jueves, 17 de junio de 2021

Revolución Libertadora: Aviones rebeldes en Uruguay

Pilotos rebeldes en Uruguay





Estos pilotos fueron fotografiados luego de bombardear la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955; una operación realizada con el objetivo de matar al presidente Gral. Juan Perón, considerado un dictador fascista por una oposición políticamente perseguida dentro de un sistema política asfixiante enfocado en el culto a la personalidad. Estos pilotos operaron Gloster Meteor de la Fuerza Aérea y North American AT-6 Texans y Beechcraft AT-11 de la Aviación Naval Argentina para bombardear la Casa Rosada (casa de gobierno) frente a la Plaza de Mayo en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Habiendo sido alertado del ataque Perón se había movido a otro edificio pero no dando aviso a la población general. De todos modos, las bombas no fueron precisas y sólo produjeron un masacre en la población civil de aproximadamente 350 muertos.

Los pilotos luego siguieron camino hacia Uruguay y aterrizaron en Carrasco, pidiendo y siéndoles otorgado asilo político. Allí los encontró un fotógrafo de la revista Life. Este intento de golpe de Estado fue el último antes de la Revolución Libertadora, casi el mismo día en Septiembre de ese mismo año.

Con errores y todo, estos hombres enfrentaron a un régimen populista y fascista del único que habían sido instruidos, no a través de la acción diplomática ni política, sino a través de las armas.



miércoles, 16 de junio de 2021

Revolución Libertadora: Eterno agradecimiento al pueblo uruguayo

Eterno agradecimiento

Uruguay: el pacto que salvó a los aviadores prófugos


Noventa aviadores militares argentinos esperaron en Uruguay la caída del general Juan Domingo Perón. La espera comenzó el 16 de junio de 1955, cuando tras los bombardeos a la Plaza de Mayo y la Casa Rosada 28 aviones aterrizaron en Montevideo y otros cuatro en Colonia. Aquí se revelan algunos detalles de la intimidad de ese tramo de historia argentina. En el ataque se estima que hubo 364 muertos y más de 800 heridos. Ayer, Clarín reveló documentos secretos sobre los personajes responsables de la tragedia.
Clarín



Mientras todavía giraban las últimas turbinas de los 32 aviones argentinos que habían participado del bombardeo de la Casa Rosada y la Plaza, el presidente Luis Batlle reunía al consejo de gobierno y resolvía otorgar asilo a los 90 oficiales que venían a bordo. Fue un pacto no escrito, pero sostenido en el enfrentamiento entre el gobierno uruguayo y el argentino, fundado en profundas diferencias económicas e ideológicas.

Ese enfrentamiento entre Batlle y Perón se manifiesta en las palabras de uno de los aviadores que llegó al Uruguay: el capitán de fragata (aviador) Néstor Noriega, quien era jefe de la Base Aeronaval de Punta Indio recordaría: "Una semana después me recibió el presidente Batlle Berres. Yo quería agradecerle todo lo que había hecho por nosotros. El presidente me recibe, me abraza, prácticamente se pone a llorar y me dice: 'vea, no se imagina lo que he rogado para que saliera bien esto y mataran al atorrante ese que nos tiene al Uruguay bajo el zapato'. Los uruguayos iban a vender carne a Holanda a 1,50 dólares. Entonces Perón agarraba y decía: 'A Holanda se la mandamos a 1,25'".

Los últimos aviones aterrizaron a las seis de la tarde. En Montevideo llegaron a la base aérea militar N° 1, junto al aeropuerto de Carrasco, donde se impuso un férreo control para evitar el ingreso de civiles, en particular, de periodistas y reporteros gráficos. De los 32 aviones que se refugiaron en suelo uruguayo, 28 aterrizaron directamente en la base aérea militar Nø1, y los otros cuatro en Colonia. El hecho de que en allí aterrizaran en un aeropuerto civil, permitió rastrear la identidad de los aviadores.

El primero en llegar, sobre las cuatro y media de la tarde, fue el 3B6 piloteado por el teniente de fragata Alfredo Eustaquio, con los tenientes de corbeta Hugo Albanel y Lagos Martínez, y el guardiamarina Miguel Ángel Londoni. Las radios uruguayas ya hacía 3 horas que contaban lo que ocurría en Buenos Aires.

Poco después llegó el 3A29, que venía únicamente con el piloto, el teniente de corbeta Máximo Rivero Kelly, ex número dos de la Armada durante el gobierno de Raúl Alfonsín. La tercera máquina llegó piloteada por el te niente de navío Eduardo Velarde, con el teniente de fragata Rafael Checachile como copiloto.

A las seis menos cuarto de la tarde, un Gloster Meteor sobrevoló Colonia pero siguió a Carmelo, a unos 10 kilómetros. Iba tripulado por el teniente de navío Armando David Yeannet, de 25 años. Se estrelló en el agua. El bullicio despertó la atención de los vecinos, que corrieron a la costa. Cuando vieron lo que ocurría, un lugareño no dudó en arrojarse vestido como estaba, para socorrer al aviador. Yeannet fue trasladado a un sanatorio, donde le practicaron las primeras curas, y puesto a disposición de los mandos militares locales.

Los que llegaron a Colonia fueron trasladados esa misma noche a Montevideo, y reunidos con sus colegas. Aunque se les había prohibido hablar, uno de los oficiales se aproximó a los periodistas, antes de subir al ómnibus que lo llevaría a Montevideo, abrió sus brazos, y dijo: "nos traicionaron". No agregó más nada.

El celo dispuesto por el gobierno uruguayo para controlar a los aviadores argentinos, parecía centrado en mantener en reserva sus identidades. Una vez reunidos en el grupo de artillería Nø 5, en la calle Burgues, se procedió a proporcionarle a todos ropas civiles de buena calidad, con variedad para tiempo seco y húmedo, documentos de identidad uruguayos, y hasta algunos pesos a quienes nada tenían, para que se ambientaran a sus primeros días en Uruguay. Luego se les otorgó libertad plena dentro del territorio uruguayo. En septiembre, cuando Perón fue derrocado, todos volvieron a Argentina.

A Uruguay llegaron ocho aparatos de dos turbinas Gloster Meteor, dos cuatrimotores Douglas DC4, cinco bombarderos bimotores C47, tres bimotores Beechcrafp AT11 de observación y entrenamiento, 11 monomotores AT6, y tres anfibios bimotores Catalina, uno de los cuales, el primero en llegar, había sido equipado con dos bombas que no había lanzado. Los asilados argentinos se incorporaron rápidamente a la vida de Montevideo, cuyos habitantes tenían posición mayoritaria tomada en contra del gobierno del presidente Juan Domingo Perón. La diáspora argentina antiperonista se había iniciado dos años antes. Los exiliados habían sobrevivido en Uruguay como podían. Un grupo de ellos reunió el dinero, y abrió una librería en 18 de Julio y Plaza de Cagancha, pleno centro de la ciudad, donde asistían a los que tenían más dificultades.

La influencia ideológica de los asilados y exiliados se hacía sentir en las habituales peñas que se realizaban en los bares y confiterías del centro de Montevideo, y en Pocitos. Alberto Methol Ferré, hoy docente de historia en Montevideo y Argentina, un intelectual de cuño católico, se había convertido en un ferviente peronista "desde el 17 de octubre de 1945", confesó a Clarín. Methol era habitual animador de las peñas que se realizaban en Montevideo, porque invariablemente era el único que defendía las ideas de Perón. "Era horrible" la hostilidad que sentía de sus compatriotas por defender esas ideas en 1955, confesó Methol.

Daniel Castagnin, hoy abogado jubilado, realizaba el servicio militar voluntario para la reserva cuando se sucedieron los episodios de 1955 en Argentina, y rápidamente tomó partido por los rebeldes. "Pero después que se fueron los asilados, y los exiliados antiperonistas, el Uruguay se pobló de exiliados y asilados peronistas, lo que me permitió conocer la otra cara de la moneda", contó a Clarín.

lunes, 14 de junio de 2021

Guerra de Secesión: El rol del espionaje en el conflicto (2/2)

Espionaje de la Guerra Civil Estadounidense

Parte I || Parte II
W&W



Allan Pinkerton, en el extremo izquierdo, frustró un complot para matar a Lincoln.

Lewis trató de actuar con calma, insistiendo en que era un amigo de Webster que llamaba para ver cómo le estaba yendo. Después de que el hijo del senador diera una identificación positiva a los dos Pinkerton, cuyos nombres ya eran conocidos por los confederados, Lewis trató de escapar la noche del 16 de marzo, después de haber llenado las rejas de las ventanas de la prisión. Desafortunadamente, Lewis fue recogido a 20 millas (32 km) de Richmond en la carretera de Fredericksburg. Fue devuelto a la cárcel y encadenado.

El 1 de abril, Scully y Lewis fueron declarados culpables de espionaje y condenados a la horca cuatro días después. Lewis tenía una última carta que jugar. La Confederación estaba tratando de ganarse el reconocimiento de Gran Bretaña y él y Scully todavía eran súbditos de la reina Victoria. Lewis entregó al capellán de la prisión una carta para el cónsul británico, pidiendo la protección de la Corona. Aunque el cónsul llegó y prometió ayudar, Scully estaba cerca del punto de ruptura. Disolviéndose en lágrimas, Scully admitió que le había escrito a Winder y, si le perdonaban, revelaría todo lo que sabía. Este curso de acción se confirmó cuando los guardias sacaron a Lewis de la celda para que Scully no fuera influenciada por él.

No mucho después, Lewis vio llegar un carruaje a la prisión y se horrorizó al ver que Webster y Lawton eran llevados cautivos. Scully los había traicionado. Con la esperanza de ser ejecutado a las 11.00 de la mañana del 4 de abril, le dijeron a Lewis que el presidente Davis había retrasado la ejecución durante dos semanas. Esto fue para permitir un juicio, con Scully y Lewis llamados como testigos contra Webster. Los confederados estaban furiosos porque se habían dejado engañar por Webster y querían una venganza rápida. Mientras Scully derramaba los frijoles, Lewis hizo todo lo posible por proteger a Webster. El juicio fue una conclusión inevitable. Webster, cada vez más frágil, fue condenado a muerte a toda prisa, no fuera que Webster muriera primero a causa de su enfermedad. Lawton fue condenado a un año de prisión como su cómplice, mientras que Scully y Pryce Lewis se salvaron de la horca como súbditos británicos.

Cuando Pinkerton se enteró del juicio por un periódico sureño, estaba fuera de sí por la angustia. El asunto llegó hasta Lincoln, quien escribió al presidente Davies señalando que los espías confederados no habían sido ejecutados en el norte. Con esto vino la amenaza obvia: si Webster era ejecutado, los espías del sur podían esperar el mismo trato. Las súplicas no fueron escuchadas y Webster recibió una ejecución pública. Sin un verdugo adecuado, se necesitaron dos intentos para colgarlo. En el primer intento, la soga estaba demasiado suelta y terminó alrededor de la cintura de Webster y en el segundo intento, estaba tan apretada que casi lo estrangula antes de que se soltara la trampilla.

La pérdida de Webster pareció marcar el comienzo del fin de Pinkerton como jefe del servicio secreto. Como general, McClellan fue muy criticado por ser demasiado cauteloso. Una de las principales razones dadas para esta precaución fueron los errores de Pinkerton al informar sobre el orden de batalla confederado, que constantemente exageraba en exceso. En marzo de 1862, McClellan avanzó con 85.000 soldados contra Richmond. Al encontrar resistencia en Yorktown, McClellan se detuvo rápidamente y se estableció para un asedio de un mes. Contra él no había más de 17.000 soldados, pero la inteligencia de Pinkerton era defectuosa. Durante el curso del asedio, los confederados recibieron refuerzos, lo que elevó su fuerza a 60.000 hombres. Al mismo tiempo, las fuerzas de McClellan crecieron a 112.000 efectivos, pero aún creía que los confederados tenían el doble de tropas que en el caso. Cuando McClellan finalmente se abrió paso y reanudó su avance sobre Richmond, el ejército confederado fue reforzado por el general "Stonewall" Jackson. Su fuerza real estaba en la región de 80.000 hombres: Pinkerton informó que eran 200.000 y McClellan decidió retirarse.

El 5 de noviembre, Lincoln reemplazó a McClellan y, al hacerlo, puso fin a la participación activa de Pinkerton en la guerra. La culpa del detective no fue la incapacidad de reunir información, sino su apreciación de la misma. Como Landrieux había escrito sobre su tiempo en Italia, el jefe de un servicio secreto militar tenía que ser un soldado porque un policía civil "no entendería casi nada". Pinkerton era una prueba viviente de ello. Había tenido éxito en el contraespionaje, que era sobre todo trabajo policial, pero se estaba de acuerdo en que Pinkerton era un fracaso abyecto con la inteligencia militar. Este fracaso también resultó, a la larga, muy malo para los negocios. Washington declinó cualquier responsabilidad por los gastos de Pinkerton, argumentando que era el empleado privado del general McClellan. Fue reemplazado por una Oficina del Servicio Secreto bajo Lafayette Baker (1826-1868), quien fue nombrado por el Secretario de Guerra Stanton.

Antes de esta asignación, como Webster, Lafayette Baker había estado trabajando como espía detrás de las líneas enemigas. Su modus operandi fue hacerse pasar por un fotógrafo itinerante, lo que hizo con aplomo, a pesar de que su cámara estaba rota y sin película. En sus viajes conoció a Jefferson Davies y entrevistó al general Beauregard. Finalmente, se sorprendió en Fredericksburg cuando una chispa inquisitiva se preguntó por qué era el único fotógrafo que nunca tenía fotografías con él. La plantilla estaba lista y Baker escapó de regreso a las líneas de la Unión.

Quizás el ejemplo más significativo de espionaje militar en la guerra se produjo durante el período previo a la batalla de Gettysburg (1-3 de julio de 1863), la batalla más grande jamás librada en suelo estadounidense. En resumen, el general confederado Robert E. Lee había invadido la Unión con el ejército de 75.000 efectivos del norte de Virginia. Mientras avanzaba a lo largo del valle de Shenandoah hacia Harrisburg, Pensilvania, Lee dependía de una pantalla de caballería para proteger su marcha. Bajo el mando del general J. E. B. Stuart, la caballería confederada salió a atacar, dejando a Lee y a todo el ejército ciego. Mientras Lee esperaba en vano noticias de Stuart, el comandante del I Cuerpo, el general James Longstreet, envió un espía para lograr lo que Stuart no había logrado.

Este espía fue identificado por Longstreet en sus memorias como un explorador llamado sólo como "Harrisson". No fue hasta la década de 1980 que finalmente se lo identificó como Henry Thomas Harrison (1832-1923), un nativo de Nashville, Tennessee. En 1861, Harrison se unió a la Milicia del Estado de Mississippi como soldado raso y, a menudo, fue empleado como explorador. En febrero de 1863 llegó a la notificación del Secretario de Guerra de la CSA, James Seddon, quien lo llevó a Richmond y lo contrató como espía. En marzo, Seddon envió a Harrison y a varios otros vestidos de civil al general Longstreet, recomendándole que los usara como exploradores. Para probarlos, Longstreet los envió en misiones, incluida la búsqueda de un pasaje a través de los pantanos en dirección a Norfolk. De los enviados, Harrison fue calificado como "un explorador activo, inteligente y emprendedor" y fue retenido al servicio de Longstreet.

Vale la pena señalar aquí que, aunque Longstreet se refiere cortésmente a Harrison como un "explorador", estaba vestido de civil, lo que lo convierte en un espía a los ojos de la ley. Como es tan común en la historia del espionaje, se desconfiaba de los espías y se pensaba que eran traidores dobles, que le daban al enemigo tanta información como recibían de ellos. Incluso Longstreet fue cauteloso al tratar con Harrison para que no lo traicionaran. Cuando envió a Harrison para que fuera a Washington y recabara toda la información de inteligencia posible, no respondió a la pregunta de Harrison sobre a dónde debía presentarse una vez cumplida la misión. En una versión de la conversación, Longstreet le dijo a Harrison que el cuartel general del I Cuerpo era lo suficientemente grande como para que cualquier hombre inteligente pudiera encontrarlo. En otra versión, dada por el jefe de personal de Longstreet, Gilbert Moxley Sorrel, el general dice: "Con el ejército; Estaré seguro de estar con él. '' Irónicamente, Sorrel notó que tal precaución era innecesaria ya que Harrison `` sabía prácticamente todo lo que estaba pasando ''.

Según Sorrel, las instrucciones de Harrison eran avanzar hacia las líneas enemigas y permanecer allí hasta finales de junio, trayendo tanta información como pudiera. Regresó la noche del 28 de junio y encontró la sede de Longstreet en Chambersburg, Pensilvania. "Sucio y desgastado por el viaje", había sido arrestado cuando intentaba cruzar las líneas de piquete confederadas y el guardia preboste lo llevó al campamento de Longstreet. Sorrel lo reconoció y lo interrogó de inmediato. El informe de Harrison era largo y, como probarían los hechos, completamente exacto. Explicó cómo el Ejército de la Unión del Potomac había abandonado Virginia y había comenzado a perseguir a Lee en gran número. Se habían identificado dos cuerpos federales a unas 50 millas (80 km) de distancia en Frederick y George Meade había sido puesto recientemente al mando del ejército, en lugar del general Hooker. Al reconocer la importancia del informe, Sorrel llevó a Harrison a Longstreet y lo despertó. Al escuchar la noticia, Longstreet no perdió tiempo en enviar a Harrison directamente al campamento del general Lee con uno de sus oficiales de estado mayor, el mayor John W. Fairfax.

Al llegar a la tienda de Lee, Fairfax entró y anunció que uno de los exploradores de Longstreet había llegado con información de que el ejército de la Unión había cruzado el Potomac y marchaba hacia el norte. Lee se había pasado el día preocupado por la falta de comunicación de Stuart y el informe de Fairfax parece haberlo sorprendido. `` ¿Qué piensas de Harrison? '' Preguntó Lee. `` General Lee '', respondió Fairfax, `` no pienso mucho en ningún explorador, pero el general Longstreet piensa mucho en Harrison ''. `` No sé qué hacer '', fue la respuesta contundente de Lee después de un momento de reflexión. No tengo noticias del general Stuart, el ojo del ejército. Puedes recuperar a Harrison ".

Más tarde esa noche, después de absorber el impacto de que estaba en grave peligro por una fuerza desconocida, Lee envió a buscar a Harrison. En lo que debió haber sido una larga entrevista, Lee escuchó pacientemente el informe completo de Harrison: cómo había dejado Longstreet en Culpeper y se había ido a la capital de Union, Washington, donde había escuchado chismes en las tabernas. Al oír que el ejército de la Unión había cruzado el Potomac en busca de Lee, Harrison recordó cómo partió hacia Frederick, mezclándose con los soldados durante el día y moviéndose a pie por la noche. En Frederick había identificado dos cuerpos de infantería y había oído hablar de un tercero cercano, que no había podido localizar. Al enterarse de que el ejército de Lee estaba en Chambersburg, encontró un caballo y se apresuró a regresar para revelar la posición del ejército de la Unión. En el camino, se enteró de que al menos otros dos cuerpos se encontraban en las cercanías y que el general Meade había tomado el control del ejército.

Sin otra opción que creerle a Harrison, Lee dio la orden de concentrarse en dirección a Gettysburg. Muchos aplauden a Harrison por salvar al ejército confederado de ser atacado por la retaguardia, pero irónicamente, al hacerlo, también lo llevó al desastre. En contra del consejo de Longstreet, después de encontrarse inesperadamente con elementos líderes del ejército federal en Gettysburg, Lee atacó a Meade durante tres días de lucha confusa y encarnizada. La batalla fue una gran derrota para la Confederación, perdiendo hombres y comandantes que no podía permitirse reemplazar. Al final, Lee se vio obligado a retroceder a través del Potomac.

Más tarde ese mismo año, Harrison obtuvo permiso para regresar a Richmond. Antes de dejar la sede, le dijo a Sorrel que aparecería en el escenario en el papel de Cassio, en Otelo de Shakespeare. Cuando Sorrel le preguntó a Harrison si era actor, el espía le explicó que no, pero que estaba haciendo la actuación para ganar una apuesta de 50 dólares. Sorrel vio la actuación - Cassio era inconfundiblemente Harrison - y notó que todo el elenco parecía bastante borracho. Aunque quizás solo sea una diversión inofensiva, Sorrel decidió investigar más de cerca las indulgencias de Harrison. Cuando descubrió que Harrison tenía fama de beber en exceso y jugar, Sorrel concluyó que no era seguro trabajar como espía. Harrison fue despedido del servicio de Longstreet en septiembre y enviado de regreso al Secretario de Guerra.

La Guerra Civil estadounidense fue notable por la cantidad de agentes femeninas en ambos lados. Ya hemos visto a Rose Greenhow, Kate Warne y Carrie Lawton. A estos hay que añadir "la belle rebelle" Belle Boyd (1844-1900), quien a los 17 años disparó a un soldado federal exuberante en la puerta de su casa cuando intentaba izar la bandera de la Unión sobre su casa de Virginia. Durante la campaña de Shenadoah Valley de 1862, Boyd corrió a través de un campo de batalla para entregar inteligencia vital a 'Stonewall' Jackson. Estaba tan impresionado con sus hazañas que nombró a Boyd capitán y ayudante de campo honorario en su estado mayor. Más tarde, Boyd viajó a Gran Bretaña, donde su autobiografía se convirtió en un éxito de ventas.

Sarah Emma Edmonds (1842-1898) se alistó en el ejército de la Unión con el nombre de Frank Thompson. Como voluntaria para una misión detrás de las líneas enemigas en Yorktown, Edmonds logró la entrada a los campamentos confederados cerca de Yorktown, Virginia, disfrazada de esclava afroamericana, después de comprar una peluca de "lana negra" y teñirse la piel con nitrato de plata.

Se le asignó trabajar en la construcción de las murallas confederadas frente a la posición de McClellan y observó cómo los troncos se pintaban de negro para que parecieran armas. Desafortunadamente, el trabajo pesado pasó factura al disfraz de Edmonds. Cuando empezó a sudar, el nitrato de plata empezó a desvanecerse. Cuenta la leyenda popular que un esclavo notó que la piel de Edmonds se estaba volviendo más pálida y señaló esto. Edmonds respondió con frialdad que siempre esperaba convertirse en blanca algún día, ya que su madre era una mujer blanca. Aparentemente, esta excusa fue aceptada. En el segundo día de su misión, Edmonds fue enviado al piquete confederado para reemplazar a un soldado muerto. Desde allí escapó a Union Lines.

Pauline Cushman (1833-1893) también merece una mención honorífica. Actriz de Nueva Orleans, Cushman siguió al ejército confederado "buscando a su hermano", pero en realidad espiando para el norte. Fue capturada y sentenciada a la horca, pero fue rescatada por las tropas de la Unión en el último momento. El presidente Lincoln la nombró mayor honoraria. También fue de gran utilidad la esclava liberada Mary Touvestre, que era ama de llaves de un ingeniero confederado en Norfolk, Virginia. Ella robó un conjunto de planos para el primer buque de guerra acorazado confederado y los llevó a salvo a Washington.

Pero de todas las agentes femeninas, incluida Greenhow, la elección del conocedor debe ser Elizabeth Van Lew (1818-1900). De una familia del norte asentada en Richmond, Van Lew no se aferró a la forma de vida sureña. Cuando su padre murió, usó su herencia para liberar a los esclavos de la familia, un acto que le valió una reputación entre la educada sociedad sureña como algo excéntrico.

Después de la llegada a Richmond de los soldados de la Unión hechos prisioneros en Bull Run, Van Lew obtuvo un pase del general Winder para visitarlos. Mientras les proporcionaba alimentos, medicinas y ropa, Van Lew comenzó a recopilar mensajes de los prisioneros, que había llevado de contrabando a sus hogares. Este simple acto de generosidad pronto se convirtió en una red de espionaje, conocida como Richmond Underground. Esta compuesta por una elaborada red de espías, mensajeros y rutas de escape para los presos que ayudó a escapar de la prisión. A modo de ejemplo, en 1864 Van Lew fue responsable de la fuga de 109 prisioneros, la mitad de los cuales se alojó en su casa mientras esperaba que la llevaran de contrabando al norte. Por supuesto, Winder no ignoraba del todo las actividades de Van Lew. Desde 1862 la tuvo bajo vigilancia, pero sin éxito. Van Lew, consciente de que la estaban observando, comenzó a actuar de manera muy extraña, confirmando las sospechas de que estaba desequilibrada, si no realmente loca.

La red de espías de Van Lew se centró en una de las ex esclavas de su familia, Mary Elizabeth Bowser. Al comienzo de la guerra, Van Lew obtuvo el empleo de Bowser como sirviente en la casa del presidente confederado. Como sirvienta afroamericana, los invitados del presidente la ignoraron y no sospecharon que Bowser estaba escuchando cuidadosamente sus conversaciones o leyendo documentos en el escritorio de Jefferson mientras realizaba sus tareas del hogar. Para recopilar informes de Bowser, Van Lew reclutó a un panadero local que hacía entregas a la "Casa Blanca" confederada. El panadero recogió los mensajes para Van Lew, quien los cifró y se los pasó a un anciano, otro ex esclavo, que los llevó al General Grant de la Unión, escondido en sus zapatos. Una vez más, debido a que el hombre era visto como un esclavo, pasó desapercibido bajo los auspicios de llevar flores.

En 1864, Winder hizo otro intento de atrapar a Van Lew con las manos en la masa. Ordenó que las tropas registraran su propiedad, que no encontraron nada, a pesar de que había prisioneros escondidos en una habitación secreta en el tercer piso. Después de la redada, Van Lew sufrió un espasmo de apoplejía en la oficina de Winder, declaró que no era un caballero y le obligó a disculparse. Unos pocos meses después, la guerra terminó y el general Grant hizo un especial hincapié en visitar a Van Lew, agradeciéndole la excelente información de inteligencia que había recibido de Richmond. Como era de esperar, los vecinos de Van Lew estaban menos que complacidos de conocer el alcance total de su traición. 'Crazy Bet' pasó los siguientes 35 años de su vida despreciada como una paria y una traidora.

domingo, 13 de junio de 2021

SGM: El increíble combate entre el carguero corsario Kormoran y el crucero HMAS Sidney

Batalla entre “HMAS Sidney” y “Kormoran”

Eurasia 1945




La batalla entre los cruceros HMAS Sidney y Kormoran fue uno de los encuentros navales más sorprendentes de la Segunda Guerra Mundial. Librado tan sólo unos días antes del inicio de la Guerra del Pacífico contra Japón, el enfrentamiento transcurrió de manera desigual porque un simple corsario camuflado alemán atacó por sorpresa y hundió con relativa facilidad a un crucero de línea australiano, una proeza casi imposible de realizar, aunque si por algo el incidente se volvería famoso sería por convertirse en uno de los episodios militares más polémicos de la Historia de Australia.

Preludio

La jornada del 11 de Noviembre de 1941, aproximadamente un mes antes del estallido de la Guerra del Pacífico, el crucero HMAS Sidney de la Marina Real Australiana (Royal Australian Navy) al mando del capitán Joseph Burnett abandonó el puerto de Freemantle para ofrecer escolta al carguero australiano SS Zeelandia que viajaba en dirección Malasia. A los seis días del viaje, el 17 de Noviembre, la nave transfirió su cometido de protección al crucero británico HMS Durban, por lo que después de ser el transporte relevado, el buque australiano dio media vuelta y emprendió el retorno hacia el litoral occidental de Australia.


Mapa de Australia. En un cuadrado rojo el lugar de la batalla entre el Kormoran y el HMAS Sidney.

El crucero australiano HMAS Sidney había sido botado en 1934 como un barco de “Clase Leander” que desplazaba 8.940 toneladas a plena carga y que poseía unas medidas de 147 metros de longitud, 14 metros de ancho y 5 metros de calado, así como un blindaje consistente en 76 milímetros en la cintura y 55 milímetros en otras partes sensibles. Se trataba de una nave con capacidad para albergar a 590 tripulantes entre 33 oficiales y 557 marineros, más un armamento comprendido en ocho cañones pesados de 150 milímetros en torretas dobles (dos a proa y dos a popa), doce piezas menores de 100 milímetros (seis a babor y estribor), veintitrés ametralladoras defensivas y antiaéreas (doce Vickers Mk III de 13 milímetros, nueve Lewis de 7’7 milímetros y dos Vickers de 7’7 milímetros), ocho tubos lanzatorpedos de 533 milímetros en dos plataformas cuádruples y una catapulta con grúa para un hidroavión de reconocimiento Supermarine Walrus.

Dos días más tarde del viaje de regreso del HMAS Sidney, el miércoles 19 de Noviembre, el corsario alemán Kormoran que cubría la misma ruta estando al mando del capitán Theodor Detmers, se encontraba patrullando el oeste de Australia con apariencia de carguero holandés bajo el falso nombre de Straat Malaka. Lamentablemente después de 352 de haber estado navegando sin pausa, el buque no había tenido suerte porque sólo se había anotado el hundimiento de 11 cargueros enemigos debido a que tanto en el Océano Pacífico como en el Océano Índico existían una cantidad menor de mercantes en dirección a los puertos del Imperio Británico.

El Kormoran era un carguero construido en los Astilleros de Kiel bajo la denominación de “Crucero de Interferencia Comercial”, ya que se le diseñó con apariencia de mercante civil pero con un arsenal militar camuflado con mamparos. Con unas medidas de 164 metros de longitud, 20 metros de ancho y 8 metros de calado, desplazaba 8.736 toneladas y una tripulación compuesta por 399 almas contando 36 oficiales, 359 marineros y 4 lavanderos chinos (estos últimos enrolados del mercante SS Eurylochus hundido por la nave), además de poseer un arsenal consistente en seis piezas pesadas de 150 milímetros, dos cañones ligeros de 37 milímetros, cinco antiaéreos de 5 milímetros, dos tubos lanzatorpedos dobles de 533 milímetros y 360 minas acuáticas, así dos hidroaviones de reconocimiento Arado Ar 196.

Batalla del Kormoran contra el HMAS Sidney

A las 16:00 horas de la tarde del 19 de Noviembre de 1941, un vigía del mástil del corsario Kormoran divisió lo que parecía ser la silueta de un barco en la línea del horizonte, justo cuando la nave se encontraba navegando a unas 150 millas náuticas de la costa australiana de Carnarvon, no muy lejos de la Isla de Dirk Hartog y la Bahía de los Tiburones. Inmediatamente el marinero bajó a la cámara de los oficiales en el puente, donde nada más informar al capitán Theodor Detmers del descubrimiento, éste dejó el café que estaba bebiendo y observó a través de sus prismáticos para distinguir un buque al que erróneamente confundió con un carguero enemigo, motivo por el cual ordenó “zafarrancho de combate”.

Cuando el Kormoran viró el rumbo 260º hacia el misterioso barco, el crucero HMAS Sidney que era en realidad el objetivo del alemán, también aceleró los nudos hacia el corsario germano hasta situarse ambos a una distancia de 7 millas sobre las 17:00 horas. En ese instante el capitán Theodor Detmers que ya pudo observar mejor a su oponente, entró en pánico al comprobar que la nave en verdad se trataba de un crucero de la Marina Real Australiana y no un mercante, por lo acto seguido intentó corregir el error dando la vuelta y mostrando la popa a su rival, aunque con tan mala suerte que el corsario sufrió una avería al recalentarse uno de los cuatro cilindros del motor, siendo reducida su velocidad de los 18 a los 14 nudos.


Corsario alemán camuflado Kormoran.

El HMAS Sidney que todavía no sospechaba del Kormoran, se aproximó hacia la nave con la intención de hacer una inspección rutinaria a aquel supuesto carguero holandés denominado falsamente como Straat Malaka. A sabiendas el capitán Theodor Detmers de que jamás podría escapar de su perseguidor, optó por intentar engañar a los australianos simulando que sus tripulantes eran marinos civiles con escasa experiencia en alta mar. Así fue como tras emitir el HMAS Sidney la señal de identificación “NNJ”, los marineros germanos intentaron ganar tiempo mostrándose torpes a la hora de izar las banderas en orden erróneo, desenrollar mal las telas o enviar un mensaje equivocado a su rival con las siglas “PKQI”. A las única señales que el navío respondió con sentido fue que se dirigía en dirección a Batavia, por aquel entonces la capital de las Indias Orientales Holandesas. A pesar de las extrañas evidencias y de que el capitán Joseph Burnett comenzó a impacientarse porque ordenó a la dotación de la artillería pesada ocupar sus puestos y al hidroavión calentar motores en la catapulta, el resto del personal de marinería cometió el error de permanecer a la espera, sin movilizarse y estando en una actitud completamente relajada mientras charlaban y se apoyaban sobre las barandillas.

La última señal izada por el HMAS Sidney al supuesto carguero Straat Malaka fueron las siglas “IK” que obviamente la tripulación del Kormoran desconocía, algo que obligó al capitán Theodor Detmers a actuar cuanto antes porque sabía que ya no tendría más oportunidades. Afortunadamente todo el teatro organizado por sus marineros había funcionado porque de manera negligente el crucero australiano se había situado en paralelo a tan sólo 1.500 metros del corsario, ofreciendo un blanco claro y fácil, sin obviar con que la distancia era tan reducida que incluso una nave tan poco artillada como el Kormoran tendría altas posibilidades de echar a pique a un buque de guerra tan poderoso como el HMAS Sidney.

Inesperadamente a las 17:30 horas, el Kormoran arrió del mástil la bandera de Holanda e izó la cruz gamada del Tercer Reich, al mismo tiempo en que abría sus compuertas y mamparos asomando sus poderosos cañones de 150 milímetros. Apenas sin otorgar a los australianos tiempo para reaccionar, el Kormoran efectuó sus dos primeros disparos que erraron en el blanco porque el primer proyectil cayó demasiado corto y el segundo levantó un géiser de agua por detrás del buque enemigo. No obstante, nada más producirse las tres siguientes salvas, dos de los proyectiles alcanzaron al HMAS Sidney con la consiguiente destrucción del puente y la dirección de tiro de proa, aunque éste último respondió con una andanada de 150 milímetros que falló porque las cabezas detonaron sobre la superficie del mar. Acto seguido, la artillería secundaria de 37 milímetros del Kormoran barrió la cubierta del crucero rival, mientras sus piezas antiaéreas de 20 milímetros y la dotación de las ametralladoras acribillaron con cientos de balas a unos indefensos y sorprendidos marineros australianos que fueron fácilmente masacrados sin poder acudir a sus puestos. De hecho pronto un proyectil desprendió al hidroavión de su plataforma, cuyo combustible se desparramó por el casco y originó un incendio que fue imposible de controlar, además de recibir la nave australiana dos torpedos, uno de los cuales impactó bajo la línea de flotación causando una inundación parcial en la proa. Como la situación se volvió desesperada, el HMAS Sidney intentó embestir al Kormoran inútilmente porque la punta pasó de largo junto a su popa, momento en que los germanos aprovecharon para lanzar nuevos fogonazos que inutilizaron la Torreta A e hicieron saltar por los aires la Torreta B. La única respuesta efectiva del HMAS Sidney durante todo el encuentro fue disparar cuatro torpedos contra el corsario que no acertaron, aunque al menos una salva de los cañones pulverizó a los generadores de energía, lo que supuso un golpe mortal para Kormoran.

Crucero australiano HMAS Sidney.

A las 18:35 horas del atardecer, tanto el Kormoran como el HMAS Sidney rompieron el contacto y se alejaron después de haber encajado el crucero australiano un total de 450 proyectiles y el corsario alemán unos 50 impactos. Aunque ambos buques continuaron viéndose durante aproximadamente una hora y media, a las 20:00 horas de la noche, los vigías del Kormoran comprobaron como la silueta del HMAS Sidney y los resplandores de las llamas desaparecían finalmente por detrás de la línea del horizonte. Después de aquel último avistamiento de su rival y pese a que los alemanes todavía no podían saberlo, el crucero australiano se hundió de manera misteriosa sin registrarse un sólo superviviente, ya que perdieron la vida la totalidad de los 645 marineros, incluyendo el capitán Joseph Burnett.

Polémica

Avanzada la noche del 19 de Noviembre de 1941, el capitán Theodor Detmers realizó una evaluación de daños en el Kormoran para descubrir que las averías de propulsión estaban rotas de manera irrecuperable, que existía un incendio en la sala de máquinas y que varios compartimentos habían sido inundados, además de haber 20 miembros de la tripulación muertos y otros 40 heridos. A pesar de que en cualquier otra circunstancia la nave hubiese sido salvable, al encontrarse tan lejos de un puerto amigo por estar en aguas de Australia, los germanos no tuvieron más remedio que decretar la evacuación. Así fue como cinco botes y varias lanchas de goma fueron echadas al agua (una de éstas volcaría con varios heridos que se ahogaron con la consiguiente cifra de 82 fallecidos desde el inicio de la batalla) hasta que se sacó con vida a 320 tripulantes entre los que había 317 alemanes y 3 cocineros chinos, antes de que a las 24:00 horas el Kormoran fuese minado por sus propios marineros con cargas de demolición en las bodegas, siendo finalmente explosionado y hundido a las 00:20 horas del 20 de Noviembre.

La mañana del 20 de Noviembre de 1941, las autoridades portuarias de Freemantle comenzaron a preocuparse cuando no vieron aparecer a la hora prevista al crucero HMAS Sidney. Al día siguiente, el 21, los peores temores parecieron confirmarse porque la nave tampoco se presentó, exactamente igual que la jornada de 22, por lo que finalmente el 23 se decretó el estado de alarma en los cuarteles militares y en las instalaciones navales. Al cabo de veinticuatro horas de ser declarada la emergencia, el transatlántico RMS Aquitania recogió del agua a una balsa de goma cargada con 26 náufragos alemanes que relataron haberse enfrentado cinco días atrás contra un crucero enemigo. El mismo testimonio aportaron los supervivientes germanos de una segunda lancha encontrada por el petrolero SS trocas el 25, así como nuevos tripulantes del Kormoran que a bordo de otras dos balsas desembarcaron en dos grupos de 57 y 46 marineros sobre la costa norte de Carnarvon. A raíz del curso que estaban tomando los acontecimientos y la falta de noticias fiables, el Gobierno de Sidney oficializó la censura en la prensa y la radio, al mismo tiempo en que se montaba un operativo de búsqueda y rescate con varios escuadrones de hidroaviones y una escuadra naval conformada por el crucero holandés Tromp y seis mercantes recién requisados al oeste de Australia. Entre estos buques estuvo el carguero SS Yandra que acogió a un bote con 73 alemanes el 27 de Noviembre, así como el barco auxiliar HMS Koolinda que hizo lo propio con otros 31 náufragos germanos y el mercante SS Centaur con los últimos 61, incluyendo el capitán Theodor Detmers.


Supervivientes en las balsas del Kormoran.

Con la captura de los supervivientes del Kormoran, las autoridades procedieron a los interrogatorios para ofrecer todos la misma versión consistente en que el día 19 se habían enfrentado a un crucero de bandera australiana del que habían conseguido escapar, pero nadie había visto hundirse. Según tales testimonios que parecían coincidir, los investigadores australianos no comprendieron como el HMAS Sidney en casi dos horas no había efectuado ninguna llamada de socorro por radio ni sus oficiales habían puesto en marcha una operación de evacuación, eso sin contar con que ni un sólo marinero se hubiese arrojado al agua para salvar la vida o simplemente que no se hubieran encontrado restos físicos de la nave como mamparos, salvavidas o cadáveres flotando. De hecho, un cuerpo hallado unos meses más tarde en la Isla de Navidad pareció proceder del crucero, aunque su avanzado estado en descomposición y su imposible identificación, impidieron clarificar si se trataba de un veterano del HMAS Sidney. Ante la falta de pruebas concluyentes y después de casi medio año de búsqueda infructuosa, el 30 de Junio de 1942, el Primer Ministro John Curtin anunció triste y abatido que el crucero HMAS Sidney, una de las joyas de la Marina Real Australiana, había resultado hundido y ningún miembro de la tripulación había sobrevivido.

La noticia de la desaparición y hundimiento del HMAS Sidney fue uno de los mayores golpes morales encajados por Australia durante la Segunda Guerra Mundial, similar en polémica a la carnicería vivida en la Batalla de Gallípoli durante la Primera Guerra Mundial. Desde ese instante muchos en el país comenzaron a buscar culpables y solicitaron que rodasen cabezas en los departamentos, ya fuese por los retrasos en la búsqueda de supervivientes o por el silencio en la prensa durante varios meses. De igual manera algunos se inventaron extrañas teorías asegurando que los marineros del Kormoran habían asesinado a los tripulantes del HMAS Sidney y se habían desecho posteriormente de los cuerpos, e incluso que un submarino japonés que pasaba por la zona había hecho desaparecer a los náufragos australianos (algo imposible porque Japón entró en la Guerra del Pacífico dos semanas después).

Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, las presiones por buscar culpables llevaron a que el capitán Theodor Detmers, condecorado en ausencia mientras se hallaba en cautividad con la Cruz de Hierro por el propio Adolf Hitler, fue retenido bajo la falsa acusación de haber ordenado asesinar a los tripulantes del HMAS Sidney. Afortunadamente y después de dos años de deliberaciones acerca de si juzgarle o no, la justicia australiana dictaminó su liberación en 1947 y su inmediata repatriación a Alemania. A pesar de todo, el capitán Theodor Detmers seguiría siendo injustamente señalado hasta su fallecimiento en 1976, sobretodo cuando inesperadamente después de más de treinta años apareció una vieja balsa a la deriva del HMAS Sidney, la cual se hallaba repleta de agujeros que en un principio creyeron ser de bala, aunque al final se confirmó que eran de impactos de metralla propia de la batalla (desmontándose una vez más la teoría del crimen). De hecho después de una última comisión de investigación, en 1997 el Parlamento Australiano cerró el caso con un denso informe de nueve volúmenes en el que se afirmaba que los 317 alemanes hechos prisioneros en 1941 eran inocentes.

Al entrar el siglo XXI, el 17 de Marzo de 2008, un equipo científico con robots oceánicos descubrieron el pecio del corsario alemán Kormoran al oeste de Australia, antes de que once horas más tarde, al fin hallasen los restos del crucero australiano HMAS Sidney. Al día siguiente del acontecimiento, el 18 de Marzo, el Primer Ministro Kevin Rudd comunicó al mundo que el crucero HMAS Sidney había sido encontrado después de 67 años de larga búsqueda. Gracias a este descubrimiento y a los daños observados sobre la estructura de la nave, se pudo comprobar que el hundimiento respondía a su particular enfrentamiento contra el Kormoran, aunque aquello no aclaró la extraña desaparición de todos sus tripulantes, lo que convirtió a este caso en uno de los sucesos navales más misteriosos de la Segunda Guerra Mundial.

Bibliografía:

  • -Eduardo Raboso García-Baquero, La Última Presa del Kormoran, Revista Española de Historia Militar Nº15, (2001), p.112-115
  • -Golden Jubilee, Royal Australian Navy. 1911-1961, “Our Naval Heritage”, Department of the Royal Australian Navy (1961), p.15
  • -http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_between_HMAS_Sydney_and_German_auxiliary_cruiser_Kormoran

viernes, 11 de junio de 2021

Guerra de Secesión: El espionaje durante el conflicto (1/2)

Espionaje de la Guerra Civil Americana

Parte I || Parte II
W&W



Sentados: R. William Moore y Allan Pinkerton. De pie: George H. Bangs, John C. Babcock y Augustus K. Littlefield

El problema de los periodistas que "espiaban" a los ejércitos continuó durante la Guerra Civil estadounidense (1860-1865). Hasta 150 corresponsales de guerra siguieron al Ejército de la Unión, junto con fotógrafos y artistas, al servicio de los grandes diarios del Norte. La guerra se informaba más rápido que en cualquier otro momento de la historia y con mucho más detalle. Los movimientos de tropas, los planes y las órdenes de batalla se comunicaron a un público hambriento de noticias en su país. También se convirtieron en una de las principales fuentes de información del Ejército Confederado. Los periódicos de Washington y Baltimore llegaban al escritorio del presidente confederado Jefferson Davis a las 24 horas de haber sido impresos, mientras que los de Nueva York y Filadelfia llegaban un día después.

Se intentó limitar el daño, con resultados a veces ridículos. El 2 de agosto de 1861, el general McClellan hizo que los corresponsales de Washington aceptaran no divulgar información sensible sin el permiso del comandante general. Dos meses más tarde, el secretario de Guerra Simon Cameron le dio felizmente al New York Tribune una orden completa del análisis de las fuerzas de la Unión en Missouri y Kentucky. En 1862, un intento del Departamento de Guerra de introducir la censura del telégrafo encontró hostilidad y la administración de Lincoln fue acusada de utilizar la seguridad como excusa para sofocar el debate público sobre el desarrollo de la guerra.

El problema parece haberse vuelto menos agudo después de que se requirió que los periodistas presentaran sus informes a los alguaciles antes de presentarlos. El general William T. Sherman, un hombre con poco tiempo para los reporteros, fue un paso más allá e insistió en que los corresponsales eran "aceptables" para él antes de que se les permitiera trabajar en el frente. En 1864, la prensa cooperó mejor y la famosa "marcha hacia el mar" de Sherman se llevó a cabo sin que se informara. El problema parece haber sido unilateral. Mientras que los comandantes de la Unión estaban frustrados por la presencia de periodistas en el frente, los confederados los excluyeron del frente por completo. La necesidad de una censura estricta parece haber sido mejor comprendida por los pocos periódicos del sur que siguieron funcionando durante la guerra.

Una de las figuras del servicio secreto más pintorescas de la Guerra Civil estadounidense fue Allan Pinkerton (1819-1894), el fundador de origen escocés de la agencia de detectives que lleva su nombre. Famoso por la protección de los ferrocarriles y por perseguir a desesperados tan notorios como James Gang, Wild Bunch y Butch Cassidy, el logotipo de la empresa era un ojo que todo lo ve con el lema "nunca dormimos", de ahí la expresión "detective privado".

En enero de 1861, Samuel Felton, presidente del ferrocarril de Filadelfia, Wilmington y Baltimore, contrató a la agencia Pinkerton para proteger a su empresa del sabotaje de simpatizantes secesionistas en el área de Baltimore. Pinkerton aceptó el contrato y tomó a seis de sus agentes para infiltrarse en los secesionistas. Junto a Pinkerton estaba el detective Timothy Webster, un policía de la ciudad de Nueva York nacido en Inglaterra y sin duda el principal hombre encubierto de la agencia. Webster se hizo pasar por simpatizante del sur y se enlistó en una tropa de caballería rebelde formada para resistir la "agresión yanqui". Otro agente, Harry Davies, ya estaba familiarizado con muchos de los principales secesionistas, ya que había vivido anteriormente en el sur. Fue Davies quien descubrió por primera vez un complot para asesinar al presidente electo Abraham Lincoln (1809-1885).

El decimosexto presidente de la Unión, Lincoln, había sido elegido el 6 de noviembre de 1860. Aunque fue catalogado como "Abe honrado", muchos vieron que ganar la presidencia era similar a la llegada del Anticristo. En Baltimore, un excitante barbero italiano en el hotel Barnum llamado Cypriano Fernandina formó una conspiración para asesinar a Lincoln. Los motivos del italiano no están claros, excepto para decir que muchos de sus mejores clientes eran secesionistas. Según Davies, Fernandina había convocado una votación secreta en la que se habían elegido ocho asesinos. Antes de su investidura en marzo, el presidente electo republicano tuvo que viajar a Washington en tren, siguiendo un horario publicitado. Cuando se detuvo en Baltimore, estallaría una pelea para desviar la atención de la policía de Lincoln y los asesinos atacarían. Al enterarse de esta trama, Pinkerton fue directamente a Filadelfia para consultar con Felton.

Mientras tanto, Lincoln había dejado su casa en Springfield, Illinois, el 11 de febrero. Llegó a Filadelfia el 21 de febrero y le presentaron a Pinkerton, quien describió el complot. Le tomó un poco de esfuerzo convencer a Lincoln de que alguien estaba dispuesto a asesinarlo, pero finalmente se le ocurrió la idea y estuvo de acuerdo en que Pinkerton debería hacer arreglos para su transporte seguro a Washington. Desviándose del horario, Lincoln dejó una cena en Harrisburg temprano y abordó un tren especial provisto por Felton. Para evitar que los espías secesionistas transmitieran detalles de su salida no programada, Pinkerton hizo cortar las líneas telegráficas. En Filadelfia, Lincoln se unió al tren nocturno a Washington. A lo largo de la ruta entre Filadelfia y Washington, Pinkerton y Felton colocaron a hombres confiables que se hacían pasar por miembros de una banda de trabajadores que blanqueaban puentes de ferrocarril aparentemente en un intento de hacerlos a prueba de fuego. A estos hombres se les entregaron linternas para señalar que el tren tenía un paso seguro por su sector.

A lo largo del viaje, Lincoln se hizo pasar por un inválido que viajaba con su hermana, un papel que interpretó Kate Warne. Warne, agente de Pinkerton desde 1856, es reconocida como la primera detective privada de Estados Unidos. Pinkerton afirmó que Warne se le acercó queriendo ser detective, pero otros piensan que Warne estaba buscando trabajo como secretaria. Aunque no hubo vacantes, Pinkerton la contrató de todos modos porque le gustó mucho. Luego se convirtió en la amante de Pinkerton y se haría pasar por su esposa en ciertas misiones.

El presidente electo llegó a Washington ileso y cuando los conspiradores se dieron cuenta de que habían perdido su oportunidad, se desvanecieron. Muchos creían que toda la conspiración de Baltimore fue un truco diseñado por el propio Pinkerton. Pinkerton era un buen hombre de negocios. Si le pagaron para descubrir conspiraciones, entonces encontró conspiraciones. Si las conspiraciones se magnificaron para asegurar que el cliente sintiera que estaba obteniendo una buena relación calidad-precio, bueno… los negocios son los negocios, como dicen.

Después de que se dispararon los primeros disparos de la guerra, Pinkerton volvió a ofrecerle a Lincoln sus servicios. El detective fue invitado a Washington y le pidió consejo para tratar con simpatizantes del sur, pero no le dieron el contrato que buscaba. En cambio, se le pidió a Pinkerton que formara un servicio secreto para el ejército del general McClellan, que comandaba el Departamento Militar de Ohio. Al instalarse en Cincinnati y utilizar el alias de E. J. Allen, Pinkerton envió a sus agentes a la Confederación en nombre de McClellan.

Haciéndose pasar por un caballero de Georgia, Webster fue el primer agente en moverse hacia el sur, en dirección a Memphis. Incluso Pinkerton se unió al acto y cruzó el Ohio. Tuvo un escape afortunado cuando un barbero alemán de Chicago lo reconoció, pero no lo denunció. Otro de los ingleses de Pinkerton, Pryce Lewis, partió en junio de 1861, viajando a través de la Confederación como turista neutral. Cerca de Charleston fue detenido e interrogado por un coronel Patton. Abuelo del general George S. Patton, el coronel confederado estaba tan seguro de las credenciales de Lewis que lo llevó a recorrer las fortificaciones que comandaba.

El 22 de julio de 1861, McClellan recibió el mando del Ejército del Potomac y se le encargó la protección de Washington. Inmediatamente invitó a Pinkerton a seguir con su servicio secreto. La necesidad más urgente en ese momento era un servicio de contraespionaje, ya que tanto Baltimore como Washington estaban llenos de espías y partidarios rebeldes. Mientras Pinkerton envió a Webster y al agente Carrie Lawton a Baltimore para infiltrarse en las células rebeldes, se concentró en atrapar al principal espía rebelde en Washington. Muchos suponían que este agente, incluido el Subsecretario de Guerra Thomas Scott, era la viuda de la alta sociedad con buenas conexiones políticas Rose O’Neal Greenhow (1817-1864).

Greenhow había sido reclutado como espía al comienzo de la guerra por el graduado de West Point Thomas Jordan, un oficial estadounidense que se unió al personal del general confederado Beauregard. Antes de irse de Washington, Jordan le proporcionó a Greenhow un cifrado simple e instrucciones para comunicarse con él usando su alias: Thomas J. Rayford. En julio de 1861 logró un importante golpe cuando envió una copia de las órdenes del general de la Unión McDowell para el Ejército del Potomac, que debía avanzar hacia Virginia. Prevenido, el general Beauregard causó al ejército de la Unión una vergonzosa derrota en Bull Run el 21 de julio.

Pinkerton puso a Greenhow y sus contactos bajo estrecha vigilancia. Según todos los informes, Greenhow intentó sin éxito mover los hilos con amigos del gobierno para que se cancelara a Pinkerton. Luego, una lluviosa tarde de agosto, Pinkerton y tres agentes, incluido Pryce Lewis, siguieron a un oficial hasta la casa de Greenhow. Cuando se encendió una luz en el piso de arriba, Pinkerton hizo que sus hombres formaran una pirámide humana con él en la cúspide. Al echar un vistazo a la habitación, Pinkerton vio al joven oficial entregándole un mapa a Greenhow y lo escuchó dar instrucciones sobre cómo leerlo. Luego los dos entraron en una habitación trasera, donde Greenhow sin duda favoreció al traidor con una recompensa. Una hora más tarde, el oficial salió de la casa de Greenhow con un beso. Pinkerton hizo arrestar al oficial y, cuando se enfrentó a las pruebas, más tarde se suicidó en su celda. Mientras tanto, se veía una lista embarazosa de figuras prominentes yendo y viniendo de la casa de Greenhow, incluido el ex presidente James Buchanan.

Después de haber escuchado lo suficiente, Scott ordenó el arresto de Greenhow. El día del arresto, encontraron a Greenhow en su salón leyendo un libro. Mientras Pryce Lewis la vigilaba, Pinkerton registró la casa y recuperó un increíble tesoro de documentos clasificados de la Unión, incluidos planos de las defensas y fortificaciones de Washington. El premio entre ellos fue el diario de Greenhow, que detallaba todo el alcance de la red de espías confederados. En términos de contraespionaje, el hallazgo no tuvo precio. Dio los nombres de los contactos de Greenhow, sus informantes y los medios para enviar mensajes a la Confederación; se produjeron numerosos arrestos. En un momento de la búsqueda, Greenhow apuntó a Lewis con una pistola, pero no la amartilló correctamente. De lo contrario, el único problema real provino de su hija de ocho años, que se escondió en un árbol fuera de la propiedad y llamó una advertencia a cualquiera que ella reconociera que se acercaba a la casa: "¡Mamá ha sido arrestada!

Con Greenhow bajo custodia, surgió el problema de qué hacer con ella. Estaba demasiado bien conectada y era demasiado famosa para enviarla a la horca, pero la cantidad de soldados prominentes, políticos, banqueros, etc., involucrados en esta conspiración hizo que su presencia resultara sumamente embarazosa para el presidente Lincoln. Este problema se agravó cuando Greenhow continuó enviando mensajes a Richmond desde la cárcel, incluido un relato poco halagador de cómo Pinkerton la había arrestado. Al final, después de un juicio, Greenhow fue enviada a Richmond, donde continuó con su estilo de vida de celebridad. Más tarde fue enviada en misión a Londres, donde tuvo una audiencia con la reina Victoria y a París, donde fue recibida en la corte de Napoleón III. Después de escribir sus memorias, regresó a la Confederación en 1864 sobre el corredor del bloqueo Cóndor. Perseguido por una cañonera Union, Condor encalló y Greenhow se ahogó.

Mientras Pinkerton había estado ocupado con Greenhow, Timothy Webster se había hecho un nombre entre los confederados y sus acólitos de Maryland. Trabajando hasta ahora encubierto, Webster fue arrestado por un detective federal que creía que era un espía confederado. Webster no podía esperar mejores credenciales para mantener su tapadera. Mientras estaba detenido, se reunió con Pinkerton, quien organizó su "escape" mientras lo trasladaban a Fort McHenry para su internamiento. Los guardias cuidadosamente seleccionados incluso dispararon después de que Webster escapó, todo para darle más credibilidad al agente. Al llegar a una casa franca en Baltimore, Webster se había convertido en un héroe de la causa. Incluso cuando un hombre lo denunció después de ver a Webster con Pinkerton, el agente de la Unión simplemente le dio un puñetazo en la mandíbula y lo llamó maldito mentiroso.

Desde Baltimore hasta Richmond, parecía que Webster tenía el control de la Confederación. Sus informes de inteligencia detrás de las líneas enemigas fueron exhaustivos y precisos. Instalado en un hotel de primera en Richmond, Webster era tan creíble que el Secretario de Guerra Confederado le confió sus cartas personales para que las enviara a Baltimore. Esto, por supuesto, permitió a Pinkerton leer las cartas, lo que condujo a varios arrestos de alto perfil.

En apoyo de Webster, otros agentes de Pinkerton fueron enviados al sur, incluido John Scobell, un ex esclavo de Mississippi reclutado para la agencia en el otoño de 1861. Scobell desempeñó una variedad de roles, a veces haciéndose pasar por cocinero o trabajador, otras veces actuando como un sirviente de Webster o Carrie Lawton. Otro de sus medios para obtener inteligencia fue a través de su membresía en la Liga Legal. Se trataba de una organización afroamericana secreta en el sur, cuyos miembros a menudo ayudaban a Scobell proporcionando mensajeros para llevar su información a través de las fronteras de la Unión.

Sin embargo, cuando la guerra entró en su segundo año y McClellan estaba planeando otra ofensiva, Webster comenzó a sufrir enfermedades provocadas por su constante exposición a los elementos. Después de sentir los efectos del reumatismo mientras acompañaba a Carrie Lawton en una misión a Richmond, Webster se enfermó gravemente y dejó de informar. Desesperado por noticias en vísperas de la nueva ofensiva, Pinkerton cometió el error cardinal de los espías. Se impacientó.

Cuando Pinkerton le pidió a Pryce Lewis que reemplazara a Webster, el inglés se opuso a la idea y rechazó la asignación. Luego, cuando Pinkerton lo convenció de lo contrario, le dijo a Lewis que otro agente, John Scully, se uniría a él. Su tapadera sería como contrabandistas que llevan una carta a Webster desde Baltimore. Fue un plan mal concebido.

En la tarde del 27 de febrero de 1862, los dos espías de la Unión estaban en la cama de enfermo de Webster cuando el detective confederado Capitán Sam McCubbin entró en la habitación sólo para comprobar el progreso de Webster. La sensación de alivio fue sólo temporal, ya que McCubbin fue seguido por el hijo de un exsenador, a quien Lewis y Scully habían protegido después de que Pinkerton ordenó que arrestaran a su familia. Antes de que tuvieran la oportunidad de escapar, Lewis y Scully fueron capturados y llevados ante el general Winder, jefe de la policía secreta confederada, quien sospechaba que ambos eran espías.