Luis
de Orleans y Bragance recorrió la capital bonaerense a comienzos del
siglo XX. Asistió al Museo de Ciencias Naturales y presenció una
identificación dactiloscópica hecha por Juan Vucetich. Advirtió sobre la
falta de proyección del puerto y la escasez de población
De la noche a la mañana, alzar allí una ciudad destinada, en sus pensamientos, a convertirse en rival de la metrópoli que les habían quitado.
Hechas estas reservas, no tengo dificultad alguna en adherirme a la opinión del publicista que cité con anterioridad. Si
las manzanas se llenaran de casas de habitantes, no hay duda de que La
Plata se convertiría en la ciudad más bella de la Unión. Pero
me parece que este “si” representa a la mas improbable de las hipótesis.
No se improvisa así, de la noche a la mañana, una gran ciudad, a una
hora de distancia de una capitan que tiene un millón de habitantes. La
Plata se poblará… el día que Buenos Aires, en su frenético desarrollo, extienda hasta allí sus suburbios.c
Para
rescatar su concepción embrionaria, los fundadores de la ciudad se
aferran con desesperación a las últimas tablas de salvación. Se habla de
ampliar el puerto de “La Ensenada”,
a cinco kilómetros de aquí, de unirlo, mediante trabajos gigantescos,
al de Buenos Aires. Pero, además de que estos trabajos supondrían un
gasto formidable, el nuevo puerto presentaría los mismos inconvenientes
que el de la capital. El porvenir no está allí, sino en
Bahía Blanca o en Rosario, puertos profundos y seguros, hacia donde,
tarde o temprano, se volcará todo el movimiento marítimo de las costas
argentinas. Se habla también de crear una zona franca alrededor de la
ciudad. Idea excelente, en teoría, pero que en la práctica requerirá
todo un servicio aduanero de los más difíciles de asegurar.
Luis Felipe De Orleans y Bragance
Por el momento, La Plata sigue en estado de mito -y sólo la administración prospera-, con sus pomposos edificios,
melancólicamente erguidos, como las pirámides de Egipto, en medio del
desierto. Palacio de Gobierno, palacio de la Legislatura, Dirección de
Escuelas, de Correos, Municipalidad, servicios hidráulicos y de
vialidad: los platenses, sin duda para consolarse por la falta de casas
particulares, se aprovechan a más y mejor. En esta extraordinaria ciudad fantasma hay bibliotecas y teatros, hipódromos y asilos de indigentes, sanatorios y observatorios… Todo es vasto y lujoso, ultramoderno…
pero tan desprovisto de lectores, de comediantes, de caballos como de
indigentes, de enfermos y de astrónomos. Incluso los funcionarios a
quienes se les ha asignado estas suntuosas residencias prefieren vivir
con modestia en Buenos Aires.
Si
las manzanas se llenaran de casas de habitantes, no hay duda de que La
Plata se convertiría en la ciudad más bella de la Unión.
Así pues, tomado el café, se nos conduce inmediatamente al edificio de la Policía,
para asistir luego al desfile impecable de la guardia municipal,
precedida por su banda y por el escuadrón de la gendarmería volante de
la provincia.
El método de Vucetich
Después pasamos a la oficina de Vucetich.
El señor Vucetich, director del Servicio Antropométrico de la
provincia, es el inventor de un nuevo sistema de identificación: la dactiloscopía.
La
dactiloscopía tiene us base en la diversidad infinita de dibujo que
presentan, para cada individuo, las impresiones de los diez dedos. La
idea de utilizar las impresiones para la identificación procede de un
inglés, Francis Galton, que fue el primero en aplicarla, en el imperio
indio. El mérito de Vucetich consiste en haber simplificado el método, de una manera genial,
al establecer que las impresiones digitales pueden clasificarse en
cuatro grupos, absolutamente distintos, según la disposición de las
líneas que las componen. Para los pulgares, Vucetich designa los cuatro
grupos con las letras A,I,E, V; para los demás dedos, con las cifras 1,
2, 3, 4. Así, las impresiones digitales de un individuo se designan con
dos letras y ocho cifras. El número de combinaciones es tan considerable
que resulta materialmente imposible que dos individuos puedan tener
designaciones idénticas.
Pero pasemos a la práctica. Por orden de Vucetich traén a un detenido que acaba de llegar, uno de esos atorrantes,
italianos en la mayoría de los casos, vagabundos, ladrones y quizás
asesinos, que la policía apresa en abundancia, durante sus semanales
redadas, en los barrios de mala fama de Buenos Aires. Nuestro moderno e
inofensivo Torquemada se adueña del malviviente, le hace poner las dos
manos sobre una placa recubierta de tinta de imprenta, para luego
tomarle, una a una, las impresiones de los diez dedos sobre una hoja de
papel blanco.
El Bertillón sudamericano lee estas impresiones
como vosotros y yo leemos el diario o el difunto Champollion, los
jeroglíficos egipcios.
El porvenir no está allí,
sino en Bahía Blanca o en Rosario, puertos profundos y seguros, hacia
donde, tarde o temprano, se volcará todo el movimiento marítimo.
“A1342
- V2412”, dice el sabio. Detrás de nosotros están los prontuarios
judiciales. Un armario contiene las letras A (de la mano derecha), una
caja las series 1111 a 1414. “Ni siquiera necesito de la mano
izquierda”, nos dice al instante el amable Argus de la provincia, “aquí
está”. Y nos tiende un prontuario que lleva la identificación “A1342 -
V24142 y el nombre: “Henrique Civelli”. “¿Cómo se llama?, le pregunta al
individuo. “Henrique Civelli”, responde el atorrante con uno de esos
acentos cantarinos que denuncian al napolitano a cien metros de
distancia. La demostración queda hecha.
No es esta la única
utilidad del sistema. Sería necesario agregar un consejo al manual del
perfecto ladrón: “Cuando trabajes, no coloques nunca tus manos sobre una
superficie lisa, sobre todo si antes de actuar no te las lavaste. Si lo
haces, sería lo mismo que dejar tu tarjeta de visita”. Incluso si la
impresión es invisible, Vucetich o sus émulos lo harán aparecer con la
ayuda de procedimientos químicos recientemente inventados. Y como la
denominación es de las más sencillas, no está lejano el día en que todas las policías del mundo intercambien archivos con identificación digital de todos los delincuentes de sus respectivos países.
Un museo para no perderse
De la oficina de Vucetich pasamos a los bomberos,
movilizados un minuto y veinte segundos después de sonar la alarma;
después al jardín público, magnífico e inútil, ya que en él no se
encuentran por el momento ni soldados ni niñeras; luego vamos a la
Asistencia Pública, a la Universidad… Pedimos compasión. Pero todavía
queda el Museo.
Los
museos, en general, me inspiran un saludable temor,m sobre todo en
países que como la Argentina, que carecen, por así decirlo, de pasado y
quieren, cueste lo que costare, crearse uno a partir de cualquier
fragmento, un pasado flamante, podría decirse. Pero yo había olvidado
los tiempos prehistóricos.
¿Os gustan los tiempos prehistóricos? ¡Cómo nos envejecen! Si es así, id al Museo de La Plata.
Por escasas que sean vuestras apetencias antropológicas, etnológicas,
geológicas, mineralógicas, paleontológicas, arqueológicas… encontrareis
allí con que satisfacerlas. Veréis plantas fósiles de la formación
carbonífera o de la época mesozoica, moluscos de las edades silúricas,
peces y cangrejos de la época terciaria, vestigios de la edad de piedra,
de la vajilla y de las armas de gentes que ni vosotros ni yo habríamos
podido conocer. Pero con quienes los eruditos alemanes, encargados de
estos estudios por iniciativa del juicioso eclecticismo internacional
del gobierno, viven en la más conmovedora intimidad.
Imagen del Museo de Ciencias Naturales en el Paseo del Bosque en sus primeros años de vida
Os
codearéis allí con los dasipontes, los hoploforos, los dacdicuros, los
milodontes, los megaterios, los trigodontes, los tocodsontes y todos los
demas mamíferos gigantescos, de nombres repulsivos, que sin duda
encontraron a la tierra demasiado pequeña para sus retozos y prefirieron
desaparecer. Admiraréis allí al tatuajes del tamaño de un buey y osos
de las cavernas que harán palidecer de envidia a los del Museo de París,
ballenas fósiles y elefantes extraordinarios. ¿Sabíais que en esos
remotos tiempos, tan remotos que el solo pensarlo provoca vértigo, las
pampas de la Argentina, en epecial las de la Patagonia, contenían más
elefantes que las selvas africanas o las junglas de Ceilán en la
actualidad?
Por último, veréis también, empleado a sueldo, de la
más moderna de las repúblicas, al tipo del sabio neolítico,
representante también él de otra época, cuya labor sin tregua de toda la
vida recibirá quizás la consagración, en caso de éxito, de una de las
pocas líneas en la Larousse o alguna otra enciclopedia.
El principe se maravilló con las colecciones del museo platense
Y
si todo esto os fastidia -en los detalles- podréis al menos soñar con
el origen de los mundos, con el caos primitivo, con las grandes
convulsiones geológicas, a través de las cuales se elaboran lentamente
los tipos actuales de la vida, y remontar así, escalón por escalón,
período por período, hasta el principio creador de todas las cosas. Y
descansar un momento, en medio de los esqueletos y de los fósiles, de
las absorbentes cuestiones del precio de la hectárea, del cálculo de la
cosecha o de la intervención federal de las provincias.
*El presente texto fue publicado originalmente en Sous la Croix-du-Sud, París en 1912 y luego traducido para el libro La Plata vista por viajeros, compilado por Pedro Luis Barcia.