La verdadera Primera Guerra… hace 13 mil años
History Channel
En momentos en que se conmemoran los (apenas) cien años de la llamada Primera Guerra Mundial, investigadores descubren rastros del enfrentamiento bélico a gran escala más antiguo del que se tenga conocimiento. Está claro que la guerra y la destrucción no son una novedad en la historia de la humanidad, sino más bien una marca de nacimiento, pero sorprende que ni siquiera los motivos de las disputas varíen un poco con el correr de los siglos: según un estudio reciente realizado por científicos franceses sobre restos humanos encontrados a la orilla del Nilo, el primer gran conflicto armado sucedió hace nada menos que 13 mil años y se extendió durante varios meses.
Una investigación paralela, de antropólogos británicos y estadounidenses, indica que la causa, o el detonante, de dicha contienda, habría sido la diferencia racial. Esta conclusión deriva del descubrimiento de que los fallecidos pertenecían a la población subsahariana, antepasado de las personas de raza negra contemporáneas, y sus enemigos podrían pertenecer a pueblos levantinos que vivían en el territorio del Mediterráneo.
Los dos grupos tenían apariencia muy distinta y grandes diferencias culturales y lingüísticas, lo que dio lugar a una feroz competencia por los recursos naturales. Esto se habría dado en un contexto de enfriamiento climático global posterior a una época de climas promisorios, caldo de cultivo perfecto para que las migraciones de distintas sociedades en busca de alimentos provocaran desencuentros y enfrentamientos violentos por los reducidos medios de subsistencia, dando lugar al comienzo de una larga y triste historia, la de las guerras.
FUENTE E IMÁGENES
Independent
domingo, 17 de agosto de 2014
sábado, 16 de agosto de 2014
Los gauchos de la reconquista de Buenos Aires
Los gauchos de la reconquista
Al mando de Pueyrredón, voluntarios de los pueblos de la campaña, organizaron una ofensiva contra los invasores ingleses que se habían apoderado de Buenos Aires; gracias al bautismo de fuego que los paisanos enfrentaron con intrepidez en la quinta de Perdriel, la ciudad fue recuperada.
La Nación
Casi cuarenta mil almas habitaban en Buenos Aires en 1806. Pocas cosas preocupaban a sus habitantes, sólo los chismes que corrían sobre la existencia de los demás. Muchos de ellos tenían un lugar común, la orilla del río adonde acudían las esclavas a lavar las ropas de sus amos.
Una copla popular afirmaba: Si quieres saber de vidas ajenas/vete al río con las lavanderas/allí se murmura de la que es soltera/de la que es casada.
Sin embargo, en las barrancas del Plata hubo un murmullo, que resultó ser verdad y superó todo lo esperado. El 25 de junio de 1806 se divisó una flota inglesa frente a la ensenada de Barragán, que por la tarde viajó y al día siguiente desembarcó en los bañados de Quilmes.
El virrey Sobremonte, que era un gran administrador, pero ineficaz en materia militar, decidió enviar al inspector don Pedro Arce al mando de unos milicianos mal armados y peor instruidos para impedirles la entrada en la ciudad.
Un testigo dice que a los primeros cañonazos de los ingleses nuestras tropas se desbandaron quedando apenas poco más de doce individuos alrededor de su jefe.
El 27, en medio de una lluvia torrencial, 1635 soldados británicos se apoderaban de Buenos Aires, sin ninguna resistencia y la bandera inglesa reemplazó en la Fortaleza a la española, ante el dolor de los porteños.
La oficialidad local se entregó prisionera, siendo puesta en libertad bajo juramento de no tomar las armas en contra de los invasores; el Cabildo y las demás corporaciones aceptaron la presencia de los ingleses y así mantuvieron su personal administrativo.
Mientras tanto, Juan Martín de Pueyrredón, hermoso ejemplar de la burguesía porteña -dice Groussac- valiente, ponderado, tan elegante en lo moral como en lo físico, caballero por los cuatro costados, comenzó a organizar la reacción.
A mediados de julio viajó a Montevideo, donde solicitó el auxilio del gobernador Huidobro; volvió a Buenos Aires y con la ayuda de Martín Rodríguez, Diego Herrera y de sus hermanos José Cipriano, Juan Andrés y Feliciano Pueyrredón, cura de Baradero, empezó a reclutar voluntarios por los pueblos de la campaña.
Los establecimientos rurales de Pilar, Morón, Baradero y Luján aportaron el personal, don Juan Martín, de su propio peculio, se encargó del abastecimiento y de los primeros gastos de la empresa.
El 28 de julio los paisanos se reunieron en Luján, sitio alejado de la ciudad en el que contaban con el apoyo del alcalde Gamboa y del párroco Vicente Montes Carballo. Después del oficio de la misa, recibieron del Cabildo local el Real Estandarte de la Villa, para usarlo al frente de las tropas.
A falta de escapularios, que esos gauchos respetuosos de su fe necesitaban como un escudo protector, el cura les entregó dos cintas, una era celeste y la otra blanca, cortadas de la altura de la imagen de la Virgen.
Con ellas prendidas en un ojal de la corralera, de la chaqueta y también del poncho pampa, con que se cubrían de las lluvias de ese invierno, además del sentimiento religioso que esas cintas representaban, les servían de divisa a falta de uniformes para distinguirse de los otros voluntarios.
Ese grupo de paisanos comandado por Pueyrredón se encaminó hacia el caserío de Perdriel, propiedad de los herederos del padre del general Belgrano, ubicado a pocas cuadras de la actual ruta 8, a la altura del kilómetro 18, que había sido alquilado por la generosidad del asturiano Diego Alvarez Barragaña, acaudalado vecino, que a pesar de su frágil salud salió a unirse a las fuerzas rebeldes de la campaña, como las denominaba Beresford.
Otro que había ayudado económicamente a la empresa era el alcalde Martín de Alzaga, que entregó 8000 pesos, suma que alcanzaba para comprar una buena casa de entonces.
A su paso, la tropa improvisada recibió el refuerzo de otros contingentes y finalmente el del Regimiento de Blandengues a las órdenes del comandante Antonio Olavarría. Pueyrredón, en razón del rango militar de este último, le entregó el comando en jefe de la concentración.
El 1° de agosto, bien de madrugada, los espías que andaban merodeando por la cabaña le avisaron a don Juan Martín la inminente llegada de los ingleses.
A las siete de la mañana los paisanos se apostaron en posición para dar batalla, pero a último momento Olavarría resolvió alejarse del campo con sus fuerzas, alegando que era desatinado ofrecer resistencia dada la pronta llegada desde Montevideo de un refuerzo de tropas al mando de Liniers.
Tan grande fue la deserción que quedaron sólo 109 hombres de a pie para batir a los invasores.
Bastante tiempo resistieron hasta que Pueyrredón, en arriesgada maniobra, con unos pocos que lo seguían, logró apoderarse de un cañón de los ingleses y de un carro de municiones, penetrando en las filas enemigas; dejando sobre el campo algunos muertos y heridos del adversario hasta el número de veintidós.
Los criollos sólo tuvieron que contar dos muertos, un herido y algunos prisioneros.
Sin embargo, en medio de la audaz maniobra, una bala de cañón mató al caballo de Pueyrredón.
En ese momento el hacendado Lorenzo López, alcalde de Pilar, advertido del peligro, avanzó al galope, rompió el cerco del enemigo y alzó a su jefe sobre la grupa de su caballo, abandonando el entrevero a toda velocidad.
Pueyrredón, con unos pocos compañeros, partió hacia Colonia para informar sobre lo sucedido a Liniers. Volvió inmediatamente, movilizando a los que habían quedado en los alrededores de San Isidro, suministrando bueyes, carretas y caballos para recibir la expedición de auxilio que llegaba desde la otra banda del río.
El 9, Liniers nombró a Pueyrredón comandante de los voluntarios de caballería que había reunido. El 12 de agosto, día en que la ciudad fue reconquistada, un fuerte pampero provocó una extraordinaria bajante en el Río de la Plata, provocando la varadura de la fragata inglesa Justine.
Advertido de la situación, Pueyrredón destinó a su ayudante al mando de su piquete para tomar el barco.
Por su acción, los paisanos que actuaron en Perdriel merecieron, el 5 de septiembre, que el Cabildo porteño acordara que se graben unas medallas de poco valor con las armas de la ciudad, y se les entreguen como distintivo por sus heroicas acciones.
La quinta de Perdriel, escenario de la intrepidez de nuestros gauchos, en 1831 fue adquirida por dos sobrinos de don Juan Martín: Mariano y Victoria Pueyrredón.
Allí la hermana de esta última, doña Isabel, dio a luz el 10 de noviembre de 1834 a su hijo José Hernández, que inmortalizó a nuestros paisanos con la obra cumbre de nuestra literatura: el Martín Fierro.
Por eso, al recordar el heroísmo de aquellos gauchos en su bautismo de fuego, lo hacemos convencidos parafraseando al escritor que todos guardarán ufanos en su corazón esta historia y la tendrán en su memoria para siempre los paisanos. .
Roberto Elissalde El autor es historiador y secretario de la Academia Argentina de la Historia.
Al mando de Pueyrredón, voluntarios de los pueblos de la campaña, organizaron una ofensiva contra los invasores ingleses que se habían apoderado de Buenos Aires; gracias al bautismo de fuego que los paisanos enfrentaron con intrepidez en la quinta de Perdriel, la ciudad fue recuperada.
La Nación
Húsares de Puerredón (1806/1807), retratados por Eleodoro Marenco. |
Casi cuarenta mil almas habitaban en Buenos Aires en 1806. Pocas cosas preocupaban a sus habitantes, sólo los chismes que corrían sobre la existencia de los demás. Muchos de ellos tenían un lugar común, la orilla del río adonde acudían las esclavas a lavar las ropas de sus amos.
Una copla popular afirmaba: Si quieres saber de vidas ajenas/vete al río con las lavanderas/allí se murmura de la que es soltera/de la que es casada.
Sin embargo, en las barrancas del Plata hubo un murmullo, que resultó ser verdad y superó todo lo esperado. El 25 de junio de 1806 se divisó una flota inglesa frente a la ensenada de Barragán, que por la tarde viajó y al día siguiente desembarcó en los bañados de Quilmes.
El virrey Sobremonte, que era un gran administrador, pero ineficaz en materia militar, decidió enviar al inspector don Pedro Arce al mando de unos milicianos mal armados y peor instruidos para impedirles la entrada en la ciudad.
Un testigo dice que a los primeros cañonazos de los ingleses nuestras tropas se desbandaron quedando apenas poco más de doce individuos alrededor de su jefe.
El 27, en medio de una lluvia torrencial, 1635 soldados británicos se apoderaban de Buenos Aires, sin ninguna resistencia y la bandera inglesa reemplazó en la Fortaleza a la española, ante el dolor de los porteños.
La oficialidad local se entregó prisionera, siendo puesta en libertad bajo juramento de no tomar las armas en contra de los invasores; el Cabildo y las demás corporaciones aceptaron la presencia de los ingleses y así mantuvieron su personal administrativo.
REACCIÓN DE LOS VECINOS
Un sentimiento unánime de rechazo, a pesar de las halagüeñas promesas de Beresford, se hizo carne en el sentimiento de los vecinos, que imaginaron varias formas de expulsar a los invasores: una de ellas consistía en cavar un túnel y dinamitar el Fuerte y el cuartel de la Ranchería.Mientras tanto, Juan Martín de Pueyrredón, hermoso ejemplar de la burguesía porteña -dice Groussac- valiente, ponderado, tan elegante en lo moral como en lo físico, caballero por los cuatro costados, comenzó a organizar la reacción.
A mediados de julio viajó a Montevideo, donde solicitó el auxilio del gobernador Huidobro; volvió a Buenos Aires y con la ayuda de Martín Rodríguez, Diego Herrera y de sus hermanos José Cipriano, Juan Andrés y Feliciano Pueyrredón, cura de Baradero, empezó a reclutar voluntarios por los pueblos de la campaña.
Los establecimientos rurales de Pilar, Morón, Baradero y Luján aportaron el personal, don Juan Martín, de su propio peculio, se encargó del abastecimiento y de los primeros gastos de la empresa.
El 28 de julio los paisanos se reunieron en Luján, sitio alejado de la ciudad en el que contaban con el apoyo del alcalde Gamboa y del párroco Vicente Montes Carballo. Después del oficio de la misa, recibieron del Cabildo local el Real Estandarte de la Villa, para usarlo al frente de las tropas.
A falta de escapularios, que esos gauchos respetuosos de su fe necesitaban como un escudo protector, el cura les entregó dos cintas, una era celeste y la otra blanca, cortadas de la altura de la imagen de la Virgen.
Con ellas prendidas en un ojal de la corralera, de la chaqueta y también del poncho pampa, con que se cubrían de las lluvias de ese invierno, además del sentimiento religioso que esas cintas representaban, les servían de divisa a falta de uniformes para distinguirse de los otros voluntarios.
Ese grupo de paisanos comandado por Pueyrredón se encaminó hacia el caserío de Perdriel, propiedad de los herederos del padre del general Belgrano, ubicado a pocas cuadras de la actual ruta 8, a la altura del kilómetro 18, que había sido alquilado por la generosidad del asturiano Diego Alvarez Barragaña, acaudalado vecino, que a pesar de su frágil salud salió a unirse a las fuerzas rebeldes de la campaña, como las denominaba Beresford.
Otro que había ayudado económicamente a la empresa era el alcalde Martín de Alzaga, que entregó 8000 pesos, suma que alcanzaba para comprar una buena casa de entonces.
EN POSICIÓN DE BATALLA
Al mando de seiscientos hombres, el general inglés salió de Buenos Aires con seis piezas de artillería.A su paso, la tropa improvisada recibió el refuerzo de otros contingentes y finalmente el del Regimiento de Blandengues a las órdenes del comandante Antonio Olavarría. Pueyrredón, en razón del rango militar de este último, le entregó el comando en jefe de la concentración.
El 1° de agosto, bien de madrugada, los espías que andaban merodeando por la cabaña le avisaron a don Juan Martín la inminente llegada de los ingleses.
A las siete de la mañana los paisanos se apostaron en posición para dar batalla, pero a último momento Olavarría resolvió alejarse del campo con sus fuerzas, alegando que era desatinado ofrecer resistencia dada la pronta llegada desde Montevideo de un refuerzo de tropas al mando de Liniers.
Tan grande fue la deserción que quedaron sólo 109 hombres de a pie para batir a los invasores.
Bastante tiempo resistieron hasta que Pueyrredón, en arriesgada maniobra, con unos pocos que lo seguían, logró apoderarse de un cañón de los ingleses y de un carro de municiones, penetrando en las filas enemigas; dejando sobre el campo algunos muertos y heridos del adversario hasta el número de veintidós.
Los criollos sólo tuvieron que contar dos muertos, un herido y algunos prisioneros.
Sin embargo, en medio de la audaz maniobra, una bala de cañón mató al caballo de Pueyrredón.
En ese momento el hacendado Lorenzo López, alcalde de Pilar, advertido del peligro, avanzó al galope, rompió el cerco del enemigo y alzó a su jefe sobre la grupa de su caballo, abandonando el entrevero a toda velocidad.
HEROICO FINAL
Los gauchos bien montados se alejaron del lugar a un punto establecido de antemano, la chacra de los Márquez.Pueyrredón, con unos pocos compañeros, partió hacia Colonia para informar sobre lo sucedido a Liniers. Volvió inmediatamente, movilizando a los que habían quedado en los alrededores de San Isidro, suministrando bueyes, carretas y caballos para recibir la expedición de auxilio que llegaba desde la otra banda del río.
El 9, Liniers nombró a Pueyrredón comandante de los voluntarios de caballería que había reunido. El 12 de agosto, día en que la ciudad fue reconquistada, un fuerte pampero provocó una extraordinaria bajante en el Río de la Plata, provocando la varadura de la fragata inglesa Justine.
Advertido de la situación, Pueyrredón destinó a su ayudante al mando de su piquete para tomar el barco.
Por su acción, los paisanos que actuaron en Perdriel merecieron, el 5 de septiembre, que el Cabildo porteño acordara que se graben unas medallas de poco valor con las armas de la ciudad, y se les entreguen como distintivo por sus heroicas acciones.
La quinta de Perdriel, escenario de la intrepidez de nuestros gauchos, en 1831 fue adquirida por dos sobrinos de don Juan Martín: Mariano y Victoria Pueyrredón.
Allí la hermana de esta última, doña Isabel, dio a luz el 10 de noviembre de 1834 a su hijo José Hernández, que inmortalizó a nuestros paisanos con la obra cumbre de nuestra literatura: el Martín Fierro.
Por eso, al recordar el heroísmo de aquellos gauchos en su bautismo de fuego, lo hacemos convencidos parafraseando al escritor que todos guardarán ufanos en su corazón esta historia y la tendrán en su memoria para siempre los paisanos. .
Roberto Elissalde El autor es historiador y secretario de la Academia Argentina de la Historia.
viernes, 15 de agosto de 2014
SGM: Hallan restos de 17 submarinistas alemanes
Encuentran esqueletos en un submarino nazi de la II Guerra
Se trata de un hallazgo escalofriante pero de un valor histórico incalculable, ya que podría brindar detalles hasta ahora desconocidos acerca de la participación alemana en las guerras del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial. En las costas de la isla de Java, Indonesia, investigadores del Centro Nacional de Arqueología de dicho país encontraron un submarino nazi y, en su interior, 17 esqueletos humanos, prismáticos, baterías y platos adornados con cruces esvásticas.
En un principio los investigadores creyeron que se podría tratar del submarino nazi U-168, que las fuerzas navales alemanas utilizaron para atacar con éxito varias naves aliadas, y que fue finalmente hundido mientras se dirigía a Australia cuando un buque holandés disparó contra él seis torpedos, provocando la muerte de veintitrés marineros alemanes; no obstante, posteriormente otros estudiosos de la II Guerra Mundial indicaron que los restos hallados podrían ser del submarino alemán U-183, hundido el 23 de abril de 1945 en el mar de Java, dejando el saldo de 55 muertos y un solo sobreviviente. Ambos submarinos eran parte del denominado 'Grupo del Monzón' de la Alemania nazi, que atacó naves aliadas en el océano Índico y el mar Arábigo. El jefe de la investigación expresó que "Este es un hallazgo extraordinario que sin duda proporcionará información útil sobre lo que ocurrió en el Mar de Java durante la Segunda Guerra Mundial”.
FUENTE E IMÁGENES
Der Spiegel
History Channel
Se trata de un hallazgo escalofriante pero de un valor histórico incalculable, ya que podría brindar detalles hasta ahora desconocidos acerca de la participación alemana en las guerras del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial. En las costas de la isla de Java, Indonesia, investigadores del Centro Nacional de Arqueología de dicho país encontraron un submarino nazi y, en su interior, 17 esqueletos humanos, prismáticos, baterías y platos adornados con cruces esvásticas.
En un principio los investigadores creyeron que se podría tratar del submarino nazi U-168, que las fuerzas navales alemanas utilizaron para atacar con éxito varias naves aliadas, y que fue finalmente hundido mientras se dirigía a Australia cuando un buque holandés disparó contra él seis torpedos, provocando la muerte de veintitrés marineros alemanes; no obstante, posteriormente otros estudiosos de la II Guerra Mundial indicaron que los restos hallados podrían ser del submarino alemán U-183, hundido el 23 de abril de 1945 en el mar de Java, dejando el saldo de 55 muertos y un solo sobreviviente. Ambos submarinos eran parte del denominado 'Grupo del Monzón' de la Alemania nazi, que atacó naves aliadas en el océano Índico y el mar Arábigo. El jefe de la investigación expresó que "Este es un hallazgo extraordinario que sin duda proporcionará información útil sobre lo que ocurrió en el Mar de Java durante la Segunda Guerra Mundial”.
FUENTE E IMÁGENES
Der Spiegel
History Channel
jueves, 14 de agosto de 2014
Palestina: Los orígenes del problema palestino
Palestina, una mirada al origen del conflicto
Por: F. Javier Herrero - El País
Inmigrantes judíos a bordo del Haganá intentan desembarcar en Haifa, 1920. / Fitzsimmons (AP)
Margen Protector, la tercera operación de castigo puesta en marcha por Israel contra Hamás desde que se inició el cerco de la Franja de Gaza en 2007, ha provocado una tragedia humanitaria que supera ya las 1.300 de víctimas mortales palestinas, la mayoría de ellas civiles (entre ellas, muchos niños), en un nuevo intento israelí por acabar con la capacidad militar de las milicias islamistas. Asistimos al último capítulo bélico de un conflicto que echa sus raíces en las últimas décadas del siglo XIX, cuando Palestina era una provincia del imperio otomano y un sector del judaísmo europeo decidió que había de crear allí un estado judío.
En esas décadas finales del siglo XIX zozobra en muchas sociedades europeas la asimilación de sus poblaciones judías, que una vez emancipadas legalmente prosperan y alcanzan un lugar notable en muchos ámbitos, lo cual genera un temor antisemita que provoca tensiones como la del caso Dreyfus en Francia o los pogromos antijudíos rusos en 1881 tras el asesinato del zar Alejandro II. Como mecanismo de respuesta, coincidiendo con la aparición de los nacionalismos modernos que sacuden Europa del Este, surge el sionismo, el movimiento político que fundó Theodor Herlz, autor en 1896 de Der Judenstaat (El Estado de los Judíos) y que preconiza la creación de un estado judío que sirva de centro espiritual para la diáspora. El I Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1897, aprueba una resolución que planea la creación de ese estado y, tras valorar anteriormente opciones como Uganda o la Patagonia, se decide que se ubique en Palestina. En esos años bisagra del nuevo siglo se llevan a cabo las primeras aliyah (migraciones), que tienen un fuerte componente ruso y polaco, al calor de un eslogan tan falaz como el que acuñó Israel Zangwill: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”.
Palestina era una realidad muy diferente y muy viva en aquel momento. Una población de medio millón de árabes, con 80.000 cristianos y 25.000 judíos en pacífica convivencia y étnicamente indiferenciables, habitaba 672 localidades con un sector agrícola respetable y una industria manufacturera en desarrollo. Pero el proyecto sionista ya se había puesto en marcha y en paralelo a la llegada de colonos se compran tierras a propietarios árabes absentistas que no viven en Palestina. Hacia 1910 la población judía aumenta a 75.000 personas y controla 75.000 hectáreas de tierra. Habrá que esperar al derrumbamiento del imperio otomano al acabar la I Guerra Mundial para que el potencial conflicto se haga realidad.
Con la guerra europea entran en juego los intereses de las potencias coloniales. Gran Bretaña tiene en el Canal de Suez su punto neurálgico de comunicación con sus posesiones en el subcontinente indio. El control del territorio al norte de Suez aseguraría la tranquilidad en el canal y los británicos quieren que árabes y judíos tomen las armas contra el dominador turco. Para convencer a los árabes, mediante un lenguaje poco claro y calculado, Gran Bretaña les prometió la independencia en casi todo su territorio pero los judíos se llevaron algo mejor que promesas. El ministro de Exteriores James Balfour entregó en noviembre de 1917 una carta al banquero Rothschild, cuya familia financió generosamente al sionismo, en la que se declara que “el Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará lo que esté en su mano para facilitar la realización de este objetivo…”.
Jinetes árabes durante la Gran Revuelta cerca de Nablús, 1938 / AP
Tras la Paz de Versalles y la creación de la Sociedad de Naciones, tiene lugar en abril de 1920 la Conferencia de San Remo que decide la concesión de los mandatos de Siria y Líbano a Francia y de Mesopotamia y Palestina a Gran Bretaña. En el caso de Palestina se le hacía a Gran Bretaña responsable de aplicar la Declaración Balfour. En este documento también se establecían garantías para las comunidades no judías, las cuales hacían inviable el programa máximo del sionismo, lo que unido todo ello a los intereses estratégicos británicos se convertía en un tremendo galimatías de muy difícil salida.
La administración británica estableció cuotas anuales a la entrada de inmigrantes judíos y se facilitó la creación de la Agencia Judía, un gobierno autónomo en toda regla que se hizo cargo de la comunidad hebrea y que aceptó todas las medidas de Londres que le favorecían, por cortas que fuesen, siempre que no les hiciesen renunciar a su objetivo final. Gracias a Histadrut, la central sindical judía, y al Fondo Nacional, que les provee de tierras, más militantes sionistas se establecen en Palestina, y su implantación, aún destacando el idealismo de muchos de ellos, no carece de una dimensión colonialista favorecida por la metrópoli británica, que hace que se desprecie al autóctono con el fin de excusar y fomentar su expolio, como destaca Alain Gresh en Israel, Palestina – Verdades de un conflicto (Anagrama).
Enfrente, los árabes carecían de un liderazgo que ofreciese una alternativa sólida, con una serie de familias notables divididas por la influencia británica, que se encastillan en el todo o nada que no proporciona ninguna solución, pues ellos consideran un agravio que se hable de su derecho a compartir la tierra, y sólo en 1936 se deciden a crear un Alto Comité Árabe, equivalente a la entidad judía. Pero las chispas ya han saltado y la frustración que se extiende entre el pueblo palestino desata revueltas y pogromos como los de 1929 en Jerusalén y en Hebrón, donde son asesinados 80 judíos.
La inestabilidad permanente acaba desembocando en la Gran Revuelta árabe entre 1936 y 1939. Desobediencia civil, huelgas y acciones de guerrilla tienen lugar contra la potencia mandataria británica que se ve apoyada por la comunidad judía. En julio de 1937 se hace público el Informe Peel, una propuesta de arreglo que ya expresa la partición del territorio en dos zonas, árabe e israelí, y una franja central controlada por Londres. Los palestinos rechazan indignados la propuesta y la revuelta vuelve a hervir, aprovechando que la tensión europea impide el traslado de tropas británicas a la zona de manera suficiente hasta después de la Conferencia de Múnich. Finalmente Londres renuncia a la partición y la revuelta pierde fuelle aunque el Alto Comité Árabe anuncia la creación de un Gobierno nacional en el exilio. Rey david
En 1939 suenan tambores de guerra en Europa y Gran Bretaña no quiere enajenarse el apoyo árabe por lo que aprueba un Libro Blanco que restringe la inmigración judía y prohíbe la compra de tierras árabes, que es rechazado por el muftí Amin El Huseini, mientras el sionismo pone el grito en el cielo con poco éxito porque no tiene más remedio que acabar apoyando a los británicos frente a Hitler y el Tercer Reich. La II Guerra Mundial aminora en parte las tensiones internas en Palestina pero nada se para. La inmigración clandestina continúa y las milicias sionistas organizadas por David Ben Gurion en la Haganá, embrión del futuro ejército israelí, están bien consolidadas, mientras 30.000 hebreos que habitan Palestina luchan en el frente aliado adquiriendo destreza militar. La postura británica, cerrada a admitir refugiados judíos del infierno que se está viviendo en Europa, hace que facciones armadas judías como Irgún, de Menajem Beguin, o Stern, de Isaac Shamir, se lancen desde febrero de 1944 a una campaña de atentados terroristas contra intereses británicos y árabes.
Cuando acaba la guerra en Europa y sale a la luz el horror del Holocausto que han sufrido los judíos en los campos de exterminio nazis, un gran número de víctimas quieren huir de Europa hacia Palestina pero Gran Bretaña mantiene el cierre y estos son devueltos a Europa o enviados a Chipre. Proclamacion gurion
Durante unos meses la Haganá se une a la lucha armada contra los británicos, hasta que el grupo de Beguin comete en julio de 1946 en el Hotel Rey David, cuartel general militar y administrativo británico, un brutal atentado en su ala sur que se cobra un centenar de muertos [imagen superior del atentado por Hulton/Getty].
El sionismo deja de mirar a Gran Bretaña para hacerlo ahora hacia EE UU, y Truman en octubre de 1946 pide públicamente que se lleve a cabo la partición de Palestina. En febrero de 1947 Londres reconoce su fracaso anunciando el fin del mandato para julio de 1948 y decide someter la cuestión palestina a las Naciones Unidas. La comisión creada al efecto traza un plan de partición que es sometido a la Asamblea General de la ONU y aprobado en noviembre de 1947 en la resolución 181: el estado judío ocupará el 55% de Palestina, con medio millón de judíos y 400.000 árabes, y el estado árabe, el resto con 700.000 árabes y unos miles de judíos. Jerusalén queda aparte con una población paritaria de 200.000 personas. Ben Gurion da el visto bueno al plan por puro tacticismo y el 14 de mayo de 1948 proclama la creación del estado de Israel [fotografía a la izquierda de la proclamación por AFP]. Como afirma M. Á. Bastenier en La Guerra de siempre (Península), “el Holocausto del pueblo judío será un poderoso elemento de convicción para que Europa obre en favor de la instauración del estado sionista como forma de conjurar sus propios demonios interiores”. La conciencia de culpabilidad occidental sobre el genocidio hará que los palestinos acaben pagando el precio de un crimen que no habían cometido. El rechazo palestino a la división de su patria ya no tiene receptor y por la fuerza de las armas y el terror durante unos meses el sionismo lleva a cabo la expulsión de más de 700.000 árabes y 400 aldeas son arrasadas. Es la Nakba, la catástrofe, el comienzo de la pesadilla para un pueblo de la que todavía no ha despertado, como pueden atestiguar estos días los palestinos gazatíes.
Por: F. Javier Herrero - El País
Inmigrantes judíos a bordo del Haganá intentan desembarcar en Haifa, 1920. / Fitzsimmons (AP)
Margen Protector, la tercera operación de castigo puesta en marcha por Israel contra Hamás desde que se inició el cerco de la Franja de Gaza en 2007, ha provocado una tragedia humanitaria que supera ya las 1.300 de víctimas mortales palestinas, la mayoría de ellas civiles (entre ellas, muchos niños), en un nuevo intento israelí por acabar con la capacidad militar de las milicias islamistas. Asistimos al último capítulo bélico de un conflicto que echa sus raíces en las últimas décadas del siglo XIX, cuando Palestina era una provincia del imperio otomano y un sector del judaísmo europeo decidió que había de crear allí un estado judío.
En esas décadas finales del siglo XIX zozobra en muchas sociedades europeas la asimilación de sus poblaciones judías, que una vez emancipadas legalmente prosperan y alcanzan un lugar notable en muchos ámbitos, lo cual genera un temor antisemita que provoca tensiones como la del caso Dreyfus en Francia o los pogromos antijudíos rusos en 1881 tras el asesinato del zar Alejandro II. Como mecanismo de respuesta, coincidiendo con la aparición de los nacionalismos modernos que sacuden Europa del Este, surge el sionismo, el movimiento político que fundó Theodor Herlz, autor en 1896 de Der Judenstaat (El Estado de los Judíos) y que preconiza la creación de un estado judío que sirva de centro espiritual para la diáspora. El I Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1897, aprueba una resolución que planea la creación de ese estado y, tras valorar anteriormente opciones como Uganda o la Patagonia, se decide que se ubique en Palestina. En esos años bisagra del nuevo siglo se llevan a cabo las primeras aliyah (migraciones), que tienen un fuerte componente ruso y polaco, al calor de un eslogan tan falaz como el que acuñó Israel Zangwill: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”.
Palestina era una realidad muy diferente y muy viva en aquel momento. Una población de medio millón de árabes, con 80.000 cristianos y 25.000 judíos en pacífica convivencia y étnicamente indiferenciables, habitaba 672 localidades con un sector agrícola respetable y una industria manufacturera en desarrollo. Pero el proyecto sionista ya se había puesto en marcha y en paralelo a la llegada de colonos se compran tierras a propietarios árabes absentistas que no viven en Palestina. Hacia 1910 la población judía aumenta a 75.000 personas y controla 75.000 hectáreas de tierra. Habrá que esperar al derrumbamiento del imperio otomano al acabar la I Guerra Mundial para que el potencial conflicto se haga realidad.
Con la guerra europea entran en juego los intereses de las potencias coloniales. Gran Bretaña tiene en el Canal de Suez su punto neurálgico de comunicación con sus posesiones en el subcontinente indio. El control del territorio al norte de Suez aseguraría la tranquilidad en el canal y los británicos quieren que árabes y judíos tomen las armas contra el dominador turco. Para convencer a los árabes, mediante un lenguaje poco claro y calculado, Gran Bretaña les prometió la independencia en casi todo su territorio pero los judíos se llevaron algo mejor que promesas. El ministro de Exteriores James Balfour entregó en noviembre de 1917 una carta al banquero Rothschild, cuya familia financió generosamente al sionismo, en la que se declara que “el Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará lo que esté en su mano para facilitar la realización de este objetivo…”.
Jinetes árabes durante la Gran Revuelta cerca de Nablús, 1938 / AP
Tras la Paz de Versalles y la creación de la Sociedad de Naciones, tiene lugar en abril de 1920 la Conferencia de San Remo que decide la concesión de los mandatos de Siria y Líbano a Francia y de Mesopotamia y Palestina a Gran Bretaña. En el caso de Palestina se le hacía a Gran Bretaña responsable de aplicar la Declaración Balfour. En este documento también se establecían garantías para las comunidades no judías, las cuales hacían inviable el programa máximo del sionismo, lo que unido todo ello a los intereses estratégicos británicos se convertía en un tremendo galimatías de muy difícil salida.
La administración británica estableció cuotas anuales a la entrada de inmigrantes judíos y se facilitó la creación de la Agencia Judía, un gobierno autónomo en toda regla que se hizo cargo de la comunidad hebrea y que aceptó todas las medidas de Londres que le favorecían, por cortas que fuesen, siempre que no les hiciesen renunciar a su objetivo final. Gracias a Histadrut, la central sindical judía, y al Fondo Nacional, que les provee de tierras, más militantes sionistas se establecen en Palestina, y su implantación, aún destacando el idealismo de muchos de ellos, no carece de una dimensión colonialista favorecida por la metrópoli británica, que hace que se desprecie al autóctono con el fin de excusar y fomentar su expolio, como destaca Alain Gresh en Israel, Palestina – Verdades de un conflicto (Anagrama).
Enfrente, los árabes carecían de un liderazgo que ofreciese una alternativa sólida, con una serie de familias notables divididas por la influencia británica, que se encastillan en el todo o nada que no proporciona ninguna solución, pues ellos consideran un agravio que se hable de su derecho a compartir la tierra, y sólo en 1936 se deciden a crear un Alto Comité Árabe, equivalente a la entidad judía. Pero las chispas ya han saltado y la frustración que se extiende entre el pueblo palestino desata revueltas y pogromos como los de 1929 en Jerusalén y en Hebrón, donde son asesinados 80 judíos.
La inestabilidad permanente acaba desembocando en la Gran Revuelta árabe entre 1936 y 1939. Desobediencia civil, huelgas y acciones de guerrilla tienen lugar contra la potencia mandataria británica que se ve apoyada por la comunidad judía. En julio de 1937 se hace público el Informe Peel, una propuesta de arreglo que ya expresa la partición del territorio en dos zonas, árabe e israelí, y una franja central controlada por Londres. Los palestinos rechazan indignados la propuesta y la revuelta vuelve a hervir, aprovechando que la tensión europea impide el traslado de tropas británicas a la zona de manera suficiente hasta después de la Conferencia de Múnich. Finalmente Londres renuncia a la partición y la revuelta pierde fuelle aunque el Alto Comité Árabe anuncia la creación de un Gobierno nacional en el exilio. Rey david
En 1939 suenan tambores de guerra en Europa y Gran Bretaña no quiere enajenarse el apoyo árabe por lo que aprueba un Libro Blanco que restringe la inmigración judía y prohíbe la compra de tierras árabes, que es rechazado por el muftí Amin El Huseini, mientras el sionismo pone el grito en el cielo con poco éxito porque no tiene más remedio que acabar apoyando a los británicos frente a Hitler y el Tercer Reich. La II Guerra Mundial aminora en parte las tensiones internas en Palestina pero nada se para. La inmigración clandestina continúa y las milicias sionistas organizadas por David Ben Gurion en la Haganá, embrión del futuro ejército israelí, están bien consolidadas, mientras 30.000 hebreos que habitan Palestina luchan en el frente aliado adquiriendo destreza militar. La postura británica, cerrada a admitir refugiados judíos del infierno que se está viviendo en Europa, hace que facciones armadas judías como Irgún, de Menajem Beguin, o Stern, de Isaac Shamir, se lancen desde febrero de 1944 a una campaña de atentados terroristas contra intereses británicos y árabes.
Cuando acaba la guerra en Europa y sale a la luz el horror del Holocausto que han sufrido los judíos en los campos de exterminio nazis, un gran número de víctimas quieren huir de Europa hacia Palestina pero Gran Bretaña mantiene el cierre y estos son devueltos a Europa o enviados a Chipre. Proclamacion gurion
Durante unos meses la Haganá se une a la lucha armada contra los británicos, hasta que el grupo de Beguin comete en julio de 1946 en el Hotel Rey David, cuartel general militar y administrativo británico, un brutal atentado en su ala sur que se cobra un centenar de muertos [imagen superior del atentado por Hulton/Getty].
El sionismo deja de mirar a Gran Bretaña para hacerlo ahora hacia EE UU, y Truman en octubre de 1946 pide públicamente que se lleve a cabo la partición de Palestina. En febrero de 1947 Londres reconoce su fracaso anunciando el fin del mandato para julio de 1948 y decide someter la cuestión palestina a las Naciones Unidas. La comisión creada al efecto traza un plan de partición que es sometido a la Asamblea General de la ONU y aprobado en noviembre de 1947 en la resolución 181: el estado judío ocupará el 55% de Palestina, con medio millón de judíos y 400.000 árabes, y el estado árabe, el resto con 700.000 árabes y unos miles de judíos. Jerusalén queda aparte con una población paritaria de 200.000 personas. Ben Gurion da el visto bueno al plan por puro tacticismo y el 14 de mayo de 1948 proclama la creación del estado de Israel [fotografía a la izquierda de la proclamación por AFP]. Como afirma M. Á. Bastenier en La Guerra de siempre (Península), “el Holocausto del pueblo judío será un poderoso elemento de convicción para que Europa obre en favor de la instauración del estado sionista como forma de conjurar sus propios demonios interiores”. La conciencia de culpabilidad occidental sobre el genocidio hará que los palestinos acaben pagando el precio de un crimen que no habían cometido. El rechazo palestino a la división de su patria ya no tiene receptor y por la fuerza de las armas y el terror durante unos meses el sionismo lleva a cabo la expulsión de más de 700.000 árabes y 400 aldeas son arrasadas. Es la Nakba, la catástrofe, el comienzo de la pesadilla para un pueblo de la que todavía no ha despertado, como pueden atestiguar estos días los palestinos gazatíes.
miércoles, 13 de agosto de 2014
martes, 12 de agosto de 2014
GCE: Un uniforme marinero de la Armada republicana
Una reliquia de la Armada republicana
La familia Pazó de Nigrán halla escondida la marinera que vistió su padre durante la guerra civil y como prisionero del bando nacional, la única de su clase que se conserva en España
Neli Pillado - Faro de Vigo
La apasionante historia de Daniel Pazó vuelve a la actualidad con el hallazgo de una prenda única en España. Se trata de la marinera que vistió el nigranense durante la guerra civil en el bando republicano, como artillero de las baterías de costa de Almería, tras sobrevivir a la explosión del acorazado Jaime I. Sus hijos la han encontrado escondida en un armario, como el tesoro que fue para su padre, a quien el Gobierno otorgó el grado de capitán de corbeta en 1991.
Raída, descosida y vuelta a coser una y mil veces. Pero, sobre todo, vestida con pasión. La marinera de la Armada que arropó al nigranense Daniel Pazó Vila durante la etapa más trágica de su trayectoria militar al servicio de la República ha aparecido seis años después de su muerte. Es la única pieza de este tipo de uniforme de marinería de la época que se conserva en toda España, según los datos que maneja el marino mercante e investigador José Manuel Rodríguez Crespo, tras contrastarlos con expertos en la materia de toda la geografía nacional.
Aquel artillero de vocación y profesión, al que la guerra civil convirtió después en avezado marinero, la había escondido en el fondo de un armario, como si se tratase de un tesoro. "Lembro cando a vestía para enseñarlla aos amigos. Era unha reliquia para el", explica Luisa Pazó Tiedra, hija del propietario de la pieza. Fue ella quien la encontró cuando limpiaba la casa donde nació, en el barrio de A Tarela. Nada más sacarla del guardarropa, revivió emocionada lo que aquella pieza significaba para su progenitor. Era un símbolo de su servicio al Estado legítimo que el levantamiento militar dinamitó. Una bandera de sus convicciones, calladas durante los 40 años que duró la dictadura franquista, e intactas pese a las calamidades que la guerra civil y la represión le ocasionaron.
Daniel Pazó se había alistado a los 20 años, en 1934. Enseguida embarcó en el acorazado Jaime I. Cuando estalló la guerra civil, prestaba servicio como artillero apuntador a bordo del buque, cuya tripulación permaneció leal a la República.
El sabotaje que reventó el barco desde el interior el 17 de junio de 1937 lo sorprendió en las bodegas. Y logró sobrevivir al escapar casi inconsciente por una escotilla. La explosión causó importantes secuelas a su salud y destrozó su ropa. Tras recibir el alta hospitalaria en agosto, le entregaron un uniforme nuevo, precisamente el de la marinera recuperada. Y con él continuó su tarea destinado a las baterías de costa del Estado Mayor de la flotilla de Almería, donde caería prisionero.
Lo capturaron el 31 de marzo de 1939. Así lo hizo constar él mismo con un grabado artesanal en la cuchara que aún permanece atada a la casaca. El utensilio refleja sus iniciales y las fechas clave de su encierro. La de su encarcelamiento y la de su liberación, el 24 de octubre de 1940. Ni militaba en ningún partido ni había cometido ningún delito, así que el régimen lo soltó por falta de pruebas.
Solo defendía la legalidad, según explican sus hijos Gabriel, Luisa y Daniel, tres de sus cuatro hijos que han encargado a una modista otras tantas réplicas de la marinera para guardarlas en homenaje a su progenitor. Un trabajo complicado, dado que la pieza presenta bordados a mano. Además de los galones de cabo primera, grado que logró en las baterías de Almería, el brazo izquierdo conserva el emblema de la especialidad de artillería -dos cañones cruzados sobre un ancla y una corona mural de la República- en hilo de oro. En el derecho, aparece el símbolo de apuntador -un ancha con una bala cruzada- en plata.
Son distintivos que el propio Pazó mostraba orgulloso a sus allegados de forma clandestina en el galpón de su casa. "Tiña a marinera colgada dunha viga, coma se fose unha pancarta. Á nosa nai non lle gustaba vela alí porque pensaba que lle podía traer problemas", narran sus herederos.
Años después de ocultar la prenda, llegó la democracia. Y con ella, la ley de servicios prestados a la República. Daniel Pazó luchó durante casi un lustro hasta que el Gobierno le reconoció en 1991 el grado de capitán de corbeta. El día que recibió la carta de Madrid fue inolvidable para todos. "Era incrible a súa cara de satisfacción despois dunha vida de padecemento", relatan sus descendientes, entusiasmados con el hallazgo de uno de los bienes más preciados de su padre.
La familia Pazó de Nigrán halla escondida la marinera que vistió su padre durante la guerra civil y como prisionero del bando nacional, la única de su clase que se conserva en España
Neli Pillado - Faro de Vigo
La apasionante historia de Daniel Pazó vuelve a la actualidad con el hallazgo de una prenda única en España. Se trata de la marinera que vistió el nigranense durante la guerra civil en el bando republicano, como artillero de las baterías de costa de Almería, tras sobrevivir a la explosión del acorazado Jaime I. Sus hijos la han encontrado escondida en un armario, como el tesoro que fue para su padre, a quien el Gobierno otorgó el grado de capitán de corbeta en 1991.
Raída, descosida y vuelta a coser una y mil veces. Pero, sobre todo, vestida con pasión. La marinera de la Armada que arropó al nigranense Daniel Pazó Vila durante la etapa más trágica de su trayectoria militar al servicio de la República ha aparecido seis años después de su muerte. Es la única pieza de este tipo de uniforme de marinería de la época que se conserva en toda España, según los datos que maneja el marino mercante e investigador José Manuel Rodríguez Crespo, tras contrastarlos con expertos en la materia de toda la geografía nacional.
Aquel artillero de vocación y profesión, al que la guerra civil convirtió después en avezado marinero, la había escondido en el fondo de un armario, como si se tratase de un tesoro. "Lembro cando a vestía para enseñarlla aos amigos. Era unha reliquia para el", explica Luisa Pazó Tiedra, hija del propietario de la pieza. Fue ella quien la encontró cuando limpiaba la casa donde nació, en el barrio de A Tarela. Nada más sacarla del guardarropa, revivió emocionada lo que aquella pieza significaba para su progenitor. Era un símbolo de su servicio al Estado legítimo que el levantamiento militar dinamitó. Una bandera de sus convicciones, calladas durante los 40 años que duró la dictadura franquista, e intactas pese a las calamidades que la guerra civil y la represión le ocasionaron.
Daniel Pazó se había alistado a los 20 años, en 1934. Enseguida embarcó en el acorazado Jaime I. Cuando estalló la guerra civil, prestaba servicio como artillero apuntador a bordo del buque, cuya tripulación permaneció leal a la República.
El sabotaje que reventó el barco desde el interior el 17 de junio de 1937 lo sorprendió en las bodegas. Y logró sobrevivir al escapar casi inconsciente por una escotilla. La explosión causó importantes secuelas a su salud y destrozó su ropa. Tras recibir el alta hospitalaria en agosto, le entregaron un uniforme nuevo, precisamente el de la marinera recuperada. Y con él continuó su tarea destinado a las baterías de costa del Estado Mayor de la flotilla de Almería, donde caería prisionero.
Lo capturaron el 31 de marzo de 1939. Así lo hizo constar él mismo con un grabado artesanal en la cuchara que aún permanece atada a la casaca. El utensilio refleja sus iniciales y las fechas clave de su encierro. La de su encarcelamiento y la de su liberación, el 24 de octubre de 1940. Ni militaba en ningún partido ni había cometido ningún delito, así que el régimen lo soltó por falta de pruebas.
Solo defendía la legalidad, según explican sus hijos Gabriel, Luisa y Daniel, tres de sus cuatro hijos que han encargado a una modista otras tantas réplicas de la marinera para guardarlas en homenaje a su progenitor. Un trabajo complicado, dado que la pieza presenta bordados a mano. Además de los galones de cabo primera, grado que logró en las baterías de Almería, el brazo izquierdo conserva el emblema de la especialidad de artillería -dos cañones cruzados sobre un ancla y una corona mural de la República- en hilo de oro. En el derecho, aparece el símbolo de apuntador -un ancha con una bala cruzada- en plata.
Son distintivos que el propio Pazó mostraba orgulloso a sus allegados de forma clandestina en el galpón de su casa. "Tiña a marinera colgada dunha viga, coma se fose unha pancarta. Á nosa nai non lle gustaba vela alí porque pensaba que lle podía traer problemas", narran sus herederos.
Años después de ocultar la prenda, llegó la democracia. Y con ella, la ley de servicios prestados a la República. Daniel Pazó luchó durante casi un lustro hasta que el Gobierno le reconoció en 1991 el grado de capitán de corbeta. El día que recibió la carta de Madrid fue inolvidable para todos. "Era incrible a súa cara de satisfacción despois dunha vida de padecemento", relatan sus descendientes, entusiasmados con el hallazgo de uno de los bienes más preciados de su padre.
lunes, 11 de agosto de 2014
PGM: Los cambios que provocó la guerra en Europa
Cicatrices de batalla
por G. S., P. K., A.C.M y L.P.
¿Cómo la primera guerra mundial cambió el mundo?
The Economist
El 28 de julio 1914 Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, a partir de la primera guerra mundial. En los siguientes cuatro años, millones perderían sus vidas. ¿Qué más ha cambiado? Las economías se contrajeron, se estancaron y la hiperinsuflación. Se tardó más de una década para que la economía alemana para recuperar a su tamaño en 1913. Industria se debilitó en toda Europa. A medida que el continente tiramos sobre las municiones, financiado con deuda, América fabricado brazos y vio su economía se expanda. La hiperinflación en Alemania se redujo el tamaño de la deuda del país.
Geografía cambiado demasiado. Después de la guerra, el Tratado de Versalles tallada en nuevos países de lo que quedaba de los antiguos imperios anteriores a la guerra. La independencia fue concedida a los países bálticos, que habían sido transmitidas a Alemania en 1918 como parte del Tratado de Brest-Litovsk, que terminó la participación de Rusia en la primera guerra mundial. Polonia fue reconstituida a partir de antiguos territorios rusos, alemanes y austro-húngaros, y Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania mayor fueron creados. Utilice la herramienta de golpe para ver los cambios en el mapa de abajo.
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por G. S., P. K., A.C.M y L.P.
¿Cómo la primera guerra mundial cambió el mundo?
The Economist
El 28 de julio 1914 Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, a partir de la primera guerra mundial. En los siguientes cuatro años, millones perderían sus vidas. ¿Qué más ha cambiado? Las economías se contrajeron, se estancaron y la hiperinsuflación. Se tardó más de una década para que la economía alemana para recuperar a su tamaño en 1913. Industria se debilitó en toda Europa. A medida que el continente tiramos sobre las municiones, financiado con deuda, América fabricado brazos y vio su economía se expanda. La hiperinflación en Alemania se redujo el tamaño de la deuda del país.
Geografía cambiado demasiado. Después de la guerra, el Tratado de Versalles tallada en nuevos países de lo que quedaba de los antiguos imperios anteriores a la guerra. La independencia fue concedida a los países bálticos, que habían sido transmitidas a Alemania en 1918 como parte del Tratado de Brest-Litovsk, que terminó la participación de Rusia en la primera guerra mundial. Polonia fue reconstituida a partir de antiguos territorios rusos, alemanes y austro-húngaros, y Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania mayor fueron creados. Utilice la herramienta de golpe para ver los cambios en el mapa de abajo.
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domingo, 10 de agosto de 2014
Conquista del desierto: El "genocidio" bayeriano... Si es Bayer, es verso.
Lograr la paz eterna
Fue un día glorioso. Valió la pena luchar. En Santa Rosa, la capital de nuestra provincia de La Pampa, el intendente de la ciudad, acompañado por los maestros, las organizaciones de derechos humanos y el pueblo en general, procedió a la inauguración del monumento al cacique Pincén, aquel ranquel que con todas sus fuerzas enfrentó a las tropas de Buenos Aires que venían a desalojarlos de sus tierras y convertir en esclavos a los hombres, mujeres y niños de los pueblos originarios. Pincén luchó siempre, fue el más valiente de todos, el más sagaz y lúcido. Estuvo siempre en primera fila, con un coraje que le daba el amor a su tierra. Cuando ya anciano y viendo que si continuaba la lucha iba a perecer toda su gente, inclusive su numerosa familia, trató de hacer las paces. Fue tomado prisionero por el coronel Villegas y, finalmente, enviado a la isla Martín García, donde pasó ocho largos años hasta que se le permitió ir a vivir a sus antiguas tierras de donde fue, al poco tiempo, nuevamente llevado a la isla Martín García, acusado de haber inspirado el crimen contra un estanciero inglés. Esa acusación fue totalmente falsa. Pero demostraba la falta de respeto por la vida de los pueblos originarios en esas épocas argentinas de llamado liberalismo positivista, que significó un verdadero genocidio para los pueblos originarios, acompañado del robo de sus tierras ancestrales.
Por fin se está reconociendo todo esto luego del profundo estudio de nuestra historia por diversos investigadores, y a ciertos titulados héroes se los está bajando del pedestal.
Justo eso es lo que se volvió a vivir en Santa Rosa. Allí se realizó un acto en el teatro municipal, con la presencia de las autoridades locales, en celebración de haber cambiado el nombre de la avenida Julio Argentino Roca, el principal ejecutor de la campaña de quitar las tierras a los pueblos originarios, restablecer la esclavitud en la Argentina durante la presidencia de Nicolás Avellaneda y de cometer la más grade matanza de pueblos originarios en estas tierras. Ahora toda esa avenida llevará el nombre del Libertador, José de San Martín, justo la figura opuesta en pensamiento a Roca, que jamás hizo discriminación con respecto a los pueblos originarios, a quienes llamaba “nuestros paisanos los indios”. Pensamiento que compartió a ultranza con Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo.
Emocionante fue cuando se vio a mapuches en sus ropas típicas dar cuatro vueltas alrededor del monumento al cacique Pincén.
Es que en Historia siempre, al final, triunfa la Etica, la Verdad. Un genocidio es un genocidio y no se lo puede tapar con el eufemismo de llamarlo la “Campaña del Desierto”. También quedó en claro que, además del genocidio y el robo de tierras, los vencedores volvieron a practicar la odiada esclavitud que había comenzado a eliminarse en nuestro país en la célebre Asamblea del año XIII, cuando se proclamó la libertad de vientres, es decir que a partir de ese año, tres después de la gloriosa Revolución de Mayo, quedaban libres los hijos de los esclavos que nacían ese año. Como decimos, esa esclavitud fue reimplantada por el presidente Avellaneda y su ministro de Guerra, el general Julio Argentino Roca. Se puede comprobar en los diarios de Buenos Aires de la época de la “campaña del de-sierto” en avisos oficiales con el título de “Hoy entrega de indios”. Y cuyo texto rezaba: “A toda familia que lo requiera se le entregará un indio varón como peón, una china como sirvienta y un chinito como mandadero”. Tal cual. En ese idioma discriminatorio para con las mujeres y los niños de los pueblos originarios. Sí, todo eso a más de sesenta años de la célebre Asamblea del año XIII, que había llevado a la realidad el pensamiento tan noble de aquel 25 de Mayo de 1810.
En el acto que se realizó en la capital pampeana, después de la inauguración del monumento al cacique Pincén, historiadores trajeron a la luz la verdad acerca de aquel período increíble de nuestra historia, cuando después del genocidio cometido por el Ejército, que decía que traía el progreso y la cultura civilizada, se repartieron cuarenta millones de hectáreas de tierras entre socios de la Sociedad Rural, entidad que había cofinanciado la masacre de esos pueblos que hacía siglos poblaban esas extensas pampas. Hecho que fue celebrado a los cien años de sucedido, por la dictadura de la desaparición de personas del general Videla, con el desfile de tropas del Ejército Argentino en la ciudad rionegrina de General Roca. Fue el desfile más grande que recuerda nuestra historia, para celebrar el genocidio de la llamada campaña del desierto. Un hecho que fue aplaudido por los diarios más grandes de Buenos Aires con suplementos especiales dedicados a recordar con palabras adulatorias ese crimen de lesa humanidad cometido con los pueblos autóctonos.
Pero la verdad histórica que se escondió a casi un siglo y medio de sucedido el genocidio y que se tergiversó en los libros de historia con que aprendieron tantas generaciones en los institutos de enseñanza, finalmente surge y se demuestra la verdad.
El ejemplo dado por las autoridades municipales de Santa Rosa, de cambiar el nombre del genocida Roca por el del Libertador San Martín, debería ser imitado por todas las otras urbes y pueblos argentinos que todavía tienen calles y plazas con el nombre de los autores del genocidio más grande de nuestra historia. Los que demostraron la verdad sobre la denominada “campaña” ya han tenido la satisfacción de presenciar la quita de esos nombres en dieciocho ciudades argentinas. Mientras, hay autoridades comunales que miran hacia el costado cuando se le reclama ese derecho de la ética de eliminar honores a quienes trajeron la muerte y el robo de sus tierras nada menos que a los pueblos que las poblaron siglos antes de que llegaran los “occidentales y cristianos” de Europa a traer la llamada “civilización”. En nuestra Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hace dieciocho años que presentamos el proyecto para quitar de nuestro centro ciudadano el monumento más grande de nuestra ciudad y, además, el más céntrico, que es el del mayor genocida de los pueblos originarios, Julio Argentino Roca, nada menos que a pocos metros de nuestro célebre Cabildo del 25 de Mayo. Ese monumento fue erigido en la década infame, la del fraude patriótico, inspirado en un proyecto de Julio Argentino Roca (hijo), vicepresidente del general Justo, dos candidatos surgidos después del vergonzoso dictador general Uriburu, quien fue el golpista que terminó con el segundo período del presidente Hipólito Yrigoyen. Y ese monumento del general Roca montado en un brioso corcel –aunque se sabe muy bien que el citado general jamás anduvo a caballo–, sigue allí, para dolor de todos los argentinos que llevan en sus venas sangre de los pueblos originarios.
Los representantes políticos de la ciudad guardan silencio –en su mayoría– sobre esta necesidad ética de dejar de glorificar con un monumento a un genocida, y el propio Mauricio Macri, jefe de Gobierno de la ciudad, ha contestado que en “Historia hay que mirar hacia adelante”, cuando la moral nos obliga a “aprender de la Historia” y no mostrarle la espalda.
Ojalá los porteños, muy pronto, tengamos la alegría de ver reemplazar ese monumento a la muerte por un monumento a la vida. Algo que inspire a la vida y no al genocidio de pueblos. En el acto de Santa Rosa, un mensaje de la comunidad ranquel Cacique Manuel Carupiñan Pincén, firmado por un descendiente del cacique ranquelino, lo expresó con estos dignos términos: “Hoy, en este día, quizá no es tan importante discutir sobre el origen del cacique Pincén, pero sí poner en alto el mensaje que él nos dejó: luchar por un mundo inclusivo, donde ranqueles, mapuches, tehuelches, criollos, afrodescendientes y europeos puedan vivir en comunidad, en un mundo respetuoso de las diferencias”. Firmado: Luis Eduardo Pincén.
Qué palabras sabias. Dichas por un descendiente de aquel cacique. Sí a la convivencia, un no rotundo al racismo. Ese es el único camino a la Paz entre los pueblos y al verdadero progreso. El lograr la Paz Eterna, como la soñaba el filósofo Kant.
por Osvaldo Bayer
Fuente:
Diario Página/12 27/4/2013
Dias de Historia
Fue un día glorioso. Valió la pena luchar. En Santa Rosa, la capital de nuestra provincia de La Pampa, el intendente de la ciudad, acompañado por los maestros, las organizaciones de derechos humanos y el pueblo en general, procedió a la inauguración del monumento al cacique Pincén, aquel ranquel que con todas sus fuerzas enfrentó a las tropas de Buenos Aires que venían a desalojarlos de sus tierras y convertir en esclavos a los hombres, mujeres y niños de los pueblos originarios. Pincén luchó siempre, fue el más valiente de todos, el más sagaz y lúcido. Estuvo siempre en primera fila, con un coraje que le daba el amor a su tierra. Cuando ya anciano y viendo que si continuaba la lucha iba a perecer toda su gente, inclusive su numerosa familia, trató de hacer las paces. Fue tomado prisionero por el coronel Villegas y, finalmente, enviado a la isla Martín García, donde pasó ocho largos años hasta que se le permitió ir a vivir a sus antiguas tierras de donde fue, al poco tiempo, nuevamente llevado a la isla Martín García, acusado de haber inspirado el crimen contra un estanciero inglés. Esa acusación fue totalmente falsa. Pero demostraba la falta de respeto por la vida de los pueblos originarios en esas épocas argentinas de llamado liberalismo positivista, que significó un verdadero genocidio para los pueblos originarios, acompañado del robo de sus tierras ancestrales.
Por fin se está reconociendo todo esto luego del profundo estudio de nuestra historia por diversos investigadores, y a ciertos titulados héroes se los está bajando del pedestal.
Justo eso es lo que se volvió a vivir en Santa Rosa. Allí se realizó un acto en el teatro municipal, con la presencia de las autoridades locales, en celebración de haber cambiado el nombre de la avenida Julio Argentino Roca, el principal ejecutor de la campaña de quitar las tierras a los pueblos originarios, restablecer la esclavitud en la Argentina durante la presidencia de Nicolás Avellaneda y de cometer la más grade matanza de pueblos originarios en estas tierras. Ahora toda esa avenida llevará el nombre del Libertador, José de San Martín, justo la figura opuesta en pensamiento a Roca, que jamás hizo discriminación con respecto a los pueblos originarios, a quienes llamaba “nuestros paisanos los indios”. Pensamiento que compartió a ultranza con Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo.
Emocionante fue cuando se vio a mapuches en sus ropas típicas dar cuatro vueltas alrededor del monumento al cacique Pincén.
Es que en Historia siempre, al final, triunfa la Etica, la Verdad. Un genocidio es un genocidio y no se lo puede tapar con el eufemismo de llamarlo la “Campaña del Desierto”. También quedó en claro que, además del genocidio y el robo de tierras, los vencedores volvieron a practicar la odiada esclavitud que había comenzado a eliminarse en nuestro país en la célebre Asamblea del año XIII, cuando se proclamó la libertad de vientres, es decir que a partir de ese año, tres después de la gloriosa Revolución de Mayo, quedaban libres los hijos de los esclavos que nacían ese año. Como decimos, esa esclavitud fue reimplantada por el presidente Avellaneda y su ministro de Guerra, el general Julio Argentino Roca. Se puede comprobar en los diarios de Buenos Aires de la época de la “campaña del de-sierto” en avisos oficiales con el título de “Hoy entrega de indios”. Y cuyo texto rezaba: “A toda familia que lo requiera se le entregará un indio varón como peón, una china como sirvienta y un chinito como mandadero”. Tal cual. En ese idioma discriminatorio para con las mujeres y los niños de los pueblos originarios. Sí, todo eso a más de sesenta años de la célebre Asamblea del año XIII, que había llevado a la realidad el pensamiento tan noble de aquel 25 de Mayo de 1810.
En el acto que se realizó en la capital pampeana, después de la inauguración del monumento al cacique Pincén, historiadores trajeron a la luz la verdad acerca de aquel período increíble de nuestra historia, cuando después del genocidio cometido por el Ejército, que decía que traía el progreso y la cultura civilizada, se repartieron cuarenta millones de hectáreas de tierras entre socios de la Sociedad Rural, entidad que había cofinanciado la masacre de esos pueblos que hacía siglos poblaban esas extensas pampas. Hecho que fue celebrado a los cien años de sucedido, por la dictadura de la desaparición de personas del general Videla, con el desfile de tropas del Ejército Argentino en la ciudad rionegrina de General Roca. Fue el desfile más grande que recuerda nuestra historia, para celebrar el genocidio de la llamada campaña del desierto. Un hecho que fue aplaudido por los diarios más grandes de Buenos Aires con suplementos especiales dedicados a recordar con palabras adulatorias ese crimen de lesa humanidad cometido con los pueblos autóctonos.
Pero la verdad histórica que se escondió a casi un siglo y medio de sucedido el genocidio y que se tergiversó en los libros de historia con que aprendieron tantas generaciones en los institutos de enseñanza, finalmente surge y se demuestra la verdad.
El ejemplo dado por las autoridades municipales de Santa Rosa, de cambiar el nombre del genocida Roca por el del Libertador San Martín, debería ser imitado por todas las otras urbes y pueblos argentinos que todavía tienen calles y plazas con el nombre de los autores del genocidio más grande de nuestra historia. Los que demostraron la verdad sobre la denominada “campaña” ya han tenido la satisfacción de presenciar la quita de esos nombres en dieciocho ciudades argentinas. Mientras, hay autoridades comunales que miran hacia el costado cuando se le reclama ese derecho de la ética de eliminar honores a quienes trajeron la muerte y el robo de sus tierras nada menos que a los pueblos que las poblaron siglos antes de que llegaran los “occidentales y cristianos” de Europa a traer la llamada “civilización”. En nuestra Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hace dieciocho años que presentamos el proyecto para quitar de nuestro centro ciudadano el monumento más grande de nuestra ciudad y, además, el más céntrico, que es el del mayor genocida de los pueblos originarios, Julio Argentino Roca, nada menos que a pocos metros de nuestro célebre Cabildo del 25 de Mayo. Ese monumento fue erigido en la década infame, la del fraude patriótico, inspirado en un proyecto de Julio Argentino Roca (hijo), vicepresidente del general Justo, dos candidatos surgidos después del vergonzoso dictador general Uriburu, quien fue el golpista que terminó con el segundo período del presidente Hipólito Yrigoyen. Y ese monumento del general Roca montado en un brioso corcel –aunque se sabe muy bien que el citado general jamás anduvo a caballo–, sigue allí, para dolor de todos los argentinos que llevan en sus venas sangre de los pueblos originarios.
Los representantes políticos de la ciudad guardan silencio –en su mayoría– sobre esta necesidad ética de dejar de glorificar con un monumento a un genocida, y el propio Mauricio Macri, jefe de Gobierno de la ciudad, ha contestado que en “Historia hay que mirar hacia adelante”, cuando la moral nos obliga a “aprender de la Historia” y no mostrarle la espalda.
Ojalá los porteños, muy pronto, tengamos la alegría de ver reemplazar ese monumento a la muerte por un monumento a la vida. Algo que inspire a la vida y no al genocidio de pueblos. En el acto de Santa Rosa, un mensaje de la comunidad ranquel Cacique Manuel Carupiñan Pincén, firmado por un descendiente del cacique ranquelino, lo expresó con estos dignos términos: “Hoy, en este día, quizá no es tan importante discutir sobre el origen del cacique Pincén, pero sí poner en alto el mensaje que él nos dejó: luchar por un mundo inclusivo, donde ranqueles, mapuches, tehuelches, criollos, afrodescendientes y europeos puedan vivir en comunidad, en un mundo respetuoso de las diferencias”. Firmado: Luis Eduardo Pincén.
Qué palabras sabias. Dichas por un descendiente de aquel cacique. Sí a la convivencia, un no rotundo al racismo. Ese es el único camino a la Paz entre los pueblos y al verdadero progreso. El lograr la Paz Eterna, como la soñaba el filósofo Kant.
por Osvaldo Bayer
Fuente:
Diario Página/12 27/4/2013
Dias de Historia
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