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martes, 18 de febrero de 2025

Patagonia: Los "gigantes de tres metros" de Magallanes

Patagones, los «gigantes de tres metros de altura» que Magallanes encontró en el extremo sur de América

por Jorge Álvarez || La Brújula Verde




Patagones en una litografía de Alcide d'Orbigny (1829). Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons


El año 2022 se cumplió el quinto centenario de la Primera Vuelta al Mundo, aquella expedición marítima española que permitió circunnavegar el globo y abrir una ruta hacia las islas de las especias, alternativa a la que discurría por el sur de África, monopolio de Portugal. Fue una aventura con mayúsculas en la que el primer gran hallazgo tuvo lugar en el invierno de 1520, seis meses después de zarpar, y no fue geográfico sino antropológico: la flota fondeó en la bahía de San Julián, en territorio de la actual Argentina, donde los expedicionarios se encontraron con un pueblo indígena cuyos miembros eran de gran estatura y por ello les llamaron patagones.

Fernando de Magallanes, un marino portugués nacido en Sabrosa (Vila-Real) en 1480, empezó a navegar en las Armadas de la India (las flotas que organizaba la Corona lusa para mantener la denominada Carreira da India, una ruta por mar que conectaba Lisboa con Goa doblando el Cabo de Buena Esperanza) en 1505, llegando a conocer bien el sudeste asiático por haber permanecido allí ocho años.

En 1511 participó en la conquista de Malaca y regresó rico a su patria, sumándose a la expedición militar que el rey Manuel I envió dos años después contra Azamor, una ciudad del Reino de Fez que prestaba vasallaje a Portugal.


Fernando de Magallanes en un retrato atribuido a la escuela de Bronzino. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Tras la batalla, Magallanes fue acusado de aprovechar su estancia en Azamor para comerciar, algo que estaba prohibido, lo que le trajo problemas con las autoridades lusas al retornar a Lisboa. Recusado y sin trabajo, empezó a considerar la posibilidad de embarcarse de nuevo hacia las Molucas, desde donde un ex-compañero, Francisco Serrao, le había escrito instándole a unirse a él porque estaba al servicio del sultán de Ternat. Magallanes empleó aquel tiempo muerto en estudiar mapas y portulanos en compañía del cosmógrafo Rui Falero, quien apuntó la idea de que quizá las Molucas quedasen en la parte española del Tratado de Tordesillas y no en la portuguesa.

Ese archipiélago de la actual Indonesia era conocido como la Especiería porque allí se obtenían las preciadas especias, sustancias vegetales aromáticas que se empleaban ya desde la Antigüedad como condimentos en la cocina y enmascaradoras del sabor y olor desagradables que generaba su putrefacción en una época en la que la conservación en frío se limitaba al hielo y la nieve en sitios naturales. Por eso alcanzaban precios exorbitantes y algunas crecían exclusivamente en esas islas -a las que también se llamaba el Maluco genéricamente-, en concreto la nuez moscada y el clavo (éste también en Madagascar).

Por eso también los portugueses guardaban celosamente la ruta hacia allí, que seguía el litoral atlántico africano para doblar el cabo de Buena Esperanza y continuar por el océano Índico, considerándola un monopolio suyo cedido por el Papa en el reseñado Tratado de Tordesillas. Pero, si Falero tenía razón y los cartógrafos del pontífice habían errado al fijar la línea divisoria, ello significaba que el rey español Carlos I era el auténtico dueño de la Especiería. Así que convenció a Magallanes para plantearle un viaje al Maluco al que pronto sería todopoderoso emperador del Sacro Imperio.


Itinerario de Magallanes, terminado por Elcano, en lo que constituyó la primera vuelta al mundo. Crédito: Sémhur / Armando-Martin / Wikimedia Commons

Eso sí, el trayecto debía ser distinto, por otro itinerario, ya que el rey Manuel I nunca lo autorizaría por África. De hecho, le hicieron la oferta a él primero, pero la rechazó terminantemente porque ello implicaba dos problemas. El primero, entrar en conflicto con Carlos porque el subcontinente sudamericano, con la excepción del actual Brasil, era español. Y segundo, si se abría una nueva ruta eso conllevaba el riesgo de que la otra decayera y pusiera así el punto final al monopolio que tantos beneficios le traía a Portugal.

Descartado viajar por tierra, muy largo, peligroso y caro, la única opción que quedaba era seguir un rumbo completamente opuesto: atravesar el Atlántico, doblar el continente americano por su extremo meridional, cruzar el Mar del Sur (al que bautizarían Pacífico, descubierto por Vasco Núñez de Balboa en 1513) y alcanzar el archipiélago viniendo desde el otro lado. Todo ello deja patente, por cierto, que la esfericidad de la Tierra era algo plenamente aceptado entre gentes medianamente formadas; no en vano había sido demostrado ya por Eratóstenes en el siglo III a.C. y el viaje de Colón mismo se había basado en ello.

Magallanes y Falero pasaron a Castilla y en Sevilla recibieron el apoyo de Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación, a las que se sumó luego el de Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, en plena efervescencia descubridora. Así fue cómo en 1518 el rey aceptó la propuesta y les nombró almirantes de la expedición que habrían de organizar, concediéndoles una serie de privilegios que, entre otros, incluían ser gobernadores de las tierras que hallasen, una vigésima parte de las ganancias y el monopolio de la explotación por una década.


Jefe patagón en un grabado francés. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Una vez dispuesto todo, no sin múltiples obstáculos (entre ellos la total oposición de Portugal), los cinco barcos fletados dejaron la Península Ibérica el 20 de septiembre de 1519 rumbo a las islas Canarias, donde se reaprovisionaron para hacer la travesía atlántica. Ésta concluyó el 13 de diciembre arribando a lo que hoy es Río de Janeiro. No hubo mayores problemas, más allá de la siempre atemorizadora aparición del fuego de San Telmo en los mástiles (una descarga electroluminiscente causada por la ionización del aire) y el descontento de algunos oficiales con el secretismo de Magallanes.

Tras el descanso pertinente, reanudaron la navegación haciendo cabotaje por la costa hasta descubrir lo que pensaban que era el paso hacia el Mar del Sur; se internaron por él, pero finalmente desistieron después de dos semanas. En realidad se trataba del estuario del Río de la Plata, de modo que salieron otra vez al océano y siguieron bajando por la costa hasta llegar a la mencionada bahía de San Julián, que fue donde encontraron aquel pueblo de gente tan alta. Patagones, los llamaron, un nombre de etimología incierta que serviría para denominar a toda la región, la Patagonia.

Tradicionalmente se dice que fue motivado al considerarlos «patones», o sea, de grandes pies, por las enormes huellas que dejaban en el suelo, probablemente agrandadas por las pieles con que envolvían sus pies aquellos indígenas para protegerse del intenso frío. Sin embargo, es una explicación tardía que no apareció hasta su reseña por el cronista Francisco López de Gomara mucho después (Gómara no pisó nunca América, pero adquirió gran renombre por ser el biógrafo oficial de Hernán Cortés y su capellán personal).


María, una patagona que habitaba en Bahía Gregorio en el Estrecho de Magallanes, dibujada por Phillip Parker King. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Probablemente fuera más bien una referencia a Patagón, un gigante que aparece en una novela de caballerías titulada Primaleón, publicada en 1512 como continuación de Palmerín de Oliva. Era un libro atribuido al escritor castellano Francisco Vázquez y que había adquirido gran popularidad en esa época, por lo que parece probable que Magallanes lo hubiera leído. Al fin y al cabo, fue él quien les puso ese nombre a aquellos nativos, según dejó escrito el cronista del viaje, Antonio de Pigafetta, sin especificar la razón.

Pigafetta era de la misma edad que su capitán, pero nacido en Vicenza, una ciudad de la República de Venecia. Astrónomo y cartógrafo afamado, había llegado a España acompañando al nuncio apostólico en 1518, justo a tiempo de enrolarse en la expedición porque sabía que navegando en el Océano se observan cosas admirables, determiné de cerciorarme por mis propios ojos de la verdad de todo lo que se contaba, a fin de poder hacer a los demás la relación de mi viaje, tanto para entretenerlos como para serles útil y crearme, a la vez, un nombre que llegase a la posteridad.

Registrado con el nombre de Antonio de Lombardía, se convirtió en el cartógrafo personal y traductor de Magallanes, siendo destinado a su nao, la Trinidad. Fue él quien redactó un relato sobre el periplo, Relación del primer viaje alrededor del mundo, que publicaría a su regreso en 1522 (aunque el original no se conserva); curiosamente, no menciona ni una vez en toda la obra a Juan Sebastián Elcano, que sería el que a la postre se llevase la gloria por haber conseguido culminar aquella pionera circunnavegación global tras morir el portugués en la isla filipina de Mactán.


Detalle del mapa de Diego Gutiérrez en el que se aprecia la expresión Gigantum Regio en la Patagonia. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Pero eso sería bastante tiempo más tarde. De momento, la flota estaba fondeada en la bahía de San Julián y los hombres mantenían intercambios comerciales con los ya bautizados como patagones, nombre del que saldría la gracia para referirse a toda la región, la Patagonia, a la que en los primeros mapas se solía añadir el complemento Gigantum Regio («región de los gigantes»). El territorio se reparte hoy entre Argentina y Chile, extendiéndose desde el litoral atlántico al pacífico, pasando por la meseta desértica del este, el sur del río Colorado, la región de Aysén y el tramo austral de los Andes, e incluyendo hoy Tierra del Fuego, las islas Malvinas y los archipiélagos al sur de Chiloé.

Esa relación intercultural vino determinada por la llegada del invierno austral, que obligó a Magallanes a invernar allí. Es interesante reproducir en las palabras textuales de Pigafetta cómo se produjo el primer encuentro:

    Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza. El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz: lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla a que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí. Al vernos, manifestó mucha admiración, y levantando un dedo hacia lo alto, quería sin duda significarnos que pensaba que habíamos descendido del cielo.


El veneciano pasa entonces a describir la peculiaridad física del nativo:

    Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Era bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita. Este hombre tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco corto y macizo, cuya cuerda, un poco más gruesa que la de un laúd, había sido fabricada de una tripa del mismo animal; y en la otra mano, flechas de caña, cortas, en uno de cuyos extremos tenían plumas, como las que nosotros usamos, y en el otro, en lugar de hierro, la punta de una piedra de chispa, matizada de blanco y negro. De la misma especie de pedernal fabrican utensilios cortantes para trabajar la madera.



Un marinero ofrece pan a una pareja de patagones para su bebé. Grabado basado en una acuarela anónima de 1780. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Era costumbre entonces exagerar las narraciones y basta con leer el Libro de las maravillas de Marco Polo o las leyendas que contarían los españoles sobre ciudades de oro, pero escribiendo Pigafetta que la cabeza de los marineros apenas les llegaba a la cintura del patagón (en 1526 el clérigo Juan de Aréizaga, cronista de la expedición de Jofre García de Loaysa, concretaría atribuyéndoles trece palmos de altura, es decir, dos metros noventa), se entiende que surgieran todo tipo de fantasías sobre la talla media que tenían aquellas gentes. Ahora bien, no fue exclusiva suya. A lo largo de las décadas y siglos posteriores otros marinos pisarían la Patagonia y dejarían testimonios igual de desmesurados.

Por ejemplo, Francis Drake pasó por allí a bordo del Golden Hind, camino del Estrecho de Magallanes, durante su viaje de tres años alrededor del mundo (1577-1580), y el capellán de su barco, Francis Fletcher, bajó a tierra y conoció a los patagones, asegurando que medían unos siete pies y medio (casi dos metros y veintinueve centímetros), aunque su capitán pareció quedar decepcionado porque dejó escrito para la Historia que los salvajes no son tan grandes como dicen los españoles.

Diez años más tarde, Anthony Kivet, uno de los marineros del corsario Thomas Cavendish que por enfermedad había sido abandonado en la Patagonia, afirmó haber visto cadáveres de patagones de tres metros y setenta centímetros de altura. No había acabado el siglo y a estas insólitas descripciones se sumó el testimonio del piloto inglés William Adams, famoso por alcanzar Japón y convertirse en asesor del shogun (su historia fue novelada por el escritor James Clavell y ha dado lugar a un par de adaptaciones televisivas). Adams contó que el barco en el que viajaba tuvo un enfrentamiento con los nativos de Tierra del Fuego, de los que dio fe de que eran extraordinariamente altos, sin concretar más.



Caciques tehuelches en 1903. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

Los británicos no parecían tener bastante con ir a remolque de los españoles en lo de dar la vuelta al mundo; también aspiraban a superarles en fantasía. Incluso en una fecha tan tardía como 1766 el comodoro John Byron (abuelo del famoso poeta homónimo), realizó una circunvalación de la tierra a bordo del HMS Dolphin que logró en menos de dos años y durante la cual dijo haber visto indígenas de ocho pies de altura (dos metros cuarenta), alcanzando los mayores hasta nueve pies (dos metros setenta y cuatro), aunque siete años más tarde, al publicar su relato, redujo la medida a seis pies y seis pulgadas, o sea, un metro noventa y ocho; al fin y al cabo, reconoció que no los habían medido.

También los navegantes holandeses quisieron aportar su granito de alarde creativo y, así, el comerciante de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales Sebald de Weert en 1598, el pirata Olivier van Noort en 1599 y el corsario Joris van Spilbergen en 1615 afirmaron que la Patagonia estaba habitada por gigantes. Ese último año, Willem Cornelisz Schouten y Jacob Le Maire, recibieron la misión de buscar otra ruta hacia la Especiería para lo cual pusieron proa al cabo de Hornos (descubrirían el Estrecho de Le Maire para pasar), declarando haber encontrado en Puerto Deseado una tumba con huesos de gigante (actualmente se cree que eran fósiles de algún animal prehistórico).

¿A qué se debía esa visión deformada que, encima, contrastaba con la teoría del conde de Buffon de que los animales y las plantas del Nuevo Mundo eran pequeños en comparación con sus homólogos europeos? Lo cierto es que incluso algunos estudios científicos craneométricos del siglo XX acreditaban que los habitantes de la Patagonia eran muy altos, en torno a dos metros de media, si bien dichos estudios no eran unánimes. Esa estatura quizá se vería incrementada por los aditamentos, tal como explicó Charles Darwin tras ver algunos durante la expedición del Beagle y que dejó escrito en su Viaje de un naturalista alrededor del mundo:

    Durante nuestra anterior visita (en enero) habíamos tenido una entrevista, en el cabo Gregory, con los famosos gigantes patagones, que nos recibieron con gran cordialidad. Sus grandes abrigos de piel de guanaco, sus largos cabellos flotantes, su aspecto general, los hacen parecer más altos de lo que realmente son. Por término medio vienen a tener seis pies, aunque algunos son más altos; los más pequeños son pocos; las mujeres son también muy altas. En suma, esta es la raza más corpulenta que he visto en mi vida.


Darwin concuerda con lo que había atestigüado el navegante francés Luois Antoine de Bouganville, que visitó la Patagonia mientras dirigía la primera circunvalación del mundo para su país entre 1766 y 1769. Más comedido que sus predecesores, dijo que ninguno de aquellos hombres medía menos de cinco pies y cinco a seis pulgadas, ni más de cinco pies nueve a diez pulgadas, lo que significa un máximo de un metro setenta y ocho; altos, sin duda, especialmente para la época (la talla media en la Francia de la segunda mitad del siglo XVIII era de uno sesenta y seis), pero dentro de lo razonable. Bouganville también aportó una novedad que, como vemos, confirmó Darwin: Lo que me parecía gigantesco de ellos era su enorme constitución, el tamaño de sus cabezas y el grosor de sus extremidades.

De hecho, Darwin había llegado a esas latitudes, a bordo del Beagle, en diciembre de 1832 y permaneció varios meses; dos años después de que lo hiciera el explorador y naturalista galo Alcide d’Orbigny, quien después de pasar ocho meses estudiando a los indígenas dejó escrito en su obra Voyage dans l’Amerique Méridionale que no me parecieron gigantes, sino sólo hombres hermosos. D’Orbigny documentó su experiencia con puelches y patagones, aunque a estos últimos se les conoce ahora como tehuelches (o aonikenk, en su lengua). Algunos incluyen a los selknam (u onas), pero vivían más al sur, en Tierra del Fuego, y además su lengua no coincide con lo registrado por Magallanes, por lo que se descarta que fueran los que él encontró.


Fotografía de tehuelches exhibidos en la Exposición Universal de San Luis (1904) por el Departamento de Antropología. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons

En realidad, los tehuelches tampoco hablaban todos el mismo idioma porque eran un mosaico de tribus nómadas de cazadores-recolectores que carecían de unidad estructural al estar muy diseminadas en aiken o campamentos familiares (las tolderías, que decían los criollos) por tan vasto territorio. Sin embargo, sí la tenían cultural, plasmada en una religión chamánica y la práctica de la poligamia y la exogamia (a veces acordaban los matrimonios y a veces raptaban a las mujeres de otra tribu, lo que derivaba inevitablemente en guerra).

A menudo se los identifica erróneamente con los mapuches (araucanos para los españoles), algo debido a que a partir del comienzo del siglo XVIII se vieron muy influidos por ellos y adoptaron muchas de sus costumbres, tal cual les pasó a otros como los ranqueles de la Pampa, igual que antes habían recibido el influjo hispano (que introdujo el caballo en sus vidas, por ejemplo). La pregunta que más nos interesaba aquí, la de si son tan altos como para considerarlos gigantes, ya está contestada. No era de respuesta fácil porque el grupo más puro, que vive en la provincia argentina de Santa Cruz,y no llega a dos centenares de individuos, aunque sumándoles los pertenecientes a segunda y tercera generación, rondarían los diez mil seiscientos en 1904.

El número es escaso por dos razones. En primer lugar, en el siglo XIX fueron masivamente exterminados por las nuevas autoridades independientes en la conocida como Conquista del Desierto, que buscaba una expansión del país hacia aquellos territorios vírgenes, quedando apenas un puñado de supervivientes hoy. En segundo, ya habían experimentado un descenso demográfico -especialmente en la zona septentrional, más en contacto con los blancos- como consecuencia de su falta de defensas biológicas ante la llegada de virus desconocidos para ellos como los de la viruela, la gripe o el sarampión.

No obstante, los primeros en caer fueron dos hombres a quienes Magallanes engañó para subir a bordo de una de las naos, zarpando a continuación rumbo al Pacífico. El plan era llevarlos a la corte al término del viaje para mostrárselos al emperador Carlos V en calidad de curiosidad antropológica, tal cual había hecho Colón. Lamentablemente, ninguno llegó vivo a España: uno pudo escapar y el otro murió al negarse a comer (también hay que apuntar una baja española, un marinero envenenado por una flecha durante una escaramuza en la que se intentaba capturar mujeres para acompañar al solitario cautivo).

Fue el contrapunto de lo que semanas antes había sido el primer acto evangelizador de la actual Argentina: el bautizo de otro de aquellos indígenas al que, después de enseñarle a rezar en castellano –con voz muy recia detalla Pigafetta-, pusieron por nombre Juan.


Fuentes

Antonio Pigafetta, Primer viaje alrededor del mundo | Federico Lacroix, Historia de la Patagonia, Tierra del Fuego è Islas Malvinas | Irma Bernal y Mario Sánchez Proaño, Los tehuelche | José Miguel Martínez Carrión, La talla de los europeos, 1700.2000: ciclos, crecimiento y desigualdad | Carolyne Ryan, European Travel Writings and the Patagonian giants. How Patagonia got its name — among other things | C. A. Brebbia, Patagonia, a forgotten land. From Magellan to Perón | Jean-Paul Duviols, Trois ans chez les Patagons. Le récit de captivité d’Auguste Guinnard (1856-1859) | Wikipedia

domingo, 27 de octubre de 2024

Patagonia: Las maravillosas aventuras de Mr. Musters

El inglés Musters y los tehuelches


Por Héctor Pérez Morando || Diario Río Negro




Vida muy singular y poco conocida la de George Chaworth Musters. Como para el libro. Inglés de sangre pero nacido en Nápoles, casualmente, «en transcurso de un viaje de sus padres» (13/2/1841). De familia acomodada y huérfano desde pequeño, tal vez los tíos marinos tuvieron que ver en su vida marina -desde los 13 años- y el «Algiers», la escuela. Recibió medallas por su actuación en Crimea. Escritos de Falkner, Darwin, Guinard, Fitz Roy, Viedma, De Angelis y otros fueron los antecedentes documentales para su formidable travesía patagónica que se inició en Punta Arenas, pasando por Gallegos, isla Pavón y finalizó en Carmen de Patagones (abril de 1869-26/5/1870) ¿Cuál fue el motivo principal del viaje? Varias hipótesis se han emitido y hasta la de «una misión especial del almirantazgo británico para el reconocimiento del interior de la Patagonia» (Balmaceda, Rey 1976). ¿Espía? Tenía permiso de la Marina inglesa. Percibía una renta.

Cualquiera fuera el motivo, la realidad es que dejó un incomparable aporte toponímico y etnográfico principalmente, como nunca había ocurrido hasta poco después de la mitad del siglo pasado, y hasta un «vocabulario parcial de la lengua tsoneca» que incluyó en su libro «At home with the Patagonians. A year»s wanderings over untrodden ground from the straits of Magellan to the Río Negro», editado en Londres en 1871 y traducido al castellano en 1911 como «Vida entre los patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el estrecho de Magallanes hasta el Río Negro». «El mapa de Musters es la primera información cartográfica directa del interior de la Patagonia». (Rey Balmaceda, ídem). Es llamativa la adaptación, el mimetismo que logró entre los tehuelches y sus formas de vida. Dio un «paseo» de 2.750 kilómetros y un año de duración, con los consiguientes peligros, y tuvo que afrontar y participar de la vida tehuelche: vestir quillango, usar boleadoras, andar a caballo, alimentarse con carne de guanaco, de avestruz (y huevos), de yegua y raíces. Debió habitar en toldos, dormir a la intemperie, hacer trenzados de cuero y -lo más importante- anotar los acontecimientos de la gran aventura, con mucha precisión y útiles detalles sobre flora, fauna, topografía y costumbres de los tehuelches. Es largo de detallar. Llegó a afirmar que «no merecen seguramente los epítetos de salvajes feroces, salteadores del desierto, etc. Son hijos de la naturaleza, bondadosos, de buen carácter». Y en cuanto a las creencias, «la religión de los tehuelches se distingue de la de los pampas y araucanos porque no hay en ella el más mínimo vestigio de adoración al sol, aunque se saluda la luna nueva con un ademán respetuoso… creen en un espíritu bueno y grande… no tienen ídolos ni objetos de adoración…».

Según parece, dominaba bien el castellano y una partida de soldados en busca de prófugos de Punta Arenas facilitó el primer tramo de su viaje desde allí hasta la isla Pavón, desembocadura del río Santa Cruz, donde por entonces tenía sus dominios Luis Piedra Buena, a quien no pudo entrevistar por haber viajado poco antes. Llevaba una carta de presentación de Jorge M. Dean, de Malvinas, donde había estado. Carbón y oro son existencias de las que se fue informando. Se encontró con Sam Slick, hijo del cacique Casimiro. Hablaron en inglés. A partir de Pavón se iniciaría la parte más destacada de la aventura de Musters, acompañado por la parcialidad aóni-ken que hablaba el aóni-aish, «lengua que sería entonces la aprendida por Musters». Y desde allí, estuvo acompañado nada menos que por los célebres caciques Casimiro y Orkeke, de quienes llegó a ser muy amigo. ¿Qué método empleó el viajero inglés para llegar a ser admitido en los toldos andantes tehuelches y merecer gran respeto y confianza?

 

Lo describe a Orkeke: «Había cumplido ya sus 60 años; y, cuando saltaba sobre su caballo en pelo o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven… abundante cabello negro… ojos brillantes e inteligentes… era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus costumbres… desde el momento que fui huésped de él, su conducta para conmigo fue irreprochable». Y de Casimiro: «Cuando no estaba ebrio, este hombre era vivo e inteligente, astuto y político. Sus extensas vinculaciones con todos los jefes, inclusive Reuque y Callfucurá (sic), le daban mucha influencia. Era también obrero diestro en varias artes indígenas, como la de hacer monturas, pipas, espuelas, lazos y otras prendas. Era muy corpulento, de seis pies cabales de estatura». (Musters, G. Ch., Vida, 1964).



Luego de isla Pavón, los tehuelches -más de doscientos entre hombres, mujeres y niños- y el viajero inglés se dirigieron a la precordillera. Llegaron al paraje Yaiken-Kaimak. Una escena de caza: vio un guanaco y «lo boleé con una boleadora para avestruz» y en ese lugar surgió «una inquietud general»: estar preparados «para el caso de que encontráramos a los tehuelches del norte en guerra con los araucanos o manzaneros». Todos se daban un baño diario en los cursos de agua. Llevaba una brújula -que le regaló a Foyel- y anzuelos para pesca que usó. Los tehuelches no comían pescado. Llegaron los tehuelches del norte -comandados por Hinchel- y se produjo un gran parlamento. «Casimiro había tratado de inducirme a que hiciera de capitanejo… por nuestra parte se desplegó orgullosamente la bandera de Buenos Aires, mientras los del norte hacían flamear una tela blanca». (Musters, ídem).

«Después de varias arengas, dichas por Hinchel y otros, se resolvió elegir a Casimiro jefe principal de los tehuelches», anotaría Musters. Musters dedujo que «las relaciones entre los tehuelches o tsonecas de la Patagonia y los indios araucanos de Las Manzanas no habían tenido antes, de ninguna manera, un carácter pacífico». El padre de Casimiro había sido muerto por los araucanos, pese a lo cual «la diplomacia de Casimiro lograba conciliar a todas las partes». En ese lugar recibieron una partida del Chubut, «unos setenta u ochenta hombres, con mujeres y criaturas, y ocupaban unos veinte toldos», la mayoría «jóvenes de sangre pampa o pampa tehuelche… unos cuantos tehuelches puros» cuyo jefe se llamaba Jackechan o Juan (Chiquichano), «un indio muy inteligente, que hablaba corrientemente el español, el pampa y el tehuelche». El «Marco Polo de la Patagonia», como lo llamaron algunos autores, continuaba adentrándose en la vida tehuelche: «atoldándose», haciendo boleadoras y tientos, ganándose los alimentos cazando con ellos y como ellos y participando de acontecimientos muy celebrados por aquellos pobladores de la Patagonia: nacimientos, entrada a la pubertad, casamientos, muertes, etc. y hasta para evitar el efecto nocivo de los vientos «volví a aplicarme la pintura» (en el rostro), sin olvidar beber aguardiente, fumar en pipa y usar armas largas y cortas. En Teckel, por enero de 1870, recordaría que «estaba muy al tanto del género de vida y de las costumbres de los tehuelches, que me consideraban casi uno de ellos (en verdad, había llegado a adquirir cierta posición e influencia entre esa gente)». (Musters, ídem).

Llegaron al campamento Carge-kaik (Cuatro Colinas) y recibieron la amistosa visita de un hijo de Quintuhual, con un mensaje del padre. Hubo danza: «Entré con Golwin (Blanco) y dos más en la danza, apareciendo en traje completo de plumas de avestruz y cinturón de campanillas, y debidamente pintado, para gran delicia de los indios. Mi ejecución arrancó grandes aplausos». Tenía razón Musters, parecía uno más de ellos. Bien manejadas las relaciones públicas para entonces… Recibieron mensajes araucanos. Luego visitaron los toldos de Quintuhual y continuando la marcha llegaron a Diplaik (Moreno lo cita como Dipolokainen), donde un mensajero de Foyel les entregó una noticia: el araucano (chileno) Culfucurá -no emplea la denominación mapuche- incitaba a unirse para «hacer la guerra a Buenos Aires». Ni más ni menos que sus depredadores malones a la zona de Bahía Blanca y el gran espacio bonaerense. Se convocó a parlamento y se decidieron por la negativa. Aquellos tehuelches e «indios mansos» defendían y apoyaban a El Carmen (Carmen de Patagones) y allí se dirigirían en busca de «vicios», ración de ganado y demás que les entregaba el gobierno. Orkeke, Casimiro -«el gran cacique del sur»-, los pellejos con aguardiente y la nutrida caravana seguían la rastrillada para el norte (más o menos la actual ruta nacional 40) hasta llegar al campamento de Foyel, con buen recibimiento. Anteriormente -anotó Musters- un incidente le «facilitó la oportunidad de observar la predisposición de los araucanos para esclavizar y maltratar a todo «cristiano» que podían robar o comprar». Luego de otras bien narradas alternativas, emprendieron viaje a «Las Manzanas», los dominios de Cheoeque (sic), es decir el famoso Sayhueque. Se instalaron en Geylun -posiblemente al sur de Paso Flores y cerca de Pilcaniyeu actuales-, donde quedó la mayoría de los nativos y luego de cruzar el Limay y visitar a Inacayal, donde también son bien agasajados, fueron recibidos por el jefe manzanero: «Hombre de aspecto inteligente, como de 35 años de edad, bien vestido con poncho de tela azul, sombrero y botas de cuero»… Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder; su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado de su madre tehuelche». En el toldo estaba «la bandera de Casimiro, esto es, la bandera de la Confederación Argentina». Tenían temor al «gualicho» y a otras circunstancias diarias.



Hubo fiesta, aguardiente en abundancia -con las armas guardadas-, manzanas frescas, piñones, carne e intercambio de objetos, alimentos y aguardiente. Pudo comprobar que el intercambio -pieles, tejidos, trenzados, caballos, alimentos, etc.- era moneda corriente. Tal como el trueque actual, que va ganando posiciones por la crisis. Hacían carreras de caballos. Se celebró un parlamento con tres temas: «Paz firme y duradera entre los indios presentes», «protección de Patagones» y «considerar el mensaje de Callfucurá (sic) acerca de un malón a Bahía Blanca, y en general la frontera bonaerense», sobre lo cual los tehuelches ya se habían expedido negativamente antes de llegar al lugar. Estaba allí Mariano Linares -de la tribu de ese apellido-, que había llegado de Patagones en misión de paz. Los picunches -anotaría el viajero inglés- eran «una rama de los araucanos bajo el dominio de Cheoeque… viven cerca de los pasos de la cordillera y saquean a todos los viajeros». Hubo otro parlamento en el que se resolvió unánimemente que «Cheoeque protegería la orilla norte del río Negro y cuidaría a Patagones por ese lado, mientras que Casimiro garantizaría el sur». Se ratificó el no malón a Calfucurá, «pidiéndole que limitara sus hostilidades a Bahía Blanca». Todo eso lo vivió el marino y aventurero inglés, como principal partícipe en aquellos conflictos internos, pero cuyos protagonistas maloneros más feroces y ladrones procedían del otro lado de la cordillera. Aunque Calfucurá estaba asentado en «Las Salinas» (La Pampa).

Luego del regreso a Geylun, se preparó el viaje a Patagones. Fueron de la partida Musters, Orkeke, Casimiro, Quintuhual, Crime, Meña y numerosos tehuelches, mujeres y niños. Es la primera vez que la «línea sur» rionegrina -con ligeras variantes en el trazado caminero y ferroviario actual- ve pasar tan numerosa y heterogénea comitiva. La toponimia incorpora y confirma nombres: Margensho (Maquinchao), Trinita (Treneta), Valcheta. Desde Maquinchao, Musters y dos acompañantes decidieron adelantar el viaje a Patagones. Llevaba una carta para el comandante Murga y la misión de preparar el terreno para la visita de los restantes. En cierta parte del trayecto «alegró nuestros ojos la vista del mar». Cruzaron para el río Negro y entonces «Haciendo a un lado la manta india, volví a ponerme el traje de un inglés de la época, saco de cazador, etc.» Había tenido el equipo bien guardado. Cerca de «San Xavier» (Javier) tuvo contacto con los otros hermanos Linares y las estancias de Kincaid, Alexander Fraser y Grenfell. Estos últimos le facilitaron dinero. Durmió en el toldo de Chalupe. En Patagones se entrevistó con Pablo Piedra Buena -hermano de Luis-, el Dr. Humble, la galesa familia de Morris Humphreys y con Murga. Días después llegaron Casimiro, Orkeke y sus tribus. Recorrió la zona y tomó valiosos apuntes. Se embarcó en el vapor «Patagonia» (ex «Montauxk», de Boston) rumbo a Buenos Aires, que encalló en la desembocadura del Negro, y siguió viaje en la goleta «Choelechoel». El «tehuelchizado» -perdón por el neologismo- inglés había recorrido la Patagonia durante poco más de un año -llegó a Patagones el 26/5/1870- y daría a luz el más famoso escrito etnográfico, topográfico y de otros temas para su tiempo. Una hazaña que no fue repetida y de un gran valor documental. Anduvo por otras partes del mundo y concretó varias publicaciones más. La aventura patagónica fue premiada con un reloj de oro por la Royal Geographical Society. Se retiró de la Marina británica con el grado de capitán de fragata (commander). Estuvo casado con una peruana descendiente de ingleses y murió en 1879.

Una estación ferroviaria en Río Negro, un lago en Chubut y varias calles llevan su nombre, recordando la gran hazaña del inglés-tehuelche.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Rosas y Darwin: Cruce de experiencias

 "Me dijo que era inhumano": el impensado encuentro entre Rosas y Charles Darwin durante la primera conquista del desierto


Desarrollada entre 1833 y principios de 1834, esta expedición militar de la que poco se habla fue más que un intento por ocupar la Patagonia.

Por Yasmin Ali || Canal 26


Rosas y Darwin

Es de público conocimiento la expedición militar a la Patagonia que emprendió Julio Argentino Roca entre 1878 y 1885, que años después pasaría a la historia como Conquista del Desierto y que al día de hoy genera debates enardecidos. Pero antes de ella existió una liderada por Juan Manuel de Rosas entre 1833 y principios de 1834 de la que poco se habla.

Luego de finalizar su primer mandato como gobernador de Buenos Aires, entre 1829 y 1832, el Restaurador de las Leyes había rechazado volver al poder porque se le había negado la suma del poder público y las facultades extraordinarias. Casi sabiendo que lo mejor era esperar a que se calmen las aguas, decidió emprender una travesía por el sur de la Provincia y parte de la Patagonia donde conoció ni más ni menos que a Charles Darwin.

Un inglés en la Patagonia

Darwin, quien por aquel entonces tenía 22 años, se emprendió en un viaje desde diciembre de 1831 a octubre de 1836 donde recorrió el mundo al bordo del Beagle, de la Marina Real Británica, capitaneado por Robert Fitz Roy. A comienzos de 1833 el barco lo dejó en la desembocadura del Río Negro, lo que hoy es parte de la Patagonia argentina.

Cabalgó desde Carmen de Patagones hasta el Río Colorado donde se encontró con nada más, y nada menos, que el campamento de Rosas. Aquel ejército que comandaba el oriundo de Buenos Aires tenía como objetivo despejar a los indios y asegurar la frontera. En 1839 el inglés publicó Viaje de un naturalista alrededor del mundo donde describió su primera impresión de lo que vio:

    "Seguramente los soldados de ningún otro ejército han tenido tal apariencia de bandidos y villanos".

Rosas deseaba conocerlo y él aceptó. Darwin diría sobre él: "Un hombre de un carácter extraordinario, que ejerce una notable influencia en este país, al que probablemente terminará gobernando. Ha obtenido una popularidad sin límites y, en consecuencia, un poder despótico".


Primera conquista del Desierto

El mismo Rosas también habló de aquella reunión: "Seguramente acostumbrado a sus costumbres europeas, le impresionó ver a soldados negros y mestizos, muchos mal vestidos, y no entendió a los indígenas que se bebían la sangre de las reses que se carneaban. Es la vida del desierto, míster Darwin, le expliqué. Tampoco le entró en la cabeza por qué degollábamos a los prisioneros, me dijo que era inhumano. Le aclaré que no siempre era así, y le conté de mi pacto con los tehuelches, a los que acordé pagarle por indio que pasasen a mejor vida".

Del encuentro el naturalista se llevó un pasaporte que le otorgó Rosas y que podía usar en los puestos militares del gobierno bonaerense. De esta forma logró cruzar las pampas en dirección al Río de la Plata.

Pasó unos días en Buenos Aires antes de viajar a Santa Fe y volvió navegando por el Paraná. Al regresar se encontró que los simpatizantes de Rosas habían sitiado la Provincia. Pero Darwin pudo pasar pasar cuando mencionó que había sido huésped del general. En los primeros días de diciembre emprendió un nuevo viaje rumbo a Puerto Deseado.


La campaña militar de Rosas

La primera conquista

Alan Moorehead, autor de Darwin: la expedición en el Beagle 1831-1836, menciona lo que fue esta expedición militar al sur y el encuentro entre ambos: "El general mismo era tan extravagante y aficionado a los caballos como sus hombres. Llevaba en su séquito una pareja de bufones para divertirse y tenía fama de ser muy peligroso cuando sonreía; en esos momentos era capaz de ordenar que un hombre fuese fusilado o estaqueado. Existía en las pampas una prueba de equitación. Se colocaba un hombre en un larguero encima de la entrada del corral y se hacía salir a un caballo salvaje, sin silla ni freno; el hombre caía en el lomo del animal y lo montaba hasta que se detenía. Rosas podía realizar tranquilamente esta hazaña. No obstante, era un hombre venerado y obedecido; estaba destinado a ser dictador de Argentina durante muchos años".

En otro párrafo agrega: "La táctica de su campaña contra los indios era muy simple. Rodeaba a los que estaban dispersos por la pampa, pequeñas tribus de un centenar de individuos que vivían cerca de las salinas o lagos salados y, cuando los que huían de él habían sido concentrados en un lugar, procuraba matarlos a todos. No había muchas posibilidades de que los indios huyesen al sur del río Negro, pues tenía un acuerdo con una tribu amiga, en virtud del cual se obligaban a asesinar a todos los fugitivos que se cruzasen en su camino. Estaban muy ansiosos por cumplir, decía Rosas, porque les había anunciado que mataría a uno de su propio pueblo por cada indio rebelde que se les escapara".



El origen de las especies de Darwin

"Durante la estancia de Darwin, el campamento era un continuo hervidero. A cada hora llegaban rumores de escaramuzas. Un día vino la noticia de que uno de los puestos de Rosas, en la carretera a Buenos Aires, había sido arrasado", agregó.

Lo cierto es que aquel encuentro pasó a la historia, así como sus protagonistas. El 24 de noviembre de 1859, Darwin publicó en la editorial John Murray de Londres su mítico libro El origen de las especies y Rosas volvió a gobernar en Buenos Aires hasta el 3 de febrero de 1852 cuando cayó en la batalla de Caseros.

sábado, 20 de abril de 2024

Tierra del Fuego: Ramón Lista, sus masacres y su conversión final

Ramón Lista: el prestigioso naturalista, responsable de una atroz masacre de onas y su sorprendente conversión

Personaje por demás controvertido de la historia, fue el responsable de una de las primeras masacres de pueblos indígenas. Eximio naturalista y geógrafo, Experimentó una suerte de conversión que llevó a defender la existencia del indígena

Ramón Lista, el responsable de una de las primeras matanzas de indígenas en Tierra del Fuego

Ramón Lista era oficial mayor del departamento de Marina cuando en 1886 fue designado por el gobierno para explorar la parte argentina de la Tierra del Fuego, en un área comprendida entre el cabo Espíritu Santo al norte y la bahía Aguirre al sur.

Había nacido en Buenos Aires el 13 de septiembre de 1856, su abuelo había sido un militar de renombre en las guerras de la independencia y en las luchas civiles. Como integrante de la Sociedad Científica Argentina realizó diversas expediciones tanto al sur, como cuando recorrió el río Santa Cruz o bien cuando estudió el territorio misionero. En Europa había profundizado sus estudios de ciencias naturales y geografía.

Población Selk'nam, también llamados Onas, Tierra del Fuego, fines del siglo XIX (Archivo General de la Nación)

En esta expedición fue nombrado su ayudante el cirujano de segunda clase de la Armada Polidoro Segers y fue asistido por una escolta de 25 soldados, comandados por el capitán de caballería José Marzano. Completaba el grupo el cura salesiano José Fagnano, fundador y director de la misión en Carmen de Patagones. En noviembre de 1883, elevado a la categoría de monseñor, el religioso había sido nombrado por la Santa Sede Prefecto Apostólico de la Patagonia Meridional, Tierra del Fuego y Malvinas.

El 31 de octubre zarparon en el vapor Villarino, que estaba al mando del capitán de fragata Federico Spurr. Completaba el pasaje algunos que desembarcarían en Chubut. El 2 de noviembre distinguieron la torre de la iglesia de Mar del Plata, luego hicieron una escala en el río Negro y cuando entraron a Santa Cruz, comprobaron que el paisaje no había cambiado con el correr de los años, y que se veía la misma soledad y la ausencia de vegetación.

A Río Gallegos la llamaban “la California del sud” por los buscadores de oro que se aventuraban en sus tierras en la búsqueda del precioso metal. El 20 de noviembre pusieron proa al destino final. Al día siguiente llegaron a la bahía de San Sebastián, ubicada en el norte de la isla de Tierra del Fuego.

La zona de San Sebastián, en el norte de Tierra del Fuego, por donde desembarcó Ramón Lista

Por un lado desembarcó el capitán Marzano con diez hombres y seis mulas, mientras que en una lancha a vapor lo hizo Lista, llevando víveres y equipos. Segers y Fagnano quedaron a bordo para supervisar la descarga y el desembarco de unas cincuenta ovejas que habían llevado para tener carne fresca.

Eligieron un pequeño cañadón para levantar el campamento. La gran incógnita la representaban los indígenas, de los que poco y nada se sabía. Sobraban los comentarios y las habladurías entre el grupo de hombres, que decían que los selk’nams se comían a las viejas, que eran enanos con cola y que vivían bajo tierra.

Con el correr de las horas, algunos de ellos se hicieron ver pero enseguida corrían ante la presencia de los centinelas. En una de esas corridas, incendiaron el pasto para cubrir su huida. Por precaución, se mandó cargar las armas, según el relato que dejó escrito el propio Lista.

Mientras tanto, continuó la descarga de unos 80 o 90 cajones con víveres, provisiones y enseres.

El fatídico 25 de noviembre, Lista dispuso que había que conocer el lugar donde vivían los indígenas. A las siete de la mañana salió junto al capitán y diez soldados. Demoraron dos horas de marcha, a veces al paso y otras al trote, para dar con la toldería.

Era evidente que los indígenas los habían visto y habían escapado, porque no había nadie, aunque los fuegos estaban encendidos. Uno de los soldados, expertos en seguir rastros, dio la posición donde estaban, justo detrás de una loma, a unas tres leguas de la bahía.

Tapa del libro en que Lista realiza una pormenorizada descripción de Tierra del Fuego y donde relata el trágico episodio con los onas

Cuando llegaron al lugar, los naturales volvieron a escapar y dejaron a un bebé, que los soldados colocaron sobre la grupa de una mula.

Cuando los soldados los alcanzaron, los indígenas estaban protegidos, formando un semicírculo. Según Lista, fueron recibidos por una lluvia de flechas. Ordenó no responder el ataque, aunque dispuso disparar sin dirección.

La reacción provocó una nueva andanada de flechas, una de las cuales hirió a un soldado cerca de su tetilla izquierda. Los indígenas volvieron a ocultarse.

La noche se acercaba y Lista pretendía terminar con la amenaza que suponía para el campamento este grupo de selk’nams, y decidió atacarlos. A la izquierda estaba el capitán con tres soldados, al centro él mismo, y a la derecha el resto de los hombres.

En la arremetida, el capitán resultó herido en la cabeza por una flecha pero continuó avanzando. Las descargas de las carabinas fueron letales: en instantes resultaron muertos 28 indígenas, entre ellos se distinguía un hombre de cuerpo atlético, que Lista dedujo que era el jefe.

Dijo haber hecho nueve prisioneros, a los que hizo embarcar para enviarlos a Buenos Aires. Eran tres mujeres y seis niños.

Dos días después le escribió una carta al presidente Miguel Juárez Celman. A pesar de la gravedad del hecho vivido, comenzó describiendo el paisaje fueguino y se lamentó que “la existencia de oro parece problemática” y que “hasta ahora no hallé ni una sola pajilla de ese metal”.

Luego describió el combate “que tuve que librar con diez hombres contra cuarenta salvajes ocultos en los matorrales”, “a pesar de nuestras demostraciones pacíficas, pretendieron rechazarnos arrojándonos un enjambre de flechas”.

Mujeres selk'nam, a orillas del Lago Fagnano, en una foto alrededor de 1905 (Archivo General de la Nación)

Admitió haber matado a 26, “todos de estatura gigantesca y de corpulencia similar a los tehuelches”.

Fagnano le protestó airadamente y le recriminó que con persuasión y paciencia podrían haber llegado a un acuerdo con los nativos. Lista amenazó con fusilarlo.

Lo anteriormente descripto fue escrito por el propio Lista en su libro “Viaje al país de los onas – Tierra del Fuego”, que dio a conocer en 1887. Estaba convencido de que los fueguinos eran antropófagos y que si eran capturados sostenía que hubiesen sido degollados o torturados.

La otra versión era mucho más cruel. En la expedición de Lista por localizar a los aborígenes, cuando los encontraron, dio la orden de disparar. Y que cuando creyeron haber matado a todos, encontraron a uno oculto en los pastizales y lo remataron de 28 tiros.

La expedición finalizó a fines de enero del año siguiente. Cuando volvió a Buenos Aires, ni él ni sus soldados sufrieron castigo alguno. Fue nombrado en 1887 gobernador de Santa Cruz, cargo que ejerció hasta 1892. Ocupó gran tiempo en explorar la región.

Lista sería el fundador de la Sociedad Geográfica Argentina y era un verdadero apasionado por la ciencia. Escribió varios libros y trabajos sobre arqueología, antropología y ciencias naturales.

Con el correr del tiempo fue cambiando su visión sobre el indígena, cuando opinaba que era una “raza degradada, que seguramente ocupa el bajo nivel entre todos los pueblos salvajes”. En su estancia en el sur había formado familia con Koila, una mujer tehuelche. Aprendió a entenderlos, a estimarlos y a valorarlos, al punto de escribir un libro sobre ellos “Los tehuelches, una raza que desaparece”, editado en 1894.

En Buenos Aires permanecía su esposa Agustina Pastora Andrade, la hija del poeta Olegario Víctor Andrade, con quien se había casado en 1879 en la iglesia de San Ignacio. Tenían dos hijas.

Por un tiempo acompañó a su marido en las lejanas tierras del sur, pero luego decidió regresar a Buenos Aires cuando, al parecer, ella se enteró de la amante de su marido y de la existencia de una hija, Ramona Cecilia, a la que le ha dado su apellido.

Su esposa terminó su vida con un tiro en el pecho. El presidente Carlos Pellegrini lo hizo llamar a Buenos Aires y debió dejar la gobernación. Sus viejos amigos y personajes influyentes lo abandonaron y fueron inútiles sus esfuerzos por conseguir trabajo. En 1896 encaró una expedición al chaco salteño y el 23 de noviembre de 1897 apareció muerto de un tiro, que no se supo si fue un suicidio o si alguno de los baqueanos que lo acompañaban lo asesinaron para robarle.

Sus amigos de la Sociedad Geográfica Argentina se ocuparon de traer sus restos a Buenos Aires y fue enterrado en el Cementerio de la Recoleta, con la asistencia de lo más granado de la sociedad.

Desde 1992, el 25 de noviembre, cuando se perpetró la primera masacre de nativos de la isla de Tierra del Fuego, se conmemora el día del Indígena Fueguino.



viernes, 2 de febrero de 2024

Tierra del Fuego: Los onas que fueron a Londres y volvieron

Los Selk'nam que fueron a Londres

Por: Mariano Rosello‎ en MEMORIAS CURIOSAS ARGENTINAS





En los años 1826-30 el capitán de la marina real inglesa Robert Fitz-Roy (1805-1865), realizando un viaje alrededor del mundo, pasó por las costas de la Patagonia y el Estrecho de Magallanes, al comando de la nave «Beagle».
 Recogió entonces y llevó a Inglaterra a cuatro aborígenes fueguinos: dos hombres mayores, un joven y una jovencita. Uno de los dos mayores murió en Inglaterra, pero los otros tres, al parecer, se fueron adaptando bastante bien y rápido a esa vida que les era tan distinta. Al cambiar de costumbres, adquirieron nuevos nombres y el hombre decidió llamarse YORK MINSTER; la muchacha, FUEGÍA BASKET y el muchacho que había sido comprado a sus parientes por un botón, adoptó un nombre alusivo: JEMMY BUTTON.
A pesar de que según los naturalistas, las tribus fueguinas eran las más atrasadas entre todas las tribus de aborígenes, estos tres indígenas no hicieron mal papel en la culta Europa. Aunque colérico y perezoso YORK MINSTER mostró una inteligencia bastante desarrollada. La muchacha era modesta y de facciones regulares y demostró una curiosa facilidad para los idiomas, es así que llegó a expresarse bien en inglés y un poco en español y portugués. JEMMY BUTTON, aunque también colérico, tenía frecuentes accesos de alegría, pero se desempeñaba muy bien en su trato con otras personas.
En 1832 el capitán FITZ-ROY decidió realizar un nuevo viaje hacia América en el “Beagle” y quizás arrepentido de haber arrancado de su ambiente a estos tres indígenas, los embarcó para traerlos de regreso y reintegrarlos a su tribu. En este viaje iba acompañado por el naturalista CHARLES DARWIN, quien en alguna de sus obras, se refirió a estos tres fueguinos diciendo con respecto a JEMMY: “….. era pequeño, fuerte y grueso, muy coquetón; llevaba siempre guantes, se hacía cortar el pelo y sufría un gran disgusto cuando se le manchaban las botas, siempre muy bien lustradas. Le gustaba mucho mirarse al espejo. . .". De los otros dos, no supo nunca nada más.
En 1833, JEMMY BUTTON se reencontró con sus parientes y se reintegró a su tribu. Parece ser que, fluctuante entre la civilización y la vida natural, le costó mucho entenderse con sus antiguos amigos. Les hablaba en inglés y luego afirmaba, muy contrariado: «No saben nada». Pero aquí quedó y el «Beagle» siguió su viaje, dejándolo entre los suyos. Años después, Fitz-Roy regresó a Tierra del Fuego y desde cubierta vio acercarse una canoa con un indígena que iba desnudo y que trataba, apurado, de lavarse la cara para quitarse las huellas de la pintura que tenía. El indígena era JEMMY. Dijo que no sentía frío a pesar de ir desnudo, que se había casado y que tenía bastante de comer, por lo que no quería volver más a Inglaterra. Una vez a bordo se vistió para comer con el capitán, y lo hizo muy correctamente. Se despidió, y mientras el «Beagle» se alejaba, encendió fuego en la costa, como si en esa forma diera su adiós a los británico

miércoles, 29 de marzo de 2023

Biografía: George Chaworth Musters, el Marco Polo de la Patagonia

George Chaworth Musters

Revisionistas



George Chaworth Musters (1841-1879)

Nació en Nápoles (Italia), el 13 de febrero de 1841, en el transcurso de un viaje de sus padres, John George Musters, oficial del regimiento 10 de Húsares, y de Emily Hammond, correspondiéndole la nacionalidad británica por el derecho de sangre (jus sanguinis). Huérfano a los pocos años, lo educó John Hammond, su tío materno, quien fue uno de los marinos del almirante Fitz Roy que en 1832 viajó en el Beagle. Siendo niño, Musters seguramente habrá escuchado de su tío los relatos de ese poco conocido y misterioso territorio llamado Patagonia.

Se educó en la Isla de Wright y en Sandgate. Luego siguió la carrera naval en la academia de Mr. Burney, en Gosport. En 1854, ingresó al servicio a bordo del buque insignia “Algiers” con el que se dirigió al Mar Negro. Su actuación fue meritoria, pues, cuando sólo tenía quince años, recibió la medalla de Crimea.

En octubre de 1858, fue transferido al “Gordon”, después al “Chesapeake” y al “Marlborough”. En 1861, se lo ascendió a oficial de navegación, y luego prestó servicios en el yate real “Victoria and Albert”, siendo promovido al grado de teniente.

Trasladado al “Stromboli” de servicio en la costa sudatlántica de América, permaneció Musters hasta su desarme en Portsmouth, en junio de 1866. A este período corresponde una curiosa aventura suya, al salir con un compañero al Cerro Pan de Azúcar en Río de Janeiro para colocar en su cima una bandera británica, que permaneció en el lugar varios años. También durante esa etapa de su vida, adquirió tierras e inició la cría de ovejas cerca de Montevideo. Conoció el Río de la Plata y el Paraná.

Musters no se reintegró a la marina inglesa luego del desarme del “Stromboli”, y en abril de 1869, se encontraba en las Islas Malvinas de camino para Buenos Aires.

Su tío Robert Hammond había formado parte de la tripulación del “Beagle” que con Fitz-Roy navegó por la América del Sur. Eso y tal vez otras lecturas afines -Darwin por caso- animan a pensar en su decisión exploratoria por la Patagonia. Así es que da inicio a su famosa travesía para lo cual se trasladó a Punta Arenas. De allí marchó a la Isla Pavón en la desembocadura del río Santa Cruz, donde Luis Piedrabuena tenía su factoría, y trató de unirse a la caravana tehuelche que marchaba hacia el norte.

Dice Raúl Rey Balmaceda “La aventura tuvo comienzo en momentos difíciles para nuestro país. En abril de 1869, en efecto, se desarrollaba la guerra fratricida con el Paraguay, por lo que el gobierno de Buenos Aires se había visto obligado a pactar con los indígenas meridionales y a otorgarles grados y raciones con el fin de mantener la estabilidad de la línea de fortines. Regía los destinos del país don Domingo Faustino Sarmiento, y en ese mismo año de 1869 se realizó el primer censo nacional”.

Musters se convirtió en un tehuelche más, vistió sus ropas y aprendió la lengua de sus acompañantes. El itinerario total de este “Marco Polo de la Patagonia” como lo ha llamado Teodoro Caillet Bois, alcanzó a dos mil setecientos cincuenta kilómetros.

La comitiva se puso en movimiento en agosto de 1869, y atravesó el territorio de Santa Cruz del Atlántico a la Cordillera a la altura del Río Chico. Tomó luego hacia el norte, y a fines de setiembre entró a Chubut, siendo la permanencia en sus límites de ciento cincuenta y cinco jornadas.

Muster hizo 34 campamentos en esa provincia, y con la caravana indígena recorrió hermosos lugares. Llegó a Carmen de Patagones (1), el 26 de mayo de 1870, dirigiéndose de inmediato a Buenos Aires.

La aventura finalizó un año signado por el levantamiento de López Jordán, la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires, el ataque indígena a Bahía Blanca, la realización de la excursión de Mansilla a los indios ranqueles y la llegada de Thomas Bridges a Ushuaia”.

Aquí, el diario “The Standard” dio a conocer un resumen de su aventura, el 7 de agosto de ese año. Luego partió a Inglaterra, donde se encontraba a mediados de diciembre, pues el 13 de dicho mes leyó una comunicación ante la Royal Geographical Society.

En junio de 1871, el viajero inglés pasó a situación de retiro con el grado de capitán de fragata. En ese mismo año, publicó la edición de su At home with the Patagonians. A year´s wanderings over introdden ground from the strait of Magellan to the Río Negro (Vida entre los patagones. Un año de excursiones por tierras no frecuentadas desde el Estrecho de Magallanes hasta el Río Negro), y dado su éxito apareció la segunda edición en 1873, que no difiere de la anterior. En él, resumió las observaciones recogidas durante su viaje. Como apéndice de su obra, Musters hizo conocer también un mapa, que tiene el singular mérito de ser la primera información cartográfica directa de la Patagonia.

Viajó poco después a la isla Vancouver y a la costa pacífica de América del Norte, y tuvo interesantes aventuras entre los indios de la Columbia británica.

En 1872, se habría encontrado en Inglaterra, en oportunidad de ser distinguido por la Royal Geographical Society con un reloj de oro provisto de adecuada inscripción rememorando su hazaña.

Hacia 1873, intentó cruzar nuevamente la Patagonia, partiendo desde Valparaíso. Muy poco se conoce de este viaje, aunque es posible que haya pesado en su ánimo la invitación que le formulara Shayhueque “el Señor de las Manzanas”. Parece ser que exploró la provincia chilena de Valdivia. De regreso de su viaje a Araucaria relató sus aventuras al marino chileno Simpson, diciéndole que al no poder atravesar la cordillera por el lado de Valdivia, varió su itinerario por Patagones.

Llevado por su sed insaciable de aventuras marchó con dos comerciantes que traficaban con los indios, pero al llegar al otro lado fue inmediatamente descubierto por un cacique debido a la intervención que había tenido en un rudo combate entre los tehuelches y los pampas al que puso fin con su revólver, decidiendo la acción. Apoderados de todos sus efectos y armas, sin esperar que repartiese sus regalos, fue reducido a prisión. El cacique convocó a los demás jerarcas vecinos para juzgarlo, y a la tarde, cuando estuvieron reunidos, comenzó como ceremonia previa, una bacanal con el aguardiente que Musters les había llevado, emborrachándose con ellos. A medianoche logró escapar a caballo, caminando dos días con sus noches hasta Valdivia.

De regreso a Inglaterra en junio de 1873, se casó con Herminia Williams, de Sucre (Bolivia), y se dirigió con ella al país del altiplano.

Por entonces, apareció la traducción alemana de su obra con el mismo título Unter den patagoniern. Wanderugen auf unbetretenem boden von der Magalhães-Straße bis zum Río Negro (Jena, 1873)

Durante su permanencia en Bolivia, desde febrero de 1874 a setiembre de 1876, Musters recorrió extensas regiones en compañía del ingeniero de minas John B. Michin.

De vuelta a Inglaterra, a fines de 1876, Musters vivió en casa de un hermano en Wiverton (Nottinghamshire). Los tres últimos meses de su vida transcurrieron en Londres, pues se preparaba para desempeñar sus nuevas funciones de cónsul en Mozambique, para las que había sido designado por el Foreign Office, el 23 de setiembre de 1878.

Musters escribió otro libro en el que narró sus aventuras de 1873, bajo el rótulo de Journey in Araucania (Londres, 1878).

Pocos días antes de su partida para Africa, y como consecuencia de la operación de un absceso, falleció el 25 de enero de 1879, a los 38 años de edad. El “Times”, en su edición del 29 de enero, decía que “Con su muerte el país ha perdido un servidor fiel y capaz, y la ciencia un empeñoso explorador”. Era alto, delgado, rubio y de fisonomía agradable. De modales finos, demostraba penetración e inteligencia.

En 1911, apareció la versión castellana con el título Vida entre Patagones, a cargo de la Universidad Nacional de La Plata, pero el mérito de esta edición disminuye por el poco cuidado aplicado a la tarea, siendo más cuidada y prolija la realizada por ediciones Solar-Hachette, en 1964, en la Colección “El Pasado Argentino”.

Varios puntos de la geografía patagónica llevan su nombre.

Referencia

(1) Los indios tehuelches realizaban esta expedición anualmente para vender sus productos (plumas de ñandú y pieles de guanaco) en Carmen de Patagones, obteniendo a cambio yeguas, vacas, ponchos, yerba mate y tabaco otorgados por el gobierno de Buenos Aires.

Fuente
  • Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires (1975)
  • Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
  • Musters, George Chaworth – Vida entre los Patagones – Ediciones Solar/Hachette, Buenos Aires (1964).

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Argentina: Los caballos cimarrones de Sierra de la Ventana

El secreto que guardan los caballos salvajes de Sierra de la Ventana y la importancia de preservarlos

En un paisaje bonaerense serrano de 6700 hectáreas, la mayoría de ellas donadas en 1936 al Estado por Ernesto Tornquist (lo que fuera en ese entonces su estancia La Blanqueada), viven unos 600 caballos salvajes, descendientes de aquellos primeros que llegaron a nuestro país. En torno de ellos, se generó una gran polémica entre biólogos, guardianes del predio, criadores, amantes y proteccionistas de equinos a partir de la reciente presentación de una ponencia doctoral sobre cómo manejar a los caballos cimarrones.

La propuesta -como ya sucedió en 2007 durante el gobierno de Felipe Solá, cuando se sacrificaron 80 caballos y se destinó el resto a Remonta y Veterinaria- sería eliminar una parte de los ejemplares y enviar algunos a escuelas de equinoterapia y otros destinos, algo muy poco viable para caballos que jamás han sido amansados y viven en total libertad.

Cuenta con el apoyo de biólogos y custodios del parque, quienes aseguran que las manadas se reproducen sin control y que destruye el “pastizal pampeano serrano”, su último reducto, y en consecuencia “compite con los animales nativos que se quedan sin alimento”.

La historia

Pero estos caballos no son otros que descendientes de los primeros habitantes equinos de América, de raza ibérica, un compuesto genético de caballos del valle del Guadalquivir, rocines, jacas de trabajo del norte de la península y barberiscos del norte de África. Algunos de ellos se escapaban de las misiones y formaban manadas que se reproducían en las grandes praderas, al norte y al sur, adonde eran capturados y domesticados por indígenas.

Y no solo eso: el linaje de estos cimarrones es aún más notable, ya que descienden de la misma manada de la que provienen nuestros Mancha y Gato, esa pareja que, desde Buenos Aires, recorrió 21.000 km y llegó un 20 de septiembre de 1928 a la ciudad de Nueva York; es decir, de la sangre más pura y rancia que se conozca de nuestros equinos.

Aimé Tschiffely con el caballo Mancha en Nueva York

La historia comenzó en 1911, cuando el veterinario y productor Emilio Solanet viajó a los altos del río Senger, en Chubut, a comprar caballos que no estuvieran mestizados, pertenecientes a la tribu de los indios tehuelches Liempichún. Trajo en arreo una selección de 85 yeguas indias y padrillos, entre los que había un gateado y un manchado overo: los célebres Mancha y Gato. En su camino de vuelta, regaló a su amigo Tornquist un padrillo y una yegua de la manada.

Años después, llegó a la estancia El Cardal de Solanet para comprar dos caballos criollos el gringo radicado en la Argentina Aimé Félix Tschiffely, un profesor de inglés de Quilmes que quería cumplir la proeza de unir las tres Américas a caballo. “Quiere llegar a Nueva York y no llegará ni a Rosario” , dicen que dijo en un primer momento, pero que finalmente, y ante la insistencia y entusiasmo del suizo, terminó creyendo en él y le regaló a Mancha y Gato, de 15 y 16 años, respectivamente.

Décadas después, cuando Tornquist donó sus tierras a la Provincia y se creó el parque provincial que lleva su nombre, vivían allí los descendientes de aquellos caballos regalados por su amigo Solanet y sobre los que ahora se cierne una nueva amenaza. La inquietud corre entre criadores de caballos, proteccionistas, amantes de los animales en general y de los caballos en particular.

La manada de caballos que habita en el Parque Tornquist de Sierra de la Ventana

Coalición

Las ONG de rescate equino decidieron unirse en defensa de los cimarrones. “Entendemos que la reproducción sin control de los caballos es perjudicial, pero solicitamos que el control de dicha especie sea realizada sin sacar un solo ejemplar del parque. La castración de machos padrillos y potros es la única solución de largo y mediano plazo para la problemática”, afirma el veterinario Edgardo Di Salvo, miembro de esta coalición.

“La realidad es que se desconoce un trabajo serio y bien realizado con esta manada”, agrega Raúl Etchebehere, presidente de la Asociación de Caballos Criollos. “Sería importante preservar los caballos como patrimonio cultural. Son parte de nuestra historia. Solanet fue especialmente a buscar los caballos del cacique tehuelche, que él sabía que no estaban mestizados. En el camino le deja a Tornquist algunos, y los cimarrones del parque descienden de ellos. Son los únicos que se conocen de esa procedencia”, detalla.

Emiliano Ezcurra, expresidente de la Administración de Parques Nacionales y actual director del Banco de Bosques, explica: “Es una situación muy injusta. Los animales no tienen la culpa de estar generando daño en desmedro de pastos y de otros animales, pues es debido al descalabro que hemos hecho los humanos. Nadie quiere hablar acerca del tema ni tomar medidas, lo que deriva siempre en situaciones graves. Las vacas y los caballos no deberían estar dentro de las áreas protegidas, eso es una realidad, pero en nuestro país tenemos mucho espacio para reubicarlos y evitar así que terminen siendo cazados por guardaparques, como sucedió en el Parque Patagonia. Sin embargo, jamás se ha hecho un trabajo serio con ellos. Hay que intentar ubicarlos en un espacio para ellos, adonde no compitan con el resto”.

Monumento a Aimé Tschiffely, Gato y Mancha, en Ayacucho

Desde el Ministerio de Ambiente de la provincia de Buenos Aires, del que depende directamente el parque de Sierra de la Ventana donde viven los 600 caballos salvajes, no respondieron a LA NACION para esta nota.

Todas las razas autóctonas americanas fueron hijas de los caballos ibéricos. La cultura del cowboy y del gaucho, del ganadero de grandes espacios, son una herencia directa de los españoles que terminó uniendo a todos las culturas y convirtiendo al caballo en un animal emblemático de América. Preservar a esta manada de cimarrones sería también proteger nuestra identidad a través de nuestros animales.