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sábado, 15 de febrero de 2025

Guerras napoleónicas: El desastre prusiano (2/2)

Desastre Prusiano

Parte 1 || Parte 2
Weapons and Warfare




 

  1. Mosquetero, 25º regimiento, c.1790.
  2. Fusilero, c.1790 (en 1789 llevaban chalecos y calzones verdes).
  3. Granadero, 6º regimiento, c.1768 (el último año del gorro mitra antes de ser reemplazado por el casquete).
  4. Granadero con casquete, c.1790.
  5. Granadero de línea, c.1799, vistiendo el nuevo estilo de mitra adoptado por la Guardia en 1798.
  6. Oficial de infantería ligera, c.1790 (Nota: las solapas cruzadas se estandarizaron en 1802-1803).
  7. Estandarte del 17º (Ansbach-Bayreuth) en 1795.
  8. Estandarte del 57º regimiento de línea en 1798.


La decisión de Prusia de entrar en la guerra fue realmente dramática. Prácticamente sin apoyo, los prusianos habrían hecho mejor en concentrar su ejército detrás del río Elba, pero, exactamente como los austríacos un año antes, optaron por avanzar y marcharon hacia el suroeste, a Turingia. Invadiendo Sajonia por su parte, Napoleón rodeó su flanco oriental y amenazó sus comunicaciones con Berlín. Desesperados por escapar de la trampa, los prusianos huyeron hacia el noreste, solo para chocar con la Grande Armée en el río Saale. Mientras Napoleón sorprendía a un destacamento prusiano que vigilaba el Saale en Jena, el cuerpo del mariscal Davout, en el extremo derecho francés, se encontró de repente frente a la columna principal prusiana bajo el mando del duque de Brunswick, cerca de Auerstädt.

Una victoria decisiva

Ante probabilidades abrumadoras, Davout realizó una de las hazañas más extraordinarias de las Guerras Napoleónicas. Alimentando sus tres divisiones cansadas –que habían marchado toda la noche– en línea a medida que llegaban, primero detuvo el avance prusiano y luego lanzó un feroz contraataque que hizo que el enemigo, cada vez más desmoralizado, se desintegrara por completo. Mientras tanto, en Jena, Napoleón tuvo un tiempo mucho más fácil. Superando en número a los prusianos conforme avanzaba el día, primero los empujó hacia atrás y luego los aplastó con un gran movimiento envolvente que invadió su flanco izquierdo y los expuso a una carga masiva de caballería. Un contraataque desesperado de un cuerpo fresco que acababa de llegar desde el oeste hizo poca diferencia, y al anochecer del 14 de octubre todo el ejército prusiano había sido derrotado.

"La lucha fue intensa, la resistencia desesperada, sobre todo en las aldeas y bosquecillos," escribió un oficial, "pero una vez que toda nuestra caballería llegó al frente y pudo maniobrar, no hubo más que desastre; la retirada se convirtió en huida, y la derrota fue general."

Como en Austerlitz, el emperador aprovechó el momento para ganarse a sus tropas y reforzar la leyenda de que era simplemente un soldado más. Durante la noche previa a la batalla, pasó mucho tiempo supervisando personalmente la construcción de un camino improvisado que permitiera a los franceses subir artillería hasta la cima del plateau donde se libraría la batalla, antes de descansar un poco en medio de la guardia imperial. Todo esto fue recordado por un entonces soldado raso de la guardia imperial llamado Jean-Roche Coignet:

"El emperador estaba allí, dirigiendo a los ingenieros; no se fue hasta que el camino estuvo terminado, y la primera pieza de artillería... pasó frente a él. El emperador se colocó en medio de su escuadrón y permitió [a los soldados] encender dos o tres fogatas por compañía... Veinte hombres de cada compañía fueron enviados en busca de provisiones... Encontramos todo lo que necesitábamos... Vernos tan felices puso al emperador de buen humor. Montó su caballo antes del amanecer y recorrió los alrededores."

La desorganización prusiana

Es importante señalar que los prusianos no fueron derrotados por falta de entusiasmo entre sus soldados ni por la supuesta inferioridad de sus tácticas. El sistema defectuoso de organización militar descrito anteriormente no ayudó, ya que aseguró que las tropas prusianas no pudieran competir con los franceses en igualdad de condiciones. Pero lo que realmente perdió a Federico Guillermo la campaña de Jena fue la situación caótica que reinaba en el alto mando.


La reina Luisa acompañó al ejército prusiano al campo de batalla. Su presencia al lado de su esposo fue motivo de discordia entre los generales prusianos.

El comandante en jefe, el duque de Brunswick, era un líder mediocre, obstaculizado tanto por la presencia de Federico Guillermo III como por la hostilidad y el resentimiento con los que lo veían muchos de sus compañeros generales. Además, aunque el ejército había sido dotado recientemente de un estado mayor general, este cuerpo se dividió en tres secciones paralelas cuyos jefes –Gerhard von Scharnhorst, Karl von Phull y Christian von Massenbach– se odiaban mutuamente. El estado mayor tampoco había sido autorizado a reemplazar por completo al Oberkriegskollegium –el organismo responsable de la administración interna del ejército– en la elaboración de los planes de campaña.

Como resultado, Brunswick se vio inundado de una variedad interminable de esquemas diferentes. Siendo un individuo débil, agravó aún más sus problemas al evitar asumir responsabilidades personales, favoreciendo una serie de consejos de guerra que reunían a sus generales y asesores principales.






En algunos aspectos, la decisión de avanzar tenía sentido: significaba que las tropas podían ser abastecidas por alguien más que Prusia y era la mejor manera de demostrar a Gran Bretaña y Rusia que Prusia estaba comprometida seriamente con la guerra. Sin embargo, la mejor oportunidad de éxito habría sido un golpe rápido y decisivo al corazón de las posiciones francesas en el río Main, aprovechando el hecho de que Napoleón no esperaba que Prusia entrara en guerra. En cambio, los movimientos prusianos fueron lentos e indecisos. Los planes solo se adoptaban después de reuniones acaloradas que duraban muchas horas, como la que tuvo lugar en Erfurt el 5 de octubre, lo que apenas contribuyó a la cohesión del alto mando.

"Scharnhorst," recordó el oficial de estado mayor von Muffling, "dio gracias al cielo cuando, cerca de la medianoche, la conferencia llegó a su fin, ya que no podía esperarse ningún resultado de tal reunión. Nadie que estuviera presente podía engañarse sobre el desenlace de la guerra."

Incluso después de tomar decisiones, en varias ocasiones estas se modificaron o ignoraron, o se comunicaron al ejército con un lenguaje tan vago que los comandantes recalcitrantes las interpretaban según su conveniencia.

Una derrota inevitable

El resultado no pudo ser más catastrófico: las fuerzas de Brunswick no alcanzaron una posición desde la cual pudieran atacar a la Grande Armée hasta los primeros días de octubre, aunque podrían haberlo hecho un mes antes. Para entonces, ya era demasiado tarde, ya que las fuerzas de Napoleón estaban completamente movilizadas y en movimiento. Una vez comenzada la campaña, además, la articulación de las fuerzas prusianas se desmoronó por completo. En medio del caos, los suministros se agotaron.

"Durante tres días completos antes de la batalla de Jena, las tropas no tuvieron pan," escribió Funck. "Tuvieron que luchar con el estómago vacío."

En cuanto a las batallas mismas, rompieron todos los principios del arte militar. En Jena, Napoleón, que comenzó el día con 46,000 hombres y lo terminó con unos 50,000 más, enfrentó inicialmente solo a 38,000 prusianos. No fue hasta que estos fueron destrozados sin posibilidad de recuperación que el cuerpo de 15,000 hombres del general Rüchel –una fuerza que había comenzado el día a pocos kilómetros al oeste en Weimar, pero que tardó muchas horas en marchar hacia el sonido de los cañones– atacó a los franceses.

En Auerstädt, los prusianos no lograron movilizar todas sus fuerzas, abrumadoramente superiores –Brunswick contaba con 50,000 hombres frente a los 26,000 del único cuerpo de Davout– y, en cambio, lanzaron una serie de ataques fragmentados. El tímido Federico Guillermo III empeoró aún más la situación al insistir en mantener una gran reserva que podría haber cambiado el rumbo a favor del asediado Brunswick.

La disciplina francesa y el liderazgo de Napoleón

En contraste, el campamento francés era un modelo de disciplina y enfoque. Napoleón decidió entrar en guerra alrededor del 9 de septiembre y puso a sus hombres en marcha el 8 de octubre. Desde el principio, hubo un solo plan de operaciones: una ofensiva desde las cabeceras del río Main hacia el noreste, hacia la ciudad sajona de Leipzig y, en última instancia, la fortaleza clave de Magdeburgo, diseñada para cortar a los prusianos de Berlín. En seis días, la Grande Armée había avanzado más de 160 kilómetros.

Aunque Napoleón cometió un error al juzgar que los prusianos estaban al norte de su posición cuando en realidad estaban en su flanco izquierdo, la disposición de la Grande Armée permitió que un puñado de órdenes reorganizara las tropas en marcha para moverse hacia el oeste, cruzando el río Saale. Tampoco se olvidó la diplomacia: el emperador envió una carta a Federico Guillermo III, cuyas palabras melosas profundizaron la confusión en la mente del torturado monarca:

"¿Por qué derramar tanta sangre? ¿Para qué? He sido su amigo durante seis años... ¿Por qué permitir que nuestros súbditos sean masacrados?"

La caída de Prusia

Si bien Jena y Auerstädt no fueron un deshonor total, lo que siguió fue, sin duda, un desastre. Apenas cesaron los cañones cuando los victoriosos ejércitos franceses lanzaron una invasión que arrasó con todo a su paso. Fragmentado en varios pedazos y reducido a la inanición, la mayor parte de lo que quedaba del ejército prusiano fue capturado casi sin lucha. Muchas fortalezas se rindieron al primer llamado (aunque, en justicia, pocas estaban preparadas para un asedio). Berlín cayó sin resistencia el 24 de octubre, y en todas partes la población permaneció en silencio. Como proclamó el gobernador:

"El rey ha perdido una batalla. El primer deber de los ciudadanos es guardar silencio."

viernes, 7 de febrero de 2025

Guerras napoleónicos: El desastre prusiano (1/2)


Desastre Prusiano

Parte I || Parte II




La Guardia Prusiana afila espadas en las escaleras de la embajada francesa en 1806 en Berlín. Imagen de Myrbach.

En el verano de 1806, Europa estaba temporalmente más o menos en paz, o, al menos, atravesando un período de "guerra falsa". Técnicamente, tanto Gran Bretaña como Rusia seguían en guerra con Francia, y había combates en Italia y los Balcanes. También continuaban las operaciones en el mar y en el mundo más amplio: la Marina Real británica vigilaba las costas europeas; una fuerza expedicionaria británica tomó Buenos Aires; y corsarios franceses, operando desde puertos tan distantes como Brest y Mauricio, atacaban las rutas marítimas con un éxito considerable en ocasiones. Sin embargo, se estaban llevando a cabo serias negociaciones de paz que, aunque pronto fracasaron, parecían descartar la posibilidad de algo comparable a la campaña de 1805. Ningún gobierno británico, ni siquiera el de los Talents, podría haberse comprometido a operaciones terrestres importantes en el continente sin el apoyo de al menos una de las grandes potencias. Tras Austerlitz, esto parecía muy lejano: Austria estaba fuera de la lucha; Prusia estaba en el bando francés; y Rusia estaba, en el mejor de los casos, decidida a adoptar una política defensiva.

Sin embargo, de manera inesperada, y menos aún por Napoleón, el otoño vio cómo el continente se sumía nuevamente en operaciones militares a gran escala y en una reanudación de la guerra de coalición. Empujada al límite por el emperador, Prusia declaró la guerra a Francia y, al igual que Austria antes de ella, aseguró el apoyo activo de Rusia. Pero los resultados no fueron mejores que en 1805. En una serie de operaciones que llevaron a la Grande Armée hasta las fronteras mismas de Rusia, el emperador derrotó a un ejército enemigo tras otro, convirtiéndose en el verdadero amo de Europa. En ningún momento fue mayor el poder del imperio francés, y el sentido de exaltación de Napoleón no conoció límites. Como proclamó a su ejército el 22 de junio de 1807:

"¡Franceses! Habéis sido dignos de vosotros mismos y de mí. Regresareis a Francia cubiertos de laureles tras haber obtenido una paz gloriosa que lleva consigo la garantía de su duración. Es hora de que nuestro país viva en reposo, seguro de la influencia maligna de Inglaterra."

Como veremos, estas palabras eran huecas. Incluso antes de que estallara la nueva ronda de combates, podría argumentarse que Napoleón había cometido un error capital al reorganizar Alemania de una manera hostil a los intereses de Austria y Prusia. Pero mucho más dañinos fueron los eventos que siguieron en los doce meses posteriores. No contento con desafiar a Rusia en los Balcanes, Napoleón estableció un estado polaco, golpeando así en el corazón mismo de las pretensiones rusas de ser una gran potencia europea. En el continente en su conjunto, el emperador involucró a cada uno de sus habitantes en un gran sacrificio colectivo para cerrar sus puertos al comercio británico y, finalmente, llevar a Londres a la bancarrota para forzar su rendición. Como observa Fouché, este era un hombre embriagado por el triunfo:

"El delirio causado por los maravillosos resultados de la campaña prusiana completó la intoxicación de Francia... Napoleón se creía hijo del destino, llamado a romper todos los cetros. La paz... ya no era considerada... La idea de destruir el poder de Inglaterra, el único obstáculo para la monarquía universal, se convirtió en su resolución fija."

Las consecuencias a largo plazo de estos desarrollos –en esencia, la garantía de nuevos conflictos y, más específicamente, acciones policiales directas por parte de Francia– serán analizadas en su debido momento. Aquí lo que importa es entender por qué Prusia abrió las hostilidades de manera repentina y en solitario, cuando un año antes podría haberlo hecho junto a una coalición poderosa. En resumen, Federico Guillermo III descubrió abruptamente los límites de la amistad de Napoleón.

Los problemas comenzaron con el acuerdo que Haugwitz había firmado con Napoleón después de Austerlitz en Schönbrunn. Primero, estaba el tema de las obligaciones internacionales de Prusia, ya que según los términos del tratado de Basilea de 1795, Prusia era garante de la independencia de Hannover. Segundo, estaba la cuestión de la neutralidad de Prusia, cuya restauración era de suma importancia. Y tercero, estaba el futuro: si Prusia tomaba el control de Hannover, era evidente que los subsidios británicos, que algún día podrían ser necesarios, no estarían disponibles.

En medio de gran indignación, Haugwitz fue enviado de regreso a Napoleón para proponer una serie de enmiendas al tratado, una de las cuales sugería que Hannover no fuera anexado, sino simplemente ocupado y mantenido como moneda de cambio para ser devuelto a su gobernante a cambio de otros territorios al final de la guerra. Esto, sin embargo, no sirvió de nada. Por el contrario, Haugwitz se enfrentó a condiciones aún peores. No solo Hannover sería prusiano, sino que Potsdam tendría que cerrar sus puertos al comercio británico. Se insinuó que el fracaso en aceptar estos términos llevaría a la guerra, y con Prusia incapaz de luchar –por razones de costo, el ejército había sido desmovilizado inmediatamente– Federico Guillermo ratificó el nuevo acuerdo el 9 de marzo y, de hecho, declaró la guerra a Gran Bretaña.

Prusia humillada

Las consecuencias de este acto fueron muy graves. Aunque apenas hubo disparos entre británicos y prusianos, la pérdida de ingresos aduaneros redujo los ingresos estatales en un 25 %. Como si esto no fuera suficientemente malo, Prusia también experimentó un período de humillación sin precedentes. En julio de 1806, Napoleón organizó su nueva Confederación del Rin sin consultar en absoluto a Prusia. Para añadir insulto a la herida, el emperador sugirió que Federico Guillermo formara su propia confederación o incluso un imperio en el norte de Alemania, mientras incitaba a estados como Sajonia y Hesse-Kassel a rechazar la idea o dejaba claro que no evacuaría Hamburgo ni Lübeck.

Peor aún, se reveló que durante las negociaciones fallidas con los Talents, Napoleón había ofrecido devolver Hannover a Gran Bretaña. Para el consternado Federico Guillermo, realmente parecía que el fin de Prusia estaba cerca, especialmente porque había persistentes rumores de movimientos de tropas francesas al sur y al oeste. Como escribió a Alejandro I: “[Napoleón] pretende destruirme.” El 9 de agosto, el ejército prusiano fue movilizado, y el 1 de octubre se emitió un ultimátum exigiendo que Francia retirara todas sus fuerzas de Alemania antes del 8 de octubre o enfrentara la guerra.

La decisión fatal de Prusia

Incluso entonces, surgieron dudas sobre si Federico Guillermo hablaba en serio. Había voces en Prusia que pedían la guerra, pero el propio rey probablemente estaba apostando a que Napoleón no buscaría enfrentarse al prestigio militar de Prusia. Como señaló Ferdinand von Funck, un oficial de caballería y consejero del rey de Sajonia:

"Todas las circunstancias apuntan claramente al hecho de que Federico Guillermo III siempre albergó la esperanza secreta de que Napoleón evitaría un enfrentamiento con el prestigio militar de Prusia y que, al ver la seriedad de la situación, negociaría la recuperación de la amistad prusiana mediante la restauración de las provincias franconas, los territorios de Westfalia, o mediante la entrega voluntaria de parte de Sajonia. Así, el rey silenciaría a los descontentos en su propio país mediante el prestigio de una expansión fresca y barata."

Los propios líderes militares prusianos tampoco estaban preparados para la guerra. Las memorias del general Muffling, enviado al estado mayor del duque de Brunswick, revelan la falta de planificación:

"Encontré al duque, como generalísimo, inseguro sobre las relaciones políticas de Prusia con Francia e Inglaterra, inseguro sobre la fuerza y posición de los ejércitos franceses en Alemania, y sin ningún plan definido sobre lo que debía hacerse. Había aceptado el mando únicamente para evitar la guerra."

La perspectiva de Napoleón

En cuanto a Napoleón, ¿realmente deseaba una guerra con Prusia? La manera en que Potsdam fue provocada sugiere que buscaba un conflicto, pero las evidencias muestran que estaba más enfocado en consolidar la Confederación del Rin. Según Talleyrand, Napoleón temía a Prusia:

"No fue sin un secreto desasosiego que el emperador fue por primera vez a medir sus fuerzas contra las de Prusia. La antigua gloria del ejército prusiano le imponía respeto."

Sin embargo, esta afirmación parece poco plausible. En realidad, Napoleón no esperaba que Prusia fuera a la guerra. Subestimó por completo el descontento en Potsdam. Como escribió a Talleyrand el 12 de septiembre de 1806:

"La idea de que Prusia podría enfrentarse a mí por sí sola es demasiado absurda para merecer discusión... Ella seguirá actuando como lo ha hecho: armándose hoy, desarmándose mañana, permaneciendo al margen, espada en mano, mientras se libra la batalla, para luego llegar a un acuerdo con el vencedor."

Lo que vemos aquí es una mezcla de desprecio y exceso de confianza. Napoleón no deseaba un nuevo conflicto en 1806, pero tampoco supo cómo evitarlo.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Crisis del Beagle: El desastroso recorrido del submarino Simpson chileno

 

La desconocida historia del submarino Chileno, que estuvo a horas de activar la defensa





La Fuerza de Submarinos de la Armada de Chile en el conflicto de 1978

Al mando del “Simpson”, el capitán de navío (r) Rubén Scheihing tuvo en 1978 la misión más difícil de su carrera: impedir por las armas la invasión argentina.
Para ello debió enfrentar múltiples desventajas y el peso de una tarea en la que no tenía margen de error.
Hace exactamente 30 años, 81 chilenos aguardaban el inicio de la guerra metidos en un viejo tubo de hierro.
La tripulación del submarino “Simpson” tenía una orden perentoria del almirante José Toribio Merino: impedir por las armas cualquier intento de desembarco argentino en las islas del Beagle.
De máximo riesgo, la misión encerraba además dos problemas que la hacían casi suicida: el “Simpson” era un sumergible veterano de la II Guerra Mundial que difícilmente escaparía del contraataque enemigo; y tendría que enfrentar la hora “H”, el inicio del ataque trasandino, en solitario. Este adverso escenario convirtió la extenuante patrulla de guerra del “Simpson” -duró casi 70 días- en uno de los capítulos más desconocidos de la tensión que a fines de 1978 estuvo a punto de enfrentar a Chile y Argentina. Treinta años después, el comandante de esa nave, el capitán de navío (r) Rubén Scheihing, revela los secretos de una misión en la que, reconoce, “envejecí algunos años”.

Solo y sin snorkel

A comienzos de 1978, la Armada tenía cuatro submarinos, pero sólo tres disponibles. El “Thomson”, gemelo del “Simpson”, estaba desguazado, y los recién llegados “Hyatt” y “O’Brien” eran de los más modernos de la región.
La Flota de Mar (Flomar) de Argentina también tenía cuatro submarinos, pero todos operativos: dos estadounidenses de la II Guerra Mundial (“Santa Fe” y “Santiago del Estero”) y dos 209 alemanes (“San Luis” y “Salta”) recién comprados.
A fines de año, la ventaja argentina pasó de leve a mayúscula. El “O’Brien” entró a dique para mantención y al “Hyatt” le falló un motor. Tuvo que regresar a Talcahuano.
La noticia caló hondo en el “Simpson”. Durante todo el año, y a medida que las negociaciones diplomáticas con Argentina se empantanaban, la tripulación había entrenado intensamente para repeler una eventual invasión. Ahora tendrían que hacerlo solos.
Y ése no era el único factor en contra. Por su antigüedad, la nave carecía de snorkel, una especie de tubo de escape retráctil que le permite navegar a 20 metros bajo la superficie usando sus motores diésel. Éstos, a su vez, recargan las baterías eléctricas, que son las que pueden llevarlo a silenciosos descensos de hasta 600 pies de profundidad.
Sin snorkel, el “Simpson” estaba obligado a emerger por períodos de hasta ocho horas para recargar baterías, haciéndose detectable para los radares o aviones enemigos.
En la práctica, el buque no podía sumergirse más de 24 horas, y a escasos cinco nudos por hora. Si había que evadir un ataque, las baterías se agotarían antes.
Scheihing recuerda que otra desventaja era el armamento. La “Enmienda Kennedy” había dejado a los submarinos chilenos con antiguos torpedos a vapor MK 14 y MK 27. Los argentinos tenían eléctricos MK 37, de más alcance y confiabilidad. “No había otra cosa. Si había que tirarles piedras, se les tiraban”, explica.
Por eso, cuando recibió la orden de Merino, tomó el sistema de comunicación interna, leyó el mensaje a sus hombres y los arengó: “¡Esto significa que estamos viviendo, a partir de este instante, una situación de guerra con Argentina. Como todos sabemos, es posible que nos hundan, pero me comprometo con ustedes a que antes que eso suceda, a lo menos, nos llevaremos a dos de ellos!”. Tras un momento de silencio, detalla el comandante, “se escuchó como un rugido en todo el submarino: ‘¡Viva Chile, m…!'”.
Pero si atacaba por error, este oficial dejaría a Chile como país agresor y en una compleja perspectiva de cara a una negociación de paz.
“Fue una situación de guerra (…) Yo estaba autorizado para romper las hostilidades. ¡Imagínese! Era el primer contacto. La responsabilidad era tremenda. Primero, porque rompería las hostilidades, y segundo, porque pondría en jaque la seguridad del submarino, que es lo de menos cuando se trata de hundir al resto”, explica.

¿Disparó el “Simpson”?

Ricardo Burzaco, experto argentino en el tema, publicó recientemente una investigación sobre las operaciones submarinas transandinas de 1978 en la revista Defensa y Seguridad.
Allí sostiene que el “Simpson” fue descubierto dos veces por sumergibles argentinos. Primero por el “Santiago del Estero”, que lo encontró cargando baterías en la superficie, y luego por el “Salta”, justo antes de la hora “H”, que también lo divisó a nivel del mar. La máxima tensión reinante llevó a que el capitán argentino ordenara preparar torpedos.
Como no estaban en aguas argentinas, agrega Burzaco, el comandante argentino dudó en atacar. En ese momento el oficial sonarista lanzó una alarma de torpedo enemigo, por lo que ordenó una maniobra evasiva. Luego, el rumor de un supuesto proyectil chileno se desvaneció.
Tajante, Scheihing niega esta versión y asegura que el “Simpson” nunca tuvo contacto con adversarios. “No hubo lanzamiento. Nunca disparamos nada. Estábamos listos, pero le garantizo que no (disparamos)”, sostiene.
Hacia el final de la patrulla, la tripulación del “Simpson” ya sentía el rigor de la tensión bélica. Los víveres eran escasos, no quedaban alimentos frescos y el aire dentro del submarino era pesado, mezcla de aceite y gases. Sólo podían bañarse -si limpiarse el cuerpo con una esponja mojada puede considerarse un baño- cada tres días. Sólo querían que el conflicto se zanjara de una vez, por las armas o por la paz.
La providencial conjunción de una tormenta con olas de hasta 15 metros, que retrasó la operación “Soberanía”, y la mediación del Papa Juan Pablo II, sin embargo, terminarían por impedir el enfrentamiento. El “Simpson” pudo volver a su base.
“Nunca había visto un tiempo tan malo, estaba pésimo. Estaba tan malo que no había posibilidad de operaciones aéreas ni anfibias. De no haber mediado las condiciones de tiempo, y si los argentinos hubiesen cumplido el plan ‘Soberanía’, esto no se habría podido parar”, concluye el vicealmirante (r) Hernán Rivera.

El “Prat”, primer objetivo argentino

Si el “Simpson” abría fuego contra una invasión argentina, enseguida sería el turno del crucero “Prat”, buque insignia de la Escuadra que debía disparar su artillería contra la flota de desembarco adversaria.
A bordo estaba el ahora vicealmirante (r) Hernán Rivera, por entonces jefe del estado mayor de la Escuadra.
Por su naturaleza, el “Prat” probablemente habría sido el primer objetivo de los ataques argentinos, tanto aéreos como marítimos y submarinos. En el buque insignia lo sabían, pero nadie, dice Rivera, manifestó temor. “En la gente nuestra no había ninguna duda. El espíritu era ir cuanto antes a la guerra y definir esta cuestión”, sostiene.
La gran ventaja de la flota argentina, explica, era el portaaviones “25 de Mayo”, que le daba supremacía aérea y hacía vulnerables a los buques chilenos.
La Escuadra chilena, agrega, tenía a su favor la cohesión alcanzada por las tripulaciones tras un año de intenso entrenamiento, la eficiencia de la aviación naval -informaba cada cuatro horas la posición de los buques argentinos- y el refugio natural que ofrecían los fondeaderos en los canales.
“Ellos sabían que estábamos en el sur, pero no sabían dónde (…) Los fondeaderos de guerra son lugares absolutamente camuflados donde es imposible ver los buques, ni siquiera sobrevolando”, asegura Rivera.
Así, las naves chilenas lograban disimular falencias como la escasez de pertrechos, debido al embargo de Estados Unidos, y el hecho que la iniciativa estaba en manos de los argentinos.
Con todo, admite el retirado oficial, “el ‘Prat’ habría sufrido daños importantes como consecuencia del ataque de los aviones del ’25 de Mayo’. Por eso nos colocamos en una disposición de combate en la que primero estaban los buques misileros, que en el fondo eran los que iban a decidir esta cuestión en el combate de superficie”.
Rivera recuerda como el momento más crítico el 20 de diciembre de 1978, cuando recibieron la orden de salir al paso de la flota argentina. El vicealmirante Raúl López Silva, comandante en jefe de la Escuadra, reunió a los capitanes de todos los buques y les advirtió: “Señores, vamos a definir esta situación de una vez por todas. Se acabaron los ejercicios. La próxima vez que toque un zafarrancho de combate significa que estamos enfrentados a los argentinos”.
Pocas horas después, cuando la Escuadra aún salía hacia el teatro de operaciones, sonó el citado zafarrancho. “Le prometo que nunca vi tanta rapidez para cubrir los puestos de combate”, recuerda Rivera. La alarma, eso sí, resultó falsa. El “contacto” del sonar resultó ser una sonda estadounidense que recolectaba datos atmosféricos.
Así fue que ambas fuerzas llegaron a estar a unas 10 horas de poder atacarse con sus misiles, lo que fue impedido por la mediación papal. Rivera asegura que la Divina Providencia también hizo lo suyo, desatando un temporal que dilató la “Operación Soberanía”, que debía comenzar tres días antes de la “Hora H” con la toma de unas pequeñas islas al sur del Beagle.
“Nunca había visto un tiempo tan malo, estaba pésimo. Estaba tan malo que no había posibilidad de operaciones aéreas ni anfibias. De no haber mediado las condiciones de tiempo, y si los argentinos hubiesen cumplido el plan ‘Soberanía’, esto no se habría podido parar”, concluye.


Autor: Iván Martinic
diario.elmercurio.cl/
www.youtube.com/watch

domingo, 21 de enero de 2024

Guerra de la Independencia: El desastre de Huaqui

El desastre de Huaqui



La batalla de Huaqui o Guaqui, también conocida como la batalla del Desaguadero, la batalla de Yuraicoragua o el desastre de Huaqui fue un enfrentamiento militar ocurrido el 20 de junio de 1811, en las entradas norte y sur de la quebrada de Yuraicoragua, a 8 km al oeste del pueblo de Guaqui, intendencia de La Paz, en el que el Ejército Real del Perú venció al ejército de las provincias rioplatenses, autodenominado Ejército Auxiliar y Combinado del Perú, y que puso fin a la llamada primera expedición auxiliadora al Alto Perú, «sellando para siempre la escisión entre el Río de la Plata y el Alto Perú».



Batalla de Huaqui
Batalla de Guaqui
Guerra de la Independencia Argentina
Guerra de la Independencia de Bolivia
Parte de Guerras de independencia hispanoamericana
Teatro de operaciones de la batalla de Huaqui.


Fecha 20 de junio de 1811
(hace 212 años)
Lugar Guaqui, Partido de Pacajes, Intendencia de La Paz
Coordenadas 16°37′44″S 68°55′08″O
Resultado Victoria realistan. 1
Beligerantes
Virreinato del Perú: resistencia obediente al Consejo de Regencia de España e Indias Resistencia obediente a la Junta Grande de las Provincias Unidas del Río de la Plata
Comandantes
José Manuel de Goyeneche
• Francisco del Rivero
• Juan Ramírez Orozco
• Juan Pío Tristán
• Jerónimo Marrón de Lombera
Antonio González Balcarce
Juan José Castelli
• Juan José Viamonte
• Eustoquio Díaz Vélez
• José Bolaños
•Luciano Montes de Oca
Fuerzas en combate
Ejército Real
Total: 6000-8000
(incluyendo 4700 milicianos)
12 cañones
Ejército Auxiliar
Combinados del Perú
Total: 8000-18.000​
(incluyendo 5000-6000 regulares)
18 cañones
Bajas
Desconocidas, menores 1000 muertos, heridos y prisioneros6

Antecedentes

Dos hechos políticos de importancia se produjeron en el Alto Perú. El 14 de septiembre de 1810, Francisco del Rivero depuso al gobernador de Chuquisaca y se adhirió a la junta de Buenos Aires. Lo mismo ocurrió en Oruro el 6 de octubre. El 22 del mismo mes, ambas intendencias unieron sus fuerzas para cerrar por el norte toda ayuda que Goyeneche pudiera enviar a Nieto. El 27 de octubre de 1810, Balcarce fue rechazado por las fuerzas de José Córdoba y Rojas en el llamado Combate de Cotagaita que Castelli definió como "falso ataque". La vanguardia volvió a Tupiza y para acercarse más al ejército que avanzaba desde el sur se desplazó hacia Nazareno. Castelli envió doscientos hombres y dos cañones a marchas forzadas. El 7 de noviembre de 1810, reforzado con esas fuerzas que llegaron el día anterior, Balcarce logró derrotar a Córdoba y Rojas en la batalla de Suipacha, primer triunfo del Ejército Auxiliar del Perú. "Suipacha no fue más que un combate parcial entre dos pequeñas divisiones de vanguardia".​ Una semana después de Suipacha, el 14 de noviembre, las fuerzas combinadas de Chuquisaca y Oruro, al mando de Esteban Arze, derrotaron a la columna de Fermín Piérola en la planicie de Aroma. La acumulación de todos estos hechos pulverizó el dominio del virrey Abascal sobre el Alto Perú.

El avance de las tropas del gobierno de Buenos Aires continuó hacia el norte del Alto Perú, hasta el límite con el Virreinato del Perú y ambos bandos se acercaron a una zona casi triangular cuyos vértices eran: Puente del Inca sobre el río Desaguadero, la localidad de Huaqui sobre el borde del lago Titicaca al este y la localidad de Jesús de Machaca al sureste. Este fue el teatro de operaciones donde tuvo lugar la batalla.

Orden de batalla

Orden de batalla
Ejército Real del Perú Ejército Auxiliar y Combinado del Perú





Con un total de 7500 hombres y 14 piezas de artillería:

  • Estado Mayor
  • Brigadier Juan Ramírez Orozco. Columna Sur (Pampa de Chiribaya) con 2500 hombres:
    • cuatro piezas de artillería
    • Batallón de Paruro (Martín de Indacoechea).
    • Batallón de Paucartambo (Pablo Astete y Garzón).
    • Batallón de milicias de Abancay (Luis Astete y Garzón).
    • Escuadrón de milicias de Dragones de Arequipa (Pedro Galtier Winthuysen).
  • Brigadier Pío Tristán. Columna Norte (Sierra de Vilavila) con 1000 hombres:
    • 2.º Batallón de línea del Cuzco (Fermín Piérola).
    • Batallón “Fernando VII”.
  • Brigadier José Manuel de Goyeneche. Columna Norte (Pampa de Azafranal) con 2500 hombres:
    • cuatro piezas de artillería
    • 1.º Batallón de línea del Cuzco (Francisco Picoaga).
    • 2.º Batallón de veterano Real de Lima (Antonio Suárez).
    • Batallón de milicias de Puno (Mariano Lechuga).
    • Escuadrón de milicias de Dragones de Tinta (Francisco de Paula González).
    • Escuadrón de Dragones de Chumbivilcas (Andrés Bornás).
    • Una compañía de Gastadores (ingenieros).
  • Coronel Jerónimo Marrón de Lombera.Fuerza de Reserva (Oeste del Puente del Inca) con 2000 hombres
    • seis piezas de artillería (calibres a Cuatro o Tres y medio)

Con un total de 6000 y 19 piezas de artillería:

  • Estado Mayor
  • Coronel Juan José Viamonte. Columna Sur (Pampa de Chiribaya):
    • seis piezas de artillería
    • Una compañía de Pardos.
    • Una compañía de Morenos.
    • Regimiento N.º 6 de la Infantería.
    • Escuadrón de Húsares de Buenos Aires.
  • Coronel Eustoquio Díaz Vélez. Columna Sur (Pampa de Chiribaya):
    • siete piezas de artillería
    • Compañía de Oruro
    • Compañía de Pardos de Córdoba
    • Compañía de Granaderos de Chuquisaca
    • Cuatro compañías de desmontado y otras cuatro de Dragones montados Ligeros de la Patria.
  • Coronel José Bolaños. Columna Norte (Pampa de Azafranal):
    • seis piezas de artillería
    • Regimiento N.º 8 de la Paz.
    • Regimiento N.º 7 de Cochabamba.
  • Teniente coronel Luciano Montes de Oca. Fuerza de Reserva (Pampa de Azafranal)
  • Brigadier Francisco del Rivero. Caballería Cochabambina (Pampa de Machaca) con 1800 hombres.9



Incidentes previos

El 11 de abril de 1811, una patrulla de la vanguardia del Ejército Auxiliar y Combinado, integrada por doce Húsares de La Paz, al mando del teniente Bernardo Vélez, recorría las cercanías del pueblo de Guaqui. Ahí se enteró de que un destacamento de exploración del Ejército Real del Perú se dirigía hacia ese lugar y planeó emboscarla en las afueras del pueblo. Al intentar hacerlo se encontró, sorpresivamente, con un destacamento que tenía unos 100 soldados bien montados y armados. Tras rechazar una intimación de rendición y antes de que esas fuerzas lo pudieran rodear, el teniente Vélez se abrió paso hacia Guaqui y se atrincheró en la iglesia del pueblo. Luego de un enfrentamiento de quince minutos la patrulla de José Manuel de Goyeneche se retiró hacia su base de partida llevándose dos prisioneros. Por orden de Castelli, Díaz Vélez envió un emisario con una nota de protesta y un pedido de devolución de los dos prisioneros. En la nota, Díaz Vélez otorgó un plazo de dos horas para que se retiraran todas las partidas de exploración que pudieran estar al este del río Desaguadero. La respuesta de Goyeneche fue negativa pero devolvió los prisioneros. Por su parte Díaz Vélez ordenó reforzar las avanzadas en la zona de Guaqui. El 23 de abril, desde el campamento de Laja, Castelli envió otro oficio a Goyeneche en el que, mencionando el incidente del 11 de abril , advirtió que había tomado medidas para que se respetaran los antiguos límites virreinales, no se interfirieran las operaciones del Ejército Auxiliar al este del río Desaguadero ni se mortificara a los pueblos de indios existentes en esa zona.

El 16 de mayo, mientras Francisco del Rivero avanzaba con el grueso del regimiento de Voluntarios de Caballería hacia su nueva base de operaciones en el pueblo de Jesús de Machaca, una parte de su vanguardia, al mando del capitán de artillería Cosme del Castillo, partió de esa localidad con una pequeña partida de 15 hombres. En el camino hacia el Azafranal se enteró de que una partida de Goyeneche recorría los pueblos de la zona. A unos 14 kilómetros más acá del Azafranal, sobre el río Desaguadero y por propia iniciativa la atacó ocasionándole varios heridos y muertos. Algunos se ahogaron al pretender escapar cruzando el río. Del Castillo no tuvo ninguna baja.

Puente del Inca. Plano levantado por orden de Goyeneche en 1811

Otra partida de 50 hombres, al mando del capitán José González, que había partido de Jesús de Machaca antes que Cosme del Castillo, avanzó unos 70 kilómetros con dirección oeste. Luego de cruzar el río Desaguadero, ya en territorio del Virreinato del Perú, González se enteró de que en el poblado de Pizacoma operaba una patrulla que Goyeneche había enviado para controlar los caminos que desde el suroeste conducían a Puente del Inca y Zepita. Esta patrulla estaba dispersa en tres sectores: unos 25 hombres se encontraban en Pizacoma, otra custodiaba los caballos que pastaban en los valles de la zona y la tercera estaba en el pueblo de Huacullani, a 32 kilómetros al norte de Pizacoma. El 17 de mayo, la caballería cochabambina cayó sorpresivamente sobre Pizacoma logrando capturar casi todas las armas, caballos y monturas, produciendo cuatro muertos y 41 prisioneros. Goyeneche reclamó en vano que devolvieran lo capturado aduciendo que ya regia el armisticio. Por su parte Díaz Vélez justificó la escaramuza diciendo que esas patrullas que salieron de Jesús de Machaca no estaban al tanto del armisticio pactado. Era cierto que Rivero operaba con autonomía y lejos de Castelli ubicado entonces en Laja. Goyeneche acusó a estas fuerzas de no tener “subordinación y disciplina”, de “tumultuarias”, que “ni atendían reclamaciones ni obedecían las órdenes del que las mandaba y dirigía”.

A principios de junio, ya en su cuartel de Huaqui, Castelli ordenó al teniente coronel Esteban Hernández, que con 50 Dragones de la Patria, ubique un puesto de vigilancia adelantado en la pampa de Chiribaya, a unos 5 km hacia el oeste de la salida sur de la quebrada de Yuraicoragua, y a unos 10 km antes de llegar al Puente del Inca. La cercanía de esa vanguardia y, sobre todo, la ambigua redacción del armisticio le permitió a Goyeneche interpretar esa presencia como una violación del tratado por parte de Castelli, por lo que envió una columna de 500 hombres, al mando de Picoaga, con la misión de desalojarla. El 6 de junio de 1811, el capitán Eustoquio Moldes, al mando de 20 soldados, mientras patrullaba la zona, capturó un desertor que le informó el avance de Picoaga. Pese a la advertencia, la pequeña patrulla de Moldes fue localizada y sufrió un ataque esa misma noche. Esta escaramuza nocturna, en medio del frío y la oscuridad, a la que se sumaron las fuerzas de Hernández, terminó con muertos, heridos y prisioneros y la retirada de ambos contendientes que se adjudicaron la victoria. Castelli comunicó al gobierno el incidente doce días después, es decir, al día siguiente de haber recibido la respuesta negativa del Cabildo de Lima a un arreglo pacífico y tras una junta de guerra en la que se decidió iniciar las operaciones militares contra Goyeneche. En el mismo oficio, Castelli informó al gobierno que consideraba que el armisticio estaba roto.

La batalla

Juan José Castelli.

Después de acampar durante abril y mayo en Laja para reorganizar sus cuadros, incorporar soldados y adiestrarse, el ahora Ejército Auxiliar y Combinado del Perú avanzó hacia el río Desaguadero, llegando a Huaqui a principios de junio de 1811. Díaz Vélez fue ascendido a coronel graduado el 28 de mayo de 1811.

El 18 de junio, mientras aun regía el armisticio que Castelli había firmado con José Manuel de Goyeneche y que probablemente ninguno de los dos pensaba cumplir, Viamonte inició la marcha de aproximación de su división hacia Puente del Inca, sobre el nacimiento del río Desaguadero. Partiendo de Huaqui, su división cruzó de norte a sur la quebrada de Yuraicoragua y estableció su campamento en la salida sur de la misma, donde comienza el llano que da a la pampa de Machaca hacia el este y Chiribaya al oeste. Al día siguiente, la división de Díaz Vélez recorrió el mismo itinerario y llegó al atardecer sumándose a la división de Viamonte. Así, en la noche del 19 de junio, víspera de la batalla, las fuerzas de Castelli estaban dispersas en un amplio abanico: dos divisiones seguían en Huaqui, otras dos divisiones estaban a 10 kilómetros de distancia, en la salida sur de la angosta quebrada de Yuraicoragua y un tercer grupo, la división de caballería al mando de Francisco del Rivero, estaba en el pueblo de Jesús de Machaca, a 18 kilómetros al sureste de las tropas de Viamonte y Díaz Vélez y distante 29 kilómetros de las fuerzas de Castelli. Las unificadas fuerzas de Goyeneche estaban peligrosamente ubicadas a solo 15 kilómetros del campamento de Viamonte.

Combates en el sur de la quebrada

Al amanecer del día 20, patrullas de seguridad que operaban en la pampa de Chiribaya, llegaron al campamento con la noticia de que a menos de 5 o 6 km avanzaban tropas de infantería, caballería y artillería. Era el ala derecha de Goyeneche al mando de Juan Ramírez Orozco. Díaz Vélez comprendió inmediatamente que toda la planificación del ataque al Desaguadero había quedado obsoleta. Pese a recibir la orden urgente de Viamonte de que su división saliera a contener a Ramírez, Díaz Vélez se dirigió personalmente al puesto de mando de su jefe, «para obviar equivocaciones», proponiendo el inmediato repliegue de las dos divisiones hacia Huaqui y reunirse con González Balcarce ya que no estaba previsto combatir separadamente. Viamonte le respondió que esa propuesta era propia de un cobarde, que el que mandaba era él y que solo debía obedecer. Pese a la extemporánea y violenta respuesta, en la que se notaba la mala relación entre ambos, Díaz Vélez no dijo nada y se retiró para hacerse cargo de su unidad. Viamonte negaría más tarde estas palabras pero los testigos presentes las confirmaron en el juicio, separada y textualmente.

Con una incomprensible demora de 24 horas y con el enemigo a la vista, Viamonte envió al capitán Miguel Araoz con 300 hombres «escogidos» para que ocupara el estratégico cerro ubicado sobre el lado oeste de la salida de la quebrada de Yuraicoragua.

Desde ese cerro se dominaba ampliamente el camino que venía desde el Puente del Inca rumbo a Jesús de Machaca y era ideal para ubicar allí la artillería e impedir el avance enemigo proveniente del Desaguadero por el lado sur del Vilavila. También dominaba el campamento instalado abajo, en la salida sur de la quebrada, y la línea de batalla secundaria integrada por el 2.º batallón del regimiento N.º 6, al mando de Matías Balbastro. Este batallón debía contener un posible ataque desde el norte, proveniente de Huaqui, sobre la derecha de la línea principal que Viamonte y Díaz Vélez habían formado en la pampa de Chiribaya.


Zona sur quebrada Yuraicoragua. Disposición inicial. Color rojo: Ejército Real del Perú. Color Azul: Ejército Auxiliar y Combinado del Perú

Primera fase: Para cumplir la misión de separar a las divisiones de Viamonte y Díaz Vélez de las fuerzas de Castelli-Balcarce, ubicadas al otro lado de la quebrada, Ramírez tenía que ocupar indefectiblemente ese cerro. A tal efecto ordenó a sus guerrillas avanzadas que lo atacaran mientras el grueso de sus fuerzas se dirigían a ocupar su base. En la marcha de aproximación por la pampa de Chiribaya tuvo que soportar durante dos kilómetros el fuego impune de la artillería y fusilería que descargaba Araoz desde la cima hasta que pudo llegar a unos cerros de menor altura que le sirvieron de protección. Por ese punto sus fuerzas salieron a la pampa donde se reorganizaron en escalones para iniciar el combate por el dominio del cerro. Viamonte comprendió que toda la batalla se centraría en sostener esa posición y sus alrededores. Reforzó así las fuerzas de Araoz enviando sucesivas compañías que sacó del primer batallón del regimiento N.º 6 y reforzó la artillería adicionando una culebrina de mayor calibre y un obús. La lucha en ese sector, por el tipo de terreno, fue caótica.


Situación 10:00 horas: 1 y 2)
Ataque de Ramírez y su vanguardia; 3-5) Araoz sostiene su posición y recibe ayuda de Viamonte; 4) Díaz Vélez ataca a Ramírez; 6-7) Balbastro adelanta 4 compañías

Segunda fase: Con la aparición de Ramírez en la pampa a 500 metros del cerro, Viamonte ordenó a Díaz Vélez que se hiciera cargo de todo el combate por el dominio del cerro y sus alrededores. Así, a las dos horas de iniciada la batalla, Díaz Vélez, con los granaderos de Chuquisaca y una compañía de dragones a pie, con un obús y una culebrina de a 4, entró en acción contra las fuerzas de Ramírez. Según Viamonte, se desarrolló entonces «la más formidable acción» que haya conocido.16​ Después de dos horas de combate, pasado el mediodía, la infantería de Ramírez pareció flaquear y su caballería comenzó a retirarse. Díaz Vélez ordenó que la caballería del ejército auxiliar, superior en número a la de Ramírez, entrara en acción. Así se hizo pero, lamentablemente, esas fuerzas se dispersaron en acciones secundarias y no tuvieron ningún peso en la batalla. Entonces Díaz Vélez pidió refuerzos a Viamonte para acelerar el colapso del enemigo. La negativa de este daría lugar a que tanto Díaz Vélez como otros oficiales lo responsabilizaran a posteriori por el resultado de la batalla. La realidad era que, en ese momento, lo que quedaba del regimiento N.º 6 de Viamonte sumando el resto de la división de Díaz Vélez que no habían entrado en combate, se habían reducido a solo 300 hombres. Era la única reserva disponible que tenía Viamonte para hacer frente, por un lado, al combate todavía indeciso que conducía Díaz Vélez y, por el otro, a una nueva columna enemiga que apareció desde el norte marchando por la quebrada y las alturas occidentales de la misma rumbo al cerro y a la línea secundaria defendida por el batallón N.º 2 de Balbastro, que para entonces, ya estaba reducido a la mitad por una desafortunada decisión táctica de avanzar cuatro compañías hacia el centro de la quebrada.

Tercera fase: Para Viamonte, la presencia de estas fuerzas que venían del norte era una señal inquietante de lo que podía estar sucediendo al otro lado de la quebrada y cuya evolución desconocía por completo. Esta columna estaba al mando del mayor general Juan Pío de Tristán, primo de Goyeneche, y eran las mejores tropas del Real Ejército del Perú: el batallón de Puno, el Real de Lima, y una compañía de zapadores. Habían realizado una marcha de aproximación difícil, subiendo y bajando cerros a través de la cadena del Vilavila, sin perder la orientación ni agotarse en el esfuerzo. Cuando atacaron desde una posición más elevada por el lado derecho del cerro, la sorpresa y el aumento de bajas quebró la resistencia de los guerrilleros de Araoz que comenzaron a retroceder en completo desorden. Al bajar a la quebrada arrastraron consigo a las fuerzas de Balbastro que tampoco estaban en condiciones de sostener la posición si el enemigo dominaba las alturas. Lo mismo sucedió con las fuerzas de Díaz Vélez que también retrocedieron desordenadamente. Ante esta favorable situación, Ramírez ordenó la persecución del enemigo.

Cuarta fase: Por puro azar, los soldados que huían en desorden no se dirigieron hacia las tropas de la reserva al mando de Viamonte ubicadas en la pampa sino que pasaron lejos, por su derecha, rumbo a Jesús de Machaca. Esta reserva, descansada y en perfecto orden, pudo así rechazar con un violento fuego de fusilería a las tropas que venían en persecución, ya agotadas por tantas horas de marcha y combate. Ramírez suspendió la maniobra sin saber que enfrentaba a solo 300 soldados y un cañón y se dedicó a saquear el abandonado campamento del ejército auxiliar. Díaz Vélez y Araoz, adelantándose a las fuerzas que huían, lograron contenerlas y reorganizar a gran parte de estas. Se formó así una nueva línea a dos kilómetros de la posición inicial, detrás de las fuerzas de Viamonte. Cuando este ordenó a su vez la retirada de la reserva para que salieran del alcance del fuego enemigo que provenía del cerro, estas comenzaron a desorganizarse pero terminaron contenidas por esta segunda línea en formación. Hasta ese momento y teniendo en cuenta la sorpresa inicial, la situación no era tan grave. De unos 2100 soldados iniciales quedaban en la línea 1500, faltaban 600 de los cuales había que descontar 60 bajas por lo que eran 540, en su gran mayoría desertores, los que habían huido hacia Jesús de Machaca o se habían dispersado en los cerros aledaños. Pero lo más sorprendente y decisivo fue la conducta de una gran proporción de oficiales (capitanes, tenientes y subtenientes) que habían huido, algunos incluso antes de entrar en combate, y que pertenecían a las mejores unidades del ejército auxiliar.

Quinta fase: Mientras las tropas del ejército auxiliar se reorganizaban y descansaban en esta nueva línea de combate frente a un enemigo en actitud expectante, tuvieron que presenciar cómo el campamento era saqueado por el enemigo: municiones, carpas, mochilas, efectos personales y, especialmente, abrigos y comida. Antes del mediodía Viamonte había intentado infructuosamente localizar a Francisco del Rivero y su caballería que habían salido de Jesús de Machaca al amanecer rumbo al puente construido sobre el río Desaguadero, es decir, a no más de 10–11 km de la quebrada de Yuraicoragua. Rivero apareció recién a las cuatro, cuando caía la tarde. La relación entre Rivero y los jefes del ejército auxiliar nunca fueron buenas y resultó inexplicable que habiendo escuchado desde las primeras horas del día el accionar de la fusilería y cañones en la salida de la quebrada, no dedujera que el ataque sorpresivo de Goyeneche en ese lugar había reducido a nada el objetivo que tenía que alcanzar en el plan de Castelli. La presencia tardía de Rivero y sus 1500 hombres no alteró la situación. Con prudencia, Ramírez no comprometió sus fuerzas en la pampa. Sencillamente las subió a los cerros donde la caballería no tenía ninguna capacidad ofensiva.

Combates en el centro de la quebrada


Plano ilustración de la batalla en Torrente, 1830, tomo I, p=186 con partes borradas, deficiencias topográficas y errores disposición de tropas

Ni bien el 2.º batallón del regimiento n.º 6 ocupó su posición mirando hacia el norte de la quebrada de Yuraicoragua para contener un posible ataque desde esa dirección, su comandante, el sargento mayor Matías Balbastro, envió patrullas adelantadas de observación que debían avanzar hasta unirse a una compañía de pardos y morenos que estaba posicionada desde la noche anterior en un cerro ubicado en la mitad de la quebrada. Balbastro envió además al capitán Eustoquio Moldes, con 26 dragones montados, que debían superar esa posición y avanzar hasta la entrada norte de la quebrada, es decir, hasta el lugar donde se abre a la pampa de Azafranal. Cuando Moldes llegó a su objetivo pudo constatar que ya las fuerzas enemigas al mando de Goyeneche, unos 2000 hombres, estaban avanzando por el camino Puente del Inca-Huaqui y que, paralelamente, otras fuerzas estaban subiendo a los cerros que dominaban la entrada occidental de la quebrada enviando guerrillas hacia el sur, es decir, contra la compañía de pardos y morenos. Significativamente Moldes, en su declaración del 19 de diciembre de 1811, en la Causa del Desaguadero, no mencionó haber visto a las fuerzas de González Balcarce que debían estar ubicadas a la derecha de su punto de observación. Después de avisar a Balbastro estas novedades se retiró del lugar ante el peligro de quedar aislado. Moldes no volvió por la quebrada ya que omitió en su declaración haberse cruzado con las cuatro compañías que avanzaban por ella rumbo al norte. Moldes perdió todo contacto con sus jefes y desapareció hasta las cinco y media de la tarde cuando se unió a lo que quedaba de las fuerzas de Viamonte y Díaz Vélez en momentos en que, desde su nueva posición, estos disponían la retirada hacia Jesús de Machaca.17​ Enterado Viamonte de lo que ocurría en la entrada norte de la quebrada tuvo que decidir si enfrentar a las fuerzas enemigas que se dirigían hacia el sur o replegar a Balbastro para reforzar el ataque en curso contra Ramírez. Tomó una decisión intermedia: ordenó a Balbastro que enviara la mitad de sus fuerzas, cuatro compañías o sea unos 400 hombres, más dos cañones, hacia el centro de la quebrada. El teniente coronel José León Domínguez, objetó diciendo que esas fuerzas eran muy escasas frente a las fuerzas que los informes había estimado en unos 1500 hombres y sugería que mejor era atacar con todo el batallón o, en su defecto, quedarse en el lugar en actitud defensiva. Balbastro respondió que esa era la orden de Viamonte. Estas cuatro compañías avanzaron lentamente en formación por la quebrada arrastrando los cañones cuando ya la compañía de pardos y morenos, que debía protegerlos desde los cerros de la izquierda, había sido desalojada. Casi de inmediato se enfrentaron con fuerzas que la cuadruplicaban en número, mejor posicionadas y que las atacaban de frente y por la izquierda. Se trataba del batallón de Puno y la compañía de zapadores de Tristán y una parte de las fuerzas del Real de Lima que luego giraría hacia el noreste para atacar el flanco izquierdo de Bolaños. Estas fuerzas prácticamente desintegraron a esas cuatro compañías. Los sobrevivientes se dispersaron trepando los cerros del lado este, porque las fuerzas enemigas, adelantándose por los cerros del lado oeste, ya habían cortado la quebrada más al sur aislándolos de Balbastro. De las cuatro compañías, solo la 5.ª pudo unirse a su jefe y continuar combatiendo, dos se dispersaron hacia Jesús de Machaca y Viacha y la 6.ª, al mando del capitán Bernardino Paz, se dirigió accidentalmente al norte, hacia el lugar donde Castelli, Balcarce y Bolaños estaban formando su línea defensiva. Este breve y desastroso combate, que tendrá importantes consecuencias ulteriores en el desarrollo de la batalla, no suele figurar en la historiografía sobre la batalla de Huaqui.

Combates en el norte de la quebrada

El combate en la zona norte de la quebrada de Yuraicoragua fue considerado de dos maneras: los contemporáneos de la batalla entendieron que era el principal porque en ella participaron los jefes de los dos ejércitos. En cambio, los posteriores historiadores argentinos tendieron a restarle importancia porque en ella participaron mayoritariamente tropas del Alto Perú.

José Manuel de Goyeneche.

La división al mando de Bolaños, formada por los regimientos N.º 8 de infantería de Patricios de La Paz y el N.º 7 de infantería de Cochabamba, debía avanzar desde Huaqui hacia la entrada norte de la quebrada de Yuraicoragua y de allí atacar, por la pampa de Azafranal, las posiciones de Goyeneche en el Puente del Inca. El capitán Alejandro Heredia, custodiaba la quebrada con un fuerte destacamento de dragones y su misión era de seguridad adelantada. Colaboraba en esa tarea de vigilancia un observador ubicado en la torre de la iglesia de Huaqui provisto de un catalejo. El 20 de junio, a las 07:00 horas, el capitán Heredia escuchó disparos provenientes de la salida sur de la quebrada e inmediatamente envió un mensajero hacia Huaqui, distante 8 km. En su frente, hacia el oeste, una densa bruma cubría la pampa de Azafranal. A las 07:30, saliendo de la nada, aparecieron las fuerzas principales de Goyeneche que avanzaban con dirección a Huaqui. En su marcha de aproximación este había ido destacando guerrillas cada vez más importantes sobre las cimas del Vilavila.

Los dos regimientos de infantería que iban a enfrentar a las fuerzas de Goyeneche en el sector norte de la quebrada tenían serios problemas. La mayoría de los oficiales del regimiento N.º 8 de La Paz ya habían combatido y habían sido derrotados en esa zona por Goyeneche, en 1809. Sabían de la capacidad de las fuerzas peruanas y de sus represalias. Pero el actual regimiento paceño era de reciente formación, heterogéneo y del cual se sacaban permanentemente soldados para otras unidades. Tenía un alto porcentaje de deserción por la proximidad con la zona donde los soldados habían sido reclutados. Sus oficiales, pese a su experiencia y voluntad, sabían de estas debilidades y tenían serias dudas sobre el resultado de la operación que se estaba proyectando. Su comandante, el experimentado sargento mayor paceño Clemente Diez de Medina, el que mejor conocía la topografía del teatro de operaciones, fue el que se animó, en la reunión final del 17 de junio, a apoyar a Montes de Oca argumentando que no era conveniente atacar a Goyeneche por la posición ventajosa que ocupaba y los 7000 hombres que tenía. Muchos pensaban lo mismo pero callaron para no aparecer como cobardes. La respuesta tajante de Castelli fue que la reunión era para ver la mejor forma de atacar, no para discutir si se atacaba o no, decisión que ya estaba tomada. El 12 de junio, ocho días antes de la batalla, el veterano José Bonifacio Bolaños había sido nombrado comandante de la división formada por los regimientos N.º 7 y N.º 8. Desde ese día y hasta el 19 junio intentó interiorizarse del estado operativo mediante ejercicios intensos para elevar la falta de pericia militar y el animo de oficiales y soldados. Sin embargo, tal fue su consternación ante la evaluación que pidió 400 hombres del regimiento N.º 6, el mejor del Ejército Auxiliar, para crear un núcleo fuerte dentro del regimiento N.º 8, lo que no pudo conseguir. Así, teniendo "cada día [...] menos esperanza de que [su división] fuera capaz de batir al enemigo" se acercó la fecha del sorpresivo ataque de Goyeneche.22​ El día anterior, Bolaños recorrió lo que sería presumiblemente el campo de batalla hasta llegar casi a las avanzadas de Goyeneche. No vio nada anormal salvo una lejana polvareda que le hizo suponer que el enemigo estaba juntando los caballos, hecho que informó a sus superiores.

A las siete de la mañana, la llegada de noticias que envió Viamonte desde el sur produjo una sorpresa total en el campamento de Huaqui. Para una división que estaba tan cerca del enemigo y que debía marchar al frente ese mismo día esto no era normal.23​ Bolaños intentó formar a sus regimientos en la plaza para arengarlos antes de iniciar la batalla pero en ese momento llegó la orden de Balcarce de que debían salir inmediatamente hacia la entrada de la quebrada de Yuraicoragua antes de que lo ocupara el enemigo. La artillería, con las mulas de tiro todavía dispersas, tuvo que ser arrastrada hacia el frente por lanceros que fueron desarmados para tal fin.

Los dos regimientos emprendieron la marcha de aproximación a paso vivo y en total desorden. En la confusión algunos oficiales bisoños desaparecieron abandonando a sus tropas. Cansados, después de más de una hora de marcha forzada recorriendo siete kilómetros y sin conservar sus formaciones, los soldados fueron ocupando sus posiciones. Al comenzar la batalla solo estaban la mitad de los 1500 a 2000 soldados. Pese a todo, el lugar donde se desplegaron ofrecía buenas ventajas topográficas. Frente a la línea de avance de Goyeneche se levantaba una elevación que en forma de suave muralla se extendía en forma perpendicular al lago Titicaca y las serranías del Vilavila cerrando la pampa de Azafranal y el camino hacia Huaqui. El único punto débil estaba hacia el sur, donde comenzaban los cerros del Vilavila, que si eran ocupados por el enemigo le permitiría atacar de flanco y amenazar la retaguardia. Balcarce no tomó ninguna medida al respecto.

A las 9 de la mañana, viendo el despliegue enemigo y teniendo en cuenta el fuerte combate que se desarrollaba en el sur de la quebrada, Goyeneche tomó una decisión fundamental. Dividió sus fuerzas en dos columnas. La de la derecha, al mando de su primo Juan Pío de Tristán, compuesta por las mejores tropas, el Real de Lima, el batallón de Puno, una compañía de zapadores y un cañón debían subir al Vilavila y sumarse a las guerrillas que ya operaban en los cerros. Tenía un doble objetivo, en primer lugar, flanquear desde las alturas a las fuerzas de Viamonte y Díaz Vélez al sur de la quebrada y, en segundo lugar, atacar desde los cerros el ala izquierda de las fuerzas de Balcarce. Con esta maniobra, Goyeneche cambió el eje principal de la batalla, lo llevó desde la pampa de Azafranal a los cerros del Vilavila.

El primer objetivo tuvo sus primeros frutos cuando sorprendió y desintegró, en plena quebrada, a los cuatro batallones que Balbastro había enviado cumpliendo órdenes de Viamonte. El problema principal que enfrentó la columna de Pío Tristán fue vencer las dificultades topográficas del Vilavila: no perder la orientación y superar el esfuerzo de subir y bajar cerros manteniendo la rapidez en la ejecución táctica. Por el otro extremo de su línea de ataque, Goyeneche envió al regimiento de Cuzco para que atacara en una pequeña franja de terreno entre la ventajosa posición ocupada por el enemigo y el lago Titicaca. En el centro, tres compañías tenían como objetivo un ataque de demostración para aferrar al enemigo.

Los problemas en las fuerzas de Bolaños comenzaron en su ala izquierda debido a una sucesión de hechos de diverso origen:

  • La sorpresiva aparición por el Vilavila de las tropas de Bernardino Paz que venían huyendo de la derrota en la quebrada de Yuraicoragua y que a los gritos decían que toda la división estaba muerta o prisionera o que habían sido cortados.
  • Detrás de estas fuerzas aparecieron las primeras guerrillas de Pio Tristán que produjeron algunas bajas.
  • Solo había pasado media hora de combate cuando cesó el fuego de la artillería debido a la descompostura de los cañones. Esto afectó a la infantería que se sintió desprotegida frente al enemigo. Cuando Bolaños quiso enviar dos cañones en reemplazo ya no pudo conseguir quien lo hiciera ni los protegiera.
  • Los soldados, pálidos y casi paralizados, comenzaron a esconderse entre las piedras o ponían pretextos para no disparar. Resultaron inútiles las órdenes, ruegos y amenazas para que cumplieran las órdenes. El terror había quebrado la cadena de mandos.

Bastó entonces que un reducido número de soldados corriera hacia la retaguardia para que todos, contagiados por el pánico, hicieron lo mismo, abandonando armas, equipos y hasta sacándose el uniforme.

"[...] cuando llegué a la cima del cerro miro con dolor huyendo toda mi línea que constaba de 1200 hombres puestos en vergonzosa fuga". José Bonifacio Bolaños en (Bolaños, 1912, p. 79)

A mediodía, y salvo un pequeño grupo de exsoldados de Nieto que se pasaron al enemigo, el resto había huido en tropel hacia Huaqui. En el camino se mezclaron con las débiles fuerzas de reserva al mando de Montes de Oca que avanzaban hacia el frente con cuatro cañones y las desorganizaron completamente. Esa reserva abandonó la artillería y también se dispersó hacia Huaqui.

Castelli y Balcarce, que observaban lo que sucedía desde un cerro ubicado a la izquierda, enviaron a los oficiales que los acompañaban para intentar detenerlos. Al quedar solos temieron ser capturados por las guerrillas del Real de Lima que se estaban aproximando y decidieron retirarse, no hacia Huaqui sino hacia el sur, para unirse a Viamonte o Rivero en Jesús de Machaca. Así terminó la batalla en el lado norte de la entrada a la quebrada de Yuraicoragua.

Consecuencias

Mientras tanto en el Virreinato del Perú, el mismo 20 de junio de 1811 estalló la revolución que había sido convenientemente preparada. El caudillo tacneño Francisco Antonio de Zela previamente se había puesto de acuerdo con Castelli conviniendo que mientras él llevaría la revolución a Tacna el ejército rioplatense avanzaría hacia el Perú para iniciar la campaña para independizarlo de la corona española.​ Pero la derrota de Huaqui dio por tierra cualquier movimiento revolucionario planeado en el virreinato peruano.

La gran impresión que causó en la Junta Grande de Buenos Aires esta derrota militar —por la pérdida de todo el armamento— obligó a que su Presidente, el general Cornelio Saavedra, se dirigiera a las provincias del norte a fin de recomponer la situación. Pero esta debilidad fue utilizada por el grupo revolucionario afín a Mariano Moreno para destituirlo del mando y desterralo creando el Primer Triunvirato.

Tanto el comandante en jefe político, Castelli, como el comandante militar, González Balcarce, fueran relevados y juzgados. Lo mismo le sucedió al coronel Viamonte, acusado de no involucrar a los 1500 efectivos a su mando en la contienda.

Otra consecuencia fue que se pactase una tregua con Montevideo, por el temor del gobierno de Buenos Aires a verse atacado en dos frentes al mismo tiempo.

La derrota de los rioplatenses en Huaqui fue de tal magnitud que a la pérdida momentánea de las provincias del Alto Perú se añadió la debilidad que se instaló en el norte que quedó expuesto a una posible invasión de las fuerzas realistas.