jueves, 12 de junio de 2025

Guerra de Chinchas: El combate del 2 de Mayo

Combate del 2 de Mayo, el conflicto con participación civil: la historia detrás del enfrentamiento resuelto en pocas horas

Los antecedentes de este enfrentamiento se remontan a 1862, cuando la Corona española envió a las costas sudamericanas una flotilla naval bajo el pretexto de realizar una misión científica
Por Rafael Montoro || Infobae



Tras la batalla de Ayacucho en 1824, que dejó claro a España y al mundo que el dominio colonial había terminado, el Perú comenzó a forjar, no sin tropiezos, su incierta pero decidida identidad republicana. Pero como suele ocurrir con los imperios heridos, el país europeo no supo retirarse con dignidad y, décadas después, volvió a tocar la puerta —esta vez con cañones— pretendiendo recuperar lo que ya no le pertenecía.

Fue entonces, en 1866, que el puerto del Callao se convirtió en el escenario de una respuesta categórica: el combate del 2 de Mayo fue un grito de soberanía. A pesar de las divisiones políticas internas y la fragilidad institucional del país, distintos sectores sociales se unieron para resistir el bombardeo de la escuadra europea.

Los antecedentes de este enfrentamiento se remontan a 1862, cuando la Corona española envió a las costas sudamericanas una flotilla naval bajo el pretexto de realizar una misión científica. Pero, ¿qué ocurría en el Perú en ese año y en los siguientes hasta el inicio del conflicto bélico contra los españoles? Es sabido que, en ese entonces, la exportación de guano desde las islas del litoral transformó la economía y la política nacional.



El enfrentamiento entre Perú y España en el combate del 2 de Mayo de 1866 representó un acto de resistencia decisiva. (Marina de Guerra del Perú)

Antes del fuego: los hechos previos al combate del 2 de Mayo

A mediados del siglo XIX, el Perú atravesaba una etapa de prosperidad impulsada por la explotación del guano, un recurso natural altamente valorado en los mercados europeos. Durante años, este negocio fue administrado por firmas extranjeras, siendo la británica Antony Gibbs & Sons una de las más influyentes.


“Con una casa comercial como la de Gibbs manejando la mayor parte del comercio del guano que llegaba al Reino Unido, al Imperio Británico y a Europa, parecerían existir pocas dudas de que el Perú sería un excelente ejemplo de cómo trabajaba ese ‘imperio informal’”, escribió el historiador escocés William M. Mathew en su libro ‘La firma inglesa Gibbs y el monopolio del guano en el Perú’. 


Este dominio extranjero en el comercio del guano comenzó a debilitarse en 1862, cuando el Estado peruano promulgó una ley que priorizaba la participación de empresarios locales en la gestión del negocio. Esta medida permitió a los llamados ‘hijos del país’ retomar el control de una de las principales fuentes de ingreso nacional.


A unas 100 millas al sur del Callao, frente a la costa de Pisco, se ubican las famosas islas de Chincha. (Revista de Marina)

Mientras tanto, en Europa, España intentaba reafirmar su presencia en el ámbito internacional. Tras haber perdido la mayor parte de su imperio en América, emprendió diversas acciones militares, como la ocupación de territorios en Marruecos. Es sabido que aún mantenía posesiones en el Caribe, Asia y Oceanía. En ese contexto, volvió su mirada hacia Sudamérica, región donde había tenido dominio colonial.

En 1862, la monarquía española envió una escuadra al Pacífico sudamericano con el pretexto de realizar una expedición científica. No obstante, el verdadero propósito era establecer presencia en la región y velar por los derechos de sus súbditos. Entre los integrantes de la misión figuraba Marcos Jiménez de la Espada, reconocido por su labor en la recopilación de documentos históricos.

España también tenía entre sus objetivos instalar bases navales a lo largo de la costa del Pacífico. Al conocerse la partida de la escuadra, el entonces presidente peruano Miguel de San Román solicitó al Congreso poderes especiales para fortalecer la Marina. Sin embargo, el Legislativo le negó el respaldo.

San Román había asumido el cargo luego del mandato de Ramón Castilla, pero falleció en 1863, dejando la presidencia temporalmente en manos del propio Castilla. Poco después, Pedro Diez Canseco fue designado presidente interino, hasta que Juan Antonio Pezet asumió la conducción del país ese mismo año.


Juan Antonio Pezet fue presidente del Perú de 1863 a 1865. (afsdp.org.pe)

La flota española, al mando del almirante Luis Hernández-Pinzón, llegó a Valparaíso, donde fue recibida con desconfianza debido a sus aires de superioridad. Desde allí, se dirigió al Callao, arribando en julio de 1863. Aunque las relaciones entre Perú y España eran nulas desde la independencia, los oficiales españoles fueron atendidos en Perú durante su breve estadía.

Tras su paso por el puerto peruano, la expedición continuó su ruta. No obstante, un hecho en el norte del país provocó su regreso. En la hacienda Talambo, cerca de Chiclayo, donde vivían colonos vascos dedicados al cultivo del algodón, ocurrió una pelea con vecinos locales. El altercado dejó un español y un peruano muertos. Este episodio fue aprovechado políticamente por el diplomático Eusebio Salazar y Mazarredo, quien formaba parte de la expedición.

Salazar presentó reclamos en nombre de la Corona española. Alegaba representar directamente al rey con el título de comisario regio, una figura propia del periodo virreinal, lo cual fue rechazado por las autoridades peruanas. Su indignación creció y, en coordinación con Hernández-Pinzón, ocuparon las islas de Chincha, ricas en guano. Este acto fue considerado una agresión directa contra la soberanía del Perú.


Imagen de las islas de Chincha durante el siglo XIX, perteneciente a la colección Cisneros Sánchez.

En diálogo con TV Perú, el historiador Juan Luis Orrego Penagos dijo que los españoles tomaron las islas de Chincha “porque eran los principales yacimientos del guano”. “Al ocupar las islas, de algún modo estaban embargando el guano y ejerciendo presión sobre el Perú”, agregó.

La cancillería peruana informó a los gobiernos del continente sobre la ocupación extranjera. Es preciso señalar que el presidente Pezet no declaró la guerra a España, dado que el país no estaba preparado militarmente.

Respecto a la actitud del presidente, el historiador John Rodríguez dijo lo siguiente en el programa Sucedió en el Perú: “Habría que ponernos un poco en el lugar de Pezet. El problema que enfrentaba el Perú en ese momento era que, desde el punto de vista militar, no representábamos una fuerza disuasiva. Al gobierno peruano no le quedaba otra opción que intentar una salida diplomática”. 


Pese a su postura conciliadora, Pezet envió a Francisco Bolognesi a Europa en misión de compra de armamento. En paralelo, oficiales peruanos como Miguel Grau impulsaron la construcción del monitor Huáscar y la fragata Independencia en astilleros británicos. También se adquirieron otras naves como La Unión y La América, que ya estaban operativas.


La Unión fue una corbeta peruana.

En diciembre de 1864, el almirante José Manuel Pareja reemplazó a Hernández-Pinzón, y la escuadra española recibió refuerzos, incluyendo el acorazado Numancia. Ante esta situación, Pezet aceptó iniciar negociaciones. En representación del Perú, Manuel Ignacio de Vivanco firmó un tratado con Pareja el 27 de enero de 1865, a bordo de la fragata Villa de Madrid. En este documento, el Perú aceptaba pagar una deuda de tres millones de pesos a España y los españoles se comprometían a retirarse de las islas ocupadas.

El acuerdo fue mal recibido por la opinión pública y desató una ola de indignación. En Arequipa comenzó una rebelión que fue respaldada por oficiales como Lizardo Montero, quien ofreció su embarcación al general Mariano Ignacio Prado. Las fuerzas insurrectas marcharon hacia Lima y forzaron la salida de Pezet del poder. Tras ello, Prado asumió la presidencia en 1865.

Con Prado en la presidencia, el gobierno peruano comenzó a coordinar esfuerzos para hacer frente a la amenaza española. Manuel Pardo se ocupó de reunir recursos para la guerra; José María Quimper asumió funciones en materia de orden interno; y José Gálvez, figura del gabinete, lideró los esfuerzos políticos. Finalmente, el Perú declaró la guerra a España en enero de 1866.


El Tratado Vivanco-Pareja fue uno de los factores que impulsaron la revolución de corte nacionalista liderada por Manuel Ignacio Prado. (Borka Kiss)

Desarrollo del combate del 2 de Mayo

Chile reaccionó ante la toma de las islas guaneras de Chincha por parte de los españoles. Había cerrado sus puertos a la armada enemiga y, como represalia, la escuadra comandada por Pareja bombardeó el puerto de Valparaíso el 31 de marzo de 1866. Desde las colinas, los chilenos vieron la destrucción de su ciudad.

Tras el bombardeo al puerto chileno de Valparaíso, la escuadra española, comandada por el almirante Casto Méndez Núñez, se dirigió hacia el Callao. Antes de alcanzar su objetivo, hizo escala en la isla San Lorenzo, ubicada frente a la costa central del Perú.

Si bien estaban preparados para atacar desde el 1 de mayo, los comandantes decidieron esperar un día más, ya que el 2 de mayo tenía un significado histórico para España: conmemoraba el levantamiento popular de Madrid contra la invasión napoleónica en 1808.

En tierra, la ciudad del Callao mostraba señales claras de preparación: las casas mantenían sus puertas cerradas, banderas del Perú ondeaban por todas partes y los batallones se mantenían alertas cerca de las fortificaciones. También los bomberos, tanto de Lima como del Callao, se habían posicionado en los últimos edificios entre el puerto y Bellavista, listos para asistir en cualquier emergencia.


Las fuerzas peruanas emplazaron diversas baterías en el puerto del Callao. (Andina)

La escuadra española contaba con seis fragatas, una corbeta y algunas embarcaciones de apoyo, con alrededor de 300 cañones a disposición. Por su parte, los defensores peruanos habían instalado numerosas baterías y convocado a soldados y civiles. Muchos de los cañones eran nuevos, y sus operadores apenas habían tenido tiempo de entrenarse. La defensa estuvo organizada por José Gálvez, secretario de Guerra.

Alrededor de las 11 de la mañana del 2 de mayo, comenzó el enfrentamiento. Las naves españolas se colocaron en forma de V y avanzaron peligrosamente cerca de la costa. El fuego se abrió simultáneamente en todos los sectores. En el norte, los ataques fueron repelidos con eficacia, y los barcos enemigos sufrieron daños importantes. En el centro, los civiles habían instalado a última hora el llamado ‘cañón del pueblo’, que también entró en acción.

El sector sur fue el más golpeado. Allí operaba el imponente acorazado Numancia, que provocó serias bajas en las líneas peruanas. En esa parte del puerto se encontraba el Torreón de La Merced, una estructura aún inconclusa que parecía una torre sin terminar. Desde un nivel elevado, José Gálvez dirigía la defensa. Sin embargo, una explosión causada por una bomba alcanzó los sacos de pólvora usados como protección. El lugar estalló al instante, cobrándose la vida de Gálvez y de quienes lo acompañaban.


José Gálvez murió heroicamente durante el combate del 2 de Mayo. (Difusión)

Durante todo el combate, las bandas de música mantuvieron el ritmo con marchas militares, intentando elevar el espíritu de los defensores. Si bien la pérdida de Gálvez significó un duro golpe, la resistencia no se quebró. Sin un comando claro, la lucha se prolongó hasta el final de la tarde. A las cinco p.m., aproximadamente, cuando el sol empezaba a ocultarse, se ordenó cesar el fuego. Todavía en ese momento, el Fuerte Santa Rosa lanzaba sus últimos disparos.

Los daños en la ciudad no fueron tan graves como se temía. Además del colapso del Torreón de La Merced y algunos incendios menores, las pérdidas materiales fueron limitadas y la población civil apenas sufrió consecuencias.

Los españoles, convencidos de haber cumplido con su misión, se retiraron hacia la isla San Lorenzo. Allí atendieron a sus heridos, enterraron a sus muertos y repararon sus embarcaciones. Poco después iniciaron el regreso a su país. Su presencia en aguas sudamericanas había durado casi cuatro años, y el viaje de vuelta por el Cabo de Hornos durante el crudo invierno fue trágico: muchos tripulantes murieron por enfermedades como el escorbuto.





martes, 10 de junio de 2025

Guerra del Paraguay: Paraguay obliga a Argentina a ingresar a la guerra

13 de Abril de 1865

Paraguay ataca a la ciudad de Corrientes

Se inicia la guerra de la Triple Alianza



Fotografía del Vapor "25 de Mayo" y su tripulación en 1861. Muchos de ellos morirán con la captura del vapor por parte de las fuerzas paraguayas. Otros más, sufrirán un penoso cautiverio. El vapor capturado, servirá bajo bandera paraguaya durante varios años de la guerra.

Surtos en el puerto de la Ciudad Capital de la Provincia de Corrientes, se hallan dos buques argentinos, el "25 de Mayo" y el "Gualeguay".
Ambos buques se encuentran en el puerto para realizar reparaciones. Se hallan desarmados, y con sus tripulaciones disminuidas, o con permiso de tierra.
La mañana del 13 de abril de 1865, cerca de las seis, cinco vapores paraguayos se aparecen frente a las costas de la Ciudad de Corrientes. Pronto toman posiciones, y atacan a los indefensos navíos argentinos, sin declaración de guerra, en una acción sin ningún tipo de provocación.
Los marinos argentinos , superados en número, intentan una resistencia heroica, pero pronto son sometidos y tomados prisioneros. Trescientos marineros paraguayos capturan a cerca de ochenta marinos argentinos, varios de los cuales, ya rendidos, son degollados inmediatamente por los guaraníes. Arrían el pabellón argentino, arrojando la bandera al suelo, gritando vivas por el Mariscal Solano López. Algunos marinos que intentan evitar la captura, se arrojan al agua, y son baleados, muriendo todos ellos.
En tanto, 2.500 hombres del ejército paraguayo desembarcan en la Ciudad de Corrientes, ocupando la Ciudad Capital de la Provincia homónima. Otras columnas paraguayas invaden por distintos pasos la Provincia Mesopotámica, sumando un total de 27.000 hombres.
Los marinos sobrevivientes, pasaran el resto de la guerra en cautiverio en condiciones infrahumanas. Muchos morirán en presidio.
La ocupación paraguaya de la Ciudad de Corrientes será muy dura y cruel. Habrá secuestros, violaciones, destrucción de propiedades argentinas, y fusilamientos sumarios. Incluso, se secuestrará a cinco mujeres, algunas con sus hijos pequeños, y se las llevarán al Paraguay, las famosas "Cautivas correntinas".
El Gobernador legítimo, Manuel Lagraña, logra escapar con algunos soldados al interior de la provincia con intención de reunir hombres, para repeler la invasión paraguaya.
Los invasores, a su vez, imponen un gobierno títere, sujeto a las decisiones de Asunción.
Cerca de un año se tardará en expulsar a los invasores, de la Provincia de Corrientes, a costa de sangrientas batallas, como Yatay y Pehuajó.
El ataque paraguayo, provocará la entrada en la guerra de la República Argentina.

domingo, 8 de junio de 2025

Patagonia: Asimilación de los aonikenks

Esplendor y asimilación de los tehuelches. La bandera argentina en el toldo del poderoso Sayhueque

La Voz del Chubut




Caciques Juan Cacamata y Manuel Quilchamal vestidos con ropas de blancos, década del 40. Foto: Federico Escalada

El pueblo conocido genéricamente como tehuelche, conformado por las etnias Gününa Küne, Chehuache Kenk, Metcharnuwe y Aóni Kerik, subdivididos a su vez en meridionales (entre el estrecho de Magallanes y el río Chubut) y septentrionales (entre los ríos Limay-Negro y el río Chubut), fue el autóctono de lo que hoy en día es la Patagonia argentina, y en tiempos del virreinato del Rio de La Plata, sus dominios se extendieron más allá del territorio patagónico, adentrándose en la pampa húmeda.

Hacia 1820 se sucedieron tres cruentas batallas entre estos y los manzaneros (etnia mixta de tehuelches, pehuenches y araucanos o mapuches de Chile, que habitaban entre el centro y el sur de la actual provincia de Neuquén). Tras las batallas de Barrancas Blancas, Piedra Shôtel (“allí hay puntas de flecha”) y Languiñeo (“lugar de los muertos”) -las tres en la actual provincia del Chubut-, los manzaneros se transformarían en el pueblo más poderoso de la Patagonia. Casi al mismo tiempo, pueblos culturalmente araucanizados procedentes de la actual provincia del Neuquén, como los pehuenches, se establecieron en una franja de territorio que los llevó directamente a la zona ganadera de la provincia de Buenos Aires. Una vez establecidos, en 1832, se aliaron a las tropas argentinas comandadas por Juan Manuel de Rosas para combatir a los indios ranqueles (pampeanos- norpatagónicos), que eran sus potenciales enemigos. Por su parte, los tehuelches, que se caracterizaron por ser indígenas amigos, aliados del Gobierno y de los estancieros de Buenos Aires, también acompañaron a las tropas. Una vez librados de la competencia de las tribus pampeanas, los pehuenches de las pampas -para entonces conocidos como salineros- reemplazaron a los ranqueles en las expediciones relámpago de saqueo (malones) en la frontera de Buenos Aires. El ganado luego lo comercializaban en Chile. En determinado momento fue tal la depredación que Chile llegó a exportar carne vacuna, mientras que Buenos Aires, siendo productora de ganado, sufrió desabastecimiento.


Rutas indígenas en el departamento Río Senguer

Al mismo tiempo, gran parte de las tribus tehuelches de Patagonia se concentraban en torno a las escasas poblaciones blancas establecidas en Patagonia (Carmen de Patagones, colonia galesa del Chubut, isla Pavón y Punta Arenas-Chile), o bien las visitaban periódicamente para comerciar.

La campaña militar emprendida por el Gobierno argentino entre 1878 y 1885, denominada la “Conquista del Desierto”, supuestamente fue realizada con el propósito de poner freno a los malones. Sin embargo, el verdadero objetivo de dicha campaña fue el de incorporar los territorios de los indígenas al naciente estado-nación argentino, que por entonces estaba definiendo sus fronteras. El propósito era el de reemplazar a los pueblos indígenas con inmigrantes europeos o sus descendientes, y hacer productivas sus tierras por medio de la ganadería y la agricultura. Los indígenas, que no eran considerados mano de obra califica da para la empresa económico-civilizatoria, fueron excluidos del proyecto de constitución del estado-nación.

Según la visión de nuevas corrientes historiográficas que adoptan la perspectiva indígena, el término “Conquista del Desierto” bien debería ser entendido como “Guerra por el dominio de la Pampa y la Patagonia, ya que dichos territorios no estaban deshabitados, como da a entender el término “desierto”, “Dicha perspectiva concibe a la Pampa y a la Patagonia como un espacio habitado escenario y producto de relaciones socio-económicas dinámicas y complejas”. (Méndez, 2001). Es decir, esta nueva corriente entiende a la Patagonia como un territorio que albergaba a varias naciones indígenas, el que fue conquistado tanto por la Argentina como Chile. Hasta mitad de la década de 1880, la Patagonia bien podría ser considerada un espacio autónomo.

La campaña militar no distinguió entre pueblos amigos y hostiles, y hasta los que poco tiempo antes habían sido aliados del Gobierno argentino, como los poderosos manzaneros (entendido “poderosos” en los aspectos político, militar y económico), establecidos entre el centro y sur de la actual provincia del Neuquén, fueron despojados de sus tierras a fuerza de Remington y de las innovaciones tecnológicas que combinaban telégrafo y ferrocarril. Los manzaneros, que deben su nombre a los árboles frutales que plantaron misioneros jesuitas en los siglos XVII y XVIII, habían sido reconocidos por el Gobierno de la Argentina, por medio de tratados, como una especie de país autónomo que era propicio a sus intereses, ya que su existencia impedía que la Patagonia fuera ocupada desde el norte por Chile o los indígenas chilenos. La influencia de los manzaneros, basada en redes de parentesco con tribus de las varias etnias que conformaban el “Complejo tehuelche”, se extendía desde la Cordillera hasta el sur de la actual provincia de Buenos Aires y gran parte de la Patagonia

Una bandera argentina que flameaba delante del toldo del poderoso cacique manzanero Sayhueque, regalada por el Perito Moreno, corroboraba la alianza con el Gobierno argentino. Cierto día arribaron a la toldería dos emisarios del Gobierno chileno con dos banderas de ese país. Intentaron regalárselas, pero el cacique las rechazó explicando que él era argentino y que por lo tanto enarbolaba la bandera de su país. (Martínez Sarasola, 1992).

Una vez finalizada la campaña militar en 1885, los vencidos que fueron tomados prisioneros, entre ellos Sayhueque quien por entonces era el cacique más poderoso de la Patagonia, fueron recluidos en regimientos militares del Tigre y la isla Martín García, entregados a familias adineradas de Buenos Aires para que les oficien de sirvientes, incorporados a las filas de la marina u obligados a trabajar en la zafra, en el norte argentino. Pese a ello, muchas tribus lograron evitar ser tomadas prisioneras internándose en la actual provincia de Santa Cruz, o ingresando a Chile. A instancias de hombres como el Perito Moreno, que albergó en el Museo de La Plata a dos de los principales caciques vencidos (Inacayal y Foyel), a mediados de la década de 1890 las tribus manzaneras pudieron retornar a la Patagonia. Pero su destino fue el de los desterrados, ya que fueron radicados en las reservas que les asignó el Gobierno en el Territorio del Chubut.

 

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado

sábado, 7 de junio de 2025

San Marino: El asunto de Rovereta

El caso Rovereta




Un militante armado perteneciente al gobierno provisional de San Marino en Rovereta

Los fatti di Rovereta (el caso Rovereta) fueron una crisis constitucional en San Marino en 1957, en la que el Gran Consejo General fue declarado deliberadamente incompetente para impedir la elección programada de Capitanes Regentes . Se estableció un gobierno provisional en la localidad de Rovereta , en oposición a los Capitanes Regentes salientes, cuyo mandato había expirado.


Introducción

Tras el fin del gobierno fascista y la Segunda Guerra Mundial , las elecciones generales de 1945 dieron lugar a un gobierno de coalición comunista - socialista , el primer gobierno comunista elegido democráticamente, convirtiéndola en la única república de gobierno comunista en Europa Occidental. Tanto la clase media como la clase trabajadora apoyaron a los socialistas y comunistas por temor a que San Marino volviera a ser gobernado por una oligarquía de familias patricias locales. Sin embargo, debido a su mayoría comunista, Estados Unidos boicoteó la economía de San Marino. El gobierno estadounidense también presionó al gobierno italiano para que no respetara los acuerdos alcanzados con el país. Esto empobreció enormemente a San Marino, pero aun así continuó votando comunista. El gobierno instituyó varias reformas y, de las industrias de San Marino, solo nacionalizó tres farmacias.

En las elecciones generales de 1955 , la coalición gobernante obtuvo 35 de los 60 escaños del Gran Consejo General. Cinco miembros socialistas moderados del consejo querían romper la alianza con los comunistas afines a la Unión Soviética y que no condenaron las acciones soviéticas durante la Revolución Húngara de 1956. Se retiraron en abril de 1957 para formar un nuevo partido, el Partido Socialista Democrático Independiente Sammarinés (PSDIS). Esto dejó una división perfecta de 30-30 en el consejo, lo que paralizó al gobierno. Ante el estancamiento, los Capitanes Regentes evitaron convocar el consejo hasta las elecciones de regencia obligatorias del 19 de septiembre para elegir a sus sustitutos.

Crisis

Un día antes de las elecciones, un consejero comunista se convirtió en independiente y se unió a la oposición, lo que les dio la mayoría. Sin embargo, era práctica de los partidos socialista y comunista imponer la disciplina del partido haciendo que sus consejeros firmaran cartas de renuncia después de cada elección, con la fecha en blanco. Los jefes de los partidos presentaron a la regencia las 35 cartas, incluidas las de los seis que abandonaron sus partidos, con la fecha del 19 de septiembre. Con la mayoría de los escaños vacantes en el consejo, no hubo quórum, por lo que la regencia disolvió el consejo hasta que se pudieran celebrar nuevas elecciones generales el 3 de noviembre. Pero debido a que el consejo no eligió una nueva regencia, el estatus de la regencia en funciones sería incierto una vez que sus mandatos expiraran el 1 de octubre, lo que provocó una crisis constitucional. La regencia ordenó a la Gendarmería que sellara el Palazzo Pubblico , impidiendo la entrada de cualquier consejero. La oposición estaba alborotada cuando los seis desertores afirmaron que sus renuncias no eran válidas y lo que ocurrió fue un golpe de estado . Federico Bigi, líder del Partido Demócrata Cristiano Sammarinés, condujo a sus hombres a una iglesia y declaró ilegal el gobierno comunista, formando un consejo ejecutivo. Los comunistas afirmaron que arrestarían a los exmiembros del consejo, por lo que pasaron a la clandestinidad.

El 28 de septiembre, los carabineros y soldados italianos bloquearon las carreteras que conducían a San Marino y negaron el paso a todo aquel que no fuera periodista y turistas extranjeros. Esto pretendía evitar que los comunistas de Romaña y las Marcas se unieran a la milicia, ya que el gobierno de la oposición fue reconocido inmediatamente por Italia. Finalmente, no se permitió la entrada ni la salida de nadie, ni siquiera de cargamentos de alimentos y medicinas.

En la noche del 30 de septiembre, cerca de la medianoche, el consejo de la oposición y algunos simpatizantes ocuparon una fábrica abandonada en la localidad de Rovereta , Serravalle , en la frontera italiana. Al filo de la medianoche, cuando la regencia debería haber expirado, los consejeros declararon el gobierno provisional de San Marino. Fue reconocido de inmediato por Francia, Estados Unidos e Italia.

Poco después, tanto el gobierno comunista como el provisional comenzaron a organizar milicias, ya que la policía se declaró neutral. Italia también envió una fuerza de 150 carabineros para apoyar al gobierno provisional. Inicialmente, los comunistas solo contaban con 150 hombres armados con ametralladoras alemanas, remanentes de la Segunda Guerra Mundial hasta los mosquetes de 1891. El gobierno provisional contaba con una fuerza menor de 100 hombres, pero estaba armado con armas más modernas.  Los comunistas enviaron una carta a las Naciones Unidas solicitando el envío de una fuerza de paz, pero se les denegó. Para el 2 de octubre, ambas fuerzas habían aumentado en unos 100 hombres y un militante comunista disparó contra un militante anticomunista, pero falló. No se dispararon más, ya que ninguno de los dos bandos quería derramar sangre.

Resolución

Italia reconoció al gobierno provisional y los Carabineros italianos protegieron los tres lados de la fábrica ubicada en su territorio. La regencia organizó una milicia de apoyo y las armas fluyeron desde Italia hacia ambos bandos. El 11 de octubre, la regencia cedió y reconoció al gobierno provisional, poniendo fin a la crisis. El nuevo gobierno eligió una nueva regencia. Una de sus medidas fue establecer el sufragio femenino . En 1959 se celebraron elecciones generales, que confirmaron la victoria de la coalición PSDIS- Democracia Cristiana.





jueves, 5 de junio de 2025

Conquista del desierto: La victoria sobre los chilenos en Pulmari (1883)

Victoria Argentina contra Chile y sus socios indios: Combates de Pulmarí






En la vastedad de los valles neuquinos, donde el cielo se repliega sobre los pehuenes y la bruma de los lagos entibia el recuerdo, se libraron los combates de Pulmarí. Fue allí, en ese intersticio remoto entre la civilización que avanzaba al paso de los Remington y el mundo antiguo que moría a lanzazos, donde el Ejército Argentino escribió —con sangre propia— una de sus páginas más extrañas y desoladas. No fueron simples escaramuzas de campaña, sino episodios densos, casi metafísicos, en los que la noción misma de la soberanía se confundía con el bosque, la nieve, y las sombras veloces de los jinetes mapuche.

Era el 6 de enero de 1883 cuando la primera llamarada del combate estalló en el valle de Pulmarí. El Capitán Emilio Crouzeilles comandaba una pequeña partida de 10 soldados —hombres curtidos, probablemente veteranos de otras entradas de la Campaña al Desierto, pero lejos de los fastos de Buenos Aires, eran apenas el nervio expuesto de un Estado que tanteaba a ciegas los bordes de su mapa. Avanzaban en persecución de “un grupo de salvajes”, tal como registraría el parte del coronel Villegas, sin imaginar que detrás de cada colina los esperaba la historia: una emboscada feroz, ejecutada por más de un centenar de guerreros de las tribus de Reukekura y Namuncurá.

La lucha fue breve y brutal. En una coreografía despiadada, las lanzas danzaron más veloces que los percutores, y cuando el polvo se asentó, el Capitán yacía con 36 heridas abiertas en su carne y tres balas alojadas en su cuerpo. El Teniente Nicanor Lazcano, que había acudido en su auxilio con cinco soldados más, encontró allí también su fin. No fue una derrota táctica: fue una conmoción. El parte de Villegas, frío y exculpatorio, atribuyó el desastre a la presencia de un oficial chileno entre las filas indígenas. Aquel uniforme confundió a los argentinos, escribió, tal vez porque la idea de una traición interna —de un mapa quebrado desde el otro lado de la cordillera— era más tolerable que la realidad de haber sido superados por jinetes descalzos y libres.

Pero Pulmarí no fue un combate aislado. Fue el primero de una trilogía siniestra. Un mes después, el 16 de febrero, otro destacamento avanzaba desde el este, guiado por una rastrillada hasta las orillas del lago Aluminé. Esta vez el Ejército no se enfrentaba solo a los weichafe mapuche, sino que entre las lomas surgieron figuras aún más inquietantes: una compañía de infantería chilena, camuflada tras la bandera de parlamento. El parte del oficial argentino describe con nitidez la incertidumbre del momento: mientras los indígenas amenazaban la retaguardia, un emisario chileno avanzaba hacia el flanco izquierdo, izando un trapo blanco. Detrás de él, sin embargo, marchaban en formación los soldados del sur de la cordillera.

El oficial argentino, acaso recordando la matanza de enero, no vaciló. Fue él mismo quien dio la orden de abrir fuego. Se trabó entonces un combate a bayoneta calada en plena cordillera, tan feroz como desprolijo, una danza de acero entre médanos secos y laderas abruptas. Los atacantes, entre ellos los mapuche y los infantes trasandinos, cayeron a apenas cuarenta pasos de la posición argentina. Siete muertos quedaron sobre el terreno, recogidos por los indígenas al retirarse. Pero los soldados argentinos también se retiraron, y a pie. Otra vez el valle había rechazado a sus conquistadores.

No era solo el terreno el que operaba contra el avance argentino: era la memoria, era el espíritu irreductible de quienes aún vivían en su tierra como si el siglo XIX no hubiera traído consigo la noción de frontera. Reukekura, hermano del legendario Calfucurá, había resistido hasta el último aliento de la cordura geográfica, escapando entre lagos y pehuenes junto a los últimos lanceros. Y aunque sus fuerzas se fueron diezmando, la fuerza moral de su resistencia impregnó de solemnidad el espacio. Cuando en abril de 1883 se presentó finalmente ante un regimiento argentino, llevaba consigo apenas ochenta y nueve hombres de lanza y ciento ochenta y un almas más, mujeres y niños. ¿Dónde habían quedado aquellos tres mil jinetes que, en 1860, habían hecho retroceder a las tropas de Murga?

Quizás ya eran sombras entre los peñascos, o quizá, como sugería un cronista, el hambre y la nieve los habían vencido antes que las balas. El Ejército los llamaba “recién llegados”, pero eran los mapuche quienes conocían los pasajes secretos, las veranadas, los nombres del viento. Los soldados argentinos, aunque valientes, eran visitantes de un mundo ajeno, y esa extranjería se paga con sangre.

El tercer combate, de una índole más política que militar, habría de ocurrir mucho después, en los años finales del siglo XX. Pero en los dos primeros, la gesta de Pulmarí no fue la de una campaña gloriosa, sino la de una obstinación. Los informes oficiales, desde Villegas hasta Walther, insistieron en ennoblecer la caída de los oficiales argentinos, llamándolos mártires de la civilización. Y en parte, lo eran. Capitán Crouzeilles, Teniente Lazcano, Teniente Nogueira: sus nombres se fundieron en la nieve, sí, pero también en la ambivalencia de una guerra que enfrentó a un ejército moderno con un pueblo que aún hablaba en términos de espíritu y territorio.

Hay una escena que resume todo lo que fue Pulmarí. La escribió un testigo sin nombre: el alambrado prolijamente volteado por las comunidades mapuche en los años noventa. Postes enteros, acostados sobre la ladera como huesos de un animal viejo. Nadie cerca, pero la operación era evidente, masiva, ordenada. En esa imagen —serena, tensa— reverbera la misma voluntad que llevó a los weichafe a emboscar a los soldados en 1883. Una voluntad de permanencia. Una negativa a desaparecer.

Y acaso sea eso lo que el Ejército enfrentó en Pulmarí: no solo a una resistencia indígena armada, sino a una ontología. A una forma de estar en el mundo que no se rendía ni ante el Remington ni ante el parte oficial. Las tropas argentinas pelearon con valor —nadie lo niega— y muchos dejaron su vida entre la nieve, a la sombra del pehuén. Pero el combate de Pulmarí fue, sobre todo, un espejo. Uno donde la república en expansión se vio enfrentada a la mirada altiva de quienes ya estaban allí, desde antes del tiempo y antes del Estado.

Pulmarí fue, es, y seguirá siendo, un territorio en disputa. No por sus hectáreas ni por su valor estratégico, sino por el relato. Porque mientras unos inscriben allí el sacrificio de la patria, otros leen el eco de su despojo. Y entre esos dos silencios —el de los muertos y el de los olvidados— se libra todavía, sin balas pero con memoria, la verdadera batalla.



Fuentes

Arcón de la historia
Hechos históricos