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jueves, 3 de julio de 2025

Biografía: Teniente General Juan Andrés Gelly y Obes

Juan Andrés Gelly y Obes



Fue Ministro de Guerra y luego general en campaña. Su actuación en batallas como Tuyutí y Curupaytí fue destacada. Muchos historiadores lo valoran por su capacidad táctica y su comprensión del terreno.




Ministro de Guerra y Marina de la Nación Argentina
12 de octubre de 1862-6 de agosto de 1865
Presidente Bartolomé Mitre
Predecesor Pastor Obligado
Sucesor Julián Martínez (interino)

Diputado de la Nación Argentina
por Provincia de Buenos Aires
12 de octubre de 1872-26 de septiembre de 1874

Información personal
Nacimiento 21 de mayo de 1815
Buenos Aires (Argentina)
Fallecimiento 18 de septiembre de 1904 (89 años)
Buenos Aires (Argentina)
SepulturaCementerio de la Recoleta
Nacionalidad Argentina
Familia
Padres Juan Andrés Gelly
Micaela Obes
Cónyuge Felicia Álvarez
Estanislada Álvarez
Hijos Pascuala, Alberto, Julián y Ángel
Información profesional
Ocupación militar
Rama militarInfantería
Rango militar Teniente general
ConflictosGuerra de la Triple Alianza
Partido político Partido Unitario
Partido Liberal
Partido Nacionalista
Partido Liberal
Unión Cívica
Unión Cívica Nacional





Juan Andrés Gelly y Obes (Buenos Aires, 21 de mayo de 1815 - íd., 18 de septiembre de 1904) fue un militar argentino con actuación en las guerras civiles argentinas y la guerra del Paraguay, y un hombre leal y de confianza de Bartolomé Mitre.

Fue ministro de Guerra de la provincia de Buenos Aires durante Cepeda y Pavón. Fue convencional constituyente en 1860 y diputado nacional. En la guerra del Paraguay fue jefe del Estado Mayor del Ejército aliado de operaciones, y también general en jefe del Ejército a partir de 1868, con el regreso de Mitre por el fallecimiento del vicepresidente Marcos Paz.
Adhirió a la Revolución de 1874, la Revolución de 1880 y la Revolución del Parque.

Biografía

Era un adolescente aun cuando su padre —el paraguayo Juan Andrés Gelly— debió exilarse en Montevideo llevando consigo a su hijo, debido al apoyo que había prestado a la dictadura del general Juan Lavalle y su posición contraria a Juan Manuel de Rosas. Allí se sumó a la defensa contra el sitio que sufrió esa ciudad durante ocho años, llegando al grado de coronel, jefe de un regimiento de exiliados argentinos. Durante algún tiempo estuvo exiliado en el Brasil, donde administró una estancia. Durante su estadía en Montevideo entabló estrecha amistad con Bartolomé Mitre pero, a diferencia de este, sólo regresó a Buenos Aires en 1855.


Gelly y Obes en su vejez.

En Buenos Aires se incorporó al ejército con el grado de coronel, fue diputado provincial, comandante del Puerto de Buenos Aires, comandante de la Armada del Estado de Buenos Aires y ministro interino de Guerra y Marina durante las campañas de Cepeda y Pavón.

A fines de 1861 fue uno de los diplomáticos enviados por Mitre para convencer a Justo José de Urquiza de no impedir el derrocamiento del presidente Santiago Derqui. Fue senador provincial en 1862, y ascendido al grado de general.

Durante la presidencia de Mitre fue ministro de Guerra y Marina hasta la guerra del Paraguay. Fue designado jefe de Estado Mayor del ejército de operaciones, siendo sustituido por el coronel Julián Martínez el 6 de agosto de 1865 (más tarde asumió el brigadier Wenceslao Paunero). Estuvo en el frente de operaciones hasta fines de 1867, es decir durante la primera mitad de la Guerra del Paraguay; fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército Argentino en campaña en el Paraguay, razón por la cual renunció a su cargo de ministro. Participó en la batalla de Tuyú Cué y fue ascendido a brigadier general por el presidente Mitre. El presidente Sarmiento lo nombró comandante del ejército argentino en el Paraguay, participando en la Campaña de Pikysyry, aunque renunció por un fuerte altercado con el presidente poco antes del saqueo de Asunción.


Plazoleta con su nombre y busto en la ciudad de Buenos Aires.

Fue el jefe de las fuerzas nacionales en Corrientes, donde combatió al general Nicanor Cáceres, que intentaba defender al gobernador constitucional de una revolución apoyada por el presidente Mitre.​ Permaneció en la provincia de Corrientes, como jefe de la reserva del ejército en campaña, hasta el estallido de la revolución de Ricardo López Jordán, dirigiendo una de las columnas principales en la guerra contra este. Controló parte del norte de Entre Ríos hasta la batalla de Don Cristóbal, en la que fue derrotado por López Jordán, aunque este debió retirarse al finalizar el día ante la aproximación de más fuerzas nacionales. No pudo impedir la marcha del jefe rebelde hacia Corrientes, donde sería decisivamente derrotado.

Debido a su ascendencia paraguaya, fue propuesto como candidato a ocupar la presidencia de ese país.

Fue diputado nacional entre 1872 y 1874, por el partido de Mitre, cargo al que renunció a fines de 1874 para poder participar en la revolución de Mitre del año 1874; también pidió la baja en el Ejército. Su participación en la revolución fue secundaria, aunque fue el jefe del estado mayor del ejército mitrista derrotado en La Verde.

Fue reincorporado al Ejército en 1877, por decreto del presidente Nicolás Avellaneda, pero volvió a ser dado de baja por su participación en la revolución de 1880. Sólo sería reincorporado a fines de la presidencia de Julio Argentino Roca. Acompañando a Mitre, fue parte del grupo fundador de la Unión Cívica, adhiriendo a la Revolución del Parque en 1890.

Durante la presidencia de José Evaristo Uriburu (1895-1898) presidió el recién creado Consejo Supremo de Guerra y Marina, que juzgaba la conducta de los oficiales del Ejército y la Armada Argentinas.​ Apoyó la gestión del general Pablo Ricchieri para la reforma militar de 1901, que creó el moderno Ejército Argentino fundado en el servicio militar obligatorio en Argentina.

Su fallecimiento, el 18 de septiembre de 1904, fue un acontecimiento público nacional. Sus restos fueron depositados en el Cementerio de la Recoleta, y su tumba fue declarada Monumento Histórico.

Una localidad de la provincia de Santa Fe y una calle de la ciudad del barrio de Recoleta de la ciudad de Buenos Aires llevan su nombre.

viernes, 27 de junio de 2025

Conquista del desierto: Rostros de la pampa

Rostros de la pampa



Cuatro fotografías del libro Los rostros de la tierra. Iconografía indígena de La Pampa 1870–1950, de Pedro E. Vigne y José C. Depetris (primera edición en el año 2000, segunda en 2021).

Arriba a la izquierda: Alberto Pacheco, hijo del cacique Puel Huan Pacheco y de Margarita Rozas o Martínez. Nació en Fuerte Sarmiento (Córdoba) en 1881. Estaba domiciliado en Toay. Su esposa fue Ceferina Tripailao.
Arriba a la derecha: Tomás Contreras, hijo de Tomás Contreras y Petrona Arias. Nació en Toay en 1899.

Abajo a la izquierda: Manuel Cabral, conocido como “el indio Fusil”, fue un popular personaje de Victorica. Nieto del cacique Ramón Cabral, hijo de Antonio Cabral y de Rosa Milán (Yiminao). Nació en Luan Toro en 1894 y falleció en Santa Rosa en 1976.
Abajo a la derecha: Santiago Cayupán, hijo del cacique Cayupán y de Evarista Loncoy. Nació en Colonia Emilio Mitre en 1905.

miércoles, 25 de junio de 2025

Patagonia: Francisco Villarino, marino de las costas australes

Francisco Villarino, marino que reemplazó a Piedra Buena al mando del Santa Cruz y durante 6 años recorrió las costas patagónicas

La Voz de Chubut



Estanciero de la provincia de Buenos Aires, quien en 1876 resolvió abandonar los trabajos de campo para dedicarse a la marina. Compra libros del ramo y, como autodidacta, se instruye en el arte de navegar.

Ingresa en la Marina de Guerra en 1878, reemplazando a Luis Piedra Buena, tras su fallecimiento, en el mando del barco Santa Cruz y permanece así durante 6 años, durante los cuales recorre las aguas patagónicas.

A él le tocó salvar náufragos en la Isla de los Estados, y recibió varias felicitaciones de la reina Victoria de Inglaterra, por los servicios prestados a súbditos ingleses, que tras sus naufragios fueron recogidos y socorridos por él. Entre 1881 y 1883 recorrió las costas entre Camarones y el norte del golfo San Jorge, y recaló en Puerto Deseado, Puerto Santa Cruz-en 05/1881-, Isla de los Estados, isla Año Nuevo, puerto San Juan -donde se inaugura el faro-, y otros sitios.

A principios de 1883 se encontraba en Puerto Deseado, y en un pequeño cúter inició la remonta del río, el 04/03/1883, con los guardiamarinas Solano Rolón, Justo V. Hernández, José González y Ángel Ustariz, el piloto práctico Manuel Jasidaski y 6 marineros.

En los primeros días de recorrida encontraron varias lagunas a las que denominó Lagunas de los Cisnes, “por existir allí innumerables palmípedos de esta especie”. El día 8, “a las 4 pm al encender lumbre para preparar la comida, se desprendió una chispa, incendiando inmediatamente el campo”, perdieron varias cosas, entre ellas el sextante, valiéndose de allí en más de la brújula para calcular las distancias. Recorre unas 30 millas con Rolón y regresa por no hallar agua dulce, y apreciar que el Deseado es un cauce seco de 400 a 500 m de ancho en cuyo centro discurría un pequeño arroyo de 4-5 m de ancho, con crecidas en tiempos de lluvias o deshielos.

El 16 de marzo regresaron al puerto. A los pocos días, llegaron unos tehuelches que, con sus familias, totalizaban 156 personas, comunicándole que en breve arribarían otros 200. Le pidieron de vivir cerca de la subprefectura como defensa en caso de que llegaran los “Manzaneros” o aborígenes de las huestes de Sayhueque. Villarino, después de cumplir sus servicios durante 6 años, se quedó en la Patagonia 5 más, como subprefecto en la Isla de los Estados, en puerto San Juan, oportunidad en la que entre 1887 y 1889 socorrió a los tripulantes de los barcos británicos Cmoch, Glemore y Colorado.

Las posteriores conferencias dadas en el Centro Naval de Buenos Aires junto con el capitán Godoy, motivaron que el gobierno estudiara la refundación de Puerto Deseado.

domingo, 22 de junio de 2025

Argentina: Las distintas campañas del desierto

Las campañas finales al desierto, el afianzamiento de la soberanía en la Patagonia

Por el Lic. Sebastián Miranda




Entre 1880 y 1885 se realizaron las últimas campañas al desierto en la Patagonia, asegurando la soberanía en la región, entonces en disputa con Chile y terminando para siempre con el flagelo del malón.

Presentamos la sexta nota sobre la cuestión.

Las grandes campañas realizadas por el general Julio Argentino Roca en 1879 barrieron con las tribus de La Pampa, reduciéndolas y obligándolas a entregarse o retirarse hacia los confines del Neuquén y los contrafuertes andinos para evitar ser capturadas. Entre 1880 y 1885 se realizaron una serie de campañas en regiones de difícil acceso que permitieron terminar con las últimas resistencias.
1. La campaña del general Conrado Villegas al Nahuel Huapi (1881)
El 12 de octubre de 1880 asumió la presidencia el general J. A. Roca, nombró como ministro de Guerra y Marina al general Benjamín Victorica. A pesar del daño propinado a los indígenas, algunos núcleos importantes todavía persistían. Si bien las incursiones eran aisladas, seguían generando daños e intranquilidad. El 19 de enero de 1881 300 moluches armados con Winchester asaltaron el fortín Guanacos y mataron al alférez Elíseo Boerr, 12 soldados y 17 vecinos. Los asaltos se repitieron en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, llegando hasta Puán.  En agosto de ese mismo año murieron en combate contra los indios el teniente Abelardo Daza y 15 soldados del Regimiento 1 de Caballería. Otras incursiones, aunque menores, llegaron a las inmediaciones de Bahía Blanca. Desesperados por el hambre, los salvajes se arriesgaban a adentrarse en el territorio controlado por el Ejército Argentino para evitar perecer.
Ante esta situación, el presidente ordenó al ministro de Guerra y Marina el envío de una expedición para explorar la región en torno al lago Nahuel Huapi y reducir a los salvajes que incursionaban y aprovechaban la cercanía de la frontera con Chile –como lo venían haciendo desde hace décadas- para refugiarse en el país trasandino con el apoyo del gobierno. La misma quedó bajo la dirección del veterano general Conrado El Toro Villegas, uno de los más experimentados y valientes comandantes, entonces jefe de la línea militar del Río Negro. Previamente se realizaron una serie de exploraciones a cargo del teniente coronel Manuel J. Olascoaga, el teniente 1º Jorge Rohde y el capitán Erasmo Obligado que comandó una escuadrilla naval que recorrió el río Negro y el Limay. El general C. Villegas organizó la expedición dividiendo a las fuerzas en tres brigadas.

Primera brigada

Comandada por el Teniente Coronel Rufino Ortega, integrada por el regimiento 11 de caballería, el batallón 12 de infantería con 6 jefes, 16 oficiales y 474 de tropa. Debía salir de Chos Malal y batir a los indios en los contrafuertes andinos hasta el lago Nahuel Huapi. Inició la marcha el 15 de marzo de 1881, batiendo las zonas en torno al río Agrio, el arroyo Codihué, el lago Aluminé y el arroyo Las Lajas. El 26 de marzo se produjo un combate con indios que provenían de Chile que produjo la muerte de 2 suboficiales y 2 soldados. Posteriormente también murió en un enfrentamiento el teniente Juan Cruz Solalique. El 30 de ese mes 100 indios mandados por uno de los hijos del cacique Sayhueque, Tacuman, se enfrentaron a la división resultando muertos 1 suboficial y 10 salvajes.[1]

Segunda brigada

Mandada por el coronel Lorenzo Vintter, partió del fuerte General Roca. Debía avanzar hacia Confluencia, proseguir por la margen norte del Limay  luego dividirse en dos columnas para atacar las antiguas tolderías de Reuque Curá y las de Sayhueque. Estaba integrada por 6 jefes, 22 oficiales, 5 cadetes y 557 de tropa de los regimientos 5 y 7 de caballería y una sección de artillería con 2 piezas de montaña. Comenzó el avance en forma simultánea con la primera división. El 24 de marzo una avanzada mandada por el sargento mayor Miguel Vidal atacó sorpresivamente las tolderías del cacique Molfinqueo tomando prisioneros a 28 indios y a 3 comerciantes chilenos. Otro destacamento dirigido por el coronel Luis Tejedor recuperó casi 6.000 animales abandonados por los indios que huían hacia Chile. El 31 de marzo la partida del alférez Andrés Gaviña capturó una valija con las insignias del ejército chileno, dejada por un grupo de salvajes que escapaba de las fuerzas nacionales. El 9 de abril la brigada alcanzó el lago Nahuel Huapi.

Tercera brigada

Dirigida por el coronel Liborio Bernal comenzó las operaciones partiendo de la isla de Choele Choel, siguiendo por el arroyo Valcheta, adentrándose en Río Negro y de allí hasta el Nahuel Huapi. Las zonas a recorrer eran completamente desconocidas. Para su misión disponía de 10 jefes, 36 oficiales, 9 cadetes y 525 hombres de tropa del batallón 6 de infantería y el regimiento 3 de caballería. El 29 de marzo se logró la captura del capitanejo Purayan con 37 indios y 1400 cabezas de ganado. Previamente se había rescatado un niño que llevaba 8 años de cautiverio entre los salvajes. Gracias a la información aportada por el niño, se detectó una toldería cercada que fue atacada por un destacamento al mando del mayor Julio Morosini, permitiendo la captura de 10 indios y casi 1500 animales. El 2 de abril la brigada llegó al lago Nahuel Huapi.
El 10 de abril se produjo la reunión completa de las tres brigadas en las nacientes del río Limay. Finalizadas las operaciones y dado que en la época las temperaturas comienzas a ser muy bajas, el general C. Villegas dispuso el retiro de las brigadas hacia sus bases dando por finalizada la campaña. Si bien se produjeron importantes bajas a los indios, 45 muertos y 140 prisioneros, no se alcanzó el objetivo principal que era terminar con las masas de indígenas que aún quedaban en la región, dejando de esta manera la puerta abierta para nuevas acciones.
Mientras tanto los principales caciques que aún quedaban – Sayhueque y Reuque Curá- solicitaron apoyo a sus hermanos araucanos del otro lado de la cordillera para retomar la iniciativa. Los recursos, producto de los malones, actuaban como un importante imán para generar nuevos malones. El 16 de enero de 1882 aproximadamente 1000 indios atacaron un fortín ubicado en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay. A pesar de que lo defendían solamente 15 soldados y 15 paisanos mandados por el capitán Juan G. Gómez, rechazaron a los salvajes. La acción evidencia el valor que siempre ha caracterizado al soldado argentino y la eficacia de los Remington. El 20 de agosto de ese año una partida de 26 soldados al mando del Teniente Tránsito Mora y el Alférez indígena Simón Martínez fue emboscada por 400 indios en las lomadas de Cochicó, siendo muertos todos los efectivos argentinos. Quedaba en evidencia que los salvajes no habían sido reducidos. El ministro de Guerra y Marina dispuso la reorganización de la fuerzas que quedaron agrupadas en la división 2º que desde Choele Choel controlaría y operaría sobre los ríos Neuquén y Negro y la división 3º que con su comando en Río Cuarto controlaría la Pampa Central.
2. Campaña del general C. Villegas (1882-1883)
Ante los ataques de los indígenas, el General C. Villegas dispuso de una nueva expedición organizada con tres brigadas. Posteriormente emitió un informe que nos permite tener una muy detallada relación de todo lo sucedido en esta expedición en la que las fuerzas nacionales fueron eficazmente apoyadas por los indios amigos.[2]

Primera brigada

Al mando del Teniente Coronel Rufino Ortega, compuesta por una plana mayor, los regimientos 3 y 11 de caballería y el batallón 12 de infantería, con un total de 4 jefes, 20 oficiales y 310 soldados. Las fuerzas partieron en noviembre avanzando hacia el sur dirigiéndose a la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. La marcha se realizó de noche para ocultarse de la observación de los indios, recorriéndose 250 km en seis noches en medio de bajísimas temperaturas, lo que da una idea de los padecimientos de estos sacrificados hombres. Al llegar a las tolderías del capitanejo Millamán, este se entregó junto a 27 lanceros y 61 de chusma que pasaron a engrosar los efectivos de la brigada. Para evitar la detección, la brigada desprendió destacamentos menores para sorprender a los salvajes en sus tolderías, la brigada desprendió destacamentos menores.
Destacamento del Coronel Ruibal: Operó contra la indiada del cacique Queupo, batiéndolo y matando a 14 lanceros y capturando a 65 salvajes, perdiendo por su parte 5 efectivos que se ahogaron al cruzar el río Aluminé.
Destacamento del teniente coronel Saturnino Torres: logró la captura del cacique Cayul y 80 de sus hombres, perteneciente a la tribu de Reuque Curá.
Destacamento del Mayor José Daza: realizó una intensa persecución sobre los caciques Namuncurá y Reuque Curá que se escondieron en las zonas boscosas al sur del lago Aluminé pudiendo escapar.
Destacamento del Alférez Ignacio Albornoz: logró la captura de 2 capitanejos y 100 indios.
El 4 de diciembre la brigada se reunió en el lago Aluminé y desprendió nuevas partidas al mando de los mencionados Ruibal y Daza, sumándose el mayor O`Donell y el Teniente Coronel Torres que causaron nuevas bajas a los salvajes. En total la brigada logró abatir a 120 guerreros y capturar a 52 de lanza y 396 de chusma además de rescatar a 5 cautivos. Se construyeron un pueblo y 6 fortines para controlar los pasos cordilleranos e impedir el paso a Chile o su retorno desde el país trasandino.

Segunda brigada

Dirigida por el teniente Coronel Enrique Godoy, formada por una plana mayor y los regimientos 2 y 5 de caballería junto al batallón 2 de infantería, con 6 jefes, 32 oficiales y 512 de tropa. Inició la marcha el 19 de noviembre de 1882 hacia su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu desde donde desprenderían partidas para reducir a los salvajes de la zona. Operó en forma similar a la primera brigada, desprendiendo columnas menores para atacar a los salvajes.
Destacamento del mayor Roque Peitiado: operó contra las tolderías del capitanejo Platero, logrando tomar 23 prisioneros a costa de la pérdida de 2 soldados propios y 10 heridos.
Destacamento del Coronel Juan G. Díaz: prosiguió el ataque contra las indiadas que habían escapado del Mayor R. Peitiado. El 11 de diciembre en un desfiladero en las cercanías del lago Huechu Lafquen, fueron emboscados por los salvajes armados con Rémingtons que habían fortificado la posición cerrando el camino. Las fuerzas nacionales treparon por las laderas escabrosas y después de casi tres horas de combate desalojaron a los indios, perdiendo la vida un soldado y el Teniente 1º Joaquín Nogueira.
Dada la gravedad de los acontecimientos, el Teniente Coronel M. Godoy inició nuevas operaciones para acabar con las tribus de Namuncurá y Reuque Curá que se habían establecido en las márgenes del río Aluminé. El 1º de diciembre reinició el avance, enviando notas a los caciques para pactar su rendición. Cuatro días después se presentó el cacique Manquiel con toda su tribu por el que se supo que la 1º brigada había logrado la captura del grueso de las tribus de Namuncurá y Reuque Curá, incluyendo a los hijos y mujer del primero. El 14 de diciembre el teniente coronel M. Godoy llegó a su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. Desde este lugar emprendió una segunda operación, esta vez contra el cacique Ñancucheo que seguía evadiendo a las fuerzas nacionales atravesando terrenos dificilísimos de transitar. El cacique pudo escapar, pero se logró la captura de numerosos salvajes. El incansable Teniente Coronel M. Godoy dispuso una nueva expedición para limpiar de indios la región. En enero de 1883 se realizaron nuevas acciones que permitieron la captura de 55 indios, abatiendo además a 1 capitanejo y 3 guerreros. Ñancucheo fugó a Chile. Durante estas acciones el Sargento Mayor Vidal se enteró de la presencia de una partida del ejército chileno en territorio argentino lo que motivó las protestas del gobierno nacional.
El 6 de enero de 1883 se produjo el combate de Pulmarí, en esa ocasión el Capitán Emilio Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lezcano con 40 hombres se enfrentaron a un grupo de salvajes. Un oficial con uniforme del Ejército de Chile pidió parlamentar, los oficiales se acercaron y en ese momento fueron atacados y muertos a traición junto a un soldado:

“(…) Los indios en número se sesenta, tomando aislados a estos oficiales con un reducidísimo número de hombres, sorprendidos en un terrible desfiladero, dieron fin con ellos y cuatro soldados, acribillándolos a lanzazos e hiriéndolos de bala (…)”[3]

El 16 de febrero el Teniente Coronel Díaz chocó con alrededor de 150 indios en las cercanías del lago Aluminé en las cercanías de Pulmarí en el paraje de Lonquimay.[4] Nuevamente las fuerzas del Ejército Argentino se enfrentaron a efectivos chilenos, Díaz no cayó en la trampa y ante el ofrecimiento de parlamento abrió fuego contra también los chilenos capturándoseles armamento y pertrechos con la inscripción Guardia Nacional:
“Rompió el fuego sobre aquella tropa que avanzaba y sostuvo un brillante combate, rechazando completamente a esa fuerza superior en número que avanzó hasta cuarenta pasos de sus posiciones. Quedaron tendidos en el campo parte de ellos: seis soldados uniformados y un indio (…)”.[5]

De esta manera los efectivos argentinos defendían la soberanía dejando de lado la diplomacia y expresándose con el lenguaje de los fuertes, necesario cuando se viola el solar patrio.
En total la brigada logró la captura de 700 indios, poniendo fuera de combate a un centenar de ellos y limpiando el territorio argentino de partidas chilenas. También se construyeron nuevos fortines, al igual que lo hizo la primera brigada, para impedir el paso de los salvajes entre Argentina y Chile.

Tercera brigada

Comandada por el teniente coronel Nicolás Palacios con 4 jefes, 22 oficiales y 437 de tropa, estaba integrada por el regimiento 7 de caballería, el batallón 6 de infantería y un grupo de indios auxiliares. El 15 de noviembre de 1882 partió de la isla de Choele Choel con rumbo hacia el lago Nahuel Huapi para establecer allí su campamento general desde donde destacaría partidas contra los salvajes. Se libraron una gran cantidad de memorables combates entre los que se destacaron las incursiones del teniente Coronel Rosario Suárez, la dirigida por el propio Teniente Coronel N. Palacios. El 22 de enero de 1883 una partida mandada por el Capitán Adolfo Druy y el teniente 1º Eduardo Oliveros Escola se enfrentó a 400 indios del cacique Sayhueque que huía de la persecución de las fuerzas nacionales.
Como resultado de las acciones de esta brigada 3 capitanejos y 140 guerreros resultaron muertos, 2 caciques, 4 capitanejos, 114 de lanza y 361 de chusma fueron capturados. También se construyeron nuevos fortines.
La expedición en su conjunto produjo el afianzamiento de la soberanía en las provincias de Neuquén y Río Negro, dejando fuera de combate a las principales tribus mapuches y bloqueando los pasos de la cordillera por donde penetraban estos y los araucanos desde Chile.
Uno de los libros indigenistas más difundidos sobre la cuestión de la guerra en el Neuquén es el de los autores Curapil Churruhuinca y Luis Roux Las matanzas del Neuquén. Curiosamente, los escritores ponen este título al libro, pero no demuestran la existencia de ninguna matanza. Sin embargo, hay una serie de datos que resultan interesantes. Según las cifras aportadas por los propios autores, había en la región del Neuquén alrededor de 60.000 indígenas, la mayoría dependientes de los caciques Sayhueque y Purrán.[6] Sostienen:

“De este modo concluye la Campaña de los Andes. Durante la misma mueren 354 indígenas y se capturan 1.721, con las bajas nacionales de 5 oficiales y 38 soldados. Para el resultado no fue mucho el costo, comparativamente”.[7]

Aunque el número de indígenas que habitaban la región, según los autores, nos parece excesivo, pero tomémoslo como cierto. Entonces si sobre 60.000 indios, fueron muertos 354, esto quiere decir que cayeron el 0,59% en operaciones militares, una cifra prácticamente irrisoria para una guerra, ¿a dónde están las masacres a las que se refieren los escritores? En su mensaje al Congreso de la Nación de 14 de agosto de 1878, el general J. A. Roca afirmó que en la zona había unos 20.000 salvajes. Si tomamos como el total este número, entonces el porcentaje de indios del tronco araucano caídos en la campaña al Neuquén sería entonces del 1,77%, cifra también muy baja para una guerra de exterminio como sostienen los indigenistas. De esta forma podemos observar como el tan mentado genocidio es una mentira. Uno podría sumar las bajas de las campañas de 1878-1879, pero esto no es aplicable a los indios del tronco mapuche o araucano del Neuquén y Río Negro ya que estos no fueron afectados por las mismas que estuvieron dirigidas contra las tribus de la región central de la Argentina. En otro orden, son los mismos autores los que admiten la gran incidencia de las luchas internas en las tribus y entre las mismas, en los índices de mortalidad de los indígenas. [8] Las cifras de las bajas indígenas también demuestran que la tan publicitada bravura indomable del indio se practicaba contra las poblaciones indefensas, pero de poco le valía contra los efectivos del Ejército Argentino.

3. Expediciones finales

A fines de 1883 y comienzos de 1884 comenzaron las operaciones finales contra los salvajes, enfermo y cargado de cicatrices, el célebre Toro Conrado Villegas se marchó a Europa para intentar curarse, pero falleció en París el 26 de agosto de ese año. Fue reemplazado en el mando de la 2º Brigada por el general Lorenzo Vintter que se convirtió en gobernador militar de la Patagonia y continuó las acciones en Neuquén y Río Negro. Acosado por el hambre y la implacable persecución de las fuerzas argentinas, el 24 de marzo de 1884 se rindió el cacique Namuncurá con 9 capitanejos, 137 de lanza y 185 indios de chusma.
Solamente quedaban en pie los restos de las tribus de Sayhueque e Inacayal. Para terminar con ellas, el general L. Vintter envió una nueva expedición, esta vez al mando del Teniente Coronel Lino Oris de Roa. Partiendo el 21 de noviembre de 1883 de fortín Valcheta con 100 hombres se dirigió hacia el río Chubut que se había unido a otros caciques, pero apenas lograba reunir algo más de tres centenares de guerreros. Las patrullas del sargento mayor Miguel Linares y el capitán Manuel Peñoiry continuaron los rastrillajes y las acciones que permitieron nuevas capturas. El 1º de enero de 1884 las fuerzas del teniente coronel de Roa chocaron con 300 indios dirigidos por el cacique Inacayal, quedando 4 de ellos muertos en el campo de batalla, 16 fueron tomados prisioneros. El hostigamiento constante generó nuevas rendiciones, poco tiempo después de la de Namuncurá, se presentó el cacique Maripán con 184 guerreros. Otros centenares se fueron presentando en los días siguientes.
El General L. Vintter dispuso ese mismo año el envío de tres columnas al mando del sargento mayor Miguel Vidal para batir a los indios que quedaban aún escondidos, especialmente en los poco accesibles contrafuertes andinos, logrando la captura de 300 indios. La presión constante dio el resultado esperado, el 1º de enero de 1885 Sayhueque, el último de los grandes caciques se presentó en el fuerte Junín de los Andes junto con 700 lanceros y 2500 de chusma.
El 20 de febrero de 1885 el general L. Vintter escribió al jefe del Estado Mayor General del Ejército, General de División Joaquín Viejobueno:

“En el Sud de la República no existen ya dentro de su territorio fronteras humillantes impuestas a la civilización por las chuzas del salvaje.
Ha concluido para siempre en esta parte, la guerra secular que contra el indio tuvo su principio en las inmediaciones de esa capital el año 1535”.[9]

Las campañas al desierto habían terminado poniendo fin para siempre al azote del malón, a las fronteras interiores, al cautiverio y asesinato de miles de pobladores habiendo asegurando la soberanía sobre la Patagonia pretendida por Chile.

4. El mapuchismo

Sometidas las tribus, la mayoría de los caciques fueron tomados prisioneros y liberados al poco tiempo, el propio Sayhueque, a pesar de la resistencia que había ejercido, en abril de 1885 ya estaba de retorno con su comitiva en Río Negro desde donde pasó con su tribu a las tierras asignadas por el gobierno argentino en Chubut. Es decir, fue detenido en enero, y en abril ya había vuelto a la libertad ¿dónde está la tan proclamada ferocidad genocida del Ejército y las autoridades argentinas? El otorgamiento de tierras a Namuncurá demoró más, pero el gobierno chileno intentó seguir usando a los mapuches contra la Argentina. En el Primer Congreso del Área Araucana Argentina en 1963, se afirmó que:

“En 1908 el Gobierno de Chile puso a su disposición 1.800 hombres aguerridos para reconquistar sus antiguos territorios”.[10]

Todavía en 1908 los mapuches seguían pensando, con el apoyo de Chile, en invadir el Neuquén. Nunca los mapuches aceptaron al hombre blanco en la Patagonia:
“Por cierto, tras las adjudicaciones y la llegada de los pioneros, funcionarios, comerciantes y, especialmente, colonos y hacendados, los mapuches constituyeron por un buen tiempo un peligro constante de represalias y daños, atosigados como estaban por el rencor y el deseo de venganza, con el oprobioso recuerdo de los desmanes del gran malón blanco”.[11]

Los citados autores indigenistas –Churruhinca y Roux- hacen amplias referencias al valor que dan a la pertenencia de la Patagonia a la Argentina y a la bandera nacional:
“(…) Moreno consideró que estas regiones debían incorporarse a la República Argentina. Y actuó en función de esa idea  (…) Si Moreno fue leal a su país no actuó lealmente con Sayhueque y sus muchos amigos indios, a quienes aseguró visitar solamente para conocerlos, mientras trabajaba su mente y su corazón al acuciamiento de trasladar esos dominios a la Argentina por la sumisión o por la fuerza”.[12]

Está claro que para los mapuchistas, el Neuquén y el Río Negro no eran parte de la Argentina, sino que formaban un Estado aparte, el mapuche. Después de hacer una referencia a las campañas finales de 1884-1885, y refiriéndose al destino de las tribus rendidas afirman:
“Para todas ellas principará una nueva etapa. Bajo nueva bandera. Bajo nuevos nombres”.[13]

A continuación, dejan muy claro el concepto indigenista de pueblo originario:
“(…) Gringos eran todos los no mapuches, argentinos o europeos. Extranjeros para los nativos neuquinos. Y la sangre ardida de los hermanos muertos ponía una pared rocosa entre naturales y blancos. Difícil entenderse”.[14]
Parecen olvidar que fueron los indios araucanos o chilenos, hoy llamados mapuches, los que desde el occidente de la cordillera de los Andes invadieron la Patagonia expulsando o exterminando a las tribus locales.
Finalmente, el rechazo a la bandera argentina aparece nuevamente reflejado en las siguientes palabras:
“(…) Las huestes roquistas han destruido en Neuquén indígena para enarbolar una enseña y traer una gringada. Negocio de usurpación, proclama de soberanía tres veces ilegítima, edificada sobre la mentira, la ofensa gratuita y el crimen, comercio infamado de tierras”.[15]
No es de extrañar que los mapuches se opusieran al proceso de fundación de pueblos y parques nacionales en Neuquén y Río Negro. Pasado el tiempo el movimiento mapuche parecía apagado, pero algo ocurrió. En 1963 los mapuches lograron concretar la reunión del Primer Congreso del Área Araucana Argentina en San Martín de los Andes. Por iniciativa de un vecino del Neuquén, Willy Hassler, nombre no muy originario (se trataba de un alemán), comenzó a avivar la problemática de los mapuches en los parques nacionales.
Las usurpaciones de terrenos y atentados de los mapuches se están convirtiendo en moneda corriente. Carlos Sapag, hermano del gobernador denunció:
“Son activistas que cuentan con apoyo de las FARC y relaciones con Batasuna, el brazo político de ETA”.[16]

El entonces intendente de Villla Pehuenia, Silvio del Castillo, declaró:
“En Villa Pehuenia los mapuches ya tienen 10.000 hectáreas en su poder. No voy a entregarles un metro más”.[17]
Sin embargo, no todos los mapuches comparten esta visión expansionista:
“Arrastran a los jóvenes a una lucha sin sentido. Nosotros queremos la paz. Hoy los mapuches ocupan tierras que nunca fueron nuestras”.[18]

La Sociedad Rural de Neuquén ha denunciado que en la provincia hay al menos 57 campos usurpados. Todo esto es promovido por la Confederación Mapuche que agrupa a las principales comunidades, sin embargo, sus detractores la acusan de:
“(…) Estar infiltrada por activistas de izquierda que pretenden escindir el territorio de la Argentina. También los acusan de malversación de fondos”.[19]

Este dato no es menor y es donde se encuentra el meollo de la cuestión. No solamente tienen nexos con organizaciones de izquierda, sino que reciben el apoyo mediático de supuestas ONGs. Curiosamente la sede central del movimiento mapuche reside en Londres que de esta manera debilita a la Argentina y ejerce una nueva amenaza sobre la Patagonia y sus recursos, sumándola a la presencia de la base militar de la OTAN en Malvinas.
En total en la Argentina el reclamo es por 15 millones de hectáreas, en Neuquén se centra en las zonas de San Martín de los Andes, Junín de los Andes, Villa la Angostura, Villa Pehuenia, Zapala, Aluminé y Cutral Có. En Río Negro los más importantes están en El Bolsón, Bariloche, Comallo, Trapalcó, Ñirihau, Cuesta del Ternero y Chelforó. Estos intentos de obtener tierras que son patrimonio de los argentinos se extienden incluso a la provincia de Buenos Aires, a la que nunca llegaron los mapuches.
El avance del movimiento mapuche es notable, las 18 comunidades originales que reclamaban tierras se han convertido en 55 solamente en Neuquén. Martín Maliqueo, vocero de una de ellas, la Lonko Purrán, declaró:
“(…) No somos ni chilenos, ni argentinos, somos mapuches y no nos sentimos representados”.[20]

El proceso cesionista y antiargentino se extiende.

Fuentes:

[1] Todas las cifras utilizadas en este trabajo han sido tomadas del libro de WALTHER, Juan Carlos. La conquista del desierto, cuarta edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1980. Se trata de una de las mejores obras generales sobre la cuestión de las campañas al desierto.
[2] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Campaña de los Andes al sur de la Patagonia. Partes detallados y diario de la expedición. Ministerio de Guerra y Marina, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1978. Para las acciones de los indios amigos ver pp. 86, 88, 94, 102, 106, 108, 112
[3] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., p. 85.
[4] Ver el excelente e imprescindible trabajo de PAZ, Ricardo Alberto. El conflicto pendiente. Fronteras con Chile, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, pp. 58-59.
[5] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., pp. 18-19.
[6] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Las matanzas del Neuquén. Crónicas mapuches, tercera edición, Buenos Aires, Plus Ultra, 1987, p. 195
[7] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 167.
[8] Ver CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., pp. 54, 55, 68, 71, 89, 108, 149.
[9] Carta del general L. Vintter al jefe del Estado Mayor General del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno, 20 de febrero de 1885.
[10] VIGNATTI, M. A. Iconografía aborigen. En: Primer Congreso del Área Araucana Argentina, Buenos Aires, 1963, T II, p. 52.
[11] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 242.
[12] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 103.
[13] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 173.
[14] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 216.
[15] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 249.
[16] Declaraciones de Carlos Sapag. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[17] Declaraciones del intendente de Villa Pehuenia, Silvio del Castillo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[18] Declaraciones de los caciques mapuches de las comunidades de Currumil y Aigo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[19] MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6
[20] En: VARISE, Franco. Crecen conflictos con aborígenes por reclamos de tierras, Buenos Aires, La Nación, 16 de agosto de 2009, p. 19
Fuente: https://deyseg.com/history/196

domingo, 15 de junio de 2025

Conquista del desierto: La colaboración del ejército chileno con las tribus araucanas en la Patagonia

 

Combates de Pulmarí (1883): Mapuches y posible colaboración chilena



Por Esteban McLaren

Contexto histórico y desarrollo de los combates

En el verano de 1883 se produjeron dos enfrentamientos conocidos como los combates de Pulmarí, en el territorio de la actual provincia de Neuquén. Estos choques ocurrieron durante la fase final de la Campaña del Desierto argentina (1878-1885), cuando las tropas del coronel Conrado Villegas avanzaban sobre grupos mapuches resistentes. Al mismo tiempo, del lado chileno, culminaba la Pacificación de la Araucanía (campaña militar chilena de ocupación del territorio mapuche, formalmente concluida en 1883) (Wikipedia). La situación geográfica permitió que los mapuches se desplazaran a uno y otro lado de la cordillera según convenía: “la frontera que hoy divide a la Argentina y Chile sólo existía por entonces en la imaginación de Santiago y Buenos Aires” – los mapuches podían evadir a un ejército cruzando a territorio del otro país (Moyano.pdf). En este contexto, se dio la última resistencia armada significativa mapuche en suelo argentino, con la posible participación de fuerzas chilenas, lo que ha generado debate historiográfico.

Los combates tuvieron lugar cerca del lago Pulmarí (zona de Aluminé). El primero ocurrió el 6 de enero de 1883, cuando un destacamento argentino fue emboscado, y el segundo a mediados de febrero de 1883, con un enfrentamiento aún mayor en escala. Estos hechos coincidieron con la rendición o huida de muchos caciques mapuches; por ejemplo, el lonko Manuel Namuncurá cruzó a Chile tras la ofensiva argentina y luego terminaría rindiéndose con sus últimos guerreros en marzo de 1884, al regresar de Chile, hambriento y debilitado (Wikipedia). Pulmarí representó, por tanto, uno de los últimos bastiones de resistencia mapuche en Argentina, cuando ya la presión militar llegaba desde ambos lados de los Andes.


El capitán Pedro Crouzeilles del Regimiento 5 de Caballería de línea, cerca de la Vega de Chapelco muere el 25 de abril de 1881, el mismo era hermano mellizo del capitán Emilio Crouzeilles muerto en una emboscada en el combate de Pulmarí el 6 de enero de 1882. Ambos fueron enterrados junto en el Fortín Subteniente Sharples (o Fortín Collón Curá o Quequemtreu).

Testimonios militares argentinos sobre la presencia chilena

Las fuentes militares argentinas contemporáneas a los combates de Pulmarí mencionan explícitamente la posible participación de efectivos chilenos junto a los guerreros mapuches. En un parte oficial elevado por el general Villegas sobre el combate del 6 de enero de 1883, se relata que una partida de 40 soldados argentinos (al mando del capitán Emilio Crouzeilles y un teniente) fue atacada sorpresivamente en Pulmarí por un nutrido grupo indígena. El propio Villegas informó que dicho contingente fue atacado “por indios y fuerzas a cuyo frente se veía un oficial con uniforme, espada y revólver en mano” (Fuente). Este detalle –la aparición de un oficial uniformado liderando a los mapuches– desorientó al capitán Crouzeilles, quien temió estar enfrentándose por error con alguna patrulla argentina aliada, y ordenó cesar el fuego. Los mapuches (weichafe) aprovecharon la vacilación y cargaron sin detenerse, resultando muertos en la refriega los dos oficiales argentinos (Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lazcano, quien llegó en auxilio) y buena parte de sus soldados (Fuente). Este episodio –que las crónicas militares argentinas calificaron como un “lamentable suceso”– constituyó una inesperada victoria mapuche, explicada por los argentinos en parte por la supuesta intervención de ese misterioso oficial uniformado entre las filas indígenas (Fuente).

Un segundo enfrentamiento tuvo lugar un mes más tarde, el 17 de febrero de 1883, en la misma zona. En esta ocasión, un destacamento de 16 soldados argentinos al mando del teniente coronel Juan Díaz se internó en Pulmarí persiguiendo a un grupo numeroso de indígenas. Según el informe del propio Díaz, al acercarse a la orilla del lago Aluminé su unidad fue rodeada por “100 a 150 indios” que surgían de detrás de las lomas (Fuente). Primero, los mapuches abrieron fuego a distancia, sin llegar a la carga inmediata. Díaz retrocedió buscando una posición defensiva mejor, pero entonces avistó una gran polvareda indicando que más gente les cortaba el paso por delante (Fuente). En ese momento crítico ocurrió algo inusual: “se presentó en mi flanco izquierdo un infante del ejército chileno con bandera de parlamento”, narra Díaz. El teniente coronel argentino inicialmente ordenó no abrir fuego ante la vista del parlamentario chileno; sin embargo, advirtió enseguida que detrás venía oculta una compañía de infantería (también con uniforme chileno) avanzando en guerrilla, al mismo tiempo que la “indiada” atacaba por la retaguardia (Fuente). Recordando lo sucedido en otros encuentros (quizás refiriéndose a la treta de enero), Díaz decidió actuar preventivamente: “teniendo en cuenta lo sucedido a otras comisiones anteriores, mandé romper el fuego, siendo yo el primero en efectuarlo” (Fuente). Se desató así un combate encarnizado; las fuerzas adversarias incluso cargaron a la bayoneta contra la posición argentina, llegando a apenas 40 pasos, hasta que finalmente se replegaron dejando 7 muertos en el campo, retirados luego por los indios (Fuente). Este testimonio es particularmente explícito en señalar la presencia de soldados chilenos uniformados (un abanderado de parlamento y una compañía entera) combatiendo junto a los mapuches.

En suma, los partes argentinos de 1883 aluden en dos ocasiones a presencia chilena directa: primero un “oficial con uniforme” liderando indígenas en enero, y luego un grupo de infantería chilena usando una bandera de parlamento como ardid en febrero (Fuente). Estas referencias constituyen evidencia documental contemporánea de la percepción argentina de que el Ejército de Chile (o al menos militares chilenos) estaban involucrados en los combates de Pulmarí apoyando a los resistentes mapuches.

Evidencias historiográficas y documentación chilena sobre dicha colaboración

La historiografía ha investigado con detalle estas afirmaciones para discernir si realmente hubo apoyo oficial chileno a los mapuches en Pulmarí o si se trató de casos aislados/malentendidos. Algunos historiadores argentinos han dado crédito a esos reportes: por ejemplo, Juan Carlos Walther (historiador del Ejército Argentino) recopiló estos partes en su obra La Conquista del Desierto (1970), confirmando que en Pulmarí los argentinos se enfrentaron a indígenas “y a soldados chilenos” mezclados con ellos (Wikipedia). Investigaciones modernas en inglés también recogen estos hechos: George V. Rauch señala que el 6 de enero de 1883 una sección de 10 hombres fue emboscada en Pulmarí por soldados chilenos, resultando muertos el capitán Crouzeilles, el teniente Lazcano y varios soldados (Wikipedia). Asimismo, Rauch documenta que el 17 de febrero de 1883 la patrulla de Juan Díaz fue rodeada por unos 100 indígenas apoyados por un pelotón de soldados chilenos (aprox. 50 hombres) (Wikipedia). Estos relatos secundarios corroboran que, al menos según las fuentes argentinas, efectivamente hubo militares chilenos combatiendo del lado mapuche en Pulmarí.

Ahora bien, ¿qué dicen las fuentes chilenas de la época y la historiografía chilena? Por parte de Chile, no existen registros oficiales que indiquen una orden directa de apoyar militarmente a los mapuches en territorio argentino. De hecho, el contexto político hacía improbable un apoyo abierto: en 1881 Argentina y Chile habían firmado un tratado de límites, y aunque persistían desconfianzas, ambos estados estaban más interesados en consolidar sus conquistas internas que en provocar una guerra entre sí. Documentos chilenos de la época muestran preocupación por las operaciones argentinas en Neuquén, pero en un sentido de competencia territorial más que de apoyo a los indígenas. Por ejemplo, el coronel chileno Gregorio Urrutia –encargado de la campaña final en Araucanía– fue instruido en 1882-1883 a ocupar rápidamente la zona de Villarrica y el Alto Bío-Bío para evitar que la presión argentina desde Neuquén dejara espacios sin controlar () (). En ese contexto, hubo comunicaciones entre Urrutia y los comandantes argentinos: registros señalan que el general Villegas recibió informes de Urrutia sobre las “batidas” realizadas del lado chileno contra tolderías mapuches que huían hacia la frontera (Fuente). Es decir, en vez de ayudarlos, las fuerzas chilenas perseguían a los grupos indígenas en su territorio, y mantenían al tanto a los argentinos de estas acciones.

No obstante, la coordinación no fue perfecta y se registraron incidentes fronterizos. El historiador chileno Tomás Guevara documentó que durante la ocupación chilena del Alto Bío-Bío ocurrió un choque entre un destacamento chileno y otro argentino en la zona cordillerana () (). También menciona un “incidente” a raíz del viaje de un cirujano chileno (Oyarzún) que generó roces con las fuerzas argentinas (). Si bien Guevara no detalla nombres, podría estar aludiendo precisamente a los choques en Pulmarí (o situaciones similares) como hechos menores dentro de una colaboración general. Desde la perspectiva chilena, estos enfrentamientos fueron accidentales: las tropas de ambos países operaban muy cerca en perseguir a los mismos grupos, por lo que no es sorprendente que llegaran a enfrentarse confusamente en la frontera.

En cuanto a documentación específica que confirme o refute colaboración, cabe señalar que Chile nunca reconoció oficialmente haber enviado tropas a combatir en Argentina. Es plausible que los soldados chilenos mencionados en Pulmarí fuesen partidas locales actuando sin órdenes claras desde Santiago, o incluso deserciones/indisciplinas en coordinación directa con los mapuches. Algunas versiones argentinas de la época, de tono más acusatorio, llegaron a afirmar que el propio coronel Urrutia intentó aliarse con caciques para atacar Argentina: Según Estanislao Zeballos (publicista y político argentino de fines del XIX), en 1883 Urrutia se entrevistó con el cacique Manuel Namuncurá en Villarrica y le propuso armar a sus guerreros para invadir la Argentina junto con tropas chilenas, a lo que Namuncurá se habría negado (Jorge Gabriel Olarte). Este relato, aunque citado por autores modernos, no ha sido corroborado por fuentes oficiales chilenas (y Namuncurá finalmente no recibió tal apoyo). Más bien luce como parte de la retórica argentina de la época para retratar a Chile como instigador. En resumen, la evidencia documental chilena directa de una colaboración militar con los mapuches es escasa o nula. Lo que sí existe son referencias a comunicaciones y acuerdos entre chilenos y argentinos (no entre chilenos y mapuches) y la admisión de algunos choques fortuitos con fuerzas argentinas durante las operaciones simultáneas (Moyano.pdf).

Coordinación entre la Campaña del Desierto y la Pacificación de la Araucanía

Lejos de actuar en oposición, la política de fondo de ambos estados fue la de coordinar esfuerzos para eliminar la resistencia mapuche a ambos lados de la cordillera. Historiadores contemporáneos subrayan que, pese a algunos incidentes, Argentina y Chile no llevaron agendas contrarias en la “conquista” del territorio mapuche, sino complementarias. De hecho, desde antes de 1883 hubo entendimientos tácitos y explícitos: “la decisión política de chilenos y argentinos consistió en operar en forma coordinada para terminar con los últimos conatos de resistencia mapuche” (Moyano.pdf). El presidente chileno Domingo Santa María aceleró la ocupación del último reducto mapuche en Villarrica (Araucanía) en 1882, en parte para evitar que los indígenas pudieran refugiarse definitivamente del lado argentino o que Argentina ocupase esos valles antes () (). A su vez, oficiales argentinos como el general Villegas y el coronel Lorenzo Vintter mantuvieron correspondencia con sus pares chilenos, asegurándose de no entorpecerse mutuamente e intercambiando información sobre los movimientos indígenas fronterizos (Moyano.pdf).

Una prueba concreta de coordinación fue que Chile y Argentina prácticamente sincronizaron el fin de sus campañas: luego de 1883, extinguida la resistencia armada, ambos gobiernos procedieron a distribuir tierras y consolidar su autoridad en las regiones anexadas. Cuando caciques importantes lograron huir de un país a otro, la estrategia fue negarle refugio seguro: por ejemplo, tras Pulmarí, Namuncurá y sus hombres fueron hostigados en Chile (por Urrutia) y finalmente optaron por rendirse a Argentina en 1884 (Wikipedia). En paralelo, otros líderes como Sayhueque e Inakayal resistieron un poco más al sur, pero aislados y sin apoyo externo también capitularon poco después. Todo esto confirma que no hubo un “doble juego” entre las campañas – por el contrario, Argentina y Chile compartían el objetivo de someter a los mapuches y evitar que la frontera internacional sirviera de refugio permanente.

Incluso décadas antes, durante campañas previas, hubo colaboraciones inter-estatales semejantes: el general argentino Julio Roca mencionó que medio siglo atrás (en 1833) Juan Manuel de Rosas ya había coordinado operaciones con Chile contra los indígenas (Moyano.pdf). En la década de 1870, ambos países veían a la nación mapuche como un obstáculo para sus proyectos nacionales. Así lo refleja el hecho de que se acusaban mutuamente de ser base de los “indios amigos” del otro lado, pero finalmente entendieron que convenía eliminar juntos la resistencia en lugar de avivar un frente indígena común. En suma, la Campaña del Desierto argentina y la Pacificación de la Araucanía chilena estuvieron articuladas en tiempo y espacio: más allá de choques puntuales como Pulmarí, ninguna de las dos campañas hubiera logrado un resultado tan completo si el otro país hubiera brindado santuario o ayuda sustancial a los sublevados. La historiografía coincide en que, estructuralmente, fue un esfuerzo convergente de Argentina y Chile para repartirse y controlar el territorio del Wallmapu (territorio mapuche tradicional).

Influencia chilena en la resistencia mapuche en Argentina: visión historiográfica actual

Los historiadores contemporáneos analizan con detalle la llamada “influencia chilena” en las rebeliones indígenas en Argentina, matizando mitos y realidades. Durante el siglo XIX, era común en el discurso argentino atribuir las incursiones y resistencia indígena a una instigación externa: se hablaba de “indios chilenos” para referirse a los mapuches que atacaban en las pampas, insinuando que actuaban en connivencia con Chile (Moyano.pdf) (Moyano.pdf). Figuras como Estanislao Zeballos contribuyeron a esta imagen, retratando a caciques como Calfucurá casi como agentes chilenos (“vengativo, cruel y chileno” decía Zeballos) (Moyano.pdf). Esta narrativa buscaba justificar la Campaña del Desierto presentándola no solo como una guerra contra el indígena sino como una defensa de la soberanía frente a una supuesta amenaza chilena encubierta. Sin embargo, investigaciones posteriores han desmontado gran parte de esta construcción. Se ha señalado, por ejemplo, que ni caciques como Sayhueque eran “argentinos” en el sentido estatal, ni Calfucurá era “chileno”: ambos operaban en un mundo fronterizo propio, previa y al margen de las naciones, aliándose o enfrentándose entre sí según sus intereses, más que por lealtad a Buenos Aires o Santiago (Moyano.pdf) (Moyano.pdf).

Dicho esto, sí existieron vínculos objetivos entre los mapuches y Chile que impactaron en la resistencia indígena en Argentina. Por un lado, la economía del malón (ataque y robo de haciendas) dependía en gran medida de comercializar el ganado capturado en Chile. Hay evidencia de que autoridades locales chilenas toleraban (cuando no fomentaban) el comercio de reses robadas en Argentina, sabiendo su procedencia, pues eso debilitaba a los fronterizos argentinos y fortalecía la influencia chilena en Patagonia (Wikipedia) (Wikipedia). Este fenómeno, vigente desde mediados del siglo XIX, implicaba que muchos caciques mantenían lazos de intercambio con comerciantes chilenos, obteniendo armas de fuego y provisiones a cambio de animales. Así, indirectamente, Chile proveyó de armamento moderno a tribus hostiles a Argentina – por ejemplo, a inicios de 1883 algunos grupos mapuches aún disponían de fusiles Winchester y Martini-Henry de origen chileno o peruano, con los que causaron bajas a las tropas argentinas (Wikipedia). Este flujo de armas y refugio informal en el territorio chileno constituyó una forma de influencia en la capacidad de resistencia mapuche.

No obstante, una vez que Chile decidió también acabar con la autonomía mapuche en su suelo (especialmente tras el levantamiento general mapuche de 1881 en Araucanía), esa tolerancia se esfumó. De hecho, a partir de 1882-1883 Chile empezó a encerrar a los mismos líderes que antes podían comerciar libremente, y cualquier beneficio estratégico de azuzar a los indígenas contra Argentina quedó subordinado a la urgencia de pacificar su propio sur. La negativa de Namuncurá a colaborar con Urrutia (si es verídica) refleja que los mapuches tampoco confiaban plenamente en el Estado chileno, sabiendo que también los había combatido. Finalmente, tras 1883, la resistencia mapuche organizada colapsó casi simultáneamente en ambos países, dejando claro que ningún Estado ofreció apoyo duradero a los indígenas contra el otro. Por el contrario, los ejércitos de Argentina y Chile actuaron como aliados objetivos en la derrota final del pueblo mapuche, repartiendo su territorio ancestral entre sí. Esto ha llevado a historiadores como Adrián Moyano a concluir que las acusaciones cruzadas (de “chilenos entrometidos” por un lado, o de “argentinos usurpadores” por el otro) fueron en gran medida parte de la propaganda de conquista, mientras que la realidad fue una acción coordinada de ambos estados para consumar la ocupación (Moyano.pdf).

En síntesis, la “influencia chilena” en la resistencia mapuche dentro de Argentina existió más en la retórica que en los hechos militares decisivos. Los testimonios argentinos de Pulmarí muestran que pudo haber participación puntual de oficiales o soldados chilenos (sea por error, astucia o pequeñas partidas irregulares), lo cual quedó en la memoria militar argentina como una anécdota significativa (Fuente) (Fuente). Sin embargo, la evidencia historiográfica contemporánea tiende a refutar la idea de un apoyo institucional chileno de gran escala: más bien, ambos gobiernos colaboraron para que episodios como Pulmarí fuesen los últimos triunfos mapuches. Las coincidencias temporales y espaciales de las campañas militares indican que Chile y Argentina se coordinaron estrechamente para cerrar el “frente araucano”, compartiendo información y evitando proteger a los rebeldes del vecino (Moyano.pdf). Los historiadores actuales ven la resistencia mapuche de esos años como la lucha desesperada de un pueblo acorralado entre dos fuegos estatales, sin aliados poderosos – ni Chile ni Argentina estuvieron de su lado. Por ende, cualquier participación chilena en Pulmarí fue excepcional y contraria a la política general de Chile, que en esos meses estaba más interesada en concluir su propia campaña en Araucanía que en prolongar el conflicto apoyando a los weichafe. Los combates de Pulmarí, por tanto, se explican mejor como el último coletazo de la resistencia mapuche autónoma, con algunos episodios confusos que involucraron fuerzas chilenas a nivel táctico, pero en el marco de una estrategia binacional de conquista y reparto del territorio mapuche.


Fuentes: Documentos militares argentinos de 1883 recopilados por Walther (COMBATE DE PULMARÍ I (06/01/1883) – El arcón de la historia Argentina) (COMBATE DE PULMARI II (06/02/1883) – El arcón de la historia Argentina); análisis históricos de Juan C. Walther, Lorenzo Massa y G.V. Rauch (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre) (Conquista del Desierto - Wikipedia, la enciclopedia libre); estudio de Adrián Moyano (2006) sobre Pulmarí (Moyano.pdf); crónicas de Tomás Guevara () (); entre otros. Estas evidencias combinadas permiten esclarecer que, si bien hubo observaciones de tropas chilenas en Pulmarí, éstas no obedecieron a una alianza formal con los mapuches, sino que fueron hechos aislados en medio de una colaboración estratégica argentino-chilena mucho mayor para poner fin a la resistencia indígena en la región (Moyano.pdf). Los combates de Pulmarí representan así un episodio complejo, en el que la frontera nacional se desdibujó momentáneamente en el campo de batalla, pero cuyo desenlace contribuyó a afirmar definitivamente esa frontera a costa del pueblo mapuche.

martes, 10 de junio de 2025

Guerra del Paraguay: Paraguay obliga a Argentina a ingresar a la guerra

13 de Abril de 1865

Paraguay ataca a la ciudad de Corrientes

Se inicia la guerra de la Triple Alianza



Fotografía del Vapor "25 de Mayo" y su tripulación en 1861. Muchos de ellos morirán con la captura del vapor por parte de las fuerzas paraguayas. Otros más, sufrirán un penoso cautiverio. El vapor capturado, servirá bajo bandera paraguaya durante varios años de la guerra.

Surtos en el puerto de la Ciudad Capital de la Provincia de Corrientes, se hallan dos buques argentinos, el "25 de Mayo" y el "Gualeguay".
Ambos buques se encuentran en el puerto para realizar reparaciones. Se hallan desarmados, y con sus tripulaciones disminuidas, o con permiso de tierra.
La mañana del 13 de abril de 1865, cerca de las seis, cinco vapores paraguayos se aparecen frente a las costas de la Ciudad de Corrientes. Pronto toman posiciones, y atacan a los indefensos navíos argentinos, sin declaración de guerra, en una acción sin ningún tipo de provocación.
Los marinos argentinos , superados en número, intentan una resistencia heroica, pero pronto son sometidos y tomados prisioneros. Trescientos marineros paraguayos capturan a cerca de ochenta marinos argentinos, varios de los cuales, ya rendidos, son degollados inmediatamente por los guaraníes. Arrían el pabellón argentino, arrojando la bandera al suelo, gritando vivas por el Mariscal Solano López. Algunos marinos que intentan evitar la captura, se arrojan al agua, y son baleados, muriendo todos ellos.
En tanto, 2.500 hombres del ejército paraguayo desembarcan en la Ciudad de Corrientes, ocupando la Ciudad Capital de la Provincia homónima. Otras columnas paraguayas invaden por distintos pasos la Provincia Mesopotámica, sumando un total de 27.000 hombres.
Los marinos sobrevivientes, pasaran el resto de la guerra en cautiverio en condiciones infrahumanas. Muchos morirán en presidio.
La ocupación paraguaya de la Ciudad de Corrientes será muy dura y cruel. Habrá secuestros, violaciones, destrucción de propiedades argentinas, y fusilamientos sumarios. Incluso, se secuestrará a cinco mujeres, algunas con sus hijos pequeños, y se las llevarán al Paraguay, las famosas "Cautivas correntinas".
El Gobernador legítimo, Manuel Lagraña, logra escapar con algunos soldados al interior de la provincia con intención de reunir hombres, para repeler la invasión paraguaya.
Los invasores, a su vez, imponen un gobierno títere, sujeto a las decisiones de Asunción.
Cerca de un año se tardará en expulsar a los invasores, de la Provincia de Corrientes, a costa de sangrientas batallas, como Yatay y Pehuajó.
El ataque paraguayo, provocará la entrada en la guerra de la República Argentina.

domingo, 8 de junio de 2025

Patagonia: Asimilación de los aonikenks

Esplendor y asimilación de los tehuelches. La bandera argentina en el toldo del poderoso Sayhueque

La Voz del Chubut




Caciques Juan Cacamata y Manuel Quilchamal vestidos con ropas de blancos, década del 40. Foto: Federico Escalada

El pueblo conocido genéricamente como tehuelche, conformado por las etnias Gününa Küne, Chehuache Kenk, Metcharnuwe y Aóni Kerik, subdivididos a su vez en meridionales (entre el estrecho de Magallanes y el río Chubut) y septentrionales (entre los ríos Limay-Negro y el río Chubut), fue el autóctono de lo que hoy en día es la Patagonia argentina, y en tiempos del virreinato del Rio de La Plata, sus dominios se extendieron más allá del territorio patagónico, adentrándose en la pampa húmeda.

Hacia 1820 se sucedieron tres cruentas batallas entre estos y los manzaneros (etnia mixta de tehuelches, pehuenches y araucanos o mapuches de Chile, que habitaban entre el centro y el sur de la actual provincia de Neuquén). Tras las batallas de Barrancas Blancas, Piedra Shôtel (“allí hay puntas de flecha”) y Languiñeo (“lugar de los muertos”) -las tres en la actual provincia del Chubut-, los manzaneros se transformarían en el pueblo más poderoso de la Patagonia. Casi al mismo tiempo, pueblos culturalmente araucanizados procedentes de la actual provincia del Neuquén, como los pehuenches, se establecieron en una franja de territorio que los llevó directamente a la zona ganadera de la provincia de Buenos Aires. Una vez establecidos, en 1832, se aliaron a las tropas argentinas comandadas por Juan Manuel de Rosas para combatir a los indios ranqueles (pampeanos- norpatagónicos), que eran sus potenciales enemigos. Por su parte, los tehuelches, que se caracterizaron por ser indígenas amigos, aliados del Gobierno y de los estancieros de Buenos Aires, también acompañaron a las tropas. Una vez librados de la competencia de las tribus pampeanas, los pehuenches de las pampas -para entonces conocidos como salineros- reemplazaron a los ranqueles en las expediciones relámpago de saqueo (malones) en la frontera de Buenos Aires. El ganado luego lo comercializaban en Chile. En determinado momento fue tal la depredación que Chile llegó a exportar carne vacuna, mientras que Buenos Aires, siendo productora de ganado, sufrió desabastecimiento.


Rutas indígenas en el departamento Río Senguer

Al mismo tiempo, gran parte de las tribus tehuelches de Patagonia se concentraban en torno a las escasas poblaciones blancas establecidas en Patagonia (Carmen de Patagones, colonia galesa del Chubut, isla Pavón y Punta Arenas-Chile), o bien las visitaban periódicamente para comerciar.

La campaña militar emprendida por el Gobierno argentino entre 1878 y 1885, denominada la “Conquista del Desierto”, supuestamente fue realizada con el propósito de poner freno a los malones. Sin embargo, el verdadero objetivo de dicha campaña fue el de incorporar los territorios de los indígenas al naciente estado-nación argentino, que por entonces estaba definiendo sus fronteras. El propósito era el de reemplazar a los pueblos indígenas con inmigrantes europeos o sus descendientes, y hacer productivas sus tierras por medio de la ganadería y la agricultura. Los indígenas, que no eran considerados mano de obra califica da para la empresa económico-civilizatoria, fueron excluidos del proyecto de constitución del estado-nación.

Según la visión de nuevas corrientes historiográficas que adoptan la perspectiva indígena, el término “Conquista del Desierto” bien debería ser entendido como “Guerra por el dominio de la Pampa y la Patagonia, ya que dichos territorios no estaban deshabitados, como da a entender el término “desierto”, “Dicha perspectiva concibe a la Pampa y a la Patagonia como un espacio habitado escenario y producto de relaciones socio-económicas dinámicas y complejas”. (Méndez, 2001). Es decir, esta nueva corriente entiende a la Patagonia como un territorio que albergaba a varias naciones indígenas, el que fue conquistado tanto por la Argentina como Chile. Hasta mitad de la década de 1880, la Patagonia bien podría ser considerada un espacio autónomo.

La campaña militar no distinguió entre pueblos amigos y hostiles, y hasta los que poco tiempo antes habían sido aliados del Gobierno argentino, como los poderosos manzaneros (entendido “poderosos” en los aspectos político, militar y económico), establecidos entre el centro y sur de la actual provincia del Neuquén, fueron despojados de sus tierras a fuerza de Remington y de las innovaciones tecnológicas que combinaban telégrafo y ferrocarril. Los manzaneros, que deben su nombre a los árboles frutales que plantaron misioneros jesuitas en los siglos XVII y XVIII, habían sido reconocidos por el Gobierno de la Argentina, por medio de tratados, como una especie de país autónomo que era propicio a sus intereses, ya que su existencia impedía que la Patagonia fuera ocupada desde el norte por Chile o los indígenas chilenos. La influencia de los manzaneros, basada en redes de parentesco con tribus de las varias etnias que conformaban el “Complejo tehuelche”, se extendía desde la Cordillera hasta el sur de la actual provincia de Buenos Aires y gran parte de la Patagonia

Una bandera argentina que flameaba delante del toldo del poderoso cacique manzanero Sayhueque, regalada por el Perito Moreno, corroboraba la alianza con el Gobierno argentino. Cierto día arribaron a la toldería dos emisarios del Gobierno chileno con dos banderas de ese país. Intentaron regalárselas, pero el cacique las rechazó explicando que él era argentino y que por lo tanto enarbolaba la bandera de su país. (Martínez Sarasola, 1992).

Una vez finalizada la campaña militar en 1885, los vencidos que fueron tomados prisioneros, entre ellos Sayhueque quien por entonces era el cacique más poderoso de la Patagonia, fueron recluidos en regimientos militares del Tigre y la isla Martín García, entregados a familias adineradas de Buenos Aires para que les oficien de sirvientes, incorporados a las filas de la marina u obligados a trabajar en la zafra, en el norte argentino. Pese a ello, muchas tribus lograron evitar ser tomadas prisioneras internándose en la actual provincia de Santa Cruz, o ingresando a Chile. A instancias de hombres como el Perito Moreno, que albergó en el Museo de La Plata a dos de los principales caciques vencidos (Inacayal y Foyel), a mediados de la década de 1890 las tribus manzaneras pudieron retornar a la Patagonia. Pero su destino fue el de los desterrados, ya que fueron radicados en las reservas que les asignó el Gobierno en el Territorio del Chubut.

 

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado

jueves, 5 de junio de 2025

Conquista del desierto: La victoria sobre los chilenos en Pulmari (1883)

Victoria Argentina contra Chile y sus socios indios: Combates de Pulmarí






En la vastedad de los valles neuquinos, donde el cielo se repliega sobre los pehuenes y la bruma de los lagos entibia el recuerdo, se libraron los combates de Pulmarí. Fue allí, en ese intersticio remoto entre la civilización que avanzaba al paso de los Remington y el mundo antiguo que moría a lanzazos, donde el Ejército Argentino escribió —con sangre propia— una de sus páginas más extrañas y desoladas. No fueron simples escaramuzas de campaña, sino episodios densos, casi metafísicos, en los que la noción misma de la soberanía se confundía con el bosque, la nieve, y las sombras veloces de los jinetes mapuche.

Era el 6 de enero de 1883 cuando la primera llamarada del combate estalló en el valle de Pulmarí. El Capitán Emilio Crouzeilles comandaba una pequeña partida de 10 soldados —hombres curtidos, probablemente veteranos de otras entradas de la Campaña al Desierto, pero lejos de los fastos de Buenos Aires, eran apenas el nervio expuesto de un Estado que tanteaba a ciegas los bordes de su mapa. Avanzaban en persecución de “un grupo de salvajes”, tal como registraría el parte del coronel Villegas, sin imaginar que detrás de cada colina los esperaba la historia: una emboscada feroz, ejecutada por más de un centenar de guerreros de las tribus de Reukekura y Namuncurá.

La lucha fue breve y brutal. En una coreografía despiadada, las lanzas danzaron más veloces que los percutores, y cuando el polvo se asentó, el Capitán yacía con 36 heridas abiertas en su carne y tres balas alojadas en su cuerpo. El Teniente Nicanor Lazcano, que había acudido en su auxilio con cinco soldados más, encontró allí también su fin. No fue una derrota táctica: fue una conmoción. El parte de Villegas, frío y exculpatorio, atribuyó el desastre a la presencia de un oficial chileno entre las filas indígenas. Aquel uniforme confundió a los argentinos, escribió, tal vez porque la idea de una traición interna —de un mapa quebrado desde el otro lado de la cordillera— era más tolerable que la realidad de haber sido superados por jinetes descalzos y libres.

Pero Pulmarí no fue un combate aislado. Fue el primero de una trilogía siniestra. Un mes después, el 16 de febrero, otro destacamento avanzaba desde el este, guiado por una rastrillada hasta las orillas del lago Aluminé. Esta vez el Ejército no se enfrentaba solo a los weichafe mapuche, sino que entre las lomas surgieron figuras aún más inquietantes: una compañía de infantería chilena, camuflada tras la bandera de parlamento. El parte del oficial argentino describe con nitidez la incertidumbre del momento: mientras los indígenas amenazaban la retaguardia, un emisario chileno avanzaba hacia el flanco izquierdo, izando un trapo blanco. Detrás de él, sin embargo, marchaban en formación los soldados del sur de la cordillera.

El oficial argentino, acaso recordando la matanza de enero, no vaciló. Fue él mismo quien dio la orden de abrir fuego. Se trabó entonces un combate a bayoneta calada en plena cordillera, tan feroz como desprolijo, una danza de acero entre médanos secos y laderas abruptas. Los atacantes, entre ellos los mapuche y los infantes trasandinos, cayeron a apenas cuarenta pasos de la posición argentina. Siete muertos quedaron sobre el terreno, recogidos por los indígenas al retirarse. Pero los soldados argentinos también se retiraron, y a pie. Otra vez el valle había rechazado a sus conquistadores.

No era solo el terreno el que operaba contra el avance argentino: era la memoria, era el espíritu irreductible de quienes aún vivían en su tierra como si el siglo XIX no hubiera traído consigo la noción de frontera. Reukekura, hermano del legendario Calfucurá, había resistido hasta el último aliento de la cordura geográfica, escapando entre lagos y pehuenes junto a los últimos lanceros. Y aunque sus fuerzas se fueron diezmando, la fuerza moral de su resistencia impregnó de solemnidad el espacio. Cuando en abril de 1883 se presentó finalmente ante un regimiento argentino, llevaba consigo apenas ochenta y nueve hombres de lanza y ciento ochenta y un almas más, mujeres y niños. ¿Dónde habían quedado aquellos tres mil jinetes que, en 1860, habían hecho retroceder a las tropas de Murga?

Quizás ya eran sombras entre los peñascos, o quizá, como sugería un cronista, el hambre y la nieve los habían vencido antes que las balas. El Ejército los llamaba “recién llegados”, pero eran los mapuche quienes conocían los pasajes secretos, las veranadas, los nombres del viento. Los soldados argentinos, aunque valientes, eran visitantes de un mundo ajeno, y esa extranjería se paga con sangre.

El tercer combate, de una índole más política que militar, habría de ocurrir mucho después, en los años finales del siglo XX. Pero en los dos primeros, la gesta de Pulmarí no fue la de una campaña gloriosa, sino la de una obstinación. Los informes oficiales, desde Villegas hasta Walther, insistieron en ennoblecer la caída de los oficiales argentinos, llamándolos mártires de la civilización. Y en parte, lo eran. Capitán Crouzeilles, Teniente Lazcano, Teniente Nogueira: sus nombres se fundieron en la nieve, sí, pero también en la ambivalencia de una guerra que enfrentó a un ejército moderno con un pueblo que aún hablaba en términos de espíritu y territorio.

Hay una escena que resume todo lo que fue Pulmarí. La escribió un testigo sin nombre: el alambrado prolijamente volteado por las comunidades mapuche en los años noventa. Postes enteros, acostados sobre la ladera como huesos de un animal viejo. Nadie cerca, pero la operación era evidente, masiva, ordenada. En esa imagen —serena, tensa— reverbera la misma voluntad que llevó a los weichafe a emboscar a los soldados en 1883. Una voluntad de permanencia. Una negativa a desaparecer.

Y acaso sea eso lo que el Ejército enfrentó en Pulmarí: no solo a una resistencia indígena armada, sino a una ontología. A una forma de estar en el mundo que no se rendía ni ante el Remington ni ante el parte oficial. Las tropas argentinas pelearon con valor —nadie lo niega— y muchos dejaron su vida entre la nieve, a la sombra del pehuén. Pero el combate de Pulmarí fue, sobre todo, un espejo. Uno donde la república en expansión se vio enfrentada a la mirada altiva de quienes ya estaban allí, desde antes del tiempo y antes del Estado.

Pulmarí fue, es, y seguirá siendo, un territorio en disputa. No por sus hectáreas ni por su valor estratégico, sino por el relato. Porque mientras unos inscriben allí el sacrificio de la patria, otros leen el eco de su despojo. Y entre esos dos silencios —el de los muertos y el de los olvidados— se libra todavía, sin balas pero con memoria, la verdadera batalla.



Fuentes

Arcón de la historia
Hechos históricos