Aristogitón y Harmodio. Un viaje de ida y vuelta
La
de los tiranicidas Aristogitón y Harmodio esuna historia que
entremezcla amor y valentía, erotismo y ciudadanía a partes iguales,
siendo sus figuras alabadas por la democracia ateniense.
Joaquín Barradas García || Fuente
Grupo
escultórico de los tiranicidas Aristogitón y Harmodio, Museo
Archeologico Nazionale, Nápoles. ©Miguel Hermoso Cuesta (CC BY-SA 4.0)
En El muchacho persa,
segunda parte de la trilogía que Mary Renault dedicó a Alejandro Magno,
narra la célebre helenista una conversación entre el macedonio y su
eunuco Bagoas –personaje histórico que previamente sirvió en la corte
del rey Darío III– y a quien la autora convirtió en el narrador en
primera persona de todos aquellos hechos de los que fue testigo. El
diálogo entre ambos dice así:
– Alejandro –le dije–, ¿quiénes eran Harmodio y Aristogitón?
– Unos amantes. Famosos amantes atenienses. Debes haber visto su estatua en la terraza de Susa. Jerjes se la llevó de Atenas.
– ¿Los de los puñales? ¿El hombre y el muchacho?
– Sí, lo dice Tucídides… ¿Qué sucede?
– ¿Para qué eran los puñales?
–
Para matar al tirano Hipias. Pero no lo hicieron. Solo mataron a su
hermano, lo cual aumentó la tiranía de aquél […]. Pero murieron con
honor. Los atenienses los tienen en gran estima. Les devolveré la
estatua algún día […]
Como
hemos visto, Alejandro le cuenta a su eunuco Bagoas, muy querido por el
rey macedonio –aunque la totalidad de las fuentes favorables a este
respecto no son coincidentes, como en Quinto Curcio por ejemplo, ese
afecto sí lo describe Plutarco, quien narra el célebre certamen de baile
y posterior beso que, incitado por sus invitados, Alejandro dio a
Bagoas tras ganar este la danza (Plutarco, Vidas paralelas V. 67)– la
historia de los tiranicidas Aristogitón y Harmodio, una
historia que entremezcla amor y valentía, erotismo y ciudadanía a
partes iguales, siendo sus figuras alabadas por la democracia ateniense.
Pero ¿por qué se llamó tiranicidas –del latín tyrannus, «gobernante ilegítimo», a partir del griego τύραννος (týrannos) y del latín «cido», matar– a esta pareja de amantes?
Nos encontramos en Atenas a finales del siglo VI a. C. Un gobierno en forma de tiranía, y liderado por Pisístrato, se ha apoderado de la ciudad del Ática aprovechando el deterioro político que vivía la pólis
desde la muerte del legislador Solón. Aun así, huelga decir que los
conceptos negativos que asociamos a la forma de gobierno que representa
la tiranía, no tenían tanta carga peyorativa en la Antigua Grecia. Pero,
¿era acaso esta la primera vez que un tirano llegaba al poder en
Atenas? ¿Y en las demás ciudades-estado? A decir verdad, los tiranos no
eran nada nuevo y llevaban “reproduciéndose” en la historia griega
durante diversos periodos desde el siglo VII a. C. Tiranos los hubo en
abundancia. En la Grecia asiática y en las islas, Trasíbulo de Mileto y
Polícrates de Samos; en el Peloponeso Fidón de Argos; en Sicilia, el
tristemente célebre Falaris de Agrigento, famoso por su método de
tortura: el toro de Falaris. Así, nos toca destacar al tirano
Pisístrato, quien tras intentar tomar la Acrópolis una vez, lo intentó
una segunda tras un pacto con Megacles, hijo de Alcmeon, y luego una
tercera, tras el fracaso del enlace con la hija de este. Así, Heródoto
nos dice:
Partiendo por
fin de Eretria, volvieron al Ática once años después de su salida, y se
apoderaron primeramente de Maratón. Atrincherados en aquel punto, se les
iban reuniendo otros de diferentes distritos, a quienes acomodaba más
el dominio de un señor que la libertad del pueblo […]. (Heródoto,
Historia I. 60; trad. C. Schrader, ed. Gredos).
Oprimida
o no, Heródoto nos dice que, lejos de gobernar con puño de hierro,
Pisístrato, aunque dueño y señor de los atenienses, reforzó, tanto a
nivel interior como exterior, la ciudad de Atenas, manteniendo intactas
las magistraturas existentes, contribuyendo “mucho y bien al adorno de
la ciudad, gobernando bajo el plan antiguo.” (I, 59, 6). Algunos años
después, Atenas está gobernada por su hijo, el tirano Hipias, ayudado en
el gobierno por su hermano, Hiparco. Ambos son conocidos con el
patronímico de los Pisistrátidas, por ser ambos hijos del mismo tirano.
Aristogitón y Harmodio
Por
otro lado, tenemos a Harmodio, un joven ateniense perteneciente a la
nobleza. De clase media era su querido amante Aristogitón –pues en la
Antigua Grecia era muy normal que un joven efebo, en calidad de erómenos y ya entrado en la adolescencia, iniciara su entrada en la adultez a través de la figura del amante o erastés,
de más edad–. Los dos pertenecían, según Heródoto, a una familia
gefirea (V. 55). Así, ambos fueron esculpidos en dos increíbles estatuas
como monumento al valor y colocadas en el Ágora de Atenas. A decir
verdad, las fuentes difieren sobre el verdadero origen que provocó el
tiranicidio. Aquí señalaremos dos. Una de ellas alude a la celebración
de las Panateneas –fiesta cívico religiosa anual celebrada durante el mes de Hecatombeon
y que los Pisistrátidas revitalizaron con sus políticas– en honor a
Atenea, la divinidad protectora de la ciudad. Además, esta era según
Tucídides, la única fiesta en la que a aquellos que participaban en la
procesión les estaba permitido portar armas. Con todo, según la primera
teoría, el joven Harmodio se sentiría ultrajado cuando Hiparco –quien,
más simbólicamente, cogobernaba Atenas junto a su hermano Hipias,
sucesor natural de Pisístrato– impidió a su hermana participar como
canéfora –doncellas que portaban en la cabeza el canastillo de flores y
mirto– en el desfile del año 514, al enterarse Hiparco que esta no era
virgen. Profundamente ultrajado ante esta ofensa, Harmodio junto con la
ayuda de su inseparable Aristogitón, tomaron una resolución: el
asesinato del tirano Hiparco.
Otra versión entrelaza con la primera, siendo en esta ocasión que Hiparco intentó seducir
a Harmodio, y este, fiel a Aristogitón, rechazó al primero. Herido en
su orgullo, Hiparco decidió vengarse de Harmodio impidiendo a la hermana
de este –después de habérselo prometido– participar en las Panateneas,
sabedor de que esto supondría vergüenza y deshonra para la familia
(Tucídides, VI. 56).
El tiranicidio
Sea
como fuere, cuando llegó el día señalado, descubrieron que ambos
tiranos no estaban juntos. Hipias se encontraba en el barrio del
Cerámico (según Tucídides, punto desde donde partía la procesión. Según
Aristóteles, junto al Leocorio, Const. Atenas, 18, 3) rodeado
de su escolta personal. Por otro lado, Hiparco se hallaba “junto al
llamado Leocorio” sin escolta ni guardia, lo que aprovechan para
lanzarse sobre él y apuñalarlo hasta la muerte.
Aristogitón vengaba los celos. Harmodio, el ultraje a su familia. La
sangre corría por el Ágora, pero no solo iba a correr la del tirano.
Según Tucídides, Harmodio encontró la muerte de forma inmediata. En lo
que respecta a su fiel amante Aristogitón, logró huir, aunque por poco
tiempo, ya que fue apresado, y para averiguar si tenía cómplices, fue
torturado de una forma horrible y finalmente ejecutado. El tirano que
quedó con vida, Hipias, embruteció su régimen de terror.
Pero la realidad a veces es más tozuda, a colación del relato de que los tiranicidas salvaron al dêmos ateniense
de la tiranía. Dicho relato no se sostiene si nos detenemos en las
versiones que nos ofrecen Heródoto V.55; Tucídides VI. 59; y el propio
Aristóteles Const. Atenas, 19, 3-6. Sumado a que antes del
asesinato de Hiparco, la tiranía no era ni la mitad de represora de lo
que lo fue tras el tiranicidio. Los tiranicidas no llevaron la
democracia a Atenas, ya que Hipias continuaría cuatro años más en el
poder, derrocado finalmente en el 511 a. C. tras una intervención
espartana liderada por Cleómenes I y con ayuda de los Alcmeónidas, que,
por entonces, sufrían exilio. Así, el tirano Hipias fue acogido en su
ostracismo por Darío I y acabaría conspirando, veintiún años más tarde,
para desencadenar una expedición persa contra los griegos: la Primera
Guerra Médica. Lo que está claro es que había nacido una leyenda.
Llamaron a aquel acto que nació de una ofensa personal «tiranicidio», y
por encargo de Clístenes, quien había instaurado ya la democracia, el
escultor ateniense Antenor esculpió dos magníficas estatuas de bronce,
siendo encumbrados como adalides de la libertad.
Quiso la Historia que aquellas dos estatuas emprendieran un viaje largo cuando mucho después, durante la Segunda Guerra Médica,
los persas saquearan la ciudad, y como parte del botín, se llevaran las
estatuas al palacio de Jerjes en Susa, en el corazón de su vasto
imperio. Alejandro III de Macedonia, al que muchos atenienses no
consideraban griego, ya aventuró el destino final de dichas estatuas
cuando fue enviado por su padre a negociar la paz con los atenienses,
tras la aplastante victoria en Queronea, y descubrió el saqueo (ver Atenas contra Filipo. La batalla de Queronea en Antigua y Medieval n.º 21: Filipo II de Macedonia).
Con todo, Alejandro acabó cumpliendo la promesa
que le hizo a Bagoas: llevar las estatuas de aquellos atenienses de
vuelta. Otros muchos bienes también fueron capturados allí, por ejemplo:
lo que trajo Jerjes con él de Grecia, especialmente las estatuas de
bronce de Harmodio y Aristogitón. «Estas obras artísticas las devolvió
Alejandro a los atenienses. Ahora están erguidas en el Cerámico de
Atenas […]» (Arriano, Anab. III. 16; trad. A. Guzmán Guerra,
ed. Gredos). Así, las estatuas volverían a Grecia, a Atenas, pero no
acompañando al rey que las restituyó en su legítimo lugar, ya que
Alejandro sí que dejó Grecia para nunca más volver. Pero esa, es otra
historia.
Bibliografía
- Domínguez Monedero, A. J. (1991). La polis y la expansión colonial griega (Siglos VIII-VI). Ed. Síntesis. Madrid.
- Renault, M. (2011). El muchacho persa. Trilogía de Alejandro Magno II. (Año de publicación original: 1972). Traducción de María Antonia Menini. Ed. Edhasa. Barcelona.
Fuentes primarias
- Aristóteles. Constitución de los atenienses. Introducción, traducciones y notas de Manuela García Valdés. Ed. Gredos. Madrid. 1984.
- Arriano. Anábasis de Alejandro Magno. Libro III. Introducción de Antonio Bravo García; traducción y notas de Antonio Guzmán Guerra. Ed. Gredos. Madrid. 1982.
- Herodoto. Historias. Libro I-V. Traducción y notas de Carlos Schrader. Ed. Gredos. Madrid. 1982.
- Plutarco. Vidas Paralelas. Libro VI.
Introducciones, traducciones y notas de Jorge Bergua Cavero, Salvador
Bueno Morillo y Juan Manuel Guzmán Hermida. Ed. Gredos. Madrid. 2007.
- Tucídides. Guerra del Peloponeso. Libro VI. Traducción y notas de Juan José Torres Esbarranch. Ed. Gredos. Madrid. 1982.Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.