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sábado, 1 de febrero de 2025

Crisis del Beagle: La Navidad del 78 y la actividad de Samoré

Diciembre de 1978, una Navidad al borde de la guerra entre Chile y Argentina


Las dictaduras de Pinochet y Videla casi provocan un conflicto por el canal de Beagle que podría haber tenido alcance continental.

La Nueva Tribuna


Augusto Pinochet y Jorge Videla



 

Cuarenta y cinco años después de que Argentina y Chile estuvieran al borde de la guerra por unos islotes en el canal de Beagle, en el pequeño pueblo de pescadores de Puerto Almanza, del lado argentino del canal, todavía se pueden ver una serie de cañones abandonados, mudos testigos de un conflicto que estuvo a solo unas horas de desatarse, enfrentando a las dos dictaduras más espantosas del Cono Sur. Hoy, ese lugar es un punto turístico apreciado por las magníficas centollas que se pescan en el lugar. Y permite ver al otro lado del canal la pequeña localidad chilena de Puerto Williams. Un paisaje maravilloso, pero que 45 años atrás estuvo a punto de transformarse en un infierno.

Cañón abandonado en Puerto Almanza, del lado argentino del canal de Beagle. (Imagen: Gabriela Máximo)

Las 22.00 del día 22 de diciembre de 1978, un viernes, era el momento en que debería comenzar el ataque argentino a la isla Nueva, una de las tres en disputa con Chile, en la desembocadura del canal de Beagle -las otras dos son Picton y Lennox-, iniciando lo que el régimen militar de Argentina bautizó como Operación Soberanía. El conflicto llevó a la mayor movilización de tropas en la historia de ambos países. La cancillería argentina llegó a enviar telegramas secretos a sus embajadores en el que se les informaba que en 24 horas debían comunicar a los países respectivos que Argentina estaba en situación de guerra con Chile.

La flota argentina había partido horas antes, estando compuesta por un portaaviones, un crucero, cuatro destructores, dos corbetas y cuatro submarinos. Los esperaban tres cruceros, cuatro destructores, tres fragatas y tres submarinos chilenos, desplegados en el área de operaciones. Los chilenos que sintonizaban el día 19 el noticiario matinal de Radio Minería, escucharon cómo el canciller argentino decía que se había agotado el tiempo de las palabras y comenzaba el tiempo de la acción en las relaciones con Chile.

“Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas”, dijo el jefe de la Armada, José Toribio

El vicealmirante chileno Raúl López Silva, a cargo de la Escuadra Nacional de su país, había recibido un mensaje del almirante José Toribio Merino, jefe de la Armada y uno de los 4 miembros de la Junta Militar, afirmando: “Prepararse para iniciar acciones de guerra al amanecer, agresión inminente”. Horas después recibiría esta orden, escueta, de solo diez palabras: “Atacar y destruir cualquier buque enemigo en aguas territoriales chilenas”. El embajador de EEUU en Chile había entregado al canciller Cubillos fotografías satelitales mostrando el avance de tropas argentinas hacia Chile en todas las zonas de frontera, norte, centro y sur.

Un audio del comandante del destructor Portales, el capitán de navío Mariano Sepúlveda se conocería tiempo después: “Se estima que la escuadra argentina llegará al objetivo en las primeras horas de mañana 20. ¡Que cada uno de nosotros cumpla con su deber!”.

Las condiciones del mar eran absolutamente desfavorables, con olas gigantescas y una lluvia torrencial, que hacía imposible llevar a cabo la misión. El movimiento del mar impedía que los 15 aviones que llevaba el portaaviones argentino 25 de Mayo pudieran despegar. Por tanto el portaaviones debía ser custodiado por naves que pasaban de ofensivas a defensivas. Pero, además, acababan de dar fruto las negociaciones para que el Papa Juan Pablo II interviniera. Es por eso que a las 18.30 los buques argentinos recibieron la orden de cambiar de rumbo y regresar a sus bases. Faltaban solo tres horas y media para que se iniciara la Operación Soberanía, cuando los argentinos empezaban a dar la vuelta. El radiograma firmado por el general Roberto Viola ordenando suspender las acciones, informaba que se aceptaba la mediación papal “momentáneamente”. Un fallo en el sistema de comunicación hizo que las unidades que debían invadir por tierra territorio chileno desde la provincia de Neuquén, no recibieran el mensaje y a las 20.00 tropas de la X Brigada de Infantería penetraron en territorio enemigo. Hubo que enviar helicópteros para parar esta incursión.

“En una misa con un capellán nos dieron la extremaunción y nos repartieron las chapas de identificación para nuestros futuros cadáveres, con grupo sanguíneo, y a la vez firmamos un testamento para nuestras familias”, le dijo años después a la BBC Marcelo Jorge Kalen, entonces un soldado argentino de 19 años, comando paracaidista. 

Para Chile no era una novedad ir a la guerra con alguno de sus vecinos por conflictos limítrofes, pero con Argentina no se había llegado a un enfrentamiento armado

Para Chile no era novedad ir a la guerra con alguno de sus vecinos por conflictos limítrofes. Entre 1879 y 1883, libró la Guerra del Pacífico. Y entre 1836 y 1839, se enfrentó a la Confederación Peruano-Boliviana. Pero con Argentina, a pesar de los numerosos litigios fronterizos no se había llegado a un enfrentamiento armado.

A esta situación de 1978 se llegó después de que Argentina no acató la resolución adoptada por una Corte formada por juristas internacionales, bajo el arbitrio de la Corona Británica, que declarara las islas territorio chileno. Los dos países se habían sometido voluntariamente al arbitraje, pero el gobierno militar argentino declaró el fallo “insanablemente nulo”.

A partir de ahí Argentina comenzó a prepararse para la guerra. En el centro de control aeronáutico situado en el cerro Renca, cerca de Santiago, empezaron a detectar cazas argentinos entrando a territorio de Chile. Los aviones se retiraban en cuanto los chilenos despegaban para interceptarlos.


Cañón abandonado. (Imagen: Gabriela Máximo)

A lo largo del mes de noviembre de este 1978, Argentina convocó a los soldados que habían concluido el año anterior el servicio militar, para sumarse a los que todavía estaban prestando servicio y en diciembre hubo una concentración inédita de tropas en el sur y en toda la frontera con Chile. Junto a la movilización, hubo ejercicios de oscurecimiento en ciudades como Mendoza, próxima a la frontera, y también en Buenos Aires. Una ruta de la provincia de San Juan, fronteriza con Chile, fue ensanchada para permitir el aterrizaje de aviones. Hubo algunos comandos de ambos países que se infiltraron en territorio enemigo, llegando a producirse tiroteo. Un capitán argentino fue detenido en la ciudad chilena de Puerto Natales. Buques argentinos ingresaban a aguas que los chilenos consideraban suyas, maniobras que eran interpretadas por Chile como intentos de provocar incidente.

La mayor parte de la prensa argentina contribuyó al clima bélico. Numerosos ciudadanos chilenos fueron detenidos y deportados, sobre todo en Trelew y Comodoro Rivadavia. Había 350.000 chilenos viviendo en la Patagonia argentina y 200.000 en otras ciudades. Turistas del país vecino fueron hostilizados.

La Operación Soberanía contemplaba que los argentinos invadirían las islas en disputa, al tiempo que 15.000 efectivos y 200 tanques del V Cuerpo del Ejército cruzarían la frontera para apoderarse de Puerto Natales y de ahí seguir hacia Punta Arenas. Unos 1.500 paracaidistas debían saltar sobre Punta Arenas y otros tantos sobre las islas en conflicto. Efectivos del III Cuerpo, al mando del general Luciano Benjamín Menéndez, ingresarían a Chile a la altura de Temuco, Valdivia y Puerto Montt, para llegar a Valparaíso, el principal puerto del país. Y en el norte, al frente de los hombres del I Cuerpo de Ejército, estaba preparado para intervenir el general Leopoldo Fortunato Galtieri –el mismo que cuatro años más tarde, como jefe de la Junta Militar, desataría la guerra de las Malvinas.

“Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico”, aseguró el general Luciano Benjamín Menéndez

Los argentinos se jactaban de que iba a ser un paseo. Tenían una importante superioridad aérea, con varias bases cerca de la cordillera, con lo que podían ingresar a territorio chileno en cuestión de minutos. El general Luciano Benjamín Menéndez, el principal promotor de la guerra, soñaba con desfilar por las calles de Santiago e hizo varias declaraciones incendiarias, como que el brindis de fin de año lo harían en el Palacio de La Moneda “y después iremos a orinar el champagne en el Pacífico”. A los 40 años del conflicto, el general Martín Balza dijo, en un artículo en Infobae, que la frase de Menéndez fue todavía más brutal: “Cruzaremos los Andes, les comeremos las gallinas, violaremos a las mujeres y orinaré en el Pacífico”, habría dicho el comandante.

Los chilenos fueron mucho más discretos. En Chile también se movilizaron tropas, pero de noche, para no alarmar a la población. Los medios chilenos, contrariamente a lo que sucedía en Argentina, mantenían la reserva. El general Fernando Matthei, miembro de la Junta, diría años más tarde: “Decidimos mantener la boca cerrada, cuidar nuestro lenguaje, no hacer declaraciones altisonantes, patrioteras ni chauvinistas”. El entonces canciller, Hernán Cubillos, diría  dos décadas después que “estaba seguro que tras una prolongada guerra, las fuerzas chilenas llegarían a invadir Buenos Aires”.

El propio dictador Augusto Pinochet, que asumió personalmente el manejo del conflicto, le dijo a la periodista María Eugenia Oyarzún que el ejército chileno tuvo 10.000 hombres dispuestos a llegar hasta la ciudad argentina de Bahía Blanca -poco más de 600 kilómetros al sur de Buenos Aires- y desde ahí cortar todos los pasos hacia el sur, dividiendo a la Argentina en dos. Reconoció que un triunfo militar sobre Argentina habría sido muy difícil: “Se habría tratado de una guerra de montonera, matando todos los días, fusilando gente, tanto por parte de los argentinos como por la nuestra”.

Si la guerra hubiera estallado, se habría podido convertir en un conflicto a nivel continental con costos altísimos para los dos países. Según el periodista argentino Bruno Passarelli, autor de El delirio armado (Sudamericana, 1998). El embajador norteamericano en Buenos Aires, Raúl Castro, le advirtió al general argentino Carlos Suárez Mason: “No va a ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una guerra total en la que los muertos de ambas partes, solo en la primera semana, se ha calculado que serán unos 20.000”.

Los chilenos temían que la ocasión fuera aprovechada por los vecinos Bolivia y Perú, con los cuales tenían viejas pendencias limítrofes. Es lo que en la jerga militar se conocía como HV3, Hipótesis Vecinal 3, conflicto armado con los tres vecinos, de manera simultánea. El 17 de marzo de 1978 el dictador boliviano Hugo Banzer había roto relaciones diplomáticas con Chile, iniciando una ofensiva en la ONU y la OEA a favor de una salida al mar para su país. En octubre de ese mismo año, el dictador argentino Jorge Videla se reunió con el general Pereda, que acababa de derrocar a Banzer y firmaron un comunicado apoyando el pedido de salida al mar de Bolivia, así como la soberanía argentina en el Atlántico Sur, incluyendo Malvinas y el Beagle.

En Perú, el gobierno militar encabezado por el nacionalista de izquierda Juan Velasco Alvarado, que había mantenido buenas relaciones con el gobierno socialista chileno de Salvador Allende, se venía preparando para el conflicto con Chile para recuperar Arica, y tenía armamento soviético que lo colocaba en una situación favorable, frente al embargo de armas que venía sufriendo la dictadura de Chile desde 1976. Pero a esta altura Velasco estaba ya muy enfermo y su sucesor, el general Francisco Morales Bermúdez dio un golpe de timón al centro.

“La situación en la base de Punta Arenas era una verdadera pesadilla. Los aviones estaban a la intemperie y sin protección de ninguna especie", reconoció años más tarde el general chileno Matthei

En 1978, Chile tenía una población de 11,1 millones de habitantes y Argentina de 26,4. La economía argentina era cuatro veces la chilena. El gasto militar era de 750 dólares por habitante en Chile y 1.600 en Argentina. El general Matthei reconocería años más tarde que la Fuerza Aérea chilena no estaba preparada para la guerra, con los pocos efectivos disponibles concentrados en el norte, ante la perspectiva de la guerra con Perú. “La situación en la base de Punta Arenas era una verdadera pesadilla (…) Los aviones estaban a la intemperie y sin protección de ninguna especie, de manera que cualquier aparato argentino podía verlos y ametrallarlos. Pero esto no quiere decir que el resultado de la guerra estaba decidido".

Ese 1978, los militares argentinos vivían un momento de euforia. La selección de fútbol que dirigía César Luis Menotti -con Kempes, Passarella, Alonso, Ardiles y Bertoni entre sus jugadores más destacados- acababa de ganar el mundial celebrado en el propio país, apenas se hablaba de la represión y los desaparecidos y la condena internacional no era tan unánime.

En Chile, el régimen estaba con tensiones internas. Pinochet convocó un referéndum en enero para conseguir un respaldo a su persona, tras las sucesivas condenas de la comunidad internacional por violaciones a los derechos humanos. La presión de los EE.UU. por el asesinato en Washington de Orlando Letelier se hizo insoportable. El hallazgo de restos de campesinos enterrados clandestinamente en una mina de cal en Lonquén, desmentía la teoría oficial que negaba la existencia de desaparecidos. Y el general Gustavo Leigh, que venía siendo cada vez más crítico con Pinochet y sus planes políticos y económicos, acabó perdiendo el pulso que mantenía con Pinochet y fue expulsado de la Junta. Eso tuvo como consecuencia que Pinochet afianzara su posición, concentrando todo el poder en su persona, cosa que no sucedía en Argentina, con Videla teniendo que lidiar con el resto de la Junta y con unas FF.AA. divididas entre “blandos” y “duros”.  

LA MEDIACIÓN DEL VATICANO

El último esfuerzo diplomático para evitar la guerra lo hizo Chile. El 12 de diciembre, el canciller Hernán Cubillos viajó a Buenos Aires para entrevistarse con su homólogo argentino, Washington Pastor. Ambos llegaron al acuerdo de solicitar la mediación papal, pero horas más tarde el acuerdo fue desconocido por la Junta argentina. Inmediatamente después de este encuentro hubo una reunión de la cúpula militar argentina en el edificio Cóndor, con la ausencia de Videla y del canciller, donde se le puso fecha y hora a la guerra: 22 de diciembre a las 22.00. Durante diez prevaleció la lógica de la guerra, pero el sector más duro de los militares argentinos terminaron por aceptar la mediación papal.


Antonio Samoré.

El papel de la Iglesia de ambos países y del Vaticano fue decisivo. Juan Pablo II había llegado al papado en agosto de 1978. El nuncio en Buenos Aires, Pío Laghi le informó inmediatamente de los planes de guerra de los militares argentinos. Juan Pablo II recibiría en secreto al cardenal Raúl Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal, que le dijo que Videla solo estaba dispuesto a detener la guerra si el papa intervenía personalmente. Antes, cuando asumió el papado Juan Pablo I, que murió el 28 de septiembre de ese año tras menos de un mes en el cargo, el cardenal chileno Raúl Silva Henríquez también le pidió su mediación. En la ceremonia en la que todos los cardenales saludaban al nuevo papa, el chileno estuvo largo rato arrodillado besándole el anillo, y pidiéndole su intervención. Juan Pablo I llegó a mandar una carta a los dos gobiernos pidiendo la paz.

Tras conseguir parar la máquina de la guerra, el papa envió al cardenal Antonio Samoré para que mediase el acuerdo. El italiano tendría por delante un arduo trabajo. Argentina llegó a plantear reclamaciones sobre diez islas. “En la larga historia de los conflictos y controversias limítrofes era la primera vez que un país reclamaba, como soberano, un lugar donde jamás había puesto un pie”, le dijo Samoré al obispo argentino Justo Laguna. La mediación ya llevaba tres años cuando Argentina inició la guerra de Malvinas contra el Reino Unido. La falta de acuerdos llevó a Samoré a decir que “no aguantaba más”, amenazando con su renuncia. El proceso solo se destrabó cuando Argentina recuperó la democracia, en 1983. Pero Samoré no llega a verlo, porque murió el 4 de febrero de ese año.

POR FIN, UN ACUERDO

La decisión fue que las tres islas del Beagle quedarían para Chile, pero Argentina lograba el reconocimiento de una gran zona marítima y se mantenía el principio del Atlántico para Argentina y el Pacífico para Chile. Raúl Alfonsín, el primer presidente argentino tras el fin de la dictadura, decidió darle mayor fuerza al acuerdo celebrando un referéndum no vinculante, que fue respaldado por el 81,13 % de los votantes, con 17,24 % de votos negativos. Hubo una participación del 70,17 %, pese a que no era una consulta de participación obligatoria.


HISTORIA DIPLOMÁTICA DEL CONFLICTO
Las diferencias entre Argentina y Chile por los límites en el Beagle pudieron ser  solucionadas por los distintos tratados que firmaron ambos países a lo largo de más de un siglo. En 1826 y 1855 se comprometieron a respetar los territorios que ambas naciones tenían antes de su emancipación. Chile estableció en su Constitución que el país abarcaba desde los Andes hasta el Pacífico y desde el desierto de Atacama hasta el Cabo de Hornos. Pero la cordillera no llega hasta el Cabo de Hornos, se desplaza hacia el Pacífico a la altura de la provincia argentina de Santa Cruz y acaba sumergiéndose bajo el océano cerca del Estrecho de Magallanes. Para la Tierra del Fuego sería necesario trazar una frontera relativamente arbitraria.

En el libro de Alberto R. Jordán, El Proceso, se afirma que en 1843 Chile comienza su expansión hacia el este con la fundación de un fuerte en pleno Estrecho de Magallanes, que después dará lugar a la ciudad de Punta Arenas: “A pesar de las protestas argentinas, esta expansión prosigue en los años siguientes y se cristaliza, ya a fines de la década de 1870, en una suerte de colonización de nuestra actual provincia de Santa Cruz. Desde allí Chile lanza expediciones y captura buques extranjeros que navegan por el Atlántico, indicando así, con hechos concretos, que no pensaba limitar su soberanía a la estrecha franja comprendida desde los Andes hasta el Pacífico”. Una circunstancia favoreció en esos años a Argentina: la decisión chilena de despojar a Bolivia de su salida al mar obligó a los chilenos a retirarse de la Patagonia, ante la imposibilidad de mantener abiertos dos frentes de guerra.

En 1876 se empezó a gestar el Tratado General de Límites en el que Chile sugirió dividir la Patagonia por el paralelo 45º, a la altura de la provincia argentina de Chubut: todas las tierras situadas al sur serían chilenas. Propuesta rechazada por Argentina, que sostuvo que el límite de los Andes debía seguirse hasta donde fuera posible y que en la Tierra del Fuego debía seguirse una línea más o menos vertical. Se impuso la propuesta del entonces ministro argentino de Relaciones Exteriores Bernardo de Irigoyen, reservando la Patagonia para Argentina, reconociendo a Chile el derecho sobre la vía que comunica los dos océanos y repartiendo en partes iguales la Isla Grande de la Tierra de Fuego. Pero las islas e islotes al sur quedaron sujetos a interpretaciones opuestas.

En 1902, durante el gobierno del general Julio Argentino Roca, se acordó que los pleitos serían sometidos a la corona británica. Posteriormente Argentina consideró que el país europeo no era un árbitro adecuado, teniendo en cuenta el factor Malvinas.

En 1971 ambos países vuelven a someterse al arbitraje británico. En Chile esta Allende en la presidencia, mientras en Argentina el presidente de facto era el general Alejandro Agustín Lanusse. El arbitraje británico era puramente formal. La soberana, Isabel II, se limitaba a recibir el fallo de los cinco jueces de diversas nacionalidades de tres continentes - Estados Unidos, Francia, Nigeria, Reino Unido y Suecia- entregando al final la decisión a las partes, sin ninguna intervención en el contenido. 

El 18 de febrero de 1977 la Corte emitió su dictamen y la soberana británica lo entregó a Chile y Argentina el 2 de mayo. El fallo recogió la tesis argentina de que el Canal de Beagle, entre la Isla Novarina y la Tierra de Fuego, debía ser dividida por su línea media, contra la pretensión de Chile de que se le reconociese la posesión total del canal, desde una orilla a la otra, en lo que se denominó la “costa seca”. Pero el laudo otorgaba a Chile la posesión total de las tres islas en disputa.

El fallo no aplacó las declaraciones hostiles de los argentinos. El almirante Massera, jefe de la Armada y miembro de la Junta Militar, exhortó a los infantes de Marina en Tierra del Fuego el 22 de febrero de 1978: “Todo el país está mirando hacia el Sur, seguro de que el gobierno de las Fuerzas Armadas no va a canjear la honra y los bienes de los argentinos por el decorativo elogio de aquellos que enmarcan su debilidad o sus intereses con falaces apelaciones a la paz. Amamos la paz, pero la paz deja de ser un valor moral cuando su precio es la justicia y el derecho. La Argentina de hoy, unida como nunca, sabe que sus Fuerzas Armadas no permitirán que la buena fe sea malversada. Como las unidades del Ejército y de la Fuerza Aérea, todos los componentes del poder naval están listos para cumplir con el mandato de un pueblo que no admite más tergiversaciones. Que nadie lo olvide, se está agotando el tiempo de las palabras”.

Los dictadores de ambos países, Videla y Pinochet, se reunieron dos veces a comienzos de 1978. Primero en Plumerillo (Mendoza, Argentina), en un encuentro que duró 12 horas, el 19 de enero; y el 19 de febrero en Puerto Montt (Chile), durante 13 horas. El general Matthei, comandante de la Fuerza Aérea chilena, recordó la primera reunión como inútil: “Pinochet se encerró durante varias horas con el general Videla, mientras nosotros nos reuníamos con nuestros colegas a discutir diferentes propuestas. En realidad, sentí que tanto ellos como nosotros estábamos haciendo el gesto de juntarnos a conversar, pero que nadie creía que de esa reunión pudiera salir algo realmente útil. Simplemente, las posiciones no coincidían. A mi juicio, esta cita -al igual que la posterior efectuada en Puerto Montt, formó parte de una partitura operática [sic] en que las partes actuaron según su propio libreto, pero a nadie le importaba un rábano lo que se decía”.

Pinochet y Videla

El 25 de enero Argentina declaró el laudo “insanablemente nulo”, considerando que transgredía derechos e intereses permanentes argentinos que jamás habían sido sometidos a arbitraje. De acuerdo a la interpretación argentina, su gobierno no estaba obligado a admitir los términos del fallo. El canciller Oscar Montes, argumentó: “La Argentina, asistida por destacados internacionalistas, ha encontrado en el laudo errores de derecho que son inaceptables. No se trata de una posición caprichosa de un  mal perdedor”. Apuntó también errores históricos y geográficos, “como, por ejemplo, cuando se determina que el océano Atlántico llega hasta la Isla de los Estados y no hasta el cabo de Hornos”.

La reacción argentina fue considerada una “salvajada jurídica” por los chilenos. Y Argentina rompía una tradición jurídica de respeto a los fallos de aquellos árbitros internacionales a los que se había sometido voluntariamente para dirimir anteriores conflictos. Pablo Lacoste, profesor en universidades chilenas y argentinas, observó: “Esta tradición comenzó en la década de 1870: después de la Guerra de la Triple Alianza, la clase dirigente argentina tomó la decisión de renunciar al uso de la fuerza y, en su lugar, emplear mecanismos políticos de solución de controversias para solucionar los temas de límites pendientes con sus vecinos (…) En 1876, en el caso del Chaco Boreal, el presidente de EE.UU. falló a favor de Paraguay y Argentina lo aceptó; en 1895, en el litigio por las Misiones Orientales, el presidente de los EE.UU. falló a favor de Brasil, y la Argentina lo aceptó; en 1899, 1902 y 1966 se produjeron tres fallos arbitrales referentes a la frontera con Chile y la Argentina los volvió a aceptar. Con estas decisiones, Argentina evitó nuevas guerras, mantuvo más de un siglo de paz y construyó una sólida tradición pacifista en su política exterior”.

La segunda reunión entre los dictadores se produjo después de conocerse el fallo británico. Pinochet sorprendió a los argentinos con un discurso que dejó a Videla fuera de juego y sin respuesta: “Ha quedado taxativamente establecido que las negociaciones no configuran modificación alguna de las posiciones que las partes sostienen con respecto al laudo arbitral en la región. Mi gobierno ratificó en forma oficial y pública que, de acuerdo a los compromisos previstos, la delimitación de las jurisdicciones quedó refrendada en forma definitiva en la sentencia de Su Majestad Británica. Por tanto, las negociaciones a realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo reconoció para Chile”.

Las palabras de Pinochet causaron “desagrado y sorpresa” en la Argentina, según escribió entonces el diario La Nación. Videla respondió con un discurso de circunstancias que cayó mal a los halcones de Buenos Aires. En el libro Disposición Final, Videla le dice al periodista Ceferino Reato: “Pinochet me planteó un problema. ¿Qué hacer? ¿Retirarme al frente de mi delegación y romper la posibilidad de una negociación que, más allá de ese discurso inesperado (de Pinochet) había quedado plasmada en el documento firmado? Opté por una respuesta de circunstancia sobre la hermandad entre ambos países, la complementariedad comercial... Me pareció lo mejor, no quise romper todo. La comisión que me acompañaba se enojó conmigo, consideró ese discurso como una aflojada. En la Argentina también cayó muy mal, los comandantes se sintieron todos halcones”.

JMG

 

martes, 15 de octubre de 2024

Medioevo: Güelfos y gibelinos en los reinos italianos

Güelfos y gibelinos

Weapons and Warfare



Batalla de Benevento: Carlos I derrota al hijo de Federico II, Manfredo, en 1266, para asegurar Sicilia y poner fin al dominio italiano de los Hohenstaufen. La importancia de esta victoria para los angevinos encuentra testimonio en esta pintura, realizada casi 200 años después.


Italia fue testigo de una creciente oposición entre emperadores y papas en los siglos XII y XIII. Los estados del norte se unieron en la Liga Lombard, y el foco cambió hacia el sur después del levantamiento de las “Vísperas Sicilianas”. Los güelfos y los gibelinos, dos alianzas fluctuantes, libraron estas guerras.

La creación del Sacro Imperio Romano Germánico de la Nación Alemana resolvió claramente algunas cuestiones políticas e institucionales y fue un golpe maestro. Sin embargo, esta nueva unión propició luchas de poder y las tensiones no tardaron en manifestarse. La dinastía Hohenstaufen en Alemania llegó al poder en 1138 con el emperador Conrado III decidido a evitar que se repitieran las humillaciones que sufrió su predecesor, Enrique IV. En 1155, el Papa Adriano IV nombró emperador a Federico I (“Barbarroja”). Después de varias incursiones en el norte de Italia, eligió representantes de la región para una asamblea, la Dieta de Roncaglia (1158).

Victoria en Legnano

En Italia, ciudades prominentes como Piacenza, Milán, Padua, Venecia y Bolonia intentaban escapar de los intrusivos obispos locales. Encontraron un aliado en el Papa, ya que los obispos eran nombrados por el emperador, no por Roma. Federico dio aviso de la forma insensible con la que pretendía gobernar cuando lanzó una invasión, capturando Crema en 1159 y Milán en 1162. Cuando los hombres de Federico jugaron al fútbol con cabezas cortadas en Crema, el pueblo respondió matando a los soldados capturados. El Papa Alejandro III se indignó y envió el ejército de la Comuna de Roma, pero fue gravemente mutilado en Monte Porzio en 1167. Frustrado, el Papa dio su apoyo a las ciudades cuando formaron una alianza defensiva, la Liga Lombarda.

En 1174, las fuerzas de Federico volvieron a invadir los Alpes y sitiaron Alessandria. Su gente luchó frenéticamente: incluso cuando los zapadores imperiales se abrieron paso bajo las murallas de la ciudad, rechazaron a los atacantes. El asedio finalmente terminó y la Liga Lombard salió victoriosa.

Las negociaciones de paz comenzaron pero fracasaron en 1176. Se entabló batalla en Legnano. El ejército de Federico tenía más de 4.000 caballeros con armadura; la de la Liga Lombarda estaba compuesta principalmente por soldados de infantería. Sus aproximadamente 1.000 caballeros eran superados en número: cuando la caballería imperial cargó, huyeron. Sin embargo, la infantería se había atrincherado detrás de las defensas, formando una falange alrededor del carroccio (carro de bueyes). Presentaron sus largas lanzas como picas y se mantuvieron firmes; detrás, ballesteros y arqueros desgastaban al enemigo. La caballería lombarda ahora se reagrupó, antes de volver a cargar para derrotar al emperador.

Güelfos y gibelinos

Federico tuvo que soportar la humillación de firmar la Paz de Venecia, un tratado con la Liga Lombardo que había sido negociado por el Papa, pero la tensión entre las dos partes continuó. La situación empeoró por el hecho de que algunos italianos apoyaban a los emperadores: las ciudades y los terratenientes del centro de Italia estaban más preocupados por la interferencia del papado en sus asuntos que por cualquier invasión del emperador del norte. Este grupo se reunió como los “gibelinos” (se supone que el nombre era una corrupción de Waiblingen, el título de una famosa fortaleza de los Hohenstaufen), y eran firmes partidarios del emperador. El partido papal se bautizó como “Guelfos” y tomó su nombre de la oposición Hohenstaufen, la Casa Bávara de Welf. El conflicto entre las dos facciones continuó durante el resto del siglo XII y hasta bien entrado el XIII. En la década de 1230, la Liga Lombarda (ahora parte de la facción Guelph) sufrió derrotas a manos de Federico II. El más grave se produjo en 1237 en Cortenuova. Se consiguió una victoria segura después de que el nuevo emperador trajera 8.000 arqueros musulmanes desde Apulia, en el “dedo del pie” sur de Italia, una región donde la influencia árabe todavía era fuerte.

Las vísperas sicilianas

En 1262 el Papa Urbano IV confirió el trono de Nápoles y Sicilia a Carlos de Anjou. Esto fue muy provocativo, dada la afirmación contraria de Manfredo de Sicilia, que estaba relacionado por matrimonio con la familia Hohenstaufen. Aun así, Carlos hizo cumplir su caso y derrotó al ejército de Manfredo en

 Benevento en 1266. El propio Manfredo murió en la lucha.

Carlos no convenció a los sicilianos de su derecho a gobernar. En las Vísperas (el servicio vespertino) en la Iglesia del Espíritu Santo de Palermo el lunes de Pascua de 1282, este resentimiento estalló en disturbios. En las semanas siguientes, cientos de personas asociadas con los angevinos (la Casa de Anjou) fueron asesinadas. Carlos tomó medidas enérgicas y el heredero de Manfredo (en virtud de su relación matrimonial), Pedro III de Aragón, entró en el conflicto del lado de los sicilianos. Desembarcó con un ejército en Sicilia y se hizo coronar en Palermo. Lo que había sido una insurrección local pronto se convirtió en una guerra en toda regla y se extendió al territorio continental del sur de Italia. Mientras sus ejércitos se enfrentaban, el Papa aumentó el caos al excomulgar a Pedro e invitar a Felipe III de Francia y a su hijo, Carlos de Valois, a invadir su reino en la “Cruzada Aragonesa”.

Batallas en el mar

Felipe y Carlos esperaban encontrar aliados en una nobleza que ya se sabía que estaba en desacuerdo con su rey, Pedro III. Sin embargo, al final se derrotó una invasión francesa a gran escala y el pueblo se levantó en apoyo de Pedro y sus señores. Los franceses también fueron detenidos en el mar, con Pedro III con una inmensa ventaja: Roger di Lauria al mando de su flota.

El apuesto almirante di Lauria ya había demostrado su valía, obteniendo una gran victoria sobre los angevinos en la batalla de Malta el 8 de julio de 1283. Ahora su victoria en la batalla de Les Formigues, frente a la costa de Cataluña en 1285, fue considerada como un revés decisivo para la cruzada. El almirante era disciplinado y atrevido, y podía confiar en que los capitanes de sus galeras romperían la formación, fingirían huir y sacarían de posición a los barcos enemigos sabiendo que se les podría ordenar que volvieran al orden en cualquier momento.

Pero cuando, tras la muerte de Pedro en 1285, el Papa Urbano IV intentó devolver Sicilia a los angevinos, el conflicto estalló de nuevo. Mientras Jacobo, el mayor de los hijos supervivientes de Pedro, estaba feliz de aceptar los términos, el menor, Federico III, se preparaba para luchar. El almirante de su padre volvió a ser decisivo. Luchando ahora por James, a favor del tratado, Roger di Lauria derrotó a la flota de Federico en la batalla del Cabo Orlando en 1299, y luego nuevamente en Ponza, el 14 de junio de 1300.







sábado, 28 de enero de 2023

SGM: El intento de secuestro del Papa

Secuestrar al Papa





 

El general de las SS Karl Wolff, a la izquierda, con Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich.


El general Wolff se indignó, me dijo, cuando sonó el teléfono en su alojamiento en el cuartel general de Hitler, la Guarida del Lobo (Wolfsschanze), como la llamaban, cerca de Rastenburg en Prusia Oriental. Era la madrugada del 13 de septiembre de 1943. ¿Quién lo despertaría a esa hora? Una voz familiar le hizo saber. Su jefe, el jefe de las SS Heinrich Himmler, gritó por teléfono que el Führer quería verlo con urgencia.

Wolff sospechaba por qué; Himmler le había avisado con antelación en secreto. El 10 de septiembre, las tropas alemanas entraron en Roma, culminando el cómico esfuerzo del rey y Badoglio por separarse del Eje y unirse a los Aliados. Todo había cambiado desde el 25 de julio, cuando Mussolini fue derrocado del poder y escondido en una estación de esquí en los Apeninos, a unas cien millas de Roma.

La inteligencia alemana había descubierto el lugar y el 12 de septiembre los paracaidistas alemanes se lo llevaron; dos días después fue trasladado en avión a la sede del Führer. Después de un cálido saludo, Hitler prometió restaurarlo en el poder, en una nueva república que comprendiera la mayor parte del norte de Italia.

Wolff sabía que el Führer estaba furioso por el derrocamiento del Duce semanas antes y que todavía ansiaba vengarse de los que creía principales responsables, incluido el Papa Pío XII, aunque no había pruebas de su participación. Sabía, también, que Hitler tenía la intención de enviarlo a él, Karl Wolff, a Italia para asegurarse de que el dictador liberado siguiera siendo un títere leal y que la “chusma” izquierdista no tomara las calles de Roma y otras ciudades italianas ocupadas.

Himmler había insinuado que Hitler también tenía en mente una misión especial secreta para él, y eso, supuso Wolff, era de lo que el Führer quería hablar con él. Era comprensible que su ídolo quisiera verlo, pero ¿por qué tan temprano? Después de todo, se estaba recuperando de una enfermedad grave.

Ahora, el día que Mussolini debía llegar, Wolff se vistió rápidamente y luego se abrió paso a través de un nido de abetos que ocultaba parcialmente el búnker de Hitler. Fue recibido en la oficina del Führer por una figura que, aunque cordial, temblaba de impaciencia. Según las notas que Wolff tomó durante y después de la reunión, Hitler, después de fulminar al rey “traicionero” y al papa y discutir el nuevo trabajo del general en Italia, le dio a Wolff una orden:

“Tengo una misión especial para ti, Wolff. Será su deber no discutirlo con nadie antes de que yo le dé permiso para hacerlo. Solo el Reichsführer [Himmler] lo sabe. ¿Lo entiendes?" "Por supuesto, mi Führer".

“Quiero que usted y sus tropas”, prosiguió Hitler, “ocupen la Ciudad del Vaticano lo antes posible, aseguren sus archivos y tesoros artísticos, y lleven al Papa y la curia al norte. No quiero que caiga en manos de los Aliados ni que esté bajo su presión e influencia política. El Vaticano ya es un nido de espías y un centro de propaganda antinacionalsocialista.

“Haré arreglos para que el Papa sea llevado a Alemania o al Liechtenstein neutral, dependiendo de los acontecimientos políticos y militares. ¿Cuándo es lo más pronto que crees que podrás cumplir esta misión?

Atónito, Wolff respondió que no podía ofrecer un cronograma en firme porque la operación llevaría tiempo. Debe transferir unidades adicionales de las SS y la policía a Italia, incluidas algunas del sur del Tirol. Y para asegurar los archivos y los preciosos tesoros artísticos, tendría que encontrar traductores bien versados ​​en latín y griego, así como en italiano y otros idiomas modernos. Lo más temprano que podría comenzar la operación, concluyó Wolff, sería en cuatro a seis semanas.

Los ojos de Hitler se clavaron más profundamente en los de Wolff. El secuestro tenía que tener lugar mientras los alemanes todavía ocupaban Roma, y ​​podrían verse obligados a marcharse en breve.

"Eso es demasiado tiempo para mí", gruñó Hitler. "Apresure los preparativos más importantes e infórmeme sobre los desarrollos aproximadamente cada dos semanas".

Wolff estuvo de acuerdo y partió en un estado de confusión. Hasta ahora, habría cometido voluntariamente y con orgullo casi cualquier acto para el Führer, pero ¿secuestrar al Papa? ¡Locura! Eso podría poner a toda Italia y a todo el mundo católico en contra de Alemania.

El general se preparó con aprensión para partir hacia la ciudad de Fasano, en el norte de Italia, a la sombra de los Alpes, extendida a lo largo de las orillas del lago de Garda, al sureste de la vecina Salò. Ahí es donde el Duce establecería un gobierno de grupa. Ser su niñera política no encajaba exactamente en el plan de carrera de Wolff. Sin embargo, confiaba en poder convertir lo que parecía un contratiempo en un triunfo. Y si tuviera que hacerlo, traicionaría al Führer.

Wolff sabía que Hitler confiaba en él por completo, en parte porque Himmler lo había recomendado mucho para la tarea. Además, las credenciales antisemitas del general parecían doradas. Después de todo, había sido el ayudante principal de Himmler y no había eludido su responsabilidad de ayudar a su jefe en la tarea emocionalmente agotadora pero necesaria de tratar con los judíos.

Wolff era tan valorado que se le otorgó el título único de "Líder más alto de las SS y la policía" (Hochster SS und Polizeiführer), colocándolo justo debajo de Himmler en la jerarquía de las SS y al mismo nivel que Ernst Kaltenbrunner, jefe de la oficina de seguridad del Reich. . El general parecía el hombre adecuado para controlar a Mussolini, quien seguramente buscaría una mayor independencia que la que permitía la política nazi.

El Führer estaba especialmente irritado por lo que había sido la creciente renuencia del Duce a tomar medidas enérgicas contra los judíos. Cuando el Ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribbentrop lo visitó en Roma varios meses antes de su derrocamiento del poder, Mussolini se negó audazmente a discutir el “problema judío” con él. Tampoco apoyaría las acciones de las SS tomadas contra los judíos en Italia o en la zona de Francia ocupada por los italianos.

La reacción inicial de Wolff ante la contundente orden de secuestro de Hitler fue pensar en una forma de evitar llevarla a cabo. Estaba preocupado no solo por la reacción violenta de los italianos ante tal operación, sino también por su reputación.

Aunque Wolff no parecía preocupado de que su nombre estuviera relacionado con la deportación y muerte de millones de judíos, temía la perspectiva de ser asociado para la posteridad con el secuestro del Papa y posiblemente con su asesinato.

Wolff había abandonado su religión protestante después de unirse a las SS, sintiendo que el Partido Nazi era un buen sustituto, al menos si deseaba llegar a la cima. Y sabía poco más sobre el catolicismo que lo que había aprendido de los desvaríos anti-Iglesia de Himmler. Pero adoraba el poder, y el Papa Pío XII, como Adolf Hitler, fue uno de los líderes más poderosos del mundo, con la capacidad de capturar las almas de las personas y moldear sus mentes. Los dos hombres eran para el general calculador como dioses terrenales. Y ahora uno de ellos le ordenó destruir al otro.

Aún así, su misión podría serle útil, si pudiera sabotearla y ganarse la gratitud del Papa. De hecho, es útil si sucede lo peor y Alemania pierde la guerra. Una bendición de Su Santidad por haberle salvado la vida tal vez podría salvar la suya propia. Habiendo alcanzado una alta posición en un mundo criminal sin consideración por la vida humana, Wolff había comenzado a sentir que solo los supremamente oportunistas podrían al final escapar de la responsabilidad en manos de un enemigo vengativo. ¿Y cuántos estaban más necesitados de una oportunidad para engañar a la soga que el ayudante principal del practicante de genocidio más notorio de la historia? Ahora, en su misión especial de secuestrar al Papa, percibió una oportunidad única.

Wolff intentaría retrasar, o incluso sabotear, el plan de secuestro. Pero tendría que caminar por una cuerda floja posiblemente fatal. Si Hitler sospechara que desobedecía, se vengaría de tal manera que una soga enemiga casi parecería una forma placentera de morir. Sin embargo, este miedo al Führer se combinó con un sentimiento de culpa por desobedecerlo y el asombro que sintió en la presencia del hombre, reflejado en una carta que el general le escribió a su madre en 1939 diciendo que era "tan maravilloso [trabajar] en tan cerca". contacto con el Führer”.

Aunque solo Wolff, Himmler y probablemente Martin Bormann, el poderoso secretario y confidente de Hitler, aparentemente sabían de la orden del Führer, otros importantes nazis sabían lo que Hitler tenía en mente, especialmente después de la reunión con sus jefes militares el 26 de julio.

El día después de la reunión, Joseph Goebbels, quien, como ministro de propaganda, creía personalmente que secuestrar al Papa sería una mala publicidad tanto en el país como en el extranjero, escribió en su diario que él y Ribbentrop habían ayudado a convencer al Führer de que debía renunciar. El plan. Pero Wolff ahora sabía que Hitler, de hecho, no lo había hecho.

El principal problema del general era que Hitler le había dado poco tiempo para detener el complot. ¿Por qué Hitler tenía tanta prisa por llevarlo a cabo? ¿Fue, al menos en parte, porque quería librar a Roma del Papa antes de que Pío pudiera ver desde su ventana cómo amontonaban fatalmente a los judíos de Roma en camiones y finalmente se sintiera obligado a hablar en contra de los asesinatos en masa? E incluso si el Papa permaneciera en silencio durante la redada, ¿temía Hitler que pudiera protestar si los Aliados llegaban a Roma y ejercían suficiente “presión e influencia” sobre él para hacerlo?

Cuando hice estas preguntas, Wolff estaba claramente perturbado. Hitler, por supuesto, odiaba a los judíos, respondió. Y los envió a campos de concentración, siempre temiendo que el Papa protestara.

Pero el general agregó rápidamente: “Debe comprender que solo hice trabajo administrativo para Himmler y no sabía que los judíos estaban siendo asesinados. Solo me enteré de eso después de la guerra”.

En 1947, al comparecer como testigo en los juicios de Nuremberg, Wolff hizo una declaración similar a un fiscal: “Lamento tener que confirmarle que hoy soy de la opinión de que los exterminios se llevaron a cabo sin nuestro conocimiento”.

Se refería a la “gran mayoría” de los hombres de las SS, quienes, dijo, eran en realidad la “élite” del ejército alemán. Y se aferró a esta afirmación incluso después de que el fiscal leyera las cartas intercambiadas por Wolff y el secretario de Estado del Ministerio de Transporte del Reich. En respuesta al informe del secretario sobre el transporte de judíos al campo de exterminio de Treblinka, Wolff escribió:

“Muchas gracias, también en nombre del Reichsführer SS, por su carta del 28 de julio de 1942. Me complació especialmente saber de usted que ya durante quince días un tren diario, transportando cada vez a cinco mil miembros del Pueblo Elegido. , había ido a Treblinka . . . Yo mismo me he puesto en contacto con los departamentos involucrados, por lo que la buena ejecución de todas estas medidas parece estar garantizada”.

Wolff admitió, después de que su “memoria se hubiera refrescado de esta manera” que estaba “conectado con estas cosas”. Pero agregó que “es completamente imposible después de muchos años recordar con precisión cada carta que pasó por mi oficina, y también puedo señalar que este era el procedimiento habitual. . . [La carta] solo se refería al movimiento de transporte real, el movimiento real de la gente. . . . Realmente no puedo encontrar nada que pueda ser considerado criminal.” En cuanto a su referencia al “Pueblo Elegido”, “los mismos judíos se llaman a sí mismos con orgullo” así.

¿Por qué se enviaban cinco mil judíos al día a Treblinka? insistió el fiscal.

“No lo sé”, respondió Wolff, “pero se hizo por orden del Reichsführer [Himmler]”.

“Bueno, usted no afirma hoy”, preguntó el fiscal, “que Himmler estaba entre esas personas de élite que representaban lo mejor de la Alemania, ¿verdad?”

La pregunta pareció sobresaltar a Wolff, quizás porque él mismo nunca se la había hecho por temor a que la respuesta pudiera hacer añicos la depravada ilusión de gloria y grandeza que protegía su conciencia de reconocer el mal.

“No”, respondió Wolff nerviosamente, “no puedo mantener eso hoy, por mucho que me gustaría”.

dan kurzman

jueves, 6 de octubre de 2022

Guerra del Renacimiento (1/2)

Guerra del Renacimiento

Parte I || Parte II
Weapons and Warfare




A medida que se desarrollaron gobiernos más centralizados durante la Baja Edad Media (1000-1500), se produjeron cambios significativos en la forma en que se formaron los ejércitos. Esto incluyó el uso más extenso de mercenarios y condujo al desarrollo de los ejércitos profesionales de Europa.



Si bien los miembros de la nobleza continuaron luchando principalmente como resultado de obligaciones sociales y feudales, otros soldados lucharon cada vez más por una paga. Aunque, en teoría, algunos vasallos de finales de la Edad Media estaban obligados a servir a su señor anualmente durante un máximo de 40 días en el campo, si tenían la capacidad financiera, a menudo pagaban a alguien para que sirviera en su lugar. Los requisitos de servicio limitado de las obligaciones feudales también podrían causar problemas graves con respecto a la capacidad de un señor para sostener una guerra prolongada. Una vez que finalizaba el servicio requerido de un vasallo, teóricamente podía retirarse si no se habían hecho arreglos alternativos. Por lo tanto, además de llamar a sus vasallos, los señores y reyes más ricos a menudo empleaban mercenarios. El uso exitoso de mercenarios generalmente dependía de su moral, ya que eran propensos a huir cuando las batallas iban mal o la paga llegaba tarde. Finalmente, las ciudades a veces reclutaban ejércitos de las poblaciones locales o, si los esfuerzos de reclutamiento no tenían éxito, formaban ejércitos mediante el servicio militar obligatorio.


Una vez que se levantó un ejército, la cuestión de la logística era primordial. El suministro era tan importante que a menudo determinaba la composición y el tamaño de los ejércitos. Entre los miembros más importantes del liderazgo de un ejército estaba el mariscal, cuyas funciones incluían ordenar o reunir las fuerzas; organizar el armamento pesado del ejército; y proveer para el avituallamiento constante del ejército. Si bien todos los soldados eran responsables de proporcionar sus armas y armaduras personales, el liderazgo estaba obligado a proporcionar armas más allá del bolsillo del soldado común, como máquinas de asedio. Además, aunque los soldados traerían un suministro inicial de raciones para ellos mismos, la dirección del ejército era responsable de trazar una ruta que permitiera el reabastecimiento. Esto se hizo manteniendo las cadenas de suministro, comprando suministros de las poblaciones locales o, en la mayoría de los casos, forrajeo (saqueo). Cualquiera que sea el medio de aprovisionamiento, la comida y la bebida eran una preocupación constante y, a menudo, escaseaban.

Los ejércitos europeos medievales normalmente se organizaban en tres secciones (batallas o batallones) que incluían una vanguardia, un cuerpo principal y una retaguardia. La vanguardia era la división de avanzada del ejército, generalmente compuesta por arqueros y otros soldados que empuñaban armas de largo alcance. Su propósito era infligir el mayor daño posible a un ejército contrario antes de que se enfrentaran los cuerpos principales, compuestos por infantería y caballería acorazada. El cuerpo principal comprendía la mayor parte de las fuerzas del ejército, y su actuación solía ser crucial para el éxito del ejército. La retaguardia generalmente estaba compuesta por una caballería menos blindada y más ágil, a menudo sargentos montados que podían moverse rápidamente por el campo de batalla y perseguir a los soldados enemigos que huían. También protegía la retaguardia de la fuerza principal, así como los suministros del ejército y los seguidores del campamento (no combatientes que acompañaban al ejército). Cada sección se desplegó en una formación lineal o en bloque, según la situación en el campo de batalla. Mientras que una formación en bloque podía soportar mejor las cargas de caballería, una formación lineal permitía que casi todo el ejército participara en una batalla.

La importancia del caballero montado en los ejércitos medievales fue fundamental para el orden social de Europa. El costo prohibitivo de las armas, armaduras y caballos adecuados limitaba la caballería principalmente a la clase feudal terrateniente. El caballero típico generalmente era mucho más efectivo en el campo de batalla que el soldado de infantería común, ya que no solo estaba mejor equipado sino también mejor entrenado. Los caballeros generalmente se colocaban al mando de la caballería (muchos de los cuales eran sargentos menos armados de clases sociales más bajas), que se usaba principalmente para invadir posiciones enemigas y romper formaciones enemigas. Si la carga de la caballería tenía éxito, la infantería se posicionaba para aprovechar cualquier ruptura en la línea enemiga.

La infantería estaba compuesta por piqueros, arqueros, ballesteros, espadachines y otros que luchaban a pie y generalmente se les unían caballeros y otra caballería que había perdido sus caballos. Si bien algunos infantes eran guerreros experimentados, muchos estaban mal entrenados y solo esporádicamente entraban en combate bajo el liderazgo de sus señores locales. Los piqueros se defendían de la caballería enemiga apuntando un número concentrado de picas (lanzas largas) en la dirección de una carga de caballería que avanzaba, mientras que los arqueros podían llenar el cielo con flechas para devastar las filas de sus oponentes que se acercaban. Después de varias descargas, los arqueros podían hacerse a un lado para permitir que la caballería y otra infantería se enfrentaran a sus oponentes debilitados. Cuando los cuerpos principales de dos ejércitos se enfrentaron en el campo de batalla, los soldados de infantería armados con espadas, hachas de batalla, y armas similares proporcionaban protección para la caballería y eran esenciales para el combate cuerpo a cuerpo. A medida que el campo de batalla se volvió caótico, la comunicación generalmente se limitaba a comandos audibles (a veces producidos por instrumentos musicales), mensajeros o señales visuales que incluían el uso de pancartas, estandartes o banderas.

El uso común de muros defensivos para proteger las ciudades medievales requirió el desarrollo de una guerra de asedio efectiva. Muchas ciudades también contenían una fortaleza, o fortificación elevada, para protección adicional en caso de que un enemigo rompiera las murallas. Los estrategas medievales entendieron que la forma más efectiva para que un ejército supere los muros defensivos era simplemente derribarlos y atravesar cualquier abertura. Esto era menos arriesgado que las maniobras que implicaban subir escaleras mientras se defendían de los ataques de los defensores que se beneficiaban de su posición elevada. En consecuencia, se utilizó una variedad de poderosas máquinas de asedio que incluían el mangonel, la balista y la catapulta para lanzar pesados ​​proyectiles a las ciudades que se resistían y golpear sus defensas. Además,

Los arqueros también jugaron un papel importante en la guerra de asedio. Los tiradores talentosos podrían causar estragos en los ejércitos opuestos de ambos lados. La habilidad y el alcance de los arqueros que defendían las murallas de una ciudad determinaban la ubicación del campamento del ejército atacante, ya que era importante asegurarse de que los atacantes estuvieran fuera del alcance de las flechas. En el caso de aquellos que usaban el poderoso arco largo inglés en lugar del arco corto más común, los arqueros tenían una cadencia de fuego y un alcance efectivo mucho más altos, lo que los hacía especialmente valiosos para su uso en la guerra de asedio y para la vanguardia en el campo de batalla.

Los desarrollos tecnológicos también ayudaron a los ejércitos a defender ciudades o castillos sitiados. Los castillos concéntricos se desarrollaron durante el período de las cruzadas, al igual que las mejoras arquitectónicas, como la torre redonda, para hacer que las paredes fueran más fuertes y defendibles. Los pozos más profundos permitieron un mejor acceso al agua durante los asedios prolongados, y las pequeñas aberturas en la pared para defender a los arqueros les proporcionaron posiciones protegidas. Los atacantes también fueron repelidos desde las murallas de la ciudad con aceite o agua hirviendo, así como con plomo fundido. Sin embargo, los cambios más revolucionarios en táctica, estrategia, equipo y organización surgieron con la introducción de la pólvora en los campos de batalla europeos en el siglo XIV. Los poderosos cañones inclinaron la guerra de asedio a favor del ejército atacante, mientras que los cañones de mano y otras armas de fuego hicieron obsoletas las armaduras de los caballeros.

Fortificaciones renacentistas



Las murallas de Nicosia (1567) son un ejemplo típico de la arquitectura militar renacentista italiana que se conserva hasta nuestros días.

 

A principios del Renacimiento, las fortificaciones tuvieron que ser completamente reconsideradas como resultado del desarrollo de la artillería. Durante la Edad Media, las fortalezas bien surtidas con una fuente de agua potable tenían bastantes posibilidades de resistir la guerra de asedio. Dichos asaltos generalmente comenzaban en la primavera o principios del verano, y las tropas hostiles regresaban a casa al comienzo del clima frío si el éxito no parecía inminente. Debido a que los repetidos bombardeos de artillería de las estructuras medievales a menudo arrojaban resultados rápidos, la guerra continuó durante todo el año a fines del siglo XV. A pesar de que se acercaba el invierno, los comandantes militares persistieron en los bombardeos de artillería siempre que hubiera suministros disponibles para sus tropas, seguros de que podrían romper el sitio en unos pocos días o semanas más. Se necesitaba un nuevo tipo de fortificación defensiva,

Renacimiento temprano

Las estructuras fortificadas medievales consistían en altos muros y torres con ventanas ranuradas, construidas con ladrillo o piedra. Estos edificios fueron diseñados para soportar un largo asedio por parte de fuerzas hostiles. Las únicas formas de capturar tal fortificación eran (1) hacer rodar una torre de asedio de madera contra el muro y escalarla, pero tales torres eran bastante inflamables y podían verse amenazadas por objetos ardientes catapultados sobre el muro; (2) derribar parte del muro, bajo un ataque de flechas, brea caliente y otras armas que caen desde arriba; y (3) hacer un túnel debajo de los cimientos, un proceso que podría llevar mucho tiempo. Las torres convencionales y los altos muros no eran rival para el bombardeo de artillería, que podía lograrse desde la distancia sin amenaza para el ejército invasor. Además, los muros y torres de las fortificaciones medievales no estaban equipados para la colocación y utilización de artillería defensiva pesada. Durante el siglo XV, las ciudades europeas comenzaron a construir muros bajos y gruesos contra sus muros defensivos principales, lo que permitía rodar piezas de artillería a lo largo de la parte superior y colocarlas según fuera necesario. Las paredes exteriores a menudo estaban inclinadas hacia afuera o ligeramente redondeadas para desviar los proyectiles en ángulos impredecibles hacia el enemigo. Los baluartes, generalmente formaciones de tierra, madera y piedra en forma de U, se construyeron para proteger la puerta principal y proporcionar puestos de artillería defensivos. Tanto en el centro como en el norte de Europa, muchas ciudades construyeron torres de armas cuyo único propósito era el despliegue de artillería defensiva. Estas estructuras tenían armas en varios niveles, pero generalmente armas más ligeras y de menor calibre que las que se usaban en las paredes. Las armas más pesadas habrían creado un ruido insoportable y humo en las pequeñas habitaciones en las que se descargaron. En varias torres medievales convencionales, se quitó el techo y se instaló una plataforma de armas.

Renacimiento posterior

Cerca del final del siglo XV, los arquitectos e ingenieros italianos inventaron un nuevo tipo de trazado defensivo, mejorando el diseño del baluarte. En la “traza italiana” [trace italienne -Star fort] se señalaban baluartes en forma de triángulo con gruesos lados inclinados hacia afuera desde el muro defensivo principal, con su parte superior al mismo nivel que el muro. En Civitavecchia, un puerto cerca de Roma utilizado por la armada papal, las murallas de la ciudad fueron fortificadas con baluartes en 1520, el primer ejemplo de baluartes que rodeaban completamente una muralla defensiva. Los baluartes resolvieron varios problemas del sistema de baluartes, especialmente con baluartes unidos a la pared y no colocados a poca distancia, donde las tropas enemigas podían cortar el paso. La mejora más importante fue la eliminación del punto ciego causado por las torres redondas y los baluartes; los artilleros tenían una barrida completa de soldados enemigos en las zanjas de abajo. El desarrollo del diseño del bastión en Italia fue una respuesta directa a la invasión de 1494 por parte de las tropas de Carlos VIII y la artillería superior de Francia en ese momento, y a las continuas amenazas de los turcos. Se construyeron fortificaciones dominadas por bastiones a lo largo de la costa mediterránea para crear una línea de defensa contra los ataques navales. Varias de estas fortificaciones se construyeron en el norte de Europa, comenzando con Amberes en 1544. En algunos casos, las fortificaciones no eran factibles, por razones como el terreno muy montañoso o la oposición de los propietarios reacios a perder sus propiedades, y en algunas regiones la amenaza militar no era lo suficientemente extrema. para justificar el esfuerzo de construir nuevas fortificaciones. En esos casos, una fortaleza existente podría renovarse y fortalecerse para crear una ciudadela. Los municipios a menudo se oponían a la construcción de ciudadelas, que simbolizaban la tiranía, porque los señores de la guerra las imponían en las ciudades derrotadas. Sin embargo, las ciudadelas demostraron ser un medio eficaz para proporcionar un recinto protector durante los ataques enemigos. A mediados del siglo XVI, el costo de las fortificaciones era exorbitante. Enrique VIII, por ejemplo, gastaba más de una cuarta parte de todos sus ingresos en tales estructuras, y el reino de Nápoles gastaba más de la mitad. el gasto de las fortificaciones era exorbitante.




El desarrollo e influencia de las armas de fuego

Después de innumerables experimentos fallidos, accidentes letales y pruebas ineficaces, la investigación y las técnicas de armas de fuego mejoraron gradualmente, y los cronistas informan sobre muchos tipos de armas, principalmente utilizadas en la guerra de asedio, con numerosos nombres como veuglaire, pot-de-fer, bombard, vasii, petara y así. En la segunda mitad del siglo XIV, las armas de fuego se volvieron más eficientes y parecía obvio que los cañones eran las armas del futuro. Venecia utilizó cañones con éxito contra Génova en 1378. Durante la guerra husita de 1415 a 1436, los rebeldes husitas checos emplearon armas de fuego en combinación con una táctica móvil de carros blindados (wagenburg) que les permitió derrotar a los caballeros alemanes. Las armas de fuego contribuyeron al final de la Guerra de los Cien Años y permitieron al rey francés Carlos VII derrotar a los ingleses en Auray en 1385, Rouen en 1418 y Orleans en 1429. Normandía fue reconquistada en 1449 y Guyenne en 1451. Finalmente, la batalla de Chatillon en 1453 fue ganada por la artillería francesa. Esto marcó el final de la Guerra de los Cien Años; los ingleses, divididos por la Guerra de las Rosas, fueron expulsados ​​de Francia, conservando sólo Calais. El mismo año los turcos tomaron Constantinopla, lo que provocó consternación, agitación y entusiasmo en todo el mundo cristiano.

En ese asedio y toma de la capital del imperio romano de Oriente, el cañón y la pólvora lograron un éxito espectacular. Para romper las murallas de la ciudad, los turcos utilizaron pesados ​​cañones que, si creemos al cronista Critobulos de Imbros, disparaban proyectiles de unos 500 kg. Incluso si esto es exagerado, los grandes cañones ciertamente existían en ese momento y eran más comunes en el Este que en el Oeste, sin duda porque los poderosos potentados del Este podían permitírselos mejor. Tales monstruos incluían el bombardeo de Gante, llamado "Dulle Griet"; el gran cañón “Mons Berg” que hoy se encuentra en Edimburgo; y el Gran Cañón de Mohamed II, expuesto hoy en Londres. Este último, lanzado en 1464 por el sultán Munir Ali, pesaba 18 toneladas y podía disparar una bola de piedra de 300 kg a una distancia de un kilómetro.

En el siglo XV se produjeron una serie de mejoras técnicas. Un paso importante fue la mejora de la calidad del polvo. Inventado alrededor de 1425, el polvo en conserva consistía en mezclar salitre, carbón y azufre en una pasta empapada, luego tamizarla y secarla, de modo que cada grano o maíz individual contuviera la misma y correcta proporción de ingredientes. El proceso obvió la necesidad de mezclar en el campo. También dio como resultado una combustión más eficiente, mejorando así la seguridad, la potencia, el alcance y la precisión.

Otro paso importante fue el desarrollo de las fundiciones, que permitieron fundir cañones de una sola pieza en hierro y bronce (cobre aleado con estaño). A pesar de su costo, la fundición fue el mejor método para producir armas prácticas y resistentes con un peso más ligero y una mayor velocidad inicial. Aproximadamente en 1460, las armas se equiparon con muñones. Estos fueron fundidos en ambos lados del cañón y se hicieron lo suficientemente fuertes para soportar el peso y soportar el impacto de la descarga, y permitir que la pieza descanse sobre un carro de madera de dos ruedas. Los muñones y el montaje con ruedas no solo facilitaron el transporte y mejoraron la maniobrabilidad, sino que también permitieron a los artilleros subir y bajar los cañones de sus piezas.

Una mejora importante fue la introducción alrededor de 1418 de un proyectil muy eficiente: la granalla de hierro macizo. Al entrar en uso gradualmente, la bala de cañón de hierro sólido podría destruir almenas medievales, embestir las puertas de los castillos y derrumbar torres y muros de mampostería. Atravesó los techos, se abrió paso a través de varios pisos y aplastó en pedazos todo lo que cayó. Un solo proyectil certero podría acabar con toda una fila de soldados o con un espléndido caballero con armadura.

Alrededor de 1460, se inventaron los morteros. Un mortero es un tipo específico de arma cuyo proyectil se dispara con una trayectoria alta y curva, entre 45° y 75°, denominada fuego de inmersión. Permitiendo a los artilleros lanzar proyectiles sobre muros altos y alcanzar objetivos ocultos u objetivos protegidos detrás de fortificaciones, los morteros fueron particularmente útiles en los asedios. En la Edad Media se caracterizaban por un calibre corto y ancho y dos muñones grandes. Descansaban en enormes carruajes con armazón de madera sin ruedas, lo que les ayudaba a soportar el impacto de los disparos; la fuerza de retroceso se pasó directamente al suelo por medio del carro. Debido a tales mejoras, la artillería ganó progresivamente dominio, particularmente en la guerra de asedio.

Las armas individuales, esencialmente piezas de artillería a escala reducida equipadas con mangos para el tirador, aparecieron después de mediados del siglo XIV. Se desarrollaron varios modelos de armas pequeñas portátiles, como el clopi o scopette, bombardelle, baton-de-feu, handgun y firestick, por mencionar solo algunos.

En términos puramente militares, estas primeras armas de fuego eran más un obstáculo que un activo en el campo de batalla, ya que eran costosas de producir, inexactas, pesadas y requerían mucho tiempo para cargarlas; durante la carga, el tirador estaba prácticamente indefenso. Sin embargo, incluso como armas rudimentarias con poco alcance, eran efectivas a su manera, tanto para los atacantes como para los soldados que defendían una fortaleza.




El arcabuz era un arma portátil equipada con un gancho que absorbía la fuerza de retroceso al disparar desde una almena. Generalmente lo manejaban dos hombres, uno apuntando y el otro encendiendo la carga propulsora. Esta arma evolucionó en el Renacimiento para convertirse en el mosquete de mecha en el que el mecanismo de disparo consistía en un brazo pivotante en forma de S. La parte superior del brazo agarraba un trozo de cuerda impregnada con una sustancia combustible y se mantenía encendida en un extremo, llamada cerilla. El extremo inferior del brazo servía como gatillo: cuando se presionaba, la punta incandescente de la cerilla entraba en contacto con una pequeña cantidad de pólvora, que yacía en una bandeja horizontal fijada debajo de una pequeña abertura en el costado del cañón en su recámara. . Cuando este cebado se encendió, su destello pasó a través del respiradero y encendió la carga principal en el cañón,

El cañón de bloqueo de rueda era un pequeño arcabuz que tomó su nombre de la ciudad de Pistoia en Toscana, donde se construyó el arma por primera vez en el siglo XV. El sistema de bloqueo de las ruedas, que funcionaba según el principio de un encendedor de cigarrillos moderno, era fiable y fácil de manejar, especialmente para un combatiente a caballo. Pero su mecanismo era complicado y por lo tanto caro, por lo que su uso estaba reservado a cazadores civiles adinerados, soldados ricos y ciertas tropas montadas.

Los cañones portátiles, las pistolas, los arcabuces y las pistolas eran proyectiles de avancarga y tiro que podían penetrar fácilmente cualquier armadura. Debido al poder de las armas de fuego, el armamento tradicional de la Edad Media se vuelve obsoleto; paulatinamente se fueron abandonando lanzas, escudos y armaduras tanto para hombres como para caballos.

El poder destructivo de la pólvora permitió el uso de minas en la guerra de asedio. El papel de la artillería y las armas de fuego pequeñas se vuelve progresivamente mayor; las nuevas armas cambiaron la naturaleza de la guerra naval y de asedio y transformaron la fisonomía del campo de batalla. Sin embargo, este cambio no fue una revolución repentina, sino un proceso lento. Pasaron muchos años antes de que las armas de fuego se generalizaran y muchas armas medievales tradicionales todavía se usaban en el siglo XVI.

Un factor que militó en contra del avance de la artillería en el siglo XV fue la cantidad de material costoso necesario para equipar un ejército. Los cañones y la pólvora eran artículos muy costosos y también exigían un séquito de costosos especialistas asistentes para el diseño, el transporte y la operación. En consecuencia, las armas de fuego debían producirse en tiempos de paz, y dado que la Edad Media tenía ideas rudimentarias de economía y ciencia fiscal, solo unos pocos reyes, duques y altos prelados poseían los recursos financieros para construir, comprar, transportar, mantener y utilizar equipos tan costosos en números que tendrían una impresión apreciable en la guerra.

Los conflictos con armas de fuego se convirtieron en un negocio económico que involucraba personal calificado respaldado por comerciantes, financieros y banqueros, así como la creación de estructuras industriales integrales. El desarrollo de las armas de fuego supuso el fin paulatino del feudalismo. Las armas de fuego también provocaron un cambio en la mentalidad del combate porque crearon una distancia física y mental entre los guerreros. Los caballeros montados tradicionales, que luchaban entre sí a corta distancia dentro de las reglas de un determinado código, fueron reemplazados progresivamente por soldados de infantería profesionales que eran objetivos anónimos entre sí, mientras que los castillos rebeldes locales se derrumbaban bajo el fuego de la artillería real. La costosa artillería ayudó a acelerar el proceso mediante el cual se restauró la autoridad central.

 


Mercenarios

El colapso de la economía monetaria en Europa occidental tras la caída de Roma dejó solo dos áreas donde todavía se usaba moneda de oro en el siglo X: el sur de Italia y el sur de España (al-Andalus). El oro listo atraía a los mercenarios a las guerras en esas regiones como las criaturas carroñeras se acercan a la carne muerta. El Imperio bizantino, junto con los estados musulmanes a los que se opuso y luchó durante varios siglos, también pudo pagar con monedas a los especialistas militares y veteranos endurecidos. El surgimiento de mercenarios en Europa occidental en el siglo XI cuando se reanudó una economía monetaria perturbó el orden social y fue recibido con ira y consternación por el clero y la nobleza de servicio. Las primeras formas de servicio monetario no implicaban necesariamente salarios directos. Incluían dinero de feudo y scutage. Pero a fines del siglo XIII, el servicio militar pagado era la norma en Europa. Esto significaba que se estaban formando lazos locales en muchos lugares y un sentido concomitante de "extranjería" unido a los soldados de servicio prolongado. Los mercenarios eran valorados por su experiencia militar, pero ahora temidos y cada vez más despreciados por su aparente indiferencia moral hacia las causas por las que luchaban. Las bandas de ex-mercenarios (routiers, Compañías Libres) eran habituales en la Francia del siglo XII y un flagelo social y económico allí donde se desplazaban durante la Guerra de los Cien Años (1337-1453). Su arma principal era la ballesta, en tierra y en el mar. En las guerras de galeras del Mediterráneo, muchos ballesteros genoveses, pisanos y venecianos fueron contratados como arqueros marinos especializados. Gran parte de la Reconquista en España fue impulsada por el impulso mercenario y la necesidad concomitante de que los ejércitos vivieran de la tierra. Los métodos duros y las actitudes crueles aprendidas por los íberos mientras luchaban contra los moros fueron luego aplicados en las Américas por conquistadores casi mercenarios. Los mercenarios, "condottieri" o "contratistas" extranjeros, también desempeñaron un papel importante en las guerras de las ciudades-estado del Renacimiento italiano.

Los "gen d'armes" franceses y los piqueros y alabarderos suizos lucharon por Lorena en Nancy (1477). A principios del siglo XV, las empresas suizas se contrataron con la aprobación cantonal oficial o como bandas libres que eligieron a sus oficiales y fueron a Italia a luchar como condottieri. Con el final de las guerras de la Confederación Suiza contra Francia y Borgoña, los soldados de fortuna suizos formaron una compañía conocida como "das torechte Leben" (más o menos, "la vida loca") y lucharon por dinero bajo una pancarta que mostraba a un idiota del pueblo y un cerdo. En los cuatro años de Nancy, Luis XI contrató a unos 6.000 suizos. En 1497, Carlos VIII (“El Afable”) de Francia contrató a 100 alabarderos suizos como su guardaespaldas personal (“Garde de Cent Suisses”). De cualquier forma, los suizos se convirtieron en los principales mercenarios de Europa en el siglo XVI. “Pas d'argent, pas de Suisses” (“sin dinero, no Swiss”) fue una máxima siniestra repetida por muchos soberanos y generales. Mercenarios de todos los orígenes regionales completaron los ejércitos de Carlos V, y los de su hijo Felipe II, así como sus enemigos durante las guerras de religión de los siglos XVI y XVII. En ese momento, los mercenarios suizos que todavía usaban picas (y muchos lo hacían) se empleaban en gran medida para proteger la artillería, las trincheras o los suministros. De manera similar, a fines del siglo XVI, los Landsknechte alemanes todavía eran contratados para la batalla como tropas de choque, pero se los consideraba indisciplinados y perfectamente inútiles en un asedio. En ese momento, los mercenarios suizos que todavía usaban picas (y muchos lo hacían) se empleaban en gran medida para proteger la artillería, las trincheras o los suministros. 

En Polonia, en el siglo XV, la mayoría de los mercenarios eran bohemios que luchaban bajo la bandera de San Jorge, que tenía una cruz roja sobre fondo blanco. Cuando las unidades bohemias se encontraban en lados opuestos de un campo de batalla, generalmente acordaban que un lado adoptaría una cruz blanca sobre un fondo rojo, mientras que sus compatriotas del otro lado usaban la bandera estándar roja sobre blanca de San Jorge. En las campañas de los Caballeros Polaco-Prusianos y Teutónicos de mediados del siglo XV, los Hermanos (a estas alturas eran demasiado pocos para luchar por su cuenta) contrataron mercenarios alemanes, ingleses, escoceses e irlandeses para completar sus ejércitos. Durante la “Guerra de las Ciudades” (1454-1466) los mercenarios alemanes fueron fundamentales para la victoria de los Caballeros Teutónicos en Chojnice (18 de septiembre de 1454). Sin embargo, cuando la Orden se quedó sin dinero.

 


Condominio

Desde el final de la Guerra de las Vísperas Sicilianas (1282-1302), los italianos intentaron decidir por sí mismos qué gobierno querían, lo que resultó en un conflicto entre los gibelinos, que apoyaban el gobierno imperial, y los güelfos, que apoyaban el gobierno papal. Los güelfos tuvieron éxito en la primera década del siglo XIV, irónicamente casi al mismo tiempo que el papado se trasladó a Aviñón en 1308. De repente, libres de la influencia imperial o papal, la gran cantidad de estados soberanos en el norte y centro de Italia comenzaron a intentar para ejercer control sobre sus vecinos. Florencia, Milán y Venecia, y en menor medida Lucca, Siena, Mantua y Génova, se beneficiaron de la situación militar de principios del siglo XIV ejerciendo su independencia. Pero esta independencia tuvo un precio. Los habitantes de las ciudades-estado del norte de Italia tenían riqueza suficiente para poder pagar a otros para que lucharan por ellos y empleaban con frecuencia soldados, condottieri en su idioma (del condotte, el contrato de contratación de estos soldados) y mercenarios en el nuestro. De hecho, la inmensa riqueza de las ciudades-estado italianas a finales de la Edad Media significó que el número de soldados nativos fuera menor que en otras partes de Europa al mismo tiempo, pero significó que el costo de hacer la guerra fuera mucho más alto.

Uno podría pensar que tener que agregar el pago de los condottieri a los costos normales de la guerra habría limitado el número de conflictos militares en la Italia medieval tardía. Pero ese no fue el caso y, en lo que fue un momento increíblemente belicoso, Italia fue una de las regiones más peleadas de Europa. La mayoría de estas guerras eran pequeñas, con las fuerzas mercenarias de una ciudad enfrentándose a las de otra, pero eran muy frecuentes. Dieron empleo a un gran número de condotieros, que a su vez lucharon en las guerras, que a su vez emplearon a los condotieros. Se desarrolló un círculo obvio que se perpetúa a sí mismo. Fue impulsado por una serie de factores: la riqueza del norte de Italia; la codicia de los italianos más ricos por adquirir más riqueza ocupando ciudades y tierras vecinas (o evitar que estas ciudades compitan incorporando sus economías); su falta de voluntad para pelear las guerras; y la disponibilidad de un gran número de hombres que no solo estaban dispuestos a hacerlo, sino que veían el empleo regular en sus empresas mercenarias como un medio para la comodidad, la riqueza y, a menudo, títulos y cargos. En 1416, un condotiero, Braccio da Montone, se convirtió en señor de Perugia, mientras que poco tiempo después otros dos condotieros, hijos del condotiero Muccio Attendolo Sforza, Alessandro y Francesco, se convirtieron en Maestro de Pesaro y Duque de Milán, respectivamente. Otros condotieros se convirtieron en gobernadores de Urbino, Mantua, Rimini y Ferrara durante el siglo XV. Braccio da Montone, se convirtió en señor de Perugia, mientras que poco tiempo después otros dos condotieros, hijos del condotiero Muccio Attendolo Sforza, Alessandro y Francesco, se convirtieron en Maestro de Pesaro y Duque de Milán, respectivamente. Otros condotieros se convirtieron en gobernadores de Urbino, Mantua, Rimini y Ferrara durante el siglo XV. 

Venecia y Génova continuaron siendo los mayores rivales entre las ciudades-estado del norte de Italia. Ambos creían que el Mediterráneo era suyo y se negaban a compartirlo con nadie, incluidos Nápoles y Aragón, ni, por supuesto, entre ellos. Esto se convirtió en un problema militar a finales del siglo XV. La práctica común era un contrato comercial de monopolio. El monopolio de Venecia con los estados cruzados cesó cuando los cruzados fueron expulsados ​​​​del Medio Oriente en 1291, aunque pudieron mantener su comercio con las potencias musulmanas victoriosas. Y el contrato de Venecia con Constantinopla se abandonó con la caída del Reino Latino en 1261, solo para ser reemplazado por un contrato similar con Génova que duraría hasta la caída de la ciudad ante los turcos otomanos en 1453.

Con frecuencia, durante la Baja Edad Media, esta rivalidad se convirtió en guerra, librada principalmente en el mar, como correspondía a dos potencias navales. Venecia casi siempre ganó estos compromisos, sobre todo la Guerra de Chioggia (1376-1381), y parece haber pocas dudas de que tales derrotas debilitaron la independencia política y la fuerza económica de Génova. Aunque Venecia en realidad nunca conquistó Génova, ni parece que los gobernantes venecianos consideraran que esto fuera en interés de su ciudad, otros principados se dirigieron a la otrora poderosa ciudad-estado. Florencia ocupó Génova durante un período de tres años (1353-1356), y Nápoles, Aragón y Milán compitieron por el control en el siglo XV. Buscando asistencia defensiva, la República de Génova buscó la alianza con el Reino de Francia, y es en este contexto en el que se sitúa su rasgo militar más destacado, el mercenario genovés. Durante la Guerra de los Cien Años, Génova suministró a Francia mercenarios navales y, más famosos, ballesteros, estos últimos proporcionados irónicamente por una ciudad cuya experiencia en la guerra terrestre era bastante escasa.

Antes del siglo XV, la República de Venecia rara vez había participado en campañas terrestres, excepto al liderar las fuerzas de la Segunda Cruzada en su ataque a Constantinopla en 1204. Al ver el mar no solo como proveedor de seguridad económica, sino también como defensa para la ciudad, los dogos venecianos y otros funcionarios de la ciudad rara vez habían emprendido campañas contra sus vecinos. Sin embargo, en 1404-1405, un ejército veneciano, una vez más compuesto casi en su totalidad por mercenarios, atacó hacia el oeste y capturó Vicenza, Verona y Padua. En 1411-1412 y nuevamente en 1418-1420, atacaron al noreste contra Hungría y capturaron Dalmacia, Fruili e Istria. Hasta ahora había sido fácil: simplemente pagar suficientes condottieri para luchar en las guerras y cosechar los beneficios de la conquista. Pero en 1424 Venecia se topó con dos ciudades-estado italianas que tenían la misma filosofía militar que ellos, y ambas eran igual de ricas: Milán y Florencia. El resultado fueron treinta años de guerra prolongada.

La estrategia de estas tres ciudades-estado durante este conflicto fue emplear más y más mercenarios. Al principio, el ejército veneciano contaba entre 10.000 y 12.000; en 1432 esta cifra había aumentado a 18.000; y en 1439 eran 25.000, aunque disminuyó a 20.000 durante las décadas de 1440 y 1450. Las otras dos ciudades-estado mantuvieron el ritmo. Casi en cualquier momento después de 1430, más de 50.000 soldados luchaban en el norte de Italia. La economía y la sociedad de toda la región se vieron dañadas, con pocas ganancias para cualquiera de los protagonistas durante la guerra. Al final, un acuerdo negociado, Venecia ganó poco, pero también perdió muy poco. La ciudad volvió a la guerra en 1478-1479, la Guerra Pazzi, y nuevamente en 1482-1484, la Guerra de Ferrara. Los florentinos y milaneses también participaron en ambos.

Después de la adquisición de Vicenza, Verona y Padua en 1405, Venecia compartió una frontera terrestre con Milán. A partir de ese momento, Milán fue la mayor amenaza para Venecia y sus aliados, y para prácticamente cualquier otra ciudad-estado, pueblo o aldea del norte de Italia. Milán también compartía una frontera terrestre con Florencia, y si los ejércitos milaneses no estaban luchando contra los ejércitos venecianos, estaban luchando contra los ejércitos florentinos, a veces enfrentándose a ambos al mismo tiempo.

Su animosidad es anterior a finales de la Edad Media, pero se intensificó con la riqueza y la capacidad de ambos bandos para contratar condottieri. Esto condujo a guerras con Florencia en 1351-1354 y 1390-1402, y con Florencia y Venecia (en alianza) en 1423-1454, 1478-1479 y 1482-1484. En esos raros momentos en que no estaban en guerra con Florencia o Venecia, los ejércitos milaneses a menudo se volvían contra otras ciudades vecinas, por ejemplo, capturando Pavía y Monza, entre otros lugares.

Quizás el signo más revelador de la belicosidad de Milán es el ascenso al poder de su gobernante condotiero, Francesco Sforza, en 1450. Sforza había sido uno de los capitanes de los condotieros de Milán durante varios años, siguiendo los pasos de su padre, Muccio, quien había estado al servicio de la ciudad-estado de vez en cuando desde alrededor de 1400. Ambos se habían desempeñado con diligencia, éxito y, al menos para los condottieri, lealmente, y se habían enriquecido gracias a ello. Francesco incluso se había casado con la hija ilegítima del duque reinante de Milán, Filippo Maria Visconti. Pero durante las guerras más recientes, después de haber asumido el señorío de Pavía y tras la muerte de Filippo en 1447, los milaneses decidieron no renovar el contrato de Francesco. En respuesta, el condotiero usó su ejército para sitiar la ciudad, que capituló en menos de un año. En muy poco tiempo, Francesco Sforza se había infiltrado en todas las facetas del dominio milanés; su hermano incluso se convirtió en arzobispo de la ciudad en 1454, y sus descendientes continuaron en el poder en el siglo XVI.

Génova, Venecia y Milán lucharon extensamente a lo largo de los siglos XIV y XV, pero Florencia desempeñó el papel más activo en la guerra italiana de finales de la Edad Media. Una ciudad-estado republicana, aunque en el siglo XV controlada casi exclusivamente por la familia Medici, Florencia había estado profundamente involucrada en los conflictos güelfos y gibelinos del siglo XIII, sirviendo como el centro del partido güelfo. Pero aunque los güelfos tuvieron éxito, esto no trajo la paz a Florencia y cuando, en 1301, se dividieron en dos bandos, los negros y los blancos, la lucha continuó hasta 1307. Sin embargo, antes de que esta disputa terminara, el ejército florentino, 7.000, en su mayoría condottieri, atacaron Pistoia y capturaron la ciudad en 1307. En 1315, en alianza con Nápoles, las fuerzas florentinas intentaron tomar Pisa, pero fueron derrotados. En 1325, fueron nuevamente derrotados cuando intentaban tomar Pisa y Lucca. Entre 1351 y 1354 lucharon contra los milaneses. De 1376 a 1378 lucharon contra las fuerzas papales contratadas y extraídas de Roma en lo que se conoció como la Guerra de los Ocho Santos, pero los florentinos perdieron más de lo que ganaron. Formando la Liga de Bolonia con Bolonia, Padua, Ferrara y otras ciudades del norte de Italia, lucharon contra Milán desde 1390 hasta 1402. Si bien inicialmente tuvieron éxito contra los milaneses, Gian Galeazzo, duque de Milán, finalmente pudo traer Pisa, Lucca y Venecia del lado de su ciudad, y una vez más Florencia fue derrotada. En 1406 Florencia anexó Pisa sin resistencia armada. Pero la guerra estalló nuevamente con Milán en 1423 y duró hasta 1454; Florencia se aliaría con Venecia en 1425 y con el papado en 1440. Las batallas se perdieron en Serchio en 1450 y en Imola en 1434, pero se ganaron en Anghiara en 1440. Finalmente, después de que se firmó la Paz de Lodi en 1454 que puso fin al conflicto, se formó una liga entre Florencia, Venecia y Milán que duró 25 años. Pero, tras el asesinato de Giuliano de' Medici y el intento de asesinato de su hermano, Lorenzo-Papa Sixto IV fue cómplice del asunto-guerra que estalló en 1478 con el papado y duró hasta la muerte de Sixto en 1484. Además, intercaladas con estas guerras externas hubo numerosas rebeliones dentro de la propia Florencia. En 1345 estalló una revuelta ante el anuncio de la quiebra de las firmas bancarias Bardi y Peruzzi; en 1368 los tintoreros se rebelaron; en 1378 se produjo la revuelta de Ciompi; y en 1382 la revuelta del popolo grasso. Ninguno de estos fue extenso o exitoso, pero perturbaron los aspectos sociales, económicos,

Por qué Florencia continuó librando tantas guerras frente a tantas derrotas y revueltas es fácil de entender. De nuevo hay que ver el papel de los condottieri en la estrategia militar florentina; mientras los gobernadores de la ciudad-estado estuvieran dispuestos a pagar por la actividad militar y mientras hubiera soldados dispuestos a aceptar esta paga, las guerras continuarían hasta que se agotara la riqueza de la ciudad. En la Florencia renacentista esto no sucedió. Tomemos, por ejemplo, el empleo de quizás el condottiere más famoso, Sir John Hawkwood. Llegando al sur en 1361, durante una de las pausas en la lucha en la Guerra de los Cien Años, el inglés Hawkwood se unió a la Compañía Blanca, una unidad de condottieri que ya luchaba en Italia. En 1364, mientras estaba a sueldo de Pisa, la Compañía Blanca tuvo su primer encuentro con Florencia cuando, incapaz de sitiar efectivamente la ciudad, saquearon y saquearon sus ricos suburbios. En 1375, ahora bajo el liderazgo de Hawkwood, la Compañía Blanca hizo un acuerdo con los florentinos para no atacarlos, solo para descubrir más tarde ese año, ahora a sueldo del papado, que debían luchar en el territorio controlado por los florentinos. Romaña. Hawkwood decidió que en realidad no estaba atacando Florencia, y la Compañía Blanca conquistó Faenza en 1376 y Cesena en 1377. Sin embargo, tal vez porque el papado ordenó las masacres de la gente de ambos pueblos, poco tiempo después Hawkwood y sus condottieri abandonaron su residencia papal. empleo. Sin embargo, no permanecieron desempleados por mucho tiempo; Florence los contrató casi de inmediato, y durante los siguientes diecisiete años, John Hawkwood y la White Company lucharon diligentemente, aunque no siempre con éxito, por la ciudad. Todos los condotieros de la compañía se hicieron bastante ricos, pero Hawkwood prosperó especialmente. Se le concedieron tres castillos fuera de la ciudad, una casa en Florencia, una pensión vitalicia de 2000 florines, una pensión para su esposa, Donnina Visconti, pagadera después de su muerte, y dotes para sus tres hijas, por encima de su salario contratado. A los florentinos, al parecer, les encantaba prodigar su riqueza en aquellos a quienes empleaban para llevar a cabo sus guerras, tuvieran éxito o no.

En comparación con el norte, el sur de Italia era positivamente pacífico. Gran parte de esto provino del hecho de que solo había dos poderes en el sur de Italia. Los Estados Pontificios, con Roma como capital, no tuvieron la prosperidad de las ciudades-estado del norte y, de hecho, durante la mayor parte de la Edad Media tardía estuvieron, esencialmente, en bancarrota. Pero los problemas económicos no fueron lo único que perturbó la vida romana. De 1308 a 1378 no hubo papa en Roma y desde entonces hasta 1417 el pontífice romano fue uno de los dos (ya veces tres) papas sentados en el trono papal al mismo tiempo. Pero incluso después de 1417, el papado era débil, mantenido así por una población romana que no estaba dispuesta a ver que una teocracia regresara al poder. Quizás esta sea la razón por la cual los Estados Pontificios sufrieron tantas insurrecciones. En 1347 Cola di Rienzo derrotó a los nobles romanos y fue nombrado Tribuno por el pueblo romano. Gobernó hasta que esas mismas personas lo derrocaron y ejecutaron en 1354. En 1434 la familia Columna estableció un gobierno republicano en los Estados Pontificios, lo que obligó al papa gobernante, Eugenio IV, a huir a Florencia. No regresó y restableció su gobierno hasta 1343. Finalmente, en 1453, un complot para establecer otro gobierno republicano fue detenido solo por la aversión general hacia su líder, Stefano Porcaro, quien fue ejecutado por traición.

Uno podría pensar que tal agitación política y económica no generaría mucha confianza militar, sin embargo, no pareció impedir que los gobernadores de los Estados Pontificios contrataran mercenarios, hicieran alianzas con otros estados italianos o siguieran un papel militar activo, especialmente en el zonas centrales de Italia. Por lo general, los pequeños ejércitos papales se enfrentaron a fuerzas de ciudades-estado del norte mucho más grandes, pero a menudo estos pequeños números triunfaron, tal vez sin ganar muchas batallas, pero a menudo ganando las guerras, ciertamente tanto por las alianzas de los Estados Pontificios como por su destreza militar. Esto significó que, a pesar de toda la agitación obvia en los Estados Pontificios durante la Baja Edad Media, a principios de la década de 1490 era mucho más grande y poderoso que nunca.

Bibliografía

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