Sidecar blindado de la Policía Federal Argentina
Nueva motocicleta de la policía, sidecar blindada, con escudo protector de acero y equipada con subametralladora Thomson, demostración y ejercicios de ataque y defensa, 1937.
Documento Fotográfico. Inventario 308367
sábado, 25 de julio de 2015
viernes, 24 de julio de 2015
Historia argentina: Educando una generación de idiotas
"Sarmiento buitre, Rivadavia ladrón"
Sergio Bufano - Infobae
Recientemente, mi amiga S. le preguntó a su nieta de once años cómo andaba en la escuela. La muchachita le relató que tenía buenas notas y que le gustaba estudiar. Entusiasmada, la abuela orgullosa recorrió con ella las distintas materias que enseñaban en su escuela y finalmente la conversación derivó hacia Historia Argentina. En ese momento, la niña afirmó con absoluta convicción que "Sarmiento viajó a Estados Unidos para transar con los fondos buitres".
Como es de esperar, la abuela quedó atónita. Necesitó unos minutos para reponerse de su asombro y preguntó entonces quién le había contado eso. "La maestra", respondió la niña. Cautelosa, con su mejor tono didáctico, intentó contarle que Sarmiento viajó a Estados Unidos y trajo a varias maestras a la Argentina, con la intención de promover la educación. Además, dijo observando cuidadosamente la reacción de su nieta, en aquel entonces los fondos buitres no existían.
Mi amiga me cuenta que la muchacha la miró piadosamente; y en sus ojos adivinó su pensamiento: "estos viejos no saben nada de Historia". Cómo podía ser que esta anciana se atreviera a contradecir la palabra pronunciada por una maestra de la escuela pública. Entre las dos versiones, la nena ya había elegido la voz oficial. La voz sustentada por el Estado, y por lo tanto, la única verdadera.
La conversación languidecía por el desconcierto de la abuela, perpleja y sin respuestas, cuando para confirmar que Sarmiento era un personaje deleznable, su nieta agregó que "a él no le gustaban los niños. No los quería".
Tengo absoluta confianza en mi amiga S. pero confieso que hubiera dudado de esta historia si no fuera porque un par de años atrás visité el Museo del Bicentenario ubicado a espaldas de la Casa Rosada. Allí encontré el escritorio de Sarmiento, un hermoso mueble tallado en madera. Junto a él, un cartel explicaba que el prócer había importado ese escritorio desde Estados Unidos "confirmando sus preferencias por productos extranjeros y desdeñando a los artesanos argentinos".
Sin saber a quién dirigirme para protestar, desalentado y escéptico, preferí refugiarme en el silencio y caminé hasta el bar más cercano para tomar un café. Y una ginebra. Dicen que el alcohol ahoga las decepciones. Pero es probable que alguien más valiente que yo haya elevado su indignación ya que, afortunadamente, ese cartel fue modificado por otro más "objetivo".
La anécdota de mi amiga con su nieta trajo a mi memoria una carta de lectores publicada en Clarín en junio de 2014 y firmada por Camila Perochena en donde explicaba que el guía de dicho museo afirmó ante un grupo de niños: "Esta no es la silla original de Rivadavia, porque él se robó todo y se llevó la silla a su casa". Refiriéndose a la generación del 80, ese guía afirmó que en esa época los argentinos no tenían "derechos, ni obra social, ni asignación universal por hijo". La autora de esa denuncia, también más valiente que yo, concluía irónicamente que tampoco tenían computadoras ni Fútbol para Todos.
Recordé entonces a los Pioneros Vladimir Lenin, organización creada en 1922 en la Unión Soviética. Los niños llevaban un pañuelo rojo en el cuello y recibían una implacable propaganda que se introducía en sus inocentes cabecitas. A veces confusas porque el hasta ayer glorioso jefe del Ejército Rojo, León Trotzky, se convertía en un miserable traidor. Y el adorado Lunacharsky desaparecía de fotografías a pesar de que todavía no se conocía el Photoshop.
¿Qué le están enseñando a los chicos en las escuelas argentinas? Si Sarmiento era un socio de los buitres norteamericanos, Rivadavia un ladrón y Rosas el adalid de las libertades y de la educación, vamos a tener un problema en los próximos años porque los adultos del futuro serán unos reverendos idiotas.
Sergio Bufano - Infobae
Recientemente, mi amiga S. le preguntó a su nieta de once años cómo andaba en la escuela. La muchachita le relató que tenía buenas notas y que le gustaba estudiar. Entusiasmada, la abuela orgullosa recorrió con ella las distintas materias que enseñaban en su escuela y finalmente la conversación derivó hacia Historia Argentina. En ese momento, la niña afirmó con absoluta convicción que "Sarmiento viajó a Estados Unidos para transar con los fondos buitres".
Como es de esperar, la abuela quedó atónita. Necesitó unos minutos para reponerse de su asombro y preguntó entonces quién le había contado eso. "La maestra", respondió la niña. Cautelosa, con su mejor tono didáctico, intentó contarle que Sarmiento viajó a Estados Unidos y trajo a varias maestras a la Argentina, con la intención de promover la educación. Además, dijo observando cuidadosamente la reacción de su nieta, en aquel entonces los fondos buitres no existían.
Mi amiga me cuenta que la muchacha la miró piadosamente; y en sus ojos adivinó su pensamiento: "estos viejos no saben nada de Historia". Cómo podía ser que esta anciana se atreviera a contradecir la palabra pronunciada por una maestra de la escuela pública. Entre las dos versiones, la nena ya había elegido la voz oficial. La voz sustentada por el Estado, y por lo tanto, la única verdadera.
La conversación languidecía por el desconcierto de la abuela, perpleja y sin respuestas, cuando para confirmar que Sarmiento era un personaje deleznable, su nieta agregó que "a él no le gustaban los niños. No los quería".
Tengo absoluta confianza en mi amiga S. pero confieso que hubiera dudado de esta historia si no fuera porque un par de años atrás visité el Museo del Bicentenario ubicado a espaldas de la Casa Rosada. Allí encontré el escritorio de Sarmiento, un hermoso mueble tallado en madera. Junto a él, un cartel explicaba que el prócer había importado ese escritorio desde Estados Unidos "confirmando sus preferencias por productos extranjeros y desdeñando a los artesanos argentinos".
Sin saber a quién dirigirme para protestar, desalentado y escéptico, preferí refugiarme en el silencio y caminé hasta el bar más cercano para tomar un café. Y una ginebra. Dicen que el alcohol ahoga las decepciones. Pero es probable que alguien más valiente que yo haya elevado su indignación ya que, afortunadamente, ese cartel fue modificado por otro más "objetivo".
La anécdota de mi amiga con su nieta trajo a mi memoria una carta de lectores publicada en Clarín en junio de 2014 y firmada por Camila Perochena en donde explicaba que el guía de dicho museo afirmó ante un grupo de niños: "Esta no es la silla original de Rivadavia, porque él se robó todo y se llevó la silla a su casa". Refiriéndose a la generación del 80, ese guía afirmó que en esa época los argentinos no tenían "derechos, ni obra social, ni asignación universal por hijo". La autora de esa denuncia, también más valiente que yo, concluía irónicamente que tampoco tenían computadoras ni Fútbol para Todos.
Recordé entonces a los Pioneros Vladimir Lenin, organización creada en 1922 en la Unión Soviética. Los niños llevaban un pañuelo rojo en el cuello y recibían una implacable propaganda que se introducía en sus inocentes cabecitas. A veces confusas porque el hasta ayer glorioso jefe del Ejército Rojo, León Trotzky, se convertía en un miserable traidor. Y el adorado Lunacharsky desaparecía de fotografías a pesar de que todavía no se conocía el Photoshop.
¿Qué le están enseñando a los chicos en las escuelas argentinas? Si Sarmiento era un socio de los buitres norteamericanos, Rivadavia un ladrón y Rosas el adalid de las libertades y de la educación, vamos a tener un problema en los próximos años porque los adultos del futuro serán unos reverendos idiotas.
jueves, 23 de julio de 2015
La Tablada: El último ataque terrorista
El ataque terrorista a la Tablada
Un 23 de enero de 1989 (pleno gobierno de Raúl Alfonsín) unos 42 terroristas del Movimiento Todos por la Patria (reciclaje criminal de lo que fuera en los años 70´ el ERP) embistieron el portón de entrada del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 ubicado en la localidad de La Tablada. Seguidamente, los subversivos se dispersaron por el interior del cuartel donde se encontraron con una fuerte resistencia. El combate se prolongó durante casi 27 horas hasta que finalmente los guerrilleros sobrevivientes se rindieron. Las crudas imágenes de la batalla transmitidas en vivo y en directo por los medios de comunicación recorrieron el mundo y conmocionaron a los argentinos que una vez más sufrieron la artera agresión del comunismo internacional.
Afortunadamente, en un país signado por la amnesia y la hipocresía ideológica en el cual estos hechos del pasado reciente suelen ser ocultados bajo la alfombra, aparecen en escena patriotas como nuestro amigo Sebastián Miranda, joven historiador revisionista quien acaba de reeditar con nueva documentación un libro indispensable para cualquier biblioteca argentina: “Los Secretos de la Tablada. La última acción de la guerrilla armada”. Es en este magnífico trabajo en donde se detallan los orígenes de los atacantes en el Ejército Revolucionario del Pueblo, los Montoneros y la UCR; su participación criminal en la revolución sandinista; las advertencias previas que anunciaron el ataque en cuestión; la composición del MTP y las organizaciones colaterales; las acciones militares para la defensa y recuperación de las instalaciones; las evidentes complicidades de funcionarios de primera línea del gobierno radical y los medios de comunicación que anunciaron el asalto; la influencia de periodistas, políticos y personajes del gobierno actual y su relación con los terroristas de entonces; el oscuro rol de Horacio Verbitsky, las operaciones de prensa del diario Página/12 (financiado por el propio Gorriarán Merlo), el papel de la Coordinadora radical, el juicio a los subversivos; la campaña mediática para su liberación mediante la tergiversación de los sucesos y las mentiras sobre las acciones durante la recuperación del cuartel atacado.
La Prensa Popular
Un 23 de enero de 1989 (pleno gobierno de Raúl Alfonsín) unos 42 terroristas del Movimiento Todos por la Patria (reciclaje criminal de lo que fuera en los años 70´ el ERP) embistieron el portón de entrada del Regimiento de Infantería Mecanizado 3 ubicado en la localidad de La Tablada. Seguidamente, los subversivos se dispersaron por el interior del cuartel donde se encontraron con una fuerte resistencia. El combate se prolongó durante casi 27 horas hasta que finalmente los guerrilleros sobrevivientes se rindieron. Las crudas imágenes de la batalla transmitidas en vivo y en directo por los medios de comunicación recorrieron el mundo y conmocionaron a los argentinos que una vez más sufrieron la artera agresión del comunismo internacional.
Afortunadamente, en un país signado por la amnesia y la hipocresía ideológica en el cual estos hechos del pasado reciente suelen ser ocultados bajo la alfombra, aparecen en escena patriotas como nuestro amigo Sebastián Miranda, joven historiador revisionista quien acaba de reeditar con nueva documentación un libro indispensable para cualquier biblioteca argentina: “Los Secretos de la Tablada. La última acción de la guerrilla armada”. Es en este magnífico trabajo en donde se detallan los orígenes de los atacantes en el Ejército Revolucionario del Pueblo, los Montoneros y la UCR; su participación criminal en la revolución sandinista; las advertencias previas que anunciaron el ataque en cuestión; la composición del MTP y las organizaciones colaterales; las acciones militares para la defensa y recuperación de las instalaciones; las evidentes complicidades de funcionarios de primera línea del gobierno radical y los medios de comunicación que anunciaron el asalto; la influencia de periodistas, políticos y personajes del gobierno actual y su relación con los terroristas de entonces; el oscuro rol de Horacio Verbitsky, las operaciones de prensa del diario Página/12 (financiado por el propio Gorriarán Merlo), el papel de la Coordinadora radical, el juicio a los subversivos; la campaña mediática para su liberación mediante la tergiversación de los sucesos y las mentiras sobre las acciones durante la recuperación del cuartel atacado.
La Prensa Popular
miércoles, 22 de julio de 2015
Guerra Antisubversiva: Apología del terrorismo en "El Descamisado"
La revista "El Descamisado": Memorias de la prensa armada
Entrevista a Ricardo Grassi, que acaba de publicar "El Descamisado. Periodismo sin aliento". Grassi es autor del reportaje en que Firmenich cuenta cómo mataron a Aramburu. En su nuevo libro aparece otra persona, que estuvo ahí y lo remató.
Ex-terrorista subversivo Martón Grassi
Marcelo Larraquy - Clarín
Fue considerado un texto extraordinario en la historia de la violencia política; “tan extraordinario –en palabras de Beatriz Sarlo– que resulta poco menos que increíble”. Y todas sus circunstancias se cuentan ahora en El Descamisado, periodismo sin aliento.
Nunca se supo con precisión quién había escrito Cómo murió Aramburu, el texto en el que Mario Firmenich y Norma Arrostito relataron por primera vez el secuestro y crimen de mayo de 1970. Algunos se lo atribuyeron a Rodolfo Walsh. Ahora se sabe: el reportaje fue realizado en agosto de 1974 en el fondo de una casa de Belgrano R en dos encuentros de más de tres horas en los que se abordaron los detalles desde la inteligencia previa al secuestro hasta que se le dispara y se coloca su cuerpo bajo tierra y cal en la estancia del pueblo de Timote.
“Era la primera vez en la historia del periodismo que se contaba cómo alguien mata a alguien. Ni siquiera la ETA en España lo había hecho. Fue un relato técnico. La fría narrativa de un crimen”, afirma Ricardo Grassi, autor del reportaje, que menciona a Enrique “Jarito” Walker y Juan José “Yaya” Ascone, ambos secuestrados y desaparecidos, como participantes de los encuentros con Firmenich.
Grassi completó el reportaje con Norma Arrostito. La entrevistó en un bar de la calle Lima, para verificar y ampliar el relato de Firmenich. El reportaje se publicó en “La Causa Peronista” –que sucedió a “El Descamisado”- el 3 de septiembre de 1974, tres días antes de que Montoneros decidiera pasar a la clandestinidad.
Sin embargo, casi cuarenta años después de los hechos, cuando decidió contar la historia de la revista “El Descamisado”, Grassi advirtió que había elementos en el relato que no cerraban. Que Fernando Abal Medina y el general Aramburu estuviesen solos en el sótano y que el primero le disparara con dos armas distintas, le pareció inverosímil. Tendría que haber habido otro en el acto final. “Acá falta algo”, pensó.
Después de correos electrónicos sin respuesta por parte de Firmenich, Grassi hizo averiguaciones internas hasta que encontró a “El Otro”, el hombre que permaneció oculto, borrado de la historia del crimen de Aramburu. Lo entrevistó para este libro, que acaba de publicar Penguin Random House.
En marzo 1973, Grassi había sido designado director de “El Descamisado”, como parte del proceso de fusión de “Montoneros” con la agrupación “Descamisados”, en la que militaba.
“El Descamisado expresa una corriente política que era el “montonerismo”, que en ese momento era exitosa y multitudinaria y que tenía como proyecto el socialismo nacional. Pero era una revista que estaba hecho con criterios periodísticos”, dice.
Unos meses antes, Grassi había entrevistado dos veces a Perón en Puerta de Hierro, Madrid. En un primer encuentro, Perón había apoyado el “socialismo nacional” y las “formaciones especiales”. Sus expresiones, cuando acababa de comenzar la campaña electoral que llevaría a Héctor J. Cámpora al gobierno, fueron música para los oídos de la “juventud maravillosa”. En el segundo encuentro, Perón relativizó el socialismo. “Socialismo es todo –le dijo a Grassi-. El laborismo inglés es socialista. La China de Mao es socialista. Nosotros estamos a favor de la democracia integrada, como el modelo italiano”. La publicación del segundo reportaje a Perón entonces pasó desapercibida.
La contradicción estalló cuando regresó al país, el 20 de junio de 1973. “La sorpresa fue que el proyecto de Perón no tenía nada que ver con el de la izquierda peronista, y en particular con Montoneros. De pronto fue como si nos sacaran el piso y todo quedara en el aire. Lo del trasvasamiento generacional, que suponía darle el bastón de mando a esos jóvenes era una aproximación falsa. En definitiva, se trataba de ideologías y proyectos que después pasaron a ser distintos”, indica Grassi a Clarín.
-¿Hubo espacio de negociación para el proyecto de Perón y el de Montoneros?
-Perón hacía intentos de llegar a algún punto de encuentro pero desde la óptica de Perón, que no aceptaba discusiones ni disidencias. El era el jefe. Si sos peronista, aceptás lo que dice Perón; si no, no sos peronista. Y creo que la conducción de Montoneros tenía un proyecto que si era con Perón, bien, y si era sin Perón, lo mismo. Lo que le importaba era el proyecto. Pero si Montoneros decía “basta con Perón”, ¿dónde se ponía políticamente, en qué lugar del peronismo?
La línea periodística previa -Perón como conductor del proyecto de Montoneros-, ya no servía para “El Descamisado”. Firmenich, con un maletín blindado que le servía de escudo y en el que llevaba dos granadas, empezó visitar la revista para discutir los editoriales. La casa de la calle Jujuy, sede de la redacción, se había convertido en un bunker. Grassi vivía armado, con dos periodistas que le hacían de guardaespaldas en la calle. Se movían con un Citroen 2CV y un Renault 4.
El día en que mataron a Rucci, el 25 de septiembre de 1973, Firmenich volvió a “El Descamisado”. La redacción era una caldera. Se sospechaba de la CIA, el ERP, de López Rega. “Fuimos nosotros”, le dijo Firmenich a Grassi. “Llamé a la redacción para que lo explicara a todos. Dijo que con esto se podía forzar algunas decisiones de Perón. La revista publicó que la muerte de Rucci era algo de adentro. Y adentro, se entendía, era Montoneros o Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)”, recuerda.
-¿Había una percepción interna de lo que significaba el crimen de Rucci? ¿De la reacción que tendría Perón?
-La percepción fue inevitable a partir de ataques sistemáticos contra sedes de la JP, de la JTP, de las agrupaciones (relacionadas con Montoneros). Es el quiebre que marca este período. Y después Perón se muere. No hay síntesis. Se muere tu papá y te quedaste sin sentarte con él a hacer las cuentas finales.
-¿Por qué deciden buscar a Firmenich para que contara el crimen de Aramburu?
-Para entonces ya habían cerrado “El Descamisado”, también “El Peronista”, que la sucedió, y estábamos publicando “La Causa Peronista”. “Jarito” Walker dijo: "Si nos cierran otra vez, por lo menos que sea con algo contundente". Entonces lo propusimos y Firmenich aceptó. Después supe que dijo: “Cómo vamos a la clandestinidad, recordemos quiénes somos y de qué somos capaces”. Y dio el reportaje.
-¿Tuvo alguna sospecha de que otro grupo pudo haber secuestrado a Aramburu y luego habérselo entregado a Montoneros?
-Yo no la tuve, y el reportaje es muy sólido y claro. Tengo una mentalidad poco conspirativa, además. Hay muchas cosas que parecen increíbles pero fueron así de simples.
-¿Qué le dijo “El otro” sobre el crimen de Aramburu, que no le había dicho Firmenich en la casa de Belgrano R?
-“El otro” estuvo en el sótano. No recuerda que Aramburu estuviera amordazado, como dijo Firmenich. Sí recuerda que Aramburu dijo: “Proceda, nomás”. Entonces Fernando Abal Medina le disparó al pecho y lo tapó con una manta. Se sintió muy mal personalmente y luego fue hacia la pared, compungido. Después le dijo a “El otro” que se quedara y subió. Al rato bajó Emilio Maza (montonero de Córdoba, muerto en combate el 8 de julio de 1970), tocó el cuerpo y dijo: “Esta persona todavía está viva”. Y lo remató con dos tiros. Esto era lo que no cerraba del relato original.
Entrevista a Ricardo Grassi, que acaba de publicar "El Descamisado. Periodismo sin aliento". Grassi es autor del reportaje en que Firmenich cuenta cómo mataron a Aramburu. En su nuevo libro aparece otra persona, que estuvo ahí y lo remató.
Ex-terrorista subversivo Martón Grassi
Marcelo Larraquy - Clarín
Fue considerado un texto extraordinario en la historia de la violencia política; “tan extraordinario –en palabras de Beatriz Sarlo– que resulta poco menos que increíble”. Y todas sus circunstancias se cuentan ahora en El Descamisado, periodismo sin aliento.
Nunca se supo con precisión quién había escrito Cómo murió Aramburu, el texto en el que Mario Firmenich y Norma Arrostito relataron por primera vez el secuestro y crimen de mayo de 1970. Algunos se lo atribuyeron a Rodolfo Walsh. Ahora se sabe: el reportaje fue realizado en agosto de 1974 en el fondo de una casa de Belgrano R en dos encuentros de más de tres horas en los que se abordaron los detalles desde la inteligencia previa al secuestro hasta que se le dispara y se coloca su cuerpo bajo tierra y cal en la estancia del pueblo de Timote.
“Era la primera vez en la historia del periodismo que se contaba cómo alguien mata a alguien. Ni siquiera la ETA en España lo había hecho. Fue un relato técnico. La fría narrativa de un crimen”, afirma Ricardo Grassi, autor del reportaje, que menciona a Enrique “Jarito” Walker y Juan José “Yaya” Ascone, ambos secuestrados y desaparecidos, como participantes de los encuentros con Firmenich.
Grassi completó el reportaje con Norma Arrostito. La entrevistó en un bar de la calle Lima, para verificar y ampliar el relato de Firmenich. El reportaje se publicó en “La Causa Peronista” –que sucedió a “El Descamisado”- el 3 de septiembre de 1974, tres días antes de que Montoneros decidiera pasar a la clandestinidad.
Sin embargo, casi cuarenta años después de los hechos, cuando decidió contar la historia de la revista “El Descamisado”, Grassi advirtió que había elementos en el relato que no cerraban. Que Fernando Abal Medina y el general Aramburu estuviesen solos en el sótano y que el primero le disparara con dos armas distintas, le pareció inverosímil. Tendría que haber habido otro en el acto final. “Acá falta algo”, pensó.
Después de correos electrónicos sin respuesta por parte de Firmenich, Grassi hizo averiguaciones internas hasta que encontró a “El Otro”, el hombre que permaneció oculto, borrado de la historia del crimen de Aramburu. Lo entrevistó para este libro, que acaba de publicar Penguin Random House.
En marzo 1973, Grassi había sido designado director de “El Descamisado”, como parte del proceso de fusión de “Montoneros” con la agrupación “Descamisados”, en la que militaba.
“El Descamisado expresa una corriente política que era el “montonerismo”, que en ese momento era exitosa y multitudinaria y que tenía como proyecto el socialismo nacional. Pero era una revista que estaba hecho con criterios periodísticos”, dice.
Unos meses antes, Grassi había entrevistado dos veces a Perón en Puerta de Hierro, Madrid. En un primer encuentro, Perón había apoyado el “socialismo nacional” y las “formaciones especiales”. Sus expresiones, cuando acababa de comenzar la campaña electoral que llevaría a Héctor J. Cámpora al gobierno, fueron música para los oídos de la “juventud maravillosa”. En el segundo encuentro, Perón relativizó el socialismo. “Socialismo es todo –le dijo a Grassi-. El laborismo inglés es socialista. La China de Mao es socialista. Nosotros estamos a favor de la democracia integrada, como el modelo italiano”. La publicación del segundo reportaje a Perón entonces pasó desapercibida.
La contradicción estalló cuando regresó al país, el 20 de junio de 1973. “La sorpresa fue que el proyecto de Perón no tenía nada que ver con el de la izquierda peronista, y en particular con Montoneros. De pronto fue como si nos sacaran el piso y todo quedara en el aire. Lo del trasvasamiento generacional, que suponía darle el bastón de mando a esos jóvenes era una aproximación falsa. En definitiva, se trataba de ideologías y proyectos que después pasaron a ser distintos”, indica Grassi a Clarín.
-¿Hubo espacio de negociación para el proyecto de Perón y el de Montoneros?
-Perón hacía intentos de llegar a algún punto de encuentro pero desde la óptica de Perón, que no aceptaba discusiones ni disidencias. El era el jefe. Si sos peronista, aceptás lo que dice Perón; si no, no sos peronista. Y creo que la conducción de Montoneros tenía un proyecto que si era con Perón, bien, y si era sin Perón, lo mismo. Lo que le importaba era el proyecto. Pero si Montoneros decía “basta con Perón”, ¿dónde se ponía políticamente, en qué lugar del peronismo?
La línea periodística previa -Perón como conductor del proyecto de Montoneros-, ya no servía para “El Descamisado”. Firmenich, con un maletín blindado que le servía de escudo y en el que llevaba dos granadas, empezó visitar la revista para discutir los editoriales. La casa de la calle Jujuy, sede de la redacción, se había convertido en un bunker. Grassi vivía armado, con dos periodistas que le hacían de guardaespaldas en la calle. Se movían con un Citroen 2CV y un Renault 4.
El día en que mataron a Rucci, el 25 de septiembre de 1973, Firmenich volvió a “El Descamisado”. La redacción era una caldera. Se sospechaba de la CIA, el ERP, de López Rega. “Fuimos nosotros”, le dijo Firmenich a Grassi. “Llamé a la redacción para que lo explicara a todos. Dijo que con esto se podía forzar algunas decisiones de Perón. La revista publicó que la muerte de Rucci era algo de adentro. Y adentro, se entendía, era Montoneros o Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)”, recuerda.
-¿Había una percepción interna de lo que significaba el crimen de Rucci? ¿De la reacción que tendría Perón?
-La percepción fue inevitable a partir de ataques sistemáticos contra sedes de la JP, de la JTP, de las agrupaciones (relacionadas con Montoneros). Es el quiebre que marca este período. Y después Perón se muere. No hay síntesis. Se muere tu papá y te quedaste sin sentarte con él a hacer las cuentas finales.
-¿Por qué deciden buscar a Firmenich para que contara el crimen de Aramburu?
-Para entonces ya habían cerrado “El Descamisado”, también “El Peronista”, que la sucedió, y estábamos publicando “La Causa Peronista”. “Jarito” Walker dijo: "Si nos cierran otra vez, por lo menos que sea con algo contundente". Entonces lo propusimos y Firmenich aceptó. Después supe que dijo: “Cómo vamos a la clandestinidad, recordemos quiénes somos y de qué somos capaces”. Y dio el reportaje.
-¿Tuvo alguna sospecha de que otro grupo pudo haber secuestrado a Aramburu y luego habérselo entregado a Montoneros?
-Yo no la tuve, y el reportaje es muy sólido y claro. Tengo una mentalidad poco conspirativa, además. Hay muchas cosas que parecen increíbles pero fueron así de simples.
-¿Qué le dijo “El otro” sobre el crimen de Aramburu, que no le había dicho Firmenich en la casa de Belgrano R?
-“El otro” estuvo en el sótano. No recuerda que Aramburu estuviera amordazado, como dijo Firmenich. Sí recuerda que Aramburu dijo: “Proceda, nomás”. Entonces Fernando Abal Medina le disparó al pecho y lo tapó con una manta. Se sintió muy mal personalmente y luego fue hacia la pared, compungido. Después le dijo a “El otro” que se quedara y subió. Al rato bajó Emilio Maza (montonero de Córdoba, muerto en combate el 8 de julio de 1970), tocó el cuerpo y dijo: “Esta persona todavía está viva”. Y lo remató con dos tiros. Esto era lo que no cerraba del relato original.
martes, 21 de julio de 2015
Conquista de América: El perdón
El Papa pide perdón por los “crímenes” durante “la conquista de América”
Bergoglio pide la rebelión de los excluidos: “El futuro está en sus manos. ¡No se achiquen!"
PABLO ORDAZ Santa Cruz, Bolivia - El País
Las palabras del papa Francisco no pudieron ser más rotundas: “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Durante un encuentro con movimientos populares de todo el mundo en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Jorge Mario Bergoglio pidió “tierra, techo y trabajo” para todos: “Son derechos sagrados. Hay que luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en Latinoamérica y en toda la Tierra”.
Durante casi una hora, el Papa escuchó con atención los testimonios de los grupos de excluidos (indígenas, cartoneros, trabajadores precarios del mundo rural y de las periferias de las ciudades) de todo el mundo. También un encendido alegato del presidente de Bolivia, Evo Morales, contra los colonialismos pasados –“en 1492 sufrimos una invasión europea y española”— y los contemporáneos. Pero, en un foro dedicado a clamar contra las injusticias, quien se mostró más beligerante fue el papa de Roma: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”.
“Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”
“Este sistema ya no se aguanta”, dijo Bergoglio en un discurso de seis folios que transitó por pasajes ya conocidos –la globalización de la indiferencia, la condena de la cultura de la descarte…–, pero exploró otros que llamaron a la rebelión de los más humildes: “Necesitamos un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio redentor. Necesitamos un cambio real. Este sistema ya no se aguanta. Y los más humildes, los explotados, pueden hacer mucho. El futuro de la humanidad está en sus manos".
En un pasaje que puso la emoción a flor de piel, Bergoglio quiso hacer protagonistas de la salvación del mundo a los más humildes: “¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora, frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para mis problemas?”.
A continuación, el Papa, entre aplausos, contestó su propia pregunta: “¡Mucho! Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”
El Papa clamó contra “la imposición de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres” y contra “el colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas”. Fue casi al final cuando Francisco, que había convertido en su discurso a los más pobres en “poetas sociales”, admitió: “Alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia».
Y añadió: “Al igual que san Juan Pablo II pido que la Iglesia «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
No es la primera vez que un papa pide perdón a los indígenas, pero no desde luego con esta contundencia. El 13 de octubre de 1992, Juan Pablo II pidió en Santo Domingo a los indígenas que perdonasen las injusticias cometidas contra sus antepasados y, días después en Roma, insistió en su «acto de expiación por todo lo que estuvo marcado por el pecado, la injusticia y la violencia» durante la evangelización de América. Quince años después, el 23 de mayo de 2007, Benedicto XVI afirmó que “el recuerdo de un pasado glorioso” no puede ignorar “las sombras” que acompañaron la evangelización de Latinoamérica. “No es posible olvidar el sufrimiento y las injusticias infligidos por los colonizadores a las poblaciones indígenas, cuyos derechos humanos fundamentales eran con frecuencia pisoteados”, dijo Joseph Ratzinger.
La diferencia en el fondo y en las formas es evidente, aunque también Francisco, como antes Juan Pablo II y Benedicto XVI, añadió que “para ser justos” tenía que reconocer a los sacerdotes que “se opusieron a la lógica de la espada con la lógica de la cruz”. Para finalizar uno de sus discursos más largos pero también más hermosos y combativos, Bergoglio exclamó: “Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra”.
Bergoglio pide la rebelión de los excluidos: “El futuro está en sus manos. ¡No se achiquen!"
PABLO ORDAZ Santa Cruz, Bolivia - El País
Una mujer con un póster del Papa. / M. ALIPAZ (EFE) |
Las palabras del papa Francisco no pudieron ser más rotundas: “Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”. Durante un encuentro con movimientos populares de todo el mundo en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Jorge Mario Bergoglio pidió “tierra, techo y trabajo” para todos: “Son derechos sagrados. Hay que luchar por ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en Latinoamérica y en toda la Tierra”.
Durante casi una hora, el Papa escuchó con atención los testimonios de los grupos de excluidos (indígenas, cartoneros, trabajadores precarios del mundo rural y de las periferias de las ciudades) de todo el mundo. También un encendido alegato del presidente de Bolivia, Evo Morales, contra los colonialismos pasados –“en 1492 sufrimos una invasión europea y española”— y los contemporáneos. Pero, en un foro dedicado a clamar contra las injusticias, quien se mostró más beligerante fue el papa de Roma: “Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”.
“Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”
“Este sistema ya no se aguanta”, dijo Bergoglio en un discurso de seis folios que transitó por pasajes ya conocidos –la globalización de la indiferencia, la condena de la cultura de la descarte…–, pero exploró otros que llamaron a la rebelión de los más humildes: “Necesitamos un cambio positivo, un cambio que nos haga bien, un cambio redentor. Necesitamos un cambio real. Este sistema ya no se aguanta. Y los más humildes, los explotados, pueden hacer mucho. El futuro de la humanidad está en sus manos".
En un pasaje que puso la emoción a flor de piel, Bergoglio quiso hacer protagonistas de la salvación del mundo a los más humildes: “¿Qué puedo hacer yo, cartonero, catadora, pepenador, recicladora, frente a tantos problemas si apenas gano para comer? ¿Qué puedo hacer yo artesano, vendedor ambulante, transportista, trabajador excluido si ni siquiera tengo derechos laborales? ¿Qué puedo hacer yo, campesina, indígena, pescador que apenas puedo resistir el avasallamiento de las grandes corporaciones? ¿Qué puedo hacer yo desde mi villa, mi chabola, mi población, mi rancherío cuando soy diariamente discriminado y marginado? ¿Qué puede hacer ese estudiante, ese joven, ese militante, ese misionero que patea las barriadas y los parajes con el corazón lleno de sueños pero casi sin ninguna solución para mis problemas?”.
A continuación, el Papa, entre aplausos, contestó su propia pregunta: “¡Mucho! Pueden hacer mucho. Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de «las tres T» (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”
"Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas. ¡No se achiquen!”
El Papa clamó contra “la imposición de medidas de austeridad que siempre ajustan el cinturón de los trabajadores y de los pobres” y contra “el colonialismo, nuevo y viejo, que reduce a los países pobres a meros proveedores de materia prima y trabajo barato, engendra violencia, miseria, migraciones forzadas”. Fue casi al final cuando Francisco, que había convertido en su discurso a los más pobres en “poetas sociales”, admitió: “Alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia».
Y añadió: “Al igual que san Juan Pablo II pido que la Iglesia «se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos». Y quiero decirles, quiero ser muy claro, como lo fue san Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”.
No es la primera vez que un papa pide perdón a los indígenas, pero no desde luego con esta contundencia. El 13 de octubre de 1992, Juan Pablo II pidió en Santo Domingo a los indígenas que perdonasen las injusticias cometidas contra sus antepasados y, días después en Roma, insistió en su «acto de expiación por todo lo que estuvo marcado por el pecado, la injusticia y la violencia» durante la evangelización de América. Quince años después, el 23 de mayo de 2007, Benedicto XVI afirmó que “el recuerdo de un pasado glorioso” no puede ignorar “las sombras” que acompañaron la evangelización de Latinoamérica. “No es posible olvidar el sufrimiento y las injusticias infligidos por los colonizadores a las poblaciones indígenas, cuyos derechos humanos fundamentales eran con frecuencia pisoteados”, dijo Joseph Ratzinger.
La diferencia en el fondo y en las formas es evidente, aunque también Francisco, como antes Juan Pablo II y Benedicto XVI, añadió que “para ser justos” tenía que reconocer a los sacerdotes que “se opusieron a la lógica de la espada con la lógica de la cruz”. Para finalizar uno de sus discursos más largos pero también más hermosos y combativos, Bergoglio exclamó: “Digamos juntos desde el corazón: ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Sigan con su lucha y, por favor, cuiden mucho a la Madre Tierra”.
lunes, 20 de julio de 2015
Arqueología: Encuentran soldados otomanos que lucharon hasta la muerte
Fosa común revela que soldados otomanos lucharon hasta la muerte en Rumania en el Siglo 16
Forbes
El 13 de noviembre 1594, Miguel el Valiente convocó a sus sujetos en el Estado cliente de Valaquia a levantarse contra el Imperio Otomano. Como parte de una serie de guerras terrestres entre el Imperio Otomano y diversos poderes en Europa, Michael condujo a sus tropas a conquistar varios castillos a lo largo del río Danubio y fortalezas de profundidad dentro del territorio otomano, volviéndose a sólo millas de la capital otomana de Constantinopla. Pero mientras que Miguel estaba luchando a la distancia, los hombres que le prestaron el dinero para financiar su campaña para que sea príncipe fueron asesinados en la capital de Valaquia, Bucarest (Rumania). Los arqueólogos creen que pueden haber encontrado estas cifras históricas en una fosa común descubierta en Plaza de la Universidad de Bucarest, y sus huesos revelan una muerte muy violenta.
Durante una excavación del cementerio de la iglesia de San Sava, se descubrieron 688 tumbas que datan de los siglos 16o a 19no. No lejos de la tierra consagrada, sin embargo, los arqueólogos encontraron tres esqueletos de personas que habían sido arrojadas sin ceremonias en el fondo de un pozo circular. Huesos de animales, ladrillos, fragmentos de cerámica y otros restos entonces habían sido amontonados en la parte superior de ellos para llenar el pozo. La inclusión de toda esta basura era fortuita por los arqueólogos, sin embargo, porque los artefactos, junto con la datación por carbono de los huesos que les permitió datan la fosa común al final de la 16a o principios del siglo 17.
Tres esqueletos mezclados en un hoyo excavado en la Plaza de la Universidad de Bucarest. La cabeza del esqueleto 1 está en la parte superior izquierda; La cabeza del esqueleto 2 está en la parte inferior derecha; y la cabeza del esqueleto 3 está en el medio. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Mihai Constantinescu y colegas desenredan cuidadosamente los restos desordenadas y estudiaron minuciosamente los huesos en busca de pistas sobre quiénes eran y cómo murieron. Escribiendo en la revista International Journal of Osteoarchaeology, señalan que los tres esqueletos eran hombres y adultos jóvenes y de mediana edad. Todos los hombres tenían mala salud dental, así como evidencia temprana de la osteoartritis en todo su cuerpo. Sobre la base de los sitios de unión del músculo en el hueso, que también estaban participando en actividades repetitivas similares: levantar, tirar, mover objetos pesados, caminar largas distancias, y sentado en una posición en cuclillas. Es muy probable que estos hombres compartían una ocupación que les obligaba a realizar las mismas actividades una y otra vez.
Pero las lesiones de los arqueólogos encontraron -tanto aquellos que habían sanado y esos infligido a muerte son sorprendentemente numerosas y horripilante. En algún momento de su vida, Esqueleto 1 fracturó la clavícula, las costillas, la muñeca izquierda, rodilla, cadera, columna lumbar, la nariz y los dedos medios adecuados. Esqueleto 2 parece haber tomado una flecha en la espalda, con una fractura de penetración en su omóplato izquierdo, y se había lesionado ambas rodillas. Sorprendentemente, Esqueleto 3 estaba ileso, pero posiblemente porque era un poco más joven que los otros dos hombres.
Esqueleto 2, lesión 13: sexta costilla derecha con la punta de flecha que produjo la lesión. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Dos docenas más heridas fueron encontrados en los tres cuerpos, pero estos fueron infligidas en la época de la muerte. Mientras esqueletos 1 y 3 tenían pocos lesiones, Esqueleto 2 sufrió 18 heridas antes de morir. La mayoría de las heridas fueron infligidas en las cabezas de estos hombres por un ataque de frente, y la mayoría de las lesiones fueron causadas por objetos afilados como espadas y flechas.
Había una bala de mosquete presentado en las vértebras del cuello del esqueleto 2, además de una punta de flecha todavía atrapado en una costilla, una herida piratería que rompió el esqueleto facial, y la indicación sobre las vértebras que alguien intentó decapitarlo.
Esqueleto 2, lesión 12: cuarta vértebra cervical con la bala de mosquete que produjo la lesión (Foto usada con permiso del señor Constantinescu).
El esqueleto 3 también mostró evidencia de decapitación con una hoja de heridas posiblemente de una vértebra del cuello espada a través. El esqueleto 1 sufrió una fractura craneal masiva, probablemente causado por una maza. Desde los soldados en ese momento podría llevar sólo físicamente y utilizar un fusil, un arco o una maza, y no una combinación de ellos, esto significa que al menos tres personas diferentes establecen en este grupo de hombres.
Esqueleto 3, lesión 2: Lámina de la herida en la cuarta vértebra cervical. El corte horizontal a través del cuerpo vertebral (parte superior de la imagen) es evidencia de trauma agudo. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Los nombres exactos de estos hombres son desconocidas, pero Constantinescu y sus colegas creen que eran comandantes ya sea militar o jenízaros (infantería de élite de soldados otomanos), muy posiblemente los mismos que habían prestado el dinero Michael Brave para que pudiera gobernar Valaquia. Si eran rumanos ", habrían sido enterrados en un cementerio por los lugareños", escriben. Con base en el período de tiempo, las lesiones infligidas, y la ubicación del entierro, concluyen que "las tensiones provocadas por los acreedores en la corte principesca de Miguel el Valiente podrían haber contribuido a la violencia excesiva y la falta de interés por su permanece. "
¿Acaso los sujetos Miguel el Bravo atacan violentamente a los otomanos en medio de ellos mientras él estaba fuera luchando la Guerra Larga turca? Es imposible responder a esta pregunta definitivamente, pero Constantinescu y colegas de trabajo en esta grave misterio muestra cómo armar los registros históricos, parafernalia militar y huesos humanos nos puede llevar más cerca de una solución.
Forbes
El 13 de noviembre 1594, Miguel el Valiente convocó a sus sujetos en el Estado cliente de Valaquia a levantarse contra el Imperio Otomano. Como parte de una serie de guerras terrestres entre el Imperio Otomano y diversos poderes en Europa, Michael condujo a sus tropas a conquistar varios castillos a lo largo del río Danubio y fortalezas de profundidad dentro del territorio otomano, volviéndose a sólo millas de la capital otomana de Constantinopla. Pero mientras que Miguel estaba luchando a la distancia, los hombres que le prestaron el dinero para financiar su campaña para que sea príncipe fueron asesinados en la capital de Valaquia, Bucarest (Rumania). Los arqueólogos creen que pueden haber encontrado estas cifras históricas en una fosa común descubierta en Plaza de la Universidad de Bucarest, y sus huesos revelan una muerte muy violenta.
Durante una excavación del cementerio de la iglesia de San Sava, se descubrieron 688 tumbas que datan de los siglos 16o a 19no. No lejos de la tierra consagrada, sin embargo, los arqueólogos encontraron tres esqueletos de personas que habían sido arrojadas sin ceremonias en el fondo de un pozo circular. Huesos de animales, ladrillos, fragmentos de cerámica y otros restos entonces habían sido amontonados en la parte superior de ellos para llenar el pozo. La inclusión de toda esta basura era fortuita por los arqueólogos, sin embargo, porque los artefactos, junto con la datación por carbono de los huesos que les permitió datan la fosa común al final de la 16a o principios del siglo 17.
Tres esqueletos mezclados en un hoyo excavado en la Plaza de la Universidad de Bucarest. La cabeza del esqueleto 1 está en la parte superior izquierda; La cabeza del esqueleto 2 está en la parte inferior derecha; y la cabeza del esqueleto 3 está en el medio. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Mihai Constantinescu y colegas desenredan cuidadosamente los restos desordenadas y estudiaron minuciosamente los huesos en busca de pistas sobre quiénes eran y cómo murieron. Escribiendo en la revista International Journal of Osteoarchaeology, señalan que los tres esqueletos eran hombres y adultos jóvenes y de mediana edad. Todos los hombres tenían mala salud dental, así como evidencia temprana de la osteoartritis en todo su cuerpo. Sobre la base de los sitios de unión del músculo en el hueso, que también estaban participando en actividades repetitivas similares: levantar, tirar, mover objetos pesados, caminar largas distancias, y sentado en una posición en cuclillas. Es muy probable que estos hombres compartían una ocupación que les obligaba a realizar las mismas actividades una y otra vez.
Pero las lesiones de los arqueólogos encontraron -tanto aquellos que habían sanado y esos infligido a muerte son sorprendentemente numerosas y horripilante. En algún momento de su vida, Esqueleto 1 fracturó la clavícula, las costillas, la muñeca izquierda, rodilla, cadera, columna lumbar, la nariz y los dedos medios adecuados. Esqueleto 2 parece haber tomado una flecha en la espalda, con una fractura de penetración en su omóplato izquierdo, y se había lesionado ambas rodillas. Sorprendentemente, Esqueleto 3 estaba ileso, pero posiblemente porque era un poco más joven que los otros dos hombres.
Esqueleto 2, lesión 13: sexta costilla derecha con la punta de flecha que produjo la lesión. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Dos docenas más heridas fueron encontrados en los tres cuerpos, pero estos fueron infligidas en la época de la muerte. Mientras esqueletos 1 y 3 tenían pocos lesiones, Esqueleto 2 sufrió 18 heridas antes de morir. La mayoría de las heridas fueron infligidas en las cabezas de estos hombres por un ataque de frente, y la mayoría de las lesiones fueron causadas por objetos afilados como espadas y flechas.
Había una bala de mosquete presentado en las vértebras del cuello del esqueleto 2, además de una punta de flecha todavía atrapado en una costilla, una herida piratería que rompió el esqueleto facial, y la indicación sobre las vértebras que alguien intentó decapitarlo.
Esqueleto 2, lesión 12: cuarta vértebra cervical con la bala de mosquete que produjo la lesión (Foto usada con permiso del señor Constantinescu).
El esqueleto 3 también mostró evidencia de decapitación con una hoja de heridas posiblemente de una vértebra del cuello espada a través. El esqueleto 1 sufrió una fractura craneal masiva, probablemente causado por una maza. Desde los soldados en ese momento podría llevar sólo físicamente y utilizar un fusil, un arco o una maza, y no una combinación de ellos, esto significa que al menos tres personas diferentes establecen en este grupo de hombres.
Esqueleto 3, lesión 2: Lámina de la herida en la cuarta vértebra cervical. El corte horizontal a través del cuerpo vertebral (parte superior de la imagen) es evidencia de trauma agudo. (Foto usada con permiso del señor Constantinescu.)
Los nombres exactos de estos hombres son desconocidas, pero Constantinescu y sus colegas creen que eran comandantes ya sea militar o jenízaros (infantería de élite de soldados otomanos), muy posiblemente los mismos que habían prestado el dinero Michael Brave para que pudiera gobernar Valaquia. Si eran rumanos ", habrían sido enterrados en un cementerio por los lugareños", escriben. Con base en el período de tiempo, las lesiones infligidas, y la ubicación del entierro, concluyen que "las tensiones provocadas por los acreedores en la corte principesca de Miguel el Valiente podrían haber contribuido a la violencia excesiva y la falta de interés por su permanece. "
¿Acaso los sujetos Miguel el Bravo atacan violentamente a los otomanos en medio de ellos mientras él estaba fuera luchando la Guerra Larga turca? Es imposible responder a esta pregunta definitivamente, pero Constantinescu y colegas de trabajo en esta grave misterio muestra cómo armar los registros históricos, parafernalia militar y huesos humanos nos puede llevar más cerca de una solución.
domingo, 19 de julio de 2015
Cuando Cuba no había sido "liberada" y hambreada
Cuba antes de la revolución
Un periodista británico aterrizó en La Habana en 1957 con el encargo de contactar con Hemingway y conocer las posibilidades de la guerrilla de Fidel
El cambio estaba en marcha. Y la isla, una mezcla de casinos, espías y prostitutas, despertaba la misma expectación que hoy frente a lo desconocido
ANTONIO JOSÉ PONTE - El PAÍS
Estadounidenses apostando en el hotel Nacional en 1958. / FRANCIS MILLER (GETTY)
Norman Lewis, el más grande escritor de viajes desde Marco Polo según Auberon Waugh, viajó a La Habana en 1957 con la doble misión de consultarle a Hemingway las posibilidades de la guerrilla de Fidel Castro e investigar qué vendría después de El viejo y el mar. Por el camino dio con un mechón de vello púbico de Catalina la Grande, consultó a la santera del dictador Batista y medió en un duelo a muerte provocado por Ava Gardner.
Fue su editor londinense, Jonathan Cape, quien le pidió que averiguara qué escribía ahora Hemingway, al que publicaba en Inglaterra. La consulta sobre política cubana era encargo de Ian Fleming, inventor de la saga de James Bond, jefe de la sección internacional de The Sunday Times y con lazos en la inteligencia naval británica, donde sirviera durante la guerra. Fleming y Lewis se habían conocido en la fiesta navideña de Jonathan Cape. Los reunió el azar alfabético, pues las escasas dimensiones del local obligaban a más de una convocatoria. A ellos les correspondía la segunda, aunque Fleming malició que aquella era la fiesta de los autores de segundo rango, y señaló a unas cuantas letras que no tendrían por qué estar allí. Elogió la novela más reciente de Lewis, conversaron de poesía y cuando Lewis confesó que García Lorca era su poeta favorito, le preguntó si lo leía en español y quiso conocer de sus viajes por Centroamérica. Así que quedaron para almorzar al día siguiente y a los postres le propuso la expedición a Cuba.
Acreditado por The Sunday Times, Norman Lewis llegó a La Habana un domingo de fines de diciembre. Había estado allí 20 años antes y ahora encontraba mayores razones para admirarla: La Habana era la ciudad más hermosa de las Américas. Tomó una habitación en el Sevilla Biltmore y preguntó por Edward Scott, editor de The Havana Post, quien vivía en una suite del hotel y cuyas señas le había pasado Fleming.
Se decía que Scott era uno de los cuatro individuos que sirvieron de modelo para James Bond, aunque aquel hombre bajo y de expresión aniñada decepcionaba bastante como cuarta parte de 007. Con un habano en sus manos regordetas, pluma de oro en el bolsillo, zapatos bien lustrados y la amante de turno (negra, según alcanzó a ver Lewis) esperándolo en su habitación, a Scott le pareció risible la idea de consultar al novelista estadounidense. Pero Lewis insistió en que Ian Fleming tenía noticias de un encuentro entre Castro y Hemingway en una de las cacerías del escritor por las montañas. “La única montaña donde Hemingway caza es el Montana Bar”, cortó Scott. En cualquier caso, él era el peor conducto para llegar al novelista, pues acababa de retarlo a duelo.
Lewis tuvo que sonreír, ¿es qué allí la gente se batía a duelo todavía? Bueno, si visitaba la morgue de la ciudad (y tal visita valía la pena), descubriría entre los cadáveres de estudiantes revolucionarios a uno o dos duelistas. Noches antes, Ava Gardner acompañó a Hemingway a la fiesta del embajador británico por el cumpleaños de la reina, y en un momento de jolgorio se desembarazó de su ropa interior, agitándola en el aire. Scott lo consideró un insulto a la corona, Hemingway lo amenazó con darle una paliza y él no tuvo más remedio que enviarle invitación para batirse. Así que tendría que apresurarse si deseaba encontrarlo con vida.
El escritor Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”
Luego de enviar una nota al novelista estadounidense, Norman Lewis se dedicó a husmear en busca de gente interesante y dio con el general Enrique Loynaz del Castillo y el también general Carlos García Vélez, embajador en Londres durante 12 años.
“En la prensa suele aparecer que tengo 94 años”, saludó García Vélez. “No es verdad, solo tengo 93.”
Plantas y muebles victorianos repletaban el salón. El general tenía siempre a mano su lectura favorita, el Edinburgh Journal, que coleccionaba desde el número inicial de 1764. Hijo del general Calixto García Iñíguez, un bisabuelo suyo había peleado contra Bolívar en Carabobo. Hollywood había hecho una película con la historia de su padre, pero él no la conocía. No sentía el más mínimo interés por el cine o la televisión. Loynaz del Castillo recordó entonces que Barbara Stanwyck protagonizaba el filme, Mensaje a García. “Una chica muy guapa”, lamentó no haber coincidido con ella.
Graduado de cirujano dental en Madrid, Carlos García Vélez fue el director fundador en 1894 de la Revista Española de Estomatología, segunda de su clase en el mundo. Sin embargo, debió regresar entonces a Cuba y estrenarse como combatiente. “Cuando digo que la guerra se dirigió con la brutalidad más extrema me refiero a los dos bandos”, resumió. Él la recordaba como un historiador y dejaba los aspavientos del patriotismo para su amigo Loynaz.
Ambos generales sopesaron si el visitante merecía conocer el álbum. Decidida la consulta a su favor, García Vélez buscó un manojo de llaves, apartó una aspidistra y colocó sobre la mesa el legado de Francisco de Miranda, antecesor suyo, combatiente de las guerras de independencia de Estados Unidos y Venezuela, y cuyo nombre aparecía inscripto en el Arco del Triunfo como héroe de la Revolución Francesa.
Cada página de aquel álbum dieciochesco contenía un puñado de cabellos y una dedicatoria de la dama a la que pertenecieran. Allí tenían, al alcance de los dedos, más de 50 muestras de vello púbico de algunas de las muchas amantes de Miranda. Al menos una de aquellas muestras tenía gran interés museístico, la perteneciente a Catalina II, emperatriz de todas las Rusias. Al pie de su pelusa real podía verse rubricada una espléndida y arrogante K. El general García Vélez comentó que, descontando lo que pudiese contener su sepulcro, aquello era cuanto sobrevivía del cuerpo de Catalina la Grande. Y pensar que su propuesta de donación del álbum le había deparado el rechazo del Museo Nacional…
(Norman Lewis se vio con el magnate azucarero Julio Lobo para hablar del apoyo empresarial a Castro, y de haber tratado acerca de sus colecciones, habría tenido noticias de otro mechón notable: el de Napoleón, que Lobo atesoraba junto a una muela del emperador. En La Habana coexistían, por tanto, dos mechones imperiales, el de Napoleón y el de Catalina. La primera de estas reliquias se exhibe hoy en el Museo Napoleónico, adonde fue a dar la colección de Julio Lobo incautada por el régimen revolucionario, pero del álbum de Francisco de Miranda no conozco más que lo que cuenta Lewis).
El dictador Fulgencio Batista en 1959, año en que triunfó la revolución castrista. / JOSEPH SCHERSCHEL (GETTY)
Dejando atrás batallas y galanterías de otros siglos, Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”, le aseguró García Vélez.
Meses antes, en febrero de 1957, el reportero de The New York Times Herbert L. Matthews entrevistaba al jefe de la guerrilla en su campamento. La entrevista resultó tan crucial que un libro sobre el tema considera a Matthews “el hombre que inventó a Fidel Castro”. Vaquero, uno de los organizadores del viaje de Matthews a la Sierra Maestra, se citó con Norman Lewis en el hotel Sevilla. Parecía hacer tan descuidadamente su trabajo que iniciaron tratos sin chequeo previo, y cuando un limpiabotas se les acercó, él siguió hablando como si nada.
Estaban a pocos metros de la sede de la inteligencia militar. En la calle se produjeron disparos y vieron hombres corriendo a lo lejos. Los jugadores de un billar cercano iban armados y continuaron en lo suyo. Una prostituta cara aprovechó la ocasión para dejarles su tarjeta. Vaquero dijo estar aburrido de la vida en la sierra y sentirse solo en la capital, donde no conocía a nadie. En un cine cercano echaban una película de gánsteres y le preguntó a Lewis si no le apetecía acompañarlo. Entretanto, Edward Scott practicaba tiro en la redacción de The Havana Post. Con puntería muy distinta a la de Bond.
Lewis viajó a Santiago de Cuba siguiendo instrucciones de Vaquero. En el parque del centro de la ciudad, un negro le pidió su opinión sobre el filósofo Kant. No era, contra lo que pudiera suponerse, una contraseña. (Quizá el lugar sea proclive a esta clase de encuentros porque el escritor Virgilio Piñera, de visita en la ciudad unos años después, preguntó a una transeúnte dónde vivía Franz Kafka, a lo que la santiaguera contestó que no sabría decirle, pero que un rato antes lo había visto cruzar en una bicicleta).
En Santiago de Cuba consultaba lo invisible Tía Margarita, a quien se encomendaba el propio Fulgencio Batista y cuyo preparado contra las enfermedades nerviosas, a base de huesos de perro, gozaba de fama milagrera. Exvotos de peloteros y senadores repletaban el altar del dios de la guerra Changó, del cual era sacerdotisa. ¿Acaso él quería conocer la fecha exacta de su muerte? No, lo que de veras preocupaba a Lewis era quién ganaría la guerra en Cuba. “Changó dice que la victoria le llegará a quien la merezca”, respondió Tía Margarita. Prometió que faltaba un año para la victoria, y no anduvo errada en esto.
Cada noche los disparos empezaban a las diez en punto. Vaquero avisó a Lewis que ya podía salir rumbo a Manzanillo. Allí lo esperaban con una contraseña que no alcanzó a intercambiar, pues nada más bajarse del autobús lo interceptaron tres soldados. Muy cortésmente, le requisaron la guerrera que comprara en una tienda de efectos militares de Oxford Street y le notificaron que en media hora saldría un autobús y un agente iba a ocuparse de que llegara a la capital sano y salvo.
Lewis había imaginado a un Hemingway imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano
En La Habana encontró una invitación de Hemingway, que lo esperaba al día siguiente. Lewis lo había imaginado imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano. Su aspecto era tan triste que en cualquier momento podría ponerse a lagrimear. ¿Era aquello una entrevista?, quiso saber. Él procuró tranquilizarlo: le traía un mensaje de su devoto amigo Jonathan Cape. Tan devoto que evitaba gastar demasiado en la cubierta de sus libros, le reprochó el viejo. ¿Conocía él a Edward Scott? Someramente, adujo Lewis. Bien, quería que le echara una ojeada a la carta a The Havana Post que estaba preparando.
En la carta rechazaba el reto a batirse con el argumento de que Scott se debía a los lectores de su diario y no habría de exponer su vida. Quiso saber si la consideraba una respuesta digna. Lewis opinó que lo era. El viejo le pidió entonces su sincera opinión sobre todo aquel asunto. Él comentó que le parecía ridículo. Exacto, sonrió por primera vez. Y cuando lo consultó acerca de las oportunidades de la guerrilla, el viejo novelista respondió tan sibilino como una santera: “Mi respuesta es inseparable del hecho de que vivo aquí”.
Otra vez de visita en Cuba, en 1959 Lewis fue testigo de cómo una paloma se posaba en el hombro de Fidel Castro, que discurseaba. La escena, orquestada por un entrenador de palomas de quien entonces no se tuvo noticia, surtió efecto también sobre Lewis. Fidel Castro era el mejor orador desde Demóstenes, sostuvo temerariamente.
Edward Scott inclinaba ahora su diario hacia la izquierda, se retrataba con Ernesto Che Guevara y sabía de un local donde jugar al bingo pese a las prohibiciones. Lewis olfateó cierto puritanismo en el ambiente. Los borrachos eran mandados a centros de desintoxicación, las prostitutas eran reeducadas. Un Cadillac oficial lo condujo al centro donde unos jóvenes aprendían a autocriticarse. Y le llegaron noticias de que el propietario del mejor restaurante chino de la ciudad, quien fuera astrólogo de Chiang Kai-shek, había elegido el suicidio después de que le ordenaran suprimir el lujo en su cocina.
Norman Lewis asistió a un juicio militar y pudo conocer al estadounidense Herman Marks, jefe del pelotón de fusilamiento de La Cabaña, a quien dejó hablar con largueza. Marks alardeó de que a la gente le gustaba dejarse ver con él. En el hotel Riviera le procuraban la mejor mesa, Fidel lo saludaba efusivamente. Creía en el trabajo bien hecho, y el suyo era fusilar. Había elegido aquel emplazamiento del paredón, con vista al Cristo de La Habana. Consentía que los sentenciados ordenaran su propia muerte, si acaso deseaban esa fanfarronada última. No aceptaba regalos, ninguno de esos relicarios o patas de conejo que tanto significaban para sus dueños. Únicamente gemelos de camisa, que regalaba luego a sus amigos. Estaba en contra de que los proyectiles usados se vendieran por cinco pesos para hacer brujería. Y conocía a diplomáticos y visitantes extranjeros que daban cualquier cosa por asistir a una de sus noches de trabajo.
Ernest Hemingway, paseando por la bahía de Cojímar en 1952. / ALFRED ESISENSTAEDT (GETTY)
Existía, al parecer, un turismo de las ejecuciones. “El artista de Fidel”, bautizó Lewis a Marks, y un año más tarde lo dio por fusilado en aquel paredón. La historia de Herman Frederick Marks resultó, sin embargo, distinta. Nacido en Milwaukee en 1921 y arrestado más de treinta veces por robo, asalto, secuestro y violación, conoció desde temprano la cárcel. En Cuba combatió bajo las órdenes de otro extranjero, Ernesto Che Guevara, quien lo menciona en uno de sus diarios. Ponía un entusiasmo carnicero en su trabajo: en lugar del tiro de gracia, vaciaba su pistola en el rostro del ejecutado para hacer más difícil el reconocimiento por parte de los familiares. Lo acompañaba un perro, cruce de pastor alemán con otra raza, aficionado a lamer sangre humana. “El Carnicero”, lo llamaban. A Marks, no al perro.
En alguna de sus madrugadas, Marks debió temer que aquella estatua de Cristo fuese su última imagen y que el perro que criaba terminara probando su sangre. De manera que, acompañado de su esposa, la modelo y fotógrafa neoyorquina Jean Sécon, secuestró una embarcación. Luego de una semana a la deriva, recalaron en Yucatán. En julio de 1960 se encontraba en terreno estadounidense. En enero de 1961 fue arrestado por oficiales de Inmigración que iniciaron los trámites para deportarlo. Apelaciones mediante, logró librarse del reencuentro con sus jefes habaneros, recuperó su ciudadanía estadounidense y puede que viva aún, a los 94 años.
El Pabellón de Jade, el mejor restaurante chino mencionado por Lewis, no aparece en la guía telefónica de La Habana de 1958. Quizá se trataba del Pacífico. La lectura favorita del general García Vélez debió ser no el Edinburgh Journal, sino el Edinburgh Adviser, fundado en 1764. Podría pensarse que en estas aventuras cubanas de Norman Lewis hay materia suficiente para una novela. Pero él la escribió ya, y espléndidamente. En cambio, lo que sí aguarda por algún novelista, mitad Walter Benjamin y mitad Patrick Modiano, es la guía telefónica habanera de 1958. La Habana de entonces concitaba un interés muy parecido al que en la actualidad concita. Igual que en época de Norman Lewis, quienes hoy la visitan hablan de una hermosa capital a punto de muy grandes cambios.
Un periodista británico aterrizó en La Habana en 1957 con el encargo de contactar con Hemingway y conocer las posibilidades de la guerrilla de Fidel
El cambio estaba en marcha. Y la isla, una mezcla de casinos, espías y prostitutas, despertaba la misma expectación que hoy frente a lo desconocido
ANTONIO JOSÉ PONTE - El PAÍS
Estadounidenses apostando en el hotel Nacional en 1958. / FRANCIS MILLER (GETTY)
Norman Lewis, el más grande escritor de viajes desde Marco Polo según Auberon Waugh, viajó a La Habana en 1957 con la doble misión de consultarle a Hemingway las posibilidades de la guerrilla de Fidel Castro e investigar qué vendría después de El viejo y el mar. Por el camino dio con un mechón de vello púbico de Catalina la Grande, consultó a la santera del dictador Batista y medió en un duelo a muerte provocado por Ava Gardner.
Fue su editor londinense, Jonathan Cape, quien le pidió que averiguara qué escribía ahora Hemingway, al que publicaba en Inglaterra. La consulta sobre política cubana era encargo de Ian Fleming, inventor de la saga de James Bond, jefe de la sección internacional de The Sunday Times y con lazos en la inteligencia naval británica, donde sirviera durante la guerra. Fleming y Lewis se habían conocido en la fiesta navideña de Jonathan Cape. Los reunió el azar alfabético, pues las escasas dimensiones del local obligaban a más de una convocatoria. A ellos les correspondía la segunda, aunque Fleming malició que aquella era la fiesta de los autores de segundo rango, y señaló a unas cuantas letras que no tendrían por qué estar allí. Elogió la novela más reciente de Lewis, conversaron de poesía y cuando Lewis confesó que García Lorca era su poeta favorito, le preguntó si lo leía en español y quiso conocer de sus viajes por Centroamérica. Así que quedaron para almorzar al día siguiente y a los postres le propuso la expedición a Cuba.
Acreditado por The Sunday Times, Norman Lewis llegó a La Habana un domingo de fines de diciembre. Había estado allí 20 años antes y ahora encontraba mayores razones para admirarla: La Habana era la ciudad más hermosa de las Américas. Tomó una habitación en el Sevilla Biltmore y preguntó por Edward Scott, editor de The Havana Post, quien vivía en una suite del hotel y cuyas señas le había pasado Fleming.
Se decía que Scott era uno de los cuatro individuos que sirvieron de modelo para James Bond, aunque aquel hombre bajo y de expresión aniñada decepcionaba bastante como cuarta parte de 007. Con un habano en sus manos regordetas, pluma de oro en el bolsillo, zapatos bien lustrados y la amante de turno (negra, según alcanzó a ver Lewis) esperándolo en su habitación, a Scott le pareció risible la idea de consultar al novelista estadounidense. Pero Lewis insistió en que Ian Fleming tenía noticias de un encuentro entre Castro y Hemingway en una de las cacerías del escritor por las montañas. “La única montaña donde Hemingway caza es el Montana Bar”, cortó Scott. En cualquier caso, él era el peor conducto para llegar al novelista, pues acababa de retarlo a duelo.
Lewis tuvo que sonreír, ¿es qué allí la gente se batía a duelo todavía? Bueno, si visitaba la morgue de la ciudad (y tal visita valía la pena), descubriría entre los cadáveres de estudiantes revolucionarios a uno o dos duelistas. Noches antes, Ava Gardner acompañó a Hemingway a la fiesta del embajador británico por el cumpleaños de la reina, y en un momento de jolgorio se desembarazó de su ropa interior, agitándola en el aire. Scott lo consideró un insulto a la corona, Hemingway lo amenazó con darle una paliza y él no tuvo más remedio que enviarle invitación para batirse. Así que tendría que apresurarse si deseaba encontrarlo con vida.
El escritor Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”
Luego de enviar una nota al novelista estadounidense, Norman Lewis se dedicó a husmear en busca de gente interesante y dio con el general Enrique Loynaz del Castillo y el también general Carlos García Vélez, embajador en Londres durante 12 años.
“En la prensa suele aparecer que tengo 94 años”, saludó García Vélez. “No es verdad, solo tengo 93.”
Plantas y muebles victorianos repletaban el salón. El general tenía siempre a mano su lectura favorita, el Edinburgh Journal, que coleccionaba desde el número inicial de 1764. Hijo del general Calixto García Iñíguez, un bisabuelo suyo había peleado contra Bolívar en Carabobo. Hollywood había hecho una película con la historia de su padre, pero él no la conocía. No sentía el más mínimo interés por el cine o la televisión. Loynaz del Castillo recordó entonces que Barbara Stanwyck protagonizaba el filme, Mensaje a García. “Una chica muy guapa”, lamentó no haber coincidido con ella.
Graduado de cirujano dental en Madrid, Carlos García Vélez fue el director fundador en 1894 de la Revista Española de Estomatología, segunda de su clase en el mundo. Sin embargo, debió regresar entonces a Cuba y estrenarse como combatiente. “Cuando digo que la guerra se dirigió con la brutalidad más extrema me refiero a los dos bandos”, resumió. Él la recordaba como un historiador y dejaba los aspavientos del patriotismo para su amigo Loynaz.
Ambos generales sopesaron si el visitante merecía conocer el álbum. Decidida la consulta a su favor, García Vélez buscó un manojo de llaves, apartó una aspidistra y colocó sobre la mesa el legado de Francisco de Miranda, antecesor suyo, combatiente de las guerras de independencia de Estados Unidos y Venezuela, y cuyo nombre aparecía inscripto en el Arco del Triunfo como héroe de la Revolución Francesa.
Cada página de aquel álbum dieciochesco contenía un puñado de cabellos y una dedicatoria de la dama a la que pertenecieran. Allí tenían, al alcance de los dedos, más de 50 muestras de vello púbico de algunas de las muchas amantes de Miranda. Al menos una de aquellas muestras tenía gran interés museístico, la perteneciente a Catalina II, emperatriz de todas las Rusias. Al pie de su pelusa real podía verse rubricada una espléndida y arrogante K. El general García Vélez comentó que, descontando lo que pudiese contener su sepulcro, aquello era cuanto sobrevivía del cuerpo de Catalina la Grande. Y pensar que su propuesta de donación del álbum le había deparado el rechazo del Museo Nacional…
(Norman Lewis se vio con el magnate azucarero Julio Lobo para hablar del apoyo empresarial a Castro, y de haber tratado acerca de sus colecciones, habría tenido noticias de otro mechón notable: el de Napoleón, que Lobo atesoraba junto a una muela del emperador. En La Habana coexistían, por tanto, dos mechones imperiales, el de Napoleón y el de Catalina. La primera de estas reliquias se exhibe hoy en el Museo Napoleónico, adonde fue a dar la colección de Julio Lobo incautada por el régimen revolucionario, pero del álbum de Francisco de Miranda no conozco más que lo que cuenta Lewis).
El dictador Fulgencio Batista en 1959, año en que triunfó la revolución castrista. / JOSEPH SCHERSCHEL (GETTY)
Dejando atrás batallas y galanterías de otros siglos, Norman Lewis preguntó por el apoyo que tenían las fuerzas de Fidel Castro. “Hay un montón de jóvenes de clase media que ven en él su única oportunidad de llegar a alguna parte”, le aseguró García Vélez.
Meses antes, en febrero de 1957, el reportero de The New York Times Herbert L. Matthews entrevistaba al jefe de la guerrilla en su campamento. La entrevista resultó tan crucial que un libro sobre el tema considera a Matthews “el hombre que inventó a Fidel Castro”. Vaquero, uno de los organizadores del viaje de Matthews a la Sierra Maestra, se citó con Norman Lewis en el hotel Sevilla. Parecía hacer tan descuidadamente su trabajo que iniciaron tratos sin chequeo previo, y cuando un limpiabotas se les acercó, él siguió hablando como si nada.
Estaban a pocos metros de la sede de la inteligencia militar. En la calle se produjeron disparos y vieron hombres corriendo a lo lejos. Los jugadores de un billar cercano iban armados y continuaron en lo suyo. Una prostituta cara aprovechó la ocasión para dejarles su tarjeta. Vaquero dijo estar aburrido de la vida en la sierra y sentirse solo en la capital, donde no conocía a nadie. En un cine cercano echaban una película de gánsteres y le preguntó a Lewis si no le apetecía acompañarlo. Entretanto, Edward Scott practicaba tiro en la redacción de The Havana Post. Con puntería muy distinta a la de Bond.
Lewis viajó a Santiago de Cuba siguiendo instrucciones de Vaquero. En el parque del centro de la ciudad, un negro le pidió su opinión sobre el filósofo Kant. No era, contra lo que pudiera suponerse, una contraseña. (Quizá el lugar sea proclive a esta clase de encuentros porque el escritor Virgilio Piñera, de visita en la ciudad unos años después, preguntó a una transeúnte dónde vivía Franz Kafka, a lo que la santiaguera contestó que no sabría decirle, pero que un rato antes lo había visto cruzar en una bicicleta).
En Santiago de Cuba consultaba lo invisible Tía Margarita, a quien se encomendaba el propio Fulgencio Batista y cuyo preparado contra las enfermedades nerviosas, a base de huesos de perro, gozaba de fama milagrera. Exvotos de peloteros y senadores repletaban el altar del dios de la guerra Changó, del cual era sacerdotisa. ¿Acaso él quería conocer la fecha exacta de su muerte? No, lo que de veras preocupaba a Lewis era quién ganaría la guerra en Cuba. “Changó dice que la victoria le llegará a quien la merezca”, respondió Tía Margarita. Prometió que faltaba un año para la victoria, y no anduvo errada en esto.
Cada noche los disparos empezaban a las diez en punto. Vaquero avisó a Lewis que ya podía salir rumbo a Manzanillo. Allí lo esperaban con una contraseña que no alcanzó a intercambiar, pues nada más bajarse del autobús lo interceptaron tres soldados. Muy cortésmente, le requisaron la guerrera que comprara en una tienda de efectos militares de Oxford Street y le notificaron que en media hora saldría un autobús y un agente iba a ocuparse de que llegara a la capital sano y salvo.
Lewis había imaginado a un Hemingway imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano
En La Habana encontró una invitación de Hemingway, que lo esperaba al día siguiente. Lewis lo había imaginado imponente y vigoroso, y descubrió a un viejo exhausto, vestido de pijama y emborrachándose con Dubonnet desde temprano. Su aspecto era tan triste que en cualquier momento podría ponerse a lagrimear. ¿Era aquello una entrevista?, quiso saber. Él procuró tranquilizarlo: le traía un mensaje de su devoto amigo Jonathan Cape. Tan devoto que evitaba gastar demasiado en la cubierta de sus libros, le reprochó el viejo. ¿Conocía él a Edward Scott? Someramente, adujo Lewis. Bien, quería que le echara una ojeada a la carta a The Havana Post que estaba preparando.
En la carta rechazaba el reto a batirse con el argumento de que Scott se debía a los lectores de su diario y no habría de exponer su vida. Quiso saber si la consideraba una respuesta digna. Lewis opinó que lo era. El viejo le pidió entonces su sincera opinión sobre todo aquel asunto. Él comentó que le parecía ridículo. Exacto, sonrió por primera vez. Y cuando lo consultó acerca de las oportunidades de la guerrilla, el viejo novelista respondió tan sibilino como una santera: “Mi respuesta es inseparable del hecho de que vivo aquí”.
Otra vez de visita en Cuba, en 1959 Lewis fue testigo de cómo una paloma se posaba en el hombro de Fidel Castro, que discurseaba. La escena, orquestada por un entrenador de palomas de quien entonces no se tuvo noticia, surtió efecto también sobre Lewis. Fidel Castro era el mejor orador desde Demóstenes, sostuvo temerariamente.
Edward Scott inclinaba ahora su diario hacia la izquierda, se retrataba con Ernesto Che Guevara y sabía de un local donde jugar al bingo pese a las prohibiciones. Lewis olfateó cierto puritanismo en el ambiente. Los borrachos eran mandados a centros de desintoxicación, las prostitutas eran reeducadas. Un Cadillac oficial lo condujo al centro donde unos jóvenes aprendían a autocriticarse. Y le llegaron noticias de que el propietario del mejor restaurante chino de la ciudad, quien fuera astrólogo de Chiang Kai-shek, había elegido el suicidio después de que le ordenaran suprimir el lujo en su cocina.
Norman Lewis asistió a un juicio militar y pudo conocer al estadounidense Herman Marks, jefe del pelotón de fusilamiento de La Cabaña, a quien dejó hablar con largueza. Marks alardeó de que a la gente le gustaba dejarse ver con él. En el hotel Riviera le procuraban la mejor mesa, Fidel lo saludaba efusivamente. Creía en el trabajo bien hecho, y el suyo era fusilar. Había elegido aquel emplazamiento del paredón, con vista al Cristo de La Habana. Consentía que los sentenciados ordenaran su propia muerte, si acaso deseaban esa fanfarronada última. No aceptaba regalos, ninguno de esos relicarios o patas de conejo que tanto significaban para sus dueños. Únicamente gemelos de camisa, que regalaba luego a sus amigos. Estaba en contra de que los proyectiles usados se vendieran por cinco pesos para hacer brujería. Y conocía a diplomáticos y visitantes extranjeros que daban cualquier cosa por asistir a una de sus noches de trabajo.
Ernest Hemingway, paseando por la bahía de Cojímar en 1952. / ALFRED ESISENSTAEDT (GETTY)
Existía, al parecer, un turismo de las ejecuciones. “El artista de Fidel”, bautizó Lewis a Marks, y un año más tarde lo dio por fusilado en aquel paredón. La historia de Herman Frederick Marks resultó, sin embargo, distinta. Nacido en Milwaukee en 1921 y arrestado más de treinta veces por robo, asalto, secuestro y violación, conoció desde temprano la cárcel. En Cuba combatió bajo las órdenes de otro extranjero, Ernesto Che Guevara, quien lo menciona en uno de sus diarios. Ponía un entusiasmo carnicero en su trabajo: en lugar del tiro de gracia, vaciaba su pistola en el rostro del ejecutado para hacer más difícil el reconocimiento por parte de los familiares. Lo acompañaba un perro, cruce de pastor alemán con otra raza, aficionado a lamer sangre humana. “El Carnicero”, lo llamaban. A Marks, no al perro.
En alguna de sus madrugadas, Marks debió temer que aquella estatua de Cristo fuese su última imagen y que el perro que criaba terminara probando su sangre. De manera que, acompañado de su esposa, la modelo y fotógrafa neoyorquina Jean Sécon, secuestró una embarcación. Luego de una semana a la deriva, recalaron en Yucatán. En julio de 1960 se encontraba en terreno estadounidense. En enero de 1961 fue arrestado por oficiales de Inmigración que iniciaron los trámites para deportarlo. Apelaciones mediante, logró librarse del reencuentro con sus jefes habaneros, recuperó su ciudadanía estadounidense y puede que viva aún, a los 94 años.
El Pabellón de Jade, el mejor restaurante chino mencionado por Lewis, no aparece en la guía telefónica de La Habana de 1958. Quizá se trataba del Pacífico. La lectura favorita del general García Vélez debió ser no el Edinburgh Journal, sino el Edinburgh Adviser, fundado en 1764. Podría pensarse que en estas aventuras cubanas de Norman Lewis hay materia suficiente para una novela. Pero él la escribió ya, y espléndidamente. En cambio, lo que sí aguarda por algún novelista, mitad Walter Benjamin y mitad Patrick Modiano, es la guía telefónica habanera de 1958. La Habana de entonces concitaba un interés muy parecido al que en la actualidad concita. Igual que en época de Norman Lewis, quienes hoy la visitan hablan de una hermosa capital a punto de muy grandes cambios.
sábado, 18 de julio de 2015
Guerra contra la Subversión: El muerto, el degollado y Milani
Bonasso disparó munición gruesa contra Verbitsky por el caso Ledo
El periodista acusa al presidente del CELS de ocultar pruebas en la desaparción del soldado. El “doble estándar” y el hackeo.
Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso. | Foto: dyn
El periodista Miguel Bonasso salió de nuevo con los tapones de punta por el caso de la desaparición de Alberto Agapito Ledo. Esta vez apuntó al "silencio" del presidente del CELS, Horacio Verbitsky, sobre el rol del exjefe del Ejército, César Milani, durante la última dictadura cívico-militar, y en particular por el crímen del conscripto.
"El extraño fenómeno del presidente del CELS y el periodista Horacio Verbitsky", tituló Bonasso. Además, habló del supuesto "doble estandar" de su colega, que, según él, acusó a otros cronistas de callar sobre las denuncias contra Milani mientras él mismo no mencionaba el tema.
"El domingo 28 de junio pasado, haciendo uso de su añeja profesión de periodista, Verbitsky ironizó en Página 12 sobre el retiro de su ex aliado César Milani al titular su nota 'Razones personales'. Sin asomo de rubor, Verbitsky apunta en el copete: 'La razón personal de Milani fue que el poder Ejecutivo perdió la confianza en él. Nunca debería haberla tenido'. Ese 'nunca' que transfiere alegremente al Poder Ejecutivo, lo comprende como cómplice y encubridor del asesino del conscripto Alberto Agapito Ledo", escribió Bonasso en su blog.
"En un alarde informativo, donde combina la pericia profesional con informaciones suministradas por fuentes judiciales y de inteligencia, el periodista Verbitsky aporta un dato clave que omitió prolijamente el Verbitsky Presidente del CELS, durante todos los años que eslabonaron el irresistible ascenso del general Milani a la jefatura del Ejército: el estrecho vínculo entre el renunciado y otros connotados represores 'entre ellos uno de los condenados por el asesinato del obispo Angelelli'", continuó el escritor y cronista.
Bonasso criticó que "el 30 de enero de 2008, el flamante general de Brigada pasó a ocupar la Dirección General de Inteligencia sin que el CELS, ni su presidente Verbitsky se alarmaran. El 31 de diciembre de 2010, el Senado aprobó su ascenso a general de división, y nuevamente el CELS se calló la boca. Por esas fechas su protectora, Nilda Garré, pasó de ministra de Defensa a titular del flamante ministerio de Seguridad".
Hackeado. La semana pasada el autor de "Recuerdo de la muerte" denunció haber sido hackeado tras publicar una nota donde detalló que eldiario "El Sol" de La Rioja había "fichado a Ledo en 1974" con el aval de Amado Menem, hermano mayor del expresidente Carlos Saúl.
Le había pasado algo similar en 2013. En aquel entonces Pedro Agote, responsable legal de la página en Argentina le dijo en un correo electrónico: "por lo que he consultado, el sitio ha sido declarado inseguro precisamente porque está hackeado".
Perfil
El periodista acusa al presidente del CELS de ocultar pruebas en la desaparción del soldado. El “doble estándar” y el hackeo.
Horacio Verbitsky y Miguel Bonasso. | Foto: dyn
El periodista Miguel Bonasso salió de nuevo con los tapones de punta por el caso de la desaparición de Alberto Agapito Ledo. Esta vez apuntó al "silencio" del presidente del CELS, Horacio Verbitsky, sobre el rol del exjefe del Ejército, César Milani, durante la última dictadura cívico-militar, y en particular por el crímen del conscripto.
"El extraño fenómeno del presidente del CELS y el periodista Horacio Verbitsky", tituló Bonasso. Además, habló del supuesto "doble estandar" de su colega, que, según él, acusó a otros cronistas de callar sobre las denuncias contra Milani mientras él mismo no mencionaba el tema.
"El domingo 28 de junio pasado, haciendo uso de su añeja profesión de periodista, Verbitsky ironizó en Página 12 sobre el retiro de su ex aliado César Milani al titular su nota 'Razones personales'. Sin asomo de rubor, Verbitsky apunta en el copete: 'La razón personal de Milani fue que el poder Ejecutivo perdió la confianza en él. Nunca debería haberla tenido'. Ese 'nunca' que transfiere alegremente al Poder Ejecutivo, lo comprende como cómplice y encubridor del asesino del conscripto Alberto Agapito Ledo", escribió Bonasso en su blog.
"En un alarde informativo, donde combina la pericia profesional con informaciones suministradas por fuentes judiciales y de inteligencia, el periodista Verbitsky aporta un dato clave que omitió prolijamente el Verbitsky Presidente del CELS, durante todos los años que eslabonaron el irresistible ascenso del general Milani a la jefatura del Ejército: el estrecho vínculo entre el renunciado y otros connotados represores 'entre ellos uno de los condenados por el asesinato del obispo Angelelli'", continuó el escritor y cronista.
Bonasso criticó que "el 30 de enero de 2008, el flamante general de Brigada pasó a ocupar la Dirección General de Inteligencia sin que el CELS, ni su presidente Verbitsky se alarmaran. El 31 de diciembre de 2010, el Senado aprobó su ascenso a general de división, y nuevamente el CELS se calló la boca. Por esas fechas su protectora, Nilda Garré, pasó de ministra de Defensa a titular del flamante ministerio de Seguridad".
Hackeado. La semana pasada el autor de "Recuerdo de la muerte" denunció haber sido hackeado tras publicar una nota donde detalló que eldiario "El Sol" de La Rioja había "fichado a Ledo en 1974" con el aval de Amado Menem, hermano mayor del expresidente Carlos Saúl.
Le había pasado algo similar en 2013. En aquel entonces Pedro Agote, responsable legal de la página en Argentina le dijo en un correo electrónico: "por lo que he consultado, el sitio ha sido declarado inseguro precisamente porque está hackeado".
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