Mapa de México (Nueva España) en 1794, que se exhibe en el Salón Principal de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Con la incorporación de Luisiana (1764-1803) llegó a alcanzar los 7 millones de Km2, el más extenso territorio del continente, pero la fragmentación de Hispanoamérica tras la independencia provocó la pérdida de la mayor parte del territorio mexicano ante el empuje arrollador de Estados Unidos.
Artículo del jesuita español Baltasar Pérez Argos originalmente titulado “Un luminoso ejemplo de filosofía de la historia aplicado a Hispanoamérica. José Vasconcelos: ¿Por qué perdimos?”, publicado en el sitio web Fundación Speiro.
(NOTA: Hispanoamérica Unida no es un sitio web confesional y no se identifica necesariamente con la postura ideológica o religiosa del autor de este artículo. El objetivo que guía la publicación de diversos materiales en nuestra web es poner de manifiesto y reivindicar la unidad de nuestra América de habla española)
El gran pensador mexicano José Vasconcelos, una de las más altas y señeras figuras de la filosofía hispanoamericana de nuestro tiempo, en un artículo, que bien puede considerarse su testamento espiritual –fue lo último que escribió y publicó- nos dejó un luminoso ejemplo de filosofía de la historia, aplicado a Hispanoamérica. Se pregunta ya desde el título, ¿Por qué perdimos?, y concreta el problema de la siguiente manera:
“¿Cuáles son las causas de que, a principios del siglo XIX, todavía México haya sido el primer país de Hispanoamérica y actualmente los Estados Unidos lo tienen aventajado en forma tan gigantesca?”.
Pregunta las causas, quiere hacer filosofía, filosofía de la historia, de una historia, que hoy precisamente, al conmemorarse el V centenario del descubrimiento y evangelización de América, se ha hecho actualidad. El problema de un modo o de otro se ha planteado, y se le han dado soluciones, soluciones muy peregrinas. Escuchemos la que, con su capacidad y reconocida competencia, nos ofrece el ilustre mexicano José Vasconcelos en este artículo memorable.
Empieza el gran pensador dando por asentado el hecho de que España, en el momento de la independencia, deja a México situado tanto en lo cultural como en lo económico, a una altura inconmensurable con respecto a sus vecinos del Norte, los Estados Unidos, apenas unos ranchos dispersos por el gran continente. Así se expresa Vasconcelos:
“En primer lugar hace falta convencer a los no letrados de que, en efecto, México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII; en la misma época en que los Estados Unidos eran un modesto grupo de colonias sin importancia, ya no digo cultural, ni siquiera comercial”.
Afirmación clara y contundente “para convencer a los no letrados” y a otros “ignorantes” de la historia: “México fue la primera nación del Nuevo Mundo durante todo el siglo XVIII”. La primera nación: ¿En qué consistió su primacía? Nos lo va a comprobar con un testimonio, no precisamente de un español –no sería ni hábil ni eficaz- sino de una personalidad neutral, alemán por más señas, de la categoría científica de un Alejandro Humboldt. Humboldt, en efecto, como todos sabemos, fue por decirlo así el primer periodista científico. Recorre detenidamente todo el continente americano, desde las tierras del norte hasta el Virreinato del Perú, y recoge en más de 30 volúmenes sus experiencias, lo que vio, lo que vivió y observó en tan largo recorrido. De un mérito extraordinario, nosotros, los españoles de hoy, deberíamos conocer mejor lo que escribió para la Historia, aquel periodista. Oigamos a Vasconcelos lo que nos resume en brevísima pincelada:
“Para darse cuenta de lo que México era, basta con recordar el libro de Humboldt,El Ensayo Político sobre la Nueva España. Teníamos entonces mejores carreteras que las norteamericanas; nuestro territorio llegaba por el Norte hasta Alaska y por el Sur hasta Honduras. Nuestro país era centro comercial del mundo. Nuestra marina, aun la construida en astilleros mexicanos, imponía respeto a la americana y estuvo ayudando a contener los asaltos de los bucaneros, que pretendían apoderarse por la fuerza de nuestros puestos. Constituimos en aquel tiempo una de las rutas comerciales más frecuentadas del mundo, por virtud del tráfico de los galeotes de Manila, que estuvieron comunicando el Asia con Europa, durante más de dos siglos. El último viaje de esta empresa de navegación coincidió con la ocupación de Acapulco por los insurgentes de Morelos.
“Desde el punto de vista financiero fue aquella una época en que nuestra moneda era patrón mundial. El valor de la moneda, al fin y al cabo, lo determina el valor del metal que la respalda, ya sea plata u oro. Pero a la vez, para garantizar la posesión de la plata y el oro, hacen falta las escuadras y los ejércitos. Por eso es que la moneda sigue al Imperio. En nuestros buenos tiempos la garantía metálica de nuestra moneda –única sólida- estaba en las Casas de Moneda, que abundaban por el país y todas se hallaban protegidas por el Ejército Colonial y por la Marina española. Actualmente tenemos que garantizar nuestro peso con divisas extranjeras, que son un giro contra depósitos metálicos, que se encuentran en los Estados Unidos, custodiados por el Ejército norteamericano”.
Dibujo de la Ciudad de Veracruz y San Juan de Ulúa en 1615 (autor desconocido). Se le llamaba Ciudad de Tablas debido a que las casas eran de madera con techos de palma.
La descripción de la riqueza material, en que vive México, hecha por Alejandro Humboldt y resumida brevísimamente por Vasconcelos, no puede ser más elocuente. En el libro de Humboldt además se encuentran datos sorprendentes de alto nivel cultural y científico de toda la América española. Recordemos este gran elogio: “Ninguna ciudad del Nuevo Continente, sin exceptuar las de los Estados Unidos del norte, presentan establecimientos científicos tan grandiosos y sólidos como la capital de México. Me bastaría citar la Escuela de Minas, dirigida por el sabio Elhuyar, el Jardín Botánico y la Academia de Nobles Artes, fundada por personas particulares con la protección del ministro Gálvez. El Rey dotó a esta última de una espaciosa casa y de una colección de modelos de yeso, de obras maestras de la antigüedad clásica, como el Apolo de Belvedere o el grupo de Lacoonte, valuada en cerca de 800.000 reales” (Nueva España, I, 112; II, 46). De su estancia en Venezuela–para no quedarnos sólo en México- nos refiere la sorpresa que le causó encontrar en la población del interior, Calabozo, una máquina eléctrica de grandes discos, electróforos, electrómetros, baterías, un material casi tan completo como el que poseen nuestros físicos en Europa, construidos por el señor Carlos del Pozo. Y en Lima, a una distancia inmensa de Europa, le mostraron las últimas novedades en química, en matemáticas y en fisiología” (Nueva España, I, 290).
Vasconcelos también hace referencia en su artículo al nivel cultural y científico, que alcanzó México bajo la dominación española, y que se consolidó al llegar a su independencia. Su afirmación concisa es muy de notar, más en este tiempo, en que sólo mirar al África descolonizada produce escalofríos. La afirmación es breve, pero sorprendente:
“Culturalmente también es de sobra conocido que en nuestro país había más bibliotecas, más universidades, más imprentas, que en las trece colonias británicas de la orilla del Atlántico”.
Más bibliotecas, más universidades e imprentas que en las trece colonias británicas de la orilla del Atlántico. Con la famosa Universidad de San Marcos de Lima, nada menos que 19 ciudades de Hispanoamérica gozaron de otras tantas o más universidades repartidas por aquellos vastos territorios de México y de Perú. ¿Cuántas universidades se han levantado después con más medios y más facilidades sin duda en África y en Asia por otros pueblos colonizadores? No se puede negar sólo con este dato, que la obra cultural de España en América, aun prescindiendo de su aspecto evangelizador, fue enorme. Con razón León XIII, al celebrarse el IV Centenario del descubrimiento, escribió: “La obra de España en América fue el hecho, de por sí, más grande y maravilloso entre los hechos humanos”. “Entre los hechos humanos” porque en cuanto a la evangelización, no hay ni que hablar. La evangelización esto sí que fue maravilloso. Un verdadero milagro de la divina Providencia. No hay más que ver que ahora con tanta “teología de la liberación”, con tanta “inculturación”, no saben qué hacer para seguir los pasos de aquellos evangelizadores y al menos contener la descristianización creciente de aquel inmenso continente católico. El Obispo de Cuernavaca, el famoso Méndez Arceo, me decía en su Palacio episcopal, sede que fue de Hernán Cortés: “Mire, padre, la fe que España nos dejó en México; a pesar de siglo y medio de persecución sistemática contra la Iglesia católica. Mire la fe tan arraigada que tiene este pueblo”. Textual.
Pues bien, ante este panorama de extraordinaria prosperidad se pregunta Vasconcelos y con toda razón: ¿Por qué perdimos? ¿Por qué nos encontramos ahora, siglo y medio después de nuestra independencia, en esta situación, tan contraria de la que partimos? Ellos, los americanos del norte, entonces un “modesto grupo de colonias”; y nosotros, los mexicanos, financiera y culturalmente muy por encima de ellos. México “la primera nación del nuevo mundo durante todo el siglo XVIII”. ¿Y ahora? ¿Qué ha ocurrido? La pregunta se impone y no puede ser más interesante, desde el punto de vista de la filosofía de la historia. Hoy, con ocasión del V Centenario se ha suscitado de nuevo el problema y con más virulencia que nunca por una poderosa razón: por la situación de injusticia social y de miseria, que vive hoy Hispanoamérica, tan floreciente entonces y tan domeñada hoy por el vecino del norte. ¿Dónde está la causa o las causas de esta pérdida? He aquí lo que plantea y a lo que noblemente quiere responder Vasconcelos en este artículo, que desgraciadamente dejó sin concluir. Lo que dice no tiene desperdicio. Veámoslo.
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El artículo de Vasconcelos, cuyas partes principales transcribimos, apareció en la revistaLatinoamérica, en su número 116, de septiembre de 1958. Sólo se publicó la primera parte, no la segunda que prometía ser la más interesante. ¿Por qué sólo la primera parte? La revista se editaba en México D.F. desde su fundación. Pero a fines de 1958 se trasladó a La Habana, con la esperanza de que en la Cuba de Fidel Castro mejoraría su situación económica y tendría mayor tirada que en México, donde por la falta de libertad de imprenta a las que estaban sometidas las editoriales católicas al tener el gobierno mexicano en su mano el monopolio y el control del papel, la revista llevaba una vida lánguida. Urgía salir de Caribdis, pro se encontraron con Escila. Efectivamente, se empezó a publicar en la Habana, pero pronto se frustraron las esperanzas. La revista dejó de salir y el artículo de Vasconcelos quedó truncado a la mitad. Además el gran pensador mexicano moría poco después en México D.F. su querida patria en abril de 1959. Tuve el honor y la satisfacción de asistir a su sepelio y contemplar la alta estima que hacía de él el pueblo mexicano con marcado carácter católico y patriótico.
A la pregunta, que encabeza su artículo, ¿Por qué perdimos? responde Vasconcelos, indagando sus causas, causas de orden político, de orden geográfico, de orden social y religioso, que evidentemente pudieron influir e influyeron en esa pérdida.
Real Casa de la Moneda de México, obra del arquitecto Juan Peinado, contruida en el siglo XVIII. Hoy es el Museo Nacional de las Culturas.
Causas políticas
Vasconcelos fundamenta su análisis político en esta tesis: la guerra de la independencia fue para los Estados Unidos la razón y el comienzo de la unión de las colonias y la participación de las mismas en el proceso ascendente de la Madre Patria, Inglaterra, y su influjo en el mundo; mientras que para nosotros, los hispanos, la guerra de la independencia fue causa de la disgregación nacional y de la participación de nuestros pueblos en la derrota y declive del imperio español. Oigamos a Vasconcelos:
“Para analizar las causas de orden político habría que trasladarse a la guerra de la independencia, que fue para los Estados Unidos comienzo de unión de las colonias y participación de ellas en el ascenso que tuvo en el mundo la Madre Patria, Inglaterra.
Para nosotros la independencia fue disgregación nacional y participación en la derrota de España; cuyo imperio, al perder la Marina, se quedó sin medios de protegernos de la codicia extranjera; nos dejó entregados a nuestros propios recursos y obligados a transar con el enemigo exterior, que era Inglaterra”.
Sobre el principio de que la guerra de la independencia fue causa de la disgregación nacional, Vasconcelos apunta a una razón más profunda que lo explica, “la codicia extranjera”; codicia extranjera que tiene un origen y una cabeza, que con habilidad va a dirigir toda la trama, Inglaterra. No duda en calificar a este conjunto de “el enemigo exterior”.
La afirmación que nos va a hacer ahora Vasconcelos es para tomar muy buena nota de ella, tanto los hispanos de aquí, como los hispanos de allí:
“Pronto los ingleses, después de fomentar nuestra guerra de Independencia, se apoderaron de la dirección de todos los negocios de los pueblos hispanoamericanos, a través de la Banca Internacional y de la Marina Comercial inglesas”.
He aquí el virus, el virus que explica los síntomas de la continua convulsión social que padecen los pueblos hispanoamericanos desde su independencia, a saber el virus del capitalismo liberal manchesteriano. La dirección de los negocios, la Banca Internacional, la Marina Comercial inglesa en manos de los ingleses, no de los nativos. Qué clarividencia la de Vasconcelos. Le resulta este análisis tan evidente, que más adelante insiste sobre lo mismo en un párrafo genial, que hay que leer con todo cuidado. Dice así:
“Por entonces las naciones americanas, surgidas antes de tiempo, fatalmente cayeron en la dispersión. Y peor aún: se dejaron dominar por la propaganda, que las llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisas la penetración anglosajona en lo económico y también en lo espiritual, mediante un liberalismo, que nos distraía con la lucha religiosa, mientras acaparaba la dirección y el usufructo de los recursos nacionales”.
¿Lo peor? Lo peor según Vasconcelos, haberse “dejado dominar las naciones de Hispanoamérica por la propaganda, que las llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisas la penetración anglosajona en lo económico y también en lo espiritual”. Esto es hacer filosofía de la historia, aplicada al caso concreto de Hispanoamérica. El origen del mal aquí está, se les ha querido arrancar de sus raíces, materiales y espirituales.
En el arte de “la propaganda” y en particular de la “leyenda negra” no cabe duda de que “el enemigo, ese enemigo extranjero” ha sido y sigue siendo maestro. Se ha podido comprobar ahora en tantos escritos, reuniones y conferencias que han tenido lugar con ocasión del V Centenario, tanto es así que, intuyéndolo desde su alta jerarquía de Vicario de Cristo, el mismo Sumo Pontífice Juan Pablo II quiso adelantarse y empeñó su altísima autoridad espiritual en deshacer esa propaganda y esa leyenda negra agradeciendo a España públicamente ante todos los obispos y todos los pueblos del continente americano, su ingente obra de evangelización y de cultura en Hispanoamérica,
Era acertada la estrategia. Renegando de la Madre Patria, la antigua Metrópoli, y aceptando sumisas la penetración anglosajona, se dejaba “abierto el camino –nos dice Vasconcelos- a una fácil y profunda penetración del enemigo exterior” en las naciones americanas, surgidas antes de tiempo. De esto se libró el Brasil: de “esto”, que Vasconcelos califica con palabra fuerte “premarxismo del odio interno”. Muy fuerte y expresiva palabra. Dice así:
“Tan sólo Brasil logró escapar a este premarxismo del odio interno y en vez de pelear con su Metrópoli a la hora de la angustia común, al contrario, le abrió sus puertas y aplazó su independencia hasta poder realizarla por medio de Tratados y Convenciones favorables al interés común… Pero entre nosotros, la penetración extraña había sido profunda, como no tardó en demostrarlo el éxito que obtuvo Poinsett atrayendo hacia sí y a su programa imperialista, toda una generación de gente capaz, que insensiblemente fue derivando hacia la cooperación con los planes anglosajones de destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación, que prometía crear hombres libres y acabó convirtiéndonos en factorías, ya que ni siquiera como antes, en las colonias”.
Patio principal de la Academia de San Carlos, fundada en 1781. Fue la primera escuela de arte en América y desde su creación ha sido el centro medular de la creación artística en el continente, particularmente durante los siglos XVIII y XIX, al constituirse como el semillero de grandes talentos en el mundo del arte.
Penetración extraña y profunda, la penetración anglosajona; que se concreta en el “éxito que obtiene el Programa Imperialista de Poinsett”. Programa que propone nada menos que “la cooperación con los planes anglosajones de destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación”. ¿Cuál es esa nueva situación? No se expresa pero claramente se deduce: el imperialismo anglosajón, que de una manera o de otra, aún perdura. Todo esto, aliñado con la añagaza de siempre, la promesa de libertad, de “crear hombres libres”. Como si la libertad fundamental no fuera un “don preciosísimo, innato al hombre”; que recibimos de Dios; que no hay que crear, sino potenciar regulándolo y sometiéndolo a la ley natural, como tan profundamente nos explica León XIII en su enclíticaLibertas.
Vasconcelos resume y concluye así el análisis de las causas políticas, que han influido tan decididamente en la pérdida del alto nivel cultural y material que poseía México en el momento de su independencia, y en el “desfase histórico”, que ahora vive con relación al gran vecino del Norte. Dice así Vasconcelos, con una agudeza que sorprende por su acierto:
“Inglaterra se apoderó de nuestro comercio de nuestra minería; y todas las pequeñas naciones sueltas se dejaron llevar a la patriotería, que engendra el culto del Caudillaje. Aquello tenía que conducir al fracaso. Una a una, nuestras naciones fueron cayendo en la sumisión; que primero se impuso con rudeza y ahora se ejercita dentro de las formas de la más exquisita cortesía, en la Panamericana de Washington”.
Por último se consuela Vasconcelos al ver que su análisis de las causas políticas, por las que los pueblos hispanoamericanos “perdieron” su grandeza, lo intuyó también Bolívar, “aquel genio”; lo que constituye un germen de esperanza, o como él dice con más exactitud, “las bases para que alguna vez conquistemos de verdad la autonomía”. Hispanoamérica no tiene otro camino para la recuperación de su identidad. Oigamos una vez más a Vasconcelos:
“Bolívar, que era un verdadero genio, se dio cuenta de todo esto. Por eso murió decepcionado, pero reconociendo lo inevitable y aconsejando que se pusieran las bases para que alguna vez conquistásemos de verdad la autonomía”.
Causas orográficas
Poco espacio le queda en su artículo para el análisis de las causas orográficas, como él las llama. Sin embargo, en tan poco espacio es mucho lo que dice. Empieza por asentar el valor de lo que con orgullo denomina “nuestra raza mestiza”, no es otra que la que allí sembró España, llevada de su instinto cristiano y evangelizador; instinto nada racista. Un auténtico cristiano no puede serlo. Esto supuesto, es evidente, dice Vasconcelos que “entre lo que fuimos y lo que somos hay un abismo”; no ya entre lo que tuvimos y lo que tenemos. El problema que analizamos es más hondo, toca al ser, no sólo al tener. Pues bien, presentado así el problema, se le han buscado también soluciones. Nos dice Vasconcelos:
“Se ha adoptado la explicación más fácil, porque es la de la prueba más difícil. Se ha atribuido a nuestra raza mestiza el origen del fracaso. Por eso en los países del norte se evitó el mestizaje”.
Nada de eso, responde Vasconcelos. Ni el mestizaje se evitó en los países del Norte por esa razón de evitar el fracaso sino por razones de tipo racista; ni el mestizaje fue origen del fracaso, ni mucho menos. El mestizaje, en efecto, ha sido siempre fecundo en la historia, como s fácil comprobar:
“Los pensadores de hoy que han logrado investigar a fondo el problema racial, se inclinan más bien a hacerlo a un lado, puesto que el mestizaje ha sido fecundo en la historia. Grecia es el primer caso de mezcla de sangres nórdicas con razas orientales y España misma, la de la Reconquista, era una mezcla fecunda de las mejores razas europeas con semitas y africanos”.
No, “nuestra raza mestiza”. Todo lo contrario. Hay otras causas: “El panorama moderno de la sociología nos revela causas más profundas que las étnicas”. Entre esas causas, la orografía: “Serranías y montañas nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menos de un Imperio. La montaña es enemiga del hombre”. Así nos lo explica Vasconcelos:
“Quien quiera que contemple el Mapa Mundi habrá de darse cuenta de que aquellas regiones manchadas de oscuro, que representan serranías y montañas, nunca han sido morada ni base de un pueblo importante, mucho menos de un Imperio. La montaña es enemiga del hombre. La civilización se desarrolla en las llanuras, a orillas de los ríos y sobre los puertos de mar. Atenas tenía cerca el Epiro, Roma estaba próxima al mar y lo mismo puede decirse de Londres y de París, de Nueva York y Buenos Aires. Egipto no se desarrolla sino hasta que se acerca a la delta del Nilo para ver que lo superan los fenicios, que se atrevieron a lanzar flotas al mar”.
Pues bien, hemos de reconocer que “a nosotros nos faltó –prosigue Vasconcelos- un gran centro marítimo; nuestras provincias, repartidas en nudos montañosos, se mantuvieron alejadas del mundo por el desierto y la lejanía, influyendo aún en nuestro temperamento, que se ha vuelto reservado y particularista”. Hay que reconocer esta realidad. Pero, ¿esta realidad, esta cause orográfica, la montaña enemiga del hombre influyó en nuestra decadencia? Nos sorprende Vasconcelos con su respuesta, con lo que deja la puerta abierta, por contraste, a una reflexión más profunda. En efecto, ante la premisa que ha planteado, sorprende la conclusión que saca. Dice así:
“Sin embargo las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España. Ahora nuestro futuro depende de que llegue a bombearse hacia el altiplano el agua del mar, previamente purificada para usos agrícolas”.
Extraña conclusión, repito. Si la montaña es enemiga del hombre, si la civilización de desarrolla en la llanuras, ¿por qué con España no? ¿Por qué “las montañas no nos impidieron ser nación mundial, cuando formábamos parte del poderío de España”? ¿Estará la explicación en una reflexión más profunda, que se esconde en las últimas palabras, que a continuación escribe Vasconcelos y con las que pone punto final a su artículo? Dicen así:
“Pero esto no modifica la defensa que hace de nuestra raza, en alguna ocasión memorable para mí”
Retrato de Carlos Sigüenza y Góngora (1689), por autor desconocido (Biblioteca Nacional de Madrid). Nacido en Ciudad de México en 1645, este científico, historiador y literato fue contemporáneo de Newton y Leibniz e introdujo el método experimental en Nueva España.
“Nuestra raza mestiza”. Aquí está en definitiva la explicación, en “nuestra raza”, la “raza mestiza” que en ocasión para él memorable defendió. Esa “nuestra raza” la lleva en el corazón y en ella encuentra el secreto de la grandeza de su patria.
La raza mestiza, la raza que allí sembró España. Esa raza mestiza –nótese bien- estaba impregnada de catolicismo, en un grado verdaderamente admirable y hoy hasta incomprensible. El mestizaje fue exactamente lo contrario del racismo; tiene su origen y su explicación en la visión católica del hombre. Aquí está –nos dice Vasconcelos- la raíz profunda de donde brotó la grandeza de los pueblos de Hispanoamérica: “nuestra raza”. Quitada, arrancada esta raíz, lo más contrario al racismo, es lógico, es obligado, que el árbol, por frondoso que sea, se seque.
Detengámonos aquí. Desde esta óptica, sólo desde esta óptica se puede valorarlo que suponía para Vasconcelos el hecho de que los pueblos hispanoamericanos se dejaron dominar por una propaganda que les llevaba a renegar de su antigua Metrópoli para aceptar sumisos la penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual; y “cooperar con los planes anglosajones de destrucción de todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación”. Era arrancar la raíz misma que dio origen a “nuestra raza”, cuya defensa hizo, en ocasión memorable para él, y seguía haciéndola.
Causas sociales y religiosas
Lástima que se interrumpiera aquí definitivamente la publicación del artículo y nos privara de sus reflexiones sobre las causas sociales y religiosas, sin duda las más interesantes y decisivas.
Decía Donoso que detrás o en el fondo de todo acontecimiento político hay un acontecimiento religioso y desde luego social. Esto nos da esperanza, , porque de lo que nos acaba de decir Vasconcelos sobre las causas políticas que más han influido en la decadencia y desfase histórico de Hispanoamérica, podemos con fundamento deducir algo de lo que nos hubiera dicho sobre las causas sociales y religiosas de esa decadencia. Las causas políticas derivan y se apoyan en las causas sociales y religiosas.
Cuando Vasconcelos nos dice que la causa política más decisiva fue “la penetración anglosajona en lo económico y en lo espiritual, mediante un liberalismo que, por un lado, nos distraía con la lucha religiosa, mientras, por otro, acaparaba la dirección y el usufructo de los recursos nacionales”; clarísimamente nos está diciendo que la causa social y religiosa, no podía ser otra que el capitalismo en lo social y el liberalismo en lo religioso.
Más adelante insiste en señalar como causa política de esa pérdida, la aceptación del “Programa Imperialista que empujó al pueblo hacia la cooperación con los planes anglosajones y la destrucción de todo lo hispano en beneficio de la nueva situación” con la promesa de “crear hombres libres”; con lo que nos está señalando también clarísimamente cuáles son las causas sociales y religiosas, el capitalismo –fomentado y dirigido desde el vecino del Norte- y el liberalismo, concentrado en una persecución religiosa larvada y camuflada, bajo la etiqueta de “destruir todo lo hispánico en beneficio de la nueva situación” y “renegar de la antigua Metrópoli”.
“Destruir todo lo hispánico”, ¿qué puede significar esto? Si por algo se caracteriza “lo hispánico”, a fuer de católico, es precisamente por esto, por ser todo lo contrario del capitalismo (en el sentido peyorativo de la palabra) y del liberalismo. Y la razón es clara. Elliberalismo tiene su origen en J.J. Rousseau; y desde luego Rousseau es su modelo más conocido e influyente. Y el capitalismo moderno tiene su origen en la concepción calvinista de la salvación. Nada más lejos, ambas cosas, de la concepción católica de la economía y de la política y, por consiguiente, de lo “hispánico”. Destruir lo hispánico a beneficio de la nueva situación es simplemente destruir lo católico. Ahora se comprende el profundo significado social y religioso de esa frase incorporada al programa imperialista de Poinsett.
Liberalismo y capitalismo moderno o capitalismo liberal: he aquí las causas, he aquí el enemigo. No busquemos más. Agradezcamos al gran pensador mexicano su gallardía y sinceridad al enfrentarse tan abiertamente al problema y llamar a cada cosa por su nombre. ¿Le haremos caso? ¿Le harán caso los pueblos hispanos? Una garantía valiosísima de acierto en este análisis de Vasconcelos es su coincidencia total, verdaderamente notable, por caminos “a posteriori”, con la doctrina social y política de la Iglesia; la que los Sumos Pontífices no dejan de enseñarnos por caminos “a priori” una y otra vez y el Vaticano II recoge en la Constitución Gauduim et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy.
Terminemos con la palabra esperanzada de Vasconcelos, al mismo tiempo consigna y canto a lo que debió ser y no fue la independencia de Hispanoamérica:
“Bolívar, que era un verdadero genio, se dio cuenta de todo esto; por eso murió decepcionado, pero reconociendo lo inevitable y aconsejando que se pusieran las bases para que alguna vez conquistásemos de verdad la autonomía”.