Atención Argentina: un análisis británico proyecta que el Reino Unido podría perder las Islas Malvinas para 2045
Dentro de 20 años, o a más tardar en 2065, el país europeo tomará la decisión de devolver la soberanía del archipiélago, según un experto. Los motivos. Canal 26
Soldados argentinos Foto: Archivo Infobae
Un reconocido autor británico, que suele publicar posteos de interés para el Reino Unido, lanzó un minucioso análisis en el que afirma que su país perdería su presencia ilegal en las Islas Malvinas probablemente en los próximos 25 años, pero a más tardar en 2065.
El analista indica que “en teoría, podríamos evitarlo, pero probablemente no tomaremos las medidas necesarias, por lo que las perderemos”. Así, plantea que el Atlántico Sur pasaría de ser un enclave estratégico defendido a toda costa a convertirse en una carga colonial que Londres no estaría dispuesto a mantener.
Islas Malvinas. Foto: Cancillería Argentina.
Si bien admite que es improbable que el Reino Unido se enfrente a la posibilidad de perder las islas militarmente, dado que desde la guerra de 1982 reforzaron las defensas del archipiélago centradas en la base de la RAF Mount Pleasant, indica que el empuje diplomático de Argentina, el respaldo del Sur Global y el avance de China como primera potencia económica mundial, decidido a instalarse como referente de las causas “anticoloniales” pueden ser muy importantes.
A esto se le suma que España aprovecharía el escenario para presionar en la Unión Europea por Gibraltar, Estados Unidos adoptaría públicamente la neutralidad mientras en privado empujaría a Londres hacia una salida, y en el Reino Unido las propias instituciones —desde el Tesoro hasta el Foreign Office— concluirían que el costo de mantener las islas supera con creces cualquier beneficio.
El Reino Unido perdería el interés en las Islas Malvinas, según un analista
Para el Tesoro británico, el gasto de mantener tropas, infraestructura y logística en un territorio tan lejano resultaría insostenible si no genera beneficios económicos. Al mismo tiempo, el Foreign Office, que se encarga de la protección de los intereses británicos en el extranjero, vería en las islas un problema para la imagen internacional de Londres, que busca dejar atrás su pasado colonial.
A esto se sumaría el desgaste simbólico puertas adentro: con el paso de los años, los recuerdos de la guerra de 1982 irán perdiendo fuerza. Sin esa narrativa heroica y en una sociedad británica cada vez más alejada del espíritu imperial, el sacrificio de mantener un enclave cuestionado en el Atlántico Sur terminaría perdiendo sentido.
El Reino Unido podría perder las Islas Malvinas. Foto: X @admcollingwood
Poco a poco, la idea de que Malvinas es más un peso que una ventaja ganaría espacio en la burocracia británica, debilitando la decisión política de continuar con la ocupación.
Nació en Blois (Francia), el 11 de noviembre de 1780 y fue bautizado como Etienne Joseph François. De muy joven se desempeñó en el ejército de su patria. Ingresó a nuestro país, el 30 de setiembre de 1827, previa estada en la Banda Oriental, ya que no pudo hacerlo directamente a causa de la guerra con el Brasil. El 20 de octubre del mismo año, fue nombrado teniente 1º de Infantería, revistando en el Parque de Artillería.
A comienzos de 1828, por pedido del coronel Ramón Estomba se lo trasladó al regimiento Nº 7 de Caballería de Línea, cuyo mando ejercía, y con el cual emprendió la campaña que culminó con la erección del fuerte “La Esperanza”. Al ser disuelto aquel cuerpo montado al año siguiente, Mestivier prestó servicios en el Batallón de Artillería de Buenos Aires.
Ascendido al grado de capitán, actuó con esa jerarquía en la fortaleza “Protectora Argentina” (actual ciudad de Bahía Blanca). El 28 de diciembre de 1829, se hizo acreedor a los galones sargento mayor graduado.
En 1830, contrajo matrimonio con Gertrudis Sánchez en la Iglesia del Pilar. El 10 de setiembre de 1832, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, lo nombró interinamente comandante político y militar de las Islas Malvinas. Cuatro días después, Rosas le dio las instrucciones por las cuales debía ceñirse al ejercicio de sus funciones.
Las instrucciones de Rosas a Mestivier fueron muy precisas: “Tomará las medidas conducentes y pondrá todo esmero en que los habitantes se dediquen a la siembra de maíz, papas, porotos y otros vegetales que se dan en aquel clima (…) En el caso impensado de ser atacado el punto que manda, hará la resistencia que se espera de su honor y conocimientos para dejar bien puesto el honor de la República (…) Se encarga con especial recomendación al comandante todo el esfuerzo posible para que se mantengan la moral y decentes costumbres, tanto en la tropa como en los demás pobladores, cuidando de promover la Religión Católica del Estado por medio de prácticas piadosas, como hacer rezar el Rosario de la Santísima Virgen en todas las noches y en los domingos y días de fiesta destinar dos horas a la enseñanza de la doctrina cristiana por el Catecismo del Padre Astete que se usa en esta Provincia, instruyendo de ese modo al pueblo en los dogmas y preceptos de nuestra Religión”.
La designación de Mestivier en la gobernación de Malvinas fue consecuencia de dos hechos anteriores: la llegada de Vernet con toda su familia a Buenos Aires en el mes de noviembre de 1831; y, el feroz pillaje norteamericano del poblado argentino de Puerto Soledad cometido el 31 de diciembre de 1831. Estos dos hechos, la segunda en represalia a la decisión del Gobernador Vernet de apresar a tres barcos norteamericanos infractores de normas respecto de la explotación de la pesca y de anfibios en el archipiélago malvinero, dejaron las islas transitoriamente sin autoridades oficialmente reconocidas por el Gobierno Central en la Capital porteña.
Embarcado con su mujer en la goleta de guerra “Sarandí”, al mando del teniente coronel José María Pinedo, partió de la rada el 22 de setiembre, acompañados de los miembros del destacamento que habría de permanecer de guarnición en el puerto de la Soledad, con sus respectivas familias. También lo hicieron varios hombres del establecimiento particular de Vernet, junto con Metcalf, el encargado de su administración.
Rosas también envió una fuerza militar a cargo del teniente coronel Pinedo, a quien dio las siguientes instrucciones: “Luego que esté desembarcado el Comandante (Mestivier) y su guarnición reunirá el Comandante de la Sarandí los oficiales del Buque de su mando y le dará posesión del Establecimiento, comprendiendo la isla de Soledad y las demás adyacentes hasta el Cabo de Hornos, enarbolando a bordo y en tierra el pabellón de la República y haciendo una salva de veintiún cañonazos. De esta posesión y del pormenor de las formalidades con que haya sido dada, firmará el teniente Coronel Don José María Pinedo una acta por triplicado (…). Se pondrá de acuerdo con el expresado Comandante para facilitarle los auxilios que necesite para hacer respetar su destino y la comisión de que ve encargado suministrándole los víveres necesarios para el mantenimiento de su guarnición”.
La travesía de la “Sarandí” resultó penosa, y aunque llegaron a destino el 6 de octubre, no pudieron desembarcar por las lluvias y nieves de tres días seguidos. El 10 de octubre tuvo lugar la ceremonia de toma de posesión de la Comandancia de las islas por parte del gobernador Mestivier, con la consiguiente reafirmación de nuestro dominio sobre ese pedazo de suelo patrio.
Una vez instalado, la goleta “Sarandí” abandonó el fondeadero del puerto de la Soledad, para efectuar un crucero de inspección por el litoral sur del archipiélago en busca de barcos extranjeros dedicados a la pesca en aguas argentinas. Luego de sorprender en infracción a dos de ellos, se dirigió al Estrecho de Magallanes en persecución de un bergantín oriental y otro de bandera norteamericana.
En el interín, parte de la guarnición de la Soledad se sublevó, al mando del sargento, Manuel Sáenz Valiente. En efecto, el 30 de noviembre, en horas de la noche, una sublevación de parte de la guarnición no pudo ser reprimida por el Comandante. Sorprendido éste en sus propias habitaciones, fue atacado y, antes de que pudiera defenderse, ultimado a tiros y bayonetazos. Desde esa fecha, los habitantes (todos) y parte de la guarnición no complicada en estos indignos sucesos vivieron presa del terror y expuestos a los desmanes de los amotinados
Las causas de la sublevación pueden encontrarse en la rígida disciplina de Mestivier, quien “no consentía ninguna falta a sus subordinados y demostraba poseer mano dura para aplicar castigos”, según Fitte. Estas medidas crearon una actitud de hostilidad entre sus hombres, que obedecían al ayudante Gomila, a quien veían como su verdadero jefe.
Dijo Luis Vernet: “…el hecho fue protagonizado solamente por integrantes de la guarnición militar…..la guarnición se sublevó y asesinó al mayor Mestivier. Los peones de mi establecimiento, ayudados por la tripulación de un ballenero francés prontamente agarraron a los amotinados y los trajeron presos”.
Después de haber sido tomados presos los culpables y remitidos a Buenos Aires, fueron sometidos a un Consejo de Guerra, reunido en febrero de 1833, que sentenció: por inacción a Gomila fue separado del Ejército durante un año, acusado de no haber encarcelado a los culpables. De los soldados imputados nueve fueron colgados en la Plaza Mayor y a otros dos se los apaleó y les dieron ocho años de recarga en el servicio. Las ejecuciones se llevaron a cabo el 8 de febrero de 1933. De los pobladores, en cambio, ninguno fue remitido a Buenos Aires en calidad de detenido por su participación.
Muerto Mestivier quedó José María Pinedo al mando del buque y del destacamento. Comandada por el capitán John James Onslow, el 20 de diciembre de 1832 arriba a Malvinas la corbeta de guerra británica Clío, presentándose el 2 de enero de Malvinas del Oeste. Ese mismo día Oslow se apersonó a Pinedo para decirle que traía instrucciones de “tomar posesión de las Islas Malvinas, las que son de Su Majestad Británica”, y que antes de 24 horas tenía órdenes terminantes de poner el pabellón inglés. Este es el comienzo de la usurpación británica de nuestras Islas.
La esposa de Mestivier dio a luz a su único hijo en Puerto Soledad, siendo uno de los varios malvinenses argentinos que nacieron antes de 1833, incluyendo a la hija de Luis Vernet: Matilde Vernet y Sáez.
El
10 de junio de 1829, en medio de la crisis política derivada del
fusilamiento de Manuel Dorrego (13 de diciembre de 1828), el gobierno de
Buenos Aires, que tenía jurisdicción sobre todo el territorio del sur
argentino, dispuso la creación de la Comandancia Militar de las Islas Malvinas.
Allí vivían colonos dedicados a la pesca y a la cría de ovejas que
reconocían la soberanía argentina sobre el archipiélago y comerciaban
con los barcos balleneros, especialmente norteamericanos, que explotaban
los recursos del Atlántico Sur.
El recorte contiene la protesta de Estanislao López sobre el ataque norteamericano a las Malvinas el 31 de diciembre de 1831.
Transcripción:
SANTA-FÉ. Marzo 9 de 1832.
Ha sido altamente mortificante al Gobernador que subscribre, la lectura del oficio de 14 del pasado (1) de S. E. del Sr. Gobernador delegado de Buenos Ayres, en que se explican todas las circunstancias ocurridas en el escandaloso atentado cometido el 31 de Diciembre en las Islas Malvinas por el comandante de la corbeta de guerra norte americana Lexintong. Este hecho tan contrario al derecho de las naciones, es tanto más desagradable, cuanto que él ha sido perpetrado por un súbdito de un Gobierno tan perfectamente identificado en principios políticos con los que profesa la República Argentina, y cuyas relaciones de amistad y buena inteligencia era de esperarse que nunca hubieran sufrido alteración alguna; pero a una agresión tan directa a los intereses de la República como no morada ó bien despoblada ha venido por desgracia a recaer, ha correspondido el Gobierno de Santa-Fé dirigiéndose al de Buenos Ayres, asegurándole que la impresión desagradable de un hecho tan inusitado y arbitrario ha sido en él tan profunda y dolorosa, como en los pueblos mismos que lo han experimentado; y que de una manera conforme a la dignidad, honor y decoro de pueblos libres, de costumbres cultas y civilizadas, y de Gobiernos que todos son justamente celosos de la República Argentina.
El Exmo. Gobierno es quien al adoptarlas ha de aceptar con resignación cualquiera de las providencias consoladoras que se hicieran en lo futuro.
Fue
esta actividad de balleneros y loberos la que dio lugar al conflicto
que derivaría en la pérdida del control argentino sobre el archipiélago.
El cumplimiento de las condiciones establecidas para su ejercicio legal
fue desconocido por los norteamericanos, por lo que el comandante Luis
Vernet hizo apresar algunos balleneros de esa nacionalidad. Se disparó
enseguida el conflicto diplomático en Buenos Aires abierto por los
reclamos del cónsul Jorge Slacum.
Con
desprecio del derecho argentino sobre el mar austral y sin esperar
respuesta, el cónsul envió a la corbeta de guerra Lexington a Malvinas,
rescató las naves secuestradas, sembró la destrucción en las
instalaciones de Puerto Soledad y capturó a los colonos que fueron
trasladados a Montevideo. Era 31 de diciembre de 1831 y el estatus
jurídico argentino se estaba apenas bosquejando.
Algunas
de las provincias argentinas ya constituían la Confederación prevista
en el Pacto Federal del 4 de enero, pero recién había finalizado la
guerra entre las provincias federales y las que habían respondido al
general Paz en el interior. Juan Manuel de Rosas gobernaba en Buenos
Aires y Estanislao López
alentaba desde Santa Fe a las otras provincias a confederarse, luego de
ser derrotadas por Facundo Quiroga el 4 de noviembre en La Ciudadela.
Procuraba
también López sostener la Comisión Representativa que el mismo pacto
creaba (la que era cuestionada por Rosas), y no renunciaba al proyecto
de constituir el país en el corto plazo. El ataque norteamericano
llegaba en medio de este proceso de acomodamiento interno de fuerzas
entre las provincias. En el momento en que llega la noticia a Buenos
Aires el gobernador Rosas estaba enfermo, siendo reemplazado por Juan
Ramón Balcarce en forma interina, entre el 6 de febrero y el 7 de marzo.
Fue Balcarce, justamente, quien el 14 de febrero de 1832 libró un
oficio a los otros gobernadores informándolos sobre lo ocurrido en
Malvinas.
La condena de López al atropello norteamericano
El
pasado 2 de abril, en medio de la conmemoración de la recuperación
transitoria de Malvinas de 1982, el colega Julio Rodríguez me envió
desde Rosario un documento digitalizado que yo desconocía. Se trata de
la respuesta de Estanislao López al oficio de Balcarce, fechada el 9 de
marzo de 1832 y publicada en la Gaceta Mercantil el jueves 22 del mismo
mes y año.
El gobernador de Santa Fe expresa su más enérgica condena y dice: "Este
hecho tan contrario al derecho de las naciones, es tanto más
desagradable, cuanto que él ha sido perpetrado por un súbdito de un
gobierno tan perfectamente identificado en principios políticos con los
que profesa la República Argentina, y cuyas relaciones de amistad y
buena inteligencia era de esperarse que nunca hubiera sufrido alteración
alguna"
La realidad era otra. Aunque los Estados Unidos e Inglaterra
habían reconocido la independencia argentina, el país no se afianzaba
como Estado y daba ante el mundo una imagen de constante inestabilidad y
desgobierno. El mismo año del ataque norteamericano sobre Malvinas las
provincias se habían enfrentado divididas en dos bloques, y aunque López
reclamó a su término el dictado de una Constitución Nacional no
consiguió el acuerdo de Buenos Aires
También
era ficticia la idea que López se representaba de los Estados Unidos de
América. Si bien a fines de 1823 el entonces presidente James Monroe
había expuesto los principios que parecían respaldar los derechos
soberanos de los países del continente (la llamada Doctrina Monroe,
redactada por el secretario de Estado, John Quincy Adams), al declarar
la célebre fórmula "América para los americanos", la
realidad era diametralmente otra, pues mostraba las apetencias
expansionistas del país, que ya había adquirido Luisiana a los franceses
en 1803 y La Florida a los españoles en 1819.
La protesta de López continuaba diciendo: "Espera
confiadamente el gobierno de Santa Fe que Excmo. de Buenos Aires, a
cuya hábil dirección está confiada la administración de los negocios
extranjeros, obrará en el asunto a que da mérito esta contestación, de
una manera conforme a los principios que establece el derecho de los
pueblos cultos y decoro tan justamente debido a la República Argentina".
Estrictamente
hablando, para marzo de 1832, la República Argentina no existía como un
Estado Nacional. Se estaba conformando en cambio una Confederación,
como un conjunto de estados soberanos unidos por el pacto de 1831 sin
una autoridad superior que las gobernara a todas. En todo caso, el
ataque norteamericano sobre Malvinas afectaba a la soberanía territorial
de Buenos Aires, y como agresión extranjera a uno de los estados
confederados podía poner en marcha los mecanismos solidarios de las
otras provincias conforme al artículo segundo del tratado.
Cuando López escribía su protesta ya estaban confederadas Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos, firmantes del acuerdo original, y se habían sumado Santiago del Estero, Córdoba, Mendoza, Corrientes y La Rioja.
Pero faltaban Tucumán, San Luis, Salta, Catamarca y San Juan, que lo
fueron haciendo en el transcurso del año. A la adhesión de las
provincias al Pacto Federal se sumaba la delegación de la representación
ante el extranjero que se le confería al gobierno de Buenos Aires.
Importancia del documento
Desde
que José Luis Busaniche publicó en 1927 su libro sobre Estanislao
López, se conocía la carta que este había escrito al gobierno de Buenos
Aires tras la usurpación británica de las islas Malvinas, firmada el 25
de febrero de 1833. Como es sabido fueron dos notas las enviadas por
López en respuesta a la comunicación oficial del gobernador de Buenos Aires. Una dirigida al general Balcarce y otra al encargado de negocios de Santa Fe ante el gobierno porteño, Pedro Pablo Vidal.
Ambos
escritos merecieron estudios de otros historiadores, como Leo Hillar y
Liliana Montenegro. Y más recientemente, Victorio Marzocchi y Francisco
Iturraspe actualizaron información sobre el tema e identificaron las
protestas que otros gobernadores habían formulado ante el atropello
británico. Así supimos que las cartas de López formaban parte de
una reacción más amplia que incluía las de los gobiernos de Corrientes,
Entre Ríos, Santiago del Estero, Salta, San Juan y Catamarca, y que se
extendía al de Bolivia.
En su carta a Vidal, López señalaba, en consecuencia con su prédica a favor de la organización nacional, que:
"(...) este y otros muchos vejámenes varias veces inferidos a la
república tienen esencialmente su origen en la inconstitución en que se
encuentra el país y la figura poco digna que por ello representa".
Esta
tercera carta de López sobre Malvinas que ahora conocemos y que es en
realidad la primera de las escritas entre marzo de 1832 y febrero de
1833, completa la secuencia condenatoria de dos alevosas violaciones de
la soberanía nacional que están a su vez encadenadas. La invasión
inglesa fue instigada por los Estados Unidos, con desprecio de la
Doctrina Monroe de 1823, actitud que se reeditaría en 1982 violando
nuevamente el principio que la sustentaba: "América para los americanos".
(*)
Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de
Estudios Históricos, en el año de su 90° Aniversario (1935-2025).
Batalla de las Malvinas entre las fuerzas al mando de Juan Ignacio de Madariaga Aróstegui y las inglesas
El Combate de Puerto Egmont (o Puerto de la Cruzada) se produjo el 10 de junio de 1770 cuando una expedición española al mando de Juan Ignacio de Madariaga, intimó a la guarnición británica establecida en la isla Trinidad al norte de la isla Gran Malvina desde 1765 a abandonar el territorio. La negativa británica de salir fue respondida por la fuerza española conformada por unos 1.500 soldados en cuatro buques enviados desde el actual territorio continental argentino. El contingente británico no pudo resistir una fuerza tal, por lo que después de disparar sus armas, capitularon en términos, realizaron un inventario de sus tiendas tomadas y se les permitió regresar a su propio país en el buque HMS Favourite.
Tras esta acción militar, el Reino de España efectivizó su control del archipiélago malvinense, quedando bajo soberanía española el único establecimiento poblado del archipiélago: Puerto Soledad.
El establecimiento y la posterior rendición de la colonia británica desencadenó la crisis diplomática por las islas Malvinas de 1770, que estuvo a punto de enfrentar a España y Francia con el Reino Unido. Las consecuencias de la crisis y su resolución aún son objeto de debate en relación con la disputa de soberanía que existe entre la Argentina y el Reino Unido.
El cielo retumbaba con el rugido de los motores. A miles de metros de altura, sobre el Atlántico Sur, ocho cazabombarderos A-4B Skyhawk atravesaban las nubes con un solo propósito: hundir los buques enemigos en Bahía Agradable. No había dudas, no había miedo, solo una misión que debía cumplirse.
Era el 8 de junio de 1982, y la guerra de las Malvinas estaba en su punto más álgido. En tierra, en el mar y en el aire, argentinos y británicos peleaban con el corazón encendido, con la convicción de que cada bala, cada bomba y cada maniobra aérea significaban algo más grande que ellos mismos. La escuadrilla "Dogo", comandada por el capitán Pablo Carballo, volaba rumbo al enemigo cuando, de repente, su avión presentó una falla en el sistema de aceite. Su destino ya no era la gloria del combate, sino el regreso obligado a la base. Pero antes de irse, dejó en su reemplazo a un joven teniente, un hombre cuyo nombre quedaría marcado en la historia: Carlos "Coral" Cachón.
—"Coral, a partir de este momento usted queda al mando de la escuadrilla."
—"¡Enterado, señor!"
—"¡Llévelos a la gloria!"
Tres palabras. Un mandato. Un destino.
Desde ese instante, el teniente Cachón, junto con el alférez Leonardo Carmona y el teniente Carlos Rinke, surcó el cielo con la determinación de quien sabe que su vida y la de sus compañeros penden de cada decisión que tome. Los británicos estaban descargando tropas en la costa. Los buques enemigos eran grandes, imponentes, pero no intocables. El Sir Galahad, un nombre que evocaba la leyenda del caballero más puro de la Mesa Redonda, se encontraba a su merced.
Los aviones se abalanzaron sobre él como halcones hambrientos. Cachón y su escuadrilla soltaron sus bombas y vieron cómo impactaban en el blanco. El fuego se desató con furia, envolviendo el buque en una columna de humo negro y espeso. A bordo, el caos era absoluto. Los hombres británicos se lanzaban al agua, algunos con salvavidas, otros sin ellos. La muerte y la supervivencia pendían de un hilo. El ataque fue certero.
Aquel día quedaría marcado como "el día más negro de la flota británica". El Sir Galahad, el caballero de acero y metal, había caído. Pero la guerra nunca otorga victorias sin cicatrices, y la gloria nunca llega sin su contraparte de tragedia.
El otro rostro de la guerra
A bordo del Sir Galahad, un joven infante de marina británico vivía su peor pesadilla. Simon Weston tenía 20 años cuando su mundo estalló en llamas. El fuego consumió su cuerpo, dejándolo con quemaduras que le costarían más de 80 cirugías reconstructivas y un dolor que lo acompañaría el resto de su vida. Su rostro, irreconocible tras la devastación del ataque, se convirtió en el símbolo del sacrificio británico en la guerra de las Malvinas.
Pero el destino no había terminado su labor. Décadas después, la vida cruzaría nuevamente a estos dos hombres que alguna vez fueron enemigos en el campo de batalla. En un acto que pocos entenderían, Carlos Cachón y Simon Weston se miraron a los ojos, no como adversarios, sino como dos soldados marcados por el mismo evento.
Weston, un hombre que sufrió en carne propia los horrores de la guerra, sorprendió al mundo cuando declaró:
—"Carlos es un hombre honorable. Él hizo su trabajo con honor en la guerra y jugó un papel crucial en mi vida. Cambió su curso para siempre. No estoy agradecido por mis heridas, pero los dos estuvimos ahí por razones profesionales. Él atacó primero, pero si yo hubiera tenido la oportunidad, lo habría hecho. Para eso fuimos entrenados. Ni él ni yo elegimos el rol que tuvimos en la guerra."
En esas palabras, había algo más grande que el resentimiento o el rencor. Había comprensión. Había humanidad. Porque la guerra no es un choque de buenos contra malos. Es la tragedia de dos bandos que creen luchar por lo correcto, pero que en el fondo son lo mismo: jóvenes con sueños, con familia, con una vida que quedó en pausa para pelear por su patria.
Weston añadió algo más, algo que resonaría como un eco en la conciencia de todos los que han pisado un campo de batalla:
—"No hay ganadores en una guerra. Pienso que todos somos perdedores porque debemos hacerla."
Una lección de vida y patriotismo
Carlos Cachón no solo vivió la guerra. La cargó sobre sus hombros mucho después de que los combates hubieran terminado. No solo tuvo que enfrentar el peso de haber cumplido su misión con éxito, sino también el de haber dejado una huella imborrable en la vida de quienes estaban del otro lado. Ser un héroe no es solo una medalla en el pecho. Es cargar con el peso de la historia, con la certeza de que lo que hiciste jamás podrá deshacerse.
Y Weston, por su parte, convirtió su tragedia en una voz de paz. En lugar de aferrarse al odio, eligió el camino más difícil: reconocer la humanidad de su adversario y aceptar la realidad de la guerra sin buscar culpables individuales.
La historia de estos dos hombres no trata solo de una batalla. No es solo la historia de un piloto argentino que cumplió su misión con valentía ni de un soldado británico que sobrevivió contra todo pronóstico. Es la historia de la guerra misma, de cómo transforma a quienes la pelean y de cómo, al final del día, nos recuerda que en ambos lados del campo de batalla hay hombres con corazones que laten igual.
En cada guerra, hay dos verdades que se entrelazan: el sacrificio y el honor. El sacrificio de los que quedaron atrás y el honor de quienes, aún en el enfrentamiento más cruento, nunca olvidan la dignidad del enemigo.
El grito de "¡Llévelos a la gloria!" sigue resonando en el viento, pero su eco no es solo de victoria. Es un recordatorio de que, más allá de las banderas y las fronteras, todos los que han combatido han sido marcados por la misma verdad: la guerra cambia a los hombres para siempre.
Y esa, quizás, sea la lección más dura de todas.
Fuente:"Experiencia de Halcón ",Rosana Guber. mary meb /Espacio Malvinas
Eran las 22hr en monte Longdon, los infantes de marina pertenecientes a la compañía de ametralladoras 12,7 mm montaban guardia. A esa hora fue cuando el soldado Bogado, que estaba de guardia con el soldado Almirón, se acercó al cabo segundo Roldan y le advirtió: Cabo, hay gente que avanza. Los vi con el visor. Al mismo tiempo, un cabo de Ejército que estaba con una ametralladora unos quince metros hacia la izquierda y más abajo de Roldán, envió de sus conscriptos para avisarle que los ingleses se aproximaban por el norte y por la retaguardia. El cabo segundo José Roldán, era jefe del 1° grupo de 12,7mm formado por tres máquinas y sus respectivas dotaciones de cuatro conscriptos. Roldán, con la máquina N°2, estaba con los soldados Scarano, Bogado y Almirón.
Habian comenzado a caer iluminantes y a pesar de la neblina se podía observar a los primeros británicos que, avanzaban en una línea. —iVamos a recibirlos como corresponde! —exclamó Roldán y la 12,7 mm empezó a vomitar su mortífera munición, cabe destacar que estas ametralladoras de 12,7mm están diseñadas para derribar helicópteros, destruir vehículos ligeros, el lector debe imaginar lo que le puede hacer a un cuerpo humano estos proyectiles. Durante un buen tiempo la ametralladora mantuvo a raya al enemigo, que cuerpo a tierra, a unos 150 metros de distancia, tuvo que detener su avance.
Así mismo, las tres máquinas que le quedaban al teniente de navio Dachary (jefe de los infantes de marina) ya estaban en línea, tirando hacia esa posición. Despues de un largo rato de combate la 12,7 mm del cabo segundo Roldán comenzó a recibir un intenso fuego, probablemente motivado por la emisión del visor nocturno. Por un instante dejaron de disparar, pero de pronto la luz de una bengala les permitió observar que un grupo paracaidistas avanzaban hacia ellos, serian unos veinte o treinta hombres que se venían al ataque gritando y disprarando. Roldán giró un poco la ametralladora hacia la derecha y comenzó a tirarles en abanico, hasta que la máquina se trabó. De todas formas vieron como caían algunos ingleses y otros retrocedían. Un sargento de los morteros de 120 mm del Ejército que se replegaba herido, se acercó a Roldán y le dijo: —Los estamos aguantando. No pueden acercarse a más de 150 metros. —Sí, ya no tenemos la ametralladora pero seguiremos tirando con fusil. — contesto Roldan.
Tengan cuidado, puede haber enemigos vestidos con uniformes de propia tropa. Los ingleses aumentaron la actividad de sus dos baterías de campaña. El fuego era infernal, de una precisión notable, ya que tiraban a sólo cincuenta metros más allá de su primera línea de avance, demostrando un perfecto adiestramiento para esa clase de tiro. Con todo, no progresaron. La efectividad de las 12,7 quedó demostrada a cada momento. Aparte, los hombres del RI-7 una vez pasada la sorpresa del ataque británico, formaron una barrera de fuego difícil de romper. El mayor Carrizo decidió lanzar dos contraataques por ambos lados del monte, en dirección al Oeste: uno, a cargo del teniente primero Enrique E. Neirotti, por el lado Sur; otro, con una Sección de ingenieros al mando del teniente Hugo A. Quiroga, por el Norte en esta acción se destaco el cabo principal Lamas que con sus soldados bajo el fuego enemigo movió una de las pesadas 12,7mm para apoyar el contraataque lanzado por los hombres del ejército. Los dos intentos si bien recuperaron algo del terreno perdido, fracasaron en la misión de desalojar a los ingleses del monte, pese al heroísmo de estos hombres, pues el fuego de apoyo inglés era una barrera infranqueable. Como los británicos presionaban cada vez más y lograban avanzar lentamente, Carrizo se comunicó con el jefe del RI-7 y le pidió refuerzos y fuego de artillería sobre el Norte y el Oeste, llego la sección del teniente Castañeda que avanzo cubierta por el fuego de las ametralladoras que aun le quedaban al teniente de navío Dachary. La sección de Castañeda recupero mucho terreno y resistió hasta la madrugada pero la situación era insostenible y A las cinco de la madrugada, el mayor Carrizo, jefe de la Compañía Bravo RI-7, decidió el repliegue. Dachary avisó a sus hombres y trató de juntarlos. Dachary decidió, para no arriesgar sin sentido la vida de su gente, abandonar las ametralladoras y replegarse hasta las primeras posiciones del RI-7, llevando sólo el armamento portátil. Cuando pasó lista, se le formó un nudo en la garganta: le quedaban trece de los veintitrés hombres que había tenia originariamente.
El juego de la gallina en las crisis del Beagle y Malvinas
En su exhaustivo análisis titulado “Predicting the Probability of War During Brinkmanship Crises: The Beagle and the Malvinas Conflicts” (haga clic aquí), Alejandro Luis Corbacho explora una cuestión intrigante en la historia reciente de Argentina: ¿por qué el país evitó la guerra con Chile en el conflicto del canal de Beagle, pero eligió confrontar militarmente a Gran Bretaña en el conflicto de las islas Malvinas? El trabajo de Corbacho ofrece una respuesta innovadora a esta pregunta al enfocarse en cómo las presiones políticas internas y las dinámicas de supervivencia del régimen autoritario argentino influyeron en las decisiones de los líderes.
El concepto central que guía el análisis de Corbacho es el brinkmanship o "juego de la gallina", una estrategia de riesgo en la que un país desafía los compromisos de otro con la esperanza de que retroceda para evitar la guerra. Según la teoría clásica, desarrollada por el politólogo Richard Ned Lebow, las guerras en este tipo de crisis surgen principalmente de percepciones erróneas: un país malinterpreta la resolución de su adversario y actúa bajo el supuesto de que éste cederá ante la amenaza de conflicto. Sin embargo, Corbacho introduce una perspectiva diferente. En su análisis, argumenta que en algunos casos, como en el de las Malvinas, no fue la mala interpretación de la disposición británica a defender las islas lo que llevó a la guerra, sino las presiones internas dentro de Argentina. Estas presiones impulsaron a la junta militar a arriesgar una confrontación con un poder superior como parte de un desesperado intento por mantener su control en medio de una crisis política interna.
Un análisis comparativo de las crisis
Para abordar esta cuestión, Corbacho utiliza una metodología comparativa, examinando dos crisis que involucraron a Argentina durante el régimen militar: el conflicto del canal de Beagle con Chile en 1978 y el conflicto de las islas Malvinas con Gran Bretaña en 1982. Aunque ambos eventos tuvieron similitudes superficiales —ambas fueron crisis de brinkmanship, y ambas involucraron disputas territoriales históricas—, los resultados fueron marcadamente diferentes. Mientras que la crisis del Beagle fue resuelta pacíficamente, el conflicto de las Malvinas resultó en una guerra devastadora para Argentina. A través de un análisis detallado de estos dos casos, Corbacho busca entender qué factores llevaron a estos resultados tan distintos.
Las diferencias internas que marcaron otro resultado
El estudio de Corbacho revela que el contexto político interno fue fundamental para determinar el desenlace de ambas crisis. En 1978, durante la crisis del Beagle, la junta militar argentina estaba bajo presiones, pero no enfrentaba una amenaza existencial tan severa como la que experimentaría cuatro años más tarde. Aunque había tensiones con Chile por el control de las islas del canal de Beagle, la dictadura militar contaba con una relativa estabilidad interna, lo que permitió a sus líderes actuar con mayor cautela. Además, la diplomacia internacional —particularmente la intervención del Papa Juan Pablo II, quien ofreció su mediación— proporcionó una salida viable para evitar el conflicto armado sin que los líderes argentinos perdieran legitimidad o poder.
En cambio, el contexto del conflicto de las Malvinas fue completamente diferente. Para 1982, el régimen militar argentino estaba profundamente debilitado. La economía del país estaba en declive, y el gobierno enfrentaba una creciente oposición interna. La junta militar, encabezada por el general Leopoldo Galtieri, necesitaba desesperadamente una victoria que pudiera restaurar su legitimidad y sofocar las crecientes críticas. Según Corbacho, la decisión de invadir las Malvinas fue vista por los militares argentinos como una operación de “rescate del régimen”, un intento de unificar a la nación en torno a una causa nacionalista y consolidar el apoyo popular en un momento de crisis interna.
El brinkmanship y las decisiones de guerra
Uno de los puntos clave del análisis de Corbacho es que, aunque la teoría de Lebow sobre el brinkmanship enfatiza la importancia de las percepciones erróneas del adversario, esta no puede explicar completamente por qué Argentina eligió enfrentar a un enemigo mucho más poderoso en el caso de las Malvinas. Si bien es cierto que los líderes argentinos subestimaron la resolución británica y malinterpretaron la probable respuesta de Estados Unidos, el factor determinante fue la presión política interna. En otras palabras, la junta militar no podía permitirse retroceder, independientemente de las señales que pudiera haber recibido de que Gran Bretaña no cedería fácilmente. La guerra se convirtió en la única opción viable para mantener su control sobre el país.
Este análisis se ve reforzado cuando se compara con el manejo de la crisis del Beagle. En ese conflicto, aunque había facciones dentro de la junta que favorecían una acción militar contra Chile, las presiones internas no eran tan agudas. Esto dio margen para la negociación y permitió que la intervención de terceros, como el Papa, influyera en el resultado. Según Corbacho, en el caso del Beagle, los líderes argentinos tenían más flexibilidad para maniobrar sin perder su posición de poder, lo que les permitió aceptar una solución diplomática en lugar de una confrontación militar.
Conclusiones
El trabajo de Corbacho ofrece varias conclusiones importantes para entender cómo y por qué Argentina actuó de manera tan diferente en estas dos crisis internacionales:
Las presiones internas pueden ser más decisivas que las percepciones erróneas del adversario. Si bien la teoría del brinkmanship se centra en la mala interpretación de las intenciones del otro, Corbacho demuestra que en el caso de las Malvinas, la junta militar argentina estaba motivada principalmente por la necesidad de consolidar su poder frente a una amenaza interna. En ese contexto, las percepciones sobre la respuesta británica eran secundarias ante la urgencia de restaurar la legitimidad del régimen.
La mediación internacional puede ser efectiva cuando las presiones internas no son abrumadoras. En el caso del Beagle, la intervención del Papa Juan Pablo II y el apoyo de la comunidad internacional proporcionaron una salida pacífica. Esto fue posible porque la junta militar aún tenía margen de maniobra política interna. En cambio, en el conflicto de las Malvinas, no hubo tal margen, y la guerra se volvió inevitable.
La guerra de las Malvinas fue, en gran medida, un último recurso político. Corbacho sostiene que la decisión de invadir las Malvinas no fue simplemente un error de cálculo estratégico, sino una respuesta desesperada a una crisis política interna que amenazaba con desmoronar al régimen. La junta no vio otra opción viable para mantenerse en el poder.
El papel de las potencias externas fue decisivo, pero limitado. En ambos conflictos, las potencias internacionales, especialmente Estados Unidos y el Vaticano, jugaron papeles importantes. Sin embargo, su capacidad para influir en los eventos estuvo limitada por la situación interna de Argentina. En el caso del Beagle, la presión internacional ayudó a evitar una guerra. En el caso de las Malvinas, los intentos de mediación de Estados Unidos fueron insuficientes para disuadir a los líderes argentinos, que ya habían decidido que la guerra era su única opción.
Lecciones para futuras crisis internacionales
El análisis de Corbacho tiene implicaciones más amplias para el estudio de las crisis internacionales y la política exterior. Una de las principales lecciones es que, en las crisis de brinkmanship, las decisiones de guerra no siempre se basan en percepciones erróneas sobre el adversario, sino que pueden estar profundamente influenciadas por factores políticos internos. Cuando los líderes enfrentan amenazas a su supervivencia política, pueden verse obligados a adoptar políticas arriesgadas, incluso si reconocen que es probable que el adversario no retroceda.
Además, el estudio destaca la importancia de la intervención diplomática en la resolución de crisis. En el caso del Beagle, la intervención del Papa fue crucial para evitar una guerra. Sin embargo, como muestra el caso de las Malvinas, la diplomacia solo puede tener éxito cuando las condiciones internas permiten a los líderes aceptar una solución negociada.
Finalmente, el trabajo de Corbacho ofrece una perspectiva valiosa sobre cómo las dictaduras militares pueden utilizar los conflictos externos como una estrategia de supervivencia política. En un contexto donde el poder del régimen está en declive, la guerra puede ser vista como una forma de restaurar la legitimidad y consolidar el apoyo interno, independientemente de las consecuencias a largo plazo.
En conclusión, el análisis de Corbacho proporciona una comprensión profunda de los conflictos de las Malvinas y el Beagle, y ofrece lecciones importantes para el estudio de las crisis internacionales. Al destacar el papel crucial de las presiones internas y la dinámica política, este trabajo desafía las explicaciones convencionales centradas en la percepción errónea del adversario y sugiere que, en algunos casos, la guerra es el resultado inevitable de un régimen en crisis.
La “bestia negra” de Malvinas: la historia del militar argentino que todavía despierta terror en las islas
Douglas
Patrick Dowling, alias “El Inglés”, era un mayor del Ejército argentino
al que acusan de violar derechos humanos en los primeros días de la
guerra; dramáticos testimonios
Hay un militar argentino cuyo apellido todavía causa escalofríos en las islas Malvinas. A 40 años de la guerra,
su sola mención afecta a los hombres, mujeres y niños isleños que
lidiaron con él. Algunos aún sufren de estrés post traumático por sus
acciones, que remiten a las peores prácticas de la dictadura. Es la
“bestia negra” de las islas.
Ese militar figura en los legajos de la Conadep y
en al menos dos causas de lesa humanidad. Pasó a retiro en los primeros
años de la democracia y murió en 2000. Pero en las islas es como si no
hubiera muerto. Allí todavía se habla de él en presente. Acaso porque
muchas víctimas aún le temen. Como la niña a la que amenazó con un rifle en la cara.
O los hombres a los que simuló ejecutar. O aquellos a los que golpeó
hasta derribarlos. O al que subió a un helicóptero y le abrió la puerta
lateral, como en los “vuelos de la muerte”. O las mujeres a las que pregonó las bondades de encarar una “solución final”. Todo eso y más, en violación a la Convención de Ginebra.
Douglas
Patrick Dowling es la “bestia negra” de Malvinas; algunos isleños aún
sufren de estrés post traumático por sus acciones, que remiten a las
peores prácticas de la dictaduraAlconada Mon, Hugo (Prosecretario de Redacción)
Si
terminar con los isleños fue su intención real, jamás se sabrá. Porque
ese militar duró apenas cuatro semanas en las islas. Un superior, mano
derecha del general Mario Benjamín Menéndez, ordenó su
regreso al continente, preocupado por sus acciones. Pero la sombra del
militar es, todavía hoy, un obstáculo en el diálogo. Decía llamarse
Patricio Dowling, ser descendiente de irlandeses y detestar todo lo
británico, aunque ese era uno de sus “nombres de guerra” en los centros
clandestinos de detención: “El inglés”.
Su verdadero nombre era Douglas Patrick Dowling y llegó a Stanley con
36 años y rango de mayor del Ejército, en las primeras horas del 2 de
abril, tres días antes de que la ciudad capital de las islas pasara a
denominarse Puerto Rivero y, luego, Puerto Argentino. Desembarcó como máximo responsable de la Policía Militar, aunque su misión real era otra: contraespionaje.
Es decir, detectar a los isleños que pudieran encarnar la resistencia o
pasarles información a las tropas británicas. Pronto quedó claro que
sabía quién era quién, según relatos coincidentes.
Douglas
Patrick Dowling figura en los legajos de la Conadep y en al menos dos
causas de lesa humanidad; pasó a retiro en los primeros años de la
democracia y murió en 2000Archivo
Esos testimonios, que LA NACION
recabó en las islas, ahondan en una faceta de la guerra que muchos
prefieren callar u ocultar. Como los relatos de los excombatientes que
afrontaron torturas físicas y psicológicas de un centenar de militares
–estaqueamientos y enterramientos incluidos- y reclaman que la Corte Suprema
tome una decisión. ¿Son delitos de lesa humanidad -y por tanto,
juzgables, como resolvió un Juzgado y una Cámara Federal- o son delitos
comunes y están prescriptos -como sostuvo la Casación Penal-? Ahora los
isleños aportan otra faceta de esas agresiones.
"Cruzaron
la calle, lo puso a papá de rodillas junto a la orilla, le dijo que
había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la cabeza,
para ver si se quebraba"
Nicholas Pitaluga
El ejemplo más brutal del accionar del mayor Dowling entre los isleños acaso fue contra una niña que tenía 12 años en 1982, Lisa Watson,
editora hoy del semanario local, Penguin News. Su padre, Neil, había
llamado a los argentinos para informarle que seis soldados británicos
que habían escapado durante el desembarco del 2 de abril estaban en su
casa, dispuestos a rendirse. Poco después, dos aviones Pucará
sobrevolaron su casa y tres helicópteros aterrizaron a su alrededor. Con
los marines ya esposados, Dowling pateó la puerta y obligó a los Watson
a pararse contra la pared. Pero la niña siguió sentada, a pesar de los
ruegos de sus padres y los gritos del militar, que le apuntó con el
rifle y amenazó reiteradas veces con dispararle. Hasta que se dio por
vencido. La niña no se movió del sofá.
Lisa Watson era una niña en 1982 cuando Dowling le apuntó con el rifle y amenazó reiteradas veces con dispararleArchivo
“Recuerdo
que Dowling tenía el casco puesto, pero es poco más lo que puedo
decirle. Todo pasó muy rápido, aunque me quedó la impresión de sus
facciones, que era buen mozo, muy limpio. Pero yo era una niña”, contó
Watson a LA NACION.
Los
testimonios coincidieron sobre ese punto. Los isleños describieron a
Dowling como alguien muy preocupado por su apariencia, siempre afeitado y
peinado, que hablaba inglés fluido y que siempre se movía con su
uniforme limpio y planchado, en línea con el testimonio de una de las
víctimas que pasaron por el centro clandestino de detención El Vesubio,
Hugo Luciani. Lo recordó como “un hombre de cultura, [...] de tener una
voz bien conformada, inclusive por su ropa, su calzado, era una persona
que demostraba tener algún estudio”.
Pronto,
se sumaron otros incidentes. Como el de Robin Pitaluga, quien murió un
par de años después. “Papá tenía un carácter fuerte y se resistía al
adoctrinamiento que querían imponer los argentinos. Una noche escuchó
por radio un mensaje que el almirante Sandy Woodward [máximo responsable
de la flota británica que iba hacia las islas] quería hacerle llegar a
Menéndez para que se rindiera. Así que mi papá se encargó de eso. Poco
después aparecieron los helicópteros”, relató Nicholas Pitaluga.
“Recuerdo que cuando se lo llevaban a papá, mamá les reclamó a los
gritos una constancia porque sabíamos lo que ocurría en la Argentina
cuando los militares se llevaban a alguien. Así que uno de los soldados
le extendió un recibo, como si papá fuera una mercancía”.
A
Robin Pitaluga, Dowling lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebrabaAlconada Mon, Hugo (Prosecretario de Redacción)
En
Puerto Argentino ocurrió lo peor. “Lo trasladaron a la Estación de
Policía en Stanley, donde Dowling lo tomó como un líder de los isleños. Así
que cruzaron la calle, lo puso de rodillas junto a la orilla, le dijo
que había una bala en el cargador y le gatilló varias veces en la
cabeza, para ver si se quebraba. Luego lo pusieron bajo arresto
domiciliario”, relató Nicholas, quien había estudiado el secundario en
Córdoba, donde una de sus maestras había desaparecido. El 2 de abril lo
sorprendió en Buenos Aires, cuando volvía de Nueva Zelanda, donde
cursaba la universidad. Nunca más volvió al continente, aunque sigue en
contacto con sus amigos.
“Algunos militares expresaban abiertamente su interés por ir más lejos -dijo Pitaluga, hijo, a LA NACION-.
Hablaban de una ‘solución final’. Pero otros respetaban el ‘código de
honor’ militar, así que prefiero pensar que las cosas pudieron ser mucho
peor para los isleños. De hecho, Dowling era como [Alfredo] Astiz. Ojalá ambos estuvieran en prisión”.
Como los “vuelos de la muerte”
Dowling actuaba con visos de espectacularidad. También recurrió a los helicópteros cuando buscó a otro isleño, Bill Luxton.
Doce buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa y Dowling se llevó al isleño, a su esposa y a su hijo
adolescente a Puerto Argentino. En pleno vuelo temieron por sus vidas.
Ocurrió cuando les abrieron la puerta del helicóptero sobre el mar, algo
que les recordó a los “vuelos de la muerte” que ya eran conocidos fuera
de la Argentina.
Doce
buzos tácticos con ametralladoras y granadas bajaron de un Puma,
rodearon la casa de Bill Luxton y se lo llevaron junto a su esposa y a
su hijo adolescente a Puerto ArgentinoArchivo
“Ya habíamos tenido un incidente previo, el 2 o 3 de abril, cuando me llevaron detenido a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’,
me dijo Dowling”, recordó Luxton, quien por entonces era funcionario en
las islas. “Después me advirtió que no me metiera en problemas.
‘Tenemos muy malos reportes sobre usted, ándese con cuidado’, y dijo que
tenía informes detallados sobre más de 600 de nosotros. No sé si sería
cierto, pero sí puedo decirle que sabía mucho sobre mí”.
"Me
llevaron a la Estación de Policía. ‘Si fuera por mí, les pegaría un
tiro a todos ustedes. Y usted sería el primero’, me dijo Dowling”"
Bill Luxton
Luxton no fue el único al que Dowling mencionó esos informes de inteligencia. “Sé todo de usted”, le previno a John Smith,
un marino mercante británico que llegó a las islas en 1958, se enamoró
de una isleña, Ileen, y se quedó. Hoy, octogenario, fue el primer
director del Museo local y autor de varios libros. Es considerado el
máximo historiador local. “Dowling tenía legajos de todos, con
precisiones sobre sus ideas políticas, afinidades y parentescos. Según
él, era el trabajo de diez años, con buena inteligencia”, relató Smith a
LA NACION, en su casa de las afueras de la ciudad.
Poco después, un conscripto comenzó a vigilar sus movimientos. Y con el
paso de los días terminó dándole de comer. “A diferencia de los
oficiales, los soldados pasaban hambre. En la zona oeste de la ciudad
desaparecieron todos los gatos, carnearon un caballo y varias ovejas”.
Dowling repitió su abordaje con un agente de la Policía local hasta el desembarco, Anton Livermore.
“Me relató mi vida. Cuál era mi familia, a qué colegio había ido, mis
trabajos previos. Yo había simulado que no hablaba español, pero él
sabía que había pasado dos años en la Argentina”, rememoró. Para más
precisiones, estudió parte del secundario en Bariloche y conoció de
primera mano cómo actuaba la dictadura. “No dudo que si Dowling hubiera estado más tiempo en las islas, no hubieran quedado muchos isleños”.
A
Anton Livermore, agente de la Policía local hasta el desembarco,
Dowling le relató su vida; tenía un trabajo de Inteligencia sobre muchos
isleñosImperial War Museums
El
propio Dowling se encargó de fomentar ese temor entre los isleños. En
ocasiones, de manera deliberada; en otras, sin saberlo. En el Upland
Goose, por entonces uno de los dos hoteles de Puerto Argentino, le
exigió al dueño, Desmond King, que le entregara la mitad de las
habitaciones y le diera de comer a él y a otros oficiales, “por las
buenas o por las malas”.
Fue durante
una de esas comidas en el Upland Goose que Dowling discutió con otros
oficiales argentinos la idea de implementar una “solución final” con los
isleños, mientras que las hijas del dueño, Anna y Alison King, servían
su mesa. Ambas habían estudiado el secundario en Montevideo y hablaban
español, lo que ocultaban. “Dijo que el problema éramos los isleños y
que sin nosotros, Londres no enviaría tropas. Así que lo mejor era
´exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó”, sostuvo Alison. A su lado,
Anna, asintió.
Golpes e interrogatorios
Los
incidentes se sucedieron. Dowling recurrió a los helicópteros para ir a
San Carlos, donde hizo alinearse a hombres, mujeres con bebes en brazos
y niños frente a un galpón. Cuando el gerente de la granja, Allan
Miller, protestó por el maltrato, el militar lo golpeó hasta que el
isleño no pudo levantarse del piso. “Lo golpeó varias veces con
la culata de su rifle o fusil, y cuando estaba en el piso, se puso
detrás suyo, le apuntó a la espalda y empezó a interrogarlo”, detalló su hermano Tim, quien cuida del cementerio argentino en Darwin y del británico en San Carlos desde hace años.
"Decía
que sin nosotros Londres no iba a reaccionar. Lo escuchamos decir que
lo mejor era ‘exterminarnos’. Ese fue el verbo que usó"
Alison King
Dowling
encaró varios interrogatorios en la estación de Policía en Puerto
Argentino. Así lo hizo con un empleado de Obras Públicas, Philip Rozee, a
quien lo acusó de espionaje, mientras que sus subalternos lo cacheaban,
manoseaban e insultaban. Y también con el contralor del tráfico aéreo
en el aeropuerto local, Gerald Cheek. “Al final de la
‘conversación’, Dowling sacó una pistola y golpeó el escritorio,
exasperado por mis respuestas”, resumió. El primero fue deportado; el
segundo, trasladado a la isla Gran Malvina.
El periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, conoció algunos de los abusos de DowlingArchivo
Al
final, sin embargo, los métodos de Dowling resultaron contraproducentes
para los planes argentinos. Los isleños redoblaron su colaboración
clandestina con las tropas británicas, antes y después de su desembarco,
mientras que él fue reenviado al continente el 26 de abril, semanas
antes del desembarco británico en la bahía San Carlos. Así lo ordenó el
entonces secretario general de Menéndez, el vicecomodoro Carlos Bloomer Reeve,
quien conocía las islas y a los locales desde los años 70, cuando fue
uno de responsables de implementar en el terreno los “Acuerdos de
Comunicaciones”.
“Bloomer Reeve era
una buena persona y nos cuidó. Sin él, todo hubiera sido peor”, evaluó
el entonces director de la radio local, Patrick Watts.
Él también sufrió los métodos de Dowling y sus acólitos. “Cuando estaban
deteniendo a Cheek, que era mi vecino, para llevarlo a la estación,
protesté y terminé con una pistola en el estómago. Por suerte pasó un
capitán argentino que me conocía y me defendió”. Poco después, fue a
verlo a Bloomer Reeve.
-¿A dónde están enviando a toda la gente?
-¿Qué gente?- recuerda Watts que le respondió el oficial de la Fuerza Aérea.
-¿La van a desaparecer? ¿La van a tirar a la bahía como hacen en el Río de la Plata?
-No seas estúpido. Dame un minuto.
“Adelante
mío, Bloomer Reeve levantó el teléfono”, recordó Watts. “Luego cortó y
dijo una sola palabra: Dowling. Poco después, a Dowling lo trasladaron
al continente”.
Lesa humanidad
Dowling
estuvo asignado a las islas Malvinas hasta el 26 de abril, de acuerdo a
la copia de su legajo del Ejército Argentino que obra en el Tribunal Oral Federal de Santa Fe,
donde también se lo investigó por su participación en crímenes de lesa
humanidad como parte del Destacamento de Inteligencia 122 que actuó en
esa provincia. Dowling falleció, pero otro acusado en ese expediente, el
interventor de facto de la provincia José María González,
terminó condenado a prisión perpetua por homicidio doblemente
calificado en concurso real con privación ilegal de la libertad y
allanamiento ilegal de domicilio.
En el legajo de Dowling consta que se retiró en 1986 con el grado de teniente coronel. A lo largo de su carrera militar, que comenzó en diciembre de 1964, acumuló múltiples apercibimientos y días de arresto. Pero
sus superiores lo definieron como “serio, subordinado, respetuoso y con
capacidad de mando”. Así no lo caracterizó Bloomer Reeve.
El número dos del general Menéndez falleció días atrás con el rango de brigadier. Pero antes confirmó que ordenó la remisión de Dowling al continente. Lo hizo ante el periodista y fotógrafo Graham Bound, fundador del Penguin News, quien conocía a oficial argentino de su anterior paso por las islas y lo entrevistó para el libro “Invasión 1982. La historia de los isleños”.
“Dowling
consideraba a todo isleño como un enemigo. Muchos otros oficiales
jóvenes pensaban lo mismo, pero no tenían poder. Este hombre, en cambio,
era el jefe de Policía. Él tenía ‘el’ poder”, afirmó, antes de relatar
que lo citó a su oficina, le ordenó ser “más cordial” con los locales, y
le recordó que tenía que obedecer las órdenes dadas por un superior,
aunque se las impartiera un oficial de la Fuerza Aérea. Pero Dowling
respondió con “hosquedad”, así que se reunió de apuro con Menéndez y le
pidió que apoyara su decisión de reenviarlo al continente. Tres días
después, Dowling se marchaba de Puerto Argentino, donde todavía lo
recuerdan -y temen- en tiempo presente.
Mamíferos marinos del Atlántico Sur y Malvinas: “artefactos de Estado” detrás de la dinámica de ocupación de las Islas
La investigadora del CONICET Susana García estudia cómo la caza comercial de ballenas y otros animales motorizó la economía global del siglo XIX y parte del XX en la zona.
Ilustración: Facundo López Fraga.
La
expansión de la actividad ballenera a fines del siglo XVIII, desde los
puertos del Atlántico norte hacia los mares del sur, dio lugar a la
exploración y a la instalación humana en nuevos espacios geográficos
vinculados al aprovechamiento comercial de recursos de origen animal
marino. En ese contexto, las costas patagónicas, las islas Malvinas, la
isla de los Estados y otras islas del Atlántico empezaron a ser usadas
como zonas de aprovisionamiento de agua y de resguardo para los barcos
dedicados a la caza de ballenas, lobos y elefantes marinos, así como de
otros animales.
La grasa se transformaba en aceite; sus pieles y
otras partes anatómicas derivaban en otros objetos comerciales. “Esta
industria movió una gran parte de la economía global del siglo XIX y
pesó en la política internacional, impulsando la expansión territorial
de varios países y la identificación de nuevos espacios de explotación
mercantil”, señala Susana García, investigadora CONICET en el Archivo
Histórico del Museo de La Plata y la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
García acaba de editar el libro En el mar austral: la historia natural y la explotación de la fauna marina en el Atlántico Sur(Ed.
Prohistoria), en el que analiza el tema, del que también participaron
los historiadores de la ciencia del CONICET Irina Podgorny y de la UNLP
Alejandro Martínez, el paleontólogo del CONICET Marcelo Reggero, la
historiadora alemana Cornelia Lüdecke, la becaria posdoctoral del
CONICET del Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas Sofía
Haller, e incluye un epílogo del historiador del CONICET Federico
Lorenz.
“Este libro estudia varios emprendimientos comerciales y
exploratorios de las costas e islas más australes del Atlántico Sur
americano entre fines del siglo XVIII e inicios del siglo XX”, indica
García. “Presenta algunas ideas para pensar la historia natural de
América del Sur desde el espacio marítimo y la explotación de sus
recursos. Porque la ocupación de esos lugares inhóspitos no puede
desligarse de la historia del usufructo a gran escala de su fauna, el
marco necesario para entender el establecimiento de colonias y
concesiones en esas latitudes hasta entonces ignoradas por los poderes
coloniales y los inversores privados”.
Este libro tiene relación
con los estudios que García lleva adelante junto a Irina Podgorny desde
hace varios años en los que está investigando cómo los mamíferos marinos
se constituyeron en “artefactos de Estado”, en tanto objetos de leyes,
concesiones, licencias o medidas proteccionistas reguladas por distintos
gobiernos, así como en bienes que movilizaron importantes recursos de
inversores privados y a numerosos marinos de diversas nacionalidades.
“Me
interesa conectar la historia de la producción y circulación de
conocimiento, las colecciones, el comercio de objetos de historia
natural y la explotación de recursos de origen animal durante el siglo
XIX y primera parte del siglo XX”, señala García, quien se dedica a la
historia de la ciencia y, en particular, al estudio de las prácticas
científicas en torno a la fauna sudamericana y el ambiente marino.
En
sus estudios, la investigadora del CONICET, presta atención a los
intercambios y los espacios de interacción entre los sectores
científicos y diferentes actores no académicos, como pescadores,
cazadores, balleneros, loberos, pilotos y otras figuras que reunieron
datos y objetos que aportan valiosa información. Y agrega: “La escala
global del universo ballenero configuró una geografía mundial muy
diferente a la del presente. Cabo Verde, las Azores, las costas
africanas y Cantón, entre otros lugares, formaron parte de ese entramado
que integraba a las islas Malvinas y las costas patagónicas en las
rutas de explotación de la fauna marina. Los balleneros y loberos con
sus mapas, observaciones y colecciones colaboraron con el conocimiento
geográfico y la historia natural”.
Para acceder a esa información y
analizarla, García recurrió al estudio de múltiples documentos
contenidos en archivos nacionales y extranjeros, en registros
portuarios, diarios comerciales de la época, archivos de empresarios
balleneros y otras fuentes.
Grasa y aceite de origen animal: un recurso clave para la industria del siglo XIX
Barcos
franceses, ingleses, norteamericanos y otros que zarpaban de los
puertos de Buenos Aires y de Montevideo cazaron diferentes animales
marinos con fines industriales y comerciales en las aguas del Atlántico
Sur. A los que se sumaban los emprendimientos costeros en Brasil y otros
puntos de la costa sudamericana.
La industrialización y
urbanización de fines del siglo XVIII fueron de la mano de la creciente
explotación comercial de los productos obtenidos de cetáceos y
pinnípedos (lobos marinos, elefantes marinos y focas). “El aceite
producido con la fundición de la grasa de estos animales constituyó el
combustible principal para la iluminación y también fue esencial para la
lubricación de maquinarias y relojes, antes de la explotación y
difusión de los derivados del petróleo. Servía, asimismo, para el
curtido de cueros, la preparación de fibras textiles, la elaboración de
pinturas y de jabón, entre otros usos”, explica García, licenciada en
Antropología y doctora de Ciencias Naturales.
Respecto de las
campañas balleneras, los productos más redituables y buscados en la
primera parte del siglo XIX eran los obtenidos del cachalote: su aceite y
el llamado espermaceti o “blanco de ballena”, una sustancia cerosa
presente en su cráneo que “se empleaba para aceitar máquinas y
engranajes de precisión y para la fabricación de velas finas, cremas,
maquillaje y productos medicinales”, ejemplifica la investigadora del
CONICET.
Otro artículo comercial importante fueron las barbas de la mandíbula superior de las ballenas francas (familia Balenidae)
y de otras especies. Estas láminas córneas y elásticas se empleaban en
la fabricación de bastones, paraguas, sombreros, cunas, corsés y otras
estructuras de las prendas femeninas hasta su progresivo reemplazo por
el celuloide y los materiales sintéticos surgidos en la primera parte
del siglo XX y los cambios en las modas.
“Paralelamente los barcos
balleneros y loberos completaron sus cargamentos con las pieles de
lobos marinos de la Patagonia, Maldonado, las islas Malvinas y otras
islas australes. También se exportaron desde los puertos de Buenos Aires
y Montevideo. En China hubo una gran demanda de las pieles finas de los
llamados ‘lobos marinos de dos pelos’, que cotizaban por debajo de las
más apreciadas de nutria marina y castor”, subraya García.
Los
pingüinos fueron otros de los animales con grasa que se transformaron en
un objeto comercial ligado al gran mercado y consumo de aceites del
siglo XIX. “El aceite obtenido de la grasa de estas aves se utilizaba
especialmente en la manufactura de cueros. Su explotación se inicia
hacia 1820, en algunos casos de forma paralela al de los lobos marinos.
Se registra la fabricación de este aceite en pequeñas islas del litoral
patagónico y de las Malvinas entre las décadas de 1850 y 1880, período
de auge de este producto”, cuenta la investigadora del CONICET.
Hacia
mediados del siglo XIX una serie de eventos comenzaron a desencadenar
el declive de los largos viajes balleneros en busca de los mamíferos
marinos con grasa. “Los productos de estas campañas fueron perdiendo
rentabilidad frente a la competencia de los aceites vegetales, como el
de colca, y posteriormente los derivados del petróleo que reemplazarían
el uso de la grasa y el aceite animal”, indica García. Y continúa: “La
explotación de las distintas especies fluctuó en función de los precios,
la situación internacional, las malas temporadas y la disminución de
las poblaciones animales”.
Por otra parte, durante los conflictos
bélicos, los barcos balleneros y loberos dejaron de operar, ya sea
porque eran apresados por navíos enemigos o porque participaban de la
guerra o de la actividad corsaria que podía llegar a ser más
redituable. Sin embargo, un nuevo capítulo en la historia ballenera
comenzaría en los inicios el siglo XX y hasta la década de 1960, con las
nuevas tecnologías de captura y procesamiento de grandes ballenas en
aguas antárticas y el desarrollo de los procesos de hidrogenación, que
permitió que la grasa de estos animales adquiriese nueva importancia en
las industrias química, farmacéutica, cosmetológica y alimenticia, como
por ejemplo en la producción de margarina y glicerina, y también de
abono para los cultivos.
“En los inicios del siglo XX, las
tecnologías de caza y procesamiento industrial de las ballenas
desarrolladas por los noruegos permitieron capturar miles de grandes
cetáceos, incluidas la ballena azul, en cada temporada, y procesarlas en
grandes factorías flotantes o instaladas en tierra, como por ejemplo en
las Georgias del Sur, donde la primera ocupación de la isla se dio con
la instalación de la estación ballenera de la Compañía Argentina de
Pesca a fines de 1904”, señala García, quien manifiesta que no se conoce
que se haya extinguido ninguna especie marina explotada en esta región,
pero por su intensidad y extensión en el tiempo sí provocaron cambios
en la distribución de la fauna y su desaparición en varios sitios.
El espacio marítimo desde la perspectiva de una historiografía argentina
La
línea de investigación de los últimos años de García busca incorporar
el espacio marítimo a la reflexión historiográfica argentina,
especialmente en relación a la historia de la ciencia.
“Hasta no
hace mucho la historia marítima parecía ser solo un campo de los
sectores navales, predominando la historia de campañas militares y de la
Armada argentina. Me interesa aportar nuevas miradas e información
histórica sobre las diversas actividades y agentes que trabajaron y
explotaron los recursos naturales y cómo se fueron modelando los saberes
sobre esos recursos, las aguas y las tierras del Atlántico Sur, pero
sin circunscribir este espacio a límites geográficos o políticos, sino
más bien integrado a las rutas de navegación y del comercio global”,
puntualiza.
Los proyectos de investigación que desarrolla García
con Podgorny combinan la historia global, la historia de las ciencias
naturales, la historia de la navegación y el comercio atlántico,
buscando mostrar la importancia económica del mar y de las islas
Malvinas en un período clave de su historia y cuestionando al mismo
tiempo el lugar periférico que el Atlántico Sur tiene en los escenarios
del siglo XIX.
Además, las investigadoras proponen repensar la
importancia histórica de los recursos naturales del Atlántico Sur para
entender su lugar central en la industria de pieles y aceite de origen
animal del siglo XIX y parte del siglo XX; la dinámica de ocupación de
las islas de esta región en función de esas actividades económicas; su
impacto en las poblaciones animales del Atlántico Sur (extinción, merma e
incluso introducción de nuevas especies) y las relaciones y los
conflictos surgidos en relación a la fauna y las reglamentaciones sobre
su dominio.
“Con el estudio de varios casos procuramos llenar el
vacío historiográfico en el que han quedado el Atlántico Sur, las islas y
la fauna que lo habita”, resume García.