¿Cómo reaccionó el pueblo alemán cuando cambió el rumbo de la guerra para Alemania?
Quora
Adolf Galland, as de la Luftwaffe y
más tarde general de las fuerzas de caza (el más joven a esa fecha),
cuenta en sus memorias que el pueblo alemán adivinó el final del partido
con el bombardeo aéreo de Hamburgo, el verano de 1943.
Para
la aviación aliada, Hamburgo es el premio gordo: es el primer puerto y
la segunda ciudad más grande de Alemania, además de base naval y de
submarinos, y con un distrito industrial que produce maquinaria y
material de guerra.
La Luftwaffe también
lo sabe, y prepara una defensa aérea efectiva. Estaciones de radar
iluminan toda la costa de Alemania y Holanda, mientras escuadrillas de
cazas nocturnos patrullan en zonas de espera la llegada de la aviación
enemiga. Todo se coordina desde un búnker con un gran mapa, con lámparas
de colores que indican las posiciones de los grupos de caza propios y
enemigos. Una legión de jóvenes telefonistas y radiooperadoras transmite
reportes y órdenes a las distintas bases en la costa del Atlántico.
Los
Aliados se turnan para bombardear Alemania. La RAF por las noches y la
USAAF durante el día. Los ingleses al principio vuelan si escolta y en
formaciones cerradas, fáciles de detectar por el radar y focos
luminosos, y la Luftwaffe empieza el partido con el marcador arriba,
mientras los ingleses soportan fuertes pérdidas.
Los
norteamericanos estrenan su fuerza de bombarderos en Europa confiando
en su techo de servicio superior al de los cazas alemanes, y formaciones
cerradas fuertemente artilladas que al principio intimidan a los
pilotos germanos, pero la Luftwaffe se
acomoda al nuevo desafío y opera con aviones armados a niveles fuera de
proporciones: cañones de 20, 30 y hasta 50mm, y cohetes de alto
explosivo capaces de despedazar un bombardero a 30 metros a la redonda.
Los
mandos celebran victorias y marcan con cruces las ciudades bombardeadas
en sus mapas, pero las bases aéreas en Inglaterra, África y Rusia
reciben tripulaciones con stress port-traumático. El poeta Randall
Jarrell, sirviendo en la USAAF, describe cómo los restos de algunos
artilleros se deben retirar "con manguera y agua".
Los
mandos aéreos angloamericanos preparan durante semanas el primer
bombardeo estratégico de la Historia contra una ciudad. Bautizada Operación Gomorra,
su objetivo es sencillo: regar con bombas la ciudad de Hamburgo "hasta
dejarla plana", esquivando la compleja red de radar y defensa antiaérea
alemana.
En
paralelo, los técnicos de radar ingleses juegan un ajedrez de guerra
electrónica contra sus rivales alemanes. Cada bando estrena trucos
ingeniosos para engañar al adversario.
En
el lado británico trabaja Joan Curran, una estudiante de Fisica que
inventa un método para cegar el radar enemigo. Bautizado con el nombre
en clave "Window", consiste en lanzar desde el aire cientos de kilos de chaff,
tiras de aluminio cortadas al mismo largo de la longitud de onda del
radar alemán, para producir reflejos de gran intensidad que saturan los
equipos y dejan las pantallas en blanco.
Horas antes de Gomorra, bombarderos de la RAF lanzan toneladas de chaff en distintas zonas del perímetro de vigilancia del radar alemán. La Luftwaffe queda sorda y ciega, incapaz de prever lo que se les viene.
Los ingleses tienen el mayor interés en devolver los pelotazos a Hitler, después que la Luftwaffe moliera sus ciudades durante el Blitz de 1940, la fase de bombardeos de la Batalla de Inglaterra.
En esos días la Luftwaffe también trataba de quebrar la voluntad del enemigo con bombardeos terroristas contra la población civil. Los bombarderos He-111 llegaron a lanzar hasta minas navales que descendian en paracaídas sobre las calles, con efectos inolvidables.
El 24 de Julio de 1943, la RAF finalmente "se arremanga" para Gomorra: poco antes de la medianoche, 791 bombarderos pesados Lancaster y Halifax despegan cargados con casi 12 toneladas de bombas cada uno, incluyendo incendiarias, de fósforo y de demolición. El arsenal incluye innovaciones como las cookies ("galletas"),
cilindros cargados con casi 2 toneladas de Amatol o Torpex, que estaban
entre los explosivos más poderosos de la era pre-nuclear. La prensa británica los bautiza blockbusters ("destructores de manzanas"), aludiendo a su radio de acción.
El
plan está estudiado hasta en sus menores detalles y con innovaciones
técnicas. Las escuadrillas cruzan el Mar del Norte en formaciones
dispersas para no alertar el radar, y sólo se concentran sobre el
blanco.
Los Pathfinders llegan primero a marcar los blancos con bengalas colgando de paracaídas ("árboles de Navidad"), y el nuevo sistema de radar H2S, que permite ver calles y edificios aunque estén cubiertos de humo o nubes.
Las
baterías antiaéreas abren fuego pero ya es tarde. La población de
Hamburgo despierta en el infierno: las bombas destruyen edificios en
cuestión de minutos, y la concentración de bombas incendiarias produce
vórtices de llamas de decenas de metros de altura, alcanzando
temperaturas de 600 grados Celsius, que incineran a quienes no alcanzan a
salir de sus dormitorios.
La
enorme diferencia térmica, sumada al clima de verano y toneladas de
fósforo lanzadas, produce una convección de aire y fuertes vientos que
aumentan la conflagración, y Hamburgo se convierte en tormenta ígnea,
el mismo fenómeno físico de incendios forestales de fuerza tal que se
hacen autosustentados, imposibles de detener hasta que se agota el
combustible u oxígeno.
La
población corre a los refugios antiaéreos subterráneos como se les ha
instruido, pero los siniestros consumen el oxígeno y decenas de miles de
civiles -en su mayoría mujeres y niños, morirán asfixiados e
incinerados en los bunkeres.
Tres
días después, la RAF descarga su segundo ataque con 739 aparatos. Los
blancos son barrios de "blocks" obreros del anillo industrial de
Hamburgo, densamente poblados. Los bomberos y equipos de emergencia de
todas las ciudades de la zona se concentran en Hamburgo pero no pueden
hacer casi nada.
El
tercer ataque británico ocurre la noche del 28 de Julio, donde 726
bombarderos siguen castigando otros barrios de la ciudad-puerto, para
terminar con un mazazo final el 2 de Agosto, con 740 aviones, que por el
mal tiempo terminan lanzando sus bombas en cualquier lugar. A esas
alturas la puntería da lo mismo.
Los
sobrevivientes se dispersan por centros de asistencia de toda la
región, contando sus testimonios terribles y exhibiendo quemaduras
impresionantes. El rumor corre por todo el Reich: "lo de Hamburgo le puede ocurrir a cualquier otra ciudad de Alemania".
El jefe de la Luftwaffe y canciller del Reich,
Hermann Göring, ni siquiera se aparece en Hamburgo. En otro tiempo la
autoridad más popular de Alemania después del Führer, "Hermann" -como le
llamaba el pueblo, había prometido que ni una sola bomba caería sobre
el Reich, gracias a "su Luftwaffe".
La realidad es que Hitler agota todas sus reservas en 1942, y desde ese año juega apostando todas las fichas en la mesa. La Luftwaffe
no logra compensar las pérdidas. Los bombardeos frenan la producción de
aviones, y en 1943 el piloto de caza promedio tiene menos de 160 horas
de vuelo.
Los
alemanes seguirán luchando con patriotismo y coraje inéditos. Sus
científicos y técnicos van a inventar nuevas armas revolucionarias que
van a seguir sorprendiendo a los Aliados hasta el último día, pero los
números no cuadran para el Ministerio de Armamentos. Alemania lucha en
dos frentes y su industria se asfixia cada día con los bombardeos
aliados. El resto es Historia pero Hamburgo lo supo primero.
Barco volador británico Short Sunderland Mk. 1 lanzado a las rocas después de un aterrizaje forzoso frente a la costa de Libia. Un avión del 230o Escuadrón de la Real Fuerza Aérea (No. 230 Escuadrón RAF) bajo el mando del Teniente de Vuelo Rochford Hughes (10/25/1914 - 09/17/1996), que volaba de Malta a Egipto, fue atacado y dañado por el caza pesado alemán "Messerschmitt" Bf. 110, y el artillero de cola del volador el barco murió. Entonces el avión hizo un aterrizaje de emergencia en la costa libia. La tripulación dejó el coche y fueron capturados por los italianos. Rochford Hughes, liberado de su cautiverio sólo en 1945, después de que la guerra hiciera una carrera exitosa en la RAF, llegando finalmente al rango de mariscal del aire y encabezando la Fuerza Aérea del Lejano Oriente (Royal Air Force)
TIENE 106 AÑOS. NACIÓ EN DEVOTO, PELEÓ CONTRA LOS NAZIS Y HOY FUE A VOTAR: “NO PIERDO LA ESPERANZA”
Ronnie Scott nació en 1917, es argentino pero también tiene la nacionalidad inglesa; combatió a las fuerzas de Hitler como piloto aeronaval de la Armada británica, a bordo de un Supermarine Spitfire Por Mariano Chaluleu – La Nación Hoy, a las 10.30 de la mañana, a sus 106 años, votó Ronald Scott. Nacido en Argentina, pero hijo de un médico escocés y una enfermera inglesa, Scott fue uno de los voluntarios argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial para las fuerzas aliadas. Este domingo, su compromiso tiene la misma fuerza, aunque, esta vez, con la tierra que lo vio nacer.
Desayunó tostadas con mermelada, ensalada de frutas y café. Luego tomó una aspirineta. “Es mi ritual”, dice. Salió de su departamento en San Isidro, donde vive solo, y llegó a la Escuela Provincial N°1 acompañado de su hijo Roger y su cuidadora, Daniela. Caminó, con una breve pausa para descansar, hasta la mesa de votación. “Excepto los años en los que era piloto comercial, donde me perdí de votar en algunas ocasiones, siempre participé de las elecciones”, agrega.
Sin embargo, se muestra escéptico respecto al futuro del país: “Hace años, muchos años, perdí el interés en la política. Los argentinos tuvimos que soportar a una gran cantidad de políticos que no valen nada, que son fruta podrida. Sin embargo, en cada elección vuelvo a votar. No me desentiendo. De alguna manera, no pierdo la esperanza”, insiste Ronnie. Scott se mantiene en excelente forma. Anduvo en bicicleta hasta sus 103 años. Repite que el secreto está en el desayuno y en la “aspirineta diaria”. Otra cosa que lo hace feliz es conocer gente. “Es un animal social”, lo describe su hijo Roger.
A la guerra, como voluntario
Scott nació un 20 de octubre de 1917, en Buenos Aires. Fue criado en una familia sin problemas económicos, aunque padeció la ausencia de su padre, a quien perdió cuando tenía 8 años. Fue educado por su madre y por sus familiares. “Es muy importante la figura paterna. Yo, muchas cosas, las aprendí a las patadas”, comentó por el año 2020, en una entrevista con LA NACION. En 1942, con 24 años y sin saber volar, embarcó hacia Inglaterra. Cuando llegó, un mes después, se presentó en las oficinas de la Armada británica y manifestó su voluntad de unirse como aviador naval. “Yo quería participar en la guerra. Lo que había hecho Hitler en Polonia era lo peor que se podía concebir. Mató gente por matar”, dijo.
Aquella motivación llegó gracias a una inesperada interacción con el Príncipe Eduardo. “A los diez años era socio juvenil del Club Hurlingham. Una tarde, mientras estaba viendo polo, un jinete vino al galope para pedirme un agua tónica. Era él. Yo me tomé el atrevimiento de agregarle limón a la bebida y se la alcancé. Su secretario me tomó la dirección y al día siguiente me llamaron de la embajada para invitarme a conocer el primer portaviones que hubo en la Argentina. Fue en el año 1926″, recordó. Todavía hoy, esa escena vive en su memoria. Fue el hecho que lo motivó a perseguir la carrera de piloto, por más que, para eso, debiera bautizarse de la manera más realística posible: la guerra.
“Cuando visité el portaaviones, yo tenía los ojos más grandes que un plato. Ahí comenzó todo. Recién en el año 1942, cuando mi madre tuvo que quedar internada por su vejez en el Hospital Británico, quedé más disponible y me fui a la embajada para ofrecerme como voluntario. Yo quería ser piloto naval. Tomaron nota de mi pedido y me convocaron. Me hicieron estudios médicos y los resultados fueron perfectos. Solo era cuestión de esperar un barco para partir a Europa... Me avisaron de la embajada y me fui. El viaje duró más de un mes. Lo gracioso fue que, en Inglaterra, me querían enviar a un Regimiento como Infante. ¡Me negué! La empleada en el puerto me dijo: ‘Si usted no vuelve en 48 horas, tengo que enviar a la policía para que lo regrese como desertor’. Ante esto, yo le pregunté a la chica si sabía dónde quedaba la Argentina. ¡Cómo me iba a volver al día siguiente, luego de un viaje de más de un mes! Por supuesto, la empleada no sabía dónde quedaba nuestro país. Así que me fui a la oficina de enrolamiento de la aviación naval, que estaba cerca de la plaza de Trafalgar. Me mandaron al sur, a la base naval de Portland. Y ahí hice mi vida, primero como marinero”, dijo. A sus 24 años, fue enviado a Canadá para formarse como piloto aeronáutico. La preparación duró 6 meses y luego volvió a Inglaterra, como Teniente Piloto Aviador, para combatir a los nazis. Se quedó en Europa hasta la rendición de Japón, y regresó a la Argentina en 1946. “Yo quería participar en la guerra. Lo que hizo Hitler en Polonia era lo peor que se podía concebir. Mató gente por matar. Me convencí de que Hitler era la porquería máxima cuando llegué de noche a Liverpool. Había una luna increíble y en el camino me doy cuenta que las iglesias habían sido bombardeadas y los alemanes lo habían hecho despiadadamente para matar a todos”, contó.
El regreso a la Argentina
En la Navidad de 1946, Ronnie volvió a la Argentina como gerente de una empresa textil británica y con la misión de abrir una planta de producción en el país. Lo hizo, su vida parecía encaminada, se había convertido en un ejecutivo exitoso, pero su pasión por los aviones pudo más: en enero de 1948 renunció a su trabajo para empezar otro, esta vez, como copiloto de aviones DC3 en la aerolínea Aeroposta Argentina, la línea creada en 1927 que prestó los primeros servicios aéreos nacionales en las rutas a Paraguay, Chile y la región patagónica. En los comienzos de la misma compañía, también volaron Antoine de Saint-Exupéry y Jean Mermoz. Durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, Aeroposta, Fama, Alfa y Zonda fueron unificadas y dieron origen a Aerolíneas Argentinas. Ronnie es el último piloto vivo de Aeroposta Argentina SA. Colaboración del Lic. Roberto Martínez, Vicepresidente 2° del Instituto Nacional Newberiano.
Muchos de los prisioneros sabían que esta noche era probablemente la última en la tierra. La
prisión de Amiens había sido testigo de muchos asesinatos judiciales y
mucha tortura y brutalidad de la Gestapo, por lo que, a excepción de los
que estaban a punto de morir, las ejecuciones eran rutinarias. La
mayoría de los que murieron dentro de estos muros eran simplemente
patriotas, miembros del movimiento de Resistencia francés, agentes y
gente común que ayudó a su país ocupado contra los alemanes y su propio
gobierno postrado en Vichy. Fueron recluidos en una parte separada de la prisión, el “lado alemán”. El resto de la prisión albergaba a delincuentes comunes.
Fuera de los lúgubres muros de piedra, una amarga noche de febrero se cerraba como un sudario. Los que estaban a punto de morir sabían que no podía haber ayuda, ni parto milagroso. Encerrados
en sus celdas detrás de los gruesos muros de piedra, rodeados por una
guarnición alemana, en una ciudad saturada de policías y funcionarios
colaboracionistas, estaban lejos de ser ayudados. No podía haber una misión de rescate desde el exterior. Además,
la resistencia había quedado muy destrozada en los últimos meses,
infestada de informantes, y aquellos de sus líderes que no habían sido
capturados por la Gestapo o la Milice francesa estaban prófugos o
escondidos.
Era
1944, el año de la invasión aliada, y mucho dependía de la información
procedente de Francia: datos sobre transporte, defensas e incluso la
ubicación de los sitios de lanzamiento de las bombas V-1 alemanas hacia
Londres. El sabotaje efectivo fue paralizado. La mayoría de los transmisores pesados que enviaban información a Londres estaban en manos alemanas. El daño al aparato de resistencia debe haber pasado por la mente de los que estaban a punto de morir. Muchos eran veteranos y entre sus compañeros de prisión había al menos un estadounidense y dos ingleses. Lo peor de todo, uno de los prisioneros franceses era el corazón y el alma de la resistencia de Somme. Si
la Gestapo descubría quién era y lo desmantelaba, toda la red se
derrumbaría y, con ella, la inteligencia previa a la invasión crucial y
la información sobre los misiles alemanes. Los jefes de inteligencia aliados conocían el peligro,
Los
combatientes clandestinos franceses que permanecieron libres eran muy
conscientes de la difícil situación de sus camaradas dentro de la
prisión. Incluso sopesaron la posibilidad de un asalto terrestre armado a los muros de la prisión. Eran
una variopinta colección de comerciantes, médicos, amas de casa,
ladrones, prostitutas y al menos un proxeneta, pero compartían un feroz
patriotismo. Tendrían la oportunidad de ayudar a sus amigos encarcelados, pero no de la forma que imaginaban.
A
medida que se acababa el tiempo, los clandestinos sopesaron los planes y
los prisioneros de Amiens pensaron sombríamente sobre lo que les
esperaba, pensaron en la familia, rezaron y se prepararon lo mejor que
pudieron. Mientras tanto,
en Inglaterra, un hombre notable y una colección notable de
planificadores, pilotos y navegantes estaban preparando una asombrosa
hazaña de armas, nada menos que una fuga aérea cortesía de la Royal Air
Force.
Los asaltantes del ala 140
El
equipo de la RAF dispuesto para la tarea era el ala 140, que comprendía
los escuadrones número 487, de Nueva Zelanda, número 464, australiano y
número 21, británico. Desde
su base aérea en Hunsdon, cerca de Londres, el ala estaba realizando
incursiones "sin balón", ataques contra los sitios de lanzamiento de V-1
alemanes a través del Canal. Estos eran aviadores veteranos; muchos de los tripulantes habían volado literalmente cientos de misiones en los cielos hostiles a través del Canal. Eran muy buenos de hecho. De
hecho, los tres escuadrones serían parte de otros atrevidos ataques,
incluido el ataque a la azotea de marzo de 1945 en el edificio Shell de
seis pisos, sede de la Gestapo en Copenhague. Dejaron el edificio en llamas y se fueron, cubiertos por cazas P-51 Mustang, para cuando los alemanes pudieran empezar a recuperarse. Un
solo avión se perdió a altitud cero cuando chocó contra un edificio,
pero la clandestinidad danesa informó que 151 muertos de la Gestapo y
unos 30 daneses escaparon.
En esta foto de reconocimiento tomada casi directamente desde
arriba de la prisión de Amiens, se pueden ver daños en el muro norte en
la parte inferior derecha. Una
gran parte del muro se derrumbó bajo el impacto de bombas de 500 libras
durante el ataque que tuvo lugar el 23 de marzo de 1944.
Los
mismos escuadrones también atacaron el cuartel general de la Gestapo en
Aarhus, Dinamarca, en octubre de 1944. Esta incursión, como las demás,
fue verdaderamente un asunto aliado. La
tripulación aérea era británica, canadiense, australiana y
neozelandesa, y los Mustang de cobertura procedían de un escuadrón
polaco. El objetivo no
eran solo los alemanes en el edificio, sino especialmente la masa de
expedientes cuidadosamente recopilados sobre miles de daneses.
A pesar del mal tiempo, el raid salió perfecto. Los asaltantes golpearon su objetivo con fuerza, evitando dos hospitales cercanos. Los
daneses, encantados, agitaron el cartel de la V de la victoria ante los
asaltantes, y en la carrera hacia el objetivo, un granjero que araba su
terreno se cuadró y saludó mientras los bombarderos Mosquito de
Havilland rugían hacia la ciudad y pasaban rozando los edificios tan
bajo como 10 pies. La
redada se llevó a cabo sin pérdidas, a excepción de una góndola de motor
abollada y la rueda trasera de un asaltante que quedó en un edificio de
Aarhus cuando el piloto se acercó para devolver el fuego desde una
ventana del edificio. Un
piloto tuvo la experiencia memorable de ver cómo una de las bombas de un
camarada golpeaba su objetivo, salía por el techo del edificio y se
arqueaba con gracia sobre su propio avión.
La operación ultrasecreta Jericó
La operación contra la prisión de Amiens, cuyo nombre en código es Jericó, se había preparado con el más absoluto secreto. Hasta
que se reveló un modelo a escala de la prisión de Amiens en una mesa en
la sala de reuniones, ninguno de los equipos tenía idea de que estaban
programados para la redada más audaz de la guerra, rivalizada solo por
la huelga de Doolittle en Tokio. Con
total naturalidad, su líder, el vicemariscal del aire Basil Embry, le
dijo a la tripulación que se dirigían a hacer agujeros en las paredes de
la prisión en lo profundo de Francia para que los prisioneros que
estaban dentro pudieran correr a un lugar seguro.
Toda
la idea podría haber parecido fantástica viniendo de alguien que no
fuera Embry, pero él llevaba sus credenciales en el pecho. Era un veterano de muchas misiones en peligro. Una vez fue capturado, pero no pudo ser retenido por mucho tiempo. Simplemente mató a sus guardias alemanes y corrió hacia ellos, escapando por los Pirineos. Los
alemanes pusieron una recompensa de 70,000 marcos por él, vivo o
muerto, por lo que voló en misiones posteriores como "Wing Commander
Smith", incluso usando una placa de identificación a tal efecto. Embry era un capataz severo, pero un buen líder, intensamente preocupado por sus hombres. Cuando
una asamblea de oficiales de alto rango lo presionó para que usara el
bombardero en picado Vultee Vengeance, Embry había sido inflexible: "No
seré parte de la muerte de mis hombres en Vultee Vengeance". Y eso fue eso.
Tendrían
que atacar la prisión pronto, dijo Embry, ya que algunos de los
prisioneros estaban programados para ser ejecutados en un futuro
cercano. El grupo se
enfrentaría a un clima miserable, fuego antiaéreo alemán y una nube de
cazas, incluidos los Focke-Wulf FW 190 de los Abbeville Boys. Estos fueron los pilotos que pintaron de amarillo las narices de sus cazas y siguieron al legendario Adolf Galland , que ascendió al puesto de general de cazas. Eran un grupo formidable.
Percy "Pick" Pickard: Un gigante amable
También lo estaba el hombre que estaría al mando del ala durante el ataque. A Embry se le había prohibido liderar, una amarga decepción, pero tenía confianza en el hombre que volaba en su lugar. Percy
Pickard, "Pick" para sus pilotos, era el comandante de ala y él mismo
un veterano histórico de innumerables misiones en los dientes de la
Luftwaffe. Pickard había
sido oficial del ejército de King's African Rifles antes de la guerra,
pero se había transferido a la Royal Air Force. Al final resultó que, él y la RAF estaban hechos el uno para el otro.
Había
estado volando activamente en misiones operativas desde 1940, incluidos
más de 100 vuelos nocturnos a la Francia ocupada, aterrizando pequeños
aviones de enlace Lysander y bombarderos Hudson en pastos para entregar
agentes y suministros. En
1942, lideró los bombarderos que lanzaron paracaidistas que asaltaron la
estación de radar alemana en Bruneval, dispararon contra algunos
alemanes, desmantelaron el equipo y partieron por mar, llevando una
parte vital de regreso a Inglaterra. También
voló en misiones convencionales: derribado en una misión de bombardeo
en el Ruhr, Pickard hizo un aterrizaje forzoso en el Mar del Norte,
donde él y su tripulación se balancearon en un bote de goma, en un campo
minado, hasta que su pequeña nave se alejó y pudieron ser rescatado Pickard
medía más de seis pies y cuatro, pero, sin embargo, era un hombre
gentil que amaba a los animales de todo tipo, desde conejos hasta
serpientes, y en particular a su perro pastor inglés Ming.
Pickard aprieta su pipa entre los dientes mientras está de pie frente a su bombardero De Havilland Mosquito.
Totalmente
serios en su trabajo, profesionales hasta los talones, los hombres del
ala sin embargo tenían un lado ligero, muy en la tradición de la RAF. Visitados
por el rey y la reina en un aeropuerto en el que habían estado
estacionados anteriormente, el rey le preguntó al halagado Pickard el
significado de un rastro de huellas negras de pies descalzos que subían
por la pared del comedor y cruzaban el techo. Pickard,
al darse cuenta de que se había pasado por alto la limpieza adecuada de
paredes y techos, tuvo que admitir que las orugas eran suyas,
levantadas por sus pilotos durante una fiesta especialmente jovial
después de la exitosa incursión de Bruneval, con los pies cubiertos con
betún para zapatos. “Pero, ¿qué”, dijo Su Majestad, “son esas dos manchas especialmente grandes en el centro del techo?”
“Lamento decir, señor”, dijo Pickard, “que esas son las marcas de mi trasero”. Se disculpó, pero él y sus pilotos descubrieron que la pareja real tenía sentido del humor.
El mosquito de Havilland
Los
tres escuadrones del grupo de asaltantes pilotaban el de Havilland
Mosquito, probablemente el mejor cazabombardero de la guerra. La
“maravilla de madera”, como la llamaban, fue construida en gran parte
con madera contrachapada de Canadá y madera de balsa de Ecuador. Sus
piezas se armaron en talleres de carpintería de toda Gran Bretaña:
"todas las fábricas de pianos", se quejó Göring, cuando el Mosquito
demostró ser más rápido que cualquier caza alemán de la época. Luego,
el ensamblaje final tuvo lugar en De Havilland, donde las secciones se
juntaron en moldes de concreto, el pegamento se bombardeó con microondas
para acelerar el secado.
Incluso el primer prototipo alcanzó una velocidad de 392 millas por hora, una velocidad inaudita para el día. El poder del Mosquito provenía de un par de Rolls Royce Merlins, el mismo motor que conducía el Supermarine Spitfire y convirtió un avión ordinario llamado Mustang en una maravilla de largo alcance, el mejor caza monomotor de la guerra. El Mosquito apareció en todo tipo de configuraciones además del bombardero ligero. Volaba
como avión de reconocimiento fotográfico, caza nocturno equipado con
radar, escolta de bombarderos pesados y una versión, armada con
cohetes y un cañón de 57 mm, fue desarrollada para acechar a los
submarinos alemanes. Durante la guerra volaron más de 28.000 misiones, un avión realizó 213 incursiones. Los
mosquitos atacaron Berlín a principios de 1943, desmintiendo el alarde
de Göring de que ningún bombardero británico llegaría jamás a la capital
de la Alemania nazi.
El Mosquito llevaba un aguijón prodigioso. Los aviones que atacarían el penal estaban armados con cuatro ametralladoras y cuatro cañones además de sus cargas de bombas. Se había pensado mucho en esas cargas, y especialmente en cómo se lanzarían las bombas. Dado
que la idea era hacer agujeros en las paredes a través de los cuales
los prisioneros pudieran correr para escapar, y la RAF estaba entrando
en la cubierta, "pies de nada", como lo expresaron los pilotos, los
Mosquito estaban en efecto saltando bombas y usando acción retardada.
artillería en eso. Tuvieron
que mantener una velocidad muy por debajo de la que haría el avión y
tener mucho cuidado para dejar espacio entre las olas para que las
bombas de la ola que tenían delante no explotaran antes de que la
siguiente ola volara hacia las explosiones de las bombas británicas que
tenían delante. . El impacto generado por las bombas también, esperaban los planificadores,
Objetivo perfecto para una incursión de bajo nivel
Una cosa favoreció a los atacantes además de su experiencia y la calidad de sus aviones. El
terreno alrededor de la prisión era relativamente plano y libre de
árboles, casas u otras obstrucciones, lo que hacía posible un ataque a
bajo nivel. Entrarían en oleadas de seis aviones en un frente de unas 100 yardas. Cada avión arrojaría su carga de cuatro bombas a la vez. Si una ola no lograba demoler su objetivo, la siguiente ola la seguiría y la bombardearía. Dado
que las bombas llevaban espoletas de retardo, las oleadas posteriores
debían asegurarse de no seguir demasiado de cerca al avión que las
precedía.
Embry,
Pickard y sus tripulantes sabían que había una posibilidad sustancial
de víctimas civiles dentro de la prisión, pero no había ayuda para eso
si se quería que la fuga tuviera éxito. La clandestinidad francesa también lo sabía, pero estaba lista para ayudar. El puñado de líderes de la resistencia alertados de la incursión solo sabían que si ocurría, sería al mediodía. Reunían
bicicletas, hombres y vehículos cerca de la prisión alrededor del
mediodía todos los días, listos para esconder a los fugitivos y
alejarlos. Incluían un
stock de armas, en caso de que tuvieran que abrir brechas en las paredes
para ayudar a los prisioneros a salir en libertad. También había una gran cantidad de documentos de identidad, robados o falsificados por expertos, muchos con sellos reales.
Los vehículos de motor eran Gazogenes, que funcionaban malhumorados con gas de un artilugio de leña en la parte trasera. Luego bombeó el gas a un tanque de aspecto peculiar colocado en el techo. No
tenían gracia y corrían a un ritmo glacial, pero eran todo lo que
estaba disponible para la población civil francesa y al menos no
atraerían la atención no deseada de los alemanes o la policía de Vichy.
"Solo sígueme, estarás bien"
El
19 de febrero amaneció frío y densamente nublado, con un clima
miserable en el que ningún avión civil se hubiera aventurado jamás. Sin
embargo, la redada fue una oportunidad, impulsada por el ominoso
conocimiento de que más demora, incluso un día, podría significar la
muerte de más prisioneros en Amiens. Una
información aterradora que se pasó a la resistencia indicaba que la
ejecución sería el día 19 y que ya se había cavado una fosa común.
El ataque del ala fue minuciosamente orquestado. El
primer escuadrón, 487 Nueva Zelanda, se dividiría en dos secciones de
tres aviones, cada sección para atacar un lado diferente de las paredes.
Los australianos, también
volando en dos secciones de tres aviones, los seguirían, atacando las
esquinas del edificio principal. Seis
aviones de 21 británicos estaban en reserva, listos para atacar
cualquier cosa que no estuviera destruida o que Pickard ordenara. Orbitaría
sobre la prisión, identificando objetivos que necesitaban más trabajo, y
un Mosquito de reconocimiento fotográfico registraría el daño.
Cada escuadrón estaría cubierto por un escuadrón de corpulentos cazas Hawker Typhoon . El gran Typhoon, descendiente directo del famoso Hurricane, fue diseñado como un interceptor. En
cambio, ganó sus espuelas como un caza de bajo nivel y un
cazabombardero: rápido, armado hasta los dientes, un partido completo
para el Focke-Wulf FW 190 de la Luftwaffe en las altitudes en las que
operarían los Mosquitos.
El teniente de vuelo JA Bradley ajusta el dispositivo de
flotación Mae West del Wing Commander Percy "Pick" Pickard antes del
despegue para el ataque a la prisión de Amiens. Ambos veteranos de numerosas operaciones de la Royal Air Force, los aviadores murieron en acción durante el ataque.
Pickard vigilaría si los prisioneros corrían por las brechas en las paredes, una señal segura de éxito. Pero si, dijo, no había escapados, se ordenaría al Escuadrón 21 que bombardeara la cárcel. “Nos han informado”, dijo, “que los prisioneros preferirían ser asesinados por nuestras bombas que por las balas alemanas”. Era algo que nadie quería hacer, pero 21 estaba sombríamente preparado para golpear el corazón de la prisión. Habría, agregó, un completo silencio de radio, y cualquiera que trajera una bomba a Inglaterra le respondería personalmente. Y cuando alguien preguntó sobre el curso exacto, la respuesta fue la clásica Pickard: “A la mierda el curso. Sólo sígueme, estarás bien.
Los tres escuadrones despegaron en la oscuridad de una mañana miserable. Estaba
nevando sobre el sureste de Inglaterra, pero la meteorología abrigaba
la esperanza de que el clima mejoraría una vez que llegaran a Francia. Al principio, no podría haber sido peor. La
nieve caía a cántaros contra las copas de los Mosquitos, las nubes se
habían reducido a 100 pies más o menos y no había esperanza de mantener
la formación. Varios aviones perdieron todo contacto con los demás, incluido el propio Pickard, y dos Mosquito evitaron por poco la colisión. Cuatro tripulaciones se perdieron irremediablemente y finalmente tuvieron que regresar. No pudieron llegar a la prisión a tiempo para cumplir con el cronograma exacto de la redada.
Otro piloto perdió un motor sobre Francia. Volando demasiado lento para seguir adelante, se deshizo de sus bombas y se dirigió a casa. Golpeado
por fuego antiaéreo en el camino, con solo un brazo y una pierna
trabajando, la sangre manando de su cuello, se aferró sombríamente. Su observador logró darle una inyección de morfina y voló a casa. Milagrosamente, lo lograría. El
resto siguió adelante, volando tan bajo que la propulsión levantó
grandes nubes de nieve, rozando tan cerca de las filas de postes de
electricidad y las hileras de álamos que algunos de los Mosquitos
tuvieron que levantar un ala para evitar la colisión.
Rompiendo los muros de la prisión de Amiens
El ataque se realizó según lo planeado, el avión pasó rozando las paredes mientras subían después de su caída. A
medida que aparecían grandes brechas en las paredes, pequeñas figuras
comenzaron a correr por campo abierto, corriendo por su libertad a
través de las brechas. “Podrías
distinguirlos de los alemanes”, dijo un hombre de la RAF, “porque cada
vez que estallaba una bomba, los alemanes se tiraban al suelo, pero los
prisioneros seguían corriendo como locos”. Las
bombas hicieron estallar varias brechas pequeñas en la pared norte de
la prisión, una grande en la pared sur y un enorme agujero donde se
unían las paredes oeste y norte.
Un
avión dejó caer su carga contra la caseta de vigilancia y la pared y
trepó con fuerza, rozando una especie de figura de gárgola en la pared. Al alejarse, vieron explotar una bomba en la caseta de vigilancia, dos más en la pared.
Algunos miembros de la fuerza de guardia yacían muertos o heridos en su comedor; otros vagaban sin rumbo entre las ruinas. Mientras
tanto, dos presos, uno de ellos un ladrón profesional que forzaba las
cerraduras de los archivadores, estaban ocupados quemando los
expedientes de los presos en la oficina del comandante. Dos
más, uno un ladrón profesional, hicieron una pausa en su huida el
tiempo suficiente para asaltar el cuartel general de la Gestapo,
apuñalar a un guardia, romper la caja fuerte y quemar más montones de
archivos.
Los Mosquitos del Escuadrón No. 487 de la Real Fuerza Aérea de
Nueva Zelanda limpian las paredes de la prisión de Amiens después de
lanzar sus bombas de 500 libras sobre las instalaciones. Las primeras explosiones son visibles, golpeando cerca del muro sur de la prisión.
El
gran escape continuó, los prisioneros por cientos corrieron a las
calles cercanas donde se amontonaron en la flota de Gazogene y
desaparecieron. Algunos, hasta 100, se cambiaron de ropa en camionetas comerciales cuidadosamente estacionadas para ese propósito. Los presos se ayudaban unos a otros sin distinción de qué lado de la prisión procedían. No había delincuentes huyendo del edificio, ni presos políticos, solo franceses. Algunos despojaron a los cuerpos de los guardias de sus uniformes, convirtiéndose instantáneamente en alemanes. Uno, equipado con un bastón blanco, tocó su camino hacia la libertad como un "hombre ciego".
Un
equipo de nueve miembros de la resistencia, incluida al menos una
prostituta, asaltó varias tiendas, liderado por una ladrona profesional
llamada Violette Lambert... al menos ese era uno de sus nombres. Muchos
de su equipo también eran delincuentes profesionales, las mujeres con
bolsas que llevaban debajo de la ropa para recibir su botín. Los hombres llevaban abrigos sobre los brazos, las mangas cosidas cerradas para su botín. El
atuendo robado estaba destinado a vestir a los fugitivos, y el equipo
de ladrones robó tantos artículos que algunos tuvieron que regresar a
sus autos para descargar y regresar por más. Por
fin, Violette vio que uno de los miembros de su equipo estaba siendo
observado de cerca y gritó: “Me robaron el bolso”, y el hombre se
escabulló en medio de la confusión.
Dos días después de la redada, una foto de reconocimiento de bajo nivel revela grandes daños en la prisión de Amiens. La
incursión de la Operación Jericó para liberar a los prisioneros de los
alemanes abrió una brecha en la pared norte de las instalaciones, que se
ve en el centro de la imagen.
Otros prisioneros, no tan afortunados o ingeniosos, fueron recapturados, muchos de ellos heridos o lesionados. Y algunos optaron por no escapar. Un
médico, ileso y capaz de huir, decidió quedarse con los prisioneros
heridos y ayudar a sacar a los heridos que aún estaban atrapados bajo
los escombros de la prisión de Amiens. Otros prisioneros sanos se quedaron con él.
Ocultar a los prisioneros fugados
Otros
fugitivos fueron rápidamente escondidos en casas particulares,
clínicas, burdeles, cualquier lugar para sacar a los presos de la calle
rápidamente. Tres fueron
alojados en un burdel, colocados, dijo la señora, en una habitación
entre dos habitaciones donde enviaba chicas para entretener a los
visitantes de la inteligencia militar alemana, "un sabroso sándwich de
la cárcel de Amiens". La señora era un original en cualquier caso. Rara vez iba a ningún lado sin sus granadas, que de vez en cuando dejaba debajo de los vehículos alemanes. “Financiar fugas con el dinero que los nazis gastan aquí”, dijo, “es uno de mis mayores placeres, el otro es matarlos”. Otros
dos fugitivos que buscaban refugio, uno falsificador y el otro
saboteador, se vistieron con hábitos de monjes y atravesaron Francia de
monasterio en monasterio en compañía de verdaderos sacerdotes.
Esta fotografía tomada por uno de los aviones atacantes del
Escuadrón No. 464 de la Real Fuerza Aérea Australiana muestra una densa
columna de humo que se eleva desde las dañadas alas norte y este de la
prisión de Amiens. Los australianos participaron en la segunda ola de la Operación Jericó, mientras que los alemanes estaban en alerta máxima.
Muchos
prisioneros fugados fueron escondidos en las bóvedas subterráneas de
una clínica privada dirigida por los doctores Poulain, padre e hijo, las
mismas bóvedas que habían usado como refugio para los judíos
perseguidos por los nazis. Las bóvedas fueron difíciles de encontrar, ya que estaban ocultas debajo del primer sótano... la morgue. Otros fugitivos fueron escondidos a plena vista, acostados con la cara vendada, víctimas de un "accidente de tráfico". Otras se convirtieron en “madres embarazadas” cubiertas de cobertores. "¿Cuándo tienen que entregar?" preguntó la Gestapo. Como a las tres de la mañana, dijo el doctor. ¿Por qué entonces?, preguntó el alemán. Nadie sabe, dijo el doctor; pero fue entonces cuando nacieron la mayoría de los bebés. Los alemanes lo compraron todo.
“Red Daddy”: un costoso regreso a casa
El bombardeo salió tan bien que hasta el exigente Pickard quedó satisfecho. En espera para perforar y terminar el trabajo, el Escuadrón 21 escuchó a Pickard llamar, "Papá rojo". Era la llamada para dar la vuelta e irse; sus bombas adicionales no serían necesarias. Y
luego los aviones del ala estaban de camino a casa, rugiendo a través
de Francia casi en tierra, perseguidos por fuego antiaéreo, perseguidos
por cazas de la Luftwaffe. Los
Typhoon rechazaron muchos de los aviones alemanes, y los Mosquitos se
defendieron con su formidable armamento, derribando varios de los
aviones alemanes que los perseguían. El líder del escuadrón Ian McRichie se estrelló en un pasto nevado, parcialmente paralizado, su observador muerto. Sobreviviría, un prisionero herido.
Cuando los asaltantes restantes llegaron al Canal de la Mancha, dispersos y exhaustos, el clima volvió a cerrarse. Las olas grises y las espesas lluvias de nieve redujeron la visibilidad a casi cero. Si se sumergían al amparo de las nubes, la visibilidad desaparecía por completo. Y
luego, cuando los alemanes se alejaron a mitad del Canal y la tierra de
Inglaterra pasó bajo las barrigas de los Mosquitos, Hunsdon envió por
radio instrucciones de aterrizaje, escalonando la altitud de los aviones
para evitar colisiones entre pilotos cansados y aviones dañados. Nadie había descansado en Hunsdon o en el cuartel general de Embry. Todos se maravillaron y oraron. La incursión había sido un éxito, pero nadie sabía cuántos de los Mosquitos estaban volviendo a casa. Los aviones de reconocimiento barrieron Amiens y el camino de regreso a casa de los asaltantes. Ahora los mosquitos estaban regresando, haciendo cola para aterrizar,
Pero Dorothy Pickard lo sabía. Porque Ming, el amado perro pastor de Pickard, se había derrumbado, vomitando sangre. Existía una especie de vínculo sobrenatural entre el hombre y el perro. Ming
siempre se inquietaba cuando Pickard volaba, pero se relajaba cuando su
amo estaba de vuelta en tierra, incluso antes de que su esposa supiera
que Pick estaba de vuelta a salvo. Confiaba en los instintos de Ming. “Pick está muerto”, dijo su esposa. Y fue así. De alguna manera, el sexto sentido de su perro supo que su amo se había ido para siempre.
El artista de combate australiano Dennis Adams capturó el
drama de la Operación Jericó en Invasión de la prisión de Amiens cuando
un bombardero Mosquito se eleva desde el complejo, que está envuelto en
el humo de las explosiones de bombas.
Porque
Pickard se había quedado demasiado tiempo sobre el objetivo, evaluando
los daños en los muros de la prisión y observando cómo sus hombres se
alejaban. Volvió a casa,
fue rebotado, como lo expresó la RAF, por dos Focke-Wulf FW 190, que se
zambulló desde una altitud más alta para compensar la mayor velocidad
del Mosquito. Pickard hizo una pelea, golpeando a un luchador alemán, que corrió a casa. Pero
el cañón del segundo avión de la Luftwaffe arrancó la cola del avión de
Pick y el avión se estrelló contra el suelo y estalló en llamas. Quedaba muy poco.
Los
civiles locales se apresuraron a ayudar, usando palos para tratar de
sacar los cuerpos de Pick y su navegante de toda la vida, el teniente de
vuelo Alan Bradley, pero las llamas eran demasiado altas y las
municiones restantes del Mosquito comenzaron a evaporarse por el calor. Solo
más tarde pudieron recuperar los restos de la tripulación, y uno de
ellos cortó las alas y las cintas de su uniforme de Pickard, con la
esperanza de dificultar cualquier identificación por parte de los
alemanes. Con el tiempo, la chica que se los quitó se los envió a su esposa.
Más de 250 prisioneros salvados
Esta foto, tomada desde el interior de la prisión de Amiens después de la redada de la Operación Jericó, revela graves daños en el complejo. El cruce de las alas norte y oeste de la prisión ha sido alcanzado por varias bombas. El fotógrafo está de espaldas a la gran brecha que se abrió en el muro exterior oeste de la prisión.
Pickard recibió la Orden de Servicio Distinguido y dos Cruces de Vuelo Distinguido durante una carrera ilustre, y muchos pensaron que debería haber recibido la Cruz Victoria para Amiens. Mucho después de la redada, los ciudadanos franceses vinieron a poner flores en las tumbas de Pickard y Bradley; incluso llegaron a eliminar las marcas de las tumbas alemanas y sustituirlas por las suyas.
Ya no estaba y el mundo era mucho más pobre, pero el éxito de la incursión de Amiens era su mejor memorial. La
fuerza de guardia alemana había sufrido mucho, se estima que 20 muertos
y 70 heridos, a pesar de que los alemanes dijeron públicamente que no
tenían bajas en absoluto. Pero
incluso los registros de los propios alemanes admitían que más de 250
prisioneros se habían escapado y no habían sido recapturados. De hecho, el total fue sustancialmente mayor.
Ochenta
y siete habían muerto en el bombardeo y recibieron un funeral masivo
cuidadosamente orquestado por las autoridades francesas. Como
era de esperar, la mansa prensa francesa fustigó a los británicos,
repitiendo cuidadosamente la línea del partido de que la redada fue un
crimen. El funeral fue un
momento triste, pero incluso tuvo su lado positivo, ya que en el cortejo
de uno de los muertos, seis hombres buscados se alejaron piadosamente
del convento donde habían estado escondidos.
Independientemente
de lo que dijera la prensa francesa indolente, la Resistencia francesa y
la mayoría de los franceses lo sabían mejor. Y 15 semanas después del ataque a Amiens, los aliados desembarcaron en Normandía. Era el principio del fin.