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domingo, 10 de agosto de 2025

Argentina: El desarrollo industrial entre 1930-1940

El desarrollo industrial argentino II (1930-1940)

En 1933 se lanza el Plan de Acción Económica Nacional ideado por Pinedo y Prebisch que proponía una visión industrial desde el gobierno para el país.



Industria argentina en la década de 1930 a 1940

Por Alberto Oliveri || Los Andes


1930, la crisis económica mundial de 1929 alentó a personajes oscuros como el Gral. Uriburu a dar un golpe militar y derrocar a Yrigoyen. Fue un golpe sin ningún tipo de organización y planificación futura, solo se centró en la eliminación del sufragio universal para sacar a la UCR del gobierno.

1932-38, asume como presidente el general Justo, liberal y pro Británico. Mantuvo el orden anterior apoyado por la clase terrateniente. Los países centrales evolucionaron a una política más proteccionista, Inglaterra en 1931 tenía una tasa promedio a las importaciones de manufacturas del 21% y EEUU del 48%. La Argentina agro exportadora dejaba una vez más de funcionar, el comercio mundial se desplomó y los precios internacionales cayeron estrepitosamente.

Hasta 1929 prevaleció en el mundo la teoría neo clásica y libre cambio. Luego de la Gran Depresión aparecen las ideas de Keynes con una alternativa que aconsejaba cierta intervención del Estado en la regulación de mercados, sostenimiento de la producción y el empleo.

Según el Informe World Economy, a Millenial Perspective de A. Maddison, en el cual analizó la evolución de la economía mundial luego de la Gran Depresión, países como Alemania, USA y URSS fueron los que más crecieron entre 1929-40 con las siguientes tasas; 35, 22 y 55% respectivamente. En cambio Inglaterra y Australia un 15% cada uno y la Argentina decreció en igual periodo un 5%.

Las tres primeras economías tenían cierta planificación; Alemania nazi a través de una corporación entre el Estado y el Capital, la URSS una economía puramente estatal y USA con el New Deal de Roosevelt, una economía capitalista pero con regulación del Estado y planificación de obras públicas según las ideas de Keynes.

1933, firma del Pacto Roca-Rucciman para garantizar la compra por parte de Inglaterra de carne argentina. Este pacto terminó sacrificando al sector ganadero más atrasado, llamados “criadores”, en beneficio de los propietarios de los mejores campos llamados “invernadores” que exportaban carne de mejor calidad, que iba enfriada y no congelada como los primeros. Este conflicto se verá reflejado en los famosos debates sobre la carne y la denuncia de Lisandro de la Torre.

1933, se lanza el Plan de Acción Económica Nacional ideado por Pinedo y Prebisch proponía:

  • Devaluación
  • Control de Cambio
  • Juntas Reguladoras
  • Obras Públicas, especial carreteras
  • Impuestos a los Réditos
  • Instituto de Movilización de Inversiones Bancarias
  • Creación del Banco Central


La Unión Industrial apoya con entusiasmo. Hay una visión industrial del gobierno y sectores políticos, lo cual obligó a la Sociedad Rural en dicho año a decir que ellos se habían opuesto al proteccionismo para evitar que ciertas industrias se amparen en aranceles, pero ahora debido a la crisis económica acordamos ayudar en la organización de industrias.

En cambio los tres últimos puntos del Plan despertaron desconfianza y oposición. Finalmente el gobierno de JB Justo no lo implementó en su totalidad, impuso algunas tarifas de protección, creó el BCRA y algunas juntas reguladoras.

1935, se inician censos sistemáticos y específicos por actividad industrial y se constata un impulso de la producción de bienes de consumo no durables. Un nuevo proceso de sustitución de importaciones espontáneo y no planificado se pone en marcha. Recién a partir de 1935 el gobierno comienza a mirar a las industrias de manufactura.

Hasta la 1ra guerra mundial, la riqueza de la región pampeana fue de tal magnitud que direccionó el pensamiento de nuestros gobernantes y políticos a apostar el desarrollo del país en la exportación primaria. La ciudad de Buenos Aires y aledaños se había convertido en una capital casi europea. Llama la atención que a partir de 1920 y en especial con la crisis económica de 1929-30, el mundo inicia un cambio en el paradigma de la economía y nuestra clase dirigente no percibió dicho cambio, a pesar que Buenos Aires estaba en estrecho contacto con Europa.

El periodo hasta 1914 fue una oportunidad perdida ya que fue un período de crecimiento del capital primario, tanto del Estado como de los privados, para poder apostar al desarrollo de industrias. La experiencia europea marcaba que esa era la actividad económica más dinámica. Nuestra clase terrateniente fue reacia a incorporar un nuevo jugador económico que podría disputarle el control político. Ellos podrían haber utilizar sus excedentes rentísticos en apalancar a la industria.

La dirigencia gubernamental en general eran abogados o funcionarios de empresas extranjeras y estaban alineados con la política de la división del trabajo internacional que le era conveniente a Inglaterra y otros países ya industrializados.

Europa que debía importar gran cantidad de alimentos debido a su insuficiente tierra para cultivos o inviernos muy crudos, necesitaba desarrollar sus industrias para exportar y de esta manera no se le convirtiera su balanza comercial en deficitaria.

*El autor es ingeniero electromecánico UBA

domingo, 18 de mayo de 2025

Argentina: La industrialización del Gral Savio

Manuel Savio, el general que impulsó la siderurgia y soñaba que Argentina tuviera una gran industria nacional

El 31 de julio es el día de la Siderurgia en homenaje al general Manuel Savio, el precursor de la industria del hierro y el acero en nuestro país. Radiografía de un innovador y visionario que soñaba con un país económicamente independiente a través de su industrialización

Por
Adrián Pignatelli || Infobae


Manuel Nicolás Savio, hijo y nieto de inmigrantes, escribió los primeros capítulos de la historia de la industria nacional

Wenceslao Gallardo junto a Angel Canderle vivían en Jujuy. Cierto día decidieron ir a cazar a la selva de Zapla, en esa espesura donde Viltipoco, el líder quechua, había encabezado una guerra de resistencia contra el conquistador español durante el siglo XVI. Ambos no imaginaron que, casi sin querer, harían historia. A Canderle, que sabía de minerales, le llamó la atención el color rojizo del suelo, y como conocedor de los minerales que era, tuvo la ocurrencia de enviar muestras a la ciudad de Buenos Aires. Los resultados fueron concluyentes: habían hallado hematita, que en estado puro contiene el 69% de hierro. El mineral fue llamado “zaplita”. Corría el año 1939 y el descubrimiento provocaría un antes y un después en la industria nacional.

Lo siguiente fue un estudio geológico de las serranías de Zapla, y el yacimiento llamaría la atención de un militar quien consideraba que el país, sin dejar su actividad agrícola-ganadera, debía industrializarse. Era Manuel Nicolás Aristóbulo Savio.

El yacimiento de Zapla en sus inicios, en la entrada a una mina (Archivo General de la Nación)

Hijo y nieto de inmigrantes genoveses, había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1892. Eligió la carrera militar. En 1930, siendo teniente coronel, convenció al general Uriburu de crear una institución que pudiera formar a ingenieros militares a fin de prepararlos para el desarrollo de una industria del armamento, que no solo abarcaba las armas y municiones, sino además la construcción de aviones. Así nació la Escuela Superior Técnica, para algunos un complemento de la Escuela Superior de Guerra. Savio fue su primer director y profesor y rápidamente la transformó en un centro de estudio de los problemas técnicos de la industria pesada. Tenía motivos: fue el primero en alertar que, ante un conflicto armado, nuestro país no contaría con el armamento suficiente.

En el Ejército, Savio encarnó la vertiente industrialista cuyo puntapié había dado el general Enrique Mosconi, emblema de YPF.

Hierro en el norte

Savio fue un caso fuera de lo común. Estaba convencido de que debían aprovecharse los yacimientos ferríferos de la Sierra de Zapla. No solo se le ocurrió, sino que se puso al hombro el ambicioso proyecto de crear una industria siderúrgica nacional, usando minerales extraídos en el país. “A cualquier precio debe explotar sus yacimientos de hierro”, sostenía por 1942.

Una imagen que es una marca registrada: Savio en Altos Hornos Zapla y el inicio de la siderurgia en el país

Altos Hornos Zapla nació el 23 de enero de 1943, fue la primera planta siderúrgica argentina y en su momento una de las más grandes de América del Sur.

Pasó a depender de la Dirección General de Fabricaciones Militares, organismo que fue también inspiración de Savio, dedicado a la producción de armamentos. Savio, siendo su director y negándose a cobrar su sueldo ya que sostenía que ya cobraba el de general, apoyó la formación de empresas mixtas que produjesen metales y químicos para la fabricación de armas, que hasta entonces debían importarse. La producción de armamentos era la principal preocupación del Ejército, en vistas de los conflictos que se daban tanto en América. Entre 1932 y 1935 se había librado la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay; la guerra chino japonesa, la remilitarización de Renania, la guerra civil española y la expansión del nazismo, aún cuando no había declarado la guerra. Más aún, cuando estalló la segunda guerra, se debieron buscar caminos para proveerse de minerales e insumos que sería difícil importar.

Entre 1943 y el año siguiente se construyó el primer horno. El 11 de octubre de 1945, con la primera colada de arrabio, se comenzaba a producir acero en Argentina, hecho que pasó casi desapercibido por lo que ocurría en la ciudad de Buenos Aires con Perón detenido en Martín García, que provocaría la movilización del 17.

Trabajadores en Zapla. El descubrimiento del yacimiento produjo un crecimiento explosivo en la región (Archivo General de la Nación)

El responsable de esa primera colada fue el teniente primero Enrique Lutteral, quien contó que “con mis manos aferradas a un cucharón, recogí la colada. Después me senté en el pilón de una columna y me puse a llorar como un chico”.

Savio anunció que “allá en Jujuy, en un pueblito lejano, un chorro brillante de hierro nos ilumina el camino ancho de la Argentina. ¡Que su luz no se apague nunca!”.

Este hecho produjo el crecimiento de esta industria que atrajo a profesionales y a trabajadores, aún de países limítrofes, lo que provocó un crecimiento importante en la región. Palpalá, ubicada a unos trece kilómetros de San Salvador de Jujuy, creció en paralelo a la planta. En febrero de 1951 se inauguró el segundo horno.

Un plan siderúrgico

En 1946, en los comienzos del primer gobierno peronista, Savio presentó el Plan Siderúrgico Nacional, y la constitución de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA). No las tuvo sencillas: hubo ministros en el gabinete de Perón que se oponían al proyecto, pero luego de una reunión de dos horas con el primer mandatario y el gabinete, Perón lo abrazó y le ofreció su apoyo.

Fotografìa de 1947. En el centro el presidente Perón y segundo desde la derecha, el general Savio

El proyecto entró al Congreso el 26 de julio de ese año y Savio no se contentó con los votos de los diputados oficiales, suficientes para lograr la aprobación. Se dedicó a convencer a la oposición y asistió religiosamente a las sesiones donde una comisión especial había analizado hasta la última coma el proyecto. Primero fue aprobado en el Senado –donde todos eran oficialistas- y en diputados por unanimidad el 21 de junio de 1947, luego de una maratónica sesión que terminó a las siete de la mañana del día siguiente. Para Savio, ese plan era el camino para que el país llegase a su independencia económica.

Para levantar Somisa, había elegido un lugar conocido como Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, cuyo plan fue aprobado un mes antes de su fallecimiento.

Savio fue el responsable que la siderurgia fuera manejada por el Ejército. Su empuje e ideas llevaron a presidentes tan distintos como Agustín P. Justo, Roberto Ortiz, Ramón Castillo, Edelmiro Farrel y Juan Perón lo apoyasen en sus iniciativas e ideas.

Impulsó la industria minera, especialmente la extracción de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio, en distintos puntos del país, y un programa de prospección geológica en la Antártida, así como la producción de caucho natural y sintético, cuando la gran guerra dificultó la provisión de este material.

Savio aprovechó el descubrimiento de azufre en la zona de Salta para crear una sociedad mixta que en 1943 empezó a producir ácido sulfúrico, sulfuro de carbono y otros derivados.

El ímpetu de este general llevó a la creación de una docena de fábricas, como la de Pólvora y Explosivos en Villa María o la de Campana, donde se producía tolueno sintético, que significó el inicio de la industria petroquímica en nuestro país.


Vista de una grúa en la planta que llevaba el nombre del militar, en San Nicolás (Archivo General de la Nación)

En plena actividad, ya como general de división, falleció de un ataque cardíaco el 31 de julio de 1948. Tenía 56 años. Nunca sabría por qué Perón no avanzó en el plan siderúrgico.

Hubo que esperar hasta que el presidente Arturo Frondizi en 1960 impulsara la producción en San Nicolás, donde años antes el militar había fundado la Escuela 30 que hoy lleva su nombre. Muchos compañeros de armas criticaron a Perón que cuando fue presidente no hizo o no quiso hacer nada por el desarrollo de esta industria, más aún cuando Brasil hacía tiempo que estaba produciendo.

Pobre Savio, si hoy visitase el lugar donde se levantó Altos Hornos Zapla se encontraría, llegando por la ruta provincial 56, con edificios abandonados y a empresas de turismo promocionándolo como un sitio ideal para el turismo de aventura, ya que ofrece la triste paradoja de explorar un complejo minero abandonado, allí donde se habían sentado las bases de una industria nacional.


viernes, 16 de noviembre de 2018

PGM: La industrialización de las matanzas

La ‘Gran Guerra’: una barbarie industrializada que cambió el siglo XX

France 24



  © data.culture.gouv.fr | Fábrica de proyectiles de artllería en Saint-Etienne, Francia, en 1916.

Texto por Tristan Ustyanowski


De 1914 a 1918, Europa fue el escenario de una guerra mundial marcada por una escala de violencia nunca vista, hecha posible por los adelantos tecnológicos de la industria militar. Un conflicto que cobró la vida de millones y barrió ciudades enteras.

Se encontraban en pie de guerra mucho antes de entrar en acción. Las potencias europeas preparaban tanto a sus tropas como a la población para entrar en conflicto. En 1914, la configuración de los dos bloques, conformados por Francia, Rusia e Reino Unido por un lado –la Triple Entente- y los imperios germánico y austrohúngaro e Italia –la Gran Alianza- por otro.

 Era un mundo todavía repartido entre imperios y en el cual las fronteras impuestas a finales del siglo XIX se veían fragilizadas por las diferentes reivindicaciones que surgían entre los pueblos. La primera guerra de los Balcanes, entre 1912 y 1913, que dejó medio millón de muertos, había dejado vislumbrar el polvorín sobre el cual se encontraba el viejo continente y la peligrosa mezcla de rivalidades regionales e industrialización.

Fue de hecho en esa región que se produjo la chispa. El 28 de junio de 1914 el asesinato del heredero al trono del Imperio austrohúngaro en Sarajevo, destapó tensiones que fueron amplificadas por las alianzas vigentes y los antagonistas.

En vísperas del estallido de las hostilidades, Europa se encontraba en plena segunda revolución industrial. Las sucesivas innovaciones técnicas hacían surgir cada vez más fábricas en las ciudades, cuya productividad se disparó hasta niveles nunca vistos. Una evolución aprovechada en cada nación a favor de la carrera armamentista en curso.

Modernizar la maquinaria industrial para alimentar la guerra

“La única manera de abolir la guerra entre los pueblos, es aboliendo la guerra económica”, decía Jean Jaurès, diputado y socialista francés, quien trató a toda costa de impedir la guerra. Postura por la cual fue asesinado por un nacionalista el 31 de julio de 1914, en pleno recrudecimiento de tensiones a nivel internacional. El día después, Francia decretó la movilización de sus tropas y el 4 de agosto, junto a Reino Unido, declaró la guerra a Alemania que acaba de invadir a Bélgica.

Una cadena imparable de reacciones que se explica por las coaliciones geopolíticas, pero también por los viejos rencores entre dirigentes. En 1871, Alemania había arrancado a Francia los departamentos de Alsacia y Lorena tras vencer a las tropas imperiales de Napoleón III.

En los años siguientes, las autoridades francesas se empeñaron a alimentar el espíritu de venganza en contra del vecino germánico. Bajo la promesa de recuperar a la región perdida, una intensa propaganda ganó a todos los estratos de la sociedad, incluso a los científicos e intelectuales. “La lucha iniciada contra Alemania es la propia lucha de la civilización contra la barbarie, todos lo sienten, pero nuestra academia tiene una autoridad particular para decirlo”, dijo el filósofo francés Henri Bergson en agosto de 1914 frente a la Academia de Ciencias Morales y Políticas. “Cumple un simple deber científico al señalar la brutalidad y el cinismo de Alemania, su desprecio de cualquier justicia y verdad, en una regresión al estado salvaje”, añadió.

Un discurso dominante impulsado desde las altas esferas del Estado con el fin de preparar el terreno para un enfrentamiento inevitable con el « enemigo », cuya derrota era considerada evidente frente a la potencia nacional, presumida en todos los aparatos de propaganda. Una potencia impulsada por la fuerza industrial que debía que llevar el país a una pronta victoria.


Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses con máscaras para protegerse de los gases tóxicos en las trincheras, en 1917. © Bibliotheque nationale de France




Tanques franceses de la marca Renault, en 1918. © Bibliotheque nationale de France



Ametralladora en acción, en 1915. © Bibliotheque nationale de France




Submarino alemán, al momento de rendirse, en 1918. © Bibliotheque nationale de France




Soldados franceses, en 1914. © Bibliotheque nationale de France

En el momento de la movilización de las tropas, muchos soldados pensaban regresar a sus hogares antes de la Navidad de 1914. Una ilusión compartida por los dirigentes de ambos bandos, convencidos de tener una superioridad aplastante sobre el otro.

En agosto, al estallar la guerra, el ejército francés demandaba una producción diaria de 10.000 proyectiles de artillería. A finales de septiembre, exigía diez veces más. Después de unos enfrentamientos que se inscribían en una clásica guerra de movimientos, el frente se estancó. Al tiempo que los combates se intensificaban cada vez más y requerían más recursos, los protagonistas se disparaban entre sí desde distancias muy cortas, a veces metros, desde unas trincheras que se convirtieron en las tumbas de millones de combatientes.

Con el fin de alimentar la maquinaria, aceleraron la producción. En Francia, más de 15.000 empresas se pusieron al servicio de la defensa nacional mientras que las autoridades planteaban una reorganización casi total de la economía debido a la ocupación alemana. Al volver inaccesibles las fábricas y yacimientos del norte y este del país, las tropas imperiales alemanas privaron a Francia del 75 % de su carbón y del 63 % de su acero.

Lluvia de bombas responsables de una asombrosa cantidad de muertes y desapariciones

A marchas forzadas, la nación gala reorganizaba su industria, pero también la modernizaba. Una innovación técnica pensada en función de la guerra, nutrida por la competencia entre contrincantes, que representó un salto sin precedentes, en desmedro de los soldados, arrasados por cientos de miles precisamente gracias a este progreso armamentístico.

En primera línea, los soldados enfrentaban aguaceros de bombas. Se estima que murieron entre 8,5 y 10 millones de militares durante la Primera Guerra Mundial. Dentro de este balance trágico, millones de desaparecidos o cuerpos que nunca pudieron ser identificados debido a la intensidad de estos combates marcados por estas nuevas armas. En el Osario de Douaumont, en el noreste de Francia, se encuentran los restos de 130.000 personas sin identidad, tanto franceses como alemanes, caídos en la batalla de Verdún.

Verdún fue el infierno en la tierra. Símbolo de la barbaridad de este conflicto, los diez meses de combates dejaron más de 300.000 muertos, causados en su gran mayoría por la artillería. En los momentos más caóticos, un proyectil caía cada tres segundos. En total, más de 53 millones fueron disparados en este campo de batalla convertido en cementerio. La ofensiva alemana fue detenida, pero nadie ganó realmente esta batalla trágica.

El avance tecnológico no se limitó al campo de las municiones. Al iniciar las hostilidades, el mariscal Ferdinand Foch, un emblemático comandante de las fuerzas armadas francesas, consideraba los aviones como un deporte. Cuatro años más tarde, los aparatos bombardeaban a París, junto a cañones de alcance cada vez mayor y los zepelines.

Aunque los combates más violentos ocurrieron en Francia, cabe recordar que el conflicto fue planetario. En los mares y océanos, los submarinos sembraban el terror. La armada alemana no dudaba en atacar barcos civiles. Una guerra marítima muy avanzada para esta época, que los Aliados se tardaron en contrarrestar.

Ametralladoras, lanzallamas, granadas e incluso gases tóxicos, como el “gas mostaza”, fueron nuevos elementos que hicieron más cruentos los combates y aún más insoportables las condiciones de los soldados en las trincheras. Un verdadero giro industrial, que masificó la tecnología de la muerte a una escala sin precedentes y preparó el terreno para las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial.

En 1917, agotados, aniquilados, los motines florecieron entre los batallones de soldados. La revolución en curso en Rusia estaba en las mentes, pero la ‘carnicería’ a la cual les mandaban los generales también. Unos 600 combatientes franceses fueron fusilados por “desobediencia militar”. Refiriéndose a los dirigentes los amotinados cantaban en sus trincheras: “Si para ellos la vida es rosa, para nosotros no es lo mismo. En lugar de esconderse de todas estas emboscadas, que vengan a las trincheras, para defender sus bienes, pues nosotros no tenemos nada.”

La ‘Gran Guerra’ no solo fue una gran carnicería. Pese a que los franceses estaban convencidos de que sería la “última de las últimas” solo fue el preludio de otra gran confrontación, mucho más extensa y costosa en vidas militares y civiles: al firmarse el armisticio, con las humillantes condiciones impuestas a Alemania, se puso la semilla de la próxima gran conflagración mundial. Veintiún años después, cuando Hitler desató la Segunda Guerra, la industrialización de la muerte había llegado a su apogeo.

sábado, 30 de junio de 2018

Japón Imperial: De la Restauración Meiji a Silicon Valley


Japón tuvo una guerra por talentos hace un siglo. Silicon Valley puede aprender de eso

Por Oliver Staley | Quartz

La lucha para contratar a los mejores y más brillantes está transformando negocios, y particularmente compañías de tecnología, en todo el mundo. Está presionando a las compañías para que ofrezcan beneficios antes inauditos, reconsideren sus identidades corporativas y aumenten sus salarios hasta el punto en que está creando crisis de vivienda en Seattle y San Francisco.

La guerra por el talento está impulsada por un temor existencial entre los ejecutivos que temen que el futuro de su empresa se vea comprometido sin el acceso a las mejores mentes.

La historia muestra que pueden tener razón para preocuparse. En un nuevo estudio ambicioso y fascinante, los economistas rastrearon la evolución de cientos de empresas en la industria de hilado de algodón de Japón desde 1883 hasta 1914. Basándose en registros riquísimos y detallados, los investigadores mostraron que las empresas que crecieron y prosperaron sacaron lo mejor de su talento, tanto en adquirirlo y desplegarlo en los primeros puestos de gestión. El estudio fue publicado como un documento de trabajo por la Oficina Nacional de Investigación Económica, y aún no ha sido revisado por pares.

Después de la Restauración Meiji de 1868, Japón emergió de siglos de feudalismo para convertirse en la única nación industrializada de Asia oriental en el siglo XIX. La hilatura del algodón, que ayudó a lanzar la revolución industrial en Europa y EE. UU., se convirtió en una industria importante en Japón.

El estudio, realizado por Rajshree Agarwal y Serguey Braguinsky de la Universidad de Maryland y Atsushi Ohyama de la Universidad de Hitotsubashi, documenta la historia de 90 empresas de hilado de algodón y sus empleados, y se encontró que siete de estas empresas se convirtieron en “centros de gravedad”, su término para empresas que crecieron y prosperaron a través de la innovación y adquisiciones de rivales.

La clave de su éxito fue la capacidad de atraer el talento de ingeniería que comenzaba a surgir de las nuevas universidades y escuelas de comercio niponas. En el transcurso del estudio, la proporción de ingenieros con educación universitaria en los siete centros de gravedad "creció de aproximadamente 45% a más del 75%, y su porcentaje de ingenieros educados en escuelas técnicas creció de aproximadamente un tercio a casi el 70% de el grupo total de talentos en la industria ".

Los investigadores lograron establecer una línea directa desde la incorporación del talento de la ingeniería al éxito financiero: las empresas que duplicaron el número de ingenieros que contrataron crecieron un 19% en los siguientes tres años.

Las empresas exitosas no solo contrataron talento, sino que lo incorporaron dentro de su liderazgo. Las empresas del centro de gravedad se basaron en un modelo de liderazgo compartido, donde las decisiones fueron tomadas por dos o más altos ejecutivos. Mientras que las compañías tradicionalmente japonesas de la época eran dirigidas por miembros de familias mercantiles ricas, las compañías más exitosas rompían con las convenciones y promocionaban a los ingenieros y administradores con educación universitaria en sus rangos superiores basados ​​en el talento, no en la familia.

En última instancia, el capital humano -el conocimiento, las habilidades y la creatividad del trabajo- fue la diferencia en el crecimiento de las empresas y la evolución de una industria. Las siete empresas del centro de gravedad "alcanzaron el dominio, ante todo, gracias a su acumulación de talento superior".

La evolución de la industria tecnológica está siguiendo la misma trayectoria, con empresas más pequeñas que se quedan atrás o son engullidas por los grandes centros de gravedad de la costa oeste de Estados Unidos: Google, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple. Hay diferencias obvias, por supuesto, pero al igual que en Japón hace más de un siglo, lo que separa a los ganadores de la tecnología de los perdedores comienza con el talento.

martes, 28 de octubre de 2014

¿Cuántos (millones) murieron en la gran Hambruna china?

¿Cuánta gente murió en la Gran Hambruna de China?
por Mao Yushi



Hay un misterio en China desde hace décadas: ¿cuánta gente murió durante la Gran Hambruna en China?
Es casi imposible determinarlo. Algunos historiadores lo llaman el peor desastre humano en la historia causado por los hombres, matar una de cada ocho personas en algunos lugares. Pero la discusión acerca mucho de lo que sucedió durante esta época es activamente reprimida en China. De hecho, a este periodo se le llama “Los Tres Años de Desastres Naturales” ahí, y la discusión sigue siendo algo prohibido.
 Como un economista y un ciudadano preocupado, he estado buscando la verdad. No solo hay lecciones históricas y económicas importantes que deberíamos aprender de este episodio, la continua censura del pasado que impone el gobierno chino ayuda a perpetuar el autoritario sistema político que impera en el país.
También es importante entender esto porque la Gran Hambruna fue causada por errores humanos evitables, no por desastres naturales inevitables.
Los problemas empezaron en 1949 cuando el Partido Comunista llegó al poder. Poco después, el Gran Salto Hacia Delante de Mao intentó modernizar el sistema agrícola de China. Pero muchos agricultores fueron incapaces de cultivar suficientes alimentos para ellos luego de darle una porción considerable de este al gobierno.
Esto condujo a una hambruna masiva alrededor del campo en el país. En ese entonces, yo recién había cumplido 30 años y estaba trabajando en el Instituto de Investigaciones Ferroviarias. Recuerdo que nuestra cancha de básquetbol había sido transformada para cultivar trigo.
Eventualmente, fui denominado un “derechista” y perseguido, junto con miles de otros. Fuimos removidos de nuestros puestos y enviados al campo para ser “re-educados”. Fui reducido a la forma más mísera del ser humano, constantemente perseguido por la pesadilla que nunca podía dejar a un lado: el hambre.
Habían 700 personas en un la pequeña aldea donde me hospedé durante este periodo. Alrededor de 80 a 90 personas morían de hambre o enfermedades relacionadas antes de que terminara la hambruna en 1961.
Incluso el día de hoy, la gran mayoría del pueblo chino no está consciente de los impactos reales de la Gran Hambruna. Los investigadores debaten el número de personas muertas, estimando que esta cifra se ubica en cualquier lugar entre 18 millones o incluso más de 42 millones. El cálculo oficial del gobierno chino se ubica alrededor de los 20 millones.
He estado investigando esta pregunta. Según el propio anuario estadístico del gobierno chino, la población de China estaba creciendo continuamente hasta fines de 1958. Si seguimos esta tendencia del crecimiento, la población debería haberse ubicado entre 711,18 millones para 1962, en lugar de 658,59 millones, una diferencia de alrededor de 52 millones de individuos.
No podemos, sin embargo, simplemente decir que el Gran Salto Hacia Delante mató a 52 millones de personas. Aunque millones se murieron de hambre, ese número también incluye a las mujeres que no tuvieron hijos y bebés que nunca nacieron. Si sustraemos los bebés que hubieran nacido, utilizando las tasas promedio de mortalidad y fertilidad del periodo, el número de muertes anormales durante la Gran Hambruna fue de 36 millones.
Si esta cifra es la correcta, la Gran Hambruna mató aproximadamente las misma cantidad de personas que la Segunda Guerra Mundial. Esto es el equivalente a la Masacre de Nanjing en cada una de las 30 capitales provinciales de China, multiplicado por cinco.
“El pueblo chino fue engañado”, Jo Lusby, director de las operaciones en China de Penguin, le dijo al diario The Guardian. “Ellos necesitan una historia verdadera”. Esa es mi misión—responder las preguntas que muchas veces no se nos ocurre plantear.