio de viejos pobladores y antiguos colonos, el indígena tehuelche Pedro Silbo, conocido como Martín Platero por su profesión, residió varios años en el vado del río Senguer a finales del siglo XIX.

En 1869, el inglés George Musters conoció a Platero cerca de la desembocadura del río Santa Cruz. En dicho lugar, donde tenía su establecimiento el comerciante y marino argentino Luis Piedra Buena, Musters compartió varias jornadas de caza con Platero.

Algunos años después, en 1875, el Dr. Francisco Moreno lo encontró en la toldería de Sayhueque, el jefe supremo de los manzaneros.

La siguiente referencia es de 1885-1886 y proviene del Coronel Fontana, primer Gobernador del Territorio del Chubut y jefe de la expedición conocida como “Los Rifleros del Chubuť”. Al doblar el codo de un valle, cerca de la precordillera, los expedicionarios descubrieron un toldo:

“… Sin pérdida de tiempo, hice rodear la caballada y las catorce vacas que habíamos tomado antes, y adelantándonos con diez hombres pude cercar los toldos consiguiendo capturar dos indios, dos mujeres y seis niños de dos a siete años. Tenían estos para su servicio, solamente, once caballos y diecisiete perros de caza […] Uno de estos indios se llama Martín Platero, y es platero de oficio, como podía probarlo con algunas piezas de plata que aún no tenía concluidas y con sus herramientas consistentes en una bigornia, dos martillos, limas de varias clases y algunos otros utensilios.

Había conocido a Francisco Moreno cuando estuvo en los toldos de su antiguo señor (Sayhueque) y no quedaba duda de que decía verdad, porque preguntándole respecto a indicios físicos de Moreno, me contestó que era joven, un poco grueso y que tenía vidrios en los ojos. También había conocido mucho antes a Musters. (Coronel Fontana)

El galés John Murray Thomas, uno de los integrantes de la expedición, llevaba un diario en el que consignó lo siguiente acerca del encuentro con Platero:

“…Lunes 14 de diciembre (1885). Dejamos el campamento a las 10 a.m. en dirección al S.S.E. por 3 millas, S.E. 1/2 milla. Cuando vimos una carpa india, no podíamos decir con certeza si alguna otra carpa podría ser vista, pues el primer lote volvió a avisar a los otros. Luego unos dieciocho hombres avanzaron en un galope callado, con la excepción de los dos hombres del Gobernador, que de la manera más imbécil se corrieron hacia adelante y asustaron a la pobre china y a los dos niños que habían sido dejados en el toldo. Resultó que era solamente un toldo con una familia integrada por un hombre, dos mujeres y seis niños; el hombre, un muchacho y una china estaban afuera cazando y la otra china y cinco niños habían quedado en el toldo. Para poder prender al indio nosotros acampamos cerca, pues queremos que nos sirva de baqueano (guía) […] Al cabo de un rato aparecieron los cazadores, pero en vez de acercarse se pararon lejos, mirando hacia el toldo que estaba sitio (sitiado); se mandó a la otra mujer como mensajera de paz, pero pasó una buena media hora antes que se acercaran al toldo, lo que hicieron despacio y con cautela. Por medio del traductor supimos que esta familia, antes de la reducción de los indígenas, había pertenecido a la tribu de Sayhueque. El indio se llamaba Martín Platero; había recibido este nombre en razón de su oficio […] decía que solo él y su familia habían escapado de la barrida que hiciera el ejército argentino dos años antes. Al examinar sus pertenencias se halló que su única arma era una lanza larga y fuerte, en cuyo extremo, como elemento ofensivo, tenía media tijera de esquilar, de borde muy filoso […] Martes 15 de diciembre. Partimos a las 10 a.m. acompañados por el indio y su familia; ellos van al lado nuestro pero muy despacio…” (Veniard)


Como se ve, Platero fue obligado a actuar como baqueano de expedición, para que los condujera al nacimiento del río Senguer. Según recordaba el galés John Daniel Evans, integrante de la expedición, durante la marcha Platero intentó escapar:

“…La expedición marchaba adelante y atrás venia la familia de Martín Platero con rumbo S.O, él andaba muy despacio. A unos 800 metros de los punteros, regresé por él, su actitud era muy sospechosa, tenía la lanza tomada por la mitad y en un descuido arrimó el caballo junto al mío y comenzó a cortar lanza, es la posición más adecuada para la lucha de a caballo. En el acto recordé el episodio del Valle de Los Mártires (miembros de la tribu de Salpú los atacaron de improviso y mataron a los tres compañeros de Evans. El escapó gracias a su caballo Malacara); pero de cualquier forma debía ganar tiempo, tomé mi Remington de la funda que tenía prendida a la montura y le apunté a la cabeza. Le ordené marchar adelante, en caso contrario lo mataría en el acto…” (Evans)


Luego lo desarmaron y no dejaron de vigilarlo. Días después la expedición arribó al nacimiento del río Senguer y descubrieron un gran lago, al que los hombres llamaron “Fontana”,  y como acontecimiento, levantaron un poste para izar la bandera argentina.

A Platero le llamó la atención el poste y preguntó para qué era, a lo que Antonio Miguens le respondió en broma: “Mañana cuando salga el sol te colgaré del pescuezo de la punta del palo”. El 1 de enero de 1886, luego del festejo, descubrieron que Platero, había huido durante la noche. Creyó que cumplirían con la amenaza de colgarlo.

John Murray Thomas dijo al respecto de la huida de Platero: “Viernes 1 de enero. Cuando nos levantamos esta mañana, descubrimos que el indio había huido, lo que nos causó escalofríos…” (Veniard)

Cuando arribaron al sitio donde habían dejado acampando a la familia de Platero, William Lloyd Jones Glyn, otro integrante de la expedición, señaló:

“Llegamos al vado de los tehuelches a la tarde y supimos por el informe de los gauchos que el indígena y su prole habían ganado su libertad una vez más… pienso que el sentir general de la compañía era: feliz viaje para él, sus mujeres e hijos y los quince galgos.” (Veniard, 1986)

Asencio Abeijón, el escritor-cronista de la colonización de la Patagonia central, en su libro “El vasco de la carretilla y otros relatos”, reconstruyó lo que vivió Platero durante algunos años, luego de escapar de la expedición de Fontana:

“La suerte no acompañaba a Platero, porque poco tiempo después, un cacique lo tomó cautivo por más de un año, y luego lo liberó. No tardó en caer en manos de las tropas de línea de Vinter (General Lorenzo Vinter), que lo llevaron cautivo a Patagones. Allá lo halló más tarde Evans, uno de los galeses que lo persiguieron. A este le contó los motivos de su deserción, y que cuando ellos perdieron sus rastros persiguiéndolo, ya lo tenían tan cerca, que él los veía desde unos cerros, y ya llevaba los caballos cansados.” (Abeijón, 1986)


El 27 de noviembre de 1888, los exploradores Steinfeld y Botello lo encontraron en inmediaciones del Valle Alsina, en el río Chubut, cuidando las mulas de un ingeniero apellidado Garzón. Ese día, al intentar cruzar el río, Botello y Steinfeld casi mueren ahogados al ser arrastrados por las aguas. Fueron oportunamente socorridos por unos paisanos que acampaban en el lugar. Platero, que era uno de los que acampaba, les facilitó un caballo para que Carlos Ameghino, el jefe de Botello y Steinfeld, cruzara el río.

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

domingo, 26 de enero de 2025

Patagonia: El desarrollo de la Comarca Andina posterior a la Conquista

Comarca Andina: el aislamiento obliga al desarrollo de molinos, agricultura, ganadería y el comercio

La Voz de Chubut



Molino de Antonio Merino, El Bolsón

En El Bolsón, localidad que no contaba con el ferrocarril, el molino de Antonio Merino, abrió en 1926. Trabajó con un molino hidráulico con cilindros de porcelana (no se desgastaban como los de piedra ni se recalentaban como los de acero), con lo que se lograba una mejor calidad de la harina. Llegó a moler de 500 a 800 kilogramos diarios de trigo, cerró en 1947 por culpa de Juan Domingo Perón.

Un poco más al sur funcionaron los molinos de las familias Hube y Don Otto, en El Hoyo, y de Breide, en Epuyén. Concentraban el reducido volumen de trigo de sus respectivas zonas y comercializaban harinas en circuitos locales.

En Cholila, región que recibió desde Chile, a partir de fines del siglo pasado, un aporte inmigratorio que impuso prácticas agrarias, la producción cerealera justificó la instalación del molino, que comercializaba su producción en esa localidad, hacia Chile y hasta El Maitén. Era de la familia de Raúl Cea.

Todos cerraron alrededor de 1947, por varias causas: delimitación de ejidos urbanos más extensos, nuevas leyes de control bromatológico que perjudicaron las harinas locales, ciertas malas administraciones, algún juicio costoso por indemnización a un empleado, problemas climáticos y la llegada de harinas más baratas desde Buenos Aires, distribuidas desde El Maitén, donde estaba la punta de rieles a mediados de la década del 30.

El aislamiento, la falta de caminos transitables, los rigores climáticos acentuaban las distancias. Las necesidades locales y las posibilidades cerealeras favorecieron el desarrollo de la agricultura y por ende, la instalación de molinos rústicos o de tecnología sencilla, con fuerza motriz variada. La producción, en general, alcanzaba a cubrir las demandas. Habiendo excedentes, se extendía la comercialización en la región, incluso a zonas vecinas de Chile. Cuando hubo escasez, aparecieron los conflictos. La llegada del ferrocarril acentuó las contradicciones, ya que llegaban harinas desde el norte y se las traía en carros desde las distintas puntas de rieles. En 1945, Molinos Río de la Plata terminó con este circuito cerealero, por lo que los productores se vieron obligados a diversificar su trabajo rural.

Pero la región no fue exclusivamente agrícola y mucho menos básicamente cerealera. Siempre contó con la producción de ganado. Un vecino relata: “Generalmente venían los compradores y mucho se llevaba a Chile.” “Mi abuelo, por ejemplo, Thomas Austin, llevaba arriba de cinco mil animales a Chile; ése era su trabajo, compraba y vendía…” y “tenía en Cochamó una fábrica de jabón y frigorífico (y) todos los años (arreaba) cinco o seis mil vacunos” con grandes ganancias.

A esta actividad ganadera, crianza y venta de miles de reses a Chile, se agregaban las actividades de granja: cerdos, ovejas, vacas lecheras, abejas huerta y frutales, especialmente manzanos. Uno de los memoriosos dice que en las chacras se producía de todo: “…carne de vaca, capón, cerdo, manteca, hacían el pan, el queso, había leche, trigo, dulces, arvejas, habas, todo lo que la tierra produce.”

También fue intensa la actividad comercial: casas de ramos generales, hoteles, bares, un cine, tiendas, fondas y hasta una sucursal del Banco Nación, radicado en Esquel en 1925. Había pocos automotores y un transporte de pasajeros en coche, casi legendario, mantenido por pioneros de la zona, los Hermanos Paredes. Sin embargo, siendo el transporte de cargas básico los carros y carretones, había herrerías, talleres de reparación y construcción, venta de pastaje y forraje para los caballos, talabarterías y posadas baratas para quienes trabajaban en las tropas.

Por otra parte, la edición 25º aniversario del Diario Esquel, presentaba una larga lista de estancias de la zona, cargada de datos y nombres, y que representaban en 1950 el “orgullo” de la producción de ganado bovino y lanar de la región, actividad que incluía haras y la introducción de animales premiados y muy aptos para nuevas cruzas.

Textos del libro “Esquel…del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola

viernes, 24 de enero de 2025

Crisis del Beagle: Vampiros y OVNIs en Puerto Natales


El Vampiro del Cerro Dorotea: Un Misterio en Medio de la Crisis del Beagle

En los turbulentos días de la crisis del Beagle de 1978, cuando Chile y Argentina rozaban el borde de la guerra, los ánimos en la frontera estaban tensos. Las trincheras se alzaban cerca de Dorotea, un pequeño poblado fronterizo a tan solo 20 kilómetros de Puerto Natales y a 7 kilómetros de Río Turbio. Desde las laderas del Cerro Dorotea, cuyo nombre remonta a una expedición del Capitán Eberhard en 1892, se extraía leña para calentar los hogares de Natales. Sin embargo, en esa noche particular de crisis, la leña no era lo único que emergía de esas tierras antiguas y misteriosas.

Estábamos en una trinchera, con la incertidumbre constante de un posible ataque argentino. El ánimo era alto, pero la tensión se podía palpar en cada respiro. Esa noche, nos ordenaron realizar una patrulla de reconocimiento. Mientras avanzábamos a través del bosque, vimos luces extrañas que se movían entre los árboles. Al principio pensamos que podrían ser soldados argentinos intentando infiltrarse, pero lo que sucedió después nos dejó perplejos: las luces empezaron a cambiar de color, como si tuvieran vida propia, y luego, increíblemente, se sumergieron en la tierra ante nuestros ojos. Al levantar la vista al cielo, las estrellas parecían distintas, como si estuvieran en un lugar desconocido.

Durante el desayuno del día siguiente, compartí mi inquietud con un viejo poblador de la zona. Me habló de leyendas de contrabandistas y brujos que habitaban la región, pero no podía sacudirme la sensación de que había algo más profundo y oscuro sucediendo. Las preguntas rondaban mi mente sin respuestas claras.

Esa misma noche, en una salida de patrulla bajo la luna, tropezamos con algo aún más desconcertante: tres ovejas muertas, completamente desangradas, con dos marcas de colmillos en sus cuellos. El miedo nos invadió. Uno de los soldados más viejos, visiblemente aterrado, murmuró lo que nadie quería decir en voz alta: "Esto fue obra de un vampiro... no hay otra explicación." En medio de la tensión de la casi guerra, nos encontrábamos atrincherados en una tierra de misterios, de contrabandistas, de brujos... y ahora, tal vez, de vampiros.


Algunos empezaron a teorizar que podría tratarse de un espía argentino usando el mito para cubrir sus huellas, pero la falta de respuestas solo avivaba las especulaciones. Nos contactamos con un antiguo vecino de Puerto Natales, un hombre conocedor de las ciencias ocultas. Nos habló de ataques similares en estancias más alejadas, donde animales habían sido encontrados en circunstancias igualmente macabras.

Sin embargo, tras esa noche, las luces desaparecieron y nunca más volvimos a encontrar ovejas muertas. No obstante, el enigma permaneció. El silencio era inquietante, y las preguntas, muchas, quedaron sin respuestas.

Décadas después, en un programa de radio dedicado a los OVNIs, se relató un hecho alarmante: en el sector de Huertos Familiares, un gallinero había sido atacado. Las aves fueron encontradas sin una gota de sangre, con marcas de colmillos en sus cuerpos. El rumor del chupacabras comenzó a correr, pero ¿acaso esa criatura legendaria era responsable? Las coincidencias eran demasiado perturbadoras: Huertos Familiares se encontraba cerca del Cerro Dorotea (51°36'16"S 72°19'56"W).

Aún hoy, las sombras de aquella crisis bélica y los misterios del Cerro Dorotea siguen envolviendo la zona en un velo de incertidumbre. ¿Qué fue lo que realmente vimos aquella noche? ¿Qué acechaba en la oscuridad, mientras el mundo temía una guerra, pero nosotros temíamos algo más? (El Tirapiedras)