Annual: horror, masacre y olvido
Por Joaquín Mayordomo EL PAÍS
Cuartel español en ruinas en el Rif. / Joaquín Mayordomo
Desde lo alto del desfiladero de Izzumar, los cerros de Annual, Igueriben o Abarrán son luminarias que recuerdan la muerte. En este escenario perdieron la vida en dos días, masacrados, 4.000 españoles, sin saber por qué.
Todo lo que se alcanza a ver hasta más allá del horizonte es campo yermo, reseco y desnudo de vegetación. Las casas de los emigrantes diseminadas por barrancos, laderas y valles, o las de los que decidieron quedarse, son ahora señales de vida en un intento de darle normalidad a una tierra cuyo principal patrimonio es el barro. El Rif es una región pobre, muy pobre; pero la locura del rey Alfonso XIII, militares y Gobierno de entonces quiso, a principios del siglo pasado, convertir a esta región en la recreación del viejo Imperio; aquel en el que “no se ponía nunca el sol”. Al final, España llamó a esta ‘conquista’ Protectorado de Marruecos. Un eufemismo que oculta varias guerras, un holocausto, horrores inimaginables, traiciones y uno de los episodios más tristes de la práctica militar: el Desastre de Annual. Un desastre que España entierra en el olvido desde hace 94 años bajo el más abominable y ominoso de los silencios.
Desfiladero de Izzumar, donde murieron mil españoles en un solo día. / J. M.
En la mañana del 21 de julio de 1921, el asedio de las harkas rifeñas a la posición de Annual presagiaba lo peor. El día anterior había caído el fuerte de Igueriben, situado en un cerro contiguo, unos centenares de metros más lejos. El general Silvestre, jefe de la Comandancia General de Melilla y principal responsable de la aventura de haberse adentrado en territorio enemigo, había visto, desconcertado, desde su puesto de mando en Annual, como ardían por la noche los últimos rescoldos de Igueriben tras negarle el auxilio que el jefe de la posición, el comandante Benítez, le venía reclamando, insistentemente, desde hacía varios días, con señales de heliógrafo. Murieron todos. Perecieron después de soportar el asedio, abrasados por el sol y sus propios orines que hubieron de beberse para engañar la sed. Los pocos supervivientes que halló el enemigo cuando venció la última resistencia fueron degollados con la gumía o se pegaron un tiro.
A partir de aquí, hubo desbandada general. Silvestre dio orden de retirada y la tropa y oficiales emprendieron una alocada carrera hacia Izzumar, abandonándolo todo. Sólo llevaban consigo lo imprescindible, la munición que podía cada uno; y algunos ni eso, pues, para correr más deprisa, se desprendieron hasta del fusil. Visto el lugar, y recreando la huida por la que hoy es una zigzagueante carretera, cuesta imaginar que alguien pudiera pensar en salvarse reptando por estos desfiladeros. Pero sí, se salvaron algunos… que llegaron a Ben Tieb, donde también hubo desbandada para ‘correr’ a Dar Drius, otra de las posiciones que, como las fichas en fila de un dominó, fueron cayendo. Por el camino sólo quedaban los muertos; decenas, cientos de muertos, hasta sumar 4.000 en dos días. Solamente en el paso de Izzumar morirían más de mil. El general Manuel Fernández Silvestre, trastornado, imaginando la magnitud del desastre, y antes que vivir la afrenta de huir, prefirió pegarse un tiro; se cree que lo hizo en su tienda, en soledad, sin testigos.
Cadáveres españoles en Monte Arruit, meses después de la batalla de Annual, en enero de 1922. / Wikipedia.
Entre tanto, mientras millares de jóvenes eran cazados como conejos en su inútil intento de escapar de la ratonera de Annual, sin un mísero avión que les cubriese en la retirada, en Burgos, ¡ese mismo día!, Alfonso XIII y su Corte, el Gobierno en pleno y los más altos mandos militares celebraban con gran boato el traslado de los restos del Cid a la catedral en solemne procesión. Por el aire desfilaban escuadrillas de aviones adornando la fiesta… Unos aviones que el Alto Comisario español en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, le había negado reiteradamente a Silvestre, evidenciando la enemistad que sentía hacia él, cuando éste vio la necesidad de contar con ayuda aérea para intentar salvar lo que difícilmente podría salvarse: un ejército repartido en decenas de posiciones, sin unas mínimas garantías de subsistencia en caso de asedio, pues, algo tan imprescindible como el abastecimiento de agua no siempre estaba asegurado; un ejército sin armamento, mal vestido y peor alimentado, abandonado, en no pocos casos, por sus jefes que preferían pasarse las horas en el casino de Melilla gastando el dinero que hurtaban a la tropa, escatimándole la comida… Un ejército analfabeto pues sólo hacían el servicio militar los más pobres, aquellos que no podían permitirse pagar las 2.000 pesetas que costaba librarse; que tenía un oficial por cada cuatro soldados mientras en Francia, por ejemplo, la proporción era de 1/23. Un ejército, en fin, que cuando llegó el momento crucial de hacer frente a los ataques rifeños, sus mandos estaban ausentes o jamás se habían visto en tal situación, lo que provocó que muchos se paralizasen o huyesen cobardemente para salvar su pellejo, vendiéndose al enemigo por unos miles de pesetas o con otras artimañas.
El Desastre de Annual reúne tal acumulación de despropósitos, episodios de crueldad, vilezas e incompetencia profesional, que se convierte en un caso único en la historia de las derrotas militares. Y si no fuera porque el balance es la muerte –10.000 españoles fallecidos en apenas 15 días y varios miles más de rifeños– bien podría escribirse (y representarse) este negro episodio de la historia de España como la más ignominiosa de las tragedias.
Menos mal que el general Picasso, encargado de investigar qué sucedió con aquel ejército desaparecido, tuvo el valor de meter el dedo en la llaga y, gracias a él, hoy se conoce tamaña barbaridad. El Expediente Picasso (9 meses de arduas indagaciones, 2.433 folios y decenas de testimonios directos, indirectos y documentos) muestra todas las miserias de un régimen agotado y de un ejército corrupto, muerto. El Gobierno quiso prohibirle que investigara el comportamiento de los oficiales en el Desastre, pero Juan Picasso se negó e hizo con rectitud su trabajo. El golpe de estado de Primo de Rivera, en septiembre de 1923, posibilitó que quedaran impunes los responsables de lo sucedido. El nuevo Gobierno pretendió correr un tupido velo, pero el diputado demócrata Bernardo Mateo Sagasta, temiéndose su desaparición, secuestró el Expediente, que lo devolvió al Congreso de los Diputados cuando se proclamó la II República. La Guerra Civil y la posterior Dictadura hicieron que definitivamente se olvidara el ‘famoso’ Expediente Picasso. Muchas de las claves y porqués de esta guerra, y de la victoria de Franco, se hallan en él.
En la reconquista, la Legión se encontró con los últimos restos de los escuadrones de Alcántara en formación; jinetes y caballos habían muerto juntos. / myslide.es
Holocausto en Dar Quebdani y Monte Arruit
En el fuerte de Dar Quebdani, al mando del coronel Araujo, después de pactar la rendición y la entrega de armas con el enemigo, y tras más de una marrullería y conspiración de algunos de los mandos para salvarse, incluido el coronel, 900 hombres fueron asesinados a sangre fría con sus propias armas, las que acababan de entregar. La masacre fue contemplada por el propio coronel y el puñado de mandos traidores… Que no fueron todos, es cierto, porque varios, como los capitanes Cuadrado, Amador y Viegtiz-Aguilar, el teniente Relea o el alférez Montealegre, prefirieron morir junto a sus hombres, luchando.
La sucesiva caída o rendición de fuertes y posiciones (Cheif: 567 muertos y 37 supervivientes; Buhafora: 127 muertos y 3 superivientes; Ain Ket: 1.007 muertos y 493 afortunados que escaparon a la zona francesa; Zeluán: 500 muertos) resume el doloroso relato en el que la heroicidad, la villanía y la traición se practican por igual. No hay en la lengua española adjetivos para calificar lo que ocurrió en el Rif en los meses de julio y agosto de 1921.
El culmen a esta desgarradora experiencia africana, conocida como el Desastre de Annual, fue Monte Arruit. Aquí, tras 10 días de asedio, fueron asesinadas 3.000 personas. “Fue un holocausto”, escribe el historiador Juan Pando en Historia secreta de Annual, un libro imprescindible para aproximarse a los hechos.
A Monte Arruit había llegado huyendo desde Dar Drius la ‘columna Navarro’, que mandaba el general del mismo nombre, segundo en el mando después de Silvestre. A ella se habían ido uniendo soldados y mandos supervivientes al asedio, asalto y derrota de otras posiciones. Durante 10 días, desde el 29 de julio al 9 de agosto, esta ‘posición’ asentada sobre una suave colina en medio de una infinita explanada, esperó el rescate que nunca llegó de Melilla, apenas a 37,5 kilómetros. Ni el ministro de la Guerra, Luís de Marichalar, vizconde de Eza, ni el desleal e innoble Berenguer, ni el Gobierno, ni el rey… fueron capaces de organizar la salvación de unos hombres que cada hora informaban de su imposibilidad de resistir sin municiones, sin comida, sin agua… Eso sí, en este caso hubo aviones que lanzaban provisiones y armas, pero que caían casi siempre más allá del perímetro del fuerte. Los soldados salían a por los alimentos (para nada les interesaban ya las armas) y eran cazados por los tiradores rifeños. Así, poco a poco, fue sembrándose de cadáveres la ladera y el camino principal de subida… hasta que se rindieron. Y entonces, como en los días precedentes, y a pesar de las banderas blancas que ondeaban, la tropa, con aquellos oficiales que se negaron a abandonarla, fue masacrada a sangre fría. El general Navarro y los oficiales que le siguieron “quedan sobrecogidos. La matanza paraliza sus movimientos”, resume Pando. Luego Navarro y los suyos fueron sacados de allí por Ben Che-lal, el jefe rifeño, que los envió a Axdir, a la sazón capital de la República del Rif, desde donde Mohammed Abd el Krim el Khattabi pidió un rescate por ellos. “Los rifeños se abalanzan. Van a por la armas y a por las vidas. Pisotean a los heridos, empujan y golpean a los soldados y oficiales (ya desarmados). Sobreviene el asesinato de todo un ejército”, escribe Pando, resumiendo el holocausto.
Subida a Monte Arruit en la actualidad. / J. M.
Hoy Monte Arruit es una próspera población aledaña a Nador. Aquel camino que en las fotografías en blanco y negro se muestra cubierto de cadáveres hoy es una calle (avennue Moujahidine) apacible por la que sube y baja la gente a pasear o de tiendas.
Este vergonzante relato, forzosamente ha de tener un epílogo. En primer lugar, para revindicar la memoria de aquellos 10.000 españoles siempre olvidados, injustamente enviados a morir a unas tierras ajenas, que sólo le interesaba su conquista a un grupo de oligarcas con el rey Alfonso XIII a la cabeza (pensaban que había oro, hierro, plomo…) y a una casta militar ociosa y desubicada –acababa de volver tras la independencia de Cuba– que, como se suele decir, se aburría.
Pero no todos los mandos que vivieron aquella experiencia en el Rif fueron desleales o cobardes; los hubo nobles y heroicos que entregaron su vida, enfrentándose incluso a sus superiores, que preferían huir o rendirse. El coronel Gabriel Morales puede ser el paradigma de los que cumplieron. De origen cubano, era el jefe de la Policía Indígena y mantenía una buena amistad con los rifeños, especialmente con su líder Abd el Krim. También hablaba su lengua y eso le permitía comprenderlos mejor. Morales murió el mismo día 21 en la retirada de Annual. Su cadáver, reconocido por el líder rifeño entre los muertos de Izzumar, fue entregado al Gobierno español el 3 de agosto en señal de respeto, con honores militares. Los rifeños reconocían así su labor en favor del entendimiento entre ambos pueblos.
Monumento a Abd el Krim, visiblemente abandonado. A su espalda, el cerro de Annual. / J. M.
Y del valor colectivo, el regimiento Alcántara es otro ejemplo. Sus seis escuadrones, compuestos de 900 jinetes, murieron en la retirada de Annual. En la última carga que hicieron para proteger a la columna Navarro, caballos y jinetes cayeron aniquilados, quedando sus restos sembrados, en la formación que llevaban, sobre la polvorienta llanura. Así encontraría sus despojos (¡en formación!) dos meses después la legión, cuando emprendió la reconquista. Para la posteridad ha quedado aquella fotografía en la que se ve a los soldados caídos junto a su caballo.
Y llegó la reconquista. Si las harkas rifeñas se habían ensañado con los soldados españoles superando todo lo imaginable en crueldad, el nuevo ejército que se formó en Melilla no se quedó atrás. La ‘pacificación’ se hizo a sangre y fuego, gaseando incluso numerosas aldeas rifeñas.
La batalla por la recuperación de los territorios perdidos se planteó de inmediato y a cada reconquista, la tropa se topaba con un cementerio. Decenas, cientos, miles de cuerpos sin sepultar que incineraban o amontonaban en fosas comunes. Así se procedió con ‘los tres mil de Arruit’ que quedaron bajo una única cruz que ‘resumía’, según Pando, “el holocausto, no sólo de la columna Navarro, sino de todo el ejército de Silvestre”. Y el Desastre de Annual cayó en el olvido.
Vista general de Annual en la actualidad. A la derecha, la subida a Izzumar. / J. M.
Joaquín Mayordomo (Villares de Yeltes, Salamanca, 1954) es periodista y autor de varios libros, entre ellos Conversaciones en Tánger (Fundación Tres Culturas, 2009).