Speedwell. El naufragio de los piratas británicos que precedió a la fundación de Mar del Plata
En 1742, antes de la llegada de los jesuitas y la fundación del Puerto de la Laguna de los Padres, un grupo de marinos ingleses padeció mil desventuras hasta que fue capturado.
El 18 de septiembre de 1740 salió de Inglaterra una escuadra con seis embarcaciones a cargo del almirante George Anson rumbo al Pacífico. El objetivo era claro: saquear las colonias españolas de América del Sur.
El MS Wager integraba una escuadrilla de seis barcos que el Comodoro Anson había enviado el 18 de setiembre de 1740 a las colonias españolas del Pacífico, para apoderarse de sus riquezas.
El 14 de mayo de 1741, a causa de un temporal, una de las naves –la fragata Wager– se separó de la flota y naufragó en el Golfo de Penas dentro del archipiélago de Guayaneco, muy cerca de caleta Tortel (Chile). La situación de la tripulación no pudo ser más caótica y penosa, al punto de no poder evitar un motín. Luego de encallar en esa suerte de restinga frente a los desolados cantiles de aquella ribera, se trasladaron a una isla a doscientas millas de Chile. Del naufragio se salvaron los botes, todo el malotaje, armamentos, víveres, una campana de bronce y lo que tenían en cubierta.
La isla les sirvió de refugio. Utilizaron maderas para levantar unas viviendas muy precarias y se dedicaron por completo a reparar las embarcaciones. Por suerte, en el lugar había habitantes indígenas pacíficos que les proporcionaban alimentos. Fue entonces cuando se escuchó un disparo que inició el principio de sus desventuras. El capitán Cheap con su pistola humeante en la mano, le había disparado al oficial Cozens, quien sangraba profusamente por una herida en el pecho. Mientras Cozens se quejaba del dolor, el segundo capitán de la fragata, Pemberton, un sargento de brigada y el carpintero Cummius se juntaron para ponerse de acuerdo y desarmar al capitán Cheap.
Capitán David Cheap. Wikipedia
Por la noche, entre varios hombres encabezados por Pemberton, lograron desarmar y reducir a Cheap. Finalmente, se tomó la decisión de volver a Inglaterra. No había chances de reunirse con la escuadra de Anson: encontrarla en el Pacífico era como buscar una aguja en un pajar. Resolvieron entonces construir una embarcación pequeña con los restos de la fragata Wager, que solo alcanzaban para una balandra pequeña o, a lo sumo, una goleta.
Un largo regreso a casa
Al cabo de cinco meses, el carpintero Cummius armó, en un improvisado astillero, una goleta que bautizaron con el nombre de Speedwell. Fueron cinco interminables meses desprovistos de las más elementales normas de convivencia. Quien llevaba el mando de los trabajos, era el designado capitán Pemberton. Había dispuesto una guardia para mantener vigilado a Cheap y sus hombres. Algunos de ellos se dedicaban a la pesca y a la caza, el resto ayudaba a Cummius en la construcción de la nave y los que quedaban sin tareas, montaban guardia cuidando a Cheap.
El Wager quedó encallado el 14 de mayo de 1741 a 200 millas al sur de Chiloé.
Ese capitán había sido tan malvado en todo el viaje, que todos preferían estar a las órdenes de Pemberton. Cuando terminaron la goleta, se pasaron largas horas observándola. Se sentían dueños de ella, ya que la habían construido con sus propias manos. No pasó mucho tiempo hasta tener todo listo para partir. Pemberton no quería correr riesgos de un motín a bordo. Se decidió que el capitán Cheap y sus oficiales irían en la falúa y en el bote del Wager. El resto, navegarían a bordo de la Speedwell.
Comenzaron su largo retorno siguiendo la línea de la costa hacia el sur. La goleta navegaba extraordinariamente bien, pero su línea de flotabilidad no era la indicada. Era demasiado peso el que movía, y si el mar se embravecía, corrían un serio riesgo de hundimiento. Pemberton lo sabía. Decidió volver hacia la orilla y dejar a doce hombres librados a su suerte.
Mar del Plata a la vista
La navegación diaria se hacía muy difícil. Las existencias de comida se habían terminado y se alimentaban muy mal. En esas condiciones, Pemberton decidió tocar tierra nuevamente y comenzaron a buscar un lugar adecuado para fondear el buque. Finalmente encontraron lo que estaban buscando. Era una costa extraña. Cuando se estaban acercando, podían divisarse con el catalejo gran cantidad de lobos marinos, caballos salvajes, perros cimarrones, cerdos montaraces o pecaríes, lo cual les llamó mucho la atención. Los hombres estaban famélicos, algunos se encontraban sin fuerzas ya. Cuando vieron tanta vida salvaje sin poder resistirse, se tiraron al agua para ser los primeros en cazar algo que llevarse a la boca. Uno se ahogó.
Los tripulantes del Speedwell llegaron a las costas de Mar del Plata en 1742 Ricardo Hogg. Colección César Gotta.
A esta altura ya estaban hartos de comer foca hedionda. De los 43 hombres que partieron de Puerto Deseado, solamente quince se encontraban en buenas condiciones para nadar, mientras que los otros se encontraban con claras muestras de desnutrición y cansancio. Los que siguieron nadando llegaron a la costa y pudieron conseguir alimento y agua. Podían considerarse salvados.
Era un 10 de enero de 1742, cuando la goleta Speedwell llegó a esas playas a una distancia relativamente corta de la costa y a una profundidad de ocho brazas se detuvieron y la denominaron “Bahía del Bajío” por haber coincidido la llegada con una bajamar. Los hombres que se encontraban en la goleta, desenrollaron la baderna para hacer una balsa improvisada que sirvió para desembarcar parte de los tripulantes. Llevaban, además, armas, municiones, implementos para pescar, cuchillos y hachas. El 12 de enero decidieron echar ancla frente a esas costas bravías.
Una vez obtenidas las provisiones, el grupo de tierra se dividió. Se asignó a cinco hombres la tarea de llevar algunos víveres a bordo del Speedwell. El resto, Guy Broadwater, Samuel Cooper, Benjamín Smith, John Duck, Joseph Clinch, John Andrews, John Allen e Isaac Morris, serían los encargados de buscar alimentos en tierra.
Abandonados a su suerte
Al pretender volver a la nave, no pudieron hacerlo por estar el viento al sudeste, temible por su violencia en esta costa. Y luego sucedió lo inconcebible. La goleta levó anclas, se alejó del fondeadero, y se perdió de vista. Era evidente que habían sido abandonados.
Ese golpe inesperado dejó a esos ocho sobrevivientes –los ocho primeros “turistas” de Mar del Plata– en una parte del mundo salvaje y desolada, fatigados, enfermos y desprovistos de víveres. El lugar habitado más cercano del que tenían noticias era Buenos Aires, a unas 300 millas al noroeste, pero estaban por el momento en muy pobre condición para emprender ese viaje.
Los ocho marinos abandonados en la costa marplatense improvisaron un refugio en las cavernas de la barranca costera.Ricardo Hogg. Colección César Gotta.
No tuvieron mas remedio que enfrentar la situación y construyeron un refugio al pie de la barranca, excavando una de las tantas cavernas naturales que había en el lugar, cuya formación de arcilla arenosa lo permitía. Para alimentarse, se dedicaron a la pesca y a cazar pecaríes. A pocos metros tenían un ojo de agua dulce.
Al comienzo de la primavera intentaron dos veces llegar a Buenos Aires para entregarse a las autoridades españolas y terminar así ese calvario. Mientras caminaban sin éxito –prácticamente sin un rumbo fijo– luego de haber recorrido un tercio del camino, retornaron desanimados por no conocer el terreno.
Una tarde, la desgracia ensombreció el razonable equilibrio que habían conseguido, pues al regresar de una de sus acostumbradas excursiones de caza por los alrededores, Isaac Morris y Duck se encontraron frente a un macabro hallazgo: tirados en el piso y sangrando copiosamente de sus gargantas se encontraban muertos Broadwater y Smith. ¡Estaban degollados! Clinch y Allen habían desaparecido... ¡Y la caverna había sido saqueada! Ante estas terribles circunstancias, Cooper, Duck, Andrews y Morris, se sintieron empujados a emprender el proyectado camino a Buenos Aires. Epílogo de una larga desventura
Al día siguiente prepararon las pocas cosas que les quedaban e iniciaron la marcha, seguidos de algunos perros y un par de chanchos. Pero siempre volvían al punto de partida. No estaban seguros de exponerse por la costa, teniendo en cuenta, además, que eran sólo cuatro. No podían protegerse de las amenazas, y así, a un año de haber llegado a esas costas, los náufragos fueron capturados por la tribu del cacique Cangapol quien, después de tenerlos prisioneros por un tiempo, los vendió como esclavos.
El investigador Alberto E. Flugel junto al autor de la nota, Pablo Junco, en la Reducción de Nuestra Sra. del Pilar de Puelches. Gentileza Pablo Junco
Fueron pasando de mano en mano hasta que todos se perdieron de vista. John Duck, que era de raza negra, terminó vendido como esclavo cerca de Córdoba en manos de un acaudalado del norte de Buenos Aires. Cooper, Andrews y Morris años después fueron rescatados por un buque negrero inglés que pasó por Buenos Aires, llamado Grey y más tarde destinados a trabajos forzados en el buque inglés Asia, que estaba en el puerto de Montevideo. Morris pudo embarcar hacia Londres el 28 de abril de 1746, previo paso por Montevideo.
Siete meses más tarde de esta aventura, unos padres jesuitas decidieron instalarse muy cerca de esas tierras y fundar una orden a la que llamarían Nuestra Señora del Pilar de Puelches, lo que más tarde sería el Puerto de Laguna de los Padres, y finalmente Mar del Plata. Pero esa es otra historia…
En la oscura y tensa Europa de 1939, las sombras de la guerra ya se cernían con fuerza. Espías, traiciones y secretos cruzaban fronteras en la penumbra, y en ese mundo incierto, la inteligencia británica buscaba desesperadamente formas de debilitar al régimen nazi. Fue entonces cuando dos experimentados agentes del MI6, Sigismund Payne Best y Richard Henry Stevens, recibieron una noticia intrigante. En la frontera entre Alemania y los Países Bajos, un oficial alemán disidente buscaba negociar la paz con Inglaterra y derrocar a Hitler. La reunión estaba concertada para el 9 de noviembre de ese mismo año en la ciudad fronteriza de Venlo, una localidad holandesa que parecía el lugar perfecto para una operación tan delicada.
Sin embargo, no sabían que estaban caminando directo hacia una trampa letal. La inteligencia nazi había orquestado cada detalle con precisión meticulosa, y Heinrich Himmler, el implacable jefe de la Gestapo, había autorizado la operación con el fin de capturar a estos agentes británicos y conseguir información valiosa. En aquel momento, Best y Stevens eran figuras clave de la inteligencia aliada en Europa, portadores de secretos que podrían comprometer estrategias y nombres cruciales.
Al llegar a Venlo, los británicos esperaban encontrar a oficiales alemanes descontentos que los llevarían a una conversación confidencial, pero en cambio, el destino les deparaba una emboscada. La trampa se desató en un instante: hombres armados de la Gestapo los rodearon y, antes de que pudieran reaccionar, fueron tomados prisioneros. A punta de pistola y en medio de un caos calculado, Best y Stevens fueron obligados a subir a un vehículo que rápidamente cruzó la frontera hacia Alemania. Allí, comenzaron los interrogatorios.
A principios de septiembre de 1939, se organizó una reunión entre Fischer y el agente británico del SIS, el capitán Sigismund Payne Best. Best era un oficial de inteligencia experimentado que trabajaba bajo la cobertura de un hombre de negocios que residía en La Haya con su esposa holandesa.
En las reuniones posteriores participó el mayor Richard Henry Stevens, un agente de inteligencia con menos experiencia que trabajaba de forma encubierta para el SIS británico como oficial de control de pasaportes en La Haya. Para ayudar a Best y Stevens a atravesar las zonas movilizadas holandesas cerca de la frontera con Alemania, el jefe de la inteligencia militar holandesa, el general Johan van Oorschot, reclutó a un joven oficial del ejército holandés, el teniente Dirk Klop. Van Oorschot permitió que Klop asistiera a reuniones encubiertas, pero no pudo participar debido a la neutralidad de su país.
Teniente Dirk Klop
En las primeras reuniones, Fischer llevó a participantes que se hacían pasar por oficiales alemanes que apoyaban un complot contra Hitler y que estaban interesados en establecer condiciones de paz con los Aliados si Hitler era depuesto. Cuando se supo que Fischer había conseguido concertar reuniones con los agentes británicos, el Sturmbannführer Walter Schellenberg, de la sección de inteligencia exterior del Sicherheitsdienst, empezó a asistir a las reuniones. Schellenberg, que se hacía pasar por un "Hauptmann Schämmel", era en aquel momento un agente de confianza de Heinrich Himmler y mantenía estrechos contactos con Reinhard Heydrich durante la operación de Venlo.
En la última reunión entre los agentes británicos del SIS y los oficiales alemanes del SD, celebrada el 8 de noviembre, Schellenberg prometió llevar a un general a la reunión del día siguiente. Sin embargo, los alemanes pusieron fin abruptamente a las conversaciones con el secuestro de Best y Stevens.
Richard H. Stevens (abajo) y Sigismund P. Best (arriba), en 1939
Los nazis encontraron en sus documentos y notas una mina de información sobre las redes de espionaje aliadas y sus operaciones. Las secuelas del incidente de Venlo se sintieron de inmediato: la inteligencia alemana logró debilitar y desbaratar varias células de espionaje británicas en el continente. Pero la Gestapo no se conformó solo con el conocimiento ganado. Al día siguiente, la maquinaria de propaganda nazi se puso en marcha, urgiendo al pueblo alemán y al mundo a creer que la captura de estos agentes confirmaba una conspiración británica para asesinar a Hitler. Fue un recurso perfecto para sembrar desconfianza y presentar al régimen nazi como la víctima de una red global de traición y sabotaje.
Walter Schellenberg
Sin embargo, el verdadero objetivo era mucho más grande y ambicioso: el incidente de Venlo fue uno de los puntos que Alemania utilizó como excusa para justificar la invasión de los Países Bajos en mayo de 1940. Los nazis argumentaron que la neutralidad de los Países Bajos era una fachada, mientras que el gobierno de Londres urdía complots en suelo holandés para asesinar al Führer. Fue una excusa conveniente, aunque absurda, que Hitler utilizó para justificar el avance militar en una Europa que ya comenzaba a ceder a la ferocidad de sus tanques.
Best y Stevens pasaron el resto de la guerra en cautiverio, su misión convertida en un símbolo de la brutalidad de los métodos nazis y un recordatorio de los peligros de operar en un continente plagado de traición y engaños. El incidente de Venlo se convirtió en una de las historias más amargas del espionaje británico en la Segunda Guerra Mundial, una advertencia de que, en un mundo en guerra, incluso los mejores pueden ser presa de la trampa más calculada.
Las
agencias de inteligencia aliadas se asociaron con la US Playing Card
Company para producir mapas de escape diseñados como tarjetas con la
marca Bicycle.Foto cortesía de Bicycle Card Company.
Más de 120.000 soldados estadounidenses fueron capturados por fuerzas enemigas durante la Segunda Guerra Mundial. Aproximadamente
las tres cuartas partes de ellos fueron internados en docenas de campos
de prisioneros de guerra ubicados en toda la Europa controlada por los
nazis. Los prisioneros de guerra estadounidenses, algunos de los cuales se referían en broma a sí mismos como " invitados
" del Tercer Reich, soportaron penurias extremas detrás del alambre de
púas, donde a menudo fueron sometidos a hambre, trabajos forzados y severas palizas .
Según las disposiciones de la Convención de Ginebra
de 1929 , todos los prisioneros de guerra debían recibir un trato
humano, alojamiento y fácil acceso a alimentos y suministros médicos. Por
lo tanto, los nazis permitieron que los prisioneros de guerra
recibieran paquetes de ayuda abastecidos y entregados por miembros de la
Cruz Roja Estadounidense . Los
paquetes de cartón generalmente contenían raciones de alimentos,
suministros de primeros auxilios y otros artículos preciados, incluidos
naipes.
Un
paquete superviviente de tarjetas de mapas de escape en bicicleta
desarrollado por la Oficina de Servicios Estratégicos durante la Segunda
Guerra Mundial. Foto cortesía del Museo Internacional del Espionaje.
Además
de ayudar a los prisioneros de guerra a sobrevivir la vida diaria en
los campos, los paquetes de la Cruz Roja brindaron una oportunidad para
que las agencias de inteligencia aliadas entregaran información crucial (y potencialmente salvadora) a sus compatriotas en el interior. La
Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos y el Ejecutivo de
Operaciones Especiales británico idearon un plan inteligente que
involucraba los naipes que a menudo se incluían en los paquetes. En asociación con la US Playing Card Company , las dos agencias comenzaron a producir mapas de escape disfrazados de tarjetas con la marca Bicycle.
Cada tarjeta modificada constaba de dos capas de papel pegadas entre sí. La capa exterior parecía un naipe estándar azul y blanco, como una reina de diamantes o un as de espadas. Pero en la capa interna y oculta estaba inscrita una parte de un mapa meticulosamente detallado. Por ejemplo, una tarjeta puede haber presentado líneas dobles que indican el recorrido de las vías del tren; otro
podría haber marcado, digamos, un área oculta cerca del campo de
prisioneros de guerra que podría usarse como escondite para pasar la
noche; etcétera. Para
revelar la información secreta, todo lo que un prisionero de guerra
tenía que hacer era sumergir la tarjeta en agua y quitar la capa
deteriorada. Como
piezas de un rompecabezas, las tarjetas podrían encajarse para formar
una ruta de escape integral, que los prisioneros de guerra podrían usar
para planificar su fuga.
Según el Museo Internacional del Espionaje
en Washington, DC, las barajas de cartas alteradas contribuyeron
directamente a la fuga exitosa de al menos 32 prisioneros de guerra
aliados del infame Castillo Colditz “a prueba de fugas” en Alemania. Las escapadas exitosas inspiraron cientos de otros intentos de fuga a lo largo de la guerra.
Muchos de los prisioneros sabían que esta noche era probablemente la última en la tierra. La
prisión de Amiens había sido testigo de muchos asesinatos judiciales y
mucha tortura y brutalidad de la Gestapo, por lo que, a excepción de los
que estaban a punto de morir, las ejecuciones eran rutinarias. La
mayoría de los que murieron dentro de estos muros eran simplemente
patriotas, miembros del movimiento de Resistencia francés, agentes y
gente común que ayudó a su país ocupado contra los alemanes y su propio
gobierno postrado en Vichy. Fueron recluidos en una parte separada de la prisión, el “lado alemán”. El resto de la prisión albergaba a delincuentes comunes.
Fuera de los lúgubres muros de piedra, una amarga noche de febrero se cerraba como un sudario. Los que estaban a punto de morir sabían que no podía haber ayuda, ni parto milagroso. Encerrados
en sus celdas detrás de los gruesos muros de piedra, rodeados por una
guarnición alemana, en una ciudad saturada de policías y funcionarios
colaboracionistas, estaban lejos de ser ayudados. No podía haber una misión de rescate desde el exterior. Además,
la resistencia había quedado muy destrozada en los últimos meses,
infestada de informantes, y aquellos de sus líderes que no habían sido
capturados por la Gestapo o la Milice francesa estaban prófugos o
escondidos.
Era
1944, el año de la invasión aliada, y mucho dependía de la información
procedente de Francia: datos sobre transporte, defensas e incluso la
ubicación de los sitios de lanzamiento de las bombas V-1 alemanas hacia
Londres. El sabotaje efectivo fue paralizado. La mayoría de los transmisores pesados que enviaban información a Londres estaban en manos alemanas. El daño al aparato de resistencia debe haber pasado por la mente de los que estaban a punto de morir. Muchos eran veteranos y entre sus compañeros de prisión había al menos un estadounidense y dos ingleses. Lo peor de todo, uno de los prisioneros franceses era el corazón y el alma de la resistencia de Somme. Si
la Gestapo descubría quién era y lo desmantelaba, toda la red se
derrumbaría y, con ella, la inteligencia previa a la invasión crucial y
la información sobre los misiles alemanes. Los jefes de inteligencia aliados conocían el peligro,
Los
combatientes clandestinos franceses que permanecieron libres eran muy
conscientes de la difícil situación de sus camaradas dentro de la
prisión. Incluso sopesaron la posibilidad de un asalto terrestre armado a los muros de la prisión. Eran
una variopinta colección de comerciantes, médicos, amas de casa,
ladrones, prostitutas y al menos un proxeneta, pero compartían un feroz
patriotismo. Tendrían la oportunidad de ayudar a sus amigos encarcelados, pero no de la forma que imaginaban.
A
medida que se acababa el tiempo, los clandestinos sopesaron los planes y
los prisioneros de Amiens pensaron sombríamente sobre lo que les
esperaba, pensaron en la familia, rezaron y se prepararon lo mejor que
pudieron. Mientras tanto,
en Inglaterra, un hombre notable y una colección notable de
planificadores, pilotos y navegantes estaban preparando una asombrosa
hazaña de armas, nada menos que una fuga aérea cortesía de la Royal Air
Force.
Los asaltantes del ala 140
El
equipo de la RAF dispuesto para la tarea era el ala 140, que comprendía
los escuadrones número 487, de Nueva Zelanda, número 464, australiano y
número 21, británico. Desde
su base aérea en Hunsdon, cerca de Londres, el ala estaba realizando
incursiones "sin balón", ataques contra los sitios de lanzamiento de V-1
alemanes a través del Canal. Estos eran aviadores veteranos; muchos de los tripulantes habían volado literalmente cientos de misiones en los cielos hostiles a través del Canal. Eran muy buenos de hecho. De
hecho, los tres escuadrones serían parte de otros atrevidos ataques,
incluido el ataque a la azotea de marzo de 1945 en el edificio Shell de
seis pisos, sede de la Gestapo en Copenhague. Dejaron el edificio en llamas y se fueron, cubiertos por cazas P-51 Mustang, para cuando los alemanes pudieran empezar a recuperarse. Un
solo avión se perdió a altitud cero cuando chocó contra un edificio,
pero la clandestinidad danesa informó que 151 muertos de la Gestapo y
unos 30 daneses escaparon.
En esta foto de reconocimiento tomada casi directamente desde
arriba de la prisión de Amiens, se pueden ver daños en el muro norte en
la parte inferior derecha. Una
gran parte del muro se derrumbó bajo el impacto de bombas de 500 libras
durante el ataque que tuvo lugar el 23 de marzo de 1944.
Los
mismos escuadrones también atacaron el cuartel general de la Gestapo en
Aarhus, Dinamarca, en octubre de 1944. Esta incursión, como las demás,
fue verdaderamente un asunto aliado. La
tripulación aérea era británica, canadiense, australiana y
neozelandesa, y los Mustang de cobertura procedían de un escuadrón
polaco. El objetivo no
eran solo los alemanes en el edificio, sino especialmente la masa de
expedientes cuidadosamente recopilados sobre miles de daneses.
A pesar del mal tiempo, el raid salió perfecto. Los asaltantes golpearon su objetivo con fuerza, evitando dos hospitales cercanos. Los
daneses, encantados, agitaron el cartel de la V de la victoria ante los
asaltantes, y en la carrera hacia el objetivo, un granjero que araba su
terreno se cuadró y saludó mientras los bombarderos Mosquito de
Havilland rugían hacia la ciudad y pasaban rozando los edificios tan
bajo como 10 pies. La
redada se llevó a cabo sin pérdidas, a excepción de una góndola de motor
abollada y la rueda trasera de un asaltante que quedó en un edificio de
Aarhus cuando el piloto se acercó para devolver el fuego desde una
ventana del edificio. Un
piloto tuvo la experiencia memorable de ver cómo una de las bombas de un
camarada golpeaba su objetivo, salía por el techo del edificio y se
arqueaba con gracia sobre su propio avión.
La operación ultrasecreta Jericó
La operación contra la prisión de Amiens, cuyo nombre en código es Jericó, se había preparado con el más absoluto secreto. Hasta
que se reveló un modelo a escala de la prisión de Amiens en una mesa en
la sala de reuniones, ninguno de los equipos tenía idea de que estaban
programados para la redada más audaz de la guerra, rivalizada solo por
la huelga de Doolittle en Tokio. Con
total naturalidad, su líder, el vicemariscal del aire Basil Embry, le
dijo a la tripulación que se dirigían a hacer agujeros en las paredes de
la prisión en lo profundo de Francia para que los prisioneros que
estaban dentro pudieran correr a un lugar seguro.
Toda
la idea podría haber parecido fantástica viniendo de alguien que no
fuera Embry, pero él llevaba sus credenciales en el pecho. Era un veterano de muchas misiones en peligro. Una vez fue capturado, pero no pudo ser retenido por mucho tiempo. Simplemente mató a sus guardias alemanes y corrió hacia ellos, escapando por los Pirineos. Los
alemanes pusieron una recompensa de 70,000 marcos por él, vivo o
muerto, por lo que voló en misiones posteriores como "Wing Commander
Smith", incluso usando una placa de identificación a tal efecto. Embry era un capataz severo, pero un buen líder, intensamente preocupado por sus hombres. Cuando
una asamblea de oficiales de alto rango lo presionó para que usara el
bombardero en picado Vultee Vengeance, Embry había sido inflexible: "No
seré parte de la muerte de mis hombres en Vultee Vengeance". Y eso fue eso.
Tendrían
que atacar la prisión pronto, dijo Embry, ya que algunos de los
prisioneros estaban programados para ser ejecutados en un futuro
cercano. El grupo se
enfrentaría a un clima miserable, fuego antiaéreo alemán y una nube de
cazas, incluidos los Focke-Wulf FW 190 de los Abbeville Boys. Estos fueron los pilotos que pintaron de amarillo las narices de sus cazas y siguieron al legendario Adolf Galland , que ascendió al puesto de general de cazas. Eran un grupo formidable.
Percy "Pick" Pickard: Un gigante amable
También lo estaba el hombre que estaría al mando del ala durante el ataque. A Embry se le había prohibido liderar, una amarga decepción, pero tenía confianza en el hombre que volaba en su lugar. Percy
Pickard, "Pick" para sus pilotos, era el comandante de ala y él mismo
un veterano histórico de innumerables misiones en los dientes de la
Luftwaffe. Pickard había
sido oficial del ejército de King's African Rifles antes de la guerra,
pero se había transferido a la Royal Air Force. Al final resultó que, él y la RAF estaban hechos el uno para el otro.
Había
estado volando activamente en misiones operativas desde 1940, incluidos
más de 100 vuelos nocturnos a la Francia ocupada, aterrizando pequeños
aviones de enlace Lysander y bombarderos Hudson en pastos para entregar
agentes y suministros. En
1942, lideró los bombarderos que lanzaron paracaidistas que asaltaron la
estación de radar alemana en Bruneval, dispararon contra algunos
alemanes, desmantelaron el equipo y partieron por mar, llevando una
parte vital de regreso a Inglaterra. También
voló en misiones convencionales: derribado en una misión de bombardeo
en el Ruhr, Pickard hizo un aterrizaje forzoso en el Mar del Norte,
donde él y su tripulación se balancearon en un bote de goma, en un campo
minado, hasta que su pequeña nave se alejó y pudieron ser rescatado Pickard
medía más de seis pies y cuatro, pero, sin embargo, era un hombre
gentil que amaba a los animales de todo tipo, desde conejos hasta
serpientes, y en particular a su perro pastor inglés Ming.
Pickard aprieta su pipa entre los dientes mientras está de pie frente a su bombardero De Havilland Mosquito.
Totalmente
serios en su trabajo, profesionales hasta los talones, los hombres del
ala sin embargo tenían un lado ligero, muy en la tradición de la RAF. Visitados
por el rey y la reina en un aeropuerto en el que habían estado
estacionados anteriormente, el rey le preguntó al halagado Pickard el
significado de un rastro de huellas negras de pies descalzos que subían
por la pared del comedor y cruzaban el techo. Pickard,
al darse cuenta de que se había pasado por alto la limpieza adecuada de
paredes y techos, tuvo que admitir que las orugas eran suyas,
levantadas por sus pilotos durante una fiesta especialmente jovial
después de la exitosa incursión de Bruneval, con los pies cubiertos con
betún para zapatos. “Pero, ¿qué”, dijo Su Majestad, “son esas dos manchas especialmente grandes en el centro del techo?”
“Lamento decir, señor”, dijo Pickard, “que esas son las marcas de mi trasero”. Se disculpó, pero él y sus pilotos descubrieron que la pareja real tenía sentido del humor.
El mosquito de Havilland
Los
tres escuadrones del grupo de asaltantes pilotaban el de Havilland
Mosquito, probablemente el mejor cazabombardero de la guerra. La
“maravilla de madera”, como la llamaban, fue construida en gran parte
con madera contrachapada de Canadá y madera de balsa de Ecuador. Sus
piezas se armaron en talleres de carpintería de toda Gran Bretaña:
"todas las fábricas de pianos", se quejó Göring, cuando el Mosquito
demostró ser más rápido que cualquier caza alemán de la época. Luego,
el ensamblaje final tuvo lugar en De Havilland, donde las secciones se
juntaron en moldes de concreto, el pegamento se bombardeó con microondas
para acelerar el secado.
Incluso el primer prototipo alcanzó una velocidad de 392 millas por hora, una velocidad inaudita para el día. El poder del Mosquito provenía de un par de Rolls Royce Merlins, el mismo motor que conducía el Supermarine Spitfire y convirtió un avión ordinario llamado Mustang en una maravilla de largo alcance, el mejor caza monomotor de la guerra. El Mosquito apareció en todo tipo de configuraciones además del bombardero ligero. Volaba
como avión de reconocimiento fotográfico, caza nocturno equipado con
radar, escolta de bombarderos pesados y una versión, armada con
cohetes y un cañón de 57 mm, fue desarrollada para acechar a los
submarinos alemanes. Durante la guerra volaron más de 28.000 misiones, un avión realizó 213 incursiones. Los
mosquitos atacaron Berlín a principios de 1943, desmintiendo el alarde
de Göring de que ningún bombardero británico llegaría jamás a la capital
de la Alemania nazi.
El Mosquito llevaba un aguijón prodigioso. Los aviones que atacarían el penal estaban armados con cuatro ametralladoras y cuatro cañones además de sus cargas de bombas. Se había pensado mucho en esas cargas, y especialmente en cómo se lanzarían las bombas. Dado
que la idea era hacer agujeros en las paredes a través de los cuales
los prisioneros pudieran correr para escapar, y la RAF estaba entrando
en la cubierta, "pies de nada", como lo expresaron los pilotos, los
Mosquito estaban en efecto saltando bombas y usando acción retardada.
artillería en eso. Tuvieron
que mantener una velocidad muy por debajo de la que haría el avión y
tener mucho cuidado para dejar espacio entre las olas para que las
bombas de la ola que tenían delante no explotaran antes de que la
siguiente ola volara hacia las explosiones de las bombas británicas que
tenían delante. . El impacto generado por las bombas también, esperaban los planificadores,
Objetivo perfecto para una incursión de bajo nivel
Una cosa favoreció a los atacantes además de su experiencia y la calidad de sus aviones. El
terreno alrededor de la prisión era relativamente plano y libre de
árboles, casas u otras obstrucciones, lo que hacía posible un ataque a
bajo nivel. Entrarían en oleadas de seis aviones en un frente de unas 100 yardas. Cada avión arrojaría su carga de cuatro bombas a la vez. Si una ola no lograba demoler su objetivo, la siguiente ola la seguiría y la bombardearía. Dado
que las bombas llevaban espoletas de retardo, las oleadas posteriores
debían asegurarse de no seguir demasiado de cerca al avión que las
precedía.
Embry,
Pickard y sus tripulantes sabían que había una posibilidad sustancial
de víctimas civiles dentro de la prisión, pero no había ayuda para eso
si se quería que la fuga tuviera éxito. La clandestinidad francesa también lo sabía, pero estaba lista para ayudar. El puñado de líderes de la resistencia alertados de la incursión solo sabían que si ocurría, sería al mediodía. Reunían
bicicletas, hombres y vehículos cerca de la prisión alrededor del
mediodía todos los días, listos para esconder a los fugitivos y
alejarlos. Incluían un
stock de armas, en caso de que tuvieran que abrir brechas en las paredes
para ayudar a los prisioneros a salir en libertad. También había una gran cantidad de documentos de identidad, robados o falsificados por expertos, muchos con sellos reales.
Los vehículos de motor eran Gazogenes, que funcionaban malhumorados con gas de un artilugio de leña en la parte trasera. Luego bombeó el gas a un tanque de aspecto peculiar colocado en el techo. No
tenían gracia y corrían a un ritmo glacial, pero eran todo lo que
estaba disponible para la población civil francesa y al menos no
atraerían la atención no deseada de los alemanes o la policía de Vichy.
"Solo sígueme, estarás bien"
El
19 de febrero amaneció frío y densamente nublado, con un clima
miserable en el que ningún avión civil se hubiera aventurado jamás. Sin
embargo, la redada fue una oportunidad, impulsada por el ominoso
conocimiento de que más demora, incluso un día, podría significar la
muerte de más prisioneros en Amiens. Una
información aterradora que se pasó a la resistencia indicaba que la
ejecución sería el día 19 y que ya se había cavado una fosa común.
El ataque del ala fue minuciosamente orquestado. El
primer escuadrón, 487 Nueva Zelanda, se dividiría en dos secciones de
tres aviones, cada sección para atacar un lado diferente de las paredes.
Los australianos, también
volando en dos secciones de tres aviones, los seguirían, atacando las
esquinas del edificio principal. Seis
aviones de 21 británicos estaban en reserva, listos para atacar
cualquier cosa que no estuviera destruida o que Pickard ordenara. Orbitaría
sobre la prisión, identificando objetivos que necesitaban más trabajo, y
un Mosquito de reconocimiento fotográfico registraría el daño.
Cada escuadrón estaría cubierto por un escuadrón de corpulentos cazas Hawker Typhoon . El gran Typhoon, descendiente directo del famoso Hurricane, fue diseñado como un interceptor. En
cambio, ganó sus espuelas como un caza de bajo nivel y un
cazabombardero: rápido, armado hasta los dientes, un partido completo
para el Focke-Wulf FW 190 de la Luftwaffe en las altitudes en las que
operarían los Mosquitos.
El teniente de vuelo JA Bradley ajusta el dispositivo de
flotación Mae West del Wing Commander Percy "Pick" Pickard antes del
despegue para el ataque a la prisión de Amiens. Ambos veteranos de numerosas operaciones de la Royal Air Force, los aviadores murieron en acción durante el ataque.
Pickard vigilaría si los prisioneros corrían por las brechas en las paredes, una señal segura de éxito. Pero si, dijo, no había escapados, se ordenaría al Escuadrón 21 que bombardeara la cárcel. “Nos han informado”, dijo, “que los prisioneros preferirían ser asesinados por nuestras bombas que por las balas alemanas”. Era algo que nadie quería hacer, pero 21 estaba sombríamente preparado para golpear el corazón de la prisión. Habría, agregó, un completo silencio de radio, y cualquiera que trajera una bomba a Inglaterra le respondería personalmente. Y cuando alguien preguntó sobre el curso exacto, la respuesta fue la clásica Pickard: “A la mierda el curso. Sólo sígueme, estarás bien.
Los tres escuadrones despegaron en la oscuridad de una mañana miserable. Estaba
nevando sobre el sureste de Inglaterra, pero la meteorología abrigaba
la esperanza de que el clima mejoraría una vez que llegaran a Francia. Al principio, no podría haber sido peor. La
nieve caía a cántaros contra las copas de los Mosquitos, las nubes se
habían reducido a 100 pies más o menos y no había esperanza de mantener
la formación. Varios aviones perdieron todo contacto con los demás, incluido el propio Pickard, y dos Mosquito evitaron por poco la colisión. Cuatro tripulaciones se perdieron irremediablemente y finalmente tuvieron que regresar. No pudieron llegar a la prisión a tiempo para cumplir con el cronograma exacto de la redada.
Otro piloto perdió un motor sobre Francia. Volando demasiado lento para seguir adelante, se deshizo de sus bombas y se dirigió a casa. Golpeado
por fuego antiaéreo en el camino, con solo un brazo y una pierna
trabajando, la sangre manando de su cuello, se aferró sombríamente. Su observador logró darle una inyección de morfina y voló a casa. Milagrosamente, lo lograría. El
resto siguió adelante, volando tan bajo que la propulsión levantó
grandes nubes de nieve, rozando tan cerca de las filas de postes de
electricidad y las hileras de álamos que algunos de los Mosquitos
tuvieron que levantar un ala para evitar la colisión.
Rompiendo los muros de la prisión de Amiens
El ataque se realizó según lo planeado, el avión pasó rozando las paredes mientras subían después de su caída. A
medida que aparecían grandes brechas en las paredes, pequeñas figuras
comenzaron a correr por campo abierto, corriendo por su libertad a
través de las brechas. “Podrías
distinguirlos de los alemanes”, dijo un hombre de la RAF, “porque cada
vez que estallaba una bomba, los alemanes se tiraban al suelo, pero los
prisioneros seguían corriendo como locos”. Las
bombas hicieron estallar varias brechas pequeñas en la pared norte de
la prisión, una grande en la pared sur y un enorme agujero donde se
unían las paredes oeste y norte.
Un
avión dejó caer su carga contra la caseta de vigilancia y la pared y
trepó con fuerza, rozando una especie de figura de gárgola en la pared. Al alejarse, vieron explotar una bomba en la caseta de vigilancia, dos más en la pared.
Algunos miembros de la fuerza de guardia yacían muertos o heridos en su comedor; otros vagaban sin rumbo entre las ruinas. Mientras
tanto, dos presos, uno de ellos un ladrón profesional que forzaba las
cerraduras de los archivadores, estaban ocupados quemando los
expedientes de los presos en la oficina del comandante. Dos
más, uno un ladrón profesional, hicieron una pausa en su huida el
tiempo suficiente para asaltar el cuartel general de la Gestapo,
apuñalar a un guardia, romper la caja fuerte y quemar más montones de
archivos.
Los Mosquitos del Escuadrón No. 487 de la Real Fuerza Aérea de
Nueva Zelanda limpian las paredes de la prisión de Amiens después de
lanzar sus bombas de 500 libras sobre las instalaciones. Las primeras explosiones son visibles, golpeando cerca del muro sur de la prisión.
El
gran escape continuó, los prisioneros por cientos corrieron a las
calles cercanas donde se amontonaron en la flota de Gazogene y
desaparecieron. Algunos, hasta 100, se cambiaron de ropa en camionetas comerciales cuidadosamente estacionadas para ese propósito. Los presos se ayudaban unos a otros sin distinción de qué lado de la prisión procedían. No había delincuentes huyendo del edificio, ni presos políticos, solo franceses. Algunos despojaron a los cuerpos de los guardias de sus uniformes, convirtiéndose instantáneamente en alemanes. Uno, equipado con un bastón blanco, tocó su camino hacia la libertad como un "hombre ciego".
Un
equipo de nueve miembros de la resistencia, incluida al menos una
prostituta, asaltó varias tiendas, liderado por una ladrona profesional
llamada Violette Lambert... al menos ese era uno de sus nombres. Muchos
de su equipo también eran delincuentes profesionales, las mujeres con
bolsas que llevaban debajo de la ropa para recibir su botín. Los hombres llevaban abrigos sobre los brazos, las mangas cosidas cerradas para su botín. El
atuendo robado estaba destinado a vestir a los fugitivos, y el equipo
de ladrones robó tantos artículos que algunos tuvieron que regresar a
sus autos para descargar y regresar por más. Por
fin, Violette vio que uno de los miembros de su equipo estaba siendo
observado de cerca y gritó: “Me robaron el bolso”, y el hombre se
escabulló en medio de la confusión.
Dos días después de la redada, una foto de reconocimiento de bajo nivel revela grandes daños en la prisión de Amiens. La
incursión de la Operación Jericó para liberar a los prisioneros de los
alemanes abrió una brecha en la pared norte de las instalaciones, que se
ve en el centro de la imagen.
Otros prisioneros, no tan afortunados o ingeniosos, fueron recapturados, muchos de ellos heridos o lesionados. Y algunos optaron por no escapar. Un
médico, ileso y capaz de huir, decidió quedarse con los prisioneros
heridos y ayudar a sacar a los heridos que aún estaban atrapados bajo
los escombros de la prisión de Amiens. Otros prisioneros sanos se quedaron con él.
Ocultar a los prisioneros fugados
Otros
fugitivos fueron rápidamente escondidos en casas particulares,
clínicas, burdeles, cualquier lugar para sacar a los presos de la calle
rápidamente. Tres fueron
alojados en un burdel, colocados, dijo la señora, en una habitación
entre dos habitaciones donde enviaba chicas para entretener a los
visitantes de la inteligencia militar alemana, "un sabroso sándwich de
la cárcel de Amiens". La señora era un original en cualquier caso. Rara vez iba a ningún lado sin sus granadas, que de vez en cuando dejaba debajo de los vehículos alemanes. “Financiar fugas con el dinero que los nazis gastan aquí”, dijo, “es uno de mis mayores placeres, el otro es matarlos”. Otros
dos fugitivos que buscaban refugio, uno falsificador y el otro
saboteador, se vistieron con hábitos de monjes y atravesaron Francia de
monasterio en monasterio en compañía de verdaderos sacerdotes.
Esta fotografía tomada por uno de los aviones atacantes del
Escuadrón No. 464 de la Real Fuerza Aérea Australiana muestra una densa
columna de humo que se eleva desde las dañadas alas norte y este de la
prisión de Amiens. Los australianos participaron en la segunda ola de la Operación Jericó, mientras que los alemanes estaban en alerta máxima.
Muchos
prisioneros fugados fueron escondidos en las bóvedas subterráneas de
una clínica privada dirigida por los doctores Poulain, padre e hijo, las
mismas bóvedas que habían usado como refugio para los judíos
perseguidos por los nazis. Las bóvedas fueron difíciles de encontrar, ya que estaban ocultas debajo del primer sótano... la morgue. Otros fugitivos fueron escondidos a plena vista, acostados con la cara vendada, víctimas de un "accidente de tráfico". Otras se convirtieron en “madres embarazadas” cubiertas de cobertores. "¿Cuándo tienen que entregar?" preguntó la Gestapo. Como a las tres de la mañana, dijo el doctor. ¿Por qué entonces?, preguntó el alemán. Nadie sabe, dijo el doctor; pero fue entonces cuando nacieron la mayoría de los bebés. Los alemanes lo compraron todo.
“Red Daddy”: un costoso regreso a casa
El bombardeo salió tan bien que hasta el exigente Pickard quedó satisfecho. En espera para perforar y terminar el trabajo, el Escuadrón 21 escuchó a Pickard llamar, "Papá rojo". Era la llamada para dar la vuelta e irse; sus bombas adicionales no serían necesarias. Y
luego los aviones del ala estaban de camino a casa, rugiendo a través
de Francia casi en tierra, perseguidos por fuego antiaéreo, perseguidos
por cazas de la Luftwaffe. Los
Typhoon rechazaron muchos de los aviones alemanes, y los Mosquitos se
defendieron con su formidable armamento, derribando varios de los
aviones alemanes que los perseguían. El líder del escuadrón Ian McRichie se estrelló en un pasto nevado, parcialmente paralizado, su observador muerto. Sobreviviría, un prisionero herido.
Cuando los asaltantes restantes llegaron al Canal de la Mancha, dispersos y exhaustos, el clima volvió a cerrarse. Las olas grises y las espesas lluvias de nieve redujeron la visibilidad a casi cero. Si se sumergían al amparo de las nubes, la visibilidad desaparecía por completo. Y
luego, cuando los alemanes se alejaron a mitad del Canal y la tierra de
Inglaterra pasó bajo las barrigas de los Mosquitos, Hunsdon envió por
radio instrucciones de aterrizaje, escalonando la altitud de los aviones
para evitar colisiones entre pilotos cansados y aviones dañados. Nadie había descansado en Hunsdon o en el cuartel general de Embry. Todos se maravillaron y oraron. La incursión había sido un éxito, pero nadie sabía cuántos de los Mosquitos estaban volviendo a casa. Los aviones de reconocimiento barrieron Amiens y el camino de regreso a casa de los asaltantes. Ahora los mosquitos estaban regresando, haciendo cola para aterrizar,
Pero Dorothy Pickard lo sabía. Porque Ming, el amado perro pastor de Pickard, se había derrumbado, vomitando sangre. Existía una especie de vínculo sobrenatural entre el hombre y el perro. Ming
siempre se inquietaba cuando Pickard volaba, pero se relajaba cuando su
amo estaba de vuelta en tierra, incluso antes de que su esposa supiera
que Pick estaba de vuelta a salvo. Confiaba en los instintos de Ming. “Pick está muerto”, dijo su esposa. Y fue así. De alguna manera, el sexto sentido de su perro supo que su amo se había ido para siempre.
El artista de combate australiano Dennis Adams capturó el
drama de la Operación Jericó en Invasión de la prisión de Amiens cuando
un bombardero Mosquito se eleva desde el complejo, que está envuelto en
el humo de las explosiones de bombas.
Porque
Pickard se había quedado demasiado tiempo sobre el objetivo, evaluando
los daños en los muros de la prisión y observando cómo sus hombres se
alejaban. Volvió a casa,
fue rebotado, como lo expresó la RAF, por dos Focke-Wulf FW 190, que se
zambulló desde una altitud más alta para compensar la mayor velocidad
del Mosquito. Pickard hizo una pelea, golpeando a un luchador alemán, que corrió a casa. Pero
el cañón del segundo avión de la Luftwaffe arrancó la cola del avión de
Pick y el avión se estrelló contra el suelo y estalló en llamas. Quedaba muy poco.
Los
civiles locales se apresuraron a ayudar, usando palos para tratar de
sacar los cuerpos de Pick y su navegante de toda la vida, el teniente de
vuelo Alan Bradley, pero las llamas eran demasiado altas y las
municiones restantes del Mosquito comenzaron a evaporarse por el calor. Solo
más tarde pudieron recuperar los restos de la tripulación, y uno de
ellos cortó las alas y las cintas de su uniforme de Pickard, con la
esperanza de dificultar cualquier identificación por parte de los
alemanes. Con el tiempo, la chica que se los quitó se los envió a su esposa.
Más de 250 prisioneros salvados
Esta foto, tomada desde el interior de la prisión de Amiens después de la redada de la Operación Jericó, revela graves daños en el complejo. El cruce de las alas norte y oeste de la prisión ha sido alcanzado por varias bombas. El fotógrafo está de espaldas a la gran brecha que se abrió en el muro exterior oeste de la prisión.
Pickard recibió la Orden de Servicio Distinguido y dos Cruces de Vuelo Distinguido durante una carrera ilustre, y muchos pensaron que debería haber recibido la Cruz Victoria para Amiens. Mucho después de la redada, los ciudadanos franceses vinieron a poner flores en las tumbas de Pickard y Bradley; incluso llegaron a eliminar las marcas de las tumbas alemanas y sustituirlas por las suyas.
Ya no estaba y el mundo era mucho más pobre, pero el éxito de la incursión de Amiens era su mejor memorial. La
fuerza de guardia alemana había sufrido mucho, se estima que 20 muertos
y 70 heridos, a pesar de que los alemanes dijeron públicamente que no
tenían bajas en absoluto. Pero
incluso los registros de los propios alemanes admitían que más de 250
prisioneros se habían escapado y no habían sido recapturados. De hecho, el total fue sustancialmente mayor.
Ochenta
y siete habían muerto en el bombardeo y recibieron un funeral masivo
cuidadosamente orquestado por las autoridades francesas. Como
era de esperar, la mansa prensa francesa fustigó a los británicos,
repitiendo cuidadosamente la línea del partido de que la redada fue un
crimen. El funeral fue un
momento triste, pero incluso tuvo su lado positivo, ya que en el cortejo
de uno de los muertos, seis hombres buscados se alejaron piadosamente
del convento donde habían estado escondidos.
Independientemente
de lo que dijera la prensa francesa indolente, la Resistencia francesa y
la mayoría de los franceses lo sabían mejor. Y 15 semanas después del ataque a Amiens, los aliados desembarcaron en Normandía. Era el principio del fin.
Yugoslavos, griegos y otros aliados menores sufrieron daños acordes con su rango étnico en la perversa visión racial nazi de Europa y con el grado de resistencia ofrecido a la ocupación nazi de sus países de origen. El peor trato a los prisioneros enemigos, con mucho, estaba reservado para los enemigos de Alemania que vestían el uniforme del Ejército Rojo. BARBAROSSA vio la captura de millones de prisioneros del Ejército Rojo, luego su inanición deliberada, malos tratos masivos y negligencia maligna por parte de la Wehrmacht. De los 5,7 millones de hombres del Ejército Rojo hechos prisioneros durante la guerra, unos 3,3 millones murieron en cautiverio alemán, la mayoría en los primeros ocho meses de la guerra en el este: 2,8 millones de los primeros 3,5 millones capturados murieron, o 10.000 por día durante los primeros siete meses de la guerra germano-soviética. Unos 250.000 fueron fusilados en el acto.Muchos de los ejecutados eran judíos y comunistas sacados de recintos primitivos para su asesinato inmediato. Los guardias alemanes alentaron a los reclutas campesinos ucranianos y bielorrusos a señalar politruks e identificar a los judíos. El proceso de selección condujo a varios cientos de miles de ejecuciones a fines de 1941. El resto se acurrucó contra temperaturas gélidas en recintos de alambre de púas que quedaron abiertos a los elementos invernales, para dormir en suelo helado sin refugio más allá de la nieve compacta. , y perecer en masa de hambre y virulentas epidemias de campamento. El hambre era tan extensa en los Dulags y Stalags del este (campos de tránsito y detención de prisioneros de guerra, respectivamente) que hubo brotes de canibalismo en algunos. A los prisioneros no eslavos les fue algo mejor que a los eslavos,principalmente debido a las falsas teorías raciales nazis que consideraban a los no eslavos como una clase superior de humanos. Además, los alemanes siguieron una política de exterminio deliberado mediante el hambre de la mayoría de la población eslava de los territorios ocupados. La muerte masiva de prisioneros militares soviéticos bajo su cuidado fue el crimen de guerra más grande de la Wehrmacht, y quizás el crimen de guerra más grave en toda la historia militar: la muerte total de soldados indefensos en manos alemanas solo fue superada por el asesinato masivo de judíos desarmados.El total de muertes de soldados indefensos en manos alemanas solo fue superado por el asesinato en masa de judíos desarmados.El total de muertes de soldados indefensos en manos alemanas solo fue superado por el asesinato en masa de judíos desarmados.
Los alemanes generalmente respetaron las Convenciones de Ginebra con respecto a los prisioneros occidentales, pero se negaron a cumplir sus disposiciones sobre los prisioneros de guerra soviéticos. Entre los primeros experimentos que utilizaron gases venenosos para “exterminar” grandes poblaciones se encuentran los realizados con prisioneros de guerra del Ejército Rojo. A algunos oficiales alemanes les preocupaba que un maltrato tan grave de los prisioneros en el este tuviera consecuencias militares negativas. Y así fue: los hombres del Ejército Rojo lucharon cada vez más desesperadamente, a menudo hasta la muerte, una vez que aprendieron lo que realmente significaba la rendición y el cautiverio alemán. A mediados de 1942, los alemanes también se dieron cuenta de que los prisioneros soviéticos representaban un enorme grupo de potenciales trabajadores forzados. Por lo tanto, incluso después de que cesaron los peores excesos de negligencia maligna durante el invierno de 1941-1942, más prisioneros fueron trabajados hasta la muerte como esclavos. En total,alrededor del 55 por ciento de todos los krasnoarmeets hechos prisioneros entre 1941 y 1945 murieron en manos alemanas. A medida que aumentaban las bajas alemanas en el este hasta 1943, la Wehrmacht buscó reclutar reemplazos militares de bajo nivel y trabajadores de primera línea entre los prisioneros antisoviéticos. Los hombres acordaron servir como "Hiwi" (Hilfswilliger) a cambio de comida y refugio, o unirse a las llamadas "legiones" de combatientes bálticos, cosacos, georgianos o turcomanos como Osttruppen, o servir con las Waffen-SS. Hasta los grandes reveses militares de 1943, los prisioneros del Ejército Rojo permanecían cerca del frente alemán. Al final de la guerra, más de la mitad ya no estaban hacinados en Stalags, sino que trabajaban en granjas, minas o fábricas alemanas, o sirvieron como hiwis con unidades de la Wehrmacht. Durante 1944-1945, el trato alemán a los prisioneros de guerra mejoró a medida que el Ejército Rojo capturó un mayor número de Landser.y el miedo a las represalias aumentó dentro de la Wehrmacht cuando la derrota se avecinaba claramente en el este.