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domingo, 15 de junio de 2025

Conquista del desierto: La colaboración del ejército chileno con las tribus araucanas en la Patagonia

 

Combates de Pulmarí (1883): Mapuches y posible colaboración chilena



Por Esteban McLaren

Contexto histórico y desarrollo de los combates

En el verano de 1883 se produjeron dos enfrentamientos conocidos como los combates de Pulmarí, en el territorio de la actual provincia de Neuquén. Estos choques ocurrieron durante la fase final de la Campaña del Desierto argentina (1878-1885), cuando las tropas del coronel Conrado Villegas avanzaban sobre grupos mapuches resistentes. Al mismo tiempo, del lado chileno, culminaba la Pacificación de la Araucanía (campaña militar chilena de ocupación del territorio mapuche, formalmente concluida en 1883) (Wikipedia). La situación geográfica permitió que los mapuches se desplazaran a uno y otro lado de la cordillera según convenía: “la frontera que hoy divide a la Argentina y Chile sólo existía por entonces en la imaginación de Santiago y Buenos Aires” – los mapuches podían evadir a un ejército cruzando a territorio del otro país (Moyano.pdf). En este contexto, se dio la última resistencia armada significativa mapuche en suelo argentino, con la posible participación de fuerzas chilenas, lo que ha generado debate historiográfico.

Los combates tuvieron lugar cerca del lago Pulmarí (zona de Aluminé). El primero ocurrió el 6 de enero de 1883, cuando un destacamento argentino fue emboscado, y el segundo a mediados de febrero de 1883, con un enfrentamiento aún mayor en escala. Estos hechos coincidieron con la rendición o huida de muchos caciques mapuches; por ejemplo, el lonko Manuel Namuncurá cruzó a Chile tras la ofensiva argentina y luego terminaría rindiéndose con sus últimos guerreros en marzo de 1884, al regresar de Chile, hambriento y debilitado (Wikipedia). Pulmarí representó, por tanto, uno de los últimos bastiones de resistencia mapuche en Argentina, cuando ya la presión militar llegaba desde ambos lados de los Andes.


El capitán Pedro Crouzeilles del Regimiento 5 de Caballería de línea, cerca de la Vega de Chapelco muere el 25 de abril de 1881, el mismo era hermano mellizo del capitán Emilio Crouzeilles muerto en una emboscada en el combate de Pulmarí el 6 de enero de 1882. Ambos fueron enterrados junto en el Fortín Subteniente Sharples (o Fortín Collón Curá o Quequemtreu).

Testimonios militares argentinos sobre la presencia chilena

Las fuentes militares argentinas contemporáneas a los combates de Pulmarí mencionan explícitamente la posible participación de efectivos chilenos junto a los guerreros mapuches. En un parte oficial elevado por el general Villegas sobre el combate del 6 de enero de 1883, se relata que una partida de 40 soldados argentinos (al mando del capitán Emilio Crouzeilles y un teniente) fue atacada sorpresivamente en Pulmarí por un nutrido grupo indígena. El propio Villegas informó que dicho contingente fue atacado “por indios y fuerzas a cuyo frente se veía un oficial con uniforme, espada y revólver en mano” (Fuente). Este detalle –la aparición de un oficial uniformado liderando a los mapuches– desorientó al capitán Crouzeilles, quien temió estar enfrentándose por error con alguna patrulla argentina aliada, y ordenó cesar el fuego. Los mapuches (weichafe) aprovecharon la vacilación y cargaron sin detenerse, resultando muertos en la refriega los dos oficiales argentinos (Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lazcano, quien llegó en auxilio) y buena parte de sus soldados (Fuente). Este episodio –que las crónicas militares argentinas calificaron como un “lamentable suceso”– constituyó una inesperada victoria mapuche, explicada por los argentinos en parte por la supuesta intervención de ese misterioso oficial uniformado entre las filas indígenas (Fuente).

Un segundo enfrentamiento tuvo lugar un mes más tarde, el 17 de febrero de 1883, en la misma zona. En esta ocasión, un destacamento de 16 soldados argentinos al mando del teniente coronel Juan Díaz se internó en Pulmarí persiguiendo a un grupo numeroso de indígenas. Según el informe del propio Díaz, al acercarse a la orilla del lago Aluminé su unidad fue rodeada por “100 a 150 indios” que surgían de detrás de las lomas (Fuente). Primero, los mapuches abrieron fuego a distancia, sin llegar a la carga inmediata. Díaz retrocedió buscando una posición defensiva mejor, pero entonces avistó una gran polvareda indicando que más gente les cortaba el paso por delante (Fuente). En ese momento crítico ocurrió algo inusual: “se presentó en mi flanco izquierdo un infante del ejército chileno con bandera de parlamento”, narra Díaz. El teniente coronel argentino inicialmente ordenó no abrir fuego ante la vista del parlamentario chileno; sin embargo, advirtió enseguida que detrás venía oculta una compañía de infantería (también con uniforme chileno) avanzando en guerrilla, al mismo tiempo que la “indiada” atacaba por la retaguardia (Fuente). Recordando lo sucedido en otros encuentros (quizás refiriéndose a la treta de enero), Díaz decidió actuar preventivamente: “teniendo en cuenta lo sucedido a otras comisiones anteriores, mandé romper el fuego, siendo yo el primero en efectuarlo” (Fuente). Se desató así un combate encarnizado; las fuerzas adversarias incluso cargaron a la bayoneta contra la posición argentina, llegando a apenas 40 pasos, hasta que finalmente se replegaron dejando 7 muertos en el campo, retirados luego por los indios (Fuente). Este testimonio es particularmente explícito en señalar la presencia de soldados chilenos uniformados (un abanderado de parlamento y una compañía entera) combatiendo junto a los mapuches.

En suma, los partes argentinos de 1883 aluden en dos ocasiones a presencia chilena directa: primero un “oficial con uniforme” liderando indígenas en enero, y luego un grupo de infantería chilena usando una bandera de parlamento como ardid en febrero (Fuente). Estas referencias constituyen evidencia documental contemporánea de la percepción argentina de que el Ejército de Chile (o al menos militares chilenos) estaban involucrados en los combates de Pulmarí apoyando a los resistentes mapuches.

Evidencias historiográficas y documentación chilena sobre dicha colaboración

La historiografía ha investigado con detalle estas afirmaciones para discernir si realmente hubo apoyo oficial chileno a los mapuches en Pulmarí o si se trató de casos aislados/malentendidos. Algunos historiadores argentinos han dado crédito a esos reportes: por ejemplo, Juan Carlos Walther (historiador del Ejército Argentino) recopiló estos partes en su obra La Conquista del Desierto (1970), confirmando que en Pulmarí los argentinos se enfrentaron a indígenas “y a soldados chilenos” mezclados con ellos (Wikipedia). Investigaciones modernas en inglés también recogen estos hechos: George V. Rauch señala que el 6 de enero de 1883 una sección de 10 hombres fue emboscada en Pulmarí por soldados chilenos, resultando muertos el capitán Crouzeilles, el teniente Lazcano y varios soldados (Wikipedia). Asimismo, Rauch documenta que el 17 de febrero de 1883 la patrulla de Juan Díaz fue rodeada por unos 100 indígenas apoyados por un pelotón de soldados chilenos (aprox. 50 hombres) (Wikipedia). Estos relatos secundarios corroboran que, al menos según las fuentes argentinas, efectivamente hubo militares chilenos combatiendo del lado mapuche en Pulmarí.

Ahora bien, ¿qué dicen las fuentes chilenas de la época y la historiografía chilena? Por parte de Chile, no existen registros oficiales que indiquen una orden directa de apoyar militarmente a los mapuches en territorio argentino. De hecho, el contexto político hacía improbable un apoyo abierto: en 1881 Argentina y Chile habían firmado un tratado de límites, y aunque persistían desconfianzas, ambos estados estaban más interesados en consolidar sus conquistas internas que en provocar una guerra entre sí. Documentos chilenos de la época muestran preocupación por las operaciones argentinas en Neuquén, pero en un sentido de competencia territorial más que de apoyo a los indígenas. Por ejemplo, el coronel chileno Gregorio Urrutia –encargado de la campaña final en Araucanía– fue instruido en 1882-1883 a ocupar rápidamente la zona de Villarrica y el Alto Bío-Bío para evitar que la presión argentina desde Neuquén dejara espacios sin controlar () (). En ese contexto, hubo comunicaciones entre Urrutia y los comandantes argentinos: registros señalan que el general Villegas recibió informes de Urrutia sobre las “batidas” realizadas del lado chileno contra tolderías mapuches que huían hacia la frontera (Fuente). Es decir, en vez de ayudarlos, las fuerzas chilenas perseguían a los grupos indígenas en su territorio, y mantenían al tanto a los argentinos de estas acciones.

No obstante, la coordinación no fue perfecta y se registraron incidentes fronterizos. El historiador chileno Tomás Guevara documentó que durante la ocupación chilena del Alto Bío-Bío ocurrió un choque entre un destacamento chileno y otro argentino en la zona cordillerana () (). También menciona un “incidente” a raíz del viaje de un cirujano chileno (Oyarzún) que generó roces con las fuerzas argentinas (). Si bien Guevara no detalla nombres, podría estar aludiendo precisamente a los choques en Pulmarí (o situaciones similares) como hechos menores dentro de una colaboración general. Desde la perspectiva chilena, estos enfrentamientos fueron accidentales: las tropas de ambos países operaban muy cerca en perseguir a los mismos grupos, por lo que no es sorprendente que llegaran a enfrentarse confusamente en la frontera.

En cuanto a documentación específica que confirme o refute colaboración, cabe señalar que Chile nunca reconoció oficialmente haber enviado tropas a combatir en Argentina. Es plausible que los soldados chilenos mencionados en Pulmarí fuesen partidas locales actuando sin órdenes claras desde Santiago, o incluso deserciones/indisciplinas en coordinación directa con los mapuches. Algunas versiones argentinas de la época, de tono más acusatorio, llegaron a afirmar que el propio coronel Urrutia intentó aliarse con caciques para atacar Argentina: Según Estanislao Zeballos (publicista y político argentino de fines del XIX), en 1883 Urrutia se entrevistó con el cacique Manuel Namuncurá en Villarrica y le propuso armar a sus guerreros para invadir la Argentina junto con tropas chilenas, a lo que Namuncurá se habría negado (Jorge Gabriel Olarte). Este relato, aunque citado por autores modernos, no ha sido corroborado por fuentes oficiales chilenas (y Namuncurá finalmente no recibió tal apoyo). Más bien luce como parte de la retórica argentina de la época para retratar a Chile como instigador. En resumen, la evidencia documental chilena directa de una colaboración militar con los mapuches es escasa o nula. Lo que sí existe son referencias a comunicaciones y acuerdos entre chilenos y argentinos (no entre chilenos y mapuches) y la admisión de algunos choques fortuitos con fuerzas argentinas durante las operaciones simultáneas (Moyano.pdf).

Coordinación entre la Campaña del Desierto y la Pacificación de la Araucanía

Lejos de actuar en oposición, la política de fondo de ambos estados fue la de coordinar esfuerzos para eliminar la resistencia mapuche a ambos lados de la cordillera. Historiadores contemporáneos subrayan que, pese a algunos incidentes, Argentina y Chile no llevaron agendas contrarias en la “conquista” del territorio mapuche, sino complementarias. De hecho, desde antes de 1883 hubo entendimientos tácitos y explícitos: “la decisión política de chilenos y argentinos consistió en operar en forma coordinada para terminar con los últimos conatos de resistencia mapuche” (Moyano.pdf). El presidente chileno Domingo Santa María aceleró la ocupación del último reducto mapuche en Villarrica (Araucanía) en 1882, en parte para evitar que los indígenas pudieran refugiarse definitivamente del lado argentino o que Argentina ocupase esos valles antes () (). A su vez, oficiales argentinos como el general Villegas y el coronel Lorenzo Vintter mantuvieron correspondencia con sus pares chilenos, asegurándose de no entorpecerse mutuamente e intercambiando información sobre los movimientos indígenas fronterizos (Moyano.pdf).

Una prueba concreta de coordinación fue que Chile y Argentina prácticamente sincronizaron el fin de sus campañas: luego de 1883, extinguida la resistencia armada, ambos gobiernos procedieron a distribuir tierras y consolidar su autoridad en las regiones anexadas. Cuando caciques importantes lograron huir de un país a otro, la estrategia fue negarle refugio seguro: por ejemplo, tras Pulmarí, Namuncurá y sus hombres fueron hostigados en Chile (por Urrutia) y finalmente optaron por rendirse a Argentina en 1884 (Wikipedia). En paralelo, otros líderes como Sayhueque e Inakayal resistieron un poco más al sur, pero aislados y sin apoyo externo también capitularon poco después. Todo esto confirma que no hubo un “doble juego” entre las campañas – por el contrario, Argentina y Chile compartían el objetivo de someter a los mapuches y evitar que la frontera internacional sirviera de refugio permanente.

Incluso décadas antes, durante campañas previas, hubo colaboraciones inter-estatales semejantes: el general argentino Julio Roca mencionó que medio siglo atrás (en 1833) Juan Manuel de Rosas ya había coordinado operaciones con Chile contra los indígenas (Moyano.pdf). En la década de 1870, ambos países veían a la nación mapuche como un obstáculo para sus proyectos nacionales. Así lo refleja el hecho de que se acusaban mutuamente de ser base de los “indios amigos” del otro lado, pero finalmente entendieron que convenía eliminar juntos la resistencia en lugar de avivar un frente indígena común. En suma, la Campaña del Desierto argentina y la Pacificación de la Araucanía chilena estuvieron articuladas en tiempo y espacio: más allá de choques puntuales como Pulmarí, ninguna de las dos campañas hubiera logrado un resultado tan completo si el otro país hubiera brindado santuario o ayuda sustancial a los sublevados. La historiografía coincide en que, estructuralmente, fue un esfuerzo convergente de Argentina y Chile para repartirse y controlar el territorio del Wallmapu (territorio mapuche tradicional).

Influencia chilena en la resistencia mapuche en Argentina: visión historiográfica actual

Los historiadores contemporáneos analizan con detalle la llamada “influencia chilena” en las rebeliones indígenas en Argentina, matizando mitos y realidades. Durante el siglo XIX, era común en el discurso argentino atribuir las incursiones y resistencia indígena a una instigación externa: se hablaba de “indios chilenos” para referirse a los mapuches que atacaban en las pampas, insinuando que actuaban en connivencia con Chile (Moyano.pdf) (Moyano.pdf). Figuras como Estanislao Zeballos contribuyeron a esta imagen, retratando a caciques como Calfucurá casi como agentes chilenos (“vengativo, cruel y chileno” decía Zeballos) (Moyano.pdf). Esta narrativa buscaba justificar la Campaña del Desierto presentándola no solo como una guerra contra el indígena sino como una defensa de la soberanía frente a una supuesta amenaza chilena encubierta. Sin embargo, investigaciones posteriores han desmontado gran parte de esta construcción. Se ha señalado, por ejemplo, que ni caciques como Sayhueque eran “argentinos” en el sentido estatal, ni Calfucurá era “chileno”: ambos operaban en un mundo fronterizo propio, previa y al margen de las naciones, aliándose o enfrentándose entre sí según sus intereses, más que por lealtad a Buenos Aires o Santiago (Moyano.pdf) (Moyano.pdf).

Dicho esto, sí existieron vínculos objetivos entre los mapuches y Chile que impactaron en la resistencia indígena en Argentina. Por un lado, la economía del malón (ataque y robo de haciendas) dependía en gran medida de comercializar el ganado capturado en Chile. Hay evidencia de que autoridades locales chilenas toleraban (cuando no fomentaban) el comercio de reses robadas en Argentina, sabiendo su procedencia, pues eso debilitaba a los fronterizos argentinos y fortalecía la influencia chilena en Patagonia (Wikipedia) (Wikipedia). Este fenómeno, vigente desde mediados del siglo XIX, implicaba que muchos caciques mantenían lazos de intercambio con comerciantes chilenos, obteniendo armas de fuego y provisiones a cambio de animales. Así, indirectamente, Chile proveyó de armamento moderno a tribus hostiles a Argentina – por ejemplo, a inicios de 1883 algunos grupos mapuches aún disponían de fusiles Winchester y Martini-Henry de origen chileno o peruano, con los que causaron bajas a las tropas argentinas (Wikipedia). Este flujo de armas y refugio informal en el territorio chileno constituyó una forma de influencia en la capacidad de resistencia mapuche.

No obstante, una vez que Chile decidió también acabar con la autonomía mapuche en su suelo (especialmente tras el levantamiento general mapuche de 1881 en Araucanía), esa tolerancia se esfumó. De hecho, a partir de 1882-1883 Chile empezó a encerrar a los mismos líderes que antes podían comerciar libremente, y cualquier beneficio estratégico de azuzar a los indígenas contra Argentina quedó subordinado a la urgencia de pacificar su propio sur. La negativa de Namuncurá a colaborar con Urrutia (si es verídica) refleja que los mapuches tampoco confiaban plenamente en el Estado chileno, sabiendo que también los había combatido. Finalmente, tras 1883, la resistencia mapuche organizada colapsó casi simultáneamente en ambos países, dejando claro que ningún Estado ofreció apoyo duradero a los indígenas contra el otro. Por el contrario, los ejércitos de Argentina y Chile actuaron como aliados objetivos en la derrota final del pueblo mapuche, repartiendo su territorio ancestral entre sí. Esto ha llevado a historiadores como Adrián Moyano a concluir que las acusaciones cruzadas (de “chilenos entrometidos” por un lado, o de “argentinos usurpadores” por el otro) fueron en gran medida parte de la propaganda de conquista, mientras que la realidad fue una acción coordinada de ambos estados para consumar la ocupación (Moyano.pdf).

En síntesis, la “influencia chilena” en la resistencia mapuche dentro de Argentina existió más en la retórica que en los hechos militares decisivos. Los testimonios argentinos de Pulmarí muestran que pudo haber participación puntual de oficiales o soldados chilenos (sea por error, astucia o pequeñas partidas irregulares), lo cual quedó en la memoria militar argentina como una anécdota significativa (Fuente) (Fuente). Sin embargo, la evidencia historiográfica contemporánea tiende a refutar la idea de un apoyo institucional chileno de gran escala: más bien, ambos gobiernos colaboraron para que episodios como Pulmarí fuesen los últimos triunfos mapuches. Las coincidencias temporales y espaciales de las campañas militares indican que Chile y Argentina se coordinaron estrechamente para cerrar el “frente araucano”, compartiendo información y evitando proteger a los rebeldes del vecino (Moyano.pdf). Los historiadores actuales ven la resistencia mapuche de esos años como la lucha desesperada de un pueblo acorralado entre dos fuegos estatales, sin aliados poderosos – ni Chile ni Argentina estuvieron de su lado. Por ende, cualquier participación chilena en Pulmarí fue excepcional y contraria a la política general de Chile, que en esos meses estaba más interesada en concluir su propia campaña en Araucanía que en prolongar el conflicto apoyando a los weichafe. Los combates de Pulmarí, por tanto, se explican mejor como el último coletazo de la resistencia mapuche autónoma, con algunos episodios confusos que involucraron fuerzas chilenas a nivel táctico, pero en el marco de una estrategia binacional de conquista y reparto del territorio mapuche.


Fuentes: Documentos militares argentinos de 1883 recopilados por Walther (COMBATE DE PULMARÍ I (06/01/1883) – El arcón de la historia Argentina) (COMBATE DE PULMARI II (06/02/1883) – El arcón de la historia Argentina); análisis históricos de Juan C. Walther, Lorenzo Massa y G.V. Rauch (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre) (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre); estudio de Adrián Moyano (2006) sobre Pulmarí (Moyano.pdf); crónicas de Tomás Guevara () (); entre otros. Estas evidencias combinadas permiten esclarecer que, si bien hubo observaciones de tropas chilenas en Pulmarí, éstas no obedecieron a una alianza formal con los mapuches, sino que fueron hechos aislados en medio de una colaboración estratégica argentino-chilena mucho mayor para poner fin a la resistencia indígena en la región (Moyano.pdf). Los combates de Pulmarí representan así un episodio complejo, en el que la frontera nacional se desdibujó momentáneamente en el campo de batalla, pero cuyo desenlace contribuyó a afirmar definitivamente esa frontera a costa del pueblo mapuche.

jueves, 5 de junio de 2025

Conquista del desierto: La victoria sobre los chilenos en Pulmari (1883)

Victoria Argentina contra Chile y sus socios indios: Combates de Pulmarí






En la vastedad de los valles neuquinos, donde el cielo se repliega sobre los pehuenes y la bruma de los lagos entibia el recuerdo, se libraron los combates de Pulmarí. Fue allí, en ese intersticio remoto entre la civilización que avanzaba al paso de los Remington y el mundo antiguo que moría a lanzazos, donde el Ejército Argentino escribió —con sangre propia— una de sus páginas más extrañas y desoladas. No fueron simples escaramuzas de campaña, sino episodios densos, casi metafísicos, en los que la noción misma de la soberanía se confundía con el bosque, la nieve, y las sombras veloces de los jinetes mapuche.

Era el 6 de enero de 1883 cuando la primera llamarada del combate estalló en el valle de Pulmarí. El Capitán Emilio Crouzeilles comandaba una pequeña partida de 10 soldados —hombres curtidos, probablemente veteranos de otras entradas de la Campaña al Desierto, pero lejos de los fastos de Buenos Aires, eran apenas el nervio expuesto de un Estado que tanteaba a ciegas los bordes de su mapa. Avanzaban en persecución de “un grupo de salvajes”, tal como registraría el parte del coronel Villegas, sin imaginar que detrás de cada colina los esperaba la historia: una emboscada feroz, ejecutada por más de un centenar de guerreros de las tribus de Reukekura y Namuncurá.

La lucha fue breve y brutal. En una coreografía despiadada, las lanzas danzaron más veloces que los percutores, y cuando el polvo se asentó, el Capitán yacía con 36 heridas abiertas en su carne y tres balas alojadas en su cuerpo. El Teniente Nicanor Lazcano, que había acudido en su auxilio con cinco soldados más, encontró allí también su fin. No fue una derrota táctica: fue una conmoción. El parte de Villegas, frío y exculpatorio, atribuyó el desastre a la presencia de un oficial chileno entre las filas indígenas. Aquel uniforme confundió a los argentinos, escribió, tal vez porque la idea de una traición interna —de un mapa quebrado desde el otro lado de la cordillera— era más tolerable que la realidad de haber sido superados por jinetes descalzos y libres.

Pero Pulmarí no fue un combate aislado. Fue el primero de una trilogía siniestra. Un mes después, el 16 de febrero, otro destacamento avanzaba desde el este, guiado por una rastrillada hasta las orillas del lago Aluminé. Esta vez el Ejército no se enfrentaba solo a los weichafe mapuche, sino que entre las lomas surgieron figuras aún más inquietantes: una compañía de infantería chilena, camuflada tras la bandera de parlamento. El parte del oficial argentino describe con nitidez la incertidumbre del momento: mientras los indígenas amenazaban la retaguardia, un emisario chileno avanzaba hacia el flanco izquierdo, izando un trapo blanco. Detrás de él, sin embargo, marchaban en formación los soldados del sur de la cordillera.

El oficial argentino, acaso recordando la matanza de enero, no vaciló. Fue él mismo quien dio la orden de abrir fuego. Se trabó entonces un combate a bayoneta calada en plena cordillera, tan feroz como desprolijo, una danza de acero entre médanos secos y laderas abruptas. Los atacantes, entre ellos los mapuche y los infantes trasandinos, cayeron a apenas cuarenta pasos de la posición argentina. Siete muertos quedaron sobre el terreno, recogidos por los indígenas al retirarse. Pero los soldados argentinos también se retiraron, y a pie. Otra vez el valle había rechazado a sus conquistadores.

No era solo el terreno el que operaba contra el avance argentino: era la memoria, era el espíritu irreductible de quienes aún vivían en su tierra como si el siglo XIX no hubiera traído consigo la noción de frontera. Reukekura, hermano del legendario Calfucurá, había resistido hasta el último aliento de la cordura geográfica, escapando entre lagos y pehuenes junto a los últimos lanceros. Y aunque sus fuerzas se fueron diezmando, la fuerza moral de su resistencia impregnó de solemnidad el espacio. Cuando en abril de 1883 se presentó finalmente ante un regimiento argentino, llevaba consigo apenas ochenta y nueve hombres de lanza y ciento ochenta y un almas más, mujeres y niños. ¿Dónde habían quedado aquellos tres mil jinetes que, en 1860, habían hecho retroceder a las tropas de Murga?

Quizás ya eran sombras entre los peñascos, o quizá, como sugería un cronista, el hambre y la nieve los habían vencido antes que las balas. El Ejército los llamaba “recién llegados”, pero eran los mapuche quienes conocían los pasajes secretos, las veranadas, los nombres del viento. Los soldados argentinos, aunque valientes, eran visitantes de un mundo ajeno, y esa extranjería se paga con sangre.

El tercer combate, de una índole más política que militar, habría de ocurrir mucho después, en los años finales del siglo XX. Pero en los dos primeros, la gesta de Pulmarí no fue la de una campaña gloriosa, sino la de una obstinación. Los informes oficiales, desde Villegas hasta Walther, insistieron en ennoblecer la caída de los oficiales argentinos, llamándolos mártires de la civilización. Y en parte, lo eran. Capitán Crouzeilles, Teniente Lazcano, Teniente Nogueira: sus nombres se fundieron en la nieve, sí, pero también en la ambivalencia de una guerra que enfrentó a un ejército moderno con un pueblo que aún hablaba en términos de espíritu y territorio.

Hay una escena que resume todo lo que fue Pulmarí. La escribió un testigo sin nombre: el alambrado prolijamente volteado por las comunidades mapuche en los años noventa. Postes enteros, acostados sobre la ladera como huesos de un animal viejo. Nadie cerca, pero la operación era evidente, masiva, ordenada. En esa imagen —serena, tensa— reverbera la misma voluntad que llevó a los weichafe a emboscar a los soldados en 1883. Una voluntad de permanencia. Una negativa a desaparecer.

Y acaso sea eso lo que el Ejército enfrentó en Pulmarí: no solo a una resistencia indígena armada, sino a una ontología. A una forma de estar en el mundo que no se rendía ni ante el Remington ni ante el parte oficial. Las tropas argentinas pelearon con valor —nadie lo niega— y muchos dejaron su vida entre la nieve, a la sombra del pehuén. Pero el combate de Pulmarí fue, sobre todo, un espejo. Uno donde la república en expansión se vio enfrentada a la mirada altiva de quienes ya estaban allí, desde antes del tiempo y antes del Estado.

Pulmarí fue, es, y seguirá siendo, un territorio en disputa. No por sus hectáreas ni por su valor estratégico, sino por el relato. Porque mientras unos inscriben allí el sacrificio de la patria, otros leen el eco de su despojo. Y entre esos dos silencios —el de los muertos y el de los olvidados— se libra todavía, sin balas pero con memoria, la verdadera batalla.



Fuentes

Arcón de la historia
Hechos históricos

martes, 3 de junio de 2025

Argentina: Mapa de tribus indígenas hacia 1878



Mapa de las Pampas y la Patagonia en el año 1878, año del comienzo de la Conquista del Desierto ⚔ y comienzo del fin de los cacicazgos Indígenas en el Sur.

A principios de este año, el Cacique Namuncurá fue desalojado de Chillihué por el Ejército Argentino y forzado a residir en Lihuel Calel, debilitando así la poderosa Confederación de las Salinas Grandes de Calfucurá 📉. La Confederación Norpatagónica (también referida como la Gobernación Indigena de las Manzanas🍎) era la entidad liderada por Vicente Sayhueque sobre más de 25 caciques en un territorio extendido desde los Andes ⛰ hasta el Atlántico 🌊.

Eventualmente cayó, junto con todos los Caciques que se oponían, un 18 de Octubre de 1884.

jueves, 10 de abril de 2025

Rosas: Cuelga la cabeza de indio invasor chileno

Rosas: “La cabeza del famoso Cañiuquir, vorogano chileno, fue colgada en un árbol en el campo de batalla”




Juan Manuel de Rosas. Museo Nacional de Bellas Artes

En 1830, el cacique general vorogano, actuaba junto con sus hermanos, los caciques Caniullán, Melin, Alon, Guayquil y Mariano Rondeau, y aunque mantenían relaciones amistosas con Juan Manuel de Rosas, este último siempre desconfió de sus intenciones. Para asegurarse su lealtad retuvo a los familiares del cacique general en el fuerte 25 de Mayo, con diversas excusas.

En la expedición al norte patagónico, cerca del Fuerte Argentino (Bahía Blanca), este cacique se presentó con sus voroganos, procedentes de Guaminí. Rosas les dio provisiones y los indujo a que se sumaran a las tropas del teniente coronel Manuel Delgado, para exterminar a los ranqueles de Yanquetruz.

En 1834, Cañiuquir asumió como cacique general de la tribu vorogana, luego de que los caciques Rondeau y Melin fueran asesinados por Calfucurá.

Pero en 1836, los voroganos chilenos se asociaron con los ranqueles para efectuar un malón sobre las pampas argentinas, y consiguieron la colaboración de Cañiuquir. Delatado el hecho por un grupo de voroganos, que pidieron a Rosas su protección, una columna partió desde Fuerte Argentino, y al llegar a las tolderías de este cacique, a orillas del arroyo Pescado, sorprendió a la indiada dejando 400 cadáveres. El cacique y 300 aborígenes lograron escapar de la matanza apelando a la velocidad de sus magníficos corceles.

No conformes con ello, las autoridades enviaron al mes siguiente otra expedición para exterminar a los que se salvaron. Esa vez perdieron la vida otros 250 voroganos y 300 miembros de las familias quedaron prisioneros. Cañiuquir fue decapitado, y su cabeza fue colgada de un árbol.

El 24/05/1836, Rosas le informaba al gobernador de Entre Ríos: “Por supuesto que la cabeza del famoso Cañiuquir Borogano chileno fue colgada de un árbol en el Campo de Batalla (…)”.


La Voz de Chubut

viernes, 4 de abril de 2025

Guerra contra el indio en América del Norte: Alianzas durante la guerra francesa e india

Alianzas durante la guerra francesa e india

War History



El comercio entre los indios americanos de Ohio y los agentes y comerciantes franceses o británicos durante el siglo XVIII era de una naturaleza diferente a la del comercio anterior. Degeneró en una competencia por las alianzas con los indios mediante obsequios. A los obsequios de guerra, que consistían en alfanjes, cuchillos para desollar, hachas, armas de fuego, pólvora y moldes para balas, se añadieron pintura bermellón, pedernales, algodones, mantas, tijeras, agujas, hilo, telas, casacas y medias. Una vez que los indios se acostumbraron a los bienes del hombre blanco, no podían vivir sin ellos. Comerciantes sin escrúpulos ofrecían a los indios ron, lo que a menudo provocaba intoxicación, peleas y muerte. Los franceses fueron recuperando gradualmente la ventaja en el comercio con los indios durante la primera mitad del siglo XVIII y en 1754 ya controlaban la zona de Ohio.

Los indios de los bosques del este, especialmente los iroqueses canadienses y los abenakis, se contaban entre los aliados más firmes de los franceses en Canadá. Sus aldeas se encontraban a menudo cerca de los asentamientos franceses y servían en la milicia canadiense. La mayoría de las tribus de los bosques del oeste (los ottawa, los ojibwa, los potawatomi y los shawnee) también eran aliados de los franceses. Los hurones, que finalmente se habían asentado en el valle de Ohio tras la dispersión de su confederación por los iroqueses a mediados del siglo XVII, eran conocidos como los wyandot. Aliados de los ottawa, eran los “hijos mayores” de Onontio, el gobernador general de Nueva Francia, y la piedra angular de la alianza francesa con los algonquinos de los Grandes Lagos. Aunque sus relaciones con los franceses fueron tempestuosas durante muchos años, cuando estalló la guerra en el valle del Ohio, los wyandot se aliaron con los franceses y, junto con los demás aliados franceses, se dirigieron al este para luchar en las campañas francesas en el norte de Nueva York.

La mayoría de los iroqueses lucharon del lado de los ingleses, en parte debido a la influencia del superintendente británico de Asuntos Indígenas, Sir William Johnson. El comerciante irlandés George Croghan, al servicio británico de Sir William Johnson, se ganó la amistad de los indios occidentales en un gran consejo celebrado en Pittsburgh en 1758.

Tras la batalla del lago George, Sir William se esforzó por mantener a los iroqueses amistosos con la causa británica, o al menos neutrales, a pesar de una serie de desalentadores fracasos militares. Los iroqueses cumplieron una campaña de presión diplomática al poner a los delawares y los shawnees en su lugar en el tratado de Easton en octubre de 1758, y desempeñaron un papel importante en la victoria británica final. Sin embargo, tras el fin de la guerra, las acciones de Amherst destruyeron las relaciones con las naciones occidentales y condujeron a la Guerra de Pontiac.


William Johnson y los mohawks

William Johnson, un joven anglo-irlandés, llegó al valle Mohawk en 1738. Construyó un enorme imperio comercial a partir del comercio de pieles y los acuerdos de tierras. En tres años había construido una casa que parecía una fortaleza, Mount Johnson, y había iniciado una larga asociación con los mohawks. Su segunda esposa, Caroline, era la sobrina del viejo "rey Hendrick". Después de su muerte, se casó como tercera esposa con Molly Brant, cuyo hermano menor, Joseph Brant, estaba destinado a convertirse en capitán del ejército británico durante la Revolución estadounidense. En 1745, Johnson fue nombrado Comisionado británico de Asuntos Indígenas y, en 1755, Superintendente de Asuntos Indígenas. Su victoria en el lago George, apoyada por cientos de mohawks y oneidas, fue alentadora para los colonos británicos, aunque el rey Hendrick fue uno de los muertos en la lucha. Gracias a esta victoria, Johnson unió a los iroqueses tras él y fue recompensado por la Corona con un título de baronet y una subvención en efectivo. Johnson pasó el resto de la guerra intentando mantener a los iroqueses a favor de la causa británica. Tomó el Fuerte 62 Niagara en 1759 con una fuerza aumentada por más de 900 guerreros iroqueses. La casa de Johnson fue empalizada en 1755 y pasó a conocerse como Fort Johnson, pero con el regreso de la paz construyó una casa señorial llamada Johnson Hall en Johnstown, Nueva York, donde albergó a los indios y entretuvo a otros invitados distinguidos. Esta ilustración muestra a varios visitantes indios distinguidos en Johnson Hall, de izquierda a derecha: un jefe Ottawa, un jefe Wyandot, una matrona de clan, Joseph Brant, un jefe Fox y un jefe Huron. Entre 60 y 80 indios solían acampar en el terreno. Sus acciones ayudaron a poner fin a la Guerra de Pontiac en 1766, y en 1768 firmó un tratado formal con todos los indios que establecía los límites entre las colonias americanas y el territorio indio. Johnson fue adoptado como jefe de guerra de los mohawks de Canajoharie; su apodo era Orihwane, "Gran Comercio". Tuvo una influencia única con los mohawks, y a través de sus muchos hijos tiene descendientes entre ellos en la actualidad. Jonathan Smith

martes, 1 de abril de 2025

Aonikenks: Sam Slick, la cabeza del Perito Moreno en el museo de La Plata

Sam Slick, un aborigen de Santa Cruz, hijo del cacique Casimiro Biguá. Cuya cabeza exhumó el Perito Moreno para llevarla al museo




Sam Slick junto a su padre, el cacique Casimiro Biguá en 1864

Hijo del cacique tehuelche Casimiro Biguá -o Bivois-, viajó al islote Keppel de las Malvinas para ser evangelizado por los protestantes, pero no tuvo progresos de importancia y sólo aprendió a hablar inglés.

Este aborigen, junto con su padre, aparecen como los dos primeros que posaron ante una cámara fotográfica en 1864, durante una visita a Buenos Aires.

También fue recordado por acompañar al explorador Musters en su viaje a través de la Patagonia en 1870.

Conocido por Francisco P. Moreno, tiempo después el explorador se enteró de que “en el cementerio de la colonia galesa había sido inhumado mi amigo Sam Slick (…) muerto alevosamente por otro indio. Conocí a ese indio en mi viaje anterior a Santa Cruz en 1874. Por el tamaño extraordinario de su cuerpo me interesaba, sobre todo su cabeza. A mi llegada, cuando supe su desgracia, averigüé el paraje en que había sido inhumado y en una noche de luna, exhumé su cadáver, cuyo esqueleto se conserva en el Museo Antropológico de Buenos Aires; sacrilegio cometido en provecho del estudio osteológico de los tehuelches”.

La Voz de Chubut

sábado, 22 de marzo de 2025

JAR: "Roca hizo más que San Martín"

“Le debemos más a Roca que a San Martín”, dijo Pallarols, quien vendrá para reparar el monumento

El legendario platero y orfebre argentino viajará a Bariloche en breve para evaluar el daño que tiene la estatua de Roca del Centro Cívico, y encarar una restauración “ad honorem”. Dijo que hay que pensar en una protección para que no vuelvan a vandalizarla.
Bariloche 2000



Pallarols va a restaurar el monumento de Roca, vandalizado y deteriorado por años



Juan Carlos Pallarols, uno de los artistas argentinos más reconocidos del mundo, será el encargado de restaurar el monumento del general Julio A. Roca del Centro Cívico, luego de décadas de vandalismos e incluso un intento de derrumbarlo.

“Le debemos más a Roca que a San Martín, en kilómetros cuadrados, tengo una admiración profunda por San Martín. No sé de dónde aparecen esas ideas tontas de borrar estas figuras, que nos han hecho crecer, darnos cuenta del país que tenemos”, sostuvo.

Dijo que hará el trabajo en forma gratuita, por el “orgullo” que significa para él que le confíen la tarea, para gloria de su familia de tradición platera, y “del país grandioso que tenemos y debemos aprender a cuidar más”.

“Mi relación con ese monumento magnífico comenzó hace más de 70 años, cuando empecé a viajar a Bariloche, Por eso, que me pidan restaurar esa figura emblemática es un orgullo, que confíen en mí”, dijo al programa La Mañana de Radio Seis, expresando su enojo con los vándalos y funcionarios con ideas heterodoxas: “Sólo a un tonto se le ocurre correr un monumento, no se hace jamás. En España no han corrido los monumentos de Franco, cuando terminó la dictadura y volvió la democracia. Los monumentos no se corren”, afirmó.

Celebró que hayan descartado otras ideas y busquen restaurarlo. “Ahora se lo tomaron en serio”, dijo, y ponderó al artista que lo hizo, Emilio Jacinto Sarniguet.

“Tiene obras tan importantes como esa en Buenos Aires, como El Resero o el Yaguareté en Parque Chacabuco, un montón de figuras hizo”, lo ponderó.

Recordó que “Perón en su primer discurso en 1946, cuando asumió, dijo que no podía calcular la riqueza del país porque el Banco Central estaba lleno de oro, en los pasillos había oro, 35.000 toneladas, los pasillos y las puertas estaban trabadas por lingotes de oro. Eso fue por Roca, después nos gastamos toda esa plata. Es historia pura. Sepamos entender a los próceres que han engrandecido a este país, que lo han hecho sabio, culto, con las mejores universidades”, manifestó.

“Los que piensan en taparlo, les pregunto si le pondrían el arbolito de Navidad arriba de la cabeza de los padres, de la escultura. Es una falta de respeto, eso no se hace en ningún lugar del mundo. Yo tenía un negocio en Estados Unidos, a dos cuadras del monumento a San Martín, nunca vi acá las ofrendas florales que ponen allá. Acá, incluso se han robado un pedacito de la estatua, no sé qué nos está pasando, estamos tontos, es peligroso”, lamentó.

Pallarols aseguró que ya en 1910, cuando el país no llegaba a los dos millones de habitantes, ya se habían construido algunos de los edificios más monumentales de Argentina.

“Entonces y ahora se quedan maravillados todos los visitantes. . Cuando Caruso vino por vigésima vez a cantar, era un lujo hacerlo acá, el Teatro Colón ya estaba construido, igual que el Congreso, la Casa Rosada, toda esa maravilla que hay. Tenemos que estar orgullosos de eso”, agregó.

El trabajo

Pallarols anticipó que en estos días hará un viaje a Bariloche “con gente especializada” para “hacer un estudio profundo, sobre cuál es el daño que tiene y cómo repararlo”.

Estimó que el trabajo podría llevar entre 30 y 60 días, “no más de 70”, y sugirió que hay que ir pensando en protegerlo con una reja.

“Hay que hacerle una protección para que no se pueda acceder fácilmente, no se lo pueda dañar”, pidió, y dijo que hará el trabajo totalmente ad honorem.

“Hace 30 años un estúpido le pegó un martillazo a la Piedad una obra de Miguel Angel, murió en un psiquiátrico. Esas cosas hay que prevenirlas”, añadió.

“Sólo habrá que pagar los gastos de traslados, materiales, muy pocos. No le cobraría a nuestra patria por algo que se debe hacer. Este es mi trabajo, está en mi alma. A veces me preguntan ‘¿cuánto cobró por tal cosa? Me miran con lástima cuando respondo. Al Estado no le vendo nada, no tengo un currito, tengo clientes acá y en el exterior, vivo de eso, tengo un trabajo muy lindo”, explicó.

Consideró que desde la revolución francesa “hubo muchos cambios, cosas desgraciadas para el mundo entero, en 1918 los rusos necesitaron 70 años para sacarse la peste de encima”.

“Pienso que no es algo de derecha ni izquierda, sino sentido común, hay que preservar el arte, no se puede serruchar caprichosamente, solo porque a alguien se le ocurre destruirla”, señaló.

“Siento responsabilidad de mantener, cuando Dios me llame a ese viaje desde donde no se vuelve, lo que tengo quede en manos de mis hijos para mantener. Que sepan mantener, preservar, conservar. Para gloria de nuestra familia y para gloria de la patria. El país que tenemos es un chiche, es hermosísimo, y tenemos que estar más preocupados por cuidarlo”, expresó.

sábado, 15 de marzo de 2025

Biografía: General Lucio Victorio Mansilla

La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma

Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"


Por Luciana Sabina || Infobae





El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez

Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.

Veterano de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.

Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.

No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…

Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".

Pantaleón Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron mutuamente durante días.

Gómez llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo abonan".

Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".

Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero. El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".

No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.

Murió en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes marcharon detrás de la carroza fúnebre.

Domingo Faustino Sarmiento emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir".

Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia

Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.

Sin embargo, no era feliz. Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo, donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos importantes… pero no permanentes en su vida.

De lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de diciembre de 1831.  Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.

Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.

Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.

Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza. Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos: Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.

Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza

Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza, mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.

En una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla, desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para que veas como hay quien cuide por ti".

Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.

"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (… )."

Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.

Sarmiento expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann, escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".


En 1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”

Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente. Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el padre del aula asumió la primera magistratura, él se  acercó para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.

En 1870,  sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".

El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!

Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.

Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.

Alto, esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".

Pasó sus últimos años en Europa, postrado. Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.

Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.

Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".

Acaso nada más cierto.

viernes, 14 de marzo de 2025

Conquista del desierto: Las discusiones entre Alsina y Roca

Julio Argentino Roca: su rivalidad con Alsina, sus críticas a la guerra contra el indio y su plan al que nadie prestaba atención

Hacía tiempo que el futuro presidente tenía en mente lo que debía hacerse para terminar con la cuestión indígena, pero no era escuchado. La sorpresiva muerte del ministro de Guerra Adolfo Alsina cambió los planes y, de buenas a primeras, quedó al frente de una campaña sangrienta que pasaría a la historia como la Conquista del Desierto

Por Adrián Pignatelli || Infobae






Roca era comandante de la frontera sur en Córdoba cuando ya tenía en claro cuál era la solución para la conquista de las tierras dominadas por el indígena

El viaje de la provincia de San Juan a la ciudad de Buenos Aires fue, para Julio A. Roca, 35 años, comandante de la frontera sur en la provincia de Córdoba, un verdadero martirio. Lo que comenzó como un simple malestar, se transformó en una fiebre tifoidea contraída en alguna de las postas donde se consumía agua de dudosísima calidad. Durante toda la travesía, estuvo atacado por fuertes descomposturas, terribles jaquecas, fiebre alta y desmayos. Ante sus acompañantes minimizó el cuadro pero en su fuero íntimo creyó que no la contaría, y que seguiría los pasos del que iba a reemplazar, el reciente finado Adolfo Alsina, ministro de Guerra.

Con Adolfo Alsina no se llevaban mal pero tampoco bien. Nacido en Buenos Aires el 4 de enero de 1829, Alsina era nieto de Manuel Vicente Maza -asesinado en 1839 cuando pedía clemencia por su hijo involucrado en un complot contra Rosas- y su padre era el político Valentín Alsina, quien lo influenció en la causa de la defensa de la autonomía de la provincia de Buenos Aires. Durante el gobierno de Rosas, su familia se exilió en Montevideo. Con Rosas ya derrocado, Alsina inició su carrera política en las luchas que Buenos Aires sostuvo contra la Confederación.

Peleó en las batallas de Cepeda y de Pavón. Luego, una vez reincorporada Buenos Aires a la Confederación en 1862, fue electo diputado nacional, y como tal se opuso a la federalización de Buenos Aires, motivo por el cual creó el Partido Autonomista, y entre 1866 y 1868 ejerció la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Era de gran predicamento entre las clases más bajas y también entre los intelectuales y los estudiantes, y era común que entrase y saliera de su domicilio escondido por la cantidad de gente que siempre lo esperaba.


Adolfo Alsina, figura clave del autonomismo, era el ministro de guerra e ideólogo de la famosa zanja con la que pretendía frenar los malones indígenas

El joven Roca estaba en la vereda de enfrente de la estrategia puramente defensiva que el experimentado político aplicaba contra el indígena y los malones. Y el militar estallaba de indignación cuando le mencionaban la famosa zanja, de unos 370 kilómetros de extensión, con la que el gobierno esperaba frenar las invasiones indígenas y que éstos, en sus incursiones, sorteaban sin problemas. “Esa zanja es un disparate”, repetía Roca.

Alsina creía que con el establecimiento de una línea de fortines bien equipados y defendidos y conectados entre sí por el telégrafo, más la zanja en cuestión, era más que suficiente para tener a raya a los malones indígenas.

Roca tenía un plan más agresivo, que era el de desalojar a los naturales del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y Confluencia.


Roca tomaba como modelo a la campaña que en 1833 había desplegado Juan Manuel de Rosas
(Cuadro Museo Saavedra)

Sentía que predicaba en el desierto porque tenía su propio plan con el que, aseguraba que terminaría con los malones, recuperaría miles de hectáreas en una campaña de un año. Y asunto concluido.

Félix Luna, en su novela basada en hechos reales “Soy Roca” le hizo contar cómo se le había ocurrido su idea. Una noche de invierno de 1873 en el Hotel de France, de Río Cuarto, cuando veía cómo la cocinera estiraba la masa con un palote para amasar tallarines. Así, de pronto, se imaginó su campaña: un rodillo al que haría rodar por el territorio dominado por el indio. Al que primero expuso su plan fue al propio Alsina quien, tirando su cabeza hacia atrás, largó una estruendosa carcajada.

Calfucurá, indio chileno que nunca fue deportado a su lugar de origne. Fue uno de los que enfrentó a las fuerzas de Roca

Roca sabía que el asunto era demasiado serio y que se necesitaba un cambio de timón para solucionarlo. A fines de 1875 un malón había asolado Tandil y al año siguiente los caciques Namuncurá, Renquecurá, Catriel, Coliqueo y Pincén tuvieron a maltraer a los poblados del centro y oeste de la provincia de Buenos Aires.

El militar intentó un manotazo de ahogado para ser escuchado. En 1876 hizo pública por los diarios su idea de guerra ofensiva, que era casi como una copia de la campaña que había implementado Juan Manuel de Rosas en 1833 y que tantos réditos le había dado. Y de paso criticó algunas medidas de Alsina, como su famosa zanja. Aseguró que necesitaba un año para preparar la campaña y otro para llevarla a la práctica. Esto es, en dos años terminaría con el problema del indio. Pero nadie le prestó atención.

El presidente Nicolás Avellaneda, su coprovinciano, apoyó a su ministro, quien caminaba con pies de plomo porque no quería meter la pata y que ningún error le impidiese llegar, en lo que sería su tercer intento, a la presidencia de la nación.


La zanja en plena construcción. Aún se cavaba cuando Alsina falleció. Roca ordenó suspender las obras

Porque el que se quema con leche cuando ve una vaca llora: quiso ser presidente en 1868 pero la alianza de Mitre con Sarmiento lo obligó a conformarse con ser el vice del sanjuanino, quien para colmo lo ninguneó durante toda la gestión. Luego intentó serlo en 1874, pero a último momento retiró su candidatura, asumiendo la cartera de Guerra y Marina luego de arreglar con Avellaneda la fundación del Partido Autonomista Nacional cuando se unió el partido Autonomista del primero con el Nacional del segundo.

Ahora no cometería más errores, más aún cuando el presidente Avellaneda había pactado con los belicosos mitristas, a quienes les había prometido la provincia de Buenos Aires y dejar el camino libre a la primera magistratura a Alsina. Todo cerraba.

La historia cambiaría los últimos días de diciembre de 1877. Alsina, quien desde octubre estaba recorriendo el interior bonaerense, coordinando algunas acciones militares y transitando la línea de fortines, en Carhué se sintió enfermo y volvió a la ciudad de Buenos Aires.

Ministro Roca

Luego de ser atendido por los médicos su salud pareció mejorar pero el 29 de diciembre falleció, luego de una agonía en la que daba órdenes militares y llamaba al presidente Avellaneda. Roca se enteró por un telegrama que le enviaron a San Juan.

La famosa Campaña al Desierto reflejada en el lienzo por Juan Manuel Blanes (La Revista de Río Negro)

El 4 de enero de 1878, el día en que Alsina hubiera cumplido 49 años, Roca fue nombrado ministro de Guerra. Un poco desde su casa y otro desde su despacho, porque demoró en recuperarse, puso manos a la obra. Luego de suspender las obras de la zanja, echó mano a la ley 215 sancionada durante la gestión de Sarmiento que estipulaba que la frontera con el indio debían ser los ríos Río Negro y Neuquén.

Obtuvo del congreso $1.600.000 que necesitaba y que el Estado recuperaría luego de que se vendiesen las tierras que hasta entonces ocupadas por el indígena.

Entre los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer Rosas. Los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu, los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.

Consiguió entusiasmar a Estanislao Zeballos, un abogado rosarino de 24 años quien, en tiempo récord, escribió el libro “La conquista de quince mil leguas. Estudio sobre la traslación de la frontera sud de la República al río Negro”, donde exponía antecedentes históricos y argumentos contundentes sobre la necesidad de dominar miles de hectáreas improductivas. La obra fue un verdadero éxito cuando salió en septiembre de 1878 y debió imprimirse una segunda edición. Zeballos, quien decidió no cobrar por su trabajo, lo dedicó “a los jefes y oficiales del Ejército Expedicionario”.

Hasta las operaciones militares de 1878 y 1879, la presencia del ejército en territorio dominado por el indígena eran los fortines. (Archivo General de la Nación)

La convalecencia para recuperarse de la fiebre tifoidea le llevaría a Roca unos tres meses. Al llegar se instaló en una casa que compró en la calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle, de una ciudad de la que había decidido que no se iría nunca más.

Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.

Roca pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera rápido. En total serían 23 expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6.000 soldados, 800 indios amigos, y se reunieron 7.000 caballos y ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas. También se incorporó a científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso testimonio fotográfico.

Entre los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal. La expedición tuvo cinco divisiones operativas y como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de distintos puntos.

La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, que le resultaba más cómoda para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el 14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones. Tal como lo había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa.

Trágico fin

La campaña dejó un saldo de por lo menos 1400 indígenas muertos, producto de combates en campo abierto o de ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud como servicio doméstico de familias porteñas. Los chicos también eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.

Los guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del Ejército y la Marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades. Los caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.

Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.

Las operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido derrotados. Los malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a los 35 años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente.