En la oscura y tensa Europa de 1939, las sombras de la guerra ya se cernían con fuerza. Espías, traiciones y secretos cruzaban fronteras en la penumbra, y en ese mundo incierto, la inteligencia británica buscaba desesperadamente formas de debilitar al régimen nazi. Fue entonces cuando dos experimentados agentes del MI6, Sigismund Payne Best y Richard Henry Stevens, recibieron una noticia intrigante. En la frontera entre Alemania y los Países Bajos, un oficial alemán disidente buscaba negociar la paz con Inglaterra y derrocar a Hitler. La reunión estaba concertada para el 9 de noviembre de ese mismo año en la ciudad fronteriza de Venlo, una localidad holandesa que parecía el lugar perfecto para una operación tan delicada.
Sin embargo, no sabían que estaban caminando directo hacia una trampa letal. La inteligencia nazi había orquestado cada detalle con precisión meticulosa, y Heinrich Himmler, el implacable jefe de la Gestapo, había autorizado la operación con el fin de capturar a estos agentes británicos y conseguir información valiosa. En aquel momento, Best y Stevens eran figuras clave de la inteligencia aliada en Europa, portadores de secretos que podrían comprometer estrategias y nombres cruciales.
Al llegar a Venlo, los británicos esperaban encontrar a oficiales alemanes descontentos que los llevarían a una conversación confidencial, pero en cambio, el destino les deparaba una emboscada. La trampa se desató en un instante: hombres armados de la Gestapo los rodearon y, antes de que pudieran reaccionar, fueron tomados prisioneros. A punta de pistola y en medio de un caos calculado, Best y Stevens fueron obligados a subir a un vehículo que rápidamente cruzó la frontera hacia Alemania. Allí, comenzaron los interrogatorios.
A principios de septiembre de 1939, se organizó una reunión entre Fischer y el agente británico del SIS, el capitán Sigismund Payne Best. Best era un oficial de inteligencia experimentado que trabajaba bajo la cobertura de un hombre de negocios que residía en La Haya con su esposa holandesa.
En las reuniones posteriores participó el mayor Richard Henry Stevens, un agente de inteligencia con menos experiencia que trabajaba de forma encubierta para el SIS británico como oficial de control de pasaportes en La Haya. Para ayudar a Best y Stevens a atravesar las zonas movilizadas holandesas cerca de la frontera con Alemania, el jefe de la inteligencia militar holandesa, el general Johan van Oorschot, reclutó a un joven oficial del ejército holandés, el teniente Dirk Klop. Van Oorschot permitió que Klop asistiera a reuniones encubiertas, pero no pudo participar debido a la neutralidad de su país.
Teniente Dirk Klop
En las primeras reuniones, Fischer llevó a participantes que se hacían pasar por oficiales alemanes que apoyaban un complot contra Hitler y que estaban interesados en establecer condiciones de paz con los Aliados si Hitler era depuesto. Cuando se supo que Fischer había conseguido concertar reuniones con los agentes británicos, el Sturmbannführer Walter Schellenberg, de la sección de inteligencia exterior del Sicherheitsdienst, empezó a asistir a las reuniones. Schellenberg, que se hacía pasar por un "Hauptmann Schämmel", era en aquel momento un agente de confianza de Heinrich Himmler y mantenía estrechos contactos con Reinhard Heydrich durante la operación de Venlo.
En la última reunión entre los agentes británicos del SIS y los oficiales alemanes del SD, celebrada el 8 de noviembre, Schellenberg prometió llevar a un general a la reunión del día siguiente. Sin embargo, los alemanes pusieron fin abruptamente a las conversaciones con el secuestro de Best y Stevens.
Richard H. Stevens (abajo) y Sigismund P. Best (arriba), en 1939
Los nazis encontraron en sus documentos y notas una mina de información sobre las redes de espionaje aliadas y sus operaciones. Las secuelas del incidente de Venlo se sintieron de inmediato: la inteligencia alemana logró debilitar y desbaratar varias células de espionaje británicas en el continente. Pero la Gestapo no se conformó solo con el conocimiento ganado. Al día siguiente, la maquinaria de propaganda nazi se puso en marcha, urgiendo al pueblo alemán y al mundo a creer que la captura de estos agentes confirmaba una conspiración británica para asesinar a Hitler. Fue un recurso perfecto para sembrar desconfianza y presentar al régimen nazi como la víctima de una red global de traición y sabotaje.
Walter Schellenberg
Sin embargo, el verdadero objetivo era mucho más grande y ambicioso: el incidente de Venlo fue uno de los puntos que Alemania utilizó como excusa para justificar la invasión de los Países Bajos en mayo de 1940. Los nazis argumentaron que la neutralidad de los Países Bajos era una fachada, mientras que el gobierno de Londres urdía complots en suelo holandés para asesinar al Führer. Fue una excusa conveniente, aunque absurda, que Hitler utilizó para justificar el avance militar en una Europa que ya comenzaba a ceder a la ferocidad de sus tanques.
Best y Stevens pasaron el resto de la guerra en cautiverio, su misión convertida en un símbolo de la brutalidad de los métodos nazis y un recordatorio de los peligros de operar en un continente plagado de traición y engaños. El incidente de Venlo se convirtió en una de las historias más amargas del espionaje británico en la Segunda Guerra Mundial, una advertencia de que, en un mundo en guerra, incluso los mejores pueden ser presa de la trampa más calculada.
El caso de la Reina Hatshepsut: Espionaje y expansión en el Antiguo Egipto
El caso de la reina Hatshepsut: La reina egipcia Hatshepsut (1479-1458 a.C.) utilizó espías para proteger sus rutas comerciales y expandir su imperio.
Introducción
Hatshepsut, una de las figuras más enigmáticas y poderosas de la historia egipcia, reinó durante el período del Nuevo Reino (1479-1458 a.C.). Su reinado no solo fue notable por su duración y prosperidad, sino también por sus innovadoras estrategias de gobernanza y expansión. Una de estas estrategias implicaba el uso de una red de espías para proteger sus rutas comerciales y expandir su imperio. Esta faceta menos conocida de su gobierno revela la sofisticación y el alcance de su administración.
Contexto Histórico y Político
Hatshepsut ascendió al trono en una época en la que Egipto estaba recuperándose de conflictos internos y consolidando su poder. Aunque inicialmente gobernó como regente para su hijastro, Tutmosis III, eventualmente asumió el título de faraón y gobernó como tal durante más de dos décadas. Su reinado se caracterizó por una gran estabilidad política, económica y social, así como por ambiciosas campañas de construcción y comercio.
La Red de Espías de Hatshepsut
Para proteger sus intereses y asegurar la estabilidad de su reino, Hatshepsut empleó una sofisticada red de espías y agentes. Estos operaban tanto dentro como fuera de Egipto, recolectando información crucial sobre movimientos de tribus nómadas, actividades de estados rivales y condiciones de las rutas comerciales.
La red de espionaje de Hatshepsut no solo se centraba en amenazas militares, sino también en la vigilancia económica y diplomática. Los espías eran responsables de monitorear el comercio y asegurar que los tributos y bienes llegaran a Egipto sin interrupciones. También supervisaban la lealtad de los vasallos y funcionarios en las provincias y territorios bajo el control egipcio.
Protección de las Rutas Comerciales
Una de las mayores preocupaciones de Hatshepsut era la protección de las rutas comerciales. Durante su reinado, Egipto mantuvo rutas comerciales vitales con regiones tan distantes como Punt (probablemente la actual Somalia o Yemen), el Levante y Nubia. Estas rutas eran esenciales para la importación de bienes exóticos, como incienso, mirra, ébano, marfil y oro, que no solo enriquecían a Egipto, sino que también eran cruciales para los rituales religiosos y la legitimidad del faraón.
Los espías de Hatshepsut vigilaban estas rutas comerciales y proporcionaban informes regulares sobre las condiciones del camino, la seguridad y posibles amenazas. También recolectaban información sobre los movimientos de las tribus nómadas y bandidos que podrían intentar saquear las caravanas. Esta información permitía a Hatshepsut tomar decisiones informadas sobre cuándo y cómo enviar expediciones comerciales, así como desplegar fuerzas militares para protegerlas cuando fuera necesario.
La Expedición a Punt
Uno de los logros más notables de Hatshepsut fue la famosa expedición a la tierra de Punt. Esta expedición es detalladamente documentada en los relieves del templo de Deir el-Bahari, mostrando el esplendor y la importancia de este viaje. La expedición trajo de vuelta inmensas riquezas y productos exóticos, consolidando la prosperidad del reinado de Hatshepsut.
La organización y el éxito de esta expedición no habrían sido posibles sin una previa y meticulosa recolección de información. Los espías e informantes desempeñaron un papel crucial al proporcionar datos sobre las condiciones en Punt, las rutas más seguras y los mejores momentos para emprender el viaje. Esta red de inteligencia garantizó que la expedición se llevara a cabo sin contratiempos, fortaleciendo el comercio y las relaciones diplomáticas con Punt.
Expansión del Imperio
Hatshepsut no solo se centró en la protección de las rutas comerciales, sino también en la expansión territorial. Durante su reinado, Egipto extendió su influencia hacia Nubia en el sur y consolidó su poder en el Levante. La red de espías jugó un papel esencial en estas expansiones, proporcionando información sobre la fortaleza militar y las debilidades de los territorios objetivo.
Los espías de Hatshepsut también actuaban como diplomáticos, estableciendo contactos y negociando con líderes locales. Estos agentes recopilaban información sobre las alianzas y rivalidades entre tribus y ciudades-estado, lo que permitía a Hatshepsut diseñar estrategias de conquista o alianzas que fueran más efectivas y menos costosas en términos de recursos y vidas humanas.
Espionaje Interno y Control del Poder
Además de su red de espionaje externo, Hatshepsut empleó espías para mantener el control interno y asegurar su posición en el trono. Como una de las pocas mujeres faraonas, Hatshepsut enfrentó considerable oposición de ciertos sectores de la nobleza y el clero. Para contrarrestar esta oposición, necesitaba estar bien informada sobre los planes y conspiraciones que pudieran amenazar su reinado.
Los espías internos vigilaban a los nobles, generales y sacerdotes, informando a Hatshepsut de cualquier actividad sospechosa. Esta vigilancia constante permitió a Hatshepsut tomar medidas preventivas contra posibles complots y mantener la lealtad de sus seguidores. También le permitió identificar y neutralizar a sus adversarios antes de que pudieran actuar, asegurando así la estabilidad de su gobierno.
Legado de la Red de Espionaje de Hatshepsut
El uso de espías por parte de Hatshepsut no solo protegió su reinado y expandió su imperio, sino que también sentó las bases para las futuras prácticas de inteligencia en Egipto. Su enfoque en la recolección y el análisis de información para la toma de decisiones estratégicas demostró una comprensión avanzada de la política y la seguridad nacional.
El legado de Hatshepsut en el espionaje y la inteligencia se puede ver en la continuidad de estas prácticas en los reinados posteriores. Los faraones que la sucedieron continuaron utilizando redes de espías para proteger sus intereses y mantener el control sobre sus vastos territorios. Aunque Hatshepsut es más recordada por sus impresionantes proyectos de construcción y su próspero reinado, su habilidad para manejar la información y utilizarla estratégicamente es un testimonio de su capacidad como gobernante.
Conclusión
La historia de la red de espionaje de la reina Hatshepsut revela una faceta menos conocida pero crucial de su reinado. A través de una sofisticada red de informantes y espías, Hatshepsut protegió las rutas comerciales vitales, aseguró la expansión de su imperio y mantuvo el control interno. Su enfoque innovador y estratégico en el uso de la inteligencia no solo garantizó la prosperidad y estabilidad de su reinado, sino que también dejó un legado duradero en la historia del espionaje y la administración en el antiguo Egipto.
Estos casos muestran que el espionaje ha sido una herramienta importante en la historia, incluso en la Antigüedad, y que algunas de estas misiones podrían recordar a las aventuras de James Bond.
La red de espionaje de Cicerón: En la antigua Roma, Cicerón (106-43
a.C.) utilizó una red de informantes y espías para proteger la República
de conspiraciones y amenazas externas.
Marco Tulio
Cicerón, una de las figuras más emblemáticas de la historia romana, es
conocido por su elocuencia, su filosofía y su papel crucial en la
política de la República Romana. Sin embargo, un aspecto menos conocido
de su vida es su habilidad para manejar una red de informantes y espías,
una faceta que fue vital para proteger la República de conspiraciones y
amenazas tanto internas como externas.
Contexto Político y Social
Cicerón
vivió en una época de grandes turbulencias políticas y sociales. La
República Romana estaba constantemente amenazada por conflictos
internos, guerras civiles y la ambición de individuos poderosos que
buscaban consolidar su poder personal. Durante su carrera, Cicerón se
enfrentó a figuras como Lucio Sergio Catilina, Cayo Julio César y Marco
Antonio, todos los cuales representaban, en distintos momentos, serias
amenazas para la estabilidad de la República.
La Red de Informantes
La
red de espionaje de Cicerón no era una organización formal con
jerarquías claras como podríamos imaginar en la actualidad, sino una
colección de contactos e informantes distribuidos estratégicamente en
diferentes niveles de la sociedad romana. Esta red incluía esclavos,
libertos, senadores, comerciantes y soldados, todos los cuales
proporcionaban a Cicerón información crucial sobre las actividades y
conspiraciones de sus enemigos.
Uno de los métodos más efectivos
de Cicerón para obtener información fue a través de su red de clientes y
patrones. En la sociedad romana, las relaciones de clientela eran
fundamentales; un patrón ofrecía protección y beneficios a sus clientes a
cambio de lealtad y apoyo. Cicerón, con su habilidad oratoria y su
posición social, mantenía una amplia red de clientes que a menudo le
proporcionaban información valiosa.
La Conspiración de Catilina
Uno
de los ejemplos más notables del uso de esta red de espionaje fue
durante la Conspiración de Catilina en el 63 a.C. Catilina, un senador
romano con ambiciones desmedidas, planeaba derrocar el gobierno
republicano mediante una serie de levantamientos y asesinatos. Cicerón,
que en ese momento era cónsul, utilizó su red de informantes para
descubrir y frustrar estos planes.
La información crucial llegó a
través de Fulvia, una amante de uno de los conspiradores, quien reveló
los detalles del complot a Cicerón. Con esta información, Cicerón pudo
interceptar cartas incriminatorias y presentar pruebas ante el Senado,
lo que llevó a la detención y ejecución de varios conspiradores y a la
huida de Catilina. Este episodio no solo destacó la habilidad de Cicerón
para manejar información secreta, sino también su destreza en la
política y la oratoria, al convencer al Senado de la gravedad de la
amenaza.
Espionaje en Tiempos de Guerra
Durante las
guerras civiles que siguieron a la muerte de César, la capacidad de
Cicerón para reunir información fue nuevamente puesta a prueba. Tras el
asesinato de César en el 44 a.C., Roma se sumió en un caos político, y
diferentes facciones luchaban por el control. Cicerón se alineó con el
Senado y los republicanos contra Marco Antonio, a quien veía como una
amenaza para la libertad de Roma.
A través de su red de espías,
Cicerón monitoreó los movimientos de Marco Antonio y sus seguidores.
Informantes dentro del ejército y la administración de Antonio le
proporcionaron detalles sobre sus planes y estrategias, permitiendo a
Cicerón coordinar la resistencia y mantener informados a sus aliados en
el Senado.
Métodos y Técnicas
Cicerón utilizaba varios
métodos para comunicarse con sus informantes y asegurar la
confidencialidad de la información. Las cartas cifradas y los mensajes
codificados eran comunes, y Cicerón a menudo empleaba mensajeros de
confianza para transportar información sensible. Además, las reuniones
clandestinas en lugares seguros eran una práctica habitual para discutir
asuntos delicados sin temor a ser espiados.
La astucia de Cicerón
también se manifestaba en su habilidad para manipular la información
pública. Utilizaba discursos en el Senado y ante el pueblo para lanzar
acusaciones y sembrar dudas sobre sus enemigos, a menudo basándose en
información obtenida a través de su red de espionaje. Este uso
estratégico de la información le permitió influir en la opinión pública y
en las decisiones políticas de manera significativa.
Legado y Consecuencias
El
legado de Cicerón como maestro de la información y la inteligencia se
refleja en la manera en que manejó las amenazas a la República. Su
habilidad para recopilar y utilizar información secreta no solo salvó su
vida en múltiples ocasiones, sino que también jugó un papel crucial en
la preservación temporal de la República frente a sus numerosos
enemigos.
Sin embargo, la dependencia de Cicerón en su red de
espionaje y su inclinación a confrontar a figuras poderosas también
contribuyeron a su caída. En el 43 a.C., como parte del Segundo
Triunvirato, Marco Antonio, Octavio y Lépido lo incluyeron en las
proscripciones, listas de enemigos del estado que debían ser eliminados.
Cicerón fue ejecutado, y su muerte marcó el fin de una era en la
política romana.
Conclusión
La red de espionaje de Cicerón
es un testimonio de su astucia y habilidad como político y orador. En
una época de constantes amenazas y conspiraciones, su capacidad para
manejar información y utilizarla estratégicamente fue crucial para su
éxito y para la protección de la República Romana. Aunque finalmente
pagó con su vida, el legado de Cicerón en la historia de Roma y en el
arte de la inteligencia política perdura hasta hoy, recordándonos la
importancia de la información y la vigilancia en la preservación de la
libertad y la justicia.
The Mapuche Nation, el pueblo originario con sede en Bristol, Inglaterra
El
centro de operaciones de la "lucha por la autodeterminación" de los
mapuches de Chile y Argentina está ubicado desde 1978 en el nº 6 de
Lodge Street, en la ciudad portuaria inglesa. Desde allí abogan por la
causa
En el nº 6 de Lodge Street, Bristol, UK, tiene su sede, desde el año 1978, The Mapuche Nation
"El
día 11 de mayo de 1996, un grupo de mapuches y europeos comprometidos
con el destino de los pueblos y naciones indígenas de las Américas, y en
particular con el pueblo mapuche de Chile y Argentina, lanzaron la Mapuche International Link (MIL)
en Bristol, United Kingdom", explican las autoridades de esta
organización; a saber, Edward James (Relaciones Públicas), Colette
Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de
Voluntarios), Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos),
entre otros.
Reynaldo
Mariqueo –el único mapuche– hace las veces de secretario general
secundado por Dame-Nina Saleh Ahmed, vice secretaria general.
La organización remplaza al Comité Exterior Mapuche que, recuerdan, "opera internacionalmente desde 1978 a partir de su oficina ubicada en Bristol".
El
objetivo perseguido es contribuir al pleno desarrollo de los pueblos
indígenas y, "en última instancia, conquistar el derecho a la
autodeterminación".
Reynaldo Mariqueo es el “werken”, es decir, vocero o representante
Mientras en el sur de nuestro continente, grupos mapuches, como la agrupación Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) o la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), le declaran la "guerra a Argentina y Chile", y protagonizan actos de sabotaje, incendios y amenazas, la MIL explica –en inglés– que "the Mapuche Nation está situada en lo que se conoce como el Cono Sur de Sudamérica, en el área actualmente ocupada (sic) por los Estados argentino y chileno".
"Su
identidad como nación autónoma, unida a la conciencia de ser parte de
una cultura, una herencia histórica y una espiritual diferentes ha
creado un movimiento sociopolítico inspirado en esas aspiraciones
comunes", dice The Mapuche Nation.
EL MAPA DE LA MAPUCHE NATION
El
territorio ancestral mapuche según la organización con sede en Bristol
abarca todo lo que está al sur del Bío-bío (Chile) y al sur del Salado y
del Colorado (Argentina)
Lo
que según el sitio británico es el "territorio histórico ancestral" de
los mapuches abarca la "Pampa and Patagonia of Argentina" y el sur de
Chile. Así lo explican: "La Nación Mapuche está ubicada en el sur de
los territorios que hoy ocupan los Estados de Chile y Argentina –afirma
la MIL–. Hace un poco más de 130 años su territorio ancestral, y el de
otros pueblos originarios aliados, se extendía desde el sur del río Bío-Bío (Chile) hasta el extremo austral del continente, y en Argentina desde los ríos Colorado y Salado hasta el estrecho de Magallanes", agregan.
Y eso no es todo. Para los miembros británicos de la nación mapuche, el territorio ancestral abarca también las islas Malvinas y la Antártida…
Otras actividades del centro de operaciones de Bristol. Aquí, manifiestan contra el gobierno de Chile
En
el mismo documento, fijan el año 1860 como el de la "Gran Asamblea
Constituyente" en la cual "los más notables representantes del pueblo
mapuche" fundaron "un gobierno monárquico constitucional". Y agregan
que, "tras la ocupación del territorio del estado mapuche (sic), la Casa Real de dicho gobierno se estableció en el exilio en Francia, desde donde viene operando de manera ininterrumpida desde entonces".
Curiosamente, a la vez que hacen reivindicación de sus derechos ancestrales y su condición "originaria", los mapuches reconocen una dinastía francesa fundada por la ocurrencia de Orélie Antoine de Tounens (1825-1878), un abogado francés y masón que desembarcó en Chile en 1858 y se autoproclamó Rey de la Araucanía y de la Patagonia.
La
monarquía mapuche en el exilio: el rey, Jean-Michel Parasiliti di Para o
Príncipe Antoine IV, y Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de
Lul-lul Mawidha, a cargo de Asuntos Exteriores
"Tanto
el gobierno monárquico como el pueblo mapuche en su conjunto jamás han
renunciado ni a sus derechos soberanos ni a la restitución de su
territorio ancestral", afirman.
La "monarquía mapuche", entonces, además de ser francesa es hereditaria,
de modo que sobre los territorios de Araucanía y Patagonia han
"reinado" sucesivamente siete soberanos: Gustave-Achille Laviarde o Aquiles I; Antoine-Hippolyte Cros o Antonio II; Laura-Therese Cros-Bernard o Laura Teresa I; etcétera, hasta llegar al actual, Jean-Michel Parasiliti di Para o Príncipe Antoine IV, desde el 9 de enero de 2014.
La organización de Bristol, Reino Unido, tutela los derechos humanos en lo los “territorios mapuches”
La corte de Antonio IV se completa con un "presidente del Consejo del Reino, Su Excelencia Daniel Werba, Duque de Santa Cruz" y con un "miembro del Consejo de Estado y encargado de los Asuntos Exteriores, Su Excelencia Reynaldo Mariqueo, Conde de Lul-lul Mawidha y Caballero de la Orden Real de la Corona de Acero" (y, como vimos, secretario general de The Mapuche Nation en Bristol), entre otros.
El conde Reynaldo Mariqueo, de gira por Europa. Está encargado de las Relaciones Internacionales
Aunque
denuncia "invasión", "genocidio", "represión", "espionaje" y otra larga
lista de supuestos atropellos por parte de los Estados de Chile y
Argentina, la "Nación Mapuche" se pone bajo la protección de un país extranjero y reconocen la dinastía inaugurada por un aventurero.
De
hecho, sus territorios ancestrales fueron puestos bajo protección de
Francia ya en 1860, lo que claramente implicaba establecer una cabecera de playa de una potencia extranjera en la retaguardia de las jóvenes naciones sudamericanas.
Además de estos documentos fundacionales, de las listas dinásticas y de la historia mapuche, en The Mapuche Nation
pueden encontrarse noticias, denuncias y campañas (como una contra el
Tratado de Libre Comercio entre Chile y la Unión Europea).
La “bestia negra” de Malvinas: la historia del militar argentino que todavía despierta terror en las islas
Douglas
Patrick Dowling, alias “El Inglés”, era un mayor del Ejército argentino
al que acusan de violar derechos humanos en los primeros días de la
guerra; dramáticos testimonios
Hay un militar argentino cuyo apellido todavía causa escalofríos en las islas Malvinas. A 40 años de la guerra,
su sola mención afecta a los hombres, mujeres y niños isleños que
lidiaron con él. Algunos aún sufren de estrés post traumático por sus
acciones, que remiten a las peores prácticas de la dictadura. Es la
“bestia negra” de las islas.
Ese militar figura en los legajos de la Conadep y
en al menos dos causas de lesa humanidad. Pasó a retiro en los primeros
años de la democracia y murió en 2000. Pero en las islas es como si no
hubiera muerto. Allí todavía se habla de él en presente. Acaso porque
muchas víctimas aún le temen. Como la niña a la que amenazó con un rifle en la cara.
O los hombres a los que simuló ejecutar. O aquellos a los que golpeó
hasta derribarlos. O al que subió a un helicóptero y le abrió la puerta
lateral, como en los “vuelos de la muerte”. O las mujeres a las que pregonó las bondades de encarar una “solución final”. Todo eso y más, en violación a la Convención de Ginebra.
Si
terminar con los isleños fue su intención real, jamás se sabrá. Porque
ese militar duró apenas cuatro semanas en las islas. Un superior, mano
derecha del general Mario Benjamín Menéndez, ordenó su
regreso al continente, preocupado por sus acciones. Pero la sombra del
militar es, todavía hoy, un obstáculo en el diálogo. Decía llamarse
Patricio Dowling, ser descendiente de irlandeses y detestar todo lo
británico, aunque ese era uno de sus “nombres de guerra” en los centros
clandestinos de detención: “El inglés”.
Su verdadero nombre era Douglas Patrick Dowling y llegó a Stanley con
36 años y rango de mayor del Ejército, en las primeras horas del 2 de
abril, tres días antes de que la ciudad capital de las islas pasara a
denominarse Puerto Rivero y, luego, Puerto Argentino. Desembarcó como máximo responsable de la Policía Militar, aunque su misión real era otra: contraespionaje.
Es decir, detectar a los isleños que pudieran encarnar la resistencia o
pasarles información a las tropas británicas. Pronto quedó claro que
sabía quién era quién, según relatos coincidentes.
Esos testimonios, que LA NACION
recabó en las islas, ahondan en una faceta de la guerra que muchos
prefieren callar u ocultar. Como los relatos de los excombatientes que
afrontaron torturas físicas y psicológicas de un centenar de militares
–estaqueamientos y enterramientos incluidos- y reclaman que la Corte Suprema
tome una decisión. ¿Son delitos de lesa humanidad -y por tanto,
juzgables, como resolvió un Juzgado y una Cámara Federal- o son delitos
comunes y están prescriptos -como sostuvo la Casación Penal-? Ahora los
isleños aportan otra faceta de esas agresiones.
"Cruzaron
la calle, lo puso a papá de rodillas junto a la orilla, le dijo que
había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza,
para ver si se quebraba"
Nicholas Pitaluga
El ejemplo más brutal del accionar del mayor Dowling entre los isleños acaso fue contra una niña que tenía 12 años en 1982, Lisa Watson,
editora hoy del semanario local, Penguin News. Su padre, Neil, había
llamado a los argentinos para informarle que seis soldados británicos
que habían escapado durante el desembarco del 2 de abril estaban en su
casa, dispuestos a rendirse. Poco después, dos aviones Pucará
sobrevolaron su casa y tres helicópteros aterrizaron a su alrededor. Con
los marines ya esposados, Dowling pateó la puerta y obligó a los Watson
a pararse contra la pared. Pero la niña siguió sentada, a pesar de los
ruegos de sus padres y los gritos del militar, que le apuntó con el
rifle y amenazó reiteradas veces con dispararle. Hasta que se dio por
vencido. La niña no se movió del sofá.
“Recuerdo
que Dowling tenía el casco puesto, pero es poco más lo que puedo
decirle. Todo pasó muy rápido, aunque me quedó la impresión de sus
facciones, que era buen mozo, muy limpio. Pero yo era una niña”, contó
Watson a LA NACION.
Los
testimonios coincidieron sobre ese punto. Los isleños describieron a
Dowling como alguien muy preocupado por su apariencia, siempre afeitado y
peinado, que hablaba inglés fluido y que siempre se movía con su
uniforme limpio y planchado, en línea con el testimonio de una de las
víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención El Vesubio,
Hugo Luciani. Lo recordó como “un hombre de cultura, [...] de tener una
voz bien conformada, inclusive por su ropa, su calzado, era una persona
que demostraba tener algún estudio”.
Pronto,
se sumaron otros incidentes. Como el de Robin Pitaluga, quien murió un
par de años después. “Papá tenía un carácter fuerte y se resistía al
adoctrinamiento que querían imponer los argentinos. Una noche escuchó
por radio un mensaje que el almirante Sandy Woodward [máximo responsable
de la flota británica que iba hacia las islas] quería hacerle llegar a
Menéndez para que se rindiera. Así que mi papá se encargó de eso. Poco
después aparecieron los helicópteros”, relató Nicholas Pitaluga.
“Recuerdo que cuando se lo llevaban a papá, mamá les reclamó a los
gritos una constancia porque sabíamos lo que ocurría en la Argentina
cuando los militares se llevaban a alguien. Así que uno de los soldados
le extendió un recibo, como si papá fuera una mercancía”.
En
Puerto Argentino ocurrió lo peor. “Lo trasladaron a la Estación de
Policía en Stanley, donde Dowling lo tomó como un líder de los isleños. Así
que cruzaron la calle, lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebraba. Luego lo pusieron bajo arresto
domiciliario”, relató Nicholas, quien había estudiado el secundario en
Córdoba, donde una de sus maestras había desaparecido. El 2 de abril lo
sorprendió en Buenos Aires, cuando volvía de Nueva Zelanda, donde
cursaba la universidad. Nunca más volvió al continente, aunque sigue en
contacto con sus amigos.
“Algunos militares expresaban abiertamente su interés por ir más lejos -dijo Pitaluga, hijo, a LA NACION-.
Hablaban de una ‘solución final’. Pero otros respetaban el ‘código de
honor’ militar, así que prefiero pensar que las cosas pudieron ser mucho
peor para los isleños. De hecho, Dowling era como [Alfredo] Astiz. Ojalá ambos estuvieran en prisión”.
Como los “vuelos de la muerte”
Dowling actuaba con visos de espectacularidad. También recurrió a los helicópteros cuando buscó a otro isleño, Bill Luxton.
Doce buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa y Dowling se llevó al isleño, a su esposa y a su hijo
adolescente a Puerto Argentino. En pleno vuelo temieron por sus vidas.
Ocurrió cuando les abrieron la puerta del helicóptero sobre el mar, algo
que les recordó a los “vuelos de la muerte” que ya eran conocidos fuera
de la Argentina.
“Ya habíamos tenido un incidente previo, el 2 o 3 de abril, cuando me llevaron detenido a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’,
me dijo Dowling”, recordó Luxton, quien por entonces era funcionario en
las islas. “Después me advirtió que no me metiera en problemas.
‘Tenemos muy malos reportes sobre usted, ándese con cuidado’, y dijo que
tenía informes detallados sobre más de 600 de nosotros. No sé si sería
cierto, pero sí puedo decirle que sabía mucho sobre mí”.
"Me
llevaron a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un
tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”"
Bill Luxton
Luxton no fue el único al que Dowling mencionó esos informes de inteligencia. “Sé todo de usted”, le previno a John Smith,
un marino mercante británico que llegó a las islas en 1958, se enamoró
de una isleña, Ileen, y se quedó. Hoy, octogenario, fue el primer
director del Museo local y autor de varios libros. Es considerado el
máximo historiador local. “Dowling tenía legajos de todos, con
precisiones sobre sus ideas políticas, afinidades y parentescos. Según
él, era el trabajo de diez años, con buena inteligencia”, relató Smith a
LA NACION, en su casa de las afueras de la ciudad.
Poco después, un conscripto comenzó a vigilar sus movimientos. Y con el
paso de los días terminó dándole de comer. “A diferencia de los
oficiales, los soldados pasaban hambre. En la zona oeste de la ciudad
desaparecieron todos los gatos, carnearon un caballo y varias ovejas”.
Dowling repitió su abordaje con un agente de la Policía local hasta el desembarco, Anton Livermore.
“Me relató mi vida. Cuál era mi familia, a qué colegio había ido, mis
trabajos previos. Yo había simulado que no hablaba español, pero él
sabía que había pasado dos años en la Argentina”, rememoró. Para más
precisiones, estudió parte del secundario en Bariloche y conoció de
primera mano cómo actuaba la dictadura. “No dudo que si Dowling hubiera estado más tiempo en las islas, no hubieran quedado muchos isleños”.
El
propio Dowling se encargó de fomentar ese temor entre los isleños. En
ocasiones, de manera deliberada; en otras, sin saberlo. En el Upland
Goose, por entonces uno de los dos hoteles de Puerto Argentino, le
exigió al dueño, Desmond King, que le entregara la mitad de las
habitaciones y le diera de comer a él y a otros oficiales, “por las
buenas o por las malas”.
Fue durante
una de esas comidas en el Upland Goose que Dowling discutió con otros
oficiales argentinos la idea de implementar una “solución final” con los
isleños, mientras que las hijas del dueño, Anna y Alison King, servían
su mesa. Ambas habían estudiado el secundario en Montevideo y hablaban
español, lo que ocultaban. “Dijo que el problema éramos los isleños y
que sin nosotros, Londres no enviaría tropas. Así que lo mejor era
´exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó”, sostuvo Alison. A su lado,
Anna, asintió.
Golpes e interrogatorios
Los
incidentes se sucedieron. Dowling recurrió a los helicópteros para ir a
San Carlos, donde hizo alinearse a hombres, mujeres con bebes en brazos
y niños frente a un galpón. Cuando el gerente de la granja, Allan
Miller, protestó por el maltrato, el militar lo golpeó hasta que el
isleño no pudo levantarse del piso. “Lo golpeó varias veces con
la culata de su rifle o fusil, y cuando estaba en el piso, se puso
detrás suyo, le apuntó a la espalda y empezó a interrogarlo”, detalló su hermano Tim, quien cuida del cementerio argentino en Darwin y del británico en San Carlos desde hace años.
"Decía
que sin nosotros Londres no iba a reaccionar. Lo escuchamos decir que
lo mejor era ‘exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó"
Alison King
Dowling
encaró varios interrogatorios en la estación de Policía en Puerto
Argentino. Así lo hizo con un empleado de Obras Públicas, Philip Rozee, a
quien lo acusó de espionaje, mientras que sus subalternos lo cacheaban,
manoseaban e insultaban. Y también con el contralor del tráfico aéreo
en el aeropuerto local, Gerald Cheek. “Al final de la
‘conversación’, Dowling sacó una pistola y golpeó el escritorio,
exasperado por mis respuestas”, resumió. El primero fue deportado; el
segundo, trasladado a la isla Gran Malvina.
Al
final, sin embargo, los métodos de Dowling resultaron contraproducentes
para los planes argentinos. Los isleños redoblaron su colaboración
clandestina con las tropas británicas, antes y después de su desembarco,
mientras que él fue reenviado al continente el 26 de abril, semanas
antes del desembarco británico en la bahía San Carlos. Así lo ordenó el
entonces secretario general de Menéndez, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve,
quien conocía las islas y a los locales desde los años 70, cuando fue
uno de responsables de implementar en el terreno los “Acuerdos de
Comunicaciones”.
“Bloomer Reeve era
una buena persona y nos cuidó. Sin él, todo hubiera sido peor”, evaluó
el entonces director de la radio local, Patrick Watts.
Él también sufrió los métodos de Dowling y sus acólitos. “Cuando estaban
deteniendo a Cheek, que era mi vecino, para llevarlo a la estación,
protesté y terminé con una pistola en el estómago. Por suerte pasó un
capitán argentino que me conocía y me defendió”. Poco después, fue a
verlo a Bloomer Reeve.
-¿A dónde están enviando a toda la gente?
-¿Qué gente?- recuerda Watts que le respondió el oficial de la Fuerza Aérea.
-¿La van a desaparecer? ¿La van a tirar a la bahía como hacen en el Río de la Plata?
-No seas estúpido. Dame un minuto.
“Adelante
mío, Bloomer Reeve levantó el teléfono”, recordó Watts. “Luego cortó y
dijo una sola palabra: Dowling. Poco después, a Dowling lo trasladaron
al continente”.
Lesa humanidad
Dowling
estuvo asignado a las islas Malvinas hasta el 26 de abril, de acuerdo a
la copia de su legajo del Ejército Argentino que obra en el Tribunal Oral Federal de Santa Fe,
donde también se lo investigó por su participación en crímenes de lesa
humanidad como parte del Destacamento de Inteligencia 122 que actuó en
esa provincia. Dowling falleció, pero otro acusado en ese expediente, el
interventor de facto de la provincia José María González,
terminó condenado a prisión perpetua por homicidio doblemente
calificado en concurso real con privación ilegal de la libertad y
allanamiento ilegal de domicilio.
En el legajo de Dowling consta que se retiró en 1986 con el grado de teniente coronel. A lo largo de su carrera militar, que comenzó en diciembre de 1964, acumuló múltiples apercibimientos y días de arresto. Pero
sus superiores lo definieron como “serio, subordinado, respetuoso y con
capacidad de mando”. Así no lo caracterizó Bloomer Reeve.
El número dos del general Menéndez falleció días atrás con el rango de brigadier. Pero antes confirmó que ordenó la remisión de Dowling al continente. Lo hizo ante el periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, quien conocía a oficial argentino de su anterior paso por las islas y lo entrevistó para el libro “Invasión 1982. La historia de los isleños”.
“Dowling
consideraba a todo isleño como un enemigo. Muchos otros oficiales
jóvenes pensaban lo mismo, pero no tenían poder. Este hombre, en cambio,
era el jefe de Policía. Él tenía ‘el’ poder”, afirmó, antes de relatar
que lo citó a su oficina, le ordenó ser “más cordial” con los locales, y
le recordó que tenía que obedecer las órdenes dadas por un superior,
aunque se las impartiera un oficial de la Fuerza Aérea. Pero Dowling
respondió con “hosquedad”, así que se reunió de apuro con Menéndez y le
pidió que apoyara su decisión de reenviarlo al continente. Tres días
después, Dowling se marchaba de Puerto Argentino, donde todavía lo
recuerdan -y temen- en tiempo presente.
El derribo del vuelo 007: un misil soviético, un avión espía, 269 pasajeros muertos y el mundo al filo de una guerra nuclear
Por
razones desconocidas, el 1° de septiembre de 1983 un Boeing 747 de
Korean Airlines que volaba con destino a Seúl fue derribado por invadir
el espacio aéreo soviético. Murieron todos los tripulantes y pasajeros,
incluido un senador norteamericano. La pelea por los restos del avión,
las acusaciones cruzadas entre las dos potencias y el peligro inminente
de un enfrentamiento atómico
Por Daniel Cecchini || Infobae
El
avión del vuelo 007 de Korean Airlines (HL-7442) en tierra en Hong
Kong, posiblemente pocos días antes de su vuelo final como KAL 007 del 1
de septiembre de 1983
Apenas
se iniciaba septiembre de 1983 cuando el tenso equilibrio de la Guerra
Fría estuvo a punto de explotar en mil pedazos a causa de otro
estallido, el de un avión de pasajeros que por razones que cuarenta años
más tarde siguen siendo desconocidas se desvió de su ruta. Ese fue uno
de los errores -el del piloto del avión civil- que puso al mundo al borde de un enfrentamiento para nada frío, el de una guerra nuclear; el otro fue la decisión apresurada de un comandante militar.
En
los Estados Unidos gobernaba Ronald Reagan y en la Unión Soviética ,el
ex jefe de la KGB Yuri Andropov, llevaba menos de un año a la cabeza del
Soviet Supremo, luego del prolongado liderazgo del interminable Leonid
Brézhnev. La tensión entre las dos potencias venía en aumento desde
principios de ese año, con el convencimiento de los soviéticos de que
Estados Unidos preparaba un ataque con armas nucleares. No se trataba de
una simple paranoia geopolítica, porque Ronald Reagan puso también lo
suyo sobre el tablero.
El
8 de marzo, el presidente estadounidense había pronunciado un discurso
más que encendido, en el cual calificó a la Unión Soviética como el
“imperio del mal” y dos semanas después lanzó una iniciativa de Defensa
Estratégica -que sería popularmente conocida como “Guerra de las
Galaxias”- que consistía en la construcción de un sistema de defensa
espacial capaz de evitar -y responder- cualquier intento de ataque
nuclear contra el territorio de los Estados Unidos. Por su lado, los
soviéticos estaban convencidos de que los norteamericanos preparaban en
secreto una agresión nuclear contra ellos.
Para completar ese cóctel explosivo, se sumaban dos ingredientes imposibles de soslayar: ni Reagan ni Andropov eran líderes que tuvieran mucha inclinación al diálogo diplomático.
Así
estaban las cosas el 1° de septiembre, cuando el vuelo 007 de Korean
Airlines partió del Aeropuerto Internacional John Fitzgerald Kennedy con
destino final en Seúl y 269 personas a bordo: 105 coreanos
(incluidos los 29 tripulantes), 61 estadounidenses, entre los que se
contaba el congresista republicano Larry MacDonald, 28 japoneses, 22
taiwaneses, quince filipinos, catorce chinos, diez canadienses, seis
tailandeses, cuatro australianos, un sueco, un indio, un vietnamita y un
malayo.
Sin saberlo, todos volaban hacia la muerte.
Vista
aérea de la ciudad de Neftegorsk en la isla Sakhalin, la isla más
grande de Rusia, en marzo de 2001. Era un punto particularmente sensible
desde el punto de vista estratégico militar soviético(Laski
Diffusion/Wojtek Laski/Getty Images)
Una ruta despistada
El
Boeing 747 hizo escala en Anchorage, Alaska, de donde despegó a las 14
GMT, con cuarenta minutos de atraso. A las 16:30 GMT -1:30 de la
madrugada en el extremo oriente soviético-, comenzó a desviarse de su
ruta y penetró en el espacio aéreo soviético en dirección a la base aeronaval de Petropavlosky, en la Península Kamchatka.
Los
radares de la estación militar detectaron al “avión intruso” y desde
allí despegaron cuatro Mig 23 en su búsqueda. Demoraron 23 minutos en
encontrarlo, cuando el Boeing estaba saliendo del espacio aéreo
soviético y entraba en la zona internacional del Mar de Okhotsk. Los
aviones militares volvieron a la base y se avisó a las bases de la isla
Sajalin, hacia donde la aeronave coreana parecía dirigirse.
Sajalin,
cuna del actor Yul Brinner, era un lugar particularmente sensible desde
el punto de vista estratégico militar soviético, en especial por el
permanente tránsito de submarinos nucleares por el mar de Okhost.
Según el documento La potencia militar soviética,
de la Agencia de Inteligencia de la Defensa norteamericana, la isla
contaba con dos bases aéreas, una base naval, un aeropuerto civil, un
astillero y una dotación permanente de 20.000 soldados.
Ni la isla ni su espacio aéreo figuraban en la ruta programada para el vuelo 007, pero inexplicablemente, a las 2:42 de la madrugada soviética, el Boeing 747 entró allí.
Un
avión soviético I1-14 Crate durante la intercepción de un avión
Hércules HC-130 involucrado en las operaciones de búsqueda y rescate del
derribado Korean Airlines 747(Corbis vía Getty Images)
En la mira del enemigo
Apenas
el avión de pasajeros coreano se introdujo en el espacio aéreo de la
isla Sajajín, de una de las bases despegaron seis cazas para
interceptarlo. A las 3:05, el SU-15 piloteado por el teniente coronel
Osipovich avistó el objetivo, que volaba 10.000 metros de altura y a
unos 750 kilómetros por hora. A esa velocidad, en unos veinte minutos
saldría nuevamente del espacio aéreo soviético.
El piloto del Boeing, Chun Byung-il, y su copiloto, Kim Si-il no parecían tener idea de dónde estaban realmente,
ni tampoco de lo que estaba ocurriendo alrededor de su avión. A las
3:16 se pusieron en contacto con la torre de control de Narita, Japón, y
pidieron autorización para subir a 12.000 metros e indican su posición.
Byung-il
informó a la torre que estaba en su ruta normal, volando al sur de las
islas Kuriles. Inexplicablemente, los operadores de la torre no
comprobaron -o, si lo hicieron, no se lo informaron- que esos datos no
coincidían con la posición que indicaba el radar.
A
las 3:20, el teniente coronel Guennadi Osipovich recibió la orden de
acercarse al Boeing coreano y hacer un disparo de advertencia. Los
registros de las conversaciones con la base no dan elementos para saber
si lo hizo o no.
A las 3:26, el vuelo 007 estaba a un minuto de salir a salvo del espacio aéreo soviético, pero nunca pudo hacerlo.
El
hijo del difunto Larry McDonald, político estadounidense muerto a bordo
del vuelo de Korean Air Lines que fue derribado por la Unión Soviética,
habló a los manifestantes frente a la Casa Blanca días después de la
tragedia (Corbis via Getty Images)
“El blanco, destruido”
Espacio
aéreo de la isla Sajalin, Unión Soviética, a 5.000 metros de altitud,
jueves 1° de septiembre de 1983, hora local: 3.26. Diálogo radial
captado por las fuerzas de autodefensa japonesas entre la base aérea de
la isla y el teniente coronel Guennadi Osipovich, piloto de un caza
SU-15 en misión de intercepción de un avión intruso.
Base: -Apunten al objetivo.
Piloto: -Blanco en la mira.
Base: -Disparen.
Piloto: -Fuego.
Base: -Informe.
Piloto: -El blanco, destruido.
Los
restos del avión derribado cayeron repartiéndose entre aguas soviéticas
y aguas internacionales. Eso implicó que ninguna de las partes tuviera
todos los elementos para saber qué había ocurrido realmente. Tampoco
compartieron la información.
El
secretario de Defensa de los Estados Unidos, Caspar Weinberger, fue el
primero en hablar: “La Unión soviética impide que otros países colaboren
en la búsqueda de los restos del aparato para poder fabricar pruebas
que conviertan a un avión comercial en un avión espía”, dijo en una
conferencia de prensa convocada de urgencia.
Para
los norteamericanos se trataba del ataque injustificado contra un avión
de pasajeros, para los soviéticos, el Boeing 747 derribado formaba
parte de una sofisticada operación de espionaje de la que, además, participaron aviones militares ocultos a la “sombra” de un avión comercial.
A
los ojos del público -y en los titulares de los medios-, el
“incidente”, como se lo calificó en la jerga diplomática, estaba
envuelto en un halo de misterio que se potenciaba por un dato cinematográfico: el número 007 del vuelo, la misma cifra que identificaba al agente secreto James Bond.
Una
vista frontal aire-aire de un avión RC-135 Stratolifter del Ala
Estratégica 306 durante una misión de reabastecimiento de combustible
sobre el Mar del Norte(USAF/Getty Images)
Historias de “aviones espía”
No
era la primera vez durante la Guerra Fría que los soviéticos derribaban
un avión extranjero que hubiera incursionado en su espacio aéreo. En
los primeros casos se trató de aviones de espionaje o militares, pero pronto las aeronaves comerciales también se transformaron en blanco de los cazas de interceptación.
El
primer incidente databa del 1° de mayo de 1960, cuando un avión espía
U-2 norteamericano fue derribado por la artillería antiaérea unos 2.000
kilómetros dentro del territorio soviético. El piloto era un agente de
la CIA, Gary Powers, que sobrevivió y en los interrogatorios reveló os
objetivos de su misión. En 1962 fue canjeado por espías soviéticos
detenidos en los Estados Unidos.
El
primer caso que involucró a un avión comercial ocurrió el 18 de julio
de 1977 y tuvo como protagonista a una compañía aérea argentina,
Transportes Aéreos Rioplatenses, propietaria de un avión que volaba
desde Chipre a Teherán y se internó en el espacio aéreo de la Armenia
soviética, cerca de la frontera turco-iraní. El Canadair CL-44 argentino
fue chocado con un caza que había salido a interceptarlo y los dos
aviones cayeron. No hubo sobrevivientes.
Oficialmente,
el carguero argentino trasladaba medicamentos, pero voceros soviéticos
-en coincidencia con algunas fuentes occidentales, citadas por el Sunday Times de Londres- llevaba armas para el agonizante régimen del Sha Reza Pahlevi.
Tampoco
era la primera vez que un avión de Korean Airlines protagonizaba un
episodio de ese tipo. El 21 de abril de 1978, un Boeing de la misma
compañía fue obligado a aterrizar cuando había entrado en el espacio
aéreo soviético. Al tocar tierra se desestabilizó, rompió un ala y
murieron dos pasajeros.
El
crucero de misiles guiados soviético Petropavlovsk ensombrece las
operaciones de salvamento del vuelo 007 (KAL-007) de Korean Air Lines.
El avión comercial fue derribado por aviones soviéticos sobre la isla de
Sakhalin. Los 269 pasajeros y tripulantes murieron (Corbis vía Getty
Images)
El avión fantasma
Después
del derribo, la polémica entre los Estados Unidos y la Unión Soviética
escaló aún más cuando se descubrió que un avión espía norteamericano
estaba operando muy cerca del Boeing 747 de KAL cuando éste fue
detectado por primera vez por los radares soviéticos.
Se
trataba de un RC-135 que volaba a 110 kilómetros de distancia del avión
de pasajeros surcoreano mientras cumplía una misión de monitoreo sobre
el cumplimiento de la URSS del tratado de limitación de armas
estratégicas.
Luego
de algunas vacilaciones, la Casa Blanca reconoció la existencia de ese
avión, pero descartó que tuviera relación con el Boeing de KAL: “Es
falso que haya alguna relación entre el RC-135 y el Boeing 747 de Korean
Airlines. En ningún momento nuestro avión entró en el espacio aéreo soviético.
Es posible que los soviéticos hayan pensado que era un RC-135 cuando el
avión coreano fue detectado por primera vez, una hora y media antes de
abatirlo, pero como contaban con información visual y de los radares,
cuando le dispararon sabían que era un avión civil”, dijo el vocero del
presidente Ronald Reagan, Larry Speakes.
Para
los soviéticos, las cosas no eran tan sencillas: “El Boeing formaba
parte, junto con el RC-135 norteamericano, de una operación de
espionaje. Sabemos que los dos vuelos estaban perfectamente coordinados
para dificultar nuestra tarea de control y confundir a nuestras fuerzas
de defensa antiaérea. El 747 estaba equipado con material electrónico
sofisticado para mantener contactos breves y codificados, típicos de los
vuelos de espionaje, con aviones militares de los Estados Unidos”, le
retrucó el jefe del Estado Mayor del ejército de la URSS, el mariscal
Nikolai Orgakov.
La Guerra Fría se estaba recalentando. Pasarían diez años antes de que se supiera la verdad.
En
el ataque aéreo murieron 105 coreanos, 61 estadounidenses, 28
japoneses, 22 taiwaneses, 15 filipinos, 14 chinos, 10 canadienses, 6
tailandeses, 4 australianos, un sueco, un sueco, un hindú, un vietnamita
y un malayo(Corvis vía Getty Images)
“Un disparo afortunado”
Tras
la caída del Muro de Berlín, en 1989, y la posterior disolución de la
Unión Soviética, las nuevas autoridades rusa desclasificaron documentos y
comenzaron a brindar información sobre algunos confusos episodios de la
Guerra Fría.
En 1993, Moscú reconoció que las cajas negras del vuelo 007 de Korean Airlines estaban en su poder y dio a conocer su contenido.
Las
transcripciones recuperadas de la cabina de mando del 747 indican que
la tripulación no era consciente de que estaban fuera de curso y, por lo
tanto, violando el espacio aéreo soviético, a unos 500 kilómetros al
oeste de la ruta planeada.
En
base a ese material se concluyó que ese rumbo fue fijado por accidente
durante la escala en Anchorage y que la tripulación no notó el error y
se dejó llevar por el piloto automático en la dirección equivocada. “Falta de conciencia situacional y coordinación del vuelo”, dictaminó la investigación que revisó el material.
El
teniente coronel Osipovich aportó también lo suyo y dijo que no se
siguieron los estándares internacionales de intercepción, y que había
sido instruido por las autoridades militares para que mintiera en
televisión sobre los disparos de advertencia que en realidad nunca había
realizado. Los soviéticos habían declarado oficialmente que hicieron
llamadas por radio, pero que el KAL 007 no respondió. Y se mantuvieron
en su versión, aunque ningún otro aparato o monitor terrestre cubriendo
las frecuencias de emergencias en ese momento oyó jamás esos avisos.
En una entrevista que concedió a The New York Times,
el ya retirado teniente coronel Guennadi Osipovich relató: “No informé a
tierra que se trataba de un Boeing. Ellos tampoco me preguntaron. Sí
pregunté qué debía hacer. Se asustaron y me dijeron que tenía que
obligarlo a aterrizar. Ése fue nuestro gran error. Ya no había tiempo,
en 25 segundos estaría en territorio neutral y ya no podríamos
obligarlo. Expliqué la situación y dije que lo tenía en la mira.
Entonces me dieron la orden de disparar”.
“¿Qué sintió al derribar el avión?”, le preguntó el periodista.
“Hubiera
preferido obligarlo a bajar y tomar una botella de vodka con el piloto,
pero no tenía alternativa y disparé. Fue un disparo afortunado. No
sentí nada, era lo que debía hacer”, respondió.
Los
familiares lloran y queman incienso en un servicio conmemorativo en
Seúl por las víctimas del derribo de un jumbo de Korean Airlines por
parte de la Unión Soviética en 1983(Corbis via Getty Images)
Al filo del abismo
A
pesar de su alto costo en vidas, de su enorme repercusión internacional
y de la escalada diplomática que provocó, el derribo del vuelo 007 de
Korean Airlines no marcó el punto más alto de la tensión entre Estados
Unidos y la Unión Soviética durante 1983.
Hubo
otro episodio, ocurrido dos meses después, que estuvo mucho más cerca
de desatar un enfrentamiento nuclear. El mundo demoró años en conocerlo,
porque fue mantenido en el más riguroso de los secretos.
Una
serie de documentos divulgados en este siglo por la Oficina de Historia
del Departamento de Estado de los Estados Unidos, hicieron conocer un
episodio que fue bautizado con el sugestivo nombre de “War Scare 1983″
(el susto de guerra de 1983), y que estuvo mucho más cerca de desatar un
verdadero conflicto atómico.
La
documentación muestra cómo, en noviembre de ese año, altos mandos
militares estadounidenses responsables de valorar y tomar decisiones,
actuaron sobre la base de información incompleta y estuvieron al filo de
haber provocado de forma no intencional un ataque nuclear por parte de
la Unión Soviética, lo que habría desencadenado la temida “destrucción mutua asegurada” de ambas superpotencias.