lunes, 2 de julio de 2018

Conquista del Oeste: Olive Oatman, la cautiva

Cautiva americana





Olive Oatman, una pionera mormona de 13 años, viajó al oeste hacia Zion en 1851. En su camino, fue capturada por indios Yavapai que asesinaron a su familia y la convirtieron en su esclava. Ella vivió como esclava durante un año antes de ser intercambiada a los Mohave, quienes le tatuaron el rostro y la criaron como parte de su tribu. A pesar de que ella era feliz entre los Mohave, a los 19 años fue reinsertada a la sociedad blanca. Se hizo famosa al instante, pero el precio de su fama fue alto y el dolor de su infancia destruida duró toda la vida.

domingo, 1 de julio de 2018

PGM: Harold Duggan, un héroe irlandés argentino en las trincheras


El héroe argentino que sobrevivió a las trincheras de la Primera Guerra Mundial

La Nación

Debía ser la última guerra, la que iba a resolver todos los pleitos. Y sería breve. Los soldados rasos se despedían de sus novias, con besos apasionados, en los muelles del puerto y los andenes del tren. Los oficiales contaban con una victoria rápida, segura y aplastante. Y los políticos de las grandes capitales europeas, de París a Berlín y de Londres a Viena, soñaban con la rendición incondicional del enemigo, para dejar en claro quién era el más fuerte.

Pero se equivocaban. Miles, millones de jóvenes combatientes y civiles de todas las edades no volverían a ver la luz del día. Fueron arrastrados por el vértigo de un conflicto interminable, que arrasó en unos meses con las ingenuas previsiones trazadas en las salas de guerra.



Pasada la sorpresa, cuando ya estaban claros los tantos, el argentino Harold Duggan, de familia irlandesa, decidió dejarlo todo y entrar al conflicto enrolándose en el ejército británico. Las fuerzas alemanas avanzaban en Europa y no planeaban detenerse. Pero Harold, a sus 18 años, estaba entre quienes estaban dispuestos en demostrarles su error.


Harold Duggan, el segundo (de izquierda a derecha) en la fila de adelante, junto a otros oficiales del ejército británico Fuente: LA NACION - Crédito: Santiago Cichero/AFV

"Nunca habló con su familia sobre la guerra, no hubo bajada de línea a sus hijos de cómo fueron las cosas. Sólo estaban las cartas y algunas anécdotas", dijo a La Nación uno de sus nietos, Paul Duggan, que estudió a fondo esos años oscuros de trincheras, bombas y gases.

Paul quería saber quién era ese ancestro aventurero que de pronto, a los 18 años, dejó la seguridad de una carrera universitaria, en Londres, para saltar a los pozos infectos de las trincheras en el norte de Francia, convertidas en el hábitat natural de los soldados de los dos bandos.

Y así fue descubriendo cómo fue que Harold llegó a obtener esas tres grandes condecoraciones de las que se hablaba en la familia, de generación en generación, y que lo hicieron casi con seguridad el argentino más condecorado por el gobierno británico en esa guerra lejana: obtuvo dos veces la Military Cross y una la Distinguished Service Order.


Paul Duggan, nieto de Harold, con algunas de las medallas con las que fue condecorado Fuente: LA NACION - Crédito: Santiago Cichero/AFV

No hay consenso sobre cuántos combatientes partieron de la Argentina a pelear en el teatro de guerra europeo. Pero fueron decenas de miles, la mayoría descendientes de inmigrantes de las naciones en conflicto, o ciudadanos de esos países que trabajaban como expatriados.

Harold, nacido en Rojas, en la provincia de Buenos Aires, estaba en Londres cuando estalló la guerra en 1914. Tiempo después se presentó a la oficina de reclutamiento y le dio un giro dramático a una vida comenzada en el campo de Rojas y que pasaba al campo de batalla. Debía enfrentar no sólo las armas de los alemanes, sino la corte de enfermedades que atacaban como enemigos invisibles a soldados y oficiales.

Harold pudo estar entre esos miles de jóvenes que se ven en las fotos de la época, chicos retratados en sepia que esperan en colas serpenteantes frente a la puerta de la Army Recruiting Office. Chicos de gorra o sombrero, abrigos largos, sonrisas anchas y miradas decididas.


Mapas del ejército británico de los distintos frentes de batalla Fuente: LA NACION - Crédito: Santiago Cichero/AFV

"Me alisté como voluntario para una misión bastante dura pero para el momento en que recibas esto va a haber terminado todo y te voy a escribir en la primera oportunidad. Sé que voy a estar bien y si da resultado va a ser una gran cosa", decía en una carta enviada a su padre en julio de 1916.

¿Misión bastante dura? Harold no quería preocupar a su familia y se quedó deliberadamente corto. Comenzaba la batalla del Somme, en el norte de Francia, donde ganó su primera condecoración y donde los británicos sufrieron 60.000 bajas sólo el primer día. Un saldo que se recuerda como la peor masacre sufrida por las tropas británicas en su larga historia. Entre alemanes, franceses y británicos, los cinco meses de combate del Somme dejaron un millón de bajas.

Harold ejerció desde el vamos funciones de mando, aunque siempre estaba un paso delante del nombramiento oficial. La primera condecoración la recibió durante un episodio brutalmente sangriento con los alemanes, donde las bajas eran tan numerosas que, según averiguó Paul, "cuando llegó al lugar donde había frenado su grupo, no había nadie a quien obedecer, así que se hizo cargo".


Mapa trazado a mano por el propio Harold Duggan en una de las posiciones desplegadas por los británicos en Francia Fuente: LA NACION - Crédito: Santiago Cichero/AFV

"Estoy en un descanso pero he estado en el mismo centro de este show desde la última vez que te escribí. Estoy al frente de una compañía (.) espero que un mayor o un capitán no tarde en tomar el mando porque soy demasiado joven para una posición de esta responsabilidad", escribió Harold en otra carta a su padre. Tenía 20 años.

Harold voló tres veces por los aires en esos meses del Somme, y dos veces quedó completamente enterrado, según relató en sus cartas. Pero no se quejaba. Todo lo contrario: decía que era un hombre de suerte. ¿Acaso no seguía vivo? Y eso que a las heridas le sumó el llamado "pie de trinchera", una enfermedad provocada por la humedad en esos túneles donde las tropas desgajaban las hojas del calendario.

Una medalla se la colgó el rey George V, en el Palacio de Buckingham, donde asistió tras recibir un telegrama de invitación. Estaba orgulloso por el llamado. Pero no se dejó impresionar por los fastos del palacio, por el eco de sus pasos en los salones, ni por los largos corredores cubiertos de retratos de la realeza en los que avanzaba caminando con un abigarrado grupo de escoltas.


Condecoraciones y otros recuerdos personales de la guerra Fuente: LA NACION - Crédito: Santiago Cichero/AFV

"Traté de no tropezarme con la espada", dijo Harold en tono de broma, como resumen de esa expedición a Buckingham a la que fue con traje de gala. Para él lo más importante, sin duda, estaba en el campo de batalla, en la zona de guerra donde regresaba (medianamente) recuperado de sus aflicciones. Las trincheras eran su elemento. Un elemento incómodo e insalubre, pero el lugar que le exigía la hora.

¿Y cómo era Harold cuando no estaba embarrado en las trincheras, peleando cuerpo a cuerpo, esquivando la munición enemiga o volando por los aires? Paul recuerda que no perdía el buen ánimo ni en los peores momentos, que era un líder natural entre la tropa y que sabía poner paños fríos donde otros se dejaban ganar por el pánico.

Irónico y sutil, tenía el rasgo de quitarle dramatismo a la situación. Como esa mañana en que un soldado entró a las corridas al búnker donde conversaba con un comandante. Era temprano, no se oían estruendos de morteros ni silbidos de balas. Pero habían descubierto bombas no detonadas en las instalaciones y debían salir cuanto antes. No cabían dilaciones... O tal vez sí. "Primero vamos a desayunar -respondió Harold- y después nos vamos".

sábado, 30 de junio de 2018

Japón Imperial: De la Restauración Meiji a Silicon Valley


Japón tuvo una guerra por talentos hace un siglo. Silicon Valley puede aprender de eso

Por Oliver Staley | Quartz

La lucha para contratar a los mejores y más brillantes está transformando negocios, y particularmente compañías de tecnología, en todo el mundo. Está presionando a las compañías para que ofrezcan beneficios antes inauditos, reconsideren sus identidades corporativas y aumenten sus salarios hasta el punto en que está creando crisis de vivienda en Seattle y San Francisco.

La guerra por el talento está impulsada por un temor existencial entre los ejecutivos que temen que el futuro de su empresa se vea comprometido sin el acceso a las mejores mentes.

La historia muestra que pueden tener razón para preocuparse. En un nuevo estudio ambicioso y fascinante, los economistas rastrearon la evolución de cientos de empresas en la industria de hilado de algodón de Japón desde 1883 hasta 1914. Basándose en registros riquísimos y detallados, los investigadores mostraron que las empresas que crecieron y prosperaron sacaron lo mejor de su talento, tanto en adquirirlo y desplegarlo en los primeros puestos de gestión. El estudio fue publicado como un documento de trabajo por la Oficina Nacional de Investigación Económica, y aún no ha sido revisado por pares.

Después de la Restauración Meiji de 1868, Japón emergió de siglos de feudalismo para convertirse en la única nación industrializada de Asia oriental en el siglo XIX. La hilatura del algodón, que ayudó a lanzar la revolución industrial en Europa y EE. UU., se convirtió en una industria importante en Japón.

El estudio, realizado por Rajshree Agarwal y Serguey Braguinsky de la Universidad de Maryland y Atsushi Ohyama de la Universidad de Hitotsubashi, documenta la historia de 90 empresas de hilado de algodón y sus empleados, y se encontró que siete de estas empresas se convirtieron en “centros de gravedad”, su término para empresas que crecieron y prosperaron a través de la innovación y adquisiciones de rivales.

La clave de su éxito fue la capacidad de atraer el talento de ingeniería que comenzaba a surgir de las nuevas universidades y escuelas de comercio niponas. En el transcurso del estudio, la proporción de ingenieros con educación universitaria en los siete centros de gravedad "creció de aproximadamente 45% a más del 75%, y su porcentaje de ingenieros educados en escuelas técnicas creció de aproximadamente un tercio a casi el 70% de el grupo total de talentos en la industria ".

Los investigadores lograron establecer una línea directa desde la incorporación del talento de la ingeniería al éxito financiero: las empresas que duplicaron el número de ingenieros que contrataron crecieron un 19% en los siguientes tres años.

Las empresas exitosas no solo contrataron talento, sino que lo incorporaron dentro de su liderazgo. Las empresas del centro de gravedad se basaron en un modelo de liderazgo compartido, donde las decisiones fueron tomadas por dos o más altos ejecutivos. Mientras que las compañías tradicionalmente japonesas de la época eran dirigidas por miembros de familias mercantiles ricas, las compañías más exitosas rompían con las convenciones y promocionaban a los ingenieros y administradores con educación universitaria en sus rangos superiores basados ​​en el talento, no en la familia.

En última instancia, el capital humano -el conocimiento, las habilidades y la creatividad del trabajo- fue la diferencia en el crecimiento de las empresas y la evolución de una industria. Las siete empresas del centro de gravedad "alcanzaron el dominio, ante todo, gracias a su acumulación de talento superior".

La evolución de la industria tecnológica está siguiendo la misma trayectoria, con empresas más pequeñas que se quedan atrás o son engullidas por los grandes centros de gravedad de la costa oeste de Estados Unidos: Google, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple. Hay diferencias obvias, por supuesto, pero al igual que en Japón hace más de un siglo, lo que separa a los ganadores de la tecnología de los perdedores comienza con el talento.

viernes, 29 de junio de 2018

Roma y su ejército

El ejército romano: el desarrollo de una de las fuerzas militares más poderosas del mundo antiguo

Andrew Knighton | War History Online




El ejército romano a menudo es recordado como una fuerza altamente profesional, con legionarios en armadura segmentada organizados en siglos para el combate cuerpo a cuerpo. En realidad, el ejército romano cambió mucho durante los muchos años que dominó Europa y el Medio Oriente. Su evolución se puede dividir en tres grandes fases: el ejército republicano, el ejército profesional reformado que sirvió a la última república y los primeros emperadores, y el ejército del imperio posterior.

El ejército republicano

El ejército de la república romana no era el ejército romano como generalmente lo imaginamos. Era un ejército similar a otros del período, pero su estilo de combate llevó a Roma de una oscura ciudad-estado en el siglo VIII a. C. a la fuerza dominante en Italia y más allá hacia el final del siglo II a.

El ejército republicano era una milicia más que una fuerza profesional. Los ciudadanos romanos estaban obligados a luchar cuando se les pedía, y para responder a esta llamada se esperaba que usaran el equipo apropiado para su posición en la sociedad. Cuanto más rico e influyente sea el ciudadano, mejor será equipado.

El primer cambio significativo en la forma en que este ejército luchó llegó cuando adoptaron tácticas hoplitas, como las utilizaron los colonos griegos en Italia. Se equiparon con escudos, lanzas largas y armadura corporal en forma de corazas de bronce o cuero endurecido. Formando falanges, lucharon en el tipo de formaciones apretadas que se convertirían en el sello distintivo de las legiones romanas. El número creciente de hombres que luchan en estas falanges dio una gran influencia política a los ex milicianos, que se convirtieron en parte de la élite combativa.

El siglo VI a. C., el rey Servio Tulio recibió el crédito de organizar primero este ejército en cinco clases de soldados, cada uno con equipos basados ​​en su riqueza y creando unidades de un tamaño estándar de estos hombres. En el siglo III aC, esto había evolucionado hacia el sistema que Polibio registró un siglo más tarde. En esto, el núcleo del ejército eran las legiones, cada una de las cuales consistía en 30 manípulos de 60 o 120 hombres, con dos siglos en un manípulo. Combatieron en tres líneas de manípulos con brechas compensadas entre ellos, las unidades de soldados más jóvenes en el frente. La mayoría de los soldados llevaban un escudo ovalado, una espada llamada gladius y dos jabalinas, aunque las formaciones traseras aún portaban una larga lanza.

El ejército posmariano

El último siglo II vio el nacimiento del ejército romano, en la forma que la mayoría de la gente reconoce hoy en día. La guerra con Cartago por la dominación del Mediterráneo puso a prueba la fortaleza de Roma, y ​​la milicia ciudadana no era lo suficientemente fuerte. Una serie de reformas, a menudo atribuidas al Comandante Caius Marius, creó un ejército compuesto en su mayoría por soldados profesionales provenientes de las clases bajas de Roma, cada uno de los cuales prestó sus servicios durante 25 años.

Estos hombres fueron equipados por el ejército, en lugar de traer sus propias armas, y el servicio permanente significó que adquirieron más entrenamiento, experiencia y continuidad de mando. Los oficiales seguían siendo aristócratas, cuyas carreras combinaban guerra y política.

Una legión ahora consistía en diez cohortes, cada una hecha de seis siglos de 80 hombres. Estas cohortes proporcionaban formaciones usadas para luchar juntas que eran lo suficientemente grandes como para ser efectivas cuando se las separaba del resto de la legión para operaciones más pequeñas. Todos fueron entrenados y equipados de la misma manera el uno del otro para que no tengan que tomar una posición específica en la línea para ser efectivos. Cada siglo estaba liderado por un centurión con un equipo de apoyo que incluía un portador de estandarte con su distintiva cubierta de casco de piel de animal.

Al principio, estos soldados usaban cotas de malla, aunque alrededor del siglo I dC empezaron a usar una armadura segmentada que reducía la flexibilidad a favor de una mayor protección. Los cascos se desarrollaron en calidad y diseño con el tiempo, pero los hombres siempre estaban equipados con cascos de armadura de placas que incluían protección para el cuello y las mejillas. La mayoría llevaba un scutum, un escudo rectangular que se curvaba alrededor del soldado. Esto proporcionó la máxima protección y permitió que una legión apretada formara una sólida pared de escudos frente a los ataques.

El gladius seguía siendo el arma de elección para el combate cuerpo a cuerpo, permitiendo ataques cortos por debajo del brazo en cuerpo a cuerpo. Los legionarios todavía portaban jabalinas, que podían arrojarse al enemigo para romper sus formaciones antes de un ataque.


Por MatthiasKabel - CC BY-SA 3.0

Las legiones fueron apoyadas por formaciones de caballería y tropas auxiliares no romanas, que lucharon en formaciones menos apretadas y disciplinadas.

Una de las reformas más notables de Marius fue en equipamiento. Cada legionario llevaba todo lo que necesitaba no solo para el combate, sino también para acampar e ingeniería militar básica. Llevaban tanto que llegaron a conocerse como las mulas de Marius.

El Imperio tardío

Mientras que el ejército romano tardío era similar a su predecesor, fue alterado sutilmente por los cambios más grandes que debilitaban políticamente a Roma.

Existió una gama más amplia de diferentes unidades, incluido un número creciente de arqueros a caballo. Hay algunas pruebas de que la caballería jugó un papel cada vez más importante en la guerra romana, aunque esto puede no haber sido tan significativo como algunos han afirmado.

La prominencia creciente de la caballería fue uno de los muchos cambios que hicieron que los ejércitos romanos se parecieran más a las bandas de guerra de la Edad Oscura que seguirían. Llevaban espadas de espadas de hoja larga y escudos redondos, en lugar de gladius y pilum. La armadura segmentada ahora era en gran parte una cosa del pasado.

Existen dos tipos de unidades: tropas de campo llamadas comitatensis y tropas de guarnición llamadas limitanei, generalmente estacionadas en las fronteras. La necesidad de defender las largas fronteras obligó a muchos soldados a cumplir tareas estacionarias y defensivas. Al conectarse a las áreas locales, se convirtieron en las fuerzas políticas y militares más poderosas de sus localidades. Esto puede haber sentado un precedente para los guerreros medievales posteriores, que generalmente eran gobernantes militares que dominaban sus comunidades circundantes desde una posición fortificada.

Las legiones que habían fortalecido a Roma se vieron obligadas a cambiar y parte de su fuerza se fue con ellas. Si bien estos cambios pudieron haber sido para bien o para mal -el punto está abierto a discusión- la evolución del ejército ciertamente reflejó el desarrollo político y social de la sociedad romana en su conjunto.

Fuentes:

Adrian Goldsworthy (2003), El ejército romano completo.

jueves, 28 de junio de 2018

Guerra de Secesión: 5 libros para entender mejor el conflicto

Cinco libros para hacerte menos estúpido acerca de la Guerra Civil

The Atlantic



Voluntarios de 29 ° Regimiento de Connecticut, tropas coloreadas de Estados Unidos en formación cerca de Beaufort, Carolina del Sur, 1864 Biblioteca del Congreso

El lunes, el general retirado de cuatro estrellas y jefe de gabinete de la Casa Blanca, John Kelly, afirmó que "la falta de capacidad de compromiso llevó a la Guerra Civil". Esto fue increíblemente estúpido de decir. Peor aún, se basaba en una larga tradición de avalar la estupidez con la esperanza de hacer a los estadounidenses estúpidos acerca de su propia historia. Stupid disfruta de un desafortunado lugar en los rangos más altos del gobierno estadounidense en estos días. Y si bien uno no puede afectar de inmediato este hecho, uno puede elegir no escuchar cosas estúpidas y asentir con la cabeza en silencio.

Durante los últimos 50 años, algunos de los historiadores más famosos de este país han asumido la tarea de hacer que los estadounidenses sean menos estúpidos acerca de la Guerra Civil. Estos historiadores han sido más efectivos de lo que generalmente se cree. Vale la pena recordar que los comentarios del general Kelly, que fueron recibidos con aullidos masivos de protestas, reflejaron la forma en que gran parte de la estúpida clase intelectual de este país una vez entendió la Guerra Civil. No sostengo que esta historia mejorada haya resuelto todo. Pero es un rayo de luz que atraviesa la penumbra de la estupidez. Deberías correr hacia esa luz. Abrázalo. Báñese en eso. Conviértalo.

De acuerdo, tal vez eso es demasiado lejos. Comencemos simplemente por ser menos estúpidos.

Una nota rápida: al hacer esta lista, he tratado de pensar detenidamente sobre la legibilidad y ofrecer libros que en realidad podría completar. Hay una cantidad de libros que amo y que he encontrado indispensables que no están en esta lista. (La Reconstrucción Negra de Du Bois en América viene inmediatamente a mi mente.) Quiero decir que no hay ningún desaire en ninguno de esos volúmenes. Pero esto se trata de ser menos estúpido. Llegaremos a esos otros cuando hablemos de cómo ser inteligentes.

1) Battle Cry Of Freedom: posiblemente una de las mejores historias de un solo volumen en toda la historiografía estadounidense, la síntesis de James McPherson de la Guerra Civil es un logro sorprendente. Enérgico ritmo. Un libro de gran culo que se lee como uno mucho más delgado. Las primeras cientos de páginas ofrecen un catálogo de pruebas, dejando en claro no solo que el Sur blanco fue a la guerra por el derecho a poseer personas, sino que luchó por el derecho a expandir el derecho a poseer personas. Lee este libro. Inmediatamente serás menos estúpido que algunas de las personas más poderosas en el ala oeste.

2) Grant: Otro clásico en la obra de Ron Chernow. Nuevamente, eminentemente legible pero de gran importancia. No rehuye los defectos personales de Grant, pero lo muestra como un hombre que lucha constantemente por vivir a la altura de su propio valor personal y moral. Corrige casi medio siglo de estupidez infligida a los Estados Unidos por la escuela de historiadores Dunning, que prefería un retrato de Grant como un matador de hombres torpe y corrupto. Finalmente, replantea la Guerra Civil lejos de las sobrevaloradas campañas de Virginia y nos muestra que cuando Occidente fue ganado, también lo fue la guerra. Grant golpea como un camión de conocimiento Mack. Estúpido no tiene ninguna posibilidad.

3) Reading the Man: A Portrait of Robert E. Lee:  la biografía de Lee de Elizabeth Pryor, a través de las propias palabras de Lee, ayuda a salir con un montón de estupideces sobre Lee, principalmente que era, de alguna manera, "antiesclavista". Se prescinde de la carga de estúpidos que aúna al genio militar de Lee e ignora el mundo que todo ese genio realmente intentaba construir.

4.) Out of the House of Bondage: Un volumen delgado que prescinde de la noción de que hubo una especie de esclavitud "buena", "doméstica" o "matrona". La historiadora Thavolia Glymph se centra en las relaciones entre las mujeres esclavas negras y las mujeres blancas que las tomaron como propiedad. Describe la estúpida idea de que las amantes blancas eran de alguna manera menos violentas y menos explotadoras que sus compañeros masculinos. Glymph no necesita Scarlett O'Haras. "Usé la varilla" es la cita que todavía me queda. Un punto importante aquí: ideas estúpidas sobre la feminidad y la mano suave y femenina no significaban nada cuando se comparaban con el hecho de una sociedad esclava. La esclavitud fue el monstruo que hizo monstruos de sus amos. Comprometerse con ella era una bancarrota moral y estúpida.

5.) The Life and Times of Frederick Douglass: la final de tres autobiografías escritas por el famoso abolicionista, y mi favorita personal. Épico y amplio alcance. El capítulo que representa la abundancia de comida en la que los esclavizadores se banquetearon mientras los esclavizados casi mueren de hambre es simplemente devastador.

Así que eso debería hacerte ir sin estupideces, pero no te detengas allí. Lee Du Bois. Lea las memorias de Grant. Lee Harriet Jacobs. Lee Eric Foner. Lee Bruce Levine. No es tan difícil, sabes. No tienes nada que perder, salva a tu estúpido.

miércoles, 27 de junio de 2018

JMR: El robo a la Casa de Papel argentina

El (verdadero) robo a la Casa de la Moneda fue en Buenos Aires y en 1851


Daniel Balmaceda
PARA LA NACION



La Casa de la Moneda, ubicada en la calle Balcarce, en el barrio de San Telmo Crédito: Google Maps

Una mujer desembarcó en Buenos Aires muy enojada. Llegaba desde Montevideo y estaba ofendida porque durante el trayecto había pretendido saludar dos o tres veces a Andrés Villegas. Pero el hombre no sólo no le respondía, sino que simulaba no conocerla. Era la tarde del 28 de diciembre de 1851.

Villegas -38 años, delgado- tomó su maleta y se dirigió a la Posada del Globo en el centro de la ciudad. Alquiló una habitación y firmó su ingreso con sus iniciales: AV. Se encerró en el cuarto e inició los preparativos para llevar a cabo el robo más audaz del siglo XIX.

Después de bañarse y afeitarse un poco la barba, tomó un papel de la maleta, lo dobló y lo guardó en su levita. Se colocó antiparras oscuras y un sombrero negro, de pelo, adornado con la divisa y el cintillo federal. Rosas se mantenía en el poder y Urquiza galopaba con un inmenso ejército hacia Buenos Aires.


Consiguió un caballo y partió rumbo a la Casa de la Moneda, en la calle Balcarce, barrio de San Telmo. Esa noche llovía con ganas. Buenos Aires era un desierto de fango. Empapado, el hombre comunicó a los guardias que tenía urgencia en ver al presidente de la institución, don Bernabé Escalada. Los soldados le dijeron que no estaba; pero cuando Villegas explicó que traía una carta de Su Excelencia don Juan Manuel de Rosas, le suplicaron que ingresara y uno de ellos partió a buscar al funcionario.

Agitado y preocupado por lo inapropiado del horario, Escalada estrechó la mano del misterioso visitante. Villegas se presentó: "Soy José Murillo, vengo de Palermo y traigo un despacho del gobernador". El presidente lo invitó a pasar a su escritorio, tomó la carta, la acercó al candelabro y leyó:

Señor Don Bernabé Escalada. Luego que don José Murillo le dé a usted la presente, pondrá usted a su disposición la suma de dos millones de pesos, que le serán integrados bien pronto, y encargo a usted la mayor reserva. D. Ud. Afmo. Juan Manuel de Rosas. Palermo, Diciembre 28 de 1851. A las 7.

El presidente de la Casa de la Moneda, federal hasta la médula y recto como pocos, se sobresaltó. Era la letra de Rosas, su firma y sus sellos. Pero, ¡¿cómo era posible que el gobernador abandonara los pasos burocráticos y, en un tono epistolar poco habitual, pidiera semejante suma?! El alquiler de una de las mejores esquinas de la ciudad costaba 750 pesos mensuales. Por lo tanto, los dos millones eran una suma cuantiosa.

Escalada frunció el ceño y apuntó su mirada contra Murillo (es decir, contra Villegas) en busca de explicaciones. El falso emisario estaba preparado: dijo que esa misma tarde había llegado a la residencia de Rosas en Palermo, proveniente de Ramallo, con correspondencia del general Mansilla para el gobernador. Que Rosas, delante de él, había escrito esa carta y le había ordenado cumplir la comisión ante Escalada. Que el Restaurador le había exigido actuar con premura, ya que esa misma noche debía regresar al campamento de Mansilla.

Algo importante debía estar pasando y el estricto presidente de la Casa de la Moneda se sintió partícipe de algún acto patriota. De todas maneras, no iba a quebrantar la burocracia establecida. Mandó llamar al contador Manuel Terry, al tesorero Leonardo González y al llavero Manuel Ambrosio Gutiérrez. Le explicó al visitante por qué los convocaba: "Estas formalidades, señor Murillo, deben cumplirse para sacar dinero de la Casa de la Moneda. Sin embargo, los salvajes unitarios afirman que Rosas saca todo el que quiere".

Ingresaron los empleados y Villegas debió soportar una nueva ronda de sospechas. Tratando de encontrar respuestas a la actitud poco administrativa de Rosas, los funcionarios especularon con que, tal vez, se tratara del importe que debía entregarse en esos días para pagar salarios atrasados. Se adeudaban sueldos desde agosto de 1848. El delincuente jugó su última carta: "Señores, no puedo aguardar más. Ya mismo regreso a Palermo e informaré a Su Excelencia que no he podido cumplir su comisión".

Los funcionarios se estremecieron de sólo pensar en la ira de Rosas por no haber satisfecho su pedido. Rendido, Escalada ordenó que trajeran el dinero. Dos mil billetes de mil pesos (del doble del tamaño de los actuales) fueron amontonándose en el escritorio de don Bernabé. Comenzaba a introducirlos en grandes sacos cuando Villegas interrumpió: "Disculpen, pero está lloviendo. Envueltos así, los billetes podrían mojarse". Los ingenuos reconocieron que tenía razón. Consiguieron gruesos cartones para proteger la fortuna.

Terminaron de embalarlos, Villegas tomó los sacos, saludó con apuro y caminó con prisa hacia la puerta. "¡Un momento, señor Murillo!", gritó Escalada. El estafador se frenó, sin darse vuelta. "Falta que firme el recibo. Como verá, somos muy puntillosos". Villegas soltó una carcajada y contagió a todos. El ambiente venía siendo demasiado espeso y hacía falta un poco de distensión.

Luego de escribir "Recibido por orden superior. José Murillo", el ladrón partió como un rayo en medio del aguacero, a caballo y con los dos millones. Si bien se suponía que iría a Palermo y que la misión de los hombres de la Casa de la Moneda estaba cumplida, Escalada quiso deslindar responsabilidades. No fuera cosa que José Murillo cometiera la imperdonable falta de no ir a Palermo ni a Ramallo. Escribió una nota al gobernador y ordenó que se la llevaran de inmediato.

La nota decía: "Excmo. Señor. He cumplido con la orden de V.E., que me ha entregado don José Murillo. B. De Escalada, Diciembre 28".

En Palermo, Rosas bramó de furia y envió al capitán Pedro Rodríguez a la ciudad. Se sumó el jefe de Policía Juan Moreno. "¡Las once han dado y lluvioso!", anunció la voz quebrada de un sereno, mientras el viejo Escalada transpiraba con la respuesta escrita de Rosas en sus manos. Ninguno de los funcionarios podía dar detalles de la fisonomía de Murillo porque se había mantenido casi todo el tiempo en un rincón oscuro del escritorio. Además, nunca se había quitado los anteojos oscuros que llevaba puestos.

El policía Moreno ordenó que todos guardaran el secreto de lo que había ocurrido para que Murillo no se sintiera perseguido. También dispuso vigilar todas las salidas de la ciudad. Por último, tomó nota de la numeración de los billetes. En poder del ladrón estaban los que iban del 47.001 al 49.000.

Villegas regresó a la posada, guardó los fajos en su maleta y se fue a dormir. Madrugó, tomó un atado de cien billetes y salió de compras. En el negocio del platero Carlos Lanatta cambió 100.000 por 315 onzas de oro. Una hora más tarde la policía descubrió la operación. Poco tardaron en dar con la posada. Ingresaron al cuarto -Villegas no estaba- y en la maleta encontraron el oro y el resto del dinero. Además, había un sello con las iniciales de Rosas, dos salvoconductos con la firma falsificada del gobernador y una carta, también apócrifa, en la que el Restaurador pedía que se facilitara una embarcación al portador.

Lo detuvieron esa misma mañana. Engrillado en brazos y piernas, lo llevaron a la cárcel, en el edificio del Cabildo. Confesó haber sido la persona que se llevó el dinero de la Casa de la Moneda. Dijo que se llamaba Antonio Vidal, natural de Durazno, Uruguay, y que los otros nombres los había inventado para cometer el delito. Explicó que trabajaba en el consulado de Montevideo, establecido por "el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza", y que allí había estudiado las cartas de Rosas para imitar su letra y firma. Aclaró que el dinero lo necesitaba para mantener a su familia -mujer y cinco hijos-, porque él apenas ganaba veinte pesos por mes.

Pero él no era Antonio Vidal: su verdadero nombre era Andrés Villegas. La mentira recién pudo descubrirse por la intervención de la señora ofendida que había viajado en el vapor. Esta mujer acudió a ver los hermanos de Villegas para quejarse por la poca cortesía de Andrés. Ellos, que no lo veían hace años, salieron a buscarlo por toda Buenos Aires. Cuando dieron su descripción a la Policía, los condujeron al calabozo del estafador.

El 30 de diciembre lo fusilaron en el patio de la cárcel. Villegas había llegado a Buenos Aires hacía 48 horas. Durante once fue millonario y durante treinta, preso. En su confesión aseguró que no tenía cómplices. ¿Fue un acto solitario? ¿O fue el ejecutor de un complot tramado por unitarios o urquicistas? Nunca nadie reivindicó su figura como mártir de la causa antirrosista, ni aun pocas semanas después, luego de que Urquiza despedazara al ejército del Restaurador en Caseros.


martes, 26 de junio de 2018

España: El equipamiento y tácticas de los Tercios españoles

Así iba equipado un arcabucero de los Tercios españoles

Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

Manuel P. Villatoro | ABC


  • Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

El arcabucero y su funciónLos arcabuceros fueron una pieza esencial de los Tercios - Archivo ABC


Si por algo son recordados los míticos Tercios españoles (herederos para muchos de las disciplinadas legiones romanas) es por haber luchado hasta la extenuación pica y espada ropera en mano. Sin embargo, y a pesar de que tradicionalmente la valentía se suele medir atendiendo a los mandobles que se reparten, también contaban en sus filas con una parte considerable de soldados que se dedicaban a hacer que cayera sobre el enemigo un torrente de plomo. Estos combatientes podían ser arcabuceros o mosqueteros (dependiendo del arma que portasen) y, a pesar de que en la época no llevaban ningún uniforme, contaban con una serie de equipo común que les convertía en inconfundibles mientras repartían plomo entre los enemigos de la Cruz de Borgoña.

Para entender la importancia de los resueltos arcabuceros y mosqueteros que formaban una parte esencial de los Tercios, es necesario retroceder en el tiempo hasta el S.XVI. Fue en esta época cuando Carlos I (V para los alemanes, más prolíficos según parece en reyes con este nombre) creó tres unidades militares para proteger las comarcas de Nápoles, Sicilia y Milán de sus enemigos. No era para menos, pues los franceses andaban por entonces enfrascados hasta el corvejón en la santa y puñetera misión de quitarnos esas regiones o, al menos, darnos algún que otro susto espada en mano.


«En mi opinión, Carlos V creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar: El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. El cuándo es la pregunta del millón. Al parecer existe una especie de instrucción del Tesoro de 1537 que explica cómo se ha de pagar a cada hombre de los Tercios. También se dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios»», explica en declaraciones a ABC el general de Infantería e historiador José María Sánchez de Toca y Catalá, coautor de «Tercios de España. La infantería legendaria.


El combate y la función del arcabucero


Los famosos Tercios luchaban en grupos considerables. En su mayoría, las unidades estaban formadas por piqueros -combatientes ataviados con una extensa lanza de entre cuatro y seis metros- apoyados por tropas de disparo. Su forma de darse de mamporros contra el enemigo era sencilla. En primer lugar, los mosqueteros arrojaban a una distancia de entre 50 y 60 metros su munición contra el enemigo.

Posteriormente, y según se acercaban los contrarios, los arcabuceros (equipados con un arma considerablemente menos potente) salían de entre las filas y les disparaban varias andanadas a unos 20 metros. Una vez realizadas todas las bajas posibles a distancia, era el momento de que compañeros demostraran su destreza en el cara a cara, acero mediante, eso sí.

La importancia de los arcabuceros dentro de los Tercios españoles era vital, pues se correspondían con uno de los elementos más ofensivos y que más bajas podían causar (a nivel de infante) dentro de la gigantesca maquinaria de combate. Tal era su efectividad que, aunque en principio su número era la tercera parte del total de las unidades, este terminó aumentado hasta el 80% en su última época.

Su importancia era vital, tanto para desmoralizar al enemigo mediante continuas descargas de pólvora, como para acabar con él. «Arcabuceros y mosqueteros señorearon los campos de batalla hasta que fueron sustituidos en el S.XVIII por los fusileros, que tenían un arma de menor calibre y más fácil de disparar», explican Fernando Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su obra conjunta «Tercios de España. La infantería legendaria».


Batalla de Rocroi

Por otro lado, su trabajo no acababa cuando empezaba el cruce de aceros. Y es que, una vez que las picas caían sobre el enemigo, los arcabuceros se aunaban en pequeños grupos (llamados «mangas») que defendían los flancos del cuadro de piqueros. Estos grupos se destacaban por su gran movilidad.

«Aunque el ejército español podía parecer muy monolítico, pues combatían en grupos de infantería, tenían una capacidad táctica considerable, pues las mangas podían disgregarse y actuar de forma independiente, más móvil», explica, en declaraciones a ABC José Miguel Alberte, presidente de la Asociación Española de Recreación Histórica «Imperial Service» (una de las más grandes de nuestro país y colaboradora activa en la exposición itinerante del Ejército de Tierra «El Camino Español. Una cremallera en la piel de Europa»).


Bondades y sufrimientos del arcabucero


A pesar de que estos soldados eran de los combatientes mejor considerados por su utilidad y versatilidad, su vida estaba llena de oscuros y claros. Bondades y sufrimientos con los que tenían que convivir en los páramos de Flandes. Entre las desventajas de ser un arcabucero se encontraba, en primer lugar, adquirir un arma, pues en el ejército de entonces cada soldado debía costearse sus propios pertrechos.

«Las armas eran propiedad del soldado y las compraba él, Eso era un problema para los arcabuceros, que tenían que gastarse un buen dinero. Con todo, hay que tener en cuenta que los rangos y los sueldos en los Tercios se conseguían dependiendo del equipo y de lo que se aportaba al ejército. Un pica seca (el rango más bajo) no cobraba lo mismo que un coselete (equipado con armadura). Éste, por su parte, era superado por el arcabucero y, en última instancia, estaba el mosquetero», añade Alberte.

Al pagar la pólvora, los arcabuceros evitaban disparar. Este hecho provocaba que los soldados le diesen un par de vueltas a la testa antes de abrir la bolsa y soltar una considerable cantidad de monedas a cambio de un arcabuz. Era una reacción lógica, pues, como bien señala el recreador histórico, los armeros de la época hacían todas las piezas de estas armas a mano y no solían desprenderse de ellas a cambio de poco dinero. De hecho, el precio rondaba la friolera de entre 30 y 80 ducados, una inmensa cantidad para la época si se considera lo que cobraban por combatir los soldados del escalafón más bajo. «El sueldo de un pica seca [armado únicamente con una pica y un casco] era de dos ducados, mientras que el del arcabucero era de ocho», añade Alberte.

Por otro lado, el Ejército español no se rascaba precisamente el bolsillo a la hora de equipar a los arcabuceros, lo que daba lugar a situaciones absurdas (y muy españolas) en el campo de batalla. «Los mandos de los Tercios no pagaban ni alojamiento, ni comida, ni mecha, ni balas. ¿Qué sucedía? Pues lo que sucede en la actualidad, que si en tu trabajo pagas la impresión de los informes, no utilizas la impresora. Muchas veces preferían no disparar. La falta de fuego costó muchos disgustos al Ejército Español, por lo que los oficiales usaron un sistema muy nuestro: premiar a aquellos arcabuceros que disparasen más con otros dos ducados. Sin embargo, como seguían sin hacer fuego, se estableció que se daría uno más a aquellos que los responsables considerasen que disparaban más que el resto. Esto ponía sus sueldos en 11 ducados», añade el recreador.

Por otro lado, los arcabuceros carecían de un equipo defensivo pesado como el de los piqueros más veteranos, los que hacía que tuviesen muchas más posibilidades de marcharse al otro barrio si entraban en combate cuerpo a cuerpo. No obstante, contaban con poco equipaje y una mayor libertad para desplazarse en las «mangas» a través del campo de batalla, lo que hacía que tuviesen también más capacidad de rebuscar entre los cadáveres enemigos y marcharse con un buen botín (ya fuera en dinero, o en botas y ropajes –todo muy codiciado en aquellos tiempos en los que las pagas llegaban con meses de retraso). Por el contrario, los piqueros no podían disgregarse, pues su fuerza radicaba en que el enemigo no superase la barrera de filos que le ponían frente a sus narices.

lunes, 25 de junio de 2018

Pueblos originarios: La masacre de niños en Perú

Descubren en Perú los restos del mayor sacrificio de niños del mundo

En la ciudad de Chan Chan, los investigadores han encontrado restos de 140 niños y 200 llamas de hace 550 años, según National Geographic


Restos de la fosa común de niños de Perú. (Gabriel Prieto / AP)

REDACCIÓN/AGENCIAS, Barcelona
La Vanguardia


Chan Chan (Perú), es la ciudad de barro más grande del continente y durante años se ha conocido como el territorio que vio nacer una de las primeras civilizaciones de América Latina, los Chimbú. Sin embargo, ahora la urbe pasará a ser recordada por ser el lugar en el que se cometió el mayor sacrificio de niños de la América precolombina.

La revista National Geographic anunció este viernes en exclusiva, que un grupo de investigadores había descubierto en el territorio una hecatombe sin precedentes. Según explica la publicación, los arqueólogos descubrieron en la costa norte del Perú los restos óseos de 140 niños, que acompañados de 200 llama s murieron de manera simultánea hace 550 años.

La existencia de sacrificios humanos en las civilizaciones precolombinas es un hecho que se ha acreditado en diversas ocasiones gracias a las momias encontradas en los Andes. Sin embargo, según apuntan los investigadores, nunca se había dado a conocer un sacrificio de esta magnitud, que lleva oculto siglos cerca de la turística ciudad de Trujillo.



"Es complicado saber si pasó el mismo día, pero sí en el transcurso de una semana o unos pocos días", explica en la publicación el arqueólogo de la Universidad Nacional de Trujillo Gabriel Prieto, artífice del descubrimiento junto a John Verano, de la Universidad de Nueva Orleans (Estados Unidos) que iniciaron la expedición en 2011.

Según se recoge en la revista, los exámenes practicados a los restos óseos determinaron que en la hecatombe murieron a partes iguales niños y niñas de edades que oscilan entre los 6 y 15 años, aunque la mayoría tenía entre 8 y 12 años, mientras que las llamas también eran ejemplares jóvenes, de entre 6 y 9 meses.

Ante los motivos que llevaron a cometer semejante sacrificio, Prieto apunta a uqe podría tratarse posiblemente de una "respuesta desesperada" de los gobernantes Chimú frente a una inundación o riada causada por las lluvias torrenciales del fenómeno climatológico de El Niño, un evento periódico que el año pasado causó en la misma región cerca de 80.000 damnificados.


Restos óseos encontrados enla fosa común de niños de Perú (Gabriel Prieto / AP)

En este sentido y a pesar de la inexistencia de escritos de esa civilización, los investigadores sostienen que la muerte de esos niños sería una ofrenda para "aplacar la ira de los dioses" y acabar así con las lluvias que podrían haber puesto en peligro el mayor exponente arquitectónico de los Chimú.

"Ellos ofrecieron lo más importante que tenían. Por un lado, sus niños, y por otro, las llamas, el único animal de carga de la zona andina que además era un elemento importante en la dieta, ya que su carne era lo más consumido por los Chimú", explica Prieto. El sacrificio consistió en hacer un corte horizontal en el pecho que partiera el esternón por la mitad para, posiblemente, romperles la caja torácica y así quizás extraerles el corazón, "aunque eso es muy difícil de demostrar", aclaró el arqueólogo.