Mostrando entradas con la etiqueta Patagonia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Patagonia. Mostrar todas las entradas

lunes, 20 de octubre de 2025

Chile: La Patagonia trasandina en los 1900 (1/2)

Tiempos violentos se viven en diversos puntos del país mapuche. Es lo que se advierte de la historia no contada de la ocupación militar chileno-argentina. Y es que no todos los recién llegados eran de los trigos muy limpios.

Ajustes de cuentas, crímenes y asaltos a medianoche, arreo de ganado y asaltos a las haciendas rurales, poco que envidiar al verdadero Lejano Oeste con sus vaqueros, alguaciles y forajidos buscados vivo o muerto. Es la vieja Frontera Sur retratada también por el ingeniero belga Gustave Verniory en su libro Diez años en Araucanía. 1889-1899.

“Es una costumbre que cuando los perros ladran furiosamente o se oye un ruido sospechoso afuera, se entreabre la ventana y se descarga un par de tiros al aire; los ladrones, si los hay, juzgan conveniente arrancar y uno se vuelve a dormir”, relata. “La policía rural hace una guerra sin cuartel a los bandidos. Se mata sin piedad a todos los conocidos como malandrines”, agrega el belga.

Así retrata la Frontera el historiador Eduardo Pino:

En ese convulsionado génesis, junto al silencioso esfuerzo del colono se levantaba frecuentemente la sombra siniestra del cuatrero, cuya audacia temeraria tuvo en jaque a la ciudad durante casi todo el primer medio siglo de su existencia […] Días sombríos durante los cuales una vida humana valía muy poco y había que tener una vigorosa dosis de valor y audacia para sobrevivir e imponerse en una tierra en que todos querían enriquecerse (Pinto, 1969:28).

Es un escenario del cual también da cuenta la prensa local. Lo siguiente denuncia el 9 de abril de 1890 el periódico La Voz de Traiguén:

¡¡250 salteadores!! Tenemos datos seguros de que en el camino de Quino merodea la inmensa cifra de doscientos cincuenta salteadores que en pequeños escuadrones y armados de ricas armas y montados en mejores caballos se reparten por los caminos vecinales para saltear, asesinar y cometer cuanto crimen se les ocurre.

Pero, si los bravos guerreros mapuche habían sido derrotados y confinados a las reducciones, ¿quiénes eran los protagonistas de robos, asaltos, crímenes y transgresiones que asfixiaban a las villas y ciudades?, se pregunta el historiador Leonardo León.

“La respuesta a esta interrogante fue elusiva a los hombres de la época pero hoy es muy simple: fueron los mestizos fronterizos”, responde, “los hijos ilegítimos, y hasta aquí sin historia, de la frontera”. León aclara que no se refiere al roto chileno, más bien al champurria, negado en su valor social cuando Chile renunció a su herencia indígena. Pero el roto chileno es bien indefendible.

Su presencia criminal y abyecta era de larga data al norte y sur del río Biobío: montoneros durante la Independencia, bandidos en la época de los Pincheira, cuatreros en tiempos de la “Pacificación”, protagonistas excluyentes de violentas entradas a Wallmapu con fines de saqueo y pillaje. Sus fechorías fueron un constante desafío a las jefaturas mapuche y también a sus pares chilenas.

Fueran mestizos fronterizos o rotos chilenos, estos malandras no siempre fueron perseguidos por las autoridades. Hubo ocasiones en que hasta se beneficiaron de sus servicios. Muchos de ellos formaron parte de la reserva del Ejército en las campañas de Saavedra, Pinto y Urrutia contra las parcialidades mapuche.

Enrolados a la buena o a la mala, miles de ellos poblaron los destacamentos de la Guardia Nacional y otras fuerzas militares que operaban en la Frontera. Son los lleulles, aquellas tropas de infame recuerdo. No pocos eran también veteranos de la Guerra del Pacífico, abandonados luego a su suerte por los gobiernos.

“Chile había enviado al frente de batalla a un gran número de presidiarios enrolados bajo la promesa de concederles la libertad. Terminada la guerra esta promesa no fue cumplida por el gobierno, y ellos se refugiaron en la Frontera y la convirtieron en una copia austral del salvaje oeste”, relata el historiador Gonzalo Peralta.

“Enardecidos con tamaña ingratitud, huyeron a las montañas del sur y allí, convertidos en fieras, cometieron toda clase de depravaciones. Fueron por largos años el azote de aquella naciente región; fueron el terror de aquel hombre rubio, venido de lejanas tierras, a prestar el aporte de su trabajo”, agrega por su parte el historiador Jorge Lara.

De ello da testimonio en 1885 el mayor de Ejército José Miguel Varela, quien años antes de encabezar la Comisión Radicadora sirvió como oficial en el Regimiento Húsares de Angol. En su primera reunión de trabajo el coronel Gregorio Urrutia, jefe del Ejército del Sur, le confidencia:

Además del problema de los araucanos tenemos el problema de cientos de bandoleros, muchos de ellos licenciados del Ejército que han venido desde el norte, que actúan con mucha fiereza y que comienzan a matar a estos colonos, robarles lo que traen y secuestrar sus mujeres casi del momento mismo en que desembarcan de Talcahuano e inician sus viajes en caravanas de carretas hacia las colonias (Parvex, 2014:293).

No era una amenaza menor; esos bandoleros tenían experiencia en crudos combates y eran diestros con las armas. En sus excursiones tierra adentro Varela sería testigo de aquello. Y con dolor, por tratarse de excompañeros de armas que “honrosamente” se habían comportado en las campañas del norte peruano. No duda en culpar al Estado por abandonarlos.

“Por esta razón yo sentía antipatía a las redadas que el Ejército hacía contra ellos. En varias ocasiones me los topé prisioneros. Siempre me detuve, desmonté y conversé con ellos saludándolos de mano. Aparte de que fueran sanguinarios bandidos, yo los había conocido como bravos soldados y así quería tratarlos”, relata.

En un Wallmapu de fronteras desdibujadas, de pasos y boquetes cordilleranos por los cuales se podía circular libremente, la proliferación del bandolerismo afectó de igual manera a Chile y Argentina. Los bandoleros “supieron hacer de esos pasos el refugio para resguardar los bienes mal habidos y protegerse cuando las partidas policiales salían en su persecución”, señala Gabriel Rafart en Ley y bandolerismos en la Patagonia argentina, 1890-1940.

La figura del bandido “chileno” llegaría a convertirse en todo un clásico en las provincias argentinas hacia fines del siglo XIX, ello exacerbado por el nacionalismo rampante de la época y una hostilidad hacia Chile apenas disimulada. “Eran voces que se amplificaban al ritmo de las tensiones limítrofes”, subraya al respecto Rafart.

En el invierno de 1900, el director del periódico Río Neuquén apuntaba de esta forma al protagonismo del bandido “chileno” allende Los Andes. “Las nevadas han venido a ser como un telón en el último acto de las tragedias; baja el telón y el drama concluye hasta otra función. Terminó por este año el bandolerismo que ha ofrecido abundante mate-rial a los anales del crimen: robos, saqueos, asaltos, homicidios”, escribió.

No estaba solo en sus conjeturas. Su opinión era compartida por el propio gobernador de Neuquén, Lisandro Olmos. Así lo expresa en su Memoria de aquel año.

Fragmento del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo

jueves, 16 de octubre de 2025

Nazismo: Aktion Feuerland, la huida de Hitler a la Patagonia

¿Hitler escapó de Berlín y murió en la Patagonia?

La historia oficial asegura que el nazi se suicidó junto a su esposa hace 70 años en el bunker subterráneo de la cancillería de Berlín, cercado por el Ejército Rojo. Otros investigadores sostienen que huyó y pasó sus últimos días en el sur argentino. Detalles del Proyecto Tierra del Fuego que trajo a Hitler hasta la Patagonia.
El Patagónico



"Hitler está vivo, escapó a España o Argentina", había dicho Stalin para responder a una pregunta de James Byrnes, secretario de Estado norteamericano, durante la conferencia de Potsdam, el 17 de julio de 1945. El dictador soviético acusaba a los aliados occidentales de ser cómplices de la huida del líder nazi. En el mes anterior, el general Gueorgui Zhúkov, uno de los más destacados generales del Ejército Rojo, se había pronunciado en el mismo sentido durante una rueda de prensa. Hitler posiblemente escapó en avión antes de que se cierre el cerco sobre Berlín, aseguró.
¿Pero no eran los rusos los que habían encontrado los restos de Hitler y de su esposa Eva Braun? ¿Se trataba solo de acusaciones del astuto Stalin para sembrar discordia en la antesala de la Guerra Fría? Rápidos de reflejos, los ingleses encomendaron su propia investigación a Hugh Trevor Roper, que servía como oficial de inteligencia. 

A través de varias entrevistas con miembros del séquito de Hitler llegó a la conclusión "terminante" del suicidio. Concluyó que Hitler se casó con Eva Braun el 29 de abril de 1945 y al otro día ambos se quitaron la vida en el bunker subterráneo de la Cancillería, rodeados de tropas rusas. Luego, sus cuerpos fueron quemados en los jardines del edificio por sus acólitos, dentro del cráter provocado por una bomba.



Trevor Roper publicó su trabajo en 1947 en formato de libro (Los últimos días de Hitler) y este fue fundacional para la teoría del suicidio. La mayor parte de los investigadores que lo sucedieron lo citaron de una y otra manera, sin poner en duda sus conclusiones. A Trevor Roper se sumó Michael Musmanno, uno de los jueces norteamericanos del proceso de Nüremberg. 

Musmanno hizo su propio libro con entrevistas a funcionarios nazis (Los últimos testigos de Hitler). El magistrado norteamericano llegó a conclusiones similares a las de Trevor Roper.
Trevor Roper y Musmanno instalaron la teoría del suicidio en base a testimonios orales
Pero, más allá de los testimonios de los que "vieron morir a Hitler", ¿había otras pruebas? ¿Dónde estaba el cuerpo? Tras la muerte de Stalin, en 1953, los rusos informaron que sí tenían restos del Führer y que habían sido debidamente identificados. Los puentes dentales habían sido la prueba clave para concluir que era Hitler.

Luego, los cadáveres de Hitler, su esposa y los de la familia Goebbels fueron enterrados bajo un cuartel de Magdeburgo. En 1970 todos los cuerpos fueron exhumados y -salvo un pedazo de cráneo de Hitler- fueron incinerados y las cenizas arrojadas al mar. En los 90, los rusos exhibieron por primera vez lo que se suponía era el último vestigio del esqueleto de Hitler. Decían que era una prueba concluyente, que acallaría los rumores. Pero expertos convocados para una investigación de History Channel revelaron que se trataba del trozo de cráneo de una mujer de entre 20 y 40 años.

Investigadores confirmaron que el cráneo exhibido como del dictador Adolf Hitler era de una mujer de entre 20 y 40 años
Las contradicciones, las versiones cruzadas, la falta de pruebas tangibles abonaron el terreno para que se generara una línea de investigación paralela, que rechazó la versión oficial y buscó saber qué había realmente detrás de la muerte de Hitler. 



El húngaro-argentino Ladislao Szabo lanzó la primera piedra en 1947, con su libro Hitler está vivo, que sostenía que el líder del Tercer Reich había logrado escapar de Europa en submarino. Varios recogieron el guante y siguieron las pistas con el correr de los años. Jeff Kristenssen (seudónimo del capitán Manuel Monasterio) o el italiano Patrick Burnside fueron algunos de ellos. En los últimos años, profundizaron la investigación dos británicos, Simon Dunstan y Gerrard Williams, con Lobo Gris y un argentino, Abel Basti, con El exilio de Hitler y otras publicaciones.

Ellos continuaron la zaga, aportaron datos y dieron por hecho que el dictador nazi huyó y vivió tranquilamente en la Argentina. Hasta dicen el día exacto en que murió. Revelaron que otros dos "muertos" en 1945, Martín Bormann -mano derecha de Hitler- y Heinrich Müller, jefe de la Gestapo, habrían sido los que urdieron el plan de escape.

Hitler en la Argentina. ¿Fantasía o realidad?

Luego de recordar la falta de evidencia forense sobre la muerte de Hitler y su esposa, tanto Dunstan y Williams como Basti se preguntan por qué los servicios de inteligencia de los Estados Unidos continuaron buscando a Hitler y recibiendo informes de sus agentes desde Sudamérica, donde varias personas aseguraban haber visto a Hitler. Cables desclasificados en los últimos años así lo indican.

"Si uno accede a los medios de época, diarios, agencias de noticias, emisiones radiales y demás, la noticia es que Hitler escapó. Que luego haya cambiado, es otra cosa", señaló Basti, recordando la historia de Stalin con Byrnes, citada al principio de la nota.

¿Pero cómo era posible que Hitler haya burlado el cerco? ¿De quién era el cuerpo encontrado? La respuesta a la primera pregunta: con complicidad de los aliados occidentales. La segunda: con un doble. De hecho Dunstan y Williams afirman que el que aparece en la última filmación conocida de Hitler no es él, sino Gustav Weber, uno de sus dobles. 



La cinta fue grabada el 20 de marzo de 1945 y se ve a Hitler -o a su doble- junto a Artur Axmann, líder de las juventudes hitlerianas, entregando medallas a los niños-soldados que defendían las ruinas del Tercer Reich. Para llegar a esta conclusión, los autores de Lobo Gris recurrieron a análisis faciales de un destacado experto británico que trabaja con la policía científica. Luego del escape de Hitler del bunker, el desafortunado Weber recibió un disparo y fue "plantado" como el cadáver de Hitler.

El pacto con los aliados

El año 1943 marcó un quiebre en la guerra. El Eje estaba en retirada y ya quedaba claro que los Aliados avanzaban hacia una clara victoria. Consciente de esto, Bormann planificó la Aktion Feuerland (Proyecto Tierra del Fuego) con la intención de pactar con Occidente el escape de Hitler, de él mismo y la evacuación del tesoro nazi, proveniente de años de rapiña en los países ocupados y que incluía innumerables obras de artes saqueadas. A cambio, el secretario del Führer ofrecía información sensible sobre las avanzadas armas secretas nazis y la ubicación de los investigadores y técnicos, para que Estados Unidos pueda reclutarlos. Además, ofertaba la rendición del millón de hombres de la Wehrmacht que todavía combatían en Italia.

Pero no todo eran promesas, también había amenazas. Una, volar por los aires las minas en donde estaban escondidas miles de obras de arte robadas por los nazis y que representaban lo mejor de la cultura europea de siglos. Además, estaba el rumor de que el Reich tenía misiles de largo alcance -similares a la V2- con capacidad de atacar la costa este de los Estados Unidos. Prometía desactivarlos como parte de la negociación.

El interlocutor de Bormann -que negociaba a través de "Gestapo" Müller y de Ernst Kaltenbrunner- era nada menos que Allen Dulles. ¿Quién era? Dulles dirigía en Suiza el principal centro europeo de la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos, el servicio de inteligencia de los Estados Unidos durante la guerra. Dulles venía haciendo su trabajo con habilidad, reclutando agentes a lo largo y ancho del viejo continente, muchos de ellos diplomáticos nazis. 

Ante el inminente choque con el bloque comunista, Dulles creyó más importante negociar con Bormann para sumar la tecnología alemana a la causa anticomunista que el destino de Hitler, ya derrotado. Más tarde, Dulles fue el primer director civil de la CIA. Esa central casi no tuvo actividad en relación a la búsqueda de Hitler en Sudamérica, al contrario que el FBI. 


¿Por qué Argentina? El rol de Perón

Con algunas mínimas diferencias, Dunstan-Williams y Basti coincidieron en que Hitler dejó el bunker a pie por una conexión con el metro de Berlín, de allí voló en avión a Dinamarca, luego a España, para embarcar en un submarino en las Islas Canarias. Destino final: las costas patagónicas. 

En el sur argentino lo esperaba Hermann Fegelein, casado con Gretl Braun, la hermana de Eva. Fegelein había escapado poco antes y también se había montado una puesta en escena en Berlín para fingir su muerte. Uno de los pilotos que trasladó a Hitler, el capitán Baumgart, habló del tema en 1947. Así lo reflejan los diarios de la época. Incluso lo declaró en la corte de Varsovia. Pero nadie lo escuchó y se perdió en el olvido.

Argentina fue uno de los últimos países en declararle la guerra al Eje y permitió el accionar de espías nazis casi sin molestarlos. En los dos últimos años del mayor conflicto bélico de la historia, Bormann transfirió activos a la región -sobre todo a la Argentina- por más de 6 mil millones de dólares. Uno de los principales contactos en Buenos Aires era el empresario Ludwig Freude, cercano a Juan Domingo Perón, y cuyo hijo, Rodolfo Freude, fue secretario del líder justicialista durante sus primeras presidencias. El ingreso de científicos alemanes al país -y también muchos criminales de guerra nazis- era parte de la contraprestación.

La cifra millonaria sirvió para abrir cuentas bancarias, comprar patentes industriales, montar empresas y comprar el silencio de varios. La colectividad alemana, de fuerte presencia en el sur argentino, tuvo su rol en preparar el terreno para la llegada de Hitler a un paraíso montañoso similar al que el dictador tanto amaba en su Baviera. Los autores de Lobo Gris le dan un rol preponderante a Eva Perón, y aseguran que durante su recordado viaje a Europa, en 1947, mantuvo un encuentro con Bormann, que se había quedado un tiempo más allí. Aseguran que la esposa de Perón facilitó la llegada de Bormann a Buenos Aires, pero rompió el pacto y solo "devolvió" el 25% del dinero transferido.

En esa época, los diputados Silvano Santander y Raúl Damonte Taborda denunciaron la actividad nazi en la Argentina y sus presuntos vínculos con el cada vez más poderoso Perón. Pero -producto de esta actividad- tuvieron que partir al exilio en Uruguay luego del golpe del 4 de junio de 1943.

Hitler en Argentina

Hitler habría pasado su primera noche argentina en Necochea. Luego habría volado a Neuquén y de allí al aeropuerto de Bariloche, que en esa época estaba en terrenos de la estancia San Ramón. "Un lugar cerrado y controlado totalmente por alemanes". Ex marinos del Graf Spee, hundido frente a las costas de Montevideo tras la batalla del Río de la Plata, oficiaron de custodios de Hitler.

San Ramón cobijó durante nueve meses al matrimonio Hitler y a su perra Blondi, que también había hecho la travesía en el submarino U-518, que los trajo de Europa. Luego de ese tiempo, se mudaron al refugio que el dinero de Bormann había permitido construir a unos 100 kilómetros de allí. El lugar era Inalco, sobre la frontera chilena, cerca de Villa La Angostura. La nueva casa de Hitler tenía una construcción similar al Berghof, el lugar de descanso que el dictador tenía en Obersalzberg, en los Alpes Bávaros.

Dunstan y Wiliams aseguraron que Hitler hizo viajes a Laguna Mar Chiquita, en Córdoba, donde fue sometido a una operación para sacarle astillas de una vieja herida producida por la bomba del atentado del 20 de julio de 1944. También habría pasado por La Falda, para visitar al matrimonio Eichhorn, una pareja alemana que había aportado dinero a la causa nazi desde el principio. La impunidad era tal que un informe del FBI, publicado en Lobo Gris, da cuenta de un agente que vio a Hitler "de vacaciones" en Casino, Brasil, en 1947. 

Los supuestos pasos de Hitler por Argentina fueron presenciados por innumerables testigos, entrevistados por los autores. Incluso un ex custodio de Perón les contó que el tres veces presidente se reunía con toda naturalidad con Bormann.

Los hijos de Hitler. Su muerte.

Los investigadores afirmaron que Hitler y Eva Braun tuvieron al menos una hija. Úrsula o "Uschi", nacida antes de la guerra, en 1938, y ocultada a la opinión pública alemana. También se había ocultado durante años su relación con Eva. Otra versión habla de otra hija o un hijo nacidos en Argentina. 

En donde difirieron Dunstan y Williams con Basti es en la fecha y el lugar de muerte de Hitler. Para los primeros, el "cabo austríaco" expiró el 13 de febrero de 1962 en La Clara, lugar adonde se había mudado tras el golpe de Estado que derrocó a Perón en 1955. Abandonado por Eva, que se había ido a Neuquén, Hitler habría muerto rodeado de su último custodio, Heinrich Bethe, y de su médico, Otto Lehmann.

Para Basti, el deceso de Hitler se produjo en Paraguay, el 3 de febrero de 1971. A tierras guaraníes habría viajado el ex dictador nazi, temiendo que la caída de Perón pudiese derivar en el retiro de la protección. Según Basti, Stroessner dio asilo a Hitler en sus últimos días. ¿Aparecerá alguna vez el cadáver de Hitler? Basti dice que sí. "En este tipo de historias ocultas y secretas, se van revelando más datos con el transcurso de los años. Toda la información termina saliendo a la luz, incluso la ubicación exacta de los restos", concluyó, según resumió el portal Infobae. 


martes, 7 de octubre de 2025

Patagonia: La leyenda del iemisch

El Iemisch





El relato de Francisco Coloane, basado en las observaciones de Florentino Ameghino, nos sumerge en el fascinante imaginario patagónico en torno al iemisch o "tigre del agua", una criatura mítica que comparte resonancias con leyendas modernas como el chupacabras. Según Ameghino, en su publicación El Mamífero Misterioso de la Patagonia (Imprenta La Libertad, La Plata, 1899), los tehuelches describían a este cuadrúpedo como un ser corpulento, de aspecto aterrador e invulnerable, al que ni los proyectiles podían dañar. Su solo nombre, IEMISCH, provocaba espanto entre los nativos, quienes se volvían serios, cabizbajos y evasivos al ser interrogados al respecto. Ameghino cita a su hermano Carlos, quien, tras doce años en la Patagonia, relataba un episodio ocurrido medio siglo atrás: 
"Un iemisch emergió de los lagos andinos hacia el río Santa Cruz, alcanzando la ribera norte cerca de la isla Pavón. Aterrorizados, los indígenas huyeron al interior, dejando un lugar que aún hoy se conoce como Iemisch-Aike (lugar o paradero del iemisch). 
La descripción del ser es vívida: de hábitos nocturnos, con una fuerza descomunal capaz de arrastrar caballos al agua con sus garras, el iemisch tendría una cabeza corta, grandes colmillos, orejas sin pabellón, tres dedos en las patas anteriores y cuatro en las posteriores (unidos por membranas natatorias), garras formidables, cola larga y prensil, y un cuerpo cubierto de pelo corto, duro y de color bayo uniforme. Su tamaño superaría al de un puma, pero con piernas más cortas y un cuerpo mucho más robusto.
Este relato, con su tono que oscila entre lo científico y lo legendario, refleja el sincretismo cultural de la Patagonia, donde las narrativas tehuelches se entrelazan con el misterio de lo desconocido. 
Esta criatura, con sus características acuáticas y depredadoras, evoca arquetipos de monstruos que persisten en diversas culturas, conectando con mitos posteriores como el chupacabras. 
La narrativa captura el temor y la fascinación que estas historias despiertan, ancladas en un paisaje patagónico que parece propicio para lo enigmático.



domingo, 28 de septiembre de 2025

La otra traición: Chile en la Vuelta de Obligado

Chile y la jugada oculta en tiempos de la Vuelta de Obligado



Introducción: las cosas que la historia olvida

La historia suele callar lo que incomoda. Nos enseña a repetir fechas, nombres de batallas, próceres de bronce, pero olvida los silencios, las grietas, las jugadas ocultas. Una de esas verdades incómodas es que mientras Rosas encadenaba el Paraná en la Vuelta de Obligado para resistir a ingleses y franceses, Chile jugaba sus cartas en silencio para quedarse con la Patagonia y el Estrecho de Magallanes.
La memoria oficial pinta el cuadro con brochazos fáciles: un pueblo resistiendo a dos imperios. Y es cierto. Pero en la sombra, un vecino aprovechaba la distracción para plantar su bandera en el sur. En 1843, Chile levantó Fuerte Bulnes en Punta Santa Ana. Cinco años más tarde, mudó su colonia a Punta Arenas, mejor ubicada, más defendible. Allí quedaría para siempre.
Europa lo toleró, incluso lo celebró en privado. En los informes consulares se repetía la palabra mágica: “estabilidad”. Poco importaba si era bajo bandera argentina o chilena. Lo que contaba era que el Estrecho estuviera bajo un poder efectivo, útil a las balleneras y al comercio global. Mientras los cañones rugían en el Paraná, la Patagonia se jugaba como ficha lateral en la mesa grande.
Y lo que casi nadie quiere decir en voz alta es que los imperios no juegan solos: necesitan vecinos atentos, oportunistas, dispuestos a morder cuando el otro sangra.



El tablero regional

El 20 de noviembre de 1845, el Paraná temblaba. Las cadenas chirriaban, los cañones tronaban, los cuerpos caían. A la misma hora, en el confín austral, flameaba otra bandera. Chile había ocupado el Estrecho de Magallanes en 1843 y nadie parecía dispuesto a mover un dedo.
Para Rosas, era un atropello. Lo denunció en notas oficiales, reafirmó los títulos heredados del Virreinato. Pero ¿qué podía hacer un gobierno sitiado, bloqueado, conspirado por dentro y acosado por fuera? La Patagonia era un desierto a los ojos de Europa, pero no estaba vacía: había pueblos originarios con sus propias alianzas, caciques que negociaban raciones y armas, territorios recorridos por tolderías y arreos. El problema era otro: la ocupación efectiva. Y allí Chile jugaba con ventaja.

La diplomacia de Londres y París

Los europeos no se manchaban las manos: manejaban la baraja. En sus despachos circulaba una idea sencilla: si Rosas no abría el Paraná, el sur podía ordenarse bajo la bandera chilena. No se necesitaban tratados solemnes, bastaban gestos calculados:

  • un buque inglés saludando en Punta Arenas,
  • una nota consular sobre las “ventajas” de un estrecho bajo autoridad estable,
  • un artículo en la prensa londinense describiendo la Patagonia como “despoblada”.

Era un juego de presión psicológica. El norte bloqueado por cañoneras, el sur amenazado por la presencia chilena, el este hostigado por Montevideo en manos unitarias. ¿Qué margen quedaba? Europa jugaba al doble candado: apretar a Rosas en el Paraná y mostrarle que la Patagonia podía esfumarse como moneda de cambio.
Rosas entendió. Su protesta de 1843 contra la ocupación chilena fue clara: “El Estrecho de Magallanes pertenece a la Confederación por derecho del antiguo virreinato; cualquier avance contrario será considerado usurpación.” (Archivo General de la Nación). Pero sus palabras chocaban con la indiferencia interesada de Londres y París. En política internacional, el silencio es aval.

El interés de Chile

Para Chile no había dilema moral. Había cálculo frío. Tras derrotar a la Confederación Perú-Boliviana, su élite entendió que el futuro estaba en el mar. Valparaíso debía ser el gran puerto del Pacífico. La Araucanía debía ser incorporada. Y Magallanes, ocupado.
El capitán Juan Williams plantó la bandera en 1843. Fundaron Fuerte Bulnes, con soldados, familias, huertas improvisadas. El lugar era inhóspito, pero simbólico. Cuando en 1848 la colonia se trasladó a Punta Arenas, el gesto se volvió irreversible: presidio, cabotaje, servicios para balleneros, colonización con europeos. Hechos consumados.
Los guiños europeos eran música para Santiago. Una visita amistosa de la Royal Navy equivalía a toneladas de pólvora. Era el respaldo tácito de que su avance no sería molestado. La clase dirigente chilena lo entendió rápido: ocupar, poblar, afirmar soberanía y esperar. En política internacional, los papeles siempre siguen a los hechos.


Rosas y la defensa de la Patagonia

El Restaurador no se engañaba. Sabía que no podía enviar ejércitos al sur cuando apenas sostenía las cadenas en el Paraná. Pero tampoco cedió. Se aferró al uti possidetis de 1810 como principio innegociable. La Patagonia era argentina por herencia del Virreinato.
Protestó en notas, reforzó Carmen de Patagones, mantuvo parlamentos con caciques como estrategia de control, otorgó licencias de caza y pesca para afirmar jurisdicción. Poco, pero suficiente para marcar presencia.
En diplomacia fue inflexible: nada de canjes territoriales. Ningún párrafo en ningún tratado podía interpretarse como cesión. “La Nación que entrega territorio se suicida”, repetía en privado. Y hacia adentro, alimentó el relato de integridad: la Patagonia no era un vacío, era el futuro.
En medio de bloqueos, guerras y conspiraciones, esa fue su mayor victoria: impedir que la Patagonia se negociara como ficha menor.

El trasfondo imperial

El caso patagónico desnuda la receta imperial de manual.
Dividir para dominar: apoyar a unitarios para desgastar desde adentro, sostener a Rivera en Montevideo para bloquear por el este, tolerar a Chile en Magallanes para presionar por el sur.
Economía como arma: abrir ríos, abaratar cueros y lanas, imponer reglas comerciales.
Propaganda y diplomacia: cónsules, prensa, discursos sobre “civilización” para legitimar la intervención.
El efecto buscado era claro: aislar a Rosas, mostrarlo como “inviable” y forzarlo a ceder. Pero Rosas respondió con la dureza de un cuchillo en la mesa: ni los ríos ni la Patagonia se negocian.

Consecuencias históricas

Europa terminó retirándose con un sabor amargo. La Confederación, contra todo pronóstico, resistió. Los ríos interiores quedaron reconocidos como argentinos. La Patagonia, aunque ocupada parcialmente por Chile, no fue cedida ni reconocida formalmente. Quedó pendiente, como sombra, para resolverse décadas más tarde.
La jugada de Chile fue exitosa en parte: consolidó Magallanes, fundó Punta Arenas y esperó. La Argentina, gracias a la resistencia de Rosas, mantuvo su reclamo intacto hasta que pudo poblar y negociar en condiciones más favorables. El Tratado de 1881 cristalizó lo que se venía cocinando desde Obligado: fronteras fijadas, Patagonia repartida, tensiones heredadas.

De Obligado a Malvinas

Ayer, en 1843, un marino inglés al servicio de Chile —Juan Williams Wilson, nacido en Bristol, formado en la tradición naval británica— fundó Fuerte Bulnes en el Estrecho de Magallanes. No fue un gesto romántico, fue una jugada estratégica: asegurar para Chile la puerta del sur con la venia silenciosa de la Royal Navy. Buques ingleses pasaron a “saludar”, la prensa de Londres describió la Patagonia como “despoblada” y la diplomacia consular celebró la “estabilidad” que ofrecía Santiago. Mientras Rosas protestaba con papeles que nadie quería leer, Inglaterra guiñaba el ojo a la bandera chilena.
En 1982, la historia se repitió con brutal exactitud. Chile, bajo Pinochet, se alineó otra vez con Londres contra la Argentina. Abrió sus bases en Punta Arenas a los aviones británicos, permitió vuelos de reconocimiento de los Canberra PR9 de la Royal Air Force, entregó datos de radar y desplegó su propia aviación para hostigar a la Argentina en la frontera. Margaret Thatcher lo reconoció sin rodeos: “Chile nos dio información vital.” El almirante Sandy Woodward lo confirmó en One Hundred Days, y el mariscal del aire Michael Beetham lo dejó por escrito en sus memorias: sin la ayuda chilena, la campaña británica habría sido mucho más difícil.
Dos momentos separados por más de un siglo, una misma lógica: en el sur, Inglaterra y Chile se dieron la mano contra la Argentina. En 1843 con el Estrecho. En 1982 con Malvinas. Y la moraleja, brutal, es siempre la misma: cuando la patria se debilita, alguien cercano la negocia al mejor postor.


Foto del escritor: Roberto Arnaiz 
Por: Roberto Arnaiz 
(www.robertoarnaiz.com/blog) 
Roberto Arnaiz | Escritor e Historiador
(www.robertoarnaiz.com)

viernes, 12 de septiembre de 2025

Aviación civil: La hazaña de los aviadores Palazzo y Brugo

Aviadores Palazzo y Brugo

Por ElComodorense.net



 

La comisión vecinal de Palazzo plantó un laurel de jardín y una verónica en el espacio del Monolito conmemorativo. El gesto simboliza el respeto y la memoria viva de la comunidad.
Este lunes, al cumplirse 89 años del fallecimiento de los aviadores Próspero Palazzo y Enrique Brugo, la comisión vecinal decidió rendirles homenaje con un gesto cargado de simbolismo: la plantación de un laurel de jardín y una verónica en el espacio donde se erige el Monolito que los recuerda.
La iniciativa busca no solo mantener viva la memoria de los pilotos que marcaron la historia local, sino también embellecer el sitio que los honra, reforzando el sentido de pertenencia de los vecinos.
Desde la comisión, agradecieron especialmente a Susana y Raúl, vecinos que desde hace años se encargan del cuidado y la preservación de ese espacio, asegurando que su legado se mantenga presente en la comunidad.



“Estos pequeños actos son los que sostienen la memoria colectiva”, expresaron desde la comisión, e invitaron a seguir acompañando y valorizando los espacios con historia.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Patagonia: Departamento de Lago Argentino

Departamento Lago Argentino - Provincia de Santa Cruz

Por: Silvia Tomczyk


 

Cerro, glaciar y laguna Huemul en la Reserva Provincial Lago del Desierto. El cerro tiene 2677 metros de altura. Hay un sendero de Trekking fácil de 1 hora y media para llegar a la laguna y un Trekking difícil de 5 días para hacer una vuelta al cerro.
El Cerro, Glaciar y Laguna Huemul son joyas naturales ubicadas en la Reserva Provincial Lago del Desierto, cerca de El Chaltén, en la provincia de Santa Cruz, Argentina.



Este lugar es conocido por su impresionante belleza paisajística y su fácil acceso, lo que lo convierte en un destino ideal para quienes buscan una experiencia de trekking corta pero memorable.
El sendero hacia la Laguna Huemul comienza en la Punta Sur del Lago del Desierto y atraviesa un bosque de lengas antes de llegar a la laguna, que está alimentada por el Glaciar Huemul. Desde allí, se pueden disfrutar vistas espectaculares del glaciar y del Cerro Fitz Roy.



La caminata es de baja dificultad y toma aproximadamente 2 horas ida y vuelta.
Este sitio no solo ofrece paisajes impresionantes, sino que también es un lugar perfecto para conectar con la naturaleza y disfrutar de la tranquilidad de la Patagonia.

lunes, 14 de julio de 2025

Patagonia: Genealogía de María Grande, la famosa cacique aonikenk

El origen de la cacique María y su familia. Una aproximación genealógica (Patagonia, siglos XVIII/XIX)





Introducción

1 - En la segunda década del siglo XIX Península Valdés (provincia de Chubut) se había convertido en una suerte de Jardín de las Hespérides para la reproducción de ganado vacuno cimarrón. Este ganado fue introducido a partir de 1779 con la fundación del
primer complejo de asentamientos coloniales establecidos en la península: El Fuerte San José y el Puesto de la Fuente,(*) los cuales fueron destruidos por un malón indígena entre el 7 y 8 de agosto de 1810, al poco tiempo de producirse la Revolución de Mayo (Aragón 1810).(**) Luego de este episodio, del que sólo habrían sobrevivido cinco individuos que se trasladaron al Fuerte Nuestra Señora del Carmen para buscar ayuda y relatar lo sucedido,
los animales introducidos por los españoles comenzaron a pastar libremente. Sin embargo, la repentina abundancia de este recurso no pasó desapercibida para las poblaciones indígenas de la región ni para los comerciantes bonaerenses. Éstos últimos entre 1815 y 1825 organizaron numerosas expediciones a Península Valdés para explotar miles de cabezas de ganado bagual, lobos marinos y sal. Entre estos comerciantes se encontraba el galés Henry Libanus Jones, quien en 1824 formó una sociedad comercial junto a Luis María Vernet y otros hombres de negocios (Dumrauf 1991).
2 - Al poco tiempo de establecer su base de operaciones en la costa y en el interior de la península, los comerciantes y los trabajadores percibieron que estaban siendo vigilados
por los indígenas, quienes esperaban la llegada de su cacique. Cuando esta se produjo, no fue poca la sorpresa de Vernet al advertir que dicho cacique era en realidad una mujer. Conocida entre los criollos y europeos como María, se trataba de una líder de gran prestigio y poder entre los tehuelches, con quien Vernet debió negociar en duros términos la explotación de los animales a cambio mercancías y parte de su producción (Caillet-Bois 1948; Llarás Samitier 1965; Dumrauf 1991). Este encuentro sería el preludio de una posterior invitación para que la cacica visitara las Islas Malvinas y negociar la instalación de una factoría en Bahía San Gregorio (Vernet 1831;(***) Fitz Roy 2016 [1839]; Llaras Samitier 1965; Álvarez Saldivia 2016), durante el período en que Vernet se desempeñó como gobernador de aquellas islas (1829-1831).(****)


Notas

*. El complejo de asentamientos coloniales conformados por el Fuerte San José y el Puesto de la Fuente (Península Valdés, provincia de Chubut) son objeto de investigación desde la perspectiva de la arqueología histórica desde el año 2010 (Bianchi Villelli 2011, 2017, 2018; Bianchi Villelli y
Buscaglia 2015; Bianchi Villelli et al. 2013; Bianchi Villelli et al. 2019; Buscaglia 2015a, 2015b, 2017;
Buscaglia et al. 2012; Alberti y Buscaglia 2015; Buscaglia y Bianchi Villelli 2016, entre otros).
**  Archivo General de la Nación (AGN), Sala X, legajo 2-3-15.
***  Archivo General de la Nación, Sala VII, Fondo Luis Vernet, Legajo 129, documento 84.
**** El análisis de la bibliografía ha permitido identificar al artículo de Llarás Samitier (1965) como la fuente sobre los detalles de la visita de la cacica a las islas mencionada al pasar por R. Fitz Roy
(2016 [1839]) y Caillet-Bois (1948). Estos detalles fueron reproducidos en ulteriores trabajos y novelas. Sin embargo, las pesquisas realizadas en las fuentes primarias consultadas en el Archivo General de la Nación, como el fondo Luis Vernet (Sala VII) o los legajos correspondientes a las Islas Malvinas (Sala X), no han arrojado resultados positivos al respecto por el momento, a
excepción del documento mencionado en la nota precedente en el que tan solo se menciona en cuanto a los indígenas del Estrecho de Magallanes que su “personaje principal visitó” las islas.
Resta profundizar las investigaciones e incluso, consultar en el archivo de la cancillería.
Por: Por: Silvana Buscaglia
(Jose Pavoni - TEHUELCHE EL VERDADERO PUEBLO ORIGINARIO DE PAMPA Y PATAGONIA)
Foto ilustrativa Hadd- 1896-1899. Near Coy River, Argentina. Photo by Hatcher Expedition. National Anthropological Archives, Smithsonian Institution.

domingo, 6 de julio de 2025

Virreinato del Río de la Plata: Fuga de amor en Carmen de Patagones

Planes de fuga y amor en la frontera

La antropóloga Lidia Nacuzzi reconstruye una historia de amor registrada en los documentos

Fuente



Autos contra Ana María Castellanos, “la más mala yerba o cizaña, capaz de infestalo y perderlo todo”. Archivo General de la Nación, fondo Secretaria de la Gobernación y Gobernación Intendencia. ID: AR-AGN-SGGI01-1428


En marzo de 1780, el fuerte de Carmen de Patagones estaba llegando a su primer año de existencia, su construcción avanzaba lentamente después de una relocalización desde la margen sur a la norte del río Negro. Se iban completando los muros de su planta cuadrada, la estacada y los bastiones; en su interior se habían ubicado la vivienda del superintendente Francisco de Viedma, la capilla, los almacenes, el cuerpo de guardia y los calabozos. Por fuera del fuerte se diseñaron nueve manzanas para las casas de los pobladores que fueron convocados desde Galicia, Asturias y Castilla. Las primeras familias comenzaron a llegar en octubre de 1779 y se agregaron al contingente inicial de oficiales, tropa, peones y presidiarios. La documentación de los legajos de Costa Patagónica da cuenta, casi día por día, de los sucesos de esta empresa colonizadora española que se inició en un lugar tan alejado de los otros centros urbanos de la época, solo accesible por vía marítima. El superintendente se ocupaba tanto de las cuestiones civiles de gobierno como de las militares, desde la administración de justicia al abastecimiento de alimentos, herramientas y materiales, incluyendo las negociaciones con los caciques indígenas de la región. Con ellos, que rápidamente se convirtieron en proveedores indispensables, acordaba el intercambio de bayetas, aguardiente, harina y yerba por vacas y caballos. Suponemos que, además, decenas de interacciones personales o negociaciones de diverso tipo, de las que no han quedado registros, deben haber sucedido entre los pobladores y los “indios” y “chinas” que integraban las comitivas indígenas. En uno de esos encuentros, el poblador Juan Domingo Basiga dio muerte al Capitán Chiquito, pariente de unos de los caciques. Tres días después se inició una información sumaria porque Basiga había intentado fugarse del bergantín en el que estaba preso, en la boca del río. La prueba de ese intento eran unas cartas que le fueron enviadas, estimadas como “un asunto que debía considerarse con mucho sigilo” y dieron origen a otra “sumaria” que se formó a nombre de su autora, Ana María Castellanos.

Los legajos mencionados están repletos de cartas que van dando cuenta de los avatares del fuerte y de su población. Son piezas cortas, con un formato muy estandarizado en cuanto a la redacción y la distribución del escrito en el folio, en ellas los escribientes tienen gran protagonismo como productores de los textos. Judy Kalman ha señalado que la injerencia de esos intermediarios a menudo da lugar a escrituras en colaboración. En este contexto, la carta de Ana es disruptiva. Hay otras voces de mujeres en estos papeles, pero nunca una expresándose por sí misma. Ella escribe sin intermediarios, rompe con los cánones epistolares y el formato establecido, aunque se vale de la pluma y usa cuartillas, un “recado de escribir” que le tuvieron que prestar. Utiliza el lenguaje corriente para convencer a su amado de fugarse “por tierra”, le hace llegar nombres de quienes lo ayudarán, le indica un lugar de reunión, propone unirse a la fuga (“quiero ir contigo”), cansada de su marido, “este borracho”. Puede ser que exagerara los argumentos (“soy capaz de tirar la cabeza al agua”, “los indios me quieren matar”) que se mezclan con frases apasionadas (“no puedo descansar este corazón de suspirar”, “me falta la prenda en que yo me miro”), en algunos pasajes enlaza ambos recursos: “dicen que te van para ahorcar por dios te lo pido que no me dejes que quiero morir contigo”. De las declaraciones de Ana y de sus supuestos cómplices, aunque todos niegan y se contradicen, queda claro que el deseo de huir no era exclusivo de ella, que muchos deseaban escapar de los duros trabajos o de las penas por cumplir, aún a costa de enfrentar el peligro de internarse en territorio indígena por rutas inexistentes.

Al cerrar el expediente, Viedma concluye que “la fuga es ilusoria”, “dimanada de la pasión” que dominaba a Ana y ordena liberar a los detenidos. Parece un final feliz para el momento folletinesco que nos hizo descansar de la monotonía burocrática de estos papeles. Sin embargo, su última línea nos repone a los prejuicios que todavía hoy combatimos: recomienda recluir a Ana a la “casa de la Residencia” en Buenos Aires.

Publicado originalmente en 2021, en Inspiraciones: pensamientos desde archivos.

miércoles, 25 de junio de 2025

Patagonia: Francisco Villarino, marino de las costas australes

Francisco Villarino, marino que reemplazó a Piedra Buena al mando del Santa Cruz y durante 6 años recorrió las costas patagónicas

La Voz de Chubut



Estanciero de la provincia de Buenos Aires, quien en 1876 resolvió abandonar los trabajos de campo para dedicarse a la marina. Compra libros del ramo y, como autodidacta, se instruye en el arte de navegar.

Ingresa en la Marina de Guerra en 1878, reemplazando a Luis Piedra Buena, tras su fallecimiento, en el mando del barco Santa Cruz y permanece así durante 6 años, durante los cuales recorre las aguas patagónicas.

A él le tocó salvar náufragos en la Isla de los Estados, y recibió varias felicitaciones de la reina Victoria de Inglaterra, por los servicios prestados a súbditos ingleses, que tras sus naufragios fueron recogidos y socorridos por él. Entre 1881 y 1883 recorrió las costas entre Camarones y el norte del golfo San Jorge, y recaló en Puerto Deseado, Puerto Santa Cruz-en 05/1881-, Isla de los Estados, isla Año Nuevo, puerto San Juan -donde se inaugura el faro-, y otros sitios.

A principios de 1883 se encontraba en Puerto Deseado, y en un pequeño cúter inició la remonta del río, el 04/03/1883, con los guardiamarinas Solano Rolón, Justo V. Hernández, José González y Ángel Ustariz, el piloto práctico Manuel Jasidaski y 6 marineros.

En los primeros días de recorrida encontraron varias lagunas a las que denominó Lagunas de los Cisnes, “por existir allí innumerables palmípedos de esta especie”. El día 8, “a las 4 pm al encender lumbre para preparar la comida, se desprendió una chispa, incendiando inmediatamente el campo”, perdieron varias cosas, entre ellas el sextante, valiéndose de allí en más de la brújula para calcular las distancias. Recorre unas 30 millas con Rolón y regresa por no hallar agua dulce, y apreciar que el Deseado es un cauce seco de 400 a 500 m de ancho en cuyo centro discurría un pequeño arroyo de 4-5 m de ancho, con crecidas en tiempos de lluvias o deshielos.

El 16 de marzo regresaron al puerto. A los pocos días, llegaron unos tehuelches que, con sus familias, totalizaban 156 personas, comunicándole que en breve arribarían otros 200. Le pidieron de vivir cerca de la subprefectura como defensa en caso de que llegaran los “Manzaneros” o aborígenes de las huestes de Sayhueque. Villarino, después de cumplir sus servicios durante 6 años, se quedó en la Patagonia 5 más, como subprefecto en la Isla de los Estados, en puerto San Juan, oportunidad en la que entre 1887 y 1889 socorrió a los tripulantes de los barcos británicos Cmoch, Glemore y Colorado.

Las posteriores conferencias dadas en el Centro Naval de Buenos Aires junto con el capitán Godoy, motivaron que el gobierno estudiara la refundación de Puerto Deseado.

domingo, 22 de junio de 2025

Argentina: Las distintas campañas del desierto

Las campañas finales al desierto, el afianzamiento de la soberanía en la Patagonia

Por el Lic. Sebastián Miranda




Entre 1880 y 1885 se realizaron las últimas campañas al desierto en la Patagonia, asegurando la soberanía en la región, entonces en disputa con Chile y terminando para siempre con el flagelo del malón.

Presentamos la sexta nota sobre la cuestión.

Las grandes campañas realizadas por el general Julio Argentino Roca en 1879 barrieron con las tribus de La Pampa, reduciéndolas y obligándolas a entregarse o retirarse hacia los confines del Neuquén y los contrafuertes andinos para evitar ser capturadas. Entre 1880 y 1885 se realizaron una serie de campañas en regiones de difícil acceso que permitieron terminar con las últimas resistencias.
1. La campaña del general Conrado Villegas al Nahuel Huapi (1881)
El 12 de octubre de 1880 asumió la presidencia el general J. A. Roca, nombró como ministro de Guerra y Marina al general Benjamín Victorica. A pesar del daño propinado a los indígenas, algunos núcleos importantes todavía persistían. Si bien las incursiones eran aisladas, seguían generando daños e intranquilidad. El 19 de enero de 1881 300 moluches armados con Winchester asaltaron el fortín Guanacos y mataron al alférez Elíseo Boerr, 12 soldados y 17 vecinos. Los asaltos se repitieron en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, llegando hasta Puán.  En agosto de ese mismo año murieron en combate contra los indios el teniente Abelardo Daza y 15 soldados del Regimiento 1 de Caballería. Otras incursiones, aunque menores, llegaron a las inmediaciones de Bahía Blanca. Desesperados por el hambre, los salvajes se arriesgaban a adentrarse en el territorio controlado por el Ejército Argentino para evitar perecer.
Ante esta situación, el presidente ordenó al ministro de Guerra y Marina el envío de una expedición para explorar la región en torno al lago Nahuel Huapi y reducir a los salvajes que incursionaban y aprovechaban la cercanía de la frontera con Chile –como lo venían haciendo desde hace décadas- para refugiarse en el país trasandino con el apoyo del gobierno. La misma quedó bajo la dirección del veterano general Conrado El Toro Villegas, uno de los más experimentados y valientes comandantes, entonces jefe de la línea militar del Río Negro. Previamente se realizaron una serie de exploraciones a cargo del teniente coronel Manuel J. Olascoaga, el teniente 1º Jorge Rohde y el capitán Erasmo Obligado que comandó una escuadrilla naval que recorrió el río Negro y el Limay. El general C. Villegas organizó la expedición dividiendo a las fuerzas en tres brigadas.

Primera brigada

Comandada por el Teniente Coronel Rufino Ortega, integrada por el regimiento 11 de caballería, el batallón 12 de infantería con 6 jefes, 16 oficiales y 474 de tropa. Debía salir de Chos Malal y batir a los indios en los contrafuertes andinos hasta el lago Nahuel Huapi. Inició la marcha el 15 de marzo de 1881, batiendo las zonas en torno al río Agrio, el arroyo Codihué, el lago Aluminé y el arroyo Las Lajas. El 26 de marzo se produjo un combate con indios que provenían de Chile que produjo la muerte de 2 suboficiales y 2 soldados. Posteriormente también murió en un enfrentamiento el teniente Juan Cruz Solalique. El 30 de ese mes 100 indios mandados por uno de los hijos del cacique Sayhueque, Tacuman, se enfrentaron a la división resultando muertos 1 suboficial y 10 salvajes.[1]

Segunda brigada

Mandada por el coronel Lorenzo Vintter, partió del fuerte General Roca. Debía avanzar hacia Confluencia, proseguir por la margen norte del Limay  luego dividirse en dos columnas para atacar las antiguas tolderías de Reuque Curá y las de Sayhueque. Estaba integrada por 6 jefes, 22 oficiales, 5 cadetes y 557 de tropa de los regimientos 5 y 7 de caballería y una sección de artillería con 2 piezas de montaña. Comenzó el avance en forma simultánea con la primera división. El 24 de marzo una avanzada mandada por el sargento mayor Miguel Vidal atacó sorpresivamente las tolderías del cacique Molfinqueo tomando prisioneros a 28 indios y a 3 comerciantes chilenos. Otro destacamento dirigido por el coronel Luis Tejedor recuperó casi 6.000 animales abandonados por los indios que huían hacia Chile. El 31 de marzo la partida del alférez Andrés Gaviña capturó una valija con las insignias del ejército chileno, dejada por un grupo de salvajes que escapaba de las fuerzas nacionales. El 9 de abril la brigada alcanzó el lago Nahuel Huapi.

Tercera brigada

Dirigida por el coronel Liborio Bernal comenzó las operaciones partiendo de la isla de Choele Choel, siguiendo por el arroyo Valcheta, adentrándose en Río Negro y de allí hasta el Nahuel Huapi. Las zonas a recorrer eran completamente desconocidas. Para su misión disponía de 10 jefes, 36 oficiales, 9 cadetes y 525 hombres de tropa del batallón 6 de infantería y el regimiento 3 de caballería. El 29 de marzo se logró la captura del capitanejo Purayan con 37 indios y 1400 cabezas de ganado. Previamente se había rescatado un niño que llevaba 8 años de cautiverio entre los salvajes. Gracias a la información aportada por el niño, se detectó una toldería cercada que fue atacada por un destacamento al mando del mayor Julio Morosini, permitiendo la captura de 10 indios y casi 1500 animales. El 2 de abril la brigada llegó al lago Nahuel Huapi.
El 10 de abril se produjo la reunión completa de las tres brigadas en las nacientes del río Limay. Finalizadas las operaciones y dado que en la época las temperaturas comienzas a ser muy bajas, el general C. Villegas dispuso el retiro de las brigadas hacia sus bases dando por finalizada la campaña. Si bien se produjeron importantes bajas a los indios, 45 muertos y 140 prisioneros, no se alcanzó el objetivo principal que era terminar con las masas de indígenas que aún quedaban en la región, dejando de esta manera la puerta abierta para nuevas acciones.
Mientras tanto los principales caciques que aún quedaban – Sayhueque y Reuque Curá- solicitaron apoyo a sus hermanos araucanos del otro lado de la cordillera para retomar la iniciativa. Los recursos, producto de los malones, actuaban como un importante imán para generar nuevos malones. El 16 de enero de 1882 aproximadamente 1000 indios atacaron un fortín ubicado en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay. A pesar de que lo defendían solamente 15 soldados y 15 paisanos mandados por el capitán Juan G. Gómez, rechazaron a los salvajes. La acción evidencia el valor que siempre ha caracterizado al soldado argentino y la eficacia de los Remington. El 20 de agosto de ese año una partida de 26 soldados al mando del Teniente Tránsito Mora y el Alférez indígena Simón Martínez fue emboscada por 400 indios en las lomadas de Cochicó, siendo muertos todos los efectivos argentinos. Quedaba en evidencia que los salvajes no habían sido reducidos. El ministro de Guerra y Marina dispuso la reorganización de la fuerzas que quedaron agrupadas en la división 2º que desde Choele Choel controlaría y operaría sobre los ríos Neuquén y Negro y la división 3º que con su comando en Río Cuarto controlaría la Pampa Central.
2. Campaña del general C. Villegas (1882-1883)
Ante los ataques de los indígenas, el General C. Villegas dispuso de una nueva expedición organizada con tres brigadas. Posteriormente emitió un informe que nos permite tener una muy detallada relación de todo lo sucedido en esta expedición en la que las fuerzas nacionales fueron eficazmente apoyadas por los indios amigos.[2]

Primera brigada

Al mando del Teniente Coronel Rufino Ortega, compuesta por una plana mayor, los regimientos 3 y 11 de caballería y el batallón 12 de infantería, con un total de 4 jefes, 20 oficiales y 310 soldados. Las fuerzas partieron en noviembre avanzando hacia el sur dirigiéndose a la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. La marcha se realizó de noche para ocultarse de la observación de los indios, recorriéndose 250 km en seis noches en medio de bajísimas temperaturas, lo que da una idea de los padecimientos de estos sacrificados hombres. Al llegar a las tolderías del capitanejo Millamán, este se entregó junto a 27 lanceros y 61 de chusma que pasaron a engrosar los efectivos de la brigada. Para evitar la detección, la brigada desprendió destacamentos menores para sorprender a los salvajes en sus tolderías, la brigada desprendió destacamentos menores.
Destacamento del Coronel Ruibal: Operó contra la indiada del cacique Queupo, batiéndolo y matando a 14 lanceros y capturando a 65 salvajes, perdiendo por su parte 5 efectivos que se ahogaron al cruzar el río Aluminé.
Destacamento del teniente coronel Saturnino Torres: logró la captura del cacique Cayul y 80 de sus hombres, perteneciente a la tribu de Reuque Curá.
Destacamento del Mayor José Daza: realizó una intensa persecución sobre los caciques Namuncurá y Reuque Curá que se escondieron en las zonas boscosas al sur del lago Aluminé pudiendo escapar.
Destacamento del Alférez Ignacio Albornoz: logró la captura de 2 capitanejos y 100 indios.
El 4 de diciembre la brigada se reunió en el lago Aluminé y desprendió nuevas partidas al mando de los mencionados Ruibal y Daza, sumándose el mayor O`Donell y el Teniente Coronel Torres que causaron nuevas bajas a los salvajes. En total la brigada logró abatir a 120 guerreros y capturar a 52 de lanza y 396 de chusma además de rescatar a 5 cautivos. Se construyeron un pueblo y 6 fortines para controlar los pasos cordilleranos e impedir el paso a Chile o su retorno desde el país trasandino.

Segunda brigada

Dirigida por el teniente Coronel Enrique Godoy, formada por una plana mayor y los regimientos 2 y 5 de caballería junto al batallón 2 de infantería, con 6 jefes, 32 oficiales y 512 de tropa. Inició la marcha el 19 de noviembre de 1882 hacia su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu desde donde desprenderían partidas para reducir a los salvajes de la zona. Operó en forma similar a la primera brigada, desprendiendo columnas menores para atacar a los salvajes.
Destacamento del mayor Roque Peitiado: operó contra las tolderías del capitanejo Platero, logrando tomar 23 prisioneros a costa de la pérdida de 2 soldados propios y 10 heridos.
Destacamento del Coronel Juan G. Díaz: prosiguió el ataque contra las indiadas que habían escapado del Mayor R. Peitiado. El 11 de diciembre en un desfiladero en las cercanías del lago Huechu Lafquen, fueron emboscados por los salvajes armados con Rémingtons que habían fortificado la posición cerrando el camino. Las fuerzas nacionales treparon por las laderas escabrosas y después de casi tres horas de combate desalojaron a los indios, perdiendo la vida un soldado y el Teniente 1º Joaquín Nogueira.
Dada la gravedad de los acontecimientos, el Teniente Coronel M. Godoy inició nuevas operaciones para acabar con las tribus de Namuncurá y Reuque Curá que se habían establecido en las márgenes del río Aluminé. El 1º de diciembre reinició el avance, enviando notas a los caciques para pactar su rendición. Cuatro días después se presentó el cacique Manquiel con toda su tribu por el que se supo que la 1º brigada había logrado la captura del grueso de las tribus de Namuncurá y Reuque Curá, incluyendo a los hijos y mujer del primero. El 14 de diciembre el teniente coronel M. Godoy llegó a su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. Desde este lugar emprendió una segunda operación, esta vez contra el cacique Ñancucheo que seguía evadiendo a las fuerzas nacionales atravesando terrenos dificilísimos de transitar. El cacique pudo escapar, pero se logró la captura de numerosos salvajes. El incansable Teniente Coronel M. Godoy dispuso una nueva expedición para limpiar de indios la región. En enero de 1883 se realizaron nuevas acciones que permitieron la captura de 55 indios, abatiendo además a 1 capitanejo y 3 guerreros. Ñancucheo fugó a Chile. Durante estas acciones el Sargento Mayor Vidal se enteró de la presencia de una partida del ejército chileno en territorio argentino lo que motivó las protestas del gobierno nacional.
El 6 de enero de 1883 se produjo el combate de Pulmarí, en esa ocasión el Capitán Emilio Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lezcano con 40 hombres se enfrentaron a un grupo de salvajes. Un oficial con uniforme del Ejército de Chile pidió parlamentar, los oficiales se acercaron y en ese momento fueron atacados y muertos a traición junto a un soldado:

“(…) Los indios en número se sesenta, tomando aislados a estos oficiales con un reducidísimo número de hombres, sorprendidos en un terrible desfiladero, dieron fin con ellos y cuatro soldados, acribillándolos a lanzazos e hiriéndolos de bala (…)”[3]

El 16 de febrero el Teniente Coronel Díaz chocó con alrededor de 150 indios en las cercanías del lago Aluminé en las cercanías de Pulmarí en el paraje de Lonquimay.[4] Nuevamente las fuerzas del Ejército Argentino se enfrentaron a efectivos chilenos, Díaz no cayó en la trampa y ante el ofrecimiento de parlamento abrió fuego contra también los chilenos capturándoseles armamento y pertrechos con la inscripción Guardia Nacional:
“Rompió el fuego sobre aquella tropa que avanzaba y sostuvo un brillante combate, rechazando completamente a esa fuerza superior en número que avanzó hasta cuarenta pasos de sus posiciones. Quedaron tendidos en el campo parte de ellos: seis soldados uniformados y un indio (…)”.[5]

De esta manera los efectivos argentinos defendían la soberanía dejando de lado la diplomacia y expresándose con el lenguaje de los fuertes, necesario cuando se viola el solar patrio.
En total la brigada logró la captura de 700 indios, poniendo fuera de combate a un centenar de ellos y limpiando el territorio argentino de partidas chilenas. También se construyeron nuevos fortines, al igual que lo hizo la primera brigada, para impedir el paso de los salvajes entre Argentina y Chile.

Tercera brigada

Comandada por el teniente coronel Nicolás Palacios con 4 jefes, 22 oficiales y 437 de tropa, estaba integrada por el regimiento 7 de caballería, el batallón 6 de infantería y un grupo de indios auxiliares. El 15 de noviembre de 1882 partió de la isla de Choele Choel con rumbo hacia el lago Nahuel Huapi para establecer allí su campamento general desde donde destacaría partidas contra los salvajes. Se libraron una gran cantidad de memorables combates entre los que se destacaron las incursiones del teniente Coronel Rosario Suárez, la dirigida por el propio Teniente Coronel N. Palacios. El 22 de enero de 1883 una partida mandada por el Capitán Adolfo Druy y el teniente 1º Eduardo Oliveros Escola se enfrentó a 400 indios del cacique Sayhueque que huía de la persecución de las fuerzas nacionales.
Como resultado de las acciones de esta brigada 3 capitanejos y 140 guerreros resultaron muertos, 2 caciques, 4 capitanejos, 114 de lanza y 361 de chusma fueron capturados. También se construyeron nuevos fortines.
La expedición en su conjunto produjo el afianzamiento de la soberanía en las provincias de Neuquén y Río Negro, dejando fuera de combate a las principales tribus mapuches y bloqueando los pasos de la cordillera por donde penetraban estos y los araucanos desde Chile.
Uno de los libros indigenistas más difundidos sobre la cuestión de la guerra en el Neuquén es el de los autores Curapil Churruhuinca y Luis Roux Las matanzas del Neuquén. Curiosamente, los escritores ponen este título al libro, pero no demuestran la existencia de ninguna matanza. Sin embargo, hay una serie de datos que resultan interesantes. Según las cifras aportadas por los propios autores, había en la región del Neuquén alrededor de 60.000 indígenas, la mayoría dependientes de los caciques Sayhueque y Purrán.[6] Sostienen:

“De este modo concluye la Campaña de los Andes. Durante la misma mueren 354 indígenas y se capturan 1.721, con las bajas nacionales de 5 oficiales y 38 soldados. Para el resultado no fue mucho el costo, comparativamente”.[7]

Aunque el número de indígenas que habitaban la región, según los autores, nos parece excesivo, pero tomémoslo como cierto. Entonces si sobre 60.000 indios, fueron muertos 354, esto quiere decir que cayeron el 0,59% en operaciones militares, una cifra prácticamente irrisoria para una guerra, ¿a dónde están las masacres a las que se refieren los escritores? En su mensaje al Congreso de la Nación de 14 de agosto de 1878, el general J. A. Roca afirmó que en la zona había unos 20.000 salvajes. Si tomamos como el total este número, entonces el porcentaje de indios del tronco araucano caídos en la campaña al Neuquén sería entonces del 1,77%, cifra también muy baja para una guerra de exterminio como sostienen los indigenistas. De esta forma podemos observar como el tan mentado genocidio es una mentira. Uno podría sumar las bajas de las campañas de 1878-1879, pero esto no es aplicable a los indios del tronco mapuche o araucano del Neuquén y Río Negro ya que estos no fueron afectados por las mismas que estuvieron dirigidas contra las tribus de la región central de la Argentina. En otro orden, son los mismos autores los que admiten la gran incidencia de las luchas internas en las tribus y entre las mismas, en los índices de mortalidad de los indígenas. [8] Las cifras de las bajas indígenas también demuestran que la tan publicitada bravura indomable del indio se practicaba contra las poblaciones indefensas, pero de poco le valía contra los efectivos del Ejército Argentino.

3. Expediciones finales

A fines de 1883 y comienzos de 1884 comenzaron las operaciones finales contra los salvajes, enfermo y cargado de cicatrices, el célebre Toro Conrado Villegas se marchó a Europa para intentar curarse, pero falleció en París el 26 de agosto de ese año. Fue reemplazado en el mando de la 2º Brigada por el general Lorenzo Vintter que se convirtió en gobernador militar de la Patagonia y continuó las acciones en Neuquén y Río Negro. Acosado por el hambre y la implacable persecución de las fuerzas argentinas, el 24 de marzo de 1884 se rindió el cacique Namuncurá con 9 capitanejos, 137 de lanza y 185 indios de chusma.
Solamente quedaban en pie los restos de las tribus de Sayhueque e Inacayal. Para terminar con ellas, el general L. Vintter envió una nueva expedición, esta vez al mando del Teniente Coronel Lino Oris de Roa. Partiendo el 21 de noviembre de 1883 de fortín Valcheta con 100 hombres se dirigió hacia el río Chubut que se había unido a otros caciques, pero apenas lograba reunir algo más de tres centenares de guerreros. Las patrullas del sargento mayor Miguel Linares y el capitán Manuel Peñoiry continuaron los rastrillajes y las acciones que permitieron nuevas capturas. El 1º de enero de 1884 las fuerzas del teniente coronel de Roa chocaron con 300 indios dirigidos por el cacique Inacayal, quedando 4 de ellos muertos en el campo de batalla, 16 fueron tomados prisioneros. El hostigamiento constante generó nuevas rendiciones, poco tiempo después de la de Namuncurá, se presentó el cacique Maripán con 184 guerreros. Otros centenares se fueron presentando en los días siguientes.
El General L. Vintter dispuso ese mismo año el envío de tres columnas al mando del sargento mayor Miguel Vidal para batir a los indios que quedaban aún escondidos, especialmente en los poco accesibles contrafuertes andinos, logrando la captura de 300 indios. La presión constante dio el resultado esperado, el 1º de enero de 1885 Sayhueque, el último de los grandes caciques se presentó en el fuerte Junín de los Andes junto con 700 lanceros y 2500 de chusma.
El 20 de febrero de 1885 el general L. Vintter escribió al jefe del Estado Mayor General del Ejército, General de División Joaquín Viejobueno:

“En el Sud de la República no existen ya dentro de su territorio fronteras humillantes impuestas a la civilización por las chuzas del salvaje.
Ha concluido para siempre en esta parte, la guerra secular que contra el indio tuvo su principio en las inmediaciones de esa capital el año 1535”.[9]

Las campañas al desierto habían terminado poniendo fin para siempre al azote del malón, a las fronteras interiores, al cautiverio y asesinato de miles de pobladores habiendo asegurando la soberanía sobre la Patagonia pretendida por Chile.

4. El mapuchismo

Sometidas las tribus, la mayoría de los caciques fueron tomados prisioneros y liberados al poco tiempo, el propio Sayhueque, a pesar de la resistencia que había ejercido, en abril de 1885 ya estaba de retorno con su comitiva en Río Negro desde donde pasó con su tribu a las tierras asignadas por el gobierno argentino en Chubut. Es decir, fue detenido en enero, y en abril ya había vuelto a la libertad ¿dónde está la tan proclamada ferocidad genocida del Ejército y las autoridades argentinas? El otorgamiento de tierras a Namuncurá demoró más, pero el gobierno chileno intentó seguir usando a los mapuches contra la Argentina. En el Primer Congreso del Área Araucana Argentina en 1963, se afirmó que:

“En 1908 el Gobierno de Chile puso a su disposición 1.800 hombres aguerridos para reconquistar sus antiguos territorios”.[10]

Todavía en 1908 los mapuches seguían pensando, con el apoyo de Chile, en invadir el Neuquén. Nunca los mapuches aceptaron al hombre blanco en la Patagonia:
“Por cierto, tras las adjudicaciones y la llegada de los pioneros, funcionarios, comerciantes y, especialmente, colonos y hacendados, los mapuches constituyeron por un buen tiempo un peligro constante de represalias y daños, atosigados como estaban por el rencor y el deseo de venganza, con el oprobioso recuerdo de los desmanes del gran malón blanco”.[11]

Los citados autores indigenistas –Churruhinca y Roux- hacen amplias referencias al valor que dan a la pertenencia de la Patagonia a la Argentina y a la bandera nacional:
“(…) Moreno consideró que estas regiones debían incorporarse a la República Argentina. Y actuó en función de esa idea  (…) Si Moreno fue leal a su país no actuó lealmente con Sayhueque y sus muchos amigos indios, a quienes aseguró visitar solamente para conocerlos, mientras trabajaba su mente y su corazón al acuciamiento de trasladar esos dominios a la Argentina por la sumisión o por la fuerza”.[12]

Está claro que para los mapuchistas, el Neuquén y el Río Negro no eran parte de la Argentina, sino que formaban un Estado aparte, el mapuche. Después de hacer una referencia a las campañas finales de 1884-1885, y refiriéndose al destino de las tribus rendidas afirman:
“Para todas ellas principará una nueva etapa. Bajo nueva bandera. Bajo nuevos nombres”.[13]

A continuación, dejan muy claro el concepto indigenista de pueblo originario:
“(…) Gringos eran todos los no mapuches, argentinos o europeos. Extranjeros para los nativos neuquinos. Y la sangre ardida de los hermanos muertos ponía una pared rocosa entre naturales y blancos. Difícil entenderse”.[14]
Parecen olvidar que fueron los indios araucanos o chilenos, hoy llamados mapuches, los que desde el occidente de la cordillera de los Andes invadieron la Patagonia expulsando o exterminando a las tribus locales.
Finalmente, el rechazo a la bandera argentina aparece nuevamente reflejado en las siguientes palabras:
“(…) Las huestes roquistas han destruido en Neuquén indígena para enarbolar una enseña y traer una gringada. Negocio de usurpación, proclama de soberanía tres veces ilegítima, edificada sobre la mentira, la ofensa gratuita y el crimen, comercio infamado de tierras”.[15]
No es de extrañar que los mapuches se opusieran al proceso de fundación de pueblos y parques nacionales en Neuquén y Río Negro. Pasado el tiempo el movimiento mapuche parecía apagado, pero algo ocurrió. En 1963 los mapuches lograron concretar la reunión del Primer Congreso del Área Araucana Argentina en San Martín de los Andes. Por iniciativa de un vecino del Neuquén, Willy Hassler, nombre no muy originario (se trataba de un alemán), comenzó a avivar la problemática de los mapuches en los parques nacionales.
Las usurpaciones de terrenos y atentados de los mapuches se están convirtiendo en moneda corriente. Carlos Sapag, hermano del gobernador denunció:
“Son activistas que cuentan con apoyo de las FARC y relaciones con Batasuna, el brazo político de ETA”.[16]

El entonces intendente de Villla Pehuenia, Silvio del Castillo, declaró:
“En Villa Pehuenia los mapuches ya tienen 10.000 hectáreas en su poder. No voy a entregarles un metro más”.[17]
Sin embargo, no todos los mapuches comparten esta visión expansionista:
“Arrastran a los jóvenes a una lucha sin sentido. Nosotros queremos la paz. Hoy los mapuches ocupan tierras que nunca fueron nuestras”.[18]

La Sociedad Rural de Neuquén ha denunciado que en la provincia hay al menos 57 campos usurpados. Todo esto es promovido por la Confederación Mapuche que agrupa a las principales comunidades, sin embargo, sus detractores la acusan de:
“(…) Estar infiltrada por activistas de izquierda que pretenden escindir el territorio de la Argentina. También los acusan de malversación de fondos”.[19]

Este dato no es menor y es donde se encuentra el meollo de la cuestión. No solamente tienen nexos con organizaciones de izquierda, sino que reciben el apoyo mediático de supuestas ONGs. Curiosamente la sede central del movimiento mapuche reside en Londres que de esta manera debilita a la Argentina y ejerce una nueva amenaza sobre la Patagonia y sus recursos, sumándola a la presencia de la base militar de la OTAN en Malvinas.
En total en la Argentina el reclamo es por 15 millones de hectáreas, en Neuquén se centra en las zonas de San Martín de los Andes, Junín de los Andes, Villa la Angostura, Villa Pehuenia, Zapala, Aluminé y Cutral Có. En Río Negro los más importantes están en El Bolsón, Bariloche, Comallo, Trapalcó, Ñirihau, Cuesta del Ternero y Chelforó. Estos intentos de obtener tierras que son patrimonio de los argentinos se extienden incluso a la provincia de Buenos Aires, a la que nunca llegaron los mapuches.
El avance del movimiento mapuche es notable, las 18 comunidades originales que reclamaban tierras se han convertido en 55 solamente en Neuquén. Martín Maliqueo, vocero de una de ellas, la Lonko Purrán, declaró:
“(…) No somos ni chilenos, ni argentinos, somos mapuches y no nos sentimos representados”.[20]

El proceso cesionista y antiargentino se extiende.

Fuentes:

[1] Todas las cifras utilizadas en este trabajo han sido tomadas del libro de WALTHER, Juan Carlos. La conquista del desierto, cuarta edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1980. Se trata de una de las mejores obras generales sobre la cuestión de las campañas al desierto.
[2] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Campaña de los Andes al sur de la Patagonia. Partes detallados y diario de la expedición. Ministerio de Guerra y Marina, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1978. Para las acciones de los indios amigos ver pp. 86, 88, 94, 102, 106, 108, 112
[3] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., p. 85.
[4] Ver el excelente e imprescindible trabajo de PAZ, Ricardo Alberto. El conflicto pendiente. Fronteras con Chile, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, pp. 58-59.
[5] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., pp. 18-19.
[6] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Las matanzas del Neuquén. Crónicas mapuches, tercera edición, Buenos Aires, Plus Ultra, 1987, p. 195
[7] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 167.
[8] Ver CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., pp. 54, 55, 68, 71, 89, 108, 149.
[9] Carta del general L. Vintter al jefe del Estado Mayor General del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno, 20 de febrero de 1885.
[10] VIGNATTI, M. A. Iconografía aborigen. En: Primer Congreso del Área Araucana Argentina, Buenos Aires, 1963, T II, p. 52.
[11] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 242.
[12] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 103.
[13] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 173.
[14] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 216.
[15] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 249.
[16] Declaraciones de Carlos Sapag. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[17] Declaraciones del intendente de Villa Pehuenia, Silvio del Castillo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[18] Declaraciones de los caciques mapuches de las comunidades de Currumil y Aigo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[19] MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6
[20] En: VARISE, Franco. Crecen conflictos con aborígenes por reclamos de tierras, Buenos Aires, La Nación, 16 de agosto de 2009, p. 19
Fuente: https://deyseg.com/history/196

domingo, 15 de junio de 2025

Conquista del desierto: La colaboración del ejército chileno con las tribus araucanas en la Patagonia

 

Combates de Pulmarí (1883): Mapuches y posible colaboración chilena



Por Esteban McLaren

Contexto histórico y desarrollo de los combates

En el verano de 1883 se produjeron dos enfrentamientos conocidos como los combates de Pulmarí, en el territorio de la actual provincia de Neuquén. Estos choques ocurrieron durante la fase final de la Campaña del Desierto argentina (1878-1885), cuando las tropas del coronel Conrado Villegas avanzaban sobre grupos mapuches resistentes. Al mismo tiempo, del lado chileno, culminaba la Pacificación de la Araucanía (campaña militar chilena de ocupación del territorio mapuche, formalmente concluida en 1883) (Wikipedia). La situación geográfica permitió que los mapuches se desplazaran a uno y otro lado de la cordillera según convenía: “la frontera que hoy divide a la Argentina y Chile sólo existía por entonces en la imaginación de Santiago y Buenos Aires” – los mapuches podían evadir a un ejército cruzando a territorio del otro país (Moyano.pdf). En este contexto, se dio la última resistencia armada significativa mapuche en suelo argentino, con la posible participación de fuerzas chilenas, lo que ha generado debate historiográfico.

Los combates tuvieron lugar cerca del lago Pulmarí (zona de Aluminé). El primero ocurrió el 6 de enero de 1883, cuando un destacamento argentino fue emboscado, y el segundo a mediados de febrero de 1883, con un enfrentamiento aún mayor en escala. Estos hechos coincidieron con la rendición o huida de muchos caciques mapuches; por ejemplo, el lonko Manuel Namuncurá cruzó a Chile tras la ofensiva argentina y luego terminaría rindiéndose con sus últimos guerreros en marzo de 1884, al regresar de Chile, hambriento y debilitado (Wikipedia). Pulmarí representó, por tanto, uno de los últimos bastiones de resistencia mapuche en Argentina, cuando ya la presión militar llegaba desde ambos lados de los Andes.


El capitán Pedro Crouzeilles del Regimiento 5 de Caballería de línea, cerca de la Vega de Chapelco muere el 25 de abril de 1881, el mismo era hermano mellizo del capitán Emilio Crouzeilles muerto en una emboscada en el combate de Pulmarí el 6 de enero de 1882. Ambos fueron enterrados junto en el Fortín Subteniente Sharples (o Fortín Collón Curá o Quequemtreu).

Testimonios militares argentinos sobre la presencia chilena

Las fuentes militares argentinas contemporáneas a los combates de Pulmarí mencionan explícitamente la posible participación de efectivos chilenos junto a los guerreros mapuches. En un parte oficial elevado por el general Villegas sobre el combate del 6 de enero de 1883, se relata que una partida de 40 soldados argentinos (al mando del capitán Emilio Crouzeilles y un teniente) fue atacada sorpresivamente en Pulmarí por un nutrido grupo indígena. El propio Villegas informó que dicho contingente fue atacado “por indios y fuerzas a cuyo frente se veía un oficial con uniforme, espada y revólver en mano” (Fuente). Este detalle –la aparición de un oficial uniformado liderando a los mapuches– desorientó al capitán Crouzeilles, quien temió estar enfrentándose por error con alguna patrulla argentina aliada, y ordenó cesar el fuego. Los mapuches (weichafe) aprovecharon la vacilación y cargaron sin detenerse, resultando muertos en la refriega los dos oficiales argentinos (Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lazcano, quien llegó en auxilio) y buena parte de sus soldados (Fuente). Este episodio –que las crónicas militares argentinas calificaron como un “lamentable suceso”– constituyó una inesperada victoria mapuche, explicada por los argentinos en parte por la supuesta intervención de ese misterioso oficial uniformado entre las filas indígenas (Fuente).

Un segundo enfrentamiento tuvo lugar un mes más tarde, el 17 de febrero de 1883, en la misma zona. En esta ocasión, un destacamento de 16 soldados argentinos al mando del teniente coronel Juan Díaz se internó en Pulmarí persiguiendo a un grupo numeroso de indígenas. Según el informe del propio Díaz, al acercarse a la orilla del lago Aluminé su unidad fue rodeada por “100 a 150 indios” que surgían de detrás de las lomas (Fuente). Primero, los mapuches abrieron fuego a distancia, sin llegar a la carga inmediata. Díaz retrocedió buscando una posición defensiva mejor, pero entonces avistó una gran polvareda indicando que más gente les cortaba el paso por delante (Fuente). En ese momento crítico ocurrió algo inusual: “se presentó en mi flanco izquierdo un infante del ejército chileno con bandera de parlamento”, narra Díaz. El teniente coronel argentino inicialmente ordenó no abrir fuego ante la vista del parlamentario chileno; sin embargo, advirtió enseguida que detrás venía oculta una compañía de infantería (también con uniforme chileno) avanzando en guerrilla, al mismo tiempo que la “indiada” atacaba por la retaguardia (Fuente). Recordando lo sucedido en otros encuentros (quizás refiriéndose a la treta de enero), Díaz decidió actuar preventivamente: “teniendo en cuenta lo sucedido a otras comisiones anteriores, mandé romper el fuego, siendo yo el primero en efectuarlo” (Fuente). Se desató así un combate encarnizado; las fuerzas adversarias incluso cargaron a la bayoneta contra la posición argentina, llegando a apenas 40 pasos, hasta que finalmente se replegaron dejando 7 muertos en el campo, retirados luego por los indios (Fuente). Este testimonio es particularmente explícito en señalar la presencia de soldados chilenos uniformados (un abanderado de parlamento y una compañía entera) combatiendo junto a los mapuches.

En suma, los partes argentinos de 1883 aluden en dos ocasiones a presencia chilena directa: primero un “oficial con uniforme” liderando indígenas en enero, y luego un grupo de infantería chilena usando una bandera de parlamento como ardid en febrero (Fuente). Estas referencias constituyen evidencia documental contemporánea de la percepción argentina de que el Ejército de Chile (o al menos militares chilenos) estaban involucrados en los combates de Pulmarí apoyando a los resistentes mapuches.

Evidencias historiográficas y documentación chilena sobre dicha colaboración

La historiografía ha investigado con detalle estas afirmaciones para discernir si realmente hubo apoyo oficial chileno a los mapuches en Pulmarí o si se trató de casos aislados/malentendidos. Algunos historiadores argentinos han dado crédito a esos reportes: por ejemplo, Juan Carlos Walther (historiador del Ejército Argentino) recopiló estos partes en su obra La Conquista del Desierto (1970), confirmando que en Pulmarí los argentinos se enfrentaron a indígenas “y a soldados chilenos” mezclados con ellos (Wikipedia). Investigaciones modernas en inglés también recogen estos hechos: George V. Rauch señala que el 6 de enero de 1883 una sección de 10 hombres fue emboscada en Pulmarí por soldados chilenos, resultando muertos el capitán Crouzeilles, el teniente Lazcano y varios soldados (Wikipedia). Asimismo, Rauch documenta que el 17 de febrero de 1883 la patrulla de Juan Díaz fue rodeada por unos 100 indígenas apoyados por un pelotón de soldados chilenos (aprox. 50 hombres) (Wikipedia). Estos relatos secundarios corroboran que, al menos según las fuentes argentinas, efectivamente hubo militares chilenos combatiendo del lado mapuche en Pulmarí.

Ahora bien, ¿qué dicen las fuentes chilenas de la época y la historiografía chilena? Por parte de Chile, no existen registros oficiales que indiquen una orden directa de apoyar militarmente a los mapuches en territorio argentino. De hecho, el contexto político hacía improbable un apoyo abierto: en 1881 Argentina y Chile habían firmado un tratado de límites, y aunque persistían desconfianzas, ambos estados estaban más interesados en consolidar sus conquistas internas que en provocar una guerra entre sí. Documentos chilenos de la época muestran preocupación por las operaciones argentinas en Neuquén, pero en un sentido de competencia territorial más que de apoyo a los indígenas. Por ejemplo, el coronel chileno Gregorio Urrutia –encargado de la campaña final en Araucanía– fue instruido en 1882-1883 a ocupar rápidamente la zona de Villarrica y el Alto Bío-Bío para evitar que la presión argentina desde Neuquén dejara espacios sin controlar () (). En ese contexto, hubo comunicaciones entre Urrutia y los comandantes argentinos: registros señalan que el general Villegas recibió informes de Urrutia sobre las “batidas” realizadas del lado chileno contra tolderías mapuches que huían hacia la frontera (Fuente). Es decir, en vez de ayudarlos, las fuerzas chilenas perseguían a los grupos indígenas en su territorio, y mantenían al tanto a los argentinos de estas acciones.

No obstante, la coordinación no fue perfecta y se registraron incidentes fronterizos. El historiador chileno Tomás Guevara documentó que durante la ocupación chilena del Alto Bío-Bío ocurrió un choque entre un destacamento chileno y otro argentino en la zona cordillerana () (). También menciona un “incidente” a raíz del viaje de un cirujano chileno (Oyarzún) que generó roces con las fuerzas argentinas (). Si bien Guevara no detalla nombres, podría estar aludiendo precisamente a los choques en Pulmarí (o situaciones similares) como hechos menores dentro de una colaboración general. Desde la perspectiva chilena, estos enfrentamientos fueron accidentales: las tropas de ambos países operaban muy cerca en perseguir a los mismos grupos, por lo que no es sorprendente que llegaran a enfrentarse confusamente en la frontera.

En cuanto a documentación específica que confirme o refute colaboración, cabe señalar que Chile nunca reconoció oficialmente haber enviado tropas a combatir en Argentina. Es plausible que los soldados chilenos mencionados en Pulmarí fuesen partidas locales actuando sin órdenes claras desde Santiago, o incluso deserciones/indisciplinas en coordinación directa con los mapuches. Algunas versiones argentinas de la época, de tono más acusatorio, llegaron a afirmar que el propio coronel Urrutia intentó aliarse con caciques para atacar Argentina: Según Estanislao Zeballos (publicista y político argentino de fines del XIX), en 1883 Urrutia se entrevistó con el cacique Manuel Namuncurá en Villarrica y le propuso armar a sus guerreros para invadir la Argentina junto con tropas chilenas, a lo que Namuncurá se habría negado (Jorge Gabriel Olarte). Este relato, aunque citado por autores modernos, no ha sido corroborado por fuentes oficiales chilenas (y Namuncurá finalmente no recibió tal apoyo). Más bien luce como parte de la retórica argentina de la época para retratar a Chile como instigador. En resumen, la evidencia documental chilena directa de una colaboración militar con los mapuches es escasa o nula. Lo que sí existe son referencias a comunicaciones y acuerdos entre chilenos y argentinos (no entre chilenos y mapuches) y la admisión de algunos choques fortuitos con fuerzas argentinas durante las operaciones simultáneas (Moyano.pdf).

Coordinación entre la Campaña del Desierto y la Pacificación de la Araucanía

Lejos de actuar en oposición, la política de fondo de ambos estados fue la de coordinar esfuerzos para eliminar la resistencia mapuche a ambos lados de la cordillera. Historiadores contemporáneos subrayan que, pese a algunos incidentes, Argentina y Chile no llevaron agendas contrarias en la “conquista” del territorio mapuche, sino complementarias. De hecho, desde antes de 1883 hubo entendimientos tácitos y explícitos: “la decisión política de chilenos y argentinos consistió en operar en forma coordinada para terminar con los últimos conatos de resistencia mapuche” (Moyano.pdf). El presidente chileno Domingo Santa María aceleró la ocupación del último reducto mapuche en Villarrica (Araucanía) en 1882, en parte para evitar que los indígenas pudieran refugiarse definitivamente del lado argentino o que Argentina ocupase esos valles antes () (). A su vez, oficiales argentinos como el general Villegas y el coronel Lorenzo Vintter mantuvieron correspondencia con sus pares chilenos, asegurándose de no entorpecerse mutuamente e intercambiando información sobre los movimientos indígenas fronterizos (Moyano.pdf).

Una prueba concreta de coordinación fue que Chile y Argentina prácticamente sincronizaron el fin de sus campañas: luego de 1883, extinguida la resistencia armada, ambos gobiernos procedieron a distribuir tierras y consolidar su autoridad en las regiones anexadas. Cuando caciques importantes lograron huir de un país a otro, la estrategia fue negarle refugio seguro: por ejemplo, tras Pulmarí, Namuncurá y sus hombres fueron hostigados en Chile (por Urrutia) y finalmente optaron por rendirse a Argentina en 1884 (Wikipedia). En paralelo, otros líderes como Sayhueque e Inakayal resistieron un poco más al sur, pero aislados y sin apoyo externo también capitularon poco después. Todo esto confirma que no hubo un “doble juego” entre las campañas – por el contrario, Argentina y Chile compartían el objetivo de someter a los mapuches y evitar que la frontera internacional sirviera de refugio permanente.

Incluso décadas antes, durante campañas previas, hubo colaboraciones inter-estatales semejantes: el general argentino Julio Roca mencionó que medio siglo atrás (en 1833) Juan Manuel de Rosas ya había coordinado operaciones con Chile contra los indígenas (Moyano.pdf). En la década de 1870, ambos países veían a la nación mapuche como un obstáculo para sus proyectos nacionales. Así lo refleja el hecho de que se acusaban mutuamente de ser base de los “indios amigos” del otro lado, pero finalmente entendieron que convenía eliminar juntos la resistencia en lugar de avivar un frente indígena común. En suma, la Campaña del Desierto argentina y la Pacificación de la Araucanía chilena estuvieron articuladas en tiempo y espacio: más allá de choques puntuales como Pulmarí, ninguna de las dos campañas hubiera logrado un resultado tan completo si el otro país hubiera brindado santuario o ayuda sustancial a los sublevados. La historiografía coincide en que, estructuralmente, fue un esfuerzo convergente de Argentina y Chile para repartirse y controlar el territorio del Wallmapu (territorio mapuche tradicional).

Influencia chilena en la resistencia mapuche en Argentina: visión historiográfica actual

Los historiadores contemporáneos analizan con detalle la llamada “influencia chilena” en las rebeliones indígenas en Argentina, matizando mitos y realidades. Durante el siglo XIX, era común en el discurso argentino atribuir las incursiones y resistencia indígena a una instigación externa: se hablaba de “indios chilenos” para referirse a los mapuches que atacaban en las pampas, insinuando que actuaban en connivencia con Chile (Moyano.pdf) (Moyano.pdf). Figuras como Estanislao Zeballos contribuyeron a esta imagen, retratando a caciques como Calfucurá casi como agentes chilenos (“vengativo, cruel y chileno” decía Zeballos) (Moyano.pdf). Esta narrativa buscaba justificar la Campaña del Desierto presentándola no solo como una guerra contra el indígena sino como una defensa de la soberanía frente a una supuesta amenaza chilena encubierta. Sin embargo, investigaciones posteriores han desmontado gran parte de esta construcción. Se ha señalado, por ejemplo, que ni caciques como Sayhueque eran “argentinos” en el sentido estatal, ni Calfucurá era “chileno”: ambos operaban en un mundo fronterizo propio, previa y al margen de las naciones, aliándose o enfrentándose entre sí según sus intereses, más que por lealtad a Buenos Aires o Santiago (Moyano.pdf) (Moyano.pdf).

Dicho esto, sí existieron vínculos objetivos entre los mapuches y Chile que impactaron en la resistencia indígena en Argentina. Por un lado, la economía del malón (ataque y robo de haciendas) dependía en gran medida de comercializar el ganado capturado en Chile. Hay evidencia de que autoridades locales chilenas toleraban (cuando no fomentaban) el comercio de reses robadas en Argentina, sabiendo su procedencia, pues eso debilitaba a los fronterizos argentinos y fortalecía la influencia chilena en Patagonia (Wikipedia) (Wikipedia). Este fenómeno, vigente desde mediados del siglo XIX, implicaba que muchos caciques mantenían lazos de intercambio con comerciantes chilenos, obteniendo armas de fuego y provisiones a cambio de animales. Así, indirectamente, Chile proveyó de armamento moderno a tribus hostiles a Argentina – por ejemplo, a inicios de 1883 algunos grupos mapuches aún disponían de fusiles Winchester y Martini-Henry de origen chileno o peruano, con los que causaron bajas a las tropas argentinas (Wikipedia). Este flujo de armas y refugio informal en el territorio chileno constituyó una forma de influencia en la capacidad de resistencia mapuche.

No obstante, una vez que Chile decidió también acabar con la autonomía mapuche en su suelo (especialmente tras el levantamiento general mapuche de 1881 en Araucanía), esa tolerancia se esfumó. De hecho, a partir de 1882-1883 Chile empezó a encerrar a los mismos líderes que antes podían comerciar libremente, y cualquier beneficio estratégico de azuzar a los indígenas contra Argentina quedó subordinado a la urgencia de pacificar su propio sur. La negativa de Namuncurá a colaborar con Urrutia (si es verídica) refleja que los mapuches tampoco confiaban plenamente en el Estado chileno, sabiendo que también los había combatido. Finalmente, tras 1883, la resistencia mapuche organizada colapsó casi simultáneamente en ambos países, dejando claro que ningún Estado ofreció apoyo duradero a los indígenas contra el otro. Por el contrario, los ejércitos de Argentina y Chile actuaron como aliados objetivos en la derrota final del pueblo mapuche, repartiendo su territorio ancestral entre sí. Esto ha llevado a historiadores como Adrián Moyano a concluir que las acusaciones cruzadas (de “chilenos entrometidos” por un lado, o de “argentinos usurpadores” por el otro) fueron en gran medida parte de la propaganda de conquista, mientras que la realidad fue una acción coordinada de ambos estados para consumar la ocupación (Moyano.pdf).

En síntesis, la “influencia chilena” en la resistencia mapuche dentro de Argentina existió más en la retórica que en los hechos militares decisivos. Los testimonios argentinos de Pulmarí muestran que pudo haber participación puntual de oficiales o soldados chilenos (sea por error, astucia o pequeñas partidas irregulares), lo cual quedó en la memoria militar argentina como una anécdota significativa (Fuente) (Fuente). Sin embargo, la evidencia historiográfica contemporánea tiende a refutar la idea de un apoyo institucional chileno de gran escala: más bien, ambos gobiernos colaboraron para que episodios como Pulmarí fuesen los últimos triunfos mapuches. Las coincidencias temporales y espaciales de las campañas militares indican que Chile y Argentina se coordinaron estrechamente para cerrar el “frente araucano”, compartiendo información y evitando proteger a los rebeldes del vecino (Moyano.pdf). Los historiadores actuales ven la resistencia mapuche de esos años como la lucha desesperada de un pueblo acorralado entre dos fuegos estatales, sin aliados poderosos – ni Chile ni Argentina estuvieron de su lado. Por ende, cualquier participación chilena en Pulmarí fue excepcional y contraria a la política general de Chile, que en esos meses estaba más interesada en concluir su propia campaña en Araucanía que en prolongar el conflicto apoyando a los weichafe. Los combates de Pulmarí, por tanto, se explican mejor como el último coletazo de la resistencia mapuche autónoma, con algunos episodios confusos que involucraron fuerzas chilenas a nivel táctico, pero en el marco de una estrategia binacional de conquista y reparto del territorio mapuche.


Fuentes: Documentos militares argentinos de 1883 recopilados por Walther (COMBATE DE PULMARÍ I (06/01/1883) – El arcón de la historia Argentina) (COMBATE DE PULMARI II (06/02/1883) – El arcón de la historia Argentina); análisis históricos de Juan C. Walther, Lorenzo Massa y G.V. Rauch (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre) (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre); estudio de Adrián Moyano (2006) sobre Pulmarí (Moyano.pdf); crónicas de Tomás Guevara () (); entre otros. Estas evidencias combinadas permiten esclarecer que, si bien hubo observaciones de tropas chilenas en Pulmarí, éstas no obedecieron a una alianza formal con los mapuches, sino que fueron hechos aislados en medio de una colaboración estratégica argentino-chilena mucho mayor para poner fin a la resistencia indígena en la región (Moyano.pdf). Los combates de Pulmarí representan así un episodio complejo, en el que la frontera nacional se desdibujó momentáneamente en el campo de batalla, pero cuyo desenlace contribuyó a afirmar definitivamente esa frontera a costa del pueblo mapuche.