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jueves, 5 de junio de 2025

Conquista del desierto: La victoria sobre los chilenos en Pulmari (1883)

Victoria Argentina contra Chile y sus socios indios: Combates de Pulmarí






En la vastedad de los valles neuquinos, donde el cielo se repliega sobre los pehuenes y la bruma de los lagos entibia el recuerdo, se libraron los combates de Pulmarí. Fue allí, en ese intersticio remoto entre la civilización que avanzaba al paso de los Remington y el mundo antiguo que moría a lanzazos, donde el Ejército Argentino escribió —con sangre propia— una de sus páginas más extrañas y desoladas. No fueron simples escaramuzas de campaña, sino episodios densos, casi metafísicos, en los que la noción misma de la soberanía se confundía con el bosque, la nieve, y las sombras veloces de los jinetes mapuche.

Era el 6 de enero de 1883 cuando la primera llamarada del combate estalló en el valle de Pulmarí. El Capitán Emilio Crouzeilles comandaba una pequeña partida de 10 soldados —hombres curtidos, probablemente veteranos de otras entradas de la Campaña al Desierto, pero lejos de los fastos de Buenos Aires, eran apenas el nervio expuesto de un Estado que tanteaba a ciegas los bordes de su mapa. Avanzaban en persecución de “un grupo de salvajes”, tal como registraría el parte del coronel Villegas, sin imaginar que detrás de cada colina los esperaba la historia: una emboscada feroz, ejecutada por más de un centenar de guerreros de las tribus de Reukekura y Namuncurá.

La lucha fue breve y brutal. En una coreografía despiadada, las lanzas danzaron más veloces que los percutores, y cuando el polvo se asentó, el Capitán yacía con 36 heridas abiertas en su carne y tres balas alojadas en su cuerpo. El Teniente Nicanor Lazcano, que había acudido en su auxilio con cinco soldados más, encontró allí también su fin. No fue una derrota táctica: fue una conmoción. El parte de Villegas, frío y exculpatorio, atribuyó el desastre a la presencia de un oficial chileno entre las filas indígenas. Aquel uniforme confundió a los argentinos, escribió, tal vez porque la idea de una traición interna —de un mapa quebrado desde el otro lado de la cordillera— era más tolerable que la realidad de haber sido superados por jinetes descalzos y libres.

Pero Pulmarí no fue un combate aislado. Fue el primero de una trilogía siniestra. Un mes después, el 16 de febrero, otro destacamento avanzaba desde el este, guiado por una rastrillada hasta las orillas del lago Aluminé. Esta vez el Ejército no se enfrentaba solo a los weichafe mapuche, sino que entre las lomas surgieron figuras aún más inquietantes: una compañía de infantería chilena, camuflada tras la bandera de parlamento. El parte del oficial argentino describe con nitidez la incertidumbre del momento: mientras los indígenas amenazaban la retaguardia, un emisario chileno avanzaba hacia el flanco izquierdo, izando un trapo blanco. Detrás de él, sin embargo, marchaban en formación los soldados del sur de la cordillera.

El oficial argentino, acaso recordando la matanza de enero, no vaciló. Fue él mismo quien dio la orden de abrir fuego. Se trabó entonces un combate a bayoneta calada en plena cordillera, tan feroz como desprolijo, una danza de acero entre médanos secos y laderas abruptas. Los atacantes, entre ellos los mapuche y los infantes trasandinos, cayeron a apenas cuarenta pasos de la posición argentina. Siete muertos quedaron sobre el terreno, recogidos por los indígenas al retirarse. Pero los soldados argentinos también se retiraron, y a pie. Otra vez el valle había rechazado a sus conquistadores.

No era solo el terreno el que operaba contra el avance argentino: era la memoria, era el espíritu irreductible de quienes aún vivían en su tierra como si el siglo XIX no hubiera traído consigo la noción de frontera. Reukekura, hermano del legendario Calfucurá, había resistido hasta el último aliento de la cordura geográfica, escapando entre lagos y pehuenes junto a los últimos lanceros. Y aunque sus fuerzas se fueron diezmando, la fuerza moral de su resistencia impregnó de solemnidad el espacio. Cuando en abril de 1883 se presentó finalmente ante un regimiento argentino, llevaba consigo apenas ochenta y nueve hombres de lanza y ciento ochenta y un almas más, mujeres y niños. ¿Dónde habían quedado aquellos tres mil jinetes que, en 1860, habían hecho retroceder a las tropas de Murga?

Quizás ya eran sombras entre los peñascos, o quizá, como sugería un cronista, el hambre y la nieve los habían vencido antes que las balas. El Ejército los llamaba “recién llegados”, pero eran los mapuche quienes conocían los pasajes secretos, las veranadas, los nombres del viento. Los soldados argentinos, aunque valientes, eran visitantes de un mundo ajeno, y esa extranjería se paga con sangre.

El tercer combate, de una índole más política que militar, habría de ocurrir mucho después, en los años finales del siglo XX. Pero en los dos primeros, la gesta de Pulmarí no fue la de una campaña gloriosa, sino la de una obstinación. Los informes oficiales, desde Villegas hasta Walther, insistieron en ennoblecer la caída de los oficiales argentinos, llamándolos mártires de la civilización. Y en parte, lo eran. Capitán Crouzeilles, Teniente Lazcano, Teniente Nogueira: sus nombres se fundieron en la nieve, sí, pero también en la ambivalencia de una guerra que enfrentó a un ejército moderno con un pueblo que aún hablaba en términos de espíritu y territorio.

Hay una escena que resume todo lo que fue Pulmarí. La escribió un testigo sin nombre: el alambrado prolijamente volteado por las comunidades mapuche en los años noventa. Postes enteros, acostados sobre la ladera como huesos de un animal viejo. Nadie cerca, pero la operación era evidente, masiva, ordenada. En esa imagen —serena, tensa— reverbera la misma voluntad que llevó a los weichafe a emboscar a los soldados en 1883. Una voluntad de permanencia. Una negativa a desaparecer.

Y acaso sea eso lo que el Ejército enfrentó en Pulmarí: no solo a una resistencia indígena armada, sino a una ontología. A una forma de estar en el mundo que no se rendía ni ante el Remington ni ante el parte oficial. Las tropas argentinas pelearon con valor —nadie lo niega— y muchos dejaron su vida entre la nieve, a la sombra del pehuén. Pero el combate de Pulmarí fue, sobre todo, un espejo. Uno donde la república en expansión se vio enfrentada a la mirada altiva de quienes ya estaban allí, desde antes del tiempo y antes del Estado.

Pulmarí fue, es, y seguirá siendo, un territorio en disputa. No por sus hectáreas ni por su valor estratégico, sino por el relato. Porque mientras unos inscriben allí el sacrificio de la patria, otros leen el eco de su despojo. Y entre esos dos silencios —el de los muertos y el de los olvidados— se libra todavía, sin balas pero con memoria, la verdadera batalla.



Fuentes

Arcón de la historia
Hechos históricos

sábado, 31 de mayo de 2025

Patagonia: Los fusilamientos de Varela que reestablecieron el orden y progreso en la región

Patagonia trágica, 1921. El coronel Varela condujo la brutal represión en Santa Cruz, labor festejada por la Liga Patriótica y los ingleses.

La Voz de Chubut





El coronel Varela del Ejército Argentino

Actor de los polémicos sucesos de los años 20, traducidos en controvertidas obras como La Patagonia rebelde o Los vengadores de la Patagonia. El detonante que provocó el levantamiento masivo de peones rurales principalmente en el territorio de Santa Cruz fueron los paupérrimos salarios que percibían y la ola socialista-anarquista que fue ingresando por Buenos Aires desde Europa.

Como contrapartida estaban los intereses de estancieros británicos, dueños de la mayoría de los campos sureños e influyentes en la economía y en la política porteña.

Para soliviantar a los peones apareció en escena el chileno Antonio Soto, quien llegó a Río Gallegos con una compañía de teatro en 1919. Allí conoció al abogado José María Borrero que dirigía el periódico La Verdad.


Antonio Soto, en 1920

Soto cambió el teatro por la política trabajando como estibador y fue elegido secretario general de la Unión Obrera, exhortando a sus seguidores a abandonar el trabajo y presionando a los comerciantes para levantar el boicot. Atacaron las estancias saqueándolas y poco pudo hacer la policía para detenerlos.

El 28/01/1921, el Regimiento de Caballería del Ejército Argentino zarpó de Buenos Aires con la orden de pacificar el territorio, a cargo del oficial Héctor B. Varela, un militar de ilimitado patriotismo, estudioso de la disciplina prusiana, que quería que sus hombres se comportaran como tales.

Al principio, Varela contrarió a los terratenientes extranjeros, porque su programa de pacificación consistía en indultar a todos los huelguistas que entregaran las armas. Pero cuando Soto proclamó la victoria total sobre la propiedad privada, el ejército y el Estado, Varela se sintió ridiculizado y reaccionó con la mayor dureza.

Ese invierno, los huelguistas cometieron vejaciones a lo largo de toda la costa con Soto al frente. En su segunda campaña empezaron a tomar rehenes en las estancias, elucubrando Soto una revolución que se extendería al resto del país. Borrero desertó pagado por los estancieros Braun y Menéndez.

El presidente Yrigoyen autorizó a Varela a utilizar “medidas extremas” para doblegar a los huelguistas. Desembarcó en Punta Loyola el 11/11/1921. Ambos grupos extremistas y exacerbados se enfrentaron con consecuencias que debieron ser previsibles para los políticos de entonces. Los huelguistas se dispersaron sin combatir, mientras el ejército difundía comunicados sobre enfrentamientos armados y arsenales capturados. En cinco oportunidades, los soldados lograron que los huelguistas capitularan, tras la promesa de respetarles la vida. En todas, los fusilamientos comenzaron después. Centenares de hombres cayeron en las tumbas cavadas por ellos mismos o los acribillaban y apilaban los cadáveres sobre hogueras alimentadas por arbustos “mata negra”.

El ensueño de Soto terminó en la estancia La Anita, establecimiento de los Menéndez, cuando sus hombres comenzaron a fugarse al acercarse el ejército.


Última foto de Facón Grande, horas antes de ser fusilado por Varela

El 07/12/1921, Varela envió a uno de sus hombres con la propuesta de rendición incondicional y que se respetarían las vidas. Aquella noche, Soto y algunos de los cabecillas escaparon a Puerto Natales. Los chilotes esperaron a los soldados creyendo que los expulsarían a Chile, pero la orden de Varela fue igual a las anteriores. De los 300 hombres que se rindieron, algunos se salvaron por ser mano de obra calificada. Los demás, unos 120, murieron allí.

El resultado regocijó a la comunidad inglesa. El coronel Varela, sobre el que habían recaído sospechas de cobardía, se había redimido con creces. El Magellan Times alabó su “espléndido coraje, en virtud del cual había circulado por la línea de fuego como quien participa en una parada militar (…) Los habitantes de la Patagonia deberían sacarse el sombrero ante el 10 de Caballería, ante esos valerosos caballeros”.

La gente resentida tomó este acto mostrando la hilacha marxista. Siempre se recuerda, según el escrito comunista de origen alemán, Oswald Bayer, que durante un banquete, que se celebró en Río Gallegos con miembros de la Liga Patriótica Argentina, los veinte británicos presentes, poco versados en la lengua castellana, rompieron a cantar: For he’s a jolly good fellow (Porque es un buen compañero), ante el estupor del patriota Varela. A su regreso, este oficial se encontró con leyendas de anarquistas terroristas que rezaban: “Muera el caníbal del Sur”.

El Congreso estaba conmocionado porque la orden de represión fue dada por el propio Yrigoyen, y porque Varela había cometido el error de matar a un funcionario socialista. Entonces se lo designó como director de una escuela de caballería para que se calmaran los ánimos. El 27/01/1923, Kurt Wilkens, un anarquista tolstoiano, mató cobardemente a tiros al coronel Varela en las calles de Buenos Aires luego de haberlo dejado inhabilitado con una granada. Un mes más tarde, el 26 de febrero, Wilkens fue ajusticiado a su vez en la Cárcel de Encausados por su guardián. Antonio Soto murió impune de trombosis cerebral el 11/05/1963 y Borrero en 1930 en Santiago del Estero.


domingo, 18 de mayo de 2025

Argentina: La industrialización del Gral Savio

Manuel Savio, el general que impulsó la siderurgia y soñaba que Argentina tuviera una gran industria nacional

El 31 de julio es el día de la Siderurgia en homenaje al general Manuel Savio, el precursor de la industria del hierro y el acero en nuestro país. Radiografía de un innovador y visionario que soñaba con un país económicamente independiente a través de su industrialización

Por
Adrián Pignatelli || Infobae


Manuel Nicolás Savio, hijo y nieto de inmigrantes, escribió los primeros capítulos de la historia de la industria nacional

Wenceslao Gallardo junto a Angel Canderle vivían en Jujuy. Cierto día decidieron ir a cazar a la selva de Zapla, en esa espesura donde Viltipoco, el líder quechua, había encabezado una guerra de resistencia contra el conquistador español durante el siglo XVI. Ambos no imaginaron que, casi sin querer, harían historia. A Canderle, que sabía de minerales, le llamó la atención el color rojizo del suelo, y como conocedor de los minerales que era, tuvo la ocurrencia de enviar muestras a la ciudad de Buenos Aires. Los resultados fueron concluyentes: habían hallado hematita, que en estado puro contiene el 69% de hierro. El mineral fue llamado “zaplita”. Corría el año 1939 y el descubrimiento provocaría un antes y un después en la industria nacional.

Lo siguiente fue un estudio geológico de las serranías de Zapla, y el yacimiento llamaría la atención de un militar quien consideraba que el país, sin dejar su actividad agrícola-ganadera, debía industrializarse. Era Manuel Nicolás Aristóbulo Savio.

El yacimiento de Zapla en sus inicios, en la entrada a una mina (Archivo General de la Nación)

Hijo y nieto de inmigrantes genoveses, había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1892. Eligió la carrera militar. En 1930, siendo teniente coronel, convenció al general Uriburu de crear una institución que pudiera formar a ingenieros militares a fin de prepararlos para el desarrollo de una industria del armamento, que no solo abarcaba las armas y municiones, sino además la construcción de aviones. Así nació la Escuela Superior Técnica, para algunos un complemento de la Escuela Superior de Guerra. Savio fue su primer director y profesor y rápidamente la transformó en un centro de estudio de los problemas técnicos de la industria pesada. Tenía motivos: fue el primero en alertar que, ante un conflicto armado, nuestro país no contaría con el armamento suficiente.

En el Ejército, Savio encarnó la vertiente industrialista cuyo puntapié había dado el general Enrique Mosconi, emblema de YPF.

Hierro en el norte

Savio fue un caso fuera de lo común. Estaba convencido de que debían aprovecharse los yacimientos ferríferos de la Sierra de Zapla. No solo se le ocurrió, sino que se puso al hombro el ambicioso proyecto de crear una industria siderúrgica nacional, usando minerales extraídos en el país. “A cualquier precio debe explotar sus yacimientos de hierro”, sostenía por 1942.

Una imagen que es una marca registrada: Savio en Altos Hornos Zapla y el inicio de la siderurgia en el país

Altos Hornos Zapla nació el 23 de enero de 1943, fue la primera planta siderúrgica argentina y en su momento una de las más grandes de América del Sur.

Pasó a depender de la Dirección General de Fabricaciones Militares, organismo que fue también inspiración de Savio, dedicado a la producción de armamentos. Savio, siendo su director y negándose a cobrar su sueldo ya que sostenía que ya cobraba el de general, apoyó la formación de empresas mixtas que produjesen metales y químicos para la fabricación de armas, que hasta entonces debían importarse. La producción de armamentos era la principal preocupación del Ejército, en vistas de los conflictos que se daban tanto en América. Entre 1932 y 1935 se había librado la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay; la guerra chino japonesa, la remilitarización de Renania, la guerra civil española y la expansión del nazismo, aún cuando no había declarado la guerra. Más aún, cuando estalló la segunda guerra, se debieron buscar caminos para proveerse de minerales e insumos que sería difícil importar.

Entre 1943 y el año siguiente se construyó el primer horno. El 11 de octubre de 1945, con la primera colada de arrabio, se comenzaba a producir acero en Argentina, hecho que pasó casi desapercibido por lo que ocurría en la ciudad de Buenos Aires con Perón detenido en Martín García, que provocaría la movilización del 17.

Trabajadores en Zapla. El descubrimiento del yacimiento produjo un crecimiento explosivo en la región (Archivo General de la Nación)

El responsable de esa primera colada fue el teniente primero Enrique Lutteral, quien contó que “con mis manos aferradas a un cucharón, recogí la colada. Después me senté en el pilón de una columna y me puse a llorar como un chico”.

Savio anunció que “allá en Jujuy, en un pueblito lejano, un chorro brillante de hierro nos ilumina el camino ancho de la Argentina. ¡Que su luz no se apague nunca!”.

Este hecho produjo el crecimiento de esta industria que atrajo a profesionales y a trabajadores, aún de países limítrofes, lo que provocó un crecimiento importante en la región. Palpalá, ubicada a unos trece kilómetros de San Salvador de Jujuy, creció en paralelo a la planta. En febrero de 1951 se inauguró el segundo horno.

Un plan siderúrgico

En 1946, en los comienzos del primer gobierno peronista, Savio presentó el Plan Siderúrgico Nacional, y la constitución de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA). No las tuvo sencillas: hubo ministros en el gabinete de Perón que se oponían al proyecto, pero luego de una reunión de dos horas con el primer mandatario y el gabinete, Perón lo abrazó y le ofreció su apoyo.

Fotografìa de 1947. En el centro el presidente Perón y segundo desde la derecha, el general Savio

El proyecto entró al Congreso el 26 de julio de ese año y Savio no se contentó con los votos de los diputados oficiales, suficientes para lograr la aprobación. Se dedicó a convencer a la oposición y asistió religiosamente a las sesiones donde una comisión especial había analizado hasta la última coma el proyecto. Primero fue aprobado en el Senado –donde todos eran oficialistas- y en diputados por unanimidad el 21 de junio de 1947, luego de una maratónica sesión que terminó a las siete de la mañana del día siguiente. Para Savio, ese plan era el camino para que el país llegase a su independencia económica.

Para levantar Somisa, había elegido un lugar conocido como Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, cuyo plan fue aprobado un mes antes de su fallecimiento.

Savio fue el responsable que la siderurgia fuera manejada por el Ejército. Su empuje e ideas llevaron a presidentes tan distintos como Agustín P. Justo, Roberto Ortiz, Ramón Castillo, Edelmiro Farrel y Juan Perón lo apoyasen en sus iniciativas e ideas.

Impulsó la industria minera, especialmente la extracción de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio, en distintos puntos del país, y un programa de prospección geológica en la Antártida, así como la producción de caucho natural y sintético, cuando la gran guerra dificultó la provisión de este material.

Savio aprovechó el descubrimiento de azufre en la zona de Salta para crear una sociedad mixta que en 1943 empezó a producir ácido sulfúrico, sulfuro de carbono y otros derivados.

El ímpetu de este general llevó a la creación de una docena de fábricas, como la de Pólvora y Explosivos en Villa María o la de Campana, donde se producía tolueno sintético, que significó el inicio de la industria petroquímica en nuestro país.


Vista de una grúa en la planta que llevaba el nombre del militar, en San Nicolás (Archivo General de la Nación)

En plena actividad, ya como general de división, falleció de un ataque cardíaco el 31 de julio de 1948. Tenía 56 años. Nunca sabría por qué Perón no avanzó en el plan siderúrgico.

Hubo que esperar hasta que el presidente Arturo Frondizi en 1960 impulsara la producción en San Nicolás, donde años antes el militar había fundado la Escuela 30 que hoy lleva su nombre. Muchos compañeros de armas criticaron a Perón que cuando fue presidente no hizo o no quiso hacer nada por el desarrollo de esta industria, más aún cuando Brasil hacía tiempo que estaba produciendo.

Pobre Savio, si hoy visitase el lugar donde se levantó Altos Hornos Zapla se encontraría, llegando por la ruta provincial 56, con edificios abandonados y a empresas de turismo promocionándolo como un sitio ideal para el turismo de aventura, ya que ofrece la triste paradoja de explorar un complejo minero abandonado, allí donde se habían sentado las bases de una industria nacional.


jueves, 15 de mayo de 2025

Biografía: Mayor Horacio Fernández Cutiellos, héroe de La Tablada

Horacio Fernández Cutiellos






Tenía 37 años, era Mayor de infantería, y el primer segundo jefe de su promoción.

Horacio se había levantado a las 6 de la mañana, según cuentan los soldados. Se vistió con ropas de combate, como todas las mañanas, se puso unas alpargatas y se fue a afeitar. Los primeros tiros y los gritos desde la guardia, lo ponen en alerta. Los terroristas entran derribando el portón con un camión con el que aplastan al primer solado de guardia. Atrás venía un Renault 12 desde donde fusilan al soldado Tadeo Taddia que estaba barriendo la galería del guardia, desarmado.

Horacio se pone a tirar contra los terroristas que entran al cuartel. El estaba en el edificio de la Plana Mayor, de frente a la guardia a unos 50 metros. Se parapeta sobre una puerta pesada de hierro y, para no comprometer al soldado que tenía de ayudante, le da un cajón con municiones y lo pone a cargar cargadores. Horacio tiraba, y el soldado cargaba y se tiraban los cargadores por el suelo.  

Él combate desde las 6 y cuarto de la mañana, hasta casi las nueve, nueve y media de la mañana. Luego que los terroristas tomaron la guardia, donde hicieron estragos, y se van metiendo dentro del cuartel, Horacio se queda sin blanco. Ya habían pasado las 9 de la mañana.

Entonces sale a la galería y se pone detrás de una columna, y desde ahí, con mejor ángulo comienza a tirar nuevamente contra la guardia. Pero no ve que atrás del edificio de la Plana Mayor estaba uno de los jefes terroristas escondido. Era "Farfán", un ex miembro del ERP que había estado varios años preso en los 70, y después llegó a un alto cargo político combatiendo en Nicaragua.. Ya el combate se había generalizado.

Farfán (Roberto Sánchez) escucha el fuego, lo ve, y le tira por la espalda con un fusil. El tiro  le entra por el omóplato y le sale por abajo del hombro. Ese tiro no lo mata, pero lo deja fuera de combate. Fue el único tiro que pudo tirarle, porque inmediatamente lo matan los soldados de la compañía de servicio que estaban en un balcón.

Horacio queda como en shock unos minutos, se recupera, y arrastrándose logra llegar nuevamente a la puerta de entrada a su oficina. Se detiene en marco de la puerta, y en ese momento, desde la guardia le tiran durante varios minutos sin parar. Horacio no obstante logra meterse en la oficina, y cuando ya estaba un metro adentro, recibe un tiro en la unión de las clavículas, arriba del esternón, que le atraviesa la tráquea, le rompe la médula espinal y le sale a la altura del hombro izquierdo. Y cae muerto.   

Horacio murió como hubiese soñado. Había ido a misa la noche anterior y había comulgado. Y murió defendiendo a su Patria, de los enemigos de siempre.

 Una hora después de empezado el combate, le dijo a su jefe por teléfono: "Yo voy a morir defendiendo el cuartel, ustedes recupérenlo". Y así fue.

Nadie recuerda que La Tablada, fue un intento de golpe del Movimiento Todos por la Patria, un rejunte de gente del ERP y Montoneros para voltear al gobierno de Alfonsín. Para tomar el poder. Se intenta contar lo de La Tablada como un hecho terrorista aislado, y eso es totalmente falso. Uno se siente discriminado más que con miedo, porque los héroes en este país terminan siendo siempre los terroristas, y no quienes los combatieron.

De hecho, la causa de La Tablada se vuelve a abrir, pero para enjuiciar a los militares que combatieron a los terroristas, que están todos indultados.
A pesar de que Horacio murió defendiendo al gobierno de Alfonsín…

A Horacio lo mataron en 1989, estaba terminando el gobierno de Alfonsín. Gorriarán y su grupo terrorista, intentó que Alfonsín cayera, y él dio la vida para que eso no ocurra.

martes, 29 de abril de 2025

Crisis del Beagle: El oficial que no quería el conflicto


Conflicto de límites con Chile y operaciones militares de las Fuerzas Armadas argentinas en 1978.
Experiencias de la artillería de campaña en el «Operativo Soberanía»

Germán Soprano



Introducción

El Tratado de Límites de 1881 no resolvió los diferendos fronterizos entre Argentina y Chile. En 1978, la crisis por la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox escaló, llevando a ambos países a desplegar sus fuerzas armadas. La Argentina, que rechazó el laudo arbitral de 1977 que otorgaba las islas a Chile, planificó el "Operativo Soberanía", una invasión con el objetivo de forzar una negociación favorable.

A lo largo del siglo XX, los conflictos territoriales fueron recurrentes. Tras el laudo británico, sectores del gobierno argentino favorecieron la opción militar, mientras otros apostaban por la diplomacia. En diciembre de 1978, cuando la ofensiva estaba a punto de comenzar, la mediación papal evitó la guerra.

Dimensión diplomática del conflicto

El Tratado de 1881 estableció que Argentina no podría proyectarse sobre el Pacífico ni Chile sobre el Atlántico, pero la disputa por los límites australes persistió. En 1971, ambos países acordaron recurrir al arbitraje británico, cuyo fallo en 1977 favoreció a Chile. Esto generó un quiebre en la relación bilateral, con sectores de la dictadura argentina inclinándose hacia la guerra.

Durante septiembre de 1978, tropas argentinas cruzaron la frontera en la zona de Casas Viejas, lo que aumentó la tensión. En paralelo, el gobierno argentino definió una estrategia militar de invasión que contemplaba ocupar territorios chilenos, algunos de forma temporal y otros de manera permanente.

El Plan u Operativo Soberanía

El plan militar preveía una guerra rápida y agresiva, iniciando el 22 de diciembre de 1978 a las 22:00 horas. Las fases incluían:

  • Fase inicial: La Armada debía tomar las islas Picton, Nueva y Lennox, además de otras en el canal de Beagle.
  • Ataque en la Patagonia: El V Cuerpo de Ejército debía conquistar Puerto Natales y Punta Arenas.
  • Avance terrestre: El III Cuerpo de Ejército avanzaría hacia Santiago y Valparaíso.
  • Supremacía aérea: La Fuerza Aérea atacaría bases chilenas y buscaría destruir su aviación en tierra.

Argentina confiaba en que Chile aceptaría negociar después de los primeros ataques. Se esperaba la intervención de Naciones Unidas y la posibilidad de una escalada regional con la participación de Perú y Bolivia contra Chile.

Chile, por su parte, contemplaba respuestas militares en la Patagonia, Neuquén y el noroeste argentino. Se estimaban 20.000 bajas en ambos bandos.

El ataque estaba programado para la noche del 22 de diciembre de 1978, pero ese mismo día, Argentina aceptó la mediación papal y suspendió la ofensiva apenas tres horas antes de su inicio.

El teniente coronel Martín Balza y el Operativo Soberanía

El teniente coronel Martín Antonio Balza, jefe del Grupo de Artillería 102, fue destinado en octubre de 1978 a Junín para conformar su unidad. Poco después, participó en reuniones en Bariloche dirigidas por el general Luciano Benjamín Menéndez, comandante del III Cuerpo de Ejército y principal impulsor de la ofensiva terrestre por Neuquén.

Balza y otros oficiales realizaron un reconocimiento encubierto en Chile, disfrazados de turistas. Identificaron puntos clave del terreno y concluyeron que la ofensiva presentaba serios problemas logísticos y estratégicos.

La unidad de Balza debía avanzar por el paso Puyehue, pero él advirtió que los puentes sobre el río Gol Gol podían ser destruidos por Chile, dejando su artillería atrapada. Además, el plan contemplaba un avance de tanques por el paso Pino Hachado, un desfiladero estrecho donde podrían ser fácilmente destruidos.

La improvisación era evidente, reflejando errores estratégicos que también estarían presentes en la Guerra de Malvinas cuatro años después.

Conclusión

El Operativo Soberanía fue una planificación militar ambiciosa pero llena de errores. La falta de coordinación entre las Fuerzas Armadas y la subestimación de la respuesta chilena mostraban serias fallas estratégicas.

El contexto internacional jugaba en contra de Argentina: la guerra habría sido vista como una agresión injustificada y habría generado un rechazo global. La mediación del Vaticano evitó el conflicto, que finalmente se resolvió en 1984 con el Tratado de Paz y Amistad.

domingo, 30 de marzo de 2025

Crisis del Beagle: Los soldados de Ushuaia

El heroísmo olvidado del Beagle: Una gesta de unidad y sacrificio nacional



Pocas epopeyas de nuestra historia nacional han sido tan silenciadas y olvidadas como la crisis del Beagle de 1978. Un episodio que movilizó a miles de argentinos, desde soldados hasta civiles, y que estuvo a punto de convertirse en uno de los capítulos más decisivos de nuestra soberanía. A pesar de la magnitud de los eventos y de la gigantesca movilización de recursos humanos y materiales, esta historia se ha diluido con los años, eclipsada por otros episodios como la Guerra de Malvinas y la lucha antisubversiva. Pero el Beagle fue mucho más que una crisis diplomática: fue un momento de unión patriótica, de preparación estratégica y de defensa de los derechos nacionales.

Este relato es un homenaje a quienes, con seriedad y patriotismo, formaron parte de esa preparación, sabiendo que se encontraban al borde de un conflicto armado con Chile. La Operación Tronador, planeada con una meticulosidad sin precedentes, representó un esfuerzo conjunto de las fuerzas armadas y de seguridad argentinas, y marcó un hito en la historia de la cooperación militar de nuestro país. Fue un ensayo de valor, sacrificio y unidad que merece ser contado con orgullo.



Ushuaia: El centro de la Operación Tronador

La ciudad de Ushuaia se transformó en el corazón del despliegue operativo, el punto de reunión para las fuerzas que se preparaban para defender la soberanía nacional sobre las islas en disputa. Desde este lugar estratégico, se planificó y organizó uno de los mayores esfuerzos combinados entre fuerzas militares y de seguridad de la historia argentina.

La Prefectura Naval Argentina aportó sus helicópteros y al legendario Grupo Especial Albatros, una unidad de élite que simbolizaba el compromiso con la soberanía nacional. La Armada Argentina desplegó sus helicópteros Alouette III, equipados con misiles antitanque SS.11 y SS.12, tecnología avanzada que garantizaba el apoyo aéreo preciso en un eventual enfrentamiento. El Ejército Argentino sumó sus helicópteros Huey y Puma, mientras que la Fuerza Aérea Argentina añadió los robustos Sikorsky S-58 Choctaw y S-61, aviones que personificaban el alcance de nuestra aviación militar.

En cuanto a las tropas, el Batallón de Infantería de Marina N° 4 (BIM 4), una unidad acostumbrada al clima hostil de Tierra del Fuego, fue la fuerza principal en tierra. A ellos se unió una compañía L del Ejército Argentino, en lo que sería la primera colaboración operativa significativa entre estas dos fuerzas, un antecedente de lo que se repetiría años después en las colinas de Tumbledown, en Malvinas. Esta unidad mixta destacaba por su especial composición y por el coraje de sus integrantes, quienes sabían que el destino de la soberanía nacional dependía de ellos.

El plan: Una operación combinada

La ejecución de la Operación Tronador era un ejemplo de coordinación táctica y determinación estratégica. El plan contemplaba un asalto anfibio sobre la isla Nueva, apoyado por un bombardeo aéreo y naval de precisión. Al mismo tiempo, se planificó un audaz asalto helitransportado para tomar las islas del Cabo de Hornos, ubicadas aún más al sur, en una maniobra que aseguraría el control sobre las zonas más críticas de la región.

Este plan no solo exigía valentía, sino también precisión y disciplina. Las fuerzas argentinas, conscientes de que cada paso sería determinante, se entrenaron con rigor extremo. Los pilotos se familiarizaron con los peligrosos vientos fueguinos, los artilleros ajustaron sus cálculos para operar en condiciones extremas, y los infantes de marina y soldados practicaron maniobras de desembarco en terrenos hostiles y helados. La Operación Tronador era más que una estrategia militar: era un acto de patriotismo en su forma más pura.

Un frente de héroes

Los hombres que participaron en estas maniobras eran jóvenes en su mayoría, provenientes de diferentes rincones del país, unidos por un mismo objetivo: defender la soberanía argentina en el fin del mundo. Cada uno de ellos estaba dispuesto a enfrentarse a las adversidades del clima, la geografía y el enemigo. Los helicópteros, barcos y tropas simbolizaban la voluntad de un país de no ceder ni un centímetro de su territorio sin luchar.

Los entrenamientos y las maniobras realizadas en Ushuaia durante la crisis del Beagle demostraron que Argentina poseía no solo los recursos, sino también la voluntad de defender lo que es suyo. Aunque el conflicto nunca se concretó gracias a la intervención diplomática, aquellos días de diciembre de 1978 quedaron grabados como un ejemplo de la capacidad operativa y la disposición del pueblo argentino para defender su soberanía.

Un legado de honor

Hoy, la Operación Tronador permanece en gran parte olvidada, opacada por otras gestas y por los relatos politizados que minimizaron su importancia. Sin embargo, este episodio es un testimonio de la unión y el heroísmo de nuestras fuerzas armadas y de seguridad. El Beagle no fue solo una crisis; fue un momento de afirmación nacional, una muestra de que cuando la Patria llama, los argentinos responden.

En un mundo donde los desafíos a la soberanía son constantes, recordar el espíritu del Beagle es vital. No se trató solo de una preparación militar, sino de un compromiso colectivo con los valores que nos definen como Nación. A esos hombres que se entrenaron en Ushuaia y a todos los que participaron en la defensa del Beagle: gracias por recordarnos lo que significa amar y servir a la Patria.


EMcL

miércoles, 19 de marzo de 2025

Revolución Libertadora: Desfile de M4 Sherman Firefly durante el 25 de Mayo de 1960

Sherman Firefly el 25 de Mayo de 1960





Foto de la 2da Sección con Vehículos Blindados Combate Sherman M4A4 Firefly del Escuadrón de Caballería del Colegio Militar de la Nación, con cañón largo de Cal 76,2 mm, durante el desfile del 150° Aniversario de la Revolución de Mayo, por la Avenida del Libertador en la Capital Federal (actual de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) - Año: 25 de mayo de 1960.
(Créditos a Marcos Zambrana)



Reseñas

El "SHERMAN FIREFLY" (luciérnaga en inglés) fue un tanque medio utilizado por el Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Estaba basado en el M4 Sherman estadounidense, pero equipado con el potente cañón antitanque británico QF de 17 libras como armamento principal, cuyo calibre era 76,2 mm. Aunque originalmente fue concebido como un recurso provisional hasta que futuros diseños de tanques británicos entrarán en servicio, el Sherman Firefly se convirtió en el vehículo más común en usar el cañón QF de 17 libras durante la guerra.



Características de los tanques Sherman M4A4:
Peso: 35,3 ton.
Longitud: 5,89 mts.
Ancho: 2,64 mts.
Altura: 2,74 mts.
Tripulación: 4 (comandante, artillero, cargador/operador de radio, conductor).
Blindaje: 89 mm (mantelete de la torreta).

Arma primaria

Cañón de Cal 76,5mm (con 77 proyectiles).

Arma secundaria

1 (una) ametralladora M2HB de Cal 12,7 mm (con 300 proyectiles).
1 (una) ametralladora Browning M1919A4 coaxial de Cal 7,62 mm (con 5.000 proyectiles).
Motor: Chrysler A57 Multibank de 6 cilindros, o motor radial de 21 litros, 425 CV.

Velocidad máxima

32 km/h (sostenida).
40 km/h (en emergencias).

sábado, 15 de marzo de 2025

Biografía: General Lucio Victorio Mansilla

La novelesca y extravagante vida de Lucio V. Mansilla, el gran dandy porteño que brilló con su pluma

Militar, escritor, periodista, miembro de la alta sociedad. Viajó por el mundo, retó a duelo a un hombre porque se burló de su estrafalario sombrero, y sintió devoción por Sarmiento. En 1870 visitó las tierras aborígenes, experiencia que luego inmortalizó en su libro "Una excursión a los indios ranqueles"


Por Luciana Sabina || Infobae





El duelo de Lucio V. Mansilla con Pantaleón Gómez

Las lágrimas de Lucio Victorio Mansilla en su cara fueron lo último que Pantaleón Gómez sintió antes de morir. Militar devenido en periodista, Gómez dirigía entonces "El Nacional" y el Colegio de Escribanos.

Veterano de la Guerra del Paraguay, de vasta experiencia política, fue gobernador del Chaco con sólo 45 años. Su trágico fin comenzó a escribirse en febrero de 1880, cuando el periódico que comandaba criticó un sombrero del general Mansilla.

Ciego de indignación, don Lucio lo retó a duelo.

No exageró: para Mansilla, la elegancia y el porte eran tan importantes como el aire que respiraba…

Aristóbulo del Valle lo retrató muy bien: "Cuando va por la calle, sonríe delante de todos los espejos. Si se mirara con el ceño adusto, mandaría los padrinos a su propia imagen reflejada en el vidrio…".

Pantaleón Gómez no fue el autor de la sátira, pero mientras los padrinos de ambos intentaban evitar el duelo, comenzó a discutir con Mansilla través de la prensa. Y así, con cientos de lectores como testigos, se agredieron mutuamente durante días.

Gómez llegó a escribirle: "Es usted un desgraciado a quien no queda ni el miserable derecho de insultar a la gente decente. Ni sus iguales lo abonan".

Como respuesta última recibió: "Ya verá si hay quien me abone".

Se citaron en Palermo, armados, a las once de la mañana del 7 de febrero. El duelo fue a pistola y a diez pasos de distancia. Luego de dos intentos -en los que ninguno acertó-, Gómez descargó su arma contra el piso, diciendo: "Yo no mato a un hombre de ta…".

No terminó la palabra "talento": se desplomó atravesado por la bala del general.

Murió en el mismo campo del honor, bajo las caricias arrepentidas de su verdugo. El sepelio fue impresionante. Ciento cincuenta carruajes marcharon detrás de la carroza fúnebre.

Domingo Faustino Sarmiento emocionó a la muchedumbre: "¡Muerto!… Pantaleón Gómez, el simpático, el fervoroso, el leal, el verídico, el arrogante joven. ¡Muerto! (…) Desde esa sepultura cavada casi en el umbral de la vida, este amigo joven que debió dejarme a mí aquí y seguir su camino, os dirige un consejo: 'No derrochéis la vida, no arrojéis al aire a puñados los sentimientos de honor, de patriotismo, de inteligencia. Tan nobles dotes os fueron dadas no para florecer al primer rayo de sol y morir en seguida, sino para dar frutos sazonados'. Los restos de Pantaleón Gómez quedan aquí. En nuestros corazones, la memoria de su hidalguía. Pero en la superficie de la tierra, en esta patria que todos debemos enriquecer, Pantaleón Gómez no deja obra acabada a causa de darse prisa, sin motivo suficiente, a mostrar que sabía morir".

Lucio V. Mansilla se radicó en Francia y viajó por Europa, África y Asia

Luego del terrible incidente, Mansilla no fue citado por la justicia. Viajó a Europa con su familia. Se radicó en Francia donde se convirtió en figura habitual de los bulevares parisinos. Naturalmente elegante. Su charla, amena y fácil, lo distinguió pronto entre todos.

Sin embargo, no era feliz. Quedó claro que el campo de batalla, el parlamento, el periodismo, donde actuó con brillantez y eficacia, fueron accidentes más o menos importantes… pero no permanentes en su vida.

De lo único que no pudo alejarse del todo fue de Buenos Aires, a dónde volvió cada tanto, acaso porque nació en esa provincia el 23 de diciembre de 1831.  Era el día de Santa Victoria, y de ahí Victorio, su segundo nombre. Hijo de notorio militar Lucio Norberto Mansilla y de Agustina Rosas, hermana menor de Juan Manuel, los lujos y el rango social signaron su infancia.

Poco antes de cumplir los 18, su padre lo envió en misión comercial. Periplo que lo llevó no sólo a Europa: también a los exotismos de África y Asia.

Luego de la caída del Rosas en la batalla de Caseros, Mansilla se erigió en uno de sus más fieros críticos.

Entre 1864 y 1868 se batió en la Guerra de la Triple Alianza. Allí fue militar, pero también periodista. para escribir sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, usó varios seudónimos: Falstaff, Tourlourou, Orión. Bajo su mando quedó Domingo Fidel Sarmiento (Dominguito), hijo del indómito sanjuanino.

Domingo Fidel Sarmientol, Dominguito: Mansilla lo protegió durante la guerra de la Triple Alianza

Mansilla lo protegió cuanto pudo. Hasta darle dinero para que pudiera mantener a su madre, Benita Pastoriza, mientras Domingo Faustino estaba en los Estados Unidos, y en franca pelea con su familia por la relación con su amante Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfield.

En una de las cartas de Dominguito a su madre desde el campo de batalla, desnudó el espíritu generoso de su superior: "Mansilla, pasado el primer momento de la carga, me ordenó que me retirara, y yo, no habiendo querido obedecerle, como era natural. Entonces me dijo: 'He prometido no exponerlo a usted sino en caso indispensable. Volvamos al batallón y piense que se lo he prometido a su mamá'. Te cuento esto para que veas como hay quien cuide por ti".

Pero, lamentablemente, el muchacho murió en la batalla de Curupaytí, a mediados de septiembre de 1866.

"Vi a Sarmiento muerto -narró el general José Ignacio Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra sobre el final de Dominguito-, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (… ) Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (… ) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (… ) Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (… )."

Muchos años más tarde, don Lucio homenajeó a su lugarteniente, procurando cuidar de su madre como había intentado cuidarlo a él. Sarmiento odiaba tanto a Benita Pastoriza, que la había eliminado de su testamento. Al morir el sanjuanino, Mansilla consiguió para ella una pensión del Congreso nacional que le correspondía por ser su viuda.

Sarmiento expresó su dolor innumerables veces. En una carta a su amiga Mary Mann, escribió: "La muerte de Dominguito tan malogrado, ha traído a mi espíritu un incurable descontento. ¡Qué cadena de desencantos! Habría vivido en él; mientras que ahora no sé adónde arrojar este pedazo de vida que me queda, no sé qué hacer con ella".


En 1870, sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro “Una excursión a los indios ranqueles”

Cuando regresó del frente, Lucio V. Mansilla propuso a Sarmiento como presidente. Y junto a Aurelia Vélez trabajaron juntos para lograrlo. Cuando el padre del aula asumió la primera magistratura, él se  acercó para pedirle un lugar en el nuevo gobierno. No logró lo que quería, pero fue designado Coronel y Comandante de Fronteras en Río IV, Córdoba.

En 1870,  sus visitas a las tierras aborígenes, en su intento de firmar un tratado de paz con ellos -frustrado por las autoridades nacionales- lo llevó a escribir su famoso libro "Una excursión a los indios ranqueles".

El militar y escritor buscó durante toda su vida la perfección: "Si eres franco por carácter, procura ser reservado por estudio", escribió. Excelente consejo, ¡que él jamás puso en práctica!

Era impulsivo, inconstante, versátil: por algo sus amigos le dieron escaso espacio en el gobierno.

Otra manía: horror a perros y ratones. No hay gran hombre que no tiemble ante nimiedades.

Alto, esbelto, impecable en la juventud y no menos en la madurez, cierto día le regalaron un largo sobretodo-levitón claro y una galera sedosa color crema. Estaba encantado. Lo primero que dijo fue: "Me voy a la calle Florida. Quiero que el mundo admire mi elegancia…".

Pasó sus últimos años en Europa, postrado. Ningún narcótico logró calmar sus dolores. Pero mientras su cuerpo se derrumbaba, la lucidez siguió intacta.

Ansiaba volver a Argentina. Pero no sucedió. Murió el 8 de octubre de 1913, en París.

Un cronista porteño escribió: "La calle Florida hoy empieza hoy a envejecer".

Acaso nada más cierto.

martes, 11 de marzo de 2025

Guerra antisubversiva: Navidad sangrienta en Monte Chingolo

Navidad sangrienta. El conmovedor relato de un soldado que resistió el ataque guerrillero del ERP en Monte Chingolo

Eduardo Luis Chavanne estaba cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio cuando el Batallón Depósito de Arsenales “Domingo Viejobueno” fue invadido por el Ejército Revolucionario del Pueblo



LA NACION || Mariano Chaluleu

Eduardo Luis Chavanne tenía 21 años cuando se convirtió en protagonista involuntario de uno de los pasajes más dramáticos de la historia argentina. Ocurrió hace 48 años, el 23 de diciembre de 1975. Sin embargo, los recuerdos aún lo incomodan: “En esta época del año, cuando se acerca la Navidad, me pongo para la mierda”, precisa.

Solo le faltaba un mes para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio. Había atravesado los tres meses de “instrucción” en La Calera, Córdoba, donde hizo el curso de paracaidista. Pero desde abril de 1975 estaba destinado en el Batallón Depósito de Arsenales “Domingo Viejobueno”, en el cuartel del Ejército, en Monte Chingolo. Era parte de la Compañía de Seguridad y participaba de las guardias en los 9 puestos de vigilancia que tenía el predio.

No padeció la conscripción, tenía vocación de servicio, se había formado como Bombero Voluntario. Pero estaba listo para regresar a su hogar, en Quilmes, donde se crio, junto a sus padres y sus tres hermanos.

A continuación, el testimonio de un soldado que resistió el ataque del Ejército Revolucionario del Pueblo. Sus memorias reflejan todo lo que vio, lo que escuchó y lo que sintió un joven que fue herido en combate y fue obligado a matar.



Eduardo Luis Chavanne con la ropa de soldado ||
Gentileza Eduardo Luis Chavanne

-¿Qué recuerda del combate del 23 de diciembre de 1975?

-Todo. Eran más o menos las 18, yo estaba de guardia y el Cabo González me había liberado 10 minutos temprano. Entonces agarré mi fusil y me fui caminando. Justo cuando pasaba frente a la comandancia, lo vi al sargento Saravia, que estaba empuñando su pistola, y me dijo: “Vamos que ya se metieron estas mierdas”. Entonces me di vuelta y vi que entra un camión de gaseosas junto a varios coches, que iban para un lado y para el otro. Yo tenía el fusil en la mano, entonces lo agarré fuerte y lo seguí a Saravia. Nos metimos en la cantina, donde estaban muy asustados el cantinero y la señora. Ya se escuchaban los ruidos del combate.

El colectivo que usaron los atacantes del ERP || Télam Agencia de noticias

Adentro estábamos nosotros 4 más 3 soldados. Saravia me repetía ‘tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo...’. Ahí es cuando a uno le aflora la mente y se da cuenta de que todo lo que nos habían enseñado era para algo. Rompí el vidrio de una ventanita y empecé a apuntar. Tenía 125 municiones. No era mucho, si se considera que el fusil, en modo automático, puede acabarlas en poco tiempo.

Al tercer tiro que doy yo, escucho que una bala me pasa al lado de la cabeza. No me lastimó, pero me rozó la oreja y me desestabilizó. Me senté en el piso, lloriqueé un poco y pensé ‘¿Qué carajo hago acá?’. Pero volví a recomponerme.

Por la ventana veía a los terroristas. Se movían entre los árboles. Algunos estaban de ropa militar, otros con camisa a cuadros y vaquero.

Saravia nos volvió a arengar: ‘¡vamos, muchachos, vamos!’, gritaba. Bueno, me recuperé y volví a apuntar. En un momento gritan que había que ponerse el pañuelo blanco en el cuello, para diferenciarnos de ellos. Pero ahí ellos hacen lo mismo para generar confusión...

En un momento frenó el fuego. Los guerrilleros nos gritaron a los soldados conscriptos: ‘Ríndanse que con ustedes no es’. Y yo pensé: ‘Hijo de puta... ¿que me rinda? Si viniste a matarme’. Me daba bronca porque pedían que nos rindiéramos, mientras que yo sabía que tenían la orden de matar a todos, bajar la bandera argentina y subir la bandera del ERP. Se iban a llevar 20 toneladas de armas para Tucumán. Ellos, que eran los ‘jóvenes idealistas’, no fueron a hablarnos con la palabra, o con un libro. Seguimos disparando.

Pero justo nos tiraron una granada que se metió entre la cantina y la guardia, muy cerca de donde estaba. Voló a la mierda todo, las paredes y varios cajones de madera llenos de botellas de vidrio de Coca Cola. Algunos cajones cayeron encima mío y me quebré la pierna.

Pero el combate seguía. A esa altura ya habían pasado como 3 horas y pico de tiroteo. Justo en ese momento llegó la ayuda, se empezaron a oír a un grupo de hombres cantar. Eran los del regimiento de La Tablada, que venían por la avenida Pasco.

Eduardo Luis Chavanne, con su fusil asignado, a sus 21 años, cuando realizaba el servicio militarGentileza Eduardo Luis Chavanne

-¿Estaba en condiciones de seguir peleando?

-No, ya no. En un momento, los guerrilleros empezaron a replegarse. Pero el combate continuó, porque los pibes fueron a buscarlos. Cuando se liberó el área de la cantina, un sargento primero de La Tablada nos dijo que saliéramos. Pensó que éramos subversivos, pero Saravia se identificó y rápidamente nos dieron asistencia. Yo tenía la pierna quebrada pero no me daba cuenta. Hasta que intenté moverme: no podía caminar. Me llevaron a la comandancia. Después a algunos nos subieron a un helicóptero que nos trasladó al hospital aeronáutico. Allá me hicieron las primeras curaciones.

Ataque guerrillero al Batallón de Arsenales de Monte Chingolo || Télam Agencia de noticias

-¿Pudo comunicarse con su familia?

-No, para nada. Al otro día, mi viejo fue al regimiento a preguntar por mí. El 23 se había ido a dormir sin saber lo que había pasado. El guardia lo vio y cruzó los brazos de un lado para el otro, le hizo la seña de que yo no estaba ahí. Y mi papá se volvió a mi casa pensando que me habían matado. Recién unas horas después le informaron que yo estaba en el hospital.

-¿Cuánto tiempo permaneció internado?

-Un mes, porque estaba enyesado hasta la rodilla. Cuando me dieron el alta en el hospital, fui al batallón a que me dieran la baja. Vieron que estaba rengueando y me dieron un bastón. Luego me fui.

-¿Mató durante el enfrentamiento?

-Sí, maté. No me gusta hablar de eso... Pero si me lo preguntás, sí. Sí, maté. Uno no está preparado para eso. Ni para morir ni para matar. Pero no iba a dejar que me mataran. Llega un momento en el que uno prioriza su vida.

Un baño de sangre

Para el Ejército Revolucionario del Pueblo, la derrota en Monte Chingolo constituyó un golpe letal. Perdió a muchos combatientes: 62 guerrilleros murieron y 30 resultaron heridos. Mientras que en el Ejército y las fuerzas de seguridad tuvieron siete bajas: 2 oficiales, 1 suboficial, 1 marinero y 3 soldados conscriptos (Roberto Caballero, Manuel Benito Rúffolo y Raúl Fernando Sessa).

Hay un dato insoslayable: el ataque guerrillero ocurrió durante un gobierno constitucional. La presidente, elegida en las urnas, era María Estela Martínez de Perón. Recién tres meses después llegó el golpe militar. Y unos meses más adelante, en julio de 1976, Mario Roberto Santucho y el número dos de la organización, Benito Urteaga, fueron muertos en un enfrentamiento en Villa Martelli. El cuerpo de Santucho nunca fue localizado.



Frente de la unidad “Domingo Viejobueno” luego del ataque
Télam Agencia de noticias

-A lo largo de los años, distintas versiones señalaron que el Ejército estaba al tanto de los planes de ataque, y que esperó a los guerrilleros para abatirlos en el cuartel. ¿Cree que es cierto eso?

-Nosotros, los soldados, no sabíamos nada. Y creo que los suboficiales y los oficiales de menor rango, tampoco. La mitad de la compañía de seguridad estaba de franco. Si hubiésemos tenido indicios, ¿los hubiesen dejado ir? Es mentira que el Ejército estuviera preparado. Y es mentira que hubiese soldados del Ejército esperando, camuflados, detrás de las plantas. Lo único que había de diferente en el regimiento ese día fue que habían cavado una zanja detrás de las torres de transmisiones. Fuera de eso, el día había sido normal, como cualquiera. Todo lo que se dijo es mentira.

-¿Qué más se dijo?

-Que había gente de otros batallones esperando adentro, a modo de refuerzo, como si estuviéramos listos para lo que iba a pasar. Mentira. Y también desmiento que el coronel Eduardo Abud estuviera esperando arriba de una torre tanque con una ametralladora. Abud estaba lejos del lugar en el que entraron con el camión y los autos. Son mentiras que inventaron esos impresentables para quedar como víctimas, cuando fueron ellos los que fueron allí a matarnos, dicho sea de paso, en un gobierno constitucional y democrático.

-¿Cómo siguió su vida después de aquel día?

-Cuando me empezó a caer la ficha, hubo días en los que empezaba a sentir el tableteo de la ametralladora en la cabeza y me ponía en posición para tirar. Tenía pesadillas, estrés postraumático. Mi vida era mala. Yo estaba mal, estaba agresivo, decaído, pensaba mucho en Jorge Bufalari, una persona tan dulce, y en cómo lo habían herido... Por suerte no murió. Y me peleé con la chica con la que estaba saliendo, porque pensé que ella no merecía verme así.

Desde hace 34 años, Eduardo vive en Santa Clara del Mar, donde regenta una pyme de distribución de herramientas para ferreterías

-¿Se vio, en los años siguientes, con los otros conscriptos con los que compartió en ese batallón?

-No tanto. Hubo muchos que quedaron mal... Había uno que vivía en Mar del Plata y al que quise visitar, que se ponía mal si me veía, por los recuerdos que le traía hablar de eso. Un día su mamá me pidió que no lo visitara más. Y por supuesto que respeté ese pedido.

-¿Pudo cicatrizar la herida emocional?

-El tiempo curó algo, pero cada vez que se acerca la Navidad me angustio un poco.

-¿Hay algo que pueda ayudar a que usted y los otros soldados puedan convivir mejor con este recuerdo?

-Sí, con algunos conscriptos pedimos que nos permitan entrar al lugar en el que estaba el regimiento. Hoy el predio forma parte de un polo industrial. Muchas veces contactamos al polo, la última fue hace dos meses. Pedimos que nos dejen poner una garita en una esquina, a modo de homenaje, o una placa. Pero no lo conseguimos.