viernes, 4 de agosto de 2017
jueves, 3 de agosto de 2017
GCE: Encuentran munición de mortero de la batalla de Teruel
Las 538 granadas sumergidas durante 80 años
Hallado en el fondo de un acuífero de Teruel uno de los "mayores arsenales" de la Guerra Civil
J.J. Galvez | El País
Un agente revisa parte del arsenal encontrado en Monreal del Campo. GC | EFE / EPV
Cuando Ángel Gimeno desapareció de su casa el pasado 1 de mayo, los efectivos de la Guardia Civil se lanzaron en su búsqueda. El instituto armado desplegó un dispositivo por los alrededores de Monreal del Campo (Teruel), el municipio de apenas 2.500 habitantes donde vivía este hombre de 75 años, que les llevó hasta el acuífero de Los Ojos del Río Jiloca. Allí, entonces, se sumergieron los buzos. Y allí, hundidas, encontraron 538 granadas de mortero del calibre 81, ocultas desde la Guerra Civil. "Posiblemente fueron abandonadas por alguna posición de los bandos en contienda para evitar su posterior utilización", han explicado los investigadores. A Gimeno no lo localizaron.
"Es el mayor arsenal de explosivos hallado en Aragón y uno de lo mayores de España", han añadido los agentes, que han trabajado durante dos meses en la extracción de estos artefactos explosivos: "Debido a la gran cantidad que había y a las dificultades del lugar donde se encontraban". "Todas las granadas estaban sumergidas en el lodazal del fondo del acuífero", ha detallado la Guardia Civil, que "no ha podido determinar, de momento, a qué bando pertenecían por su estado de deterioro". Las armas se han trasladado hasta una cantera cerca de Monreal del Campo, donde los especialistas en desactivación han procedido a su "neutralización".
Casi ocho décadas después del final de la Guerra Civil, los hallazgos de bombas y arsenales aún se suceden en Aragón. Según los datos de la Guardia Civil, la Comandancia de Teruel ha registrado más de un centenar de avisos en 2017 por la localización de armas usadas en ese conflicto: proyectiles de artillería, detonadores, bombas de aviación, granadas de mano y de mortero, entre otras.
"Es importante resaltar la extrema peligrosidad de estos artefactos. Si no se les somete a ninguna acción permanecen en estado latente. Y, en caso de cualquier manipulación, por pequeña que sea, el resultado más probable es la explosión", subraya el instituto armado. En 2013, un hombre de 66 años y su hijo, de 22, resultaron heridos de gravedad tras estallar un antiguo artefacto explosivo de la Guerra Civil depositado en el garaje en el que se encontraban.
Hallado en el fondo de un acuífero de Teruel uno de los "mayores arsenales" de la Guerra Civil
Un agente revisa parte del arsenal encontrado en Monreal del Campo. GC | EFE / EPV
Cuando Ángel Gimeno desapareció de su casa el pasado 1 de mayo, los efectivos de la Guardia Civil se lanzaron en su búsqueda. El instituto armado desplegó un dispositivo por los alrededores de Monreal del Campo (Teruel), el municipio de apenas 2.500 habitantes donde vivía este hombre de 75 años, que les llevó hasta el acuífero de Los Ojos del Río Jiloca. Allí, entonces, se sumergieron los buzos. Y allí, hundidas, encontraron 538 granadas de mortero del calibre 81, ocultas desde la Guerra Civil. "Posiblemente fueron abandonadas por alguna posición de los bandos en contienda para evitar su posterior utilización", han explicado los investigadores. A Gimeno no lo localizaron.
"Es el mayor arsenal de explosivos hallado en Aragón y uno de lo mayores de España", han añadido los agentes, que han trabajado durante dos meses en la extracción de estos artefactos explosivos: "Debido a la gran cantidad que había y a las dificultades del lugar donde se encontraban". "Todas las granadas estaban sumergidas en el lodazal del fondo del acuífero", ha detallado la Guardia Civil, que "no ha podido determinar, de momento, a qué bando pertenecían por su estado de deterioro". Las armas se han trasladado hasta una cantera cerca de Monreal del Campo, donde los especialistas en desactivación han procedido a su "neutralización".
Casi ocho décadas después del final de la Guerra Civil, los hallazgos de bombas y arsenales aún se suceden en Aragón. Según los datos de la Guardia Civil, la Comandancia de Teruel ha registrado más de un centenar de avisos en 2017 por la localización de armas usadas en ese conflicto: proyectiles de artillería, detonadores, bombas de aviación, granadas de mano y de mortero, entre otras.
"Es importante resaltar la extrema peligrosidad de estos artefactos. Si no se les somete a ninguna acción permanecen en estado latente. Y, en caso de cualquier manipulación, por pequeña que sea, el resultado más probable es la explosión", subraya el instituto armado. En 2013, un hombre de 66 años y su hijo, de 22, resultaron heridos de gravedad tras estallar un antiguo artefacto explosivo de la Guerra Civil depositado en el garaje en el que se encontraban.
miércoles, 2 de agosto de 2017
Anecdotario histórico argentino: Brown envuelto en la bandera
Una hazaña de Brown
El 22 de enero de 1816, el Comodoro Guillermo Brown y el capitán Hipólito Buchard, que navegaban en común, atacaron con 4 navíos el puerto de Callao, y tres semanas después se presentaban ante Guayaquil, primer astillero del Pacífico.
En medio de la acción, que era favorable a los patriotas, una recia ráfaga del norte, que coincidió con la bajante de la marea, arrebató al bergantín Trinidad que fué a varar cerca de la playa.
El Comodoro se lanzó al agua tratando de alcanzar la goleta para acercarla al Trinidad y cubrirla con sus fuegos. Pero la nave había sido ya abordada por una columna de infantería y se vió precisada a arriar su bandera para salvar la vida de sus últimos tripulantes, pero el furor del enemigo no se apaciguó a pesar de que el acto de rendición así se lo exigía.
Brown, al ver la matanza, regresó y, tomando un machete y un fanal encendido en la otra mano, se dirigió desnudo como estaba a la santa bárbara, amenazando que haría volar a todos si no se respetaban las leyes de la guerra.
Esta actitud decidida del marino inglés surtió efecto y poco después, recibía la palabra de honor del gobernador, de que se trataría a todos como prisioneros de guerra.
Al desembarcar, no quiso el futuro vencedor de Juncal, abandonar su bandera y, como no encontraba otra vestimenta, pues la nave había sido saqueada, se envolvió en ella y así atravesó rodeado de sus valientes las calles de la ciudad, hasta los cuarteles adonde lo conducían.
Al pasar ante la multitud, un realista dijo:
—¡De dónde es el pirata? ¿Cuya la bandera?
Y alguien le contestó a su espalda, desapareciendo luego:
—No es un pirata, es un insurgente. La bandera es de un pueblo libre.
El 22 de enero de 1816, el Comodoro Guillermo Brown y el capitán Hipólito Buchard, que navegaban en común, atacaron con 4 navíos el puerto de Callao, y tres semanas después se presentaban ante Guayaquil, primer astillero del Pacífico.
En medio de la acción, que era favorable a los patriotas, una recia ráfaga del norte, que coincidió con la bajante de la marea, arrebató al bergantín Trinidad que fué a varar cerca de la playa.
El Comodoro se lanzó al agua tratando de alcanzar la goleta para acercarla al Trinidad y cubrirla con sus fuegos. Pero la nave había sido ya abordada por una columna de infantería y se vió precisada a arriar su bandera para salvar la vida de sus últimos tripulantes, pero el furor del enemigo no se apaciguó a pesar de que el acto de rendición así se lo exigía.
Brown, al ver la matanza, regresó y, tomando un machete y un fanal encendido en la otra mano, se dirigió desnudo como estaba a la santa bárbara, amenazando que haría volar a todos si no se respetaban las leyes de la guerra.
Esta actitud decidida del marino inglés surtió efecto y poco después, recibía la palabra de honor del gobernador, de que se trataría a todos como prisioneros de guerra.
Al desembarcar, no quiso el futuro vencedor de Juncal, abandonar su bandera y, como no encontraba otra vestimenta, pues la nave había sido saqueada, se envolvió en ella y así atravesó rodeado de sus valientes las calles de la ciudad, hasta los cuarteles adonde lo conducían.
Al pasar ante la multitud, un realista dijo:
—¡De dónde es el pirata? ¿Cuya la bandera?
Y alguien le contestó a su espalda, desapareciendo luego:
—No es un pirata, es un insurgente. La bandera es de un pueblo libre.
martes, 1 de agosto de 2017
Guerra civil Inglesa: La defensa del castillo de Corfe por una mujer
Durante la Guerra Civil Inglesa, Lady Mary Bankes defendió un castillo de más de 200 atacantes con sólo cinco hombres bajo su mando inicial
The Vintage News
Mary Hawtry nació en alrededor de 1598, la única hija de Ralph Hawtry, Esquire de Ruislip, Middlesex, y Mary Altham. En 1618, se casó con Sir John Bankes, que más tarde se convirtió en Fiscal General del Rey Charles I y Lord Chief Justice de los Common Pleas. En 1635, sir John compró el castillo de Corfe en Dorset con todas sus mansiones, derechos, y privilegios de señora Elizabeth Coke. Sir John murió el 28 de diciembre de 1644 a la edad de 55 años.
Mary Banks con el vestido de viuda, el velo de gasa, el collar de perlas, sosteniendo las llaves del Castillo de Corfe, Dorset, en su mano derecha; Paisaje de fondo con Corfe Castillo en la distancia Fuente
En 1643, cuando la guerra civil estalló en Inglaterra, ella asumió el control del castillo de Corfe después de que John Bankes fuera ordenado por el rey para viajar a York. Ella envió a sus hijos lejos para la seguridad y permanecía detrás con sus hijas, criados, y una fuerza de cinco hombres. En mayo de 1643, una fuerza de parlamentarios, que comprendía entre 200 y 300 hombres bajo el mando de Sir Walter Erle, atacó el castillo pero nunca logró capturarlo. Ella pidió ayuda y una tropa de 80 hombres bajo el mando del capitán Robert Lawrence llegó para reforzar la guarnición. En junio, el comandante Erle renovó su ataque junto con los capitanes Sydenham, Jarvis y Scott, una fuerza de 500-600 hombres, y dos motores de asedio. Con las tropas del capitán Lawrence protegiendo a la Guardia Media ya la mayor parte de la guarnición, María y su pequeño grupo defendieron el Ala Superior y levantando piedras y brasas de las almenas, lograron repeler a los asaltantes, matando e hiriendo a más de 100 hombres. En 1646, uno de sus oficiales, el Coronel Pitman, la traicionó llevando a un grupo de parlamentarios al castillo a través de una puerta sally. Los parlamentarios bajo el mando de un coronel Bingham revocaron sus chaquetas y fueron confundidos con los realistas. Como resultado, se vio obligada a entregar el castillo. Sin embargo, debido a que ella mostró tal valor que se le permitió mantener las llaves del castillo, que ahora se celebran en Kingston Lacy cerca de Wimborne Minster, Dorset. El castillo fue despreciado el mismo año que fue capturado por las órdenes de la Cámara de los Comunes.
Está registrado que sus hijos Ralph y Jerome compraron el señorío de Eastcourt en su nombre. Tras su muerte, la mansión pasó a su hija Joanna Borlase, quien a su vez la pasó a sus hijas y co-herederos
Castillo de Corfe, que Lady Mary Bankes valientemente defendió contra los parlamentarios atacantes Fuente
Lady Mary murió el 11 de abril de 1661 y fue enterrada en la iglesia de San Martín, Ruislip. En la pared sur del presbiterio dentro de la iglesia hay un monumento a María con esta inscripción:
A la memoria de lady Mary Bankes, la única hija de Ralph Hawtery, de Riselip, en el condado de Middlesex, esq., Esposa y viuda de Sir John Bankes, caballero, último Lord Chief Justice de la corte de Common Pleas de Su Majestad, Y del Consejo Privado de Su Majestad el Rey Carlos I de bendita memoria, que habiendo tenido el honor de haber soportado con constancia y valor por encima de su sexo una noble proporción de las últimas calamidades y la restitución del gobierno con gran paz De mente estableció su vida más deseada el día 11 de abril de 1661. Sir Ralph Bankes su hijo y heredero ha dedicado esto.
The Vintage News
Mary Hawtry nació en alrededor de 1598, la única hija de Ralph Hawtry, Esquire de Ruislip, Middlesex, y Mary Altham. En 1618, se casó con Sir John Bankes, que más tarde se convirtió en Fiscal General del Rey Charles I y Lord Chief Justice de los Common Pleas. En 1635, sir John compró el castillo de Corfe en Dorset con todas sus mansiones, derechos, y privilegios de señora Elizabeth Coke. Sir John murió el 28 de diciembre de 1644 a la edad de 55 años.
Mary Banks con el vestido de viuda, el velo de gasa, el collar de perlas, sosteniendo las llaves del Castillo de Corfe, Dorset, en su mano derecha; Paisaje de fondo con Corfe Castillo en la distancia Fuente
En 1643, cuando la guerra civil estalló en Inglaterra, ella asumió el control del castillo de Corfe después de que John Bankes fuera ordenado por el rey para viajar a York. Ella envió a sus hijos lejos para la seguridad y permanecía detrás con sus hijas, criados, y una fuerza de cinco hombres. En mayo de 1643, una fuerza de parlamentarios, que comprendía entre 200 y 300 hombres bajo el mando de Sir Walter Erle, atacó el castillo pero nunca logró capturarlo. Ella pidió ayuda y una tropa de 80 hombres bajo el mando del capitán Robert Lawrence llegó para reforzar la guarnición. En junio, el comandante Erle renovó su ataque junto con los capitanes Sydenham, Jarvis y Scott, una fuerza de 500-600 hombres, y dos motores de asedio. Con las tropas del capitán Lawrence protegiendo a la Guardia Media ya la mayor parte de la guarnición, María y su pequeño grupo defendieron el Ala Superior y levantando piedras y brasas de las almenas, lograron repeler a los asaltantes, matando e hiriendo a más de 100 hombres. En 1646, uno de sus oficiales, el Coronel Pitman, la traicionó llevando a un grupo de parlamentarios al castillo a través de una puerta sally. Los parlamentarios bajo el mando de un coronel Bingham revocaron sus chaquetas y fueron confundidos con los realistas. Como resultado, se vio obligada a entregar el castillo. Sin embargo, debido a que ella mostró tal valor que se le permitió mantener las llaves del castillo, que ahora se celebran en Kingston Lacy cerca de Wimborne Minster, Dorset. El castillo fue despreciado el mismo año que fue capturado por las órdenes de la Cámara de los Comunes.
Está registrado que sus hijos Ralph y Jerome compraron el señorío de Eastcourt en su nombre. Tras su muerte, la mansión pasó a su hija Joanna Borlase, quien a su vez la pasó a sus hijas y co-herederos
Castillo de Corfe, que Lady Mary Bankes valientemente defendió contra los parlamentarios atacantes Fuente
Lady Mary murió el 11 de abril de 1661 y fue enterrada en la iglesia de San Martín, Ruislip. En la pared sur del presbiterio dentro de la iglesia hay un monumento a María con esta inscripción:
A la memoria de lady Mary Bankes, la única hija de Ralph Hawtery, de Riselip, en el condado de Middlesex, esq., Esposa y viuda de Sir John Bankes, caballero, último Lord Chief Justice de la corte de Common Pleas de Su Majestad, Y del Consejo Privado de Su Majestad el Rey Carlos I de bendita memoria, que habiendo tenido el honor de haber soportado con constancia y valor por encima de su sexo una noble proporción de las últimas calamidades y la restitución del gobierno con gran paz De mente estableció su vida más deseada el día 11 de abril de 1661. Sir Ralph Bankes su hijo y heredero ha dedicado esto.
lunes, 31 de julio de 2017
Guerra Antisubversiva: La masacre de San Patricio
Cuando la ESMA salió a matar a los 'curas del 3er. Mundo'
"Masacre de San Patricio" fue el nombre que se le dió al asesinato de los 3 sacerdotes y 2 seminaristas palotinos en la iglesia de San Patricio en el barrio de Belgrano R. Pedro Dufau (76), Alfredo Kelly (43) y Alfredo Leaden (57) y los seminaristas Salvador Barbeito (25) y Emilio Barletti (24). El múltiple crimen se produjo durante la madrugada del 04/07/1976, mientras la Argentina atravesaba el Proceso de Reorganización Nacional, bajo la presidencia de facto de Jorge Rafael Videla, enfrentado a la Armada que dirigía Emilio Eduardo Massera. En una distribución de tareas, el Ejército se encargaba del Ejército Revolucionario del Pueblo, y los marinos de Montoneros.Urgente 24
Dato curioso: los asesinos no usaron un Ford Falcon verde, vehículo tradicional de los comandos militares clandestinos, sino un Peugeot 504 negro.
"Elementos subversivos asesinaron cobardemente a los sacerdotes y seminaristas. El vandálico hecho fue cometido en dependencias de la iglesia San Patricio, lo cual demuestra que sus autores, además de no tener Patria, tampoco tienen Dios."Durante esa madrugada fría de los primeros días de julio, los vecinos de la cuadra, en Belgrano R, alertaron a la policía sobre la presencia sospechosa de un Peugeot 504 color negro estacionado frente a la iglesia desde hace un largo rato.
Diario La Nación,
05/07/1976.
Un patrullero de la Comisaría 37 respondió a los llamados de los vecinos, pero sólo estuvo algunos minutos, y se marchó: le ordenaron 'liberar la zona', según la jerga. Un rato después, entre la 1:00 y las 2:00, un grupo de 4 hombres se bajó de ese mismo auto, ingresaron a la Iglesia y fusilaron a las 5 personas que allí adentro se encontraban.
Todo indica que fue un comando del Grupo de Tareas 3.3.2 que funcionaba desde uno de los casinos de la Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada.
Los sacerdotes asesinados fueron Pedro Dufau (76 años), Alfredo Kelly (43) y Alfredo Leaden (57) y los seminaristas Salvador Barbeito (25) y Emilio Barletti (24).
Esa mañana, como la iglesia no era abierta, el organista Fernando Savino decidió entrar por una ventana y encontró en el piso los cuerpos baleados, boca abajo y alineados en un enorme charco de sangre sobre una alfombra roja.
La justicia no pudo llegar a esclarecer el caso.
Mural en honor de los sacerdotes asesinos.
El periodista Eduardo Kimel, en su libro La Masacre de San Patricio, concluye que los autores fueron un grupo de la Armada.
En 2005 el entonces cardenal Jorge Bergoglio, como arzobispo de Buenos Aires, autorizó la apertura de la causa de beatificación de los 5 palotinos, por martirio.
El entonces cardenal Bergoglio, a quien acompañó el entonces nuncio apostólico Santos Abril y Castelló, dijo: “Yo soy testigo de la obra espiritual de `Alfie’ Kelly, y sé que sólo pensaba en Dios. Y en él, recuerdo a todos”.
El 07/06/1976 el cardenal Juan Carlos Aramburu y el entonces nuncio, monseñor Pío Laghi, visitaron la Junta Militar pidiendo explicaciones. El gobierno, que había acusado en un primer momento a "elementos subversivos" por la masacre, llegó a admitir tan sólo que se trataba de grupos militares salidos de control.
Misa en honor de los palatinos.
El cardenal y el nuncio llevaron una carta de la Conferencia Episcopal: "Nos preguntamos, o mejor dicho la gente se pregunta a veces sólo en la intimidad del hogar o del círculo de amigos, porque el temor también cunde:
-¿Qué fuerzas tan poderosas son las que con total impunidad y con todo anonimato pueden obrar así a su arbitrio?
-¿Qué garantía, qué derecho le queda a los ciudadanos?"
La congregación de la iglesia había organizado una reunión algunos días antes de la tragedia, en dicha reunión se había discutido que posición se iba a tomar ante los asesinatos y desapariciones que se estaban generando desde el poder.
Alfredo José Kelly de 43 años de edad, había sido acusado de estar vínculado a la organización Montoneros, algo que él negaba, pero alguna gente entre los militares dijo no creerle. Había recibido más de una amenaza, pero él no se iba a esconder.
El caso sigue abierto en 2 ámbitos distintos pero lamentablemente demasiado ligados, uno es el religioso, ya que en la Iglesia Católica sigue abierto el proceso de canonización de los fallecidos. Además el caso sigue sin esclarecerse en la Justicia penal argentina, al igual que muchos otros casos sucedidos durante la dictadura. Y, aunque no se "sepa" quien estuvo detrás del crimen, los mismos autores lo revelaron.
Cuando amaneció aquel 04/07/1976, Rolando Savino, el organista de la parroquia de 16 años, se encontraba afuera de la iglesia esperando que se abran las puertas junto a otros congregantes. Impaciente y preocupado, dió la vuelta a la casa y entró por una ventana de atrás, al entrar vió la escena. En la sala común encontró los 5 cuerpos tirados en el suelo, bañandos en un charco de sangre y 2 frases escritas con tiza:
> “Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son M.S.T.M.”; y
> “Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. Viva la patria”.
MSTM quiere decir, se supone, Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente fundada dentro de la Iglesia Católica argentina, cuyos miembos venían siendo perseguidos por la dictadura.
La siguiente frase aludió a una especie de "venganza" del contra Montoneros, ya que estos últimos habían ejecutado un atentado contra el edificio donde funcionaba la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal en el que murieron 23 personas, 2 días antes del crimen en la parroquia.
En noviembre de 2011, la Sala III de la Cámara Nacional de Casación Penal anuló la condena a un año de prisión en suspenso y a pagar una indemnización de $20.000 al juez Guillermo Rivarola impuesta contra el fallecido periodista Eduardo Kimel en 1999 por la publicación de su libro "La masacre de San Patricio", en donde se detallaba el asesinato de los sacerdotes palotinos Alfredo Kelly, Alfredo Leaden y Pedro Duffau, y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, muertos el 4 de julio de 1976, en plena dictadura militar.
Los magistrados hicieron lugar al pedido de revisión presentado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en representación de la hija del periodista fallecido en febrero de 2010. Cabe recordar que la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció en el 2008 la violación del derecho a la libertad de expresión de Kimel y ordenó al Estado argentino que anulara la sentencia penal contra el periodista y modificara el Código Penal por su incompatibilidad con la Convención Americana.
"La masacre..." había sido publicada en 1989, y en el libro el periodista aludía a la actuación del camarista Guillermo Rivarola, quien como juez tuvo a su cargo la investigación del caso en los años 1976 y 1997, y se preguntaba si "realmente quería llegar a una pista que condujera a los victimarios".
En octubre de 1995, la jueza Angela Braidot, condenó a Kimel. A pesar de que en noviembre de 1996, la Cámara Nacional de Apelaciones anuló por unanimidad el fallo y absolvió al periodista, en diciembre de 1998 la Corte Suprema aceptó un recurso de Rivarola, revocó el fallo anterior y lo devolvió a la Cámara para que dictara una nueva sentencia, que finalmente confirmó la pena original. El caso motivó la intervención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el fallo dictado ahora por la Cámara de Casación.
domingo, 30 de julio de 2017
Biografía: Una escocesa veterana que vive en Argentina
Nació en Escocia, peleó en la Segunda Guerra, y a los 97 años vive en Martínez
Mary Chapman fue criptógrafa y participó como apoyo terrestre del desembarco de Normandía; llegó al país hace 70 años
Diego Castells | LA NACION
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
Mary Chapman lleva 70 años en la Argentina, lo que se dice toda una vida. Llegó unos pocos meses después del final de la Segunda Guerra, con un contrato de tres años del Frigorífico Anglo, y nunca más se fue. De sus primeros 28 años, que transcurrieron entre Escocia, Inglaterra y los Estados Unidos, guarda las experiencias singulares de quien vivió y protagonizó la guerra. "Recién ahora puedo contar algunas de estas cosas. Hasta entrados los años 80, no podía porque estaba bajo un acuerdo de confidencialidad, según el cual si hablabas te podían fusilar", contará más tarde, sin eufemismos ni rodeos. El pacto de silencio se debió a que luego de ingresar a las fuerzas armadas británicas, la joven Chapman realizó tareas de cifrado y encriptación al servicio de su majestad.
Chapman recuerda el día que se presentó al examen para la Escuela de Código por voluntad propia: "Había un sargento mayor que por su alto rango llevaba una de esas varas, y que mientras se paseaba por la sala, amedrentaba a los aspirantes: "Algunos de ustedes están aquí porque fueron elegidos, pero otros están porque los echaron de donde estaban porque son una peste: y no crean que no me voy a dar cuenta la diferencia entre unos y otros".
La escena parece salida de la película Enigma, en la que Benedict Cumberbatch encarna a Alan Turing, el matemático que encabezó los esfuerzos de la inteligencia británica para lograr descifrar el código utilizado por la Alemania nazi en sus comunicaciones. "Nunca estuve en la academia Bletchley, donde estuvo Turing; eso estaba reservado para los hijos de los almirantes y oficiales, ¡para la crème de la crème!", relata Chapman, que reconoce sus orígenes humildes. "Bletchley fue un proyecto de Winston Churchill para contar con inteligencia directamente, sin tener que pasar por las fuerzas", comenta, y agrega que lamenta "lo que le hicieron a Turing ", en referencia al encarcelamiento y ostracismo que le impusieron en la época -y que lo llevó al suicidio-, por ser homosexual. "Claro, en aquel entonces estaba prohibido, pero ahora ya no", reflexiona con gravedad.
Chapman nació en en 1919 en Falkirk, una ciudad al norte de Edimburgo y Glasgow, por lo que conserva aún un marcado acento escocés. Acerca de su país natal, y los recientes plebiscitos sobre su posible secesión de Gran Bretaña y la Unión Europea, comenta: "¡Escocia es más pequeña que la provincia de Buenos Aires! No le conviene separarse, porque el petróleo se le va a acabar: ¿y entonces? Hasta la guerra no había nada de industria al norte de Stirling; sólo había pesca y agricultura", recuerda de la ciudad más importante del condado de Stirlingshire, el umbral de las míticas Highlands.
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
"Me pusieron a cargo de las tareas de la barraca y le tenía que decir a todos lo que tenían que hacer. Como no estaba acostumbrada a dar órdenes, me quedaba con las peores tareas, como limpiar las letrinas. Y para mí era importante hacer las cosas bien; tal es así que un día me quedé limpiando y cuando salí, el pelotón ya se había ido. No supe qué hacer y me quedé ahí sentada hasta que pasó un oficial y me gritó: "¿qué pensás que está haciendo ahí?", y me ordenó que lo siguiera", cuenta, y reflexiona que allí aprendió a pasar desapercibida y no presentarse para los trabajos más desagradables.
"Estuve por toda Escocia e Inglaterra. Me llamaron en el '42 y me dieron de baja en el '46, cuando regresé de los Estados Unidos", donde pasó el final de la Guerra, trabajando para el ejército inglés en Washington D.C. "Allí trabajé en cuestiones de préstamos y deudas que había entre los dos países. Al final, no les pudimos pagar toda la deuda, porque cuando Estados Unidos entró en la guerra, nosotros ya llevábamos tres años", comenta.
Aún recuerda las adversidades climáticas y el cruento desenlace del Día D, el 6 de junio de 1944, cuando las tropas aliadas desembarcaron en las playas del norte de Europa: "Estaba en el comando escocés y nuestra tarea era ir de acá para allá en camiones y enviar mensajes falsos a regimientos que en realidad no existían, para engañar a los alemanes. No creo que los alemanes fueran tan estúpidos -comenta, y se ríe-, pero eran mensajes en código cifrado", señala. Los aliados esperaban avanzar con mayor facilidad, pero se encontraron con que el ejército alemán los esperaba en todos los puertos: "A pesar de las maniobras de distracción, hubo varios pelotones que sufrieron muchísimas bajas, y algunos quedaron aislados, como antes en Dunkerke, lo cual fue terrible".
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
A lo largo de la conversación, Chapman comparte recuerdos lejanos: el encanto incomparable de la vieja Edimburgo; el respeto que siente por el pueblo alemán; sus viajes de ida y vuelta a los Estados Unidos en el Queen Mary y el Queen Elizabeth: "No eran cruceros de lujo; ¡eran barcos para las tropas! Eran viajes que duraban 6 o 7 días, porque íbamos en zigzag para esquivar los submarinos alemanes". Y recuerda cuando asistía a los servicios del Día del Armisticio y recitaba el poema que Laurence Binyon escribió como homenaje para los caídos durante la Primera Guerra Mundial:"No envejecerán, como nosotros los que quedamos..."
Mary Chapman fue criptógrafa y participó como apoyo terrestre del desembarco de Normandía; llegó al país hace 70 años
Diego Castells | LA NACION
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
Mary Chapman lleva 70 años en la Argentina, lo que se dice toda una vida. Llegó unos pocos meses después del final de la Segunda Guerra, con un contrato de tres años del Frigorífico Anglo, y nunca más se fue. De sus primeros 28 años, que transcurrieron entre Escocia, Inglaterra y los Estados Unidos, guarda las experiencias singulares de quien vivió y protagonizó la guerra. "Recién ahora puedo contar algunas de estas cosas. Hasta entrados los años 80, no podía porque estaba bajo un acuerdo de confidencialidad, según el cual si hablabas te podían fusilar", contará más tarde, sin eufemismos ni rodeos. El pacto de silencio se debió a que luego de ingresar a las fuerzas armadas británicas, la joven Chapman realizó tareas de cifrado y encriptación al servicio de su majestad.
Chapman recuerda el día que se presentó al examen para la Escuela de Código por voluntad propia: "Había un sargento mayor que por su alto rango llevaba una de esas varas, y que mientras se paseaba por la sala, amedrentaba a los aspirantes: "Algunos de ustedes están aquí porque fueron elegidos, pero otros están porque los echaron de donde estaban porque son una peste: y no crean que no me voy a dar cuenta la diferencia entre unos y otros".
La escena parece salida de la película Enigma, en la que Benedict Cumberbatch encarna a Alan Turing, el matemático que encabezó los esfuerzos de la inteligencia británica para lograr descifrar el código utilizado por la Alemania nazi en sus comunicaciones. "Nunca estuve en la academia Bletchley, donde estuvo Turing; eso estaba reservado para los hijos de los almirantes y oficiales, ¡para la crème de la crème!", relata Chapman, que reconoce sus orígenes humildes. "Bletchley fue un proyecto de Winston Churchill para contar con inteligencia directamente, sin tener que pasar por las fuerzas", comenta, y agrega que lamenta "lo que le hicieron a Turing ", en referencia al encarcelamiento y ostracismo que le impusieron en la época -y que lo llevó al suicidio-, por ser homosexual. "Claro, en aquel entonces estaba prohibido, pero ahora ya no", reflexiona con gravedad.
Pescado y avena
A sus 97 años, Chapman transmite una vitalidad que atribuye al mantenerse activa y a su "dieta escocesa" de pescado y porridge, crema de avena. "La gente se sorprende cuando les digo mi edad, porque no soy como la mayoría de mis pares. Hay que mantenerse y hacer ejercicio; además, hago las palabras cruzadas y leo mucho. No son todos grandes libros que aporten gran conocimiento, pero son murder mysteries", cuenta acerca de un pasatiempo, la lectura de novelas de misterio, que revela una fibra característicamente británica.Chapman nació en en 1919 en Falkirk, una ciudad al norte de Edimburgo y Glasgow, por lo que conserva aún un marcado acento escocés. Acerca de su país natal, y los recientes plebiscitos sobre su posible secesión de Gran Bretaña y la Unión Europea, comenta: "¡Escocia es más pequeña que la provincia de Buenos Aires! No le conviene separarse, porque el petróleo se le va a acabar: ¿y entonces? Hasta la guerra no había nada de industria al norte de Stirling; sólo había pesca y agricultura", recuerda de la ciudad más importante del condado de Stirlingshire, el umbral de las míticas Highlands.
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
De las letrinas al Día D
Su trato es cordial, pero mantiene cierto gesto adusto que remite a su etapa militar, entre 1942 y 1946. "Teníamos seis semanas de entrenamiento básico, en el que te enseñaban a marchar: left, right, left, right. hurry up, hurry up", repite con voz impostada. "Allí conocí a todo tipo de gente, y por algún motivo pensaron que yo era lista; y yo nunca había pensado que fuera lista antes", recuerda."Me pusieron a cargo de las tareas de la barraca y le tenía que decir a todos lo que tenían que hacer. Como no estaba acostumbrada a dar órdenes, me quedaba con las peores tareas, como limpiar las letrinas. Y para mí era importante hacer las cosas bien; tal es así que un día me quedé limpiando y cuando salí, el pelotón ya se había ido. No supe qué hacer y me quedé ahí sentada hasta que pasó un oficial y me gritó: "¿qué pensás que está haciendo ahí?", y me ordenó que lo siguiera", cuenta, y reflexiona que allí aprendió a pasar desapercibida y no presentarse para los trabajos más desagradables.
"Estuve por toda Escocia e Inglaterra. Me llamaron en el '42 y me dieron de baja en el '46, cuando regresé de los Estados Unidos", donde pasó el final de la Guerra, trabajando para el ejército inglés en Washington D.C. "Allí trabajé en cuestiones de préstamos y deudas que había entre los dos países. Al final, no les pudimos pagar toda la deuda, porque cuando Estados Unidos entró en la guerra, nosotros ya llevábamos tres años", comenta.
Aún recuerda las adversidades climáticas y el cruento desenlace del Día D, el 6 de junio de 1944, cuando las tropas aliadas desembarcaron en las playas del norte de Europa: "Estaba en el comando escocés y nuestra tarea era ir de acá para allá en camiones y enviar mensajes falsos a regimientos que en realidad no existían, para engañar a los alemanes. No creo que los alemanes fueran tan estúpidos -comenta, y se ríe-, pero eran mensajes en código cifrado", señala. Los aliados esperaban avanzar con mayor facilidad, pero se encontraron con que el ejército alemán los esperaba en todos los puertos: "A pesar de las maniobras de distracción, hubo varios pelotones que sufrieron muchísimas bajas, y algunos quedaron aislados, como antes en Dunkerke, lo cual fue terrible".
Mary Chapman. Foto: LA NACION / Santiago Filipuzzi
Normandía, Washington, Temperley, Martínez
Antes de vivir en un acogedor departamento del centro de Martínez, vivió durante muchos años en Temperley, donde formó parte del comité de la British Legion, por haber pertenecido a las fuerzas británicas. "Ellos ya levantaron campamento, porque todos se murieron. Solo quedamos un puñado vivos, porque la guerra fue hace mucho tiempo. Dicho sea de paso,la colectividad que decidió ir a pelear desde la Argentina fue la más grande de las de fuera del Commonwealth. Fue mucha gente, algunos eran ingleses y otros no", rememora. Fue también secretaria del British Council durante varios años.A lo largo de la conversación, Chapman comparte recuerdos lejanos: el encanto incomparable de la vieja Edimburgo; el respeto que siente por el pueblo alemán; sus viajes de ida y vuelta a los Estados Unidos en el Queen Mary y el Queen Elizabeth: "No eran cruceros de lujo; ¡eran barcos para las tropas! Eran viajes que duraban 6 o 7 días, porque íbamos en zigzag para esquivar los submarinos alemanes". Y recuerda cuando asistía a los servicios del Día del Armisticio y recitaba el poema que Laurence Binyon escribió como homenaje para los caídos durante la Primera Guerra Mundial:"No envejecerán, como nosotros los que quedamos..."
sábado, 29 de julio de 2017
Condecoraciones militares argentinas: Medalla de la Revolución de 1890
Medalla de la Revolución de 1890
La medalla es instituida en 1890 por la Revolución del Parque. Era entregado a los militares de las partes del ejército y la flota, que ha intervenido contra el presidente Juarez Celman y que ha llevado al poder del presidente Carlos Pellegrini.
Fuente
La medalla es instituida en 1890 por la Revolución del Parque. Era entregado a los militares de las partes del ejército y la flota, que ha intervenido contra el presidente Juarez Celman y que ha llevado al poder del presidente Carlos Pellegrini.
Fuente
viernes, 28 de julio de 2017
SGM: El frente oriental y la Operación Barbarossa
LA INVASIÓN DE RUSIA
por el General Heinz Guderian
Autor del libro Achtung, Panzer! donde deja establecidos los principios de lo que fue la «blitzkrieg» (guerra relámpago), el General Heinz Guderian, a la cabeza de sus panzers, había sido el principal artífice de las victorias alemanas en Polonia y en Francia. Estas páginas fueron traducidas y extraídas de su libro de memorias, Erinnerungen Eines Soldaten, publicado en 1954, en donde evoca la fulgurante ofensiva de sus tanques al comienzo de la Operación Barbarroja. Pero demuestra también cuál fue su drama de conciencia cuando estimó que su deber era oponerse a las órdenes de Hitler y de los jefes nazis.
El 14 de Junio, Hitler reunió a sus generales en Berlín a fin de exponerles sus motivos para atacar a Rusia. Dada la imposibilidad de derrotar a Inglaterra, dijo en sustancia, tenía que triunfar en el continente; ahora bien, las posiciones alemanas en Europa no serían inexpugnables hasta que Rusia fuese aplastada…Estas justificaciones de la guerra preventiva contra Rusia no eran convincentes. Mientras la lucha prosiguiese en el oeste, toda nueva empresa militar equivaldría a abrir la guerra en dos frentes. En 1914, esta misma situación había conducido a la derrota, y la Alemania de Adolf Hitler no parecía mejor armada que la del Kaiser. De ahí que la asamblea acogiese sin comentarios el discurso de Hitler, en medio de una atmósfera muy tensa. Ningún intercambio de opiniones se produjo y nos separamos en silencio.
Antes de describir los acontecimientos, lancemos una breve ojeada sobre la situación de conjunto del ejército alemán al comienzo de esta decisiva campaña a Rusia. Según los informes de que disponía, las 205 divisiones alemanas se distribuían, el 22 de Junio de 1941, de la manera siguiente: en el oeste habían quedado 38 divisiones, 12 se hallaban en Noruega, una en Dinamarca, 7 en los Balcanes, 2 en Libia; así, pues, 145 divisiones se encontraban disponibles para la campaña del Este. Esta división de las fuerzas demostraba un lamentable desmenuzamiento de su poder. La cifra de 38 divisiones para el oeste, más 12 para Noruega, parecía exagerada. Además, la campaña de los Balcanes tuvo como consecuencia demorar el ataque a Rusia.
Pero la subestimación del adversario ruso tuvo un efecto aún más grave. Los informes del ejército, sobre todo los del general Koestring, nuestro excelente agregado militar en Moscú, sobre la potencia militar del gigantesco imperio soviético, encontraron tan poco eco en Hitler, como los informes sobre la capacidad de producción industrial o la solidez de la cohesión interna del régimen. En cambio, Hitler había logrado transmitir su optimismo irracional a su camarilla militar, y el O.K.W. (Oberkommando der Wehrmacht) y el O.K.H (Oberkommando der Heeres), convencidos de que la campaña habría terminado antes del comienzo del invierno, no habían previsto el equipo apropiado, en el ejército de tierra, más que para un hombre de cada cinco. Hasta el 30 de Agosto de 1941, el O.K.H. no se ocupó seriamente de dotar con este equipo a las unidades más importantes. No puedo en modo alguno admitir una afirmación que se oye ahora de vez en cuando: «Hitler fue el único culpable de que faltase ropa de invierno a las fuerzas terrestres en 1941». La Luftwaffe y las Waffen S.S. se hallaban, en efecto, ampliamente provistas y habían recibido estos equipos a su debido tiempo. Pero el mando supremo soñaba con vencer militarmente a Rusia en una ocho o diez semanas y provocar después el derrumbamiento político. Tan firmemente confiaba en este proyecto quimérico que, ya en 1941, se operó la reconversión de la industria que trabajaba para el ejército de tierra hacia otros sectores de la economía. Inclusive se pensó en volver a traer a Alemania, al comienzo del invierno, de 60 a 80 divisiones del este, con el convencimiento de que el resto de las fuerzas bastaría para contener a Rusia durante la estación invernal; en cuanto a las tropas que quedasen en Rusia, al terminar las operaciones de otoño, se pretendía que invernasen en buenos acantonamientos, en una línea de apoyo. Todo parecía muy sencillo y regulado a las mil maravillas. Se rechazaron las objeciones con optimismo. La narración de los acontecimientos demuestra cuán alejados de la dura realidad estaban estos proyectos.
Mencionaremos aún otro asunto que, más adelante, fue muy perjudicial para el prestigio alemán. Poco antes del comienzo de las hostilidades, una orden del O.K.W. sobre el trato que debía darse a las poblaciones civiles y a los prisioneros de guerra en Rusia, fue transmitida directamente a los cuerpos de ejército. Con arreglo a estas disposiciones, ya no era obligatorio aplicar el código de justicia militar para sancionar las crueldades cometidas contra la población civil y los prisioneros de guerra, sino que cada caso debería someterse a la apreciación de los superiores. Esta orden podía perjudicar gravemente la disciplina. Prohibí divulgarla entre mis divisiones y ordené su devolución a Berlín. Otra orden, igualmente injusta, disponía la ejecución inmediata de los comisarios políticos, es decir, de los miembros del partido comunista destacados cerca de los jefes militares capturados. Si bien, al parecer, fue recibida en el grupo de ejércitos del centro, jamás llegó a conocimiento de mis unidades. Retrospectivamente, no puede menos que lamentarse que estas órdenes no hubiesen sido anuladas por el O.K.W. o el O.K.H., evitando el desprestigio del buen nombre alemán y los amargos sufrimientos de soldados irreprochables. Poco importaba que los rusos se hubiesen o no adherido a los convenios de La Haya o que hubiesen reconocido o no la Convención de Ginebra; los soldados alemanes debían ajustar su actitud a estas prescripciones internacionales y a los imperativos de su fe cristiana. Aún sin estas órdenes excesivas, ya la guerra pesaba abrumadoramente sobre la población civil rusa, la cual tenía tan poca responsabilidad como la nuestra en el desencadenamiento de las hostilidades.
Así pues, el 22 de Junio, las tropas alemanas cruzaron la frontera. En unas cuantas semanas realizaron un enorme avance. En el centro, Smolensk fue tomada en el transcurso del mes de Julio. Moscú sólo se encontraba a 300 kilómetros. Al norte, los ejércitos marchaban a buen paso hacia Leningrado, mientras que al sur amenazaban a Kiev. El 23 de Agosto fui citado a una conferencia en el grupo de ejércitos. El jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, general Halder, asistió a ella. Me comunicó que, de ahora en adelante, Hitler estaba decidido a renunciar a las operaciones previstas tanto hacia Leningrado como en dirección a Moscú; quería apoderarse en primer término de Ucrania y de Crimea. Se discutió largamente sobre la manera de modificar «la inquebrantable decisión» de Hitler. Considerábamos unánimemente que la solución, adoptada ya irrevocablemente, de dirigir nuestro esfuerzo en dirección a Kiev, nos llevaría inevitablemente a una campaña de invierno y provocaría las complicaciones que el O.K.H. tenía poderosas razones para evitar.
Después de largas y estériles discusiones, el mariscal von Bock propuso que yo acompañase al general Halder al cuartel general del Führer, para exponerle nuestra posición. Como yo venía directamente del frente, creí que mis argumentos tendrían más peso y podría lograr que se nos permitiese hacer un último ataque contra Moscú. Se aceptó el proyecto, partimos a media tarde y, a la hora del crepúsculo, aterrizamos en el aeródromo de Loetzen, en Prusia Oriental. Fui a ver a Hitler. Ante un vasto auditorio del que formaban parte Keitel, Jodl, Schmundt y otros generales del O.K.W., pero, desgraciadamente, ningún representante de las fuerzas terrestres. Hice una exposición de la situación de mi panzergruppe, de su estado y de la configuración del terreno. Cuando terminé, Hitler me preguntó:
-¿Después de lo que acaban de hacer, considera usted aún capaces a sus unidades de realizar un gran esfuerzo?-
-Sí, siempre que se fije a las tropas un objetivo cuya importancia pueda ser comprendida por cualquier soldado- respondí.
-Evidentemente, piensa usted en Moscú- replicó Hitler.
-Sí- dije. –Puesto que ha abordado el tema, permítame que le explique mis razones-
Hitler consintió en ello. Le expuse detalladamente los motivos a favor de la prosecución de las operaciones hacia Moscú y en contra de la marcha sobre Kiev. Expliqué que, desde el punto de vista militar, lo más importante era destruir las fuerzas combatientes del enemigo, ya muy debilitadas en los últimos encuentros. Describí la importancia geográfica de la capital de Rusia. A diferencia de París para Francia, Moscú no era solamente el centro de la red de transportes, de transmisiones y el corazón político del país, sino también una importante zona industrial; su caída causaría una inmensa impresión tanto en el pueblo ruso como en el mundo. Hablé de la moral de la tropa que sólo esperaba la orden de marchar sobre Moscú y se había preparado con entusiasmo para ello. Traté de demostrar que, una vez iniciado el ataque en la dirección decisiva, los territorios de Ucrania, tan importantes desde el punto de vista económico, caerían como fruta madura en nuestro poder, pues los desplazamientos de norte a sur de los rusos se complicarían notablemente a causa de la desorganización que la toma de Moscú causaría en sus comunicaciones. Describí el estado de las carreteras en el sector de ofensiva que me había sido asignado y las dificultades de abastecimiento, que aumentarían de día en día en el caso de avanzar hacia Ucrania. Mencioné, en fin, los graves problemas que suscitaría una demora de las operaciones. Si estas tenían que proseguir durante el período de mal tiempo, sería entonces demasiado tarde para llevar a cabo los proyectos del Estado Mayor y asestar el golpe definitivo sobre Moscú antes de terminar el año 1941.
Hitler me dejó hablar sin interrumpirme ni una sola vez. Después tomó la palabra y explicó con todo detalle por qué había preferido adoptar otra decisión. Las materias primas y la base de abastecimiento de Ucrania, explicó en particular, eran de vital necesidad para proseguir la guerra. A partir de ahí, continuó subrayando la importancia de Crimea, «portaaviones natural que podía servir a la Unión Soviética para lanzarse sobre el petróleo rumano». Había que eliminarla de la partida. Por primera vez oí la frase: «Mis generales no entienden nada de la economía de guerra». También por primera vez fui testigo de una escena que iba a repetirse muy a menudo: todos los presentes aprobaban cada frase de Hitler, y yo me encontré solo frente a él. Ante el bloque compacto de la O.K.W., contradiciéndome, renuncié a luchar aquel día, pues en esa época todavía creía que nadie podía permitirse hacer una escena violenta al jefe supremo de Reich en presencia de su camarilla. Era más de medianoche cuando regresé a mi alojamiento. El 24 por la mañana fui a ver al general Halder y le informé del fracaso de la última tentativa por hacer cambiar de opinión a Hitler.
Con arreglo a las órdenes del Führer, la batalla de Kiev se entabló el 25 de Agosto. Los combates terminaron victoriosamente el 26 de Septiembre. Los rusos capitularon. La cifra de prisioneros se elevó a 665.000 hombres. El general en jefe del frente sudoeste y su jefe de estado mayor perecieron en los últimos encuentros intentando perforar nuestro frente. El general que mandaba el Vº ejército fue hecho prisionero. Tuve con él una conversación interesante:
-¿Cuándo se enteró usted de que mis tanques se desplegaban a su espalda?- pregunté.
-Hacia el 8 de Septiembre- respondió.
-¿Por qué no evacuó Kiev en aquel momento?- insistí.
-Habíamos recibido la orden de evacuar y retirarnos hacia el este, y ya nos disponíamos a cumplirla, cuando una contraorden nos obligó a defender Kiev a toda costa-
La ejecución de la contraorden tuvo como consecuencia el aniquilamiento de aquel grupo de ejércitos. Nos asombramos de semejante intervención. El enemigo no volvió a repetirla. Pero nosotros padecimos, desgraciadamente, las peores intromisiones del mismo orden. Sin duda esta victoria representaba un gran éxito táctico, pero era dudoso que produjese consecuencias estratégicas de importancia. Eso dependía de una cosa: ¿lograrían los alemanes obtener resultados decisivos antes del invierno, e inclusive antes de que, ya entrado el otoño, la tierra se convirtiera en un barrizal? Desde luego, ya había sido preciso renunciar al ataque proyectado para estrechar el cerco de Leningrado. Sin embargo, el O.K.H. creía que el adversario no estaba ya en condiciones de oponer al grupo de ejércitos del sur un frente de defensa coherente y capaz de ofrecer una seria resistencia. Con aquel grupo de ejércitos podría, pues, conquistar la cuenca del Donetz y llegar al Don antes del invierno. Pero Moscú era el punto donde había que asestar el golpe principal con el grupo de ejércitos del centro reforzado. ¿Tendríamos tiempo para ello?
La ofensiva sobre Orel-Briansk constituía una fase preliminar del ataque a Moscú. Una vez más concluyó victoriosamente la batalla, pero ¿tendríamos fuerza para proseguir el ataque y explotar la victoria? Esta era la interrogación más grave que la guerra había planteado hasta entonces al mando supremo. Mientras las operaciones de invierno proseguían de este modo, nos preocupábamos de alimentar a Alemania, a nuestros ejércitos y a la población civil rusa. Después de las abundantes cosechas del otoño de 1941, se encontraba en todo el país gran cantidad de cereales panificables. Tampoco había escasez de ganado para el matadero. Las necesidades de las tropas fueron cubiertas y como el lamentable estado de las vías férreas, hasta la primavera de 1942, impedía al IIº ejército blindado enviar estos productos a Alemania, se entregaron a la población, especialmente a la de Orel. Algunas fábricas de esta ciudad, cuya maquinaria no pudo ser evacuada por los rusos, se pusieron de nuevo en servicio para cubrir las necesidades del ejército y dar trabajo y pan a la población civil. Esto sucedió con una fábrica de hojalata y con talleres que trabajaban el cuero y el fieltro para la fabricación de calzado. En cuanto al estado de ánimo de la población rusa, se refleja en una conversación que sostuve en Orel, durante ese período, con un viejo general zarista. «Si ustedes hubieran venido hace veinte años» me dijo «les habríamos acogido con entusiasmo. Pero ahora es demasiado tarde. Llegan ustedes cuando empezábamos a revivir y nos hacen retroceder veinte años atrás; tenemos que rehacerlo todo desde el principio. Ahora combatimos por Rusia y estamos todos unidos en la lucha». Además, cuando los comisarios del Reich, todos ellos funcionarios nazis, reemplazaron a la administración militar, se las arreglaron para matar en poco tiempo toda posible simpatía por los alemanes y preparar así la plaga de los guerrilleros.
Habíamos instalado nuestro puesto de mando avanzado en Yasnaia Poliana, la célebre finca de Tolstoi, y allí me trasladé el 2 de Diciembre. Se encuentra a siete kilómetros al sur de Tula. La propiedad constaba de dos edificios: el «castillo», que fue dejado para uso exclusivo de la familia Tolstoi, y el museo, donde nosotros nos instalamos. Todos los muebles y los libros, que habían pertenecido al gran escritor, se guardaron en dos habitaciones, cuyas puertas se sellaron. Amueblamos nuestras habitaciones con muebles sencillos, construidos por nuestros hombres con toscas tablas. La leña del bosque vecino suministraba la calefacción. No se quemó ningún mueble, y ningún libro ni manuscrito fue dañado. Todo cuanto han dicho los rusos a este respecto después de la guerra es falso. Fui a ver la tumba de Tolstoi. Se hallaba en buen estado. Ningún soldado alemán la tocó. Y así estuvo hasta el momento en que abandonamos la propiedad. Desgraciadamente, la propaganda rusa de una posguerra rencorosa no ha vacilado en tergiversar tendenciosamente la verdad para probar nuestra pretendida barbarie. Todavía viven muchos testigos que pueden confirmar mi descripción. ¡En cambio los rusos habían minado concienzudamente los alrededores de la tumba de su gran escritor!
El 2 de Diciembre, las divisiones panzer 3ª y 4ª abrieron una brecha en las posiciones avanzadas del enemigo. El ataque los sorprendió. Prosiguió, el 3 de Diciembre, con violenta nevada y fuerte viento. El hielo en los caminos dificultaba los movimientos. La 4ª división panzer voló la vía férrea Tula-Moscú y se apoderó de seis cañones; llego por fin a la carretera Tula-Serpukhov pero la falta de carburante y el agotamiento de los hombres la obligaron a detenerse. El enemigo pudo zafarse hacia el norte. La situación seguía siendo tensa. Se desarrollaron combates encarnizados en la zona de los bosques, al este de Tula, el 4 de Diciembre. Se progresó muy poco en la jornada. El termómetro descendió hasta -35º y el reconocimiento aéreo descubrió un poderoso grupo enemigo que se encaminaba hacia el sur de Kachira. Una fuerte protección de cazas rusos nos impidió observarla desde más cerca. Como esta presencia amenazaba mis flancos y mi retaguardia, y como mis fuerzas no podían maniobrar con una temperatura anormalmente baja de -50º, en la noche del 5 al 6 de Diciembre decidí, por primera vez desde el comienzo de esta guerra, detener el ataque –un ataque llevado aisladamente- e hice retroceder a mi vanguardia para ponerla a la defensiva en la línea general Alto Don-Chatt-Upa. Aquella misma noche informé telefónicamente a mi superior, el mariscal von Bock. Me preguntó: «¿Dónde se encuentra su puesto de mando?». Me creía en Orel, alejado de las operaciones. Los generales de panzers no deben alejarse del campo de batalla, y yo me encontraba lo bastante cerca, tanto del frente como de mis soldados, de modo de tener una opinión sólidamente fundada. Nuestra ofensiva contra Moscú había fracasado. Los esfuerzos y los sacrificios de la tropa habían sido vanos. Acabábamos de sufrir una grave derrota que, por la obstinación del alto mando, iba a ser fatal en las semanas próximas. En la lejana Prusia Oriental, los jefes del O.K.H. y del O.K.W. no podían hacerse la menor idea, pese a los informes, de la verdadera situación de sus tropas en esta guerra invernal. Tal desconocimiento los condujo a exigir sin cesar desmesurados esfuerzos imposibles de llevar a cabo. Para restablecer la situación en pocos meses, lo mejor habría sido replegarnos, a su debido tiempo y con amplitud suficiente, a posiciones fortificadas, en un lugar donde la configuración del terreno nos favoreciese. En el sector del IIº ejército blindado, la posición de Zucha-Oka, fortificada en Octubre, parecía la más indicada. Pero Hitler no se decidía a aceptar esta solución. Además de su habitual testarudez, ¿representó la política exterior un papel importante en las decisiones que se tomaron por aquellos días? Nunca lo supe. Pero me inclino a creerlo, pues el 7 de Diciembre se produjo la entrada de Japón en la guerra, seguida el 11 de Diciembre por la declaración de guerra de Alemania a Estados Unidos. Nuestros soldados se asombraron al ver que Hitler declaraba la guerra a los Estados Unidos sin que Japón la declarase a su vez a la Unión Soviética, lo cual permitió que las fuerzas rusas del Extremo Oriente fueran utilizadas contra los alemanes, trayéndolas a nuestros frentes en trenes que se sucedían sin descanso. La consecuencia de esta extraña política no fue un alivio, sino un agravamiento de nuestra situación, cuyo alcance era difícil de calcular. La guerra, cada vez, iba haciéndose más «total». El potencial económico y militar de la mayor parte del globo se coaligaba contra Alemania y sus débiles aliados.
Pero volvamos a Tula. Durante los días siguientes, el 24º cuerpo blindado consiguió efectuar un ordenado repliegue ante el enemigo; mientras que, desde Kachira, se ejercía una fuerte presión sobre las tropas alemanas. Al mismo tiempo, un ataque inesperado de los rusos la noche del 7 al 8 de Diciembre arrebataba Mikhailov al 47º cuerpo blindado, infligiéndole elevadas pérdidas. A nuestra derecha, el adversario avanzó hacia Livny y se fortificó ante Yefremov. Una carta del 8 de Diciembre refleja lo que yo pensaba entonces: «Nos encontramos ante una triste situación: el mando supremo ha tirado demasiado de la cuerda porque no quiso creer en el descenso del poder combativo de la tropa; ha formulado sin cesar nuevas exigencias sin tomar medidas contra los rigores del invierno, y ahora se encuentra sorprendido por el frío ruso, que llega a 35º bajo cero. Nuestras fuerzas no han sido capaces de rematar con una victoria la ofensiva contra Moscú, y así fue como el 5 de Diciembre, con el ánimo afligido, tomé la decisión de interrumpir un combate que a nada conducía, retirándome a una línea bastante corta, previamente elegida; con las fuerzas que tengo no aspiro a más que a mantenerla. Los rusos nos acosan de manera incesante y tenemos que prever toda clase de penosos incidentes. Las pérdidas, sobre todo por enfermedad y congelación, fueron considerables, aunque haya esperanzas de alguna recuperación cuando las unidades puedan tomarse algún descanso. Los daños causados por el frío en los vehículos y en los cañones sobrepasan todo lo previsto. Utilizamos trineos como recurso provisional, pero los servicios que prestan son pequeños. Hemos logrado conservar nuestros tanques. Pero, ¿cuánto tiempo seguirán funcionando con este frío? Jamás hubiera creído que en dos meses cambiase hasta este punto una situación tan brillante. Si se hubiese tomado a tiempo la decisión de interrumpir la ofensiva y de instalarse cómodamente durante el invierno en una línea adecuada para la defensa, nada peligroso podía acontecer. Por espacio de meses, todo será ahora un interrogante. No me inquieta mi propia suerte, me inquieta mucho la de nuestra Alemania; temo por ella».
El 13 de Diciembre, el IIº ejército prosiguió su repliegue. Pero en estas condiciones no podía realizar su intención de mantenerse en la línea Stalinogorsk-Chatt-Upa, tanto más cuanto la XIª división no tenía ya la capacidad de resistencia indispensable para frenar a las fuerzas rusas de refresco. Hubo que continuar el movimiento de repliegue detrás de Plava. El IVº ejército que estaba a nuestra izquierda, y los grupos de tanques 3º y 4º, no pudieron tampoco seguir manteniendo sus posiciones. El 14 de Diciembre hice llegar al Führer una descripción pesimista de la situación. Esperaba, al terminar el día, una llamada telefónica que me trajese su respuesta. Aquella tarde escribí: «A menudo paso la noche acostado, sin dormir, torturándome y preguntándome: ¿Qué más puedo hacer para aliviar a mis pobres soldados, obligados a permanecer a la intemperie sin protección contra este terrible frío? Es espantoso, inimaginable. Los miembros del O.K.H. y del O.K.W., que jamás han visto el frente, no pueden hacerse idea de estas condiciones de vida. No hacen más que cablegrafiar órdenes que no se pueden cumplir y denegar todas las peticiones que se les hacen». La respuesta telefónica que yo esperaba de Hitler llegó por la noche. Exhortaba a mantenerse firme, prohibía los movimientos de repliegue, prometía la llegada de un refuerzo -500 hombres si no me equivoco- por vía aérea. Tuvo que repetirme sus palabras porque se le oía muy mal. En vista de ello decidí, con autorización superior, trasladarme en avión al cuartel general del Führer y explicarle personalmente la situación de mi ejército., puesto que todos los informes telefónicos y escritos no habían surtido efecto. La entrevista fue fijada para el 20 de Diciembre. «Fraile, frailecito, emprendes un arduo camino». Mis camaradas me recordaron este estribillo de mi tierra cuando les comuniqué mi decisión de tomar el avión para ir a ver a Hitler. Sabía muy bien que no sería fácil convencer al Führer. Pero en aquella época todavía tenía confianza en nuestro jefe supremo; creía que haría caso de razonamientos sensatos si un general con experiencia del frente se los exponía.
El 20 de Diciembre, a eso de las 15,30 hs., aterricé en el aeródromo de Rastenburg. Mi conversación con Hitler duró cinco horas, con dos cortas interrupciones de una media hora para cenar y para la exhibición del noticiario cinematográfico que el Führer no dejaba de ver nunca. A las 18,00 hs. fui recibido por Hitler en presencia de Keitel, Schmundt y otros altos jefes. Ni el jefe del Alto Estado Mayor ni ningún representante del O.K.H. tomaron parte en esta conferencia con el nuevo comandante en jefe de las fuerzas terrestres (Hitler había asumido el puesto al despedir al mariscal von Brauchitsch). Igual que el 23 de Agosto de 1941, volví a encontrarme solo frente a la camarilla del O.K.W. Mientras Hitler se adelantaba para saludarme, observé por vez primera que clavaba en mí una mirada hostil. Esto me despertó el convencimiento de que lo habían predispuesto en mi contra. La oscuridad del pequeño aposento aumentó mi desazón. La conferencia empezó exponiéndoles la situación. Después hablé de mi intención de replegar por etapas los dos ejércitos hacia la posición Zucha-Oka, ya que no quedaba otra alternativa si se quería conservar las tropas y mantenerse durante el invierno en posiciones estables. Mi sorpresa fue grande al oír a Hitler exclamar con violencia: «¡No; lo prohíbo terminantemente!».
-Es preciso incrustarse en el suelo y defender cada metro de terreno- dijo Hitler.
-No es posible incrustarse en todas partes en el suelo –respondí-; está helado hasta un metro o metro y medio de profundidad, y nuestras deficientes herramientas de campaña no nos permiten ya excavar trincheras-
-Abran hoyos en el suelo con la artillería pesada. Es lo que hacíamos en Flandes durante la primera guerra- replicó el Führer.
-En la primera guerra –rebatí- nuestras divisiones ocupaban en Flandes sectores de cuatro a seis kilómetros de ancho, y los defendían con dos o tres grupos de cañones pesados y abundancia de municiones. Mis divisiones tienen que defender frentes de 20 a 40 kilómetros y yo tengo cuatro cañones pesados por división, dotados de 50 disparos por cañón. Jamás hubo en Flandes temperaturas tan bajas como las que soportamos. Además, necesito municiones para rechazar a los rusos. Ni siquiera podemos ya clavar postes en el suelo para instalar nuestras líneas telefónicas; tenemos que abrir los hoyos a fuerza de explosivos. ¿De dónde sacaríamos explosivos suficientes para construir una posición de semejante extensión?-
Pero Hitler reiteró su orden: resistir donde nos encontrábamos.
-Eso significa pasar a la guerra de posiciones en un terreno inadecuado, como en el frente occidental durante la primera guerra –le advertí-. En ese caso sufriremos las mismas batallas de desgaste y las mismas pérdidas enormes que en aquella época, sin obtener un resultado decisivo. Siguiendo esa táctica este invierno, sacrificaremos a la flor y nata de nuestros oficiales y suboficiales, con sus reservas; este sacrificio será estéril y, por lo demás, no podremos compensarlo-
-¿Cree usted que los granaderos de Federico el Grande morían por capricho? –preguntó Hitler-. También ellos querían vivir y, sin embargo, el rey podía pedirles el sacrificio de sus vidas. Considero que yo también tengo derecho a exigir el mismo sacrificio a todos los soldados alemanes-
-El soldado alemán –respondí- sabe que, en tiempo de guerra, debe poner su vida a disposición de su patria y, verdaderamente, lo ha demostrado hasta ahora. Pero no debe exigírsele este sacrificio sino en caso de absoluta necesidad. Le ruego que piense que la intensidad del frío nos ha costado doble número de bajas que el fuego enemigo. Quien ha visto los hospitales llenos de hombres congelados sabe lo que eso significa-
-Me consta –dijo Hitler- que ha trabajado usted mucho y ha convivido con la tropa. Lo reconozco. Pero ve las cosas demasiado cerca. Le impresionan demasiado los sufrimientos del soldado y siente demasiada compasión por él. Necesitaría alejarse un poco para ver la perspectiva. Créame: de lejos se ven las cosas con mayor precisión-
-Mi deber –señalé- es aminorar cuanto pueda los sufrimientos de mis soldados. Pero esto es muy difícil cuando los hombres no tienen ropa de invierno, y casi toda la infantería lleva aún pantalones de verano-
-No es cierto –gritó Hitler encolerizándose-. El jefe de la intendencia me ha dicho que el equipo de invierno ha sido enviado-
-Enviado, sí -respondí-; pero no ha llegado todavía. Sigo con precisión su ruta. Desde hace varias semanas se encuentra en la estación de Varsovia; está allí parado porque faltan locomotoras y las vías férreas se hallan embotelladas-
Se llamó al jefe de la intendencia, quien se vio obligado a confirmar mi relato. La campaña para el aprovisionamiento de ropas que hizo Goebbels en la Navidad de 1941 fue consecuencia de esta conversación. Pero el producto de esta colecta no llegó a manos de los soldados alemanes durante el invierno 1941-1942. Luego tocamos la cuestión de los efectivos de las unidades de combate y de los servicios. A causa de los numerosos vehículos inutilizados por los barrizales de otoño, y después por los grandes fríos, el parque de transporte para el abastecimiento era insuficiente tanto en las unidades como en los servicios de retaguardia. Como los vehículos perdidos no eran reemplazados, la tropa tenía que arreglárselas con los medios del país. Estos consistían en carros de campesinos y en trineos de capacidad muy reducida; para reemplazar a los camiones que faltaban había que utilizar un elevado número de estos vehículos que, además, requerían demasiados hombres. Hitler exigió entonces la reducción implacable de los efectivos, muy numerosos a su parecer, de las unidades de abastecimiento y del parque móvil, a fin de recuperar fusiles para el frente. Ni que decir tiene que ya se había procedido a ello, hasta donde era posible, sin poner en peligro el abastecimiento. Para reducirlos aún más sería preciso mejorar todos los medios de abastecimiento en general y las comunicaciones ferroviarias en particular. Resultó penoso hacerle comprender a Hitler esta perogrullada. Durante la cena, sentado junto al Führer, aproveché la ocasión para darle detalles de la vida en el frente. Pero estos relatos no surtieron el efecto que yo esperaba. A Hitler, lo mismo que a su camarilla, le parecían exagerados. Por esta razón propuse, cuando se reanudó la conferencia después de cenar, transferir al O.K.W. y al O.K.H. a oficiales de estado mayor que hubiesen experimentado la guerra en el propio frente. –La reacción de los miembros del O.K.W. –dije- me ha dado la impresión de que nuestras comunicaciones y nuestros informes no son bien comprendidos y que, por consiguiente, no le son correctamente presentados. Me parece, pues, necesario trasladar a los puestos de estado mayor del O.K.H. y del O.K.W. a oficiales que tengan experiencia en el frente. Decídase a proceder a un relevo de la guardia. Aquí, en la cumbre, hay oficiales que forman parte de uno de los dos estados mayores desde el principio de la guerra, hace ya dos años por consiguiente, y que nunca han visto el frente. Esta guerra es tan diferente de la anterior que no vale de nada haber servido en la de 1914-
Me había metido en un avispero.
-¡No es ahora el momento oportuno para separarme de mis consejeros!- replicó Hitler con indignación.
-No tiene necesidad de separarse de sus ayudantes personales; no se trata de eso –aclaré-. Lo que importa, en cambio, es destinar a los puestos clave de los estados mayores a oficiales que tengan una experiencia reciente del frente y, sobre todo, de las campañas de invierno-
Esta petición fue también rechazada secamente. Todas mis proposiciones acababan en un total fracaso. Cuando abandonaba la sala de conferencia, Hitler dijo a Keitel: «No he convencido a ese hombre». Así se consumó entre nosotros una ruptura que ya no fue posible reparar.
El 21 de Diciembre regresé a Orel para redactar y difundir las órdenes que debían ajustarse a las intenciones de Hitler. El 24 de Diciembre, el IIº ejército perdió Livny. La noche del 24 al 25 de Diciembre perdimos Chern a consecuencia de un ataque envolvente del enemigo. El éxito de los rusos nos sorprendió por su amplitud. Di inmediatamente cuenta de este desgraciado incidente al grupo de ejércitos. El mariscal von Kluge me hizo los más vivos reproches y aquella misma noche tuvimos una violenta discusión; me acusó de haberle transmitido un informe falso y colgó el teléfono diciendo: «Daré un informe al Führer sobre usted». Esta vez se había colmado la medida. Dije al jefe de Estado Mayor del grupo de ejércitos que pedía ser relevado de mi mando y transmití inmediatamente por telégrafo esta decisión. El mariscal von Kluge se me había adelantado en el O.K.H. pidiendo mi relevo, que fue, en efecto, dispuesto por Hitler; la orden me llegó el 26 de Diciembre, por la mañana, juntamente con mi traslado a la reserva de mando del O.K.H. Mi sucesor era el general Rudolf Schmidt, que mandaba el IIº ejército.
Fuente: Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial.
por el General Heinz Guderian
Autor del libro Achtung, Panzer! donde deja establecidos los principios de lo que fue la «blitzkrieg» (guerra relámpago), el General Heinz Guderian, a la cabeza de sus panzers, había sido el principal artífice de las victorias alemanas en Polonia y en Francia. Estas páginas fueron traducidas y extraídas de su libro de memorias, Erinnerungen Eines Soldaten, publicado en 1954, en donde evoca la fulgurante ofensiva de sus tanques al comienzo de la Operación Barbarroja. Pero demuestra también cuál fue su drama de conciencia cuando estimó que su deber era oponerse a las órdenes de Hitler y de los jefes nazis.
El 14 de Junio, Hitler reunió a sus generales en Berlín a fin de exponerles sus motivos para atacar a Rusia. Dada la imposibilidad de derrotar a Inglaterra, dijo en sustancia, tenía que triunfar en el continente; ahora bien, las posiciones alemanas en Europa no serían inexpugnables hasta que Rusia fuese aplastada…Estas justificaciones de la guerra preventiva contra Rusia no eran convincentes. Mientras la lucha prosiguiese en el oeste, toda nueva empresa militar equivaldría a abrir la guerra en dos frentes. En 1914, esta misma situación había conducido a la derrota, y la Alemania de Adolf Hitler no parecía mejor armada que la del Kaiser. De ahí que la asamblea acogiese sin comentarios el discurso de Hitler, en medio de una atmósfera muy tensa. Ningún intercambio de opiniones se produjo y nos separamos en silencio.
Antes de describir los acontecimientos, lancemos una breve ojeada sobre la situación de conjunto del ejército alemán al comienzo de esta decisiva campaña a Rusia. Según los informes de que disponía, las 205 divisiones alemanas se distribuían, el 22 de Junio de 1941, de la manera siguiente: en el oeste habían quedado 38 divisiones, 12 se hallaban en Noruega, una en Dinamarca, 7 en los Balcanes, 2 en Libia; así, pues, 145 divisiones se encontraban disponibles para la campaña del Este. Esta división de las fuerzas demostraba un lamentable desmenuzamiento de su poder. La cifra de 38 divisiones para el oeste, más 12 para Noruega, parecía exagerada. Además, la campaña de los Balcanes tuvo como consecuencia demorar el ataque a Rusia.
Pero la subestimación del adversario ruso tuvo un efecto aún más grave. Los informes del ejército, sobre todo los del general Koestring, nuestro excelente agregado militar en Moscú, sobre la potencia militar del gigantesco imperio soviético, encontraron tan poco eco en Hitler, como los informes sobre la capacidad de producción industrial o la solidez de la cohesión interna del régimen. En cambio, Hitler había logrado transmitir su optimismo irracional a su camarilla militar, y el O.K.W. (Oberkommando der Wehrmacht) y el O.K.H (Oberkommando der Heeres), convencidos de que la campaña habría terminado antes del comienzo del invierno, no habían previsto el equipo apropiado, en el ejército de tierra, más que para un hombre de cada cinco. Hasta el 30 de Agosto de 1941, el O.K.H. no se ocupó seriamente de dotar con este equipo a las unidades más importantes. No puedo en modo alguno admitir una afirmación que se oye ahora de vez en cuando: «Hitler fue el único culpable de que faltase ropa de invierno a las fuerzas terrestres en 1941». La Luftwaffe y las Waffen S.S. se hallaban, en efecto, ampliamente provistas y habían recibido estos equipos a su debido tiempo. Pero el mando supremo soñaba con vencer militarmente a Rusia en una ocho o diez semanas y provocar después el derrumbamiento político. Tan firmemente confiaba en este proyecto quimérico que, ya en 1941, se operó la reconversión de la industria que trabajaba para el ejército de tierra hacia otros sectores de la economía. Inclusive se pensó en volver a traer a Alemania, al comienzo del invierno, de 60 a 80 divisiones del este, con el convencimiento de que el resto de las fuerzas bastaría para contener a Rusia durante la estación invernal; en cuanto a las tropas que quedasen en Rusia, al terminar las operaciones de otoño, se pretendía que invernasen en buenos acantonamientos, en una línea de apoyo. Todo parecía muy sencillo y regulado a las mil maravillas. Se rechazaron las objeciones con optimismo. La narración de los acontecimientos demuestra cuán alejados de la dura realidad estaban estos proyectos.
Mencionaremos aún otro asunto que, más adelante, fue muy perjudicial para el prestigio alemán. Poco antes del comienzo de las hostilidades, una orden del O.K.W. sobre el trato que debía darse a las poblaciones civiles y a los prisioneros de guerra en Rusia, fue transmitida directamente a los cuerpos de ejército. Con arreglo a estas disposiciones, ya no era obligatorio aplicar el código de justicia militar para sancionar las crueldades cometidas contra la población civil y los prisioneros de guerra, sino que cada caso debería someterse a la apreciación de los superiores. Esta orden podía perjudicar gravemente la disciplina. Prohibí divulgarla entre mis divisiones y ordené su devolución a Berlín. Otra orden, igualmente injusta, disponía la ejecución inmediata de los comisarios políticos, es decir, de los miembros del partido comunista destacados cerca de los jefes militares capturados. Si bien, al parecer, fue recibida en el grupo de ejércitos del centro, jamás llegó a conocimiento de mis unidades. Retrospectivamente, no puede menos que lamentarse que estas órdenes no hubiesen sido anuladas por el O.K.W. o el O.K.H., evitando el desprestigio del buen nombre alemán y los amargos sufrimientos de soldados irreprochables. Poco importaba que los rusos se hubiesen o no adherido a los convenios de La Haya o que hubiesen reconocido o no la Convención de Ginebra; los soldados alemanes debían ajustar su actitud a estas prescripciones internacionales y a los imperativos de su fe cristiana. Aún sin estas órdenes excesivas, ya la guerra pesaba abrumadoramente sobre la población civil rusa, la cual tenía tan poca responsabilidad como la nuestra en el desencadenamiento de las hostilidades.
Así pues, el 22 de Junio, las tropas alemanas cruzaron la frontera. En unas cuantas semanas realizaron un enorme avance. En el centro, Smolensk fue tomada en el transcurso del mes de Julio. Moscú sólo se encontraba a 300 kilómetros. Al norte, los ejércitos marchaban a buen paso hacia Leningrado, mientras que al sur amenazaban a Kiev. El 23 de Agosto fui citado a una conferencia en el grupo de ejércitos. El jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, general Halder, asistió a ella. Me comunicó que, de ahora en adelante, Hitler estaba decidido a renunciar a las operaciones previstas tanto hacia Leningrado como en dirección a Moscú; quería apoderarse en primer término de Ucrania y de Crimea. Se discutió largamente sobre la manera de modificar «la inquebrantable decisión» de Hitler. Considerábamos unánimemente que la solución, adoptada ya irrevocablemente, de dirigir nuestro esfuerzo en dirección a Kiev, nos llevaría inevitablemente a una campaña de invierno y provocaría las complicaciones que el O.K.H. tenía poderosas razones para evitar.
Después de largas y estériles discusiones, el mariscal von Bock propuso que yo acompañase al general Halder al cuartel general del Führer, para exponerle nuestra posición. Como yo venía directamente del frente, creí que mis argumentos tendrían más peso y podría lograr que se nos permitiese hacer un último ataque contra Moscú. Se aceptó el proyecto, partimos a media tarde y, a la hora del crepúsculo, aterrizamos en el aeródromo de Loetzen, en Prusia Oriental. Fui a ver a Hitler. Ante un vasto auditorio del que formaban parte Keitel, Jodl, Schmundt y otros generales del O.K.W., pero, desgraciadamente, ningún representante de las fuerzas terrestres. Hice una exposición de la situación de mi panzergruppe, de su estado y de la configuración del terreno. Cuando terminé, Hitler me preguntó:
-¿Después de lo que acaban de hacer, considera usted aún capaces a sus unidades de realizar un gran esfuerzo?-
-Sí, siempre que se fije a las tropas un objetivo cuya importancia pueda ser comprendida por cualquier soldado- respondí.
-Evidentemente, piensa usted en Moscú- replicó Hitler.
-Sí- dije. –Puesto que ha abordado el tema, permítame que le explique mis razones-
Hitler consintió en ello. Le expuse detalladamente los motivos a favor de la prosecución de las operaciones hacia Moscú y en contra de la marcha sobre Kiev. Expliqué que, desde el punto de vista militar, lo más importante era destruir las fuerzas combatientes del enemigo, ya muy debilitadas en los últimos encuentros. Describí la importancia geográfica de la capital de Rusia. A diferencia de París para Francia, Moscú no era solamente el centro de la red de transportes, de transmisiones y el corazón político del país, sino también una importante zona industrial; su caída causaría una inmensa impresión tanto en el pueblo ruso como en el mundo. Hablé de la moral de la tropa que sólo esperaba la orden de marchar sobre Moscú y se había preparado con entusiasmo para ello. Traté de demostrar que, una vez iniciado el ataque en la dirección decisiva, los territorios de Ucrania, tan importantes desde el punto de vista económico, caerían como fruta madura en nuestro poder, pues los desplazamientos de norte a sur de los rusos se complicarían notablemente a causa de la desorganización que la toma de Moscú causaría en sus comunicaciones. Describí el estado de las carreteras en el sector de ofensiva que me había sido asignado y las dificultades de abastecimiento, que aumentarían de día en día en el caso de avanzar hacia Ucrania. Mencioné, en fin, los graves problemas que suscitaría una demora de las operaciones. Si estas tenían que proseguir durante el período de mal tiempo, sería entonces demasiado tarde para llevar a cabo los proyectos del Estado Mayor y asestar el golpe definitivo sobre Moscú antes de terminar el año 1941.
Hitler me dejó hablar sin interrumpirme ni una sola vez. Después tomó la palabra y explicó con todo detalle por qué había preferido adoptar otra decisión. Las materias primas y la base de abastecimiento de Ucrania, explicó en particular, eran de vital necesidad para proseguir la guerra. A partir de ahí, continuó subrayando la importancia de Crimea, «portaaviones natural que podía servir a la Unión Soviética para lanzarse sobre el petróleo rumano». Había que eliminarla de la partida. Por primera vez oí la frase: «Mis generales no entienden nada de la economía de guerra». También por primera vez fui testigo de una escena que iba a repetirse muy a menudo: todos los presentes aprobaban cada frase de Hitler, y yo me encontré solo frente a él. Ante el bloque compacto de la O.K.W., contradiciéndome, renuncié a luchar aquel día, pues en esa época todavía creía que nadie podía permitirse hacer una escena violenta al jefe supremo de Reich en presencia de su camarilla. Era más de medianoche cuando regresé a mi alojamiento. El 24 por la mañana fui a ver al general Halder y le informé del fracaso de la última tentativa por hacer cambiar de opinión a Hitler.
Con arreglo a las órdenes del Führer, la batalla de Kiev se entabló el 25 de Agosto. Los combates terminaron victoriosamente el 26 de Septiembre. Los rusos capitularon. La cifra de prisioneros se elevó a 665.000 hombres. El general en jefe del frente sudoeste y su jefe de estado mayor perecieron en los últimos encuentros intentando perforar nuestro frente. El general que mandaba el Vº ejército fue hecho prisionero. Tuve con él una conversación interesante:
-¿Cuándo se enteró usted de que mis tanques se desplegaban a su espalda?- pregunté.
-Hacia el 8 de Septiembre- respondió.
-¿Por qué no evacuó Kiev en aquel momento?- insistí.
-Habíamos recibido la orden de evacuar y retirarnos hacia el este, y ya nos disponíamos a cumplirla, cuando una contraorden nos obligó a defender Kiev a toda costa-
La ejecución de la contraorden tuvo como consecuencia el aniquilamiento de aquel grupo de ejércitos. Nos asombramos de semejante intervención. El enemigo no volvió a repetirla. Pero nosotros padecimos, desgraciadamente, las peores intromisiones del mismo orden. Sin duda esta victoria representaba un gran éxito táctico, pero era dudoso que produjese consecuencias estratégicas de importancia. Eso dependía de una cosa: ¿lograrían los alemanes obtener resultados decisivos antes del invierno, e inclusive antes de que, ya entrado el otoño, la tierra se convirtiera en un barrizal? Desde luego, ya había sido preciso renunciar al ataque proyectado para estrechar el cerco de Leningrado. Sin embargo, el O.K.H. creía que el adversario no estaba ya en condiciones de oponer al grupo de ejércitos del sur un frente de defensa coherente y capaz de ofrecer una seria resistencia. Con aquel grupo de ejércitos podría, pues, conquistar la cuenca del Donetz y llegar al Don antes del invierno. Pero Moscú era el punto donde había que asestar el golpe principal con el grupo de ejércitos del centro reforzado. ¿Tendríamos tiempo para ello?
La ofensiva sobre Orel-Briansk constituía una fase preliminar del ataque a Moscú. Una vez más concluyó victoriosamente la batalla, pero ¿tendríamos fuerza para proseguir el ataque y explotar la victoria? Esta era la interrogación más grave que la guerra había planteado hasta entonces al mando supremo. Mientras las operaciones de invierno proseguían de este modo, nos preocupábamos de alimentar a Alemania, a nuestros ejércitos y a la población civil rusa. Después de las abundantes cosechas del otoño de 1941, se encontraba en todo el país gran cantidad de cereales panificables. Tampoco había escasez de ganado para el matadero. Las necesidades de las tropas fueron cubiertas y como el lamentable estado de las vías férreas, hasta la primavera de 1942, impedía al IIº ejército blindado enviar estos productos a Alemania, se entregaron a la población, especialmente a la de Orel. Algunas fábricas de esta ciudad, cuya maquinaria no pudo ser evacuada por los rusos, se pusieron de nuevo en servicio para cubrir las necesidades del ejército y dar trabajo y pan a la población civil. Esto sucedió con una fábrica de hojalata y con talleres que trabajaban el cuero y el fieltro para la fabricación de calzado. En cuanto al estado de ánimo de la población rusa, se refleja en una conversación que sostuve en Orel, durante ese período, con un viejo general zarista. «Si ustedes hubieran venido hace veinte años» me dijo «les habríamos acogido con entusiasmo. Pero ahora es demasiado tarde. Llegan ustedes cuando empezábamos a revivir y nos hacen retroceder veinte años atrás; tenemos que rehacerlo todo desde el principio. Ahora combatimos por Rusia y estamos todos unidos en la lucha». Además, cuando los comisarios del Reich, todos ellos funcionarios nazis, reemplazaron a la administración militar, se las arreglaron para matar en poco tiempo toda posible simpatía por los alemanes y preparar así la plaga de los guerrilleros.
Habíamos instalado nuestro puesto de mando avanzado en Yasnaia Poliana, la célebre finca de Tolstoi, y allí me trasladé el 2 de Diciembre. Se encuentra a siete kilómetros al sur de Tula. La propiedad constaba de dos edificios: el «castillo», que fue dejado para uso exclusivo de la familia Tolstoi, y el museo, donde nosotros nos instalamos. Todos los muebles y los libros, que habían pertenecido al gran escritor, se guardaron en dos habitaciones, cuyas puertas se sellaron. Amueblamos nuestras habitaciones con muebles sencillos, construidos por nuestros hombres con toscas tablas. La leña del bosque vecino suministraba la calefacción. No se quemó ningún mueble, y ningún libro ni manuscrito fue dañado. Todo cuanto han dicho los rusos a este respecto después de la guerra es falso. Fui a ver la tumba de Tolstoi. Se hallaba en buen estado. Ningún soldado alemán la tocó. Y así estuvo hasta el momento en que abandonamos la propiedad. Desgraciadamente, la propaganda rusa de una posguerra rencorosa no ha vacilado en tergiversar tendenciosamente la verdad para probar nuestra pretendida barbarie. Todavía viven muchos testigos que pueden confirmar mi descripción. ¡En cambio los rusos habían minado concienzudamente los alrededores de la tumba de su gran escritor!
El 2 de Diciembre, las divisiones panzer 3ª y 4ª abrieron una brecha en las posiciones avanzadas del enemigo. El ataque los sorprendió. Prosiguió, el 3 de Diciembre, con violenta nevada y fuerte viento. El hielo en los caminos dificultaba los movimientos. La 4ª división panzer voló la vía férrea Tula-Moscú y se apoderó de seis cañones; llego por fin a la carretera Tula-Serpukhov pero la falta de carburante y el agotamiento de los hombres la obligaron a detenerse. El enemigo pudo zafarse hacia el norte. La situación seguía siendo tensa. Se desarrollaron combates encarnizados en la zona de los bosques, al este de Tula, el 4 de Diciembre. Se progresó muy poco en la jornada. El termómetro descendió hasta -35º y el reconocimiento aéreo descubrió un poderoso grupo enemigo que se encaminaba hacia el sur de Kachira. Una fuerte protección de cazas rusos nos impidió observarla desde más cerca. Como esta presencia amenazaba mis flancos y mi retaguardia, y como mis fuerzas no podían maniobrar con una temperatura anormalmente baja de -50º, en la noche del 5 al 6 de Diciembre decidí, por primera vez desde el comienzo de esta guerra, detener el ataque –un ataque llevado aisladamente- e hice retroceder a mi vanguardia para ponerla a la defensiva en la línea general Alto Don-Chatt-Upa. Aquella misma noche informé telefónicamente a mi superior, el mariscal von Bock. Me preguntó: «¿Dónde se encuentra su puesto de mando?». Me creía en Orel, alejado de las operaciones. Los generales de panzers no deben alejarse del campo de batalla, y yo me encontraba lo bastante cerca, tanto del frente como de mis soldados, de modo de tener una opinión sólidamente fundada. Nuestra ofensiva contra Moscú había fracasado. Los esfuerzos y los sacrificios de la tropa habían sido vanos. Acabábamos de sufrir una grave derrota que, por la obstinación del alto mando, iba a ser fatal en las semanas próximas. En la lejana Prusia Oriental, los jefes del O.K.H. y del O.K.W. no podían hacerse la menor idea, pese a los informes, de la verdadera situación de sus tropas en esta guerra invernal. Tal desconocimiento los condujo a exigir sin cesar desmesurados esfuerzos imposibles de llevar a cabo. Para restablecer la situación en pocos meses, lo mejor habría sido replegarnos, a su debido tiempo y con amplitud suficiente, a posiciones fortificadas, en un lugar donde la configuración del terreno nos favoreciese. En el sector del IIº ejército blindado, la posición de Zucha-Oka, fortificada en Octubre, parecía la más indicada. Pero Hitler no se decidía a aceptar esta solución. Además de su habitual testarudez, ¿representó la política exterior un papel importante en las decisiones que se tomaron por aquellos días? Nunca lo supe. Pero me inclino a creerlo, pues el 7 de Diciembre se produjo la entrada de Japón en la guerra, seguida el 11 de Diciembre por la declaración de guerra de Alemania a Estados Unidos. Nuestros soldados se asombraron al ver que Hitler declaraba la guerra a los Estados Unidos sin que Japón la declarase a su vez a la Unión Soviética, lo cual permitió que las fuerzas rusas del Extremo Oriente fueran utilizadas contra los alemanes, trayéndolas a nuestros frentes en trenes que se sucedían sin descanso. La consecuencia de esta extraña política no fue un alivio, sino un agravamiento de nuestra situación, cuyo alcance era difícil de calcular. La guerra, cada vez, iba haciéndose más «total». El potencial económico y militar de la mayor parte del globo se coaligaba contra Alemania y sus débiles aliados.
Pero volvamos a Tula. Durante los días siguientes, el 24º cuerpo blindado consiguió efectuar un ordenado repliegue ante el enemigo; mientras que, desde Kachira, se ejercía una fuerte presión sobre las tropas alemanas. Al mismo tiempo, un ataque inesperado de los rusos la noche del 7 al 8 de Diciembre arrebataba Mikhailov al 47º cuerpo blindado, infligiéndole elevadas pérdidas. A nuestra derecha, el adversario avanzó hacia Livny y se fortificó ante Yefremov. Una carta del 8 de Diciembre refleja lo que yo pensaba entonces: «Nos encontramos ante una triste situación: el mando supremo ha tirado demasiado de la cuerda porque no quiso creer en el descenso del poder combativo de la tropa; ha formulado sin cesar nuevas exigencias sin tomar medidas contra los rigores del invierno, y ahora se encuentra sorprendido por el frío ruso, que llega a 35º bajo cero. Nuestras fuerzas no han sido capaces de rematar con una victoria la ofensiva contra Moscú, y así fue como el 5 de Diciembre, con el ánimo afligido, tomé la decisión de interrumpir un combate que a nada conducía, retirándome a una línea bastante corta, previamente elegida; con las fuerzas que tengo no aspiro a más que a mantenerla. Los rusos nos acosan de manera incesante y tenemos que prever toda clase de penosos incidentes. Las pérdidas, sobre todo por enfermedad y congelación, fueron considerables, aunque haya esperanzas de alguna recuperación cuando las unidades puedan tomarse algún descanso. Los daños causados por el frío en los vehículos y en los cañones sobrepasan todo lo previsto. Utilizamos trineos como recurso provisional, pero los servicios que prestan son pequeños. Hemos logrado conservar nuestros tanques. Pero, ¿cuánto tiempo seguirán funcionando con este frío? Jamás hubiera creído que en dos meses cambiase hasta este punto una situación tan brillante. Si se hubiese tomado a tiempo la decisión de interrumpir la ofensiva y de instalarse cómodamente durante el invierno en una línea adecuada para la defensa, nada peligroso podía acontecer. Por espacio de meses, todo será ahora un interrogante. No me inquieta mi propia suerte, me inquieta mucho la de nuestra Alemania; temo por ella».
El 13 de Diciembre, el IIº ejército prosiguió su repliegue. Pero en estas condiciones no podía realizar su intención de mantenerse en la línea Stalinogorsk-Chatt-Upa, tanto más cuanto la XIª división no tenía ya la capacidad de resistencia indispensable para frenar a las fuerzas rusas de refresco. Hubo que continuar el movimiento de repliegue detrás de Plava. El IVº ejército que estaba a nuestra izquierda, y los grupos de tanques 3º y 4º, no pudieron tampoco seguir manteniendo sus posiciones. El 14 de Diciembre hice llegar al Führer una descripción pesimista de la situación. Esperaba, al terminar el día, una llamada telefónica que me trajese su respuesta. Aquella tarde escribí: «A menudo paso la noche acostado, sin dormir, torturándome y preguntándome: ¿Qué más puedo hacer para aliviar a mis pobres soldados, obligados a permanecer a la intemperie sin protección contra este terrible frío? Es espantoso, inimaginable. Los miembros del O.K.H. y del O.K.W., que jamás han visto el frente, no pueden hacerse idea de estas condiciones de vida. No hacen más que cablegrafiar órdenes que no se pueden cumplir y denegar todas las peticiones que se les hacen». La respuesta telefónica que yo esperaba de Hitler llegó por la noche. Exhortaba a mantenerse firme, prohibía los movimientos de repliegue, prometía la llegada de un refuerzo -500 hombres si no me equivoco- por vía aérea. Tuvo que repetirme sus palabras porque se le oía muy mal. En vista de ello decidí, con autorización superior, trasladarme en avión al cuartel general del Führer y explicarle personalmente la situación de mi ejército., puesto que todos los informes telefónicos y escritos no habían surtido efecto. La entrevista fue fijada para el 20 de Diciembre. «Fraile, frailecito, emprendes un arduo camino». Mis camaradas me recordaron este estribillo de mi tierra cuando les comuniqué mi decisión de tomar el avión para ir a ver a Hitler. Sabía muy bien que no sería fácil convencer al Führer. Pero en aquella época todavía tenía confianza en nuestro jefe supremo; creía que haría caso de razonamientos sensatos si un general con experiencia del frente se los exponía.
El 20 de Diciembre, a eso de las 15,30 hs., aterricé en el aeródromo de Rastenburg. Mi conversación con Hitler duró cinco horas, con dos cortas interrupciones de una media hora para cenar y para la exhibición del noticiario cinematográfico que el Führer no dejaba de ver nunca. A las 18,00 hs. fui recibido por Hitler en presencia de Keitel, Schmundt y otros altos jefes. Ni el jefe del Alto Estado Mayor ni ningún representante del O.K.H. tomaron parte en esta conferencia con el nuevo comandante en jefe de las fuerzas terrestres (Hitler había asumido el puesto al despedir al mariscal von Brauchitsch). Igual que el 23 de Agosto de 1941, volví a encontrarme solo frente a la camarilla del O.K.W. Mientras Hitler se adelantaba para saludarme, observé por vez primera que clavaba en mí una mirada hostil. Esto me despertó el convencimiento de que lo habían predispuesto en mi contra. La oscuridad del pequeño aposento aumentó mi desazón. La conferencia empezó exponiéndoles la situación. Después hablé de mi intención de replegar por etapas los dos ejércitos hacia la posición Zucha-Oka, ya que no quedaba otra alternativa si se quería conservar las tropas y mantenerse durante el invierno en posiciones estables. Mi sorpresa fue grande al oír a Hitler exclamar con violencia: «¡No; lo prohíbo terminantemente!».
-Es preciso incrustarse en el suelo y defender cada metro de terreno- dijo Hitler.
-No es posible incrustarse en todas partes en el suelo –respondí-; está helado hasta un metro o metro y medio de profundidad, y nuestras deficientes herramientas de campaña no nos permiten ya excavar trincheras-
-Abran hoyos en el suelo con la artillería pesada. Es lo que hacíamos en Flandes durante la primera guerra- replicó el Führer.
-En la primera guerra –rebatí- nuestras divisiones ocupaban en Flandes sectores de cuatro a seis kilómetros de ancho, y los defendían con dos o tres grupos de cañones pesados y abundancia de municiones. Mis divisiones tienen que defender frentes de 20 a 40 kilómetros y yo tengo cuatro cañones pesados por división, dotados de 50 disparos por cañón. Jamás hubo en Flandes temperaturas tan bajas como las que soportamos. Además, necesito municiones para rechazar a los rusos. Ni siquiera podemos ya clavar postes en el suelo para instalar nuestras líneas telefónicas; tenemos que abrir los hoyos a fuerza de explosivos. ¿De dónde sacaríamos explosivos suficientes para construir una posición de semejante extensión?-
Pero Hitler reiteró su orden: resistir donde nos encontrábamos.
-Eso significa pasar a la guerra de posiciones en un terreno inadecuado, como en el frente occidental durante la primera guerra –le advertí-. En ese caso sufriremos las mismas batallas de desgaste y las mismas pérdidas enormes que en aquella época, sin obtener un resultado decisivo. Siguiendo esa táctica este invierno, sacrificaremos a la flor y nata de nuestros oficiales y suboficiales, con sus reservas; este sacrificio será estéril y, por lo demás, no podremos compensarlo-
-¿Cree usted que los granaderos de Federico el Grande morían por capricho? –preguntó Hitler-. También ellos querían vivir y, sin embargo, el rey podía pedirles el sacrificio de sus vidas. Considero que yo también tengo derecho a exigir el mismo sacrificio a todos los soldados alemanes-
-El soldado alemán –respondí- sabe que, en tiempo de guerra, debe poner su vida a disposición de su patria y, verdaderamente, lo ha demostrado hasta ahora. Pero no debe exigírsele este sacrificio sino en caso de absoluta necesidad. Le ruego que piense que la intensidad del frío nos ha costado doble número de bajas que el fuego enemigo. Quien ha visto los hospitales llenos de hombres congelados sabe lo que eso significa-
-Me consta –dijo Hitler- que ha trabajado usted mucho y ha convivido con la tropa. Lo reconozco. Pero ve las cosas demasiado cerca. Le impresionan demasiado los sufrimientos del soldado y siente demasiada compasión por él. Necesitaría alejarse un poco para ver la perspectiva. Créame: de lejos se ven las cosas con mayor precisión-
-Mi deber –señalé- es aminorar cuanto pueda los sufrimientos de mis soldados. Pero esto es muy difícil cuando los hombres no tienen ropa de invierno, y casi toda la infantería lleva aún pantalones de verano-
-No es cierto –gritó Hitler encolerizándose-. El jefe de la intendencia me ha dicho que el equipo de invierno ha sido enviado-
-Enviado, sí -respondí-; pero no ha llegado todavía. Sigo con precisión su ruta. Desde hace varias semanas se encuentra en la estación de Varsovia; está allí parado porque faltan locomotoras y las vías férreas se hallan embotelladas-
Se llamó al jefe de la intendencia, quien se vio obligado a confirmar mi relato. La campaña para el aprovisionamiento de ropas que hizo Goebbels en la Navidad de 1941 fue consecuencia de esta conversación. Pero el producto de esta colecta no llegó a manos de los soldados alemanes durante el invierno 1941-1942. Luego tocamos la cuestión de los efectivos de las unidades de combate y de los servicios. A causa de los numerosos vehículos inutilizados por los barrizales de otoño, y después por los grandes fríos, el parque de transporte para el abastecimiento era insuficiente tanto en las unidades como en los servicios de retaguardia. Como los vehículos perdidos no eran reemplazados, la tropa tenía que arreglárselas con los medios del país. Estos consistían en carros de campesinos y en trineos de capacidad muy reducida; para reemplazar a los camiones que faltaban había que utilizar un elevado número de estos vehículos que, además, requerían demasiados hombres. Hitler exigió entonces la reducción implacable de los efectivos, muy numerosos a su parecer, de las unidades de abastecimiento y del parque móvil, a fin de recuperar fusiles para el frente. Ni que decir tiene que ya se había procedido a ello, hasta donde era posible, sin poner en peligro el abastecimiento. Para reducirlos aún más sería preciso mejorar todos los medios de abastecimiento en general y las comunicaciones ferroviarias en particular. Resultó penoso hacerle comprender a Hitler esta perogrullada. Durante la cena, sentado junto al Führer, aproveché la ocasión para darle detalles de la vida en el frente. Pero estos relatos no surtieron el efecto que yo esperaba. A Hitler, lo mismo que a su camarilla, le parecían exagerados. Por esta razón propuse, cuando se reanudó la conferencia después de cenar, transferir al O.K.W. y al O.K.H. a oficiales de estado mayor que hubiesen experimentado la guerra en el propio frente. –La reacción de los miembros del O.K.W. –dije- me ha dado la impresión de que nuestras comunicaciones y nuestros informes no son bien comprendidos y que, por consiguiente, no le son correctamente presentados. Me parece, pues, necesario trasladar a los puestos de estado mayor del O.K.H. y del O.K.W. a oficiales que tengan experiencia en el frente. Decídase a proceder a un relevo de la guardia. Aquí, en la cumbre, hay oficiales que forman parte de uno de los dos estados mayores desde el principio de la guerra, hace ya dos años por consiguiente, y que nunca han visto el frente. Esta guerra es tan diferente de la anterior que no vale de nada haber servido en la de 1914-
Me había metido en un avispero.
-¡No es ahora el momento oportuno para separarme de mis consejeros!- replicó Hitler con indignación.
-No tiene necesidad de separarse de sus ayudantes personales; no se trata de eso –aclaré-. Lo que importa, en cambio, es destinar a los puestos clave de los estados mayores a oficiales que tengan una experiencia reciente del frente y, sobre todo, de las campañas de invierno-
Esta petición fue también rechazada secamente. Todas mis proposiciones acababan en un total fracaso. Cuando abandonaba la sala de conferencia, Hitler dijo a Keitel: «No he convencido a ese hombre». Así se consumó entre nosotros una ruptura que ya no fue posible reparar.
El 21 de Diciembre regresé a Orel para redactar y difundir las órdenes que debían ajustarse a las intenciones de Hitler. El 24 de Diciembre, el IIº ejército perdió Livny. La noche del 24 al 25 de Diciembre perdimos Chern a consecuencia de un ataque envolvente del enemigo. El éxito de los rusos nos sorprendió por su amplitud. Di inmediatamente cuenta de este desgraciado incidente al grupo de ejércitos. El mariscal von Kluge me hizo los más vivos reproches y aquella misma noche tuvimos una violenta discusión; me acusó de haberle transmitido un informe falso y colgó el teléfono diciendo: «Daré un informe al Führer sobre usted». Esta vez se había colmado la medida. Dije al jefe de Estado Mayor del grupo de ejércitos que pedía ser relevado de mi mando y transmití inmediatamente por telégrafo esta decisión. El mariscal von Kluge se me había adelantado en el O.K.H. pidiendo mi relevo, que fue, en efecto, dispuesto por Hitler; la orden me llegó el 26 de Diciembre, por la mañana, juntamente con mi traslado a la reserva de mando del O.K.H. Mi sucesor era el general Rudolf Schmidt, que mandaba el IIº ejército.
Fuente: Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial.
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