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sábado, 18 de enero de 2025

Conquista del desierto: El triste final del cacique argentino Orkeke

El triste final del cacique Orkeke y el vergonzoso trato de sus restos

La voz del Chubut




Orkeke, en una foto tomada en su estadía en Buenos Aires, en 1883. A pesar de su impronta pacífica fue secuestrado y exhibido como un trofeo por los porteños

19 de julio de 1883. Aquella noche, como tantas otras de cruda Patagonia, el viento soplaba con fuerza y el frio helaba la piel, pero nada de eso impedía que los Tehuelches, liderados por Orkeke, bailaran una de sus danzas típicas. Al son de un tambor de cuero de guanaco y de un instrumento de viento elaborado con el fémur del mismo animal, los Ahoniken celebraban una prolífera jornada de caza. El viejo líder, que por su avanzada edad, ya no participaba de los bailes como otros años sino que prefería observarlos de pie junto a su toldo, sonreía y los alentaba. Orkeke, el cacique amigo de Buenos Aires, célebre por su generosidad y hospitalidad con los blancos, jamás pudo imaginarse lo que iba a suceder esa gélida noche. A unos 5 kilómetros de allí, en la joven localidad de Puerto Deseado, un grupo de soldados al mando del Coronel Lino Roa había partido hacia sus tolderías con la orden de detenerlo a él y a todos los miembros de su pequeña comunidad. Cuando la partida militar llegó a destino, de nada valieron los ruegos de Orkeke, ya nada podía hacerse. La orden de detención provenía del mismísimo Presidente de la Nación, Julio Argentino Roca.

Resignado, el viejo caudillo del sur se entregó sin resistirse. Él y otros 52 Tehuelches (17 hombres y 35 mujeres y niños) fueron despojados de todos sus bienes y trasladados a punta de bayoneta hasta Puerto Deseado. Luego, sin que mediara ninguna explicación, fueron embarcados rumbo a Buenos Aires en el Buque de Guerra “Villarino”, el mismo que tres años antes había transportado desde Inglaterra a Buenos Aires los restos del General José de San Martín. El Coronel Lorenzo Vintter, Gobernador de la Patagonia, informó ese mismo día al Gobierno Nacional.

A Vintter, sin embargo, no le resultaría fácil el trayecto hacia el norte. En Puerto Madryn, su primera escala hacia Buenos Aires, debió vérselas con un grupo de mujeres galesas que, enteradas de la detención de Orkeke, se dirigieron al Puerto para pedir su liberación. Ellas no olvidaban la ayuda desinteresada que el Cacique sureño había dado a los galeses cuando en 1865 se instalaron en las tierras fértiles de Chubut con el objetivo de fundar una colonia agrícola. Pero el ruego de las mujeres por Orkeke no dio resultado y Vintter siguió adelante con su plan de secuestro. El episodio, sin embargo, permanecería en su memoria como “uno de los más difíciles de su vida”, como escribiría años después al dejar testimonio de sus proezas militares.

En su informe, el propio Villegas, califica a los Tehuelches como “gente de índole mansa y dulce que por una fatalidad para ellos se encontraron presionados por (el Cacique Mapuche) Sayhueque, en el combate de Apeleg. Lo cierto es que Orkeke no participó de Apeleg, pese a lo cual fue detenido junto a toda su comunidad. Cuando las autoridades nacionales advirtieron el error era tarde: el Cacique ya estaba embarcado con destino a Buenos Aires, en un viaje largo, incómodo y sufrido para un grupo de personas que jamás habían subido a un buque y la única inmensidad que conocían era la extensa y árida llanura patagónica.

Algunos periódicos porteños, como la Prensa, repudiaron el traslado compulsivo de los indígenas patagónicos, acusando a los mandos menores por el secuestro, pero liberando de toda responsabilidad al Gobierno de Roca. En un artículo titulado “La Civilización Barbarizada”, publicado el 28 de julio el mismo día del arribo del Villarino al puerto, La Prensa señalaba que: “la prisión de esta tribu mansa y su remisión a Buenos Aires es el resultado de malas interpretaciones dadas a las órdenes del Ministerio. El Coronel Wintter y particularmente el Comandante Roa, han entendido mal las cosas, pues han aprisionado a una Tribu mansa. Podemos asegurar que el Gobierno ha recibido con disgusto la noticia de lo que ha pasado, lamentando el hecho. Falta ahora que ese disgusto se traduzca en algo practico que respalde la inequidad cometida con gentes infelices, que jamás han molestado a nadie y sí más bien beneficiado a los cristianos que han vivido entre ellos”.

El Tour de la Vergüenza

A esta altura puede decirse que, en vista a las circunstancias que rodearon este lamentable episodio, Orkeke y su gente tuvieron suerte. Conmocionados por el apresamiento de los indígenas en Puerto Deseado, los exploradores Moyano y Lista se dirigieron a Buenos Aires e intercedieron ante el Presidente Roca para solicitarle que revisara la decisión de encarcelar a Orkeke y su gente porque se trataba de una injusticia. Roca aceptó y comisionó al propio Lista para que, una vez arribado el Villarino al Puerto, comunicara al Líder Patagónico que no habían sido traídos a la Capital como prisioneros sino como amigos, que se los trataría bien y amistosamente, se los agasajaría con regalos, se les darían ropas y que pronto recuperarían todos sus bienes y regresarían a la Patagonia.

Al escuchar estas palabras, el júbilo se apoderó del rostro de los hasta ese momento abatidos Tehuelches. A orillas del Riachuelo el Cacique Orkeke cantó su alegría con voz grave y agradeció a los espíritus del bien por la posibilidad que le daban a él y a su gente de regresar a la tierra amada.

Pero Orkeke nunca pudo cumplir su sueño de volver. Los múltiples homenajes que le ofreció el Gobierno para reparar el error cometido, terminaron convirtiéndose en un destierro cruel y trágico para el Cacique. Fueron 44 días de agasajos, regalos y paseos, en los cuales los pobres Tehuelches fueron los protagonistas estelares de un show patético montado por el Gobierno y celebrado por la sociedad y por los medios de comunicación, todo rodeado en una atmósfera festiva, peyorativa y hasta burlona hacia los “seres inferiores” que habían sido traídos por equivocación a Buenos Aires.

Se trató, por cierto, de uno de los capítulos más vergonzosos y menos conocidos de la historia Argentina.

Desde el Villarino fueron trasladados en tren expreso hacia el Regimiento Primero de Caballería, en Retiro, donde fueron alojados. Como le habían prometido, los recibieron con ponchos, botas, mantas, víveres y diferentes vicio de entretenimiento. Unos días después, el 4 de agosto, comenzó el tour. Acompañado por Lista, el diplomático escudero y el Comandante Hort, Orkeke realizó un paseo en carruaje por el Barrio de Palermo. Más tarde fue recibido por Roca en su despacho. Durante la conversación que mantuvieron, el Presidente le preguntó si deseaba volver a la Patagonia. Orkeke respondió que sí entonces, Roca, le aseguró que muy pronto sería enviado de regreso con toda su gente, que le devolverían todos sus caballos y hasta recibiría regalos. Finalmente, el Presidente lo despidió obsequiándole 500 pesos. Luego Lista lo llevo a recorrer tiendas y mercerías, donde el Cacique compró ropas y otros objetos que luego regalaría a sus amigos que lo esperaban en Retiro. Orkeke se sentía satisfecho.

El 7 de agosto fue invitado al teatro de la alegría a ver la Obra Mefistoles. En esa oportunidad no fue solo sino acompañado por su esposa Add y 20 de los Tehuelches más representativos de su comunidad. Esa noche el público abarrotó la sala, más interesado en conocer a los famosos visitantes que por disfrutar la propuesta artística.

La gira de Orkeke continuó el 10 de agosto, cuando fue agasajado con un banquete en el Café París, con comensales del más alto nivel social. El 14 de agosto fue invitado por la Empresa Skating-Rink a una presentación de patín en la que su esposa Add fue la encargada de distribuir los regalos de un sorteo a beneficio.

Orkeke disfrutaba mucho de la generosidad de sus “amigos cristianos”, pero al mismo tiempo esperaba con ansiedad su retorno a la Patagonia, que tantas veces le habían prometido. Lamentablemente su sueño nunca se concretaría: el 3 de setiembre cayó enfermo preso de una aguda pulmonía, y fue internado en el Hospital Militar de Buenos Aires. Su esposa Add y su hijita de 10 años lo acompañaron durante los 9 días que duró su agonía. A esta altura de los acontecimientos, sus amigos porteños ya se habían olvidado de él. Moyano se preparaba para ser ungido Primer Gobernador del Territorio de Santa Cruz; Lista organizaba una nueva exploración en las tierras del sur; y el Presidente Roca encaraba la etapa final de su campaña militar.

Orkeke murió el 12 de setiembre, a las 10 de la mañana, olvidado en una fría habitación de hospital. Solo lo acompañaban su esposa, su hija, y tres integrantes de la comunidad, entre ellos Cochengan, quien luego sería proclamado su sucesor en el Cacicazgo. Por una orden oficial los médicos se hicieron cargo del cadáver para disecarlo con fines científicos. Una crónica de La Nación, del 20 de setiembre, describe los sucesos con dramática sencillez: “después de haber sido descarnado en el Hospital Militar, colocaron le los di versos fragmentos del cuerpo en un gran tacho de agua y cal, para hacer desaparecer la pequeña cantidad de carne que había quedado adherida a los huesos. Terminada que sea la disección del cuerpo del Cacique, se procederá a armar el esqueleto. Ha llamado la atención de los encargados en disecar el cuerpo de Orkeke la enormidad del cráneo y el espesor del hueso frontal. Las canillas y los brazos son de dimensiones poco comunes. El esqueleto de Orkeke será conservado por ahora en el Hospital Militar”.

En lugar de volver a la Patagonia sus restos permanecieron durante muchísimos años en el sótano del museo de Ciencias Naturales de La Plata junto al de otros Caciques. Recién en 2007, 124 años después de su muerte, los restos de Orkeke regresaron a su tierra y fueron enterrados en la Localidad de José de San Martín, Provincia de Chubut.

Párrafos extraídos del Libro “Argentina Indígena” – Andrés Bonatti y Javier Valdez

domingo, 12 de enero de 2025

Julio Argentino Roca, padre fundador de la Argentina Moderna

Roca y la Argentina moderna

Julio Argentino Roca

El 19 de octubre próximo se cumplirán 110 años del fallecimiento del general Julio Argentino Roca. Aquella Argentina de 1843 era bien distinta a la que dejó en 1914. El epopéyico protagonismo del estadista y militar tucumano había permitido construir una nación moderna en un desierto en solo una generación.

En años más recientes, el escritor anarquista Osvaldo Bayer lanzó una campaña facciosa y difamatoria del dos veces presidente de la República. Su despiadada crítica al rol que le cupo en la ocupación del espacio territorial argentino soslaya los méritos respecto de la ley 1420 de enseñanza primaria obligatoria y gratuita de quien fuera también el fundador de las primeras escuelas industriales, el que hizo llegar el ferrocarril a San Juan o a la quebrada de Humahuaca e iniciado las obras para llegar tanto a La Paz, Bolivia, como a Neuquén. Omite también que se trata del presidente que evitó la guerra con Chile por cuestiones limítrofes, generó los derechos argentinos en la Antártida con la base en las Islas Orcadas, proyectó el Código del Trabajo y creó las primeras cajas de jubilaciones. Nos referimos también al presidente cuyo canciller, Luis María Drago, fijó un hito en la historia diplomática argentina con la doctrina que lleva su nombre, estableciendo que las deudas de un país no podían ser reclamadas por la fuerza militar. Fue quien hizo construir la primera flota de mar de nuestra marina de guerra y modernizó al ejército con la Escuela de Guerra y el servicio militar. El mismo presidente que inició las obras del puerto de Buenos Aires y nombró primer intendente a Torcuato de Alvear, responsable de la transformación urbana de la Ciudad de Buenos Aires.

El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco. De hecho, en los combates en los que triunfó terminó con los degollamientos, que eran práctica común en esas guerras civiles fratricidas. Episodios aislados de violencia de alguna fracción de sus columnas fueron inevitables como en cualquier acción de guerra.

La Campaña del Desierto fue liderada por el general RocaTwitter

Roca planeó y ejecutó la operación militar para que la jurisdicción del Estado nacional llegara a sus límites territoriales, abriendo la posibilidad de transitar con seguridad. Pocos recuerdan que hasta 1880 la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa Mercedes, era intransitable por los peligros de malones; o que recién con la inauguración del ferrocarril Rosario-Córdoba, en 1870, se pudo viajar sin riesgos entre ambas ciudades.

Ya el virrey Vértiz había planeado llevar la frontera hasta el río Negro, algo que por falta de recursos y escasa población era poco viable. En la Patagonia, más precisamente en Neuquén, intentos de instalar misiones jesuíticas en los siglos XVII y XVIII concluyeron con el incendio de las capillas y el asesinato de sacerdotes como el padre Nicolás Mascardi.

La guerra de la independencia trajo la violencia indígena desde Chile a nuestras Pampas por la alianza de oficiales españoles con tribus araucanas. Al grito de ¡Viva Fernando VII! pueblos como Pergamino, Salto y Rojas fueron asaltados en 1820. Las disputas entre tribus trasandinas y las que estaban asentadas de este lado de la cordillera tuvieron a los tehuelches como principales víctimas.

El general Roca no decapitó a ningún indio como con ligereza y llamativo desconocimiento afirmó el papa Francisco

Terminar con los ataques a las poblaciones y permitir el transporte de personas y mercaderías era una necesidad impostergable, tanto como evitar que las tierras al sur del río Colorado fueron ocupadas por potencias extranjeras cuando en Europa se repartían el mundo, sin olvidar las pretensiones de Chile.

En 1867, durante la presidencia de Bartolomé Mitre, el Congreso aprobó por ley 215 avanzar la frontera hasta el río Negro. La guerra de Entre Ríos –desatada por el asesinato del general Justo José de Urquiza– obligaría a desviar tropas y a afrontar los gastos por ese conflicto.

En 1872, en la batalla de San Carlos, localidad cercana a la ciudad de Bolívar, se enfrentaron dos mil soldados –la mitad eran indios– contra cinco mil lanzas de Calfucurá, quien termina derrotado. Poco antes, este cacique había llegado con sus malones a doscientos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

En algunas de esas incursiones hubo saqueos como el del llamado Malón Grande, ya dirigido por Namuncurá; unas 200 mil cabezas de ganado fueron arreadas para su comercialización en Chile. Se llevaran también cautivos y cautivas para el servicio en las tolderías o la venta.

En el gobierno de Nicolás Avellaneda, el ministro de Guerra, Adolfo Alsina, estableció un plan de avance paulatino, reforzando la frontera con más fortines y cavándose una zanja a lo ancho de la provincia de Buenos Aires conocida por su nombre, precisamente para dificultar los movimientos de ganado por parte de los malones, y respondiendo al pedido de colonos que poblarían las cercanías de la línea.

Al fallecimiento de Alsina, ocurrido en 1878, asumió el ministerio el general Roca quien propuso una campaña a lo largo de toda la frontera que iba desde el Atlántico hasta los Andes, llegando hasta el río Negro. El Congreso aprobó este plan y su financiación mediante la venta de hasta cuatro millones de hectáreas de las tierras a ganar con el avance.

Pocos recuerdan que hasta 1880 la ruta nacional 8, desde Pergamino a Villa Mercedes, era intransitable por los peligros de malones

Cabe destacar que, de los cinco mil hombres que integraban las distintas columnas, alrededor de mil eran soldados indígenas. Las bajas contabilizaron 1240 indios, una tercera parte de los muertos en la campaña de Rosas en 1833. La frontera no constituía una barrera infranqueable, como evidenciaron las guerras civiles en las que tribus indígenas participaban en ambos bandos y ofrecían refugio a los vencidos, tal el caso de los oficiales unitarios Manuel Baigorria y los hermanos Saá.

La columna con la que Roca marchó desde Azul, pueblo que era punta de rieles en el sur, hasta el río Negro, iba acompañada con científicos y sacerdotes. Esta obra de evangelización se consolidará en la primera presidencia del general Roca con la instalación de la orden salesiana en aquellos territorios, con Ceferino Namuncurá como uno de los primeros alumnos.

Manuel Namuncurá, su padre, recibió ocho leguas. No fue el único. Los Ancalao, tribu de origen Boroga a la que se enfrentó Calfucurá al poco tiempo de ingresar a la provincia de Buenos Aires proveniente de Chile, colaboraron con el gobierno nacional en la defensa de Bahía Blanca y recibieron en Norquinco 114 mil hectáreas. Para Nahuelquin, quien ayudó al perito Moreno en la demarcación de los límites con Chile en Cuyame, fueron 125 mil hectáreas. La política de conceder tierras a caciques para que se integraran a la sociedad benefició a Coliqueo con Los Toldos y a otros que se asentaron en Azul y en 25 de Mayo. Evitar los guetos contribuiría con el tiempo a conformar el pueblo de la nación integrando a todos, indios, criollos e inmigrantes.

Personas de distintas filiaciones intelectuales y políticas, como Arturo Frondizi, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Oscar Alende, reconocieron la obra de Roca, que en su primera presidencia abarcó la totalidad del sur argentino hasta las islas cercanas a Tierra del Fuego y que emprenderá la ocupación del Chaco, inmensos territorios que hasta entonces solo habían sido nominalmente argentinos, procediéndose a su organización institucional con la ley de territorios nacionales promulgada en su primera presidencia. La paz, el orden y la libertad fueron para Roca piezas clave que, acompañadas de un intenso activismo legislativo digno de ser imitado, condujeron al afianzamiento soberano del territorio de la República y a su integración mediante una amplia infraestructura, todo lo cual promovió la llegada de inmigrantes e inversiones extranjeras.

El presente nos demanda reeditar muchos de aquellos logros. El legado de Roca conserva hoy gran parte de su vigencia.



lunes, 9 de septiembre de 2024

Rosas y Darwin: Cruce de experiencias

 "Me dijo que era inhumano": el impensado encuentro entre Rosas y Charles Darwin durante la primera conquista del desierto


Desarrollada entre 1833 y principios de 1834, esta expedición militar de la que poco se habla fue más que un intento por ocupar la Patagonia.

Por Yasmin Ali || Canal 26


Rosas y Darwin

Es de público conocimiento la expedición militar a la Patagonia que emprendió Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, que años después pasaría a la historia como Conquista del Desierto y que al día de hoy genera debates enardecidos. Pero antes de ella existió una liderada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y principios de 1834 de la que poco se habla.

Luego de finalizar su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, entre 1829 y 1832, el Restaurador de las Leyes había rechazado volver al poder porque se le había negado la suma del poder público y las facultades extraordinarias. Casi sabiendo que lo mejor era esperar a que se calmen las aguas, decidió emprender una travesía por el sur de la Provincia y parte de la Patagonia donde conoció ni más ni menos que a Charles Darwin.

Un inglés en la Patagonia

Darwin, quien por aquel entonces tenía 22 años, se emprendió en un viaje desde diciembre de 1831 a octubre de 1836 donde recorrió el mundo al bordo del Beagle, de la Marina Real Británica, capitaneado por Robert Fitz Roy. A comienzos de 1833 el barco lo dejó en la desembocadura del Río Negro, lo que hoy es parte de la Patagonia argentina.

Cabalgó desde Carmen de Patagones hasta el Río Colorado donde se encontró con nada más, y nada menos, que el campamento de Rosas. Aquel ejército que comandaba el oriundo de Buenos Aires tenía como objetivo despejar a los indios y asegurar la frontera. En 1839 el inglés publicó Viaje de un naturalista alrededor del mundo donde describió su primera impresión de lo que vio:

    "Seguramente los soldados de ningún otro ejército han tenido tal apariencia de bandidos y villanos".

Rosas deseaba conocerlo y él aceptó. Darwin diría sobre él: "Un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en este país, al que probablemente terminará gobernando. Ha obtenido una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico".


Primera conquista del Desierto

El mismo Rosas también habló de aquella reunión: "Seguramente acostumbrado a sus costumbres europeas, le impresionó ver a soldados negros y mestizos, muchos mal vestidos, y no entendió a los indígenas que se bebían la sangre de las reses que se carneaban. Es la vida del desierto, míster Darwin, le expliqué. Tampoco le entró en la cabeza por qué degollábamos a los prisioneros, me dijo que era inhumano. Le aclaré que no siempre era así, y le conté de mi pacto con los tehuelches, a los que acordé pagarle por indio que pasasen a mejor vida".

Del encuentro el naturalista se llevó un pasaporte que le otorgó Rosas y que podía usar en los puestos militares del gobierno bonaerense. De esta forma logró cruzar las pampas en dirección al Río de la Plata.

Pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Santa Fe y volvió navegando por el Paraná. Al regresar se encontró que los simpatizantes de Rosas habían sitiado la Provincia. Pero Darwin pudo pasar pasar cuando mencionó que había sido huésped del general. En los primeros días de diciembre emprendió un nuevo viaje rumbo a Puerto Deseado.


La campaña militar de Rosas

La primera conquista

Alan Moorehead, autor de Darwin: la expedición en el Beagle 1831-1836, menciona lo que fue esta expedición militar al sur y el encuentro entre ambos: "El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para divertirse y tenía fama de ser muy peligroso cuando sonreía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o estaqueado. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar tranquilamente esta hazaña. No obstante, era un hombre venerado y obedecido; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años".

En otro párrafo agrega: "La táctica de su campaña contra los indios era muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga, en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaban muy ansiosos por cumplir, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que se les escapara".



El origen de las especies de Darwin

"Durante la estancia de Darwin, el campamento era un continuo hervidero. A cada hora llegaban rumores de escaramuzas. Un día vino la noticia de que uno de los puestos de Rosas, en la carretera a Buenos Aires, había sido arrasado", agregó.

Lo cierto es que aquel encuentro pasó a la historia, así como sus protagonistas. El 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó en la editorial John Murray de Londres su mítico libro El origen de las especies y Rosas volvió a gobernar en Buenos Aires hasta el 3 de febrero de 1852 cuando cayó en la batalla de Caseros.

martes, 18 de junio de 2024

Conquista del desierto: La invasión araucana de los *curá chilenos

La invasión araucana a las pampas argentinas






En el siglo XIX los araucanos distinguían perfectamente a patriotas y realistas, a chilenos y argentinos.

 Así lo reconoce Calfucurá cuando dice: "... estaba en Chile y soy chileno y ahora hace como treinta años que estoy en estas tierras (Carta de Calfucurá a Mitre de 1867 que se conserva en el museo Mitre)”.

¿De dónde sacaron que Calfucurá fue un cacique argentino?

Allá por 1830, atravesó los Andes el grupo más numeroso con la llegada del cacique Calfucurá, de la parcialidad araucana moluche, hijo del cacique Huentecurá y penetra en la llanura pampeana cuando la Nación Argentina era ya independiente y soberana desde 1816.
 Por lo tanto, fueron invasores. Calfucurá se radicó en la gran llanura pampeana.
El 8 de setiembre de 1834 el cacique chileno Calfucurá (1790-1873) masacró a los caciques de las pampas en Masallé, cerca de la laguna de Epecuén.
 Calfucurá convocó a una gran reunión a todos los caciques y capitanejos de la Patagonia argentina. Los invita a comer, los embriaga y los asesina a todos. Murieron unos mil caciques y capitanejos. El único que logró escapar gracias a su astucia fue el cacique Ignacio Coliqueo (1786-1871), que era también boroano o boroga y había llegado a La Pampa en 1820.
El invasor araucano Calfucurá tomó de un solo golpe el poder de todas las tribus, muertos sus jefes se convirtió en el “Pinochet de las Pampas”.
Calfucurá, instaló sus tolderías en las Salinas Grandes, en el límite actual entre Buenos Aires y La Pampa, a la altura de Puán, sesenta kilómetros al norte de Bahía Blanca, donde se aseguraban la disponibilidad de sal para la carne y los cueros y le permitía controlar el camino de los chilenos, por donde arreaban el ganado robado hacia Chile. A ese poblado, su cuartel general, lo llamó Chilihué (“Pequeño Chile”).
Hasta 1872 las tropas del chileno Calfucurá eran poderosas, lo prueba el hecho de que ganaron las primeras batallas contra el Ejército Nacional Argentino.
En marzo de 1872, Calfucurá devastó con 6.000 lanceros los pueblos de Veinticinco de Mayo, Alvear y Nueve de Julio. Finalmente, fue derrotado en su última gran batalla en San Carlos de Bolívar el 8 de marzo de 1872 en las cercanías de Carhué, por las fuerzas comandadas por el general Ignacio Rivas, que tuvieron la ayuda de Cipriano Catriel con 1.000 indígenas y de Coliqueo con 140 indígenas.
Apenado por la derrota, Calfucurá moriría en su toldería de Chilihué el 4 de marzo de 1873 evidenciando la decadencia del poder araucano sobre las pampas.
Fue sucedido por Manuel Namuncurá (también nacido en Chile, hijo de Calfucurá y padre de Ceferino) vivían de la "empresa" del malón (robo de cautivas y ganado en Argentina para vender en Chile a cambio de fusiles Remington, alcohol, entre otros artículos).
En 1875 se produce la “invasión grande” que comenzó con la sublevación de la tribu de Catriel. En su auxilio vinieron simultáneamente Namuncurá (hijo de Calfucurá), los ranqueles de Baigorrita, los de Pincén y unos 2.000 indios chilenos sumando unos 3.500 combatientes.
Los indígenas entraron sorpresivamente en un amplio frente, arrasando las poblaciones de Tandil, Azul, Tapalqué, Tres Arroyos y Alvear. Según fuente oficial, tan sólo en Azul 400 vecinos fueron asesinados.
El Gral. Julio A. Roca, en 1879, encabezó una campaña para detener todas estas masacres de ciudadanos argentinos. Fue a cumplir la misión que Nicolás Avellaneda, presidente de la Nación Argentina, elegido por el pueblo, le había asignado.
Roca actuó por orden del Presidente Constitucional y del Congreso Nacional, no registrándose críticas, ni en esa época ni en las décadas posteriores por ningún partido oficialista u opositor.
 Todos consideraron siempre a la Conquista del desierto como una gesta que recuperó territorio del Estado Argentino, que de otra manera se hubiera perdido. Y esa campaña estuvo destinada a integrar, a incorporar de hecho a la geografía argentina, prácticamente la mitad de los territorios históricamente nuestros, y que estaban bajo el poder tiránico del malón araucano, cuyos frutos más notables eran el robo de ganado, de mujeres, asesinato de argentinos y la provocación de incendios. Lo acompañaron a Roca, geógrafos, fotógrafos y sacerdotes. Florentino Ameghino entre otros. El Gral.
Roca selló pactos con la mayor parte de las tribus y solo combatió aquellas que comandadas por Manuel Namuncurá y sus esbirros chilenos.
El derrotado cacique araucano Manuel Namuncurá, fue nombrado Coronel del ejército argentino por Roca, cargo y vestimenta que ostentó orgulloso hasta su muerte (¿genocidio...?... ). -Su hijo, "Ceferino", fue bautizado por el Padre Milanesio (el intermediario con Roca), entró en la Congregación Salesiana para ser sacerdote, siendo hoy nuestro "Beato Ceferino Namuncurá".  
¿Habría ocurrido ésto de haber sido los salesianos “cómplices de un genocidio”?
Por esa decisión de terminar con las matanzas provocadas por los araucanos (recordemos, procedentes de la Araucanía, en lo que hoy es Chile..

Nota Que apareció En: (Historia visual de la Argentina de 1830 a 1930)
(www.facebook.com/groups/1852770421548570)

domingo, 9 de junio de 2024

Conquista del desierto: La masacre xenófoba de Tandil de 1872

La masacre de Tandil de 1872



El 1 de enero de 1872, tuvo lugar en Tandil uno de los actos xenofóbicos y una de las matanzas más grandes en la historia argentina, en la cual un grupo de gauchos de la zona, inspirados por el curandero Tata Dios, asesinó a 36 inmigrantes que residían en la localidad



Gerónimo G. Solané, mejor conocido como Tata Dios, era un gaucho de origen chileno (aunque es discutido el lugar de su nacimiento) que llegó a Tandil en 1871, presentándose a si mismo como sanador y profeta. Solané había pasado por las localidades de Santa Fe, Rosario y otras ciudades ganándose la vida como curandero y predicador. Aseguraba que era un "enviado de Dios". Lo habían echado de varios pueblos y había estado preso por practicar la brujería y la medicina ilegal.




En 1870 Solané había estado presó en Azul por ejercer ilegalmente la medicina pero fue liberado al poco tiempo. En octubre de 1871, Solané fue llevado a Tandil por el estanciero Ramón Rufo Gómez, para curar a su esposa María Rufina Pérez, que padecía de fuertes dolores de cabeza.



Solané logró curarla y agradecido por la ayuda del gaucho brujo, Gómez le permitió que se asentara en el puesto La Rufina​ de su estancia La Argentina, cerca del pueblo de Tandil. La recuperación de Rufina Pérez fue furor. La figura de Solané empezó a convocar a pacientes maltrechos, familiares preocupados y curiosos. Su rancho terminó siendo una suerte de clínica. Estaban los que acudían para las curaciones y los otros, los que se sentían atraídos con su prédica, quienes incluso acampaban en los alrededores de su vivienda. Tata Dios comenzó a realizar curaciones en los enfermos y a proclamar que él había venido a salvar a la humanidad, y que el fin de los tiempos se acercaban.




Sólo él podría resguardar el alma de aquellos que estuviesen dispuestos a seguirlo. El primero en acudir a su llamado, fue Jacinto Pérez, que con el tiempo se hizo llamar “San Jacinto El Adivino”, otro era Cruz Gutiérrez, al que llamaban "El Mesías". Al poco tiempo Pérez y Cruz Gutiérrez (su nombre real era Crescencio Montiel) se convertirían en las personas más allegadas.



Los archivos describen a "Tata Dios" como un hombre de unos 40 años, moreno, de cara simpática, pensativo y de poco hablar. Se sabe también que era analfabeto. En Tandil vivía con lo justo, en dos habitaciones con nada de lujo ni decoración, apenas una imagen de la Virgen María.



Tata Dios comenzó a ganar adeptos entre los paisanos del lugar, y se había ganado fama de manosanta. Muchos de estos se sintieron atraídos por su prédica. Escuchaban al curandero despotricar contra los extranjeros y los masones: “Vienen a robarnos la tierra y el trabajo”, decía. También los hacía responsables por la epidemia de fiebre amarilla, que se había desatado a comienzos de ese año. De esta forma, los extranjeros de la zona se habían convertido en el principal blanco del grupo de criminales, o los "apóstoles", que seguían al "Tata Dios". El Tata Dios sostenía que "los extranjeros son la causa de todo mal y por lo tanto hay que exterminarlos", por lo tanto el grupo consiguió armas, que se distribuyeron entre sus apóstoles y otros asociados.




En aquellos años se habían radicado en Tandil una importante cantidad de inmigrantes y existía cierto clima de tensión entre estos y los ciudadanos criollos. Los principales grupos de extranjeros eran los vascos (españoles y franceses), los italianos, los españoles y los daneses.





El propio Solané había anticipado, basándose en su "don de adivino", que el 1 de enero correría sangre. Su mano derecha, Jacinto Pérez le contó a los criollos que Solané profetizó que Tandil sufriría un gran huracán que arrasaría al pueblo, en la que muchos morirían ahogados, y que los sobrevivientes y los que viniesen de otros lugares se ocuparían de exterminar a los extranjeros y a los masones. Y que el cielo castigaría a quien no participase de esta suerte de guerra santa.



Dijo que nacería un nuevo pueblo al pie de la Piedra Movediza, lleno de felicidad y solo para los argentinos. Las almas de quienes participaran, y las de sus familias, serían salvadas y vivirían por siempre en un nuevo reino de justicia y paz. Pero que para poder logar esta nueva vida sólo tenían que deshacerse de todos los gringos (inmigrantes italianos y daneses), vascos y masones, culpables de la desgracias de los criollos.



El 31 de diciembre de 1871 Jacinto Pérez juntó alrededor de 50 personas. Dijo actuar en nombre de Solané, y acusó a gringos, vascos y masones de encarnar el mal, y dijo que la solución era matarlos. Luego de su arenga, Pérez repartió entre los asistentes divisas punzó como distintivos, y alguna armas, pocas por cierto: una que otra pistola algún recortado, cuchillos y lanzas improvisadas con tacuaras y medias tijeras de esquilar cuchillos y bayonetas. Les prometió además invulnerabilidad, como actuaban en nombre de Dios nada podría sucederles y las divisas punzó los defendería de las balas.




Pocas horas después, ya finalizada las celebraciones de Año Nuevo, partieron hacia el pueblo. A las 3:30 de la madrugada​ del 1 de enero de 1872, los gauchos entraron en Tandil e ingresaron al Juzgado de Paz local, donde solo pudieron robar sables y liberar al único preso que estaba allí, un indio, que se sumó de inmediato al grupo. Al grito de "¡Viva la Patria", "¡Viva la Confederación Argentina!", ¡Viva la Religión!", ¡Mueran los gringos y los masones!" y "¡Maten, siendo gringos y vascos!", se dirigieron corriendo a la plaza central del pueblo donde se encontraba la multitud.




Allí rodearon a Santiago Imberti, un italiano que regresaba con su organito de alegrar la noche del nuevo año, y y le rompieron la cabeza con un palo. ​Cruzaron al galope los campos aledaños para matar a los "gringos" argumentando que atacaban a la Patria y a la Iglesia. Luego, tomaron el camino hacia el norte del pueblo. En las afueras se toparon con la tropa de carretas de Esteban Vidart y Domingo Lassalle, que acampaban a orillas del arroyo Tandil. En las carretas se encontraban vascos que descansaban. Los carreteros vascos fueron ultimados a lanza y cuchilla, y luego degollados, solo uno de los 9 que allí estaban, Esteban Castellanos de 31 años, logró salvarse escondiéndose entre los cueros.




Minutos despúes, llegaron a la tienda de Vicente Leanes, un vasco de 20 años de edad. Fue vano su intento de cerrar la puerta. Luego de derribarla, lo asesinaron de un disparo y la misma suerte corrió Juan Zanchi, un empleado italiano que trabajaba en su negocio. Después ingresaron en la estancia de un vecino llamado Enrique Thompson, de origen británico. En la misma estancia había un almacén atendido por una pareja de escoceses recién casados llamados Guillermo Gibson Smith y Elena Watt Brown, quienes fueron asesinados y degollados.



Misma suerte corrió Guillermo Stirling, otro empleado del lugar. También asesinaron a otro empleado y a toda la peonada de la estancia, y terminaron por saquear el lugar. La turba, que portaba lanzas y facones, repetía: "¡Mueran los extranjeros y los masones!".



La matanza y los saqueos en cada una de las propiedades no parecía tener fin. Llegó el turno de Juan Chapar, un vasco francés de 34 años. Lo mataron de un lanzazo luego de engañarlo al decirle que eran una partida que perseguía delincuentes. Luego hicieron lo propio con Florinda, Pabla y Mariana, sus tres hijas, de 5, 4 y 3 años y con Juan, su bebé de 5 meses, al que arrancaron de los brazos de su madre, María Fitere. También ella resultó asesinada y luego a los empleados, uno de los cuales fue defendido por su perro, el que también resultó degollado. A una chica vasca de 16 años, que vivía en la propiedad de Chapar, de nombre María Eberlin, la violaron y luego degollaron.





Lograron salvarse de la matanza los italianos Innocente y su hijo Martín Illia, quien tenía 11 años y quienes eran abuelo y padre del futuro presidente Arturo Illia, debido a que fueron avisados de las matanzas y lograron escapar yendo hacia las sierras.



Cuando llegaron a la estancia Bella Vista, del gallego Ramón Santamarina, donde tenían planeado finalizar su raid de muerte en Tandil, no encontraron a nadie debido a que Santamarina estaba en el centro de Tandil ya que el día anterior había estado presente en la inauguración del Banco de la Provincia de Buenos Aires en la ciudad. Por esto, el grupo comandado por Jacinto Pérez dedicó las siguientes horas a comer y a atender a los caballos. Algunos se echaron a dormir.



A esa altura, Tandil era un hervidero de indignación. Uno de los que había dado el alerta fue el vecino Prudencio Vallejo, que había escuchado el griterío delante de su casa. No tuvo que caminar mucho para descubrir los cadáveres de los vascos de la tropa de carretas.



En ese momento se armó una partida de la Guardia Nacional y vecinos, al mando de José Ciriaco Gómez y los más ilustres vecinos de origen inmigrante de Tandil, de la que participaban Ramón Santamarina (de origen gallego), Juan Fugl y Manuel Eigler (ambos de origen danés), y siguieron el rastro dejado por estos delincuentes. A mitad de la mañana estaban en la estancia de Santamarina.



Un ex sargento de apellido Rodríguez se acercó a modo de mediador. Les pidió que se rindieran en el acto o los "pasaría a cuchillo" si se resistían. Los asesinos trataron de justificarse: “¡Andamos matando gringos y masones!” y luego comenzaron la fuga. En la persecución dejaron 10 muertos, Jacinto Pérez entre ellos, y 8 prisioneros. Algunos fugitivos fueron capturados días después y otros lograron huir. Tata Dios fue detenido en su rancho, a pesar de declararse inocente, y fue acusado como instigador de los hechos debido a su prédica que derivó en la matanza de los inmigrantes.



El coronel Benito Machado amenazó con fusilarlo pero él le suplicó por su vida. Fue encerrado con los otros detenidos y la cárcel quedó bajo la custodia de los vecinos. Finalmente, Tata Dios fue asesinado el 6 de enero de una puñalada, cuando se encontraba dentro de un calabozo.



En cuanto al resto de los detenidos, fueron a juicio. Se los acusó por el asesinato de 36 personas, agravado por la alevosía y la atrocidad. El dictamen del juez Tomás Isla señaló: "No son excusa atendibles en derecho el fanatismo y la ignorancia alegada por la defensa". La mayor condena recayó sobre Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lazarte quienes fueron sentenciados a muerte y ejecutados el 13 de septiembre de 1872 (menos Villalba, quien falleció antes en prisión). Según se recopilo luego, las últimas palabras de Esteban Lazarte, uno de los condenados a muerte, fueron: "Quiero ser enterrado por hijos del país; no quiero que ningún italiano me toque ni aun el chiripá", y y Gutiérrez murió gritando "¡Viva la Patria!".





El plan de exterminio que no llegó a completarse era mucho más amplio. Planeaban asesinar a inmigrantes en Azul, Tapalqué, Rauch, Bolívar, Olavarría y otras localidades donde existían grupos de paisanos ligados al movimiento creado por Tata Dios, cuyas prédicas contra los extranjeros y masones, a los que calificaba como enemigos de Dios, habían calado muy hondo. En total el grupo inspirado por Tata Dios había asesinado a 36 personas: 16 franceses, 10 españoles, 3 británicos, 2 italianos y 5 argentinos.




La xenofobia hacia los inmigrantes se presentaba también en la división política que existía en aquellos años entre los nacionalistas de Bartolomé Mitre y los autonomistas de Adolfo Alsina. Mientras que el partido de Mitre tenía el apoyo de los inmigrantes, principalmente de la comunidad italiana, quienes solían identificarse con Mitre y compararlo con Giuseppe Garibaldi, pero también de la española y francesa, el autonomismo de Alsina tenía una base rural más fuerte, compuesta por rancheros y peones, muchos de los cuales habían apoyado a Rosas en sus años.




El autonomismo tenía un tinte xenófobo, según describían diplomáticos extranjeros, hacia los europeos inmigrantes que residían en las zonas rurales y muchos de estos diplomáticos le objetaban a Alsina que no podía ocultar "cierta aversión al elemento foráneo". Los autonomistas con frecuencia alardeaban de sus antecedentes nativos y su asociación con la sociedad rural de los gauchos. Hombres a caballo vestidos con ponchos y chiripás, la clásica vestimenta del gaucho, lideraban sus actos políticos en Buenos Aires: "Llevaban bandas azules y blancas o lazos de los mismos colores [...] También exhibían enormes revólveres que llevaban en sus cinturas".



jueves, 11 de abril de 2024

Fortaleza Protectora Argentina: Los habitantes previos de Bahía Blanca

Los 190 De Bahía. DÉCADA DE 1820

¿Quiénes vivían aquí antes de que naciera Bahía Blanca?






Previo a la llega de Ramón Estomba, el sur bonaerense y el norte patagónico estaban habitados por pueblos originarios con una amplia vida sociocultural.  


Los notables hallazgos arqueológicos a muy pocos kilómetros de la ciudad balnearia de Monte Hermoso revelaron que los primeros grupos humanos que poblaron la zona aledaña a la bahía Blanca datan de 7.000 años. Los investigadores pudieron determinar que, ya en esos tiempos, dichos pobladores tenían un contacto fluido con los del centro bonaerense y los del norte patagónico.

Estas bandas pequeñas de cazadores nómadas recorrían grandes distancias a pie y su subsistencia se basaba en la cacería de la fauna regional y de la recolección de vegetales.


Los tehuelches

Algo así como 6.500 años después, en 1520, el navegante Fernando de Magallanes descubrió la bahía Blanca. No desembarcó, pero en mayo de ese año arribó a la actual bahía de San Julián. El relato del cronista Antonio Pigafetta, embarcado en la expedición, decía “… un hombre de figura gigantesca se presentó ante nosotros.(…) era tan grande que nuestra cabeza apenas llegaba a su cintura…”.
Magallanes los llamó Patagones, lo que dio nombre a toda la región: “Patagonia”. Más allá del mito fantasioso de los “Gigantes Patagónicos”, estas personas verdaderamente tenían gran fortaleza física y una altura promedio de 1,75 a 1,80 metros; era común que alcanzasen los 2 metros, muy por encima de la estatura promedio de los europeos de aquel entonces.
Conformaban un complejo étnico de un biotipo llamado “pámpido”, que ocupaba desde la Patagonia hasta el Sur de Santa Fe, Córdoba y San Luis. Sus parcialidades se diferenciaban por nombres y características distintivas; los del norte patagónico y la llanura pampeana, incluida el área bahiense, se denominaban así mismos Guenaken (o más precisamente Gúnün a künna).
Más tarde, en el siglo XVIII, los cronistas españoles recogieron en el ámbito bonaerense, para este mismo pueblo, los términos chehuelcho, tegüelcho, tuelche o chewül-che, que era la deformación en lengua araucana o mapuche del término “gente indómita” y, con el tiempo, se los llamó por el gentilicio de “Pampas”.
Cazaban guanacos, usaban arcos y flechas, boleadoras, lanzas cortas y cuchillos. Vestían sus capas de cuero (quillangos) y habitaban en toldos que desmontaban cuando se mudaban de un paraje a otro en sus muy largas travesías a pie.
Los españoles introdujeron en el territorio -desde la primera fundación de Buenos Aires, en 1536- caballos y vacunos, que tuvieron una multiplicación descomunal en el muy propicio hábitat de la llanura pampeana. Los tehuelches no tardaron en convertirse en jinetes excepcionales y su cultura en ecuestre.
Paralelamente, hacia 1670, empezaron a incursionar en el territorio cisandino los Aucas, aborígenes trasandinos que llegaban atraídos por el ganado cimarrón de la llanura; por supuesto generaron más hostilidades que intercambios con los tehuelches. En 1779, en el sudoeste bonaerense, los españoles fundaron sobre el Río Negro, el enclave de Nuestra Señora del Carmen de Patagones. Aún con fluctuaciones y picos de violencia, la relación con los tehuelches y el establecimiento fue relativamente buena.


Inmigrantes trasandinos

El éxodo de grandes contingentes trasandinos para asentarse en el actual territorio argentino, se registró recién en 1819, cuando ya las Provincias Unidas del Río de la Plata eran independientes de España y el Ejército Republicano Chileno libraba en el sur la llamada “Guerra a Muerte” para eliminar la resistencia de los seguidores del Rey.
Justamente los primeros en arribar a la llanura herbácea, escapando a la derrota y buscando dónde subsistir, fueron los voroga, extracción de etnia araucana (mapuche) alineada con el bando realista. Llegaron entre 6.000 y 7.000 personas, incluidos 2.000 guerreros. Pronto se enfrentaron por los recursos con las tribus Guenaken del espacio interserrano, Sierra de la Ventana y el Río Negro. Paulatinamente se ubicaron entre Guaminí y las Salinas Grandes.
Para mayor crispación en el territorio, luego de la anarquía de 1820, el nuevo gobernador bonaerense, Martín Rodríguez, intentó forzar un avance al sur de la frontera del río Salado. Sin entender la situación aborigen con el arribo de los trasandinos y, a contramano del consejo de estancieros bonaerenses como Ramos Mejía y Rosas de no atacar a los Tehuelches, Rodríguez propició tres campañas militares que exacerbaron la resistencia Guenaken. En su tercera expedición en 1824 falló el primer intento de fundar un establecimiento en la bahía Blanca.
En 1825, ante una inminente guerra con el imperio del Brasil, el gobierno de Juan Gregorio de Las Heras reinició las negociaciones de paz con los Pampas. Los caciques influyentes del centro y sur bonaerense y del norte patagónico se avinieron a concertar la paz, urgidos por encontrar la ayuda gubernamental para frenar el avance continuo de “indios chilenos” (como ellos les decían), e incluso autorizaron la instalación de tres nuevos Fuertes, uno en la bahía Blanca.
Mientras tanto el éxodo trasandino no se detenía. Entre 1826 y 1827, la banda de guerrilleros realistas de los hermanos Pincheira también llegaba a la región pampeana escapando del Ejército chileno. Se asentó en el paraje Chadileo, cercano a la desembocadura del río Salado en el Colorado, desde donde asolaron toda la región y especialmente masacraron a las agrupaciones pampas.
En persecución de los guerrilleros realistas pincheirinos, también arribaron desde Chile más de 1.000 aborígenes republicanos y 30 efectivos del Ejército chileno, liderados por el ilustre cacique Venancio Coñuepán. Este contingente se integró al Ejército Argentino y tuvo un accionar destacado bajo el mando del coronel Ramón Estomba durante la campaña fundadora de Bahía Blanca, en 1828.



Por: César Puliafito / Especial para "La Nueva."