miércoles, 25 de junio de 2025

Patagonia: Francisco Villarino, marino de las costas australes

Francisco Villarino, marino que reemplazó a Piedra Buena al mando del Santa Cruz y durante 6 años recorrió las costas patagónicas

La Voz de Chubut



Estanciero de la provincia de Buenos Aires, quien en 1876 resolvió abandonar los trabajos de campo para dedicarse a la marina. Compra libros del ramo y, como autodidacta, se instruye en el arte de navegar.

Ingresa en la Marina de Guerra en 1878, reemplazando a Luis Piedra Buena, tras su fallecimiento, en el mando del barco Santa Cruz y permanece así durante 6 años, durante los cuales recorre las aguas patagónicas.

A él le tocó salvar náufragos en la Isla de los Estados, y recibió varias felicitaciones de la reina Victoria de Inglaterra, por los servicios prestados a súbditos ingleses, que tras sus naufragios fueron recogidos y socorridos por él. Entre 1881 y 1883 recorrió las costas entre Camarones y el norte del golfo San Jorge, y recaló en Puerto Deseado, Puerto Santa Cruz-en 05/1881-, Isla de los Estados, isla Año Nuevo, puerto San Juan -donde se inaugura el faro-, y otros sitios.

A principios de 1883 se encontraba en Puerto Deseado, y en un pequeño cúter inició la remonta del río, el 04/03/1883, con los guardiamarinas Solano Rolón, Justo V. Hernández, José González y Ángel Ustariz, el piloto práctico Manuel Jasidaski y 6 marineros.

En los primeros días de recorrida encontraron varias lagunas a las que denominó Lagunas de los Cisnes, “por existir allí innumerables palmípedos de esta especie”. El día 8, “a las 4 pm al encender lumbre para preparar la comida, se desprendió una chispa, incendiando inmediatamente el campo”, perdieron varias cosas, entre ellas el sextante, valiéndose de allí en más de la brújula para calcular las distancias. Recorre unas 30 millas con Rolón y regresa por no hallar agua dulce, y apreciar que el Deseado es un cauce seco de 400 a 500 m de ancho en cuyo centro discurría un pequeño arroyo de 4-5 m de ancho, con crecidas en tiempos de lluvias o deshielos.

El 16 de marzo regresaron al puerto. A los pocos días, llegaron unos tehuelches que, con sus familias, totalizaban 156 personas, comunicándole que en breve arribarían otros 200. Le pidieron de vivir cerca de la subprefectura como defensa en caso de que llegaran los “Manzaneros” o aborígenes de las huestes de Sayhueque. Villarino, después de cumplir sus servicios durante 6 años, se quedó en la Patagonia 5 más, como subprefecto en la Isla de los Estados, en puerto San Juan, oportunidad en la que entre 1887 y 1889 socorrió a los tripulantes de los barcos británicos Cmoch, Glemore y Colorado.

Las posteriores conferencias dadas en el Centro Naval de Buenos Aires junto con el capitán Godoy, motivaron que el gobierno estudiara la refundación de Puerto Deseado.

martes, 24 de junio de 2025

Asalto y guerra medieval (1/2)

Asaltos y guerra medieval

Parte I || Parte II
War History






Danevirke: fases de construcción

Con toda la evidencia medida, examinada y sopesada, ha llegado el momento de incorporar las incursiones a la narrativa de la guerra medieval temprana, donde ahora sabemos que pertenecen. Muchas vidas, crónicas e historias de santos contienen referencias a «batallas», pero esto posiblemente se deba a que las acciones decisivas puntuales eran más importantes para los cronistas que las incursiones a pequeña escala. Aunque existen ejemplos de batallas indecisas, participar en una batalla era una estrategia muy arriesgada, ya que un bando podía ser derrotado e incluso el líder podía morir; las incursiones conllevaban menos probabilidades de una derrota catastrófica, por lo que probablemente estaban más extendidas. Existen claras referencias a las incursiones en fuentes medievales tempranas, como la Crónica Anglosajona, y muchas «batallas» posiblemente fueron simplemente incursiones exitosas. Dado que la mayoría de los ejércitos medievales tempranos eran relativamente pequeños, las incursiones estarían dentro de sus posibilidades, pero la invasión masiva probablemente no. Si bien es imposible cuantificar la cantidad de incursiones, incluso a pequeña escala, estas podían tener un impacto psicológico generalizado (el miedo a algo a menudo puede tener tanto efecto en las personas como la probabilidad de que ocurra). Los diques evidencian que algunas personas decidieron hacer algo al respecto.

La naturaleza militar de los diques

Si bien los diques pueden ser la única evidencia sólida de guerra medieval temprana que tenemos en el paisaje antes de la construcción de los burhs en el siglo IX, ¿podemos estar realmente seguros de que se relacionan con las incursiones medievales tempranas? Aunque algunos diques eran simples marcadores de límites (Bwlch yr Afan, Clawdd Seri, el dique de Aelfrith y el dique de Bica, por ejemplo), la mayoría de los diques medievales tempranos parecen contramedidas contra las incursiones. Algunos de los más largos pueden haber sido multifuncionales, ya que contrarrestaban las incursiones, además de promover el poder de un rey y unir su reino (el dique de Offa, el dique de Wat y posiblemente los dos diques de Wans, por ejemplo). A pesar de la sólida evidencia de que los diques contrarrestaban las incursiones, algunos estudios aún descartan esta idea, así que recapitulemos brevemente la evidencia. Uno de nuestros pocos testigos presenciales de este período, Gildas, afirma que los británicos construían muros para ahuyentar a los enemigos y proteger a la población. Hemos visto que algunos poemas galeses de la Alta Edad Media asocian los diques con la lucha. Cabe destacar, por ejemplo, que cuando se excavaron las zanjas de los diques prehistóricos de Norfolk a principios de la Edad Media (Bichamditch, Launditch y la Zanja del Diablo en Garboldisham son posibles ejemplos), la cara interior de la zanja era casi vertical y la exterior más plana. Esto acentuaría la superficie de la fortificación y podría haber atraído a la gente a una zona de exterminio. Existe abundante evidencia arqueológica de armas y cuerpos que resultaron heridos en los diques (decapitaciones en el dique de Bokerley y la zanja de Bran, un cementerio de batalla en Heronbridge, armas extrañas del foso del Diablo en Cambridgeshire, esqueletos de hombres "caídos en batalla" en el dique de Bedwyn, etc.). No podemos descartar todos estos hallazgos como lugares de ejecución posteriores o tumbas amuebladas alteradas: la evidencia arqueológica sugiere claramente que los diques eran lugares asociados con la violencia. Si las ranuras encontradas en las zanjas de al menos cuatro diques eran rompe-tobillos, sugieren que las fortificaciones fueron diseñadas para repeler y herir a quienes intentaran cruzarlas.

La escala de los terraplenes/zanjas sugiere estructuras militares, especialmente porque la mayoría ofrece buenas vistas, vitales para los defensores de un elemento militar. La mayoría están orientadas cuesta abajo, lo que las hace mucho más difíciles de asaltar, pero más difíciles de construir; en terrenos inclinados, la forma más fácil de construir una simple marca delimitadora en el paisaje es arrojar la tierra de la zanja cuesta abajo. Los diques suelen terminar en accidentes geográficos como marismas, barrancos, estuarios o ríos, lo que dificultaría cualquier intento de flanquearlos; a veces, los extremos se curvan, haciéndolos parecer más largos de lo que son. Hemos visto que fuentes escritas como códigos legales, crónicas, cartas, poesía y vidas de santos sugieren que esta fue una época de incursiones y guerras; el poema Y Gododdin, por ejemplo, describe una incursión derrotada, con parte de la lucha ocurriendo en un dique. Puede que no haya batallas registradas en Wansdyke, pero sí en las inmediaciones, incluyendo dos en el túmulo que posiblemente dio nombre al dique. La evidencia escrita, la evidencia física y la falta de explicaciones alternativas creíbles confirman que muchos diques tenían un propósito militar.

Estos diques se ubican deliberadamente para interceptar a los invasores. Además de cruzar el trazado de las carreteras modernas, como hemos visto, existen pruebas de cartas que indican que numerosos diques cortaban rutas en el período anglosajón. Las cartas nos indican que los senderos, o caminos militares (rutas comúnmente utilizadas por asaltantes o invasores), fueron trazados por Wansdyke (S 711 y S 735) y Bury's Bank (S 500). Los diques de East Hampshire (especialmente las fortificaciones de Froxfield) cortan el acceso a lo largo de valles pedregosos sin vegetación, mientras que sus flancos están protegidos por tierras arcillosas densamente arboladas. Muchos de las incursiones en Glamorganshire parecen bloquear las rutas a lo largo de las crestas que dan acceso a las tierras bajas del sur.

La lucha contra la violencia, en particular las incursiones a pequeña escala que a menudo implicaban robo de ganado, es un tema claro en todos los códigos legales de la Alta Edad Media. La caída del Imperio Romano puso fin al uso de ejércitos profesionales en gran parte de Europa y a la militarización de la población civil. Las lanzas encontradas en tumbas anglosajonas pueden haber tenido un significado simbólico, pero probablemente también representan una sociedad donde la necesidad de protección personal era una preocupación diaria. Los agricultores podrían haber tenido buenas razones para temer las incursiones de guerreros fuertemente armados. Dado que grupos muy pequeños de personas podrían haber construido la mayoría de las fortificaciones medievales tempranas, quizás comunidades rurales anodinas o grupos de aldeas construyeron diques para disuadir o repeler las incursiones.

La falta de evidencia escrita directa más explícita de diques como defensas contra los invasores es quizás comprensible en una época en la que se conservan pocas fuentes. Las fuentes medievales tempranas tienden a elogiar las victorias (o las derrotas heroicas), así que, como los diques eran defensivos más que ofensivos, quizás los escritores medievales tempranos no considerarían que la protección de su ganado por parte de los agricultores fuera digna de registro. Si algunos diques funcionaron con éxito como elemento disuasorio, es posible que no hubiera combates que registrar ni cadáveres que enterrar; existen numerosos fuertes y fortines en toda Gran Bretaña diseñados para repeler invasiones que nunca se materializaron.

¿Acaso los asaltantes podrían haber simplemente rodeado los diques? La respuesta es no, ya que la mayoría habrían sido increíblemente difíciles de sortear. El extremo sur de la Tumba del Gigante, por ejemplo, se encuentra en un barranco empinado, mientras que hay una ciénaga al norte, y ambos extremos de la Zanja Corta Inferior se encuentran en barrancos empinados. Muchos diques están agrupados; circunnavegar uno significaría que un invasor se enfrentaría a otro. Ningún asaltante podía simplemente rodear el Dique de Dane o los diques de Cornualles, ya que el mar o los estuarios eran los extremos de estas fortificaciones. El Seto del Gigante, por ejemplo, termina bajo el punto vadeable más bajo de los estuarios en ambos extremos.

Los extremos de muchos diques probablemente estaban protegidos por bosques. Aunque los bosques medievales eran más abiertos que los bosques modernos, dado que grandes mamíferos como los ciervos (más numerosos en la época medieval) mantenían la maleza despejada, navegar por cualquier bosque (o pantano) en buen estado no es fácil. Para un historiador con un mapa de Ordnance Survey es obvio cómo circunnavegar un dique, pero si los invasores de la Alta Edad Media se acercaban incluso a un dique muy corto donde los árboles, el pantano o una elevación del terreno ocultaban los extremos, no sabían cómo rodearlo sin enviar patrullas. Incluso si un asaltante pudiera rodear un dique, esto causaría retrasos y posiblemente implicaría la división de la fuerza invasora para reconocer una ruta. En busca de presas fáciles, los asaltantes probablemente se dirigirían a otro lugar.

El mejor ejemplo de diques que cortan rutas son probablemente los Diques de Cambridgeshire, que parecen bloquear el acceso a Anglia Oriental a lo largo del Camino de Icknield. Se extienden a lo largo de una estrecha franja de tiza de unos 5 km de ancho, que corre de suroeste a noreste, flanqueada por lo que entonces eran pantanos al noroeste y lo que se cree que fue un antiguo bosque sobre arcilla calcárea al sureste. Un enemigo que sorteara con éxito una de las fortificaciones se enfrentaría al problema de superar la siguiente.

Estudios previos a menudo no han logrado apreciar la importancia de estas enormes fortificaciones en la historia de la guerra medieval temprana. Ahora debemos analizar las incursiones y la guerra en detalle, integrando estas fortificaciones en la narrativa.



Técnicas de asalto en la primera etapa medieval

Existe evidencia de la existencia de grandes ejércitos medievales de miles de habitantes, como el poderoso ejército vikingo que invadió Inglaterra en el año 866. Estos grandes ejércitos propiciaron grandes batallas como las de Stamford Bridge y Hastings en 1066, pero antes del año 850, los conflictos a menor escala eran probablemente la norma. Entablar una batalla es una estrategia muy arriesgada, ya que un bando puede ser derrotado y, en casos extremos, el líder podría morir o incluso el reino podría derrumbarse. Parece contradictorio, pero la mayoría de las bajas se producen tras una batalla, cuando un bando está en fuga; una derrota por un estrecho margen en el campo de batalla podía conducir a una masacre generalizada y, según un sermón de principios del siglo XI, un solo asaltante vikingo podía hacer huir a diez defensores anglosajones. Las incursiones a pequeña escala, con menos probabilidades de una derrota catastrófica, eran probablemente más generalizadas y más susceptibles a las capacidades de los líderes medievales.

En la Alta Edad Media, la gente no atacaba constantemente a sus vecinos y existían mecanismos para prevenir la violencia descontrolada. Sin embargo, sí se producían incursiones, y este conflicto de baja intensidad (o al menos el miedo a él) probablemente estaba lo suficientemente extendido como para ser un importante estímulo para la construcción de la mayoría de los diques. Quizás, utilizando evidencia de la Gran Bretaña medieval temprana y de otros lugares, podamos recrear la mecánica de una incursión típica y luego analizar cómo un dique podría contrarrestar esa amenaza. El período estudiado fue uno de los de cambios fundamentales (la situación en Gran Bretaña en el año 400 d. C. era muy diferente a la del año 850 d. C.), pero como no podemos datar con precisión los diques, los siguientes escenarios se basan, en general, en evidencias que indican el probable auge de la construcción de diques a finales del siglo VI y principios del VII.

El colapso del Imperio Romano puso fin al uso de ejércitos profesionales en gran parte de Europa y a la militarización de la población civil. Si bien los agricultores podían atacar a sus vecinos, probablemente estaban demasiado ocupados produciendo alimentos como para hacerlo. Los guerreros eran más propensos a realizar incursiones, aunque probablemente no hubo una división clara entre ambas clases durante gran parte de este período. Las sagas vikingas sugieren que, mientras algunos se ganaban la vida exclusivamente con las incursiones, otros complementaban sus formas de alimentar a sus familias (agricultura, comercio o artesanía) con algunas incursiones estacionales. Los líderes de las bandas de guerra invasoras podrían haber sido reyes o, especialmente en las primeras etapas del período, simplemente guerreros exitosos. Además de elegir guerreros entre sus parientes, los líderes más exitosos atraían a guerreros de otras comunidades. Quienes se ganaban la vida con la guerra se armaban con escudos, espadas, yelmos y posiblemente incluso cotas de malla. Aunque los gobernantes contaban con un grupo de guerreros leales, los thegns en la época anglosajona, hábiles con la espada, muchos de los que lucharon en batallas o incursiones de la Alta Edad Media pudieron haberse ganado la vida con la tierra. La guerra se profesionalizó a finales de la Edad Media, pero incluso reinos bien organizados como la Inglaterra anglosajona tardía recurrían a los agricultores locales para conformar el grueso de su ejército.

Cómo se preparaba la gente para una incursión es tema de especulación, pero quizás la poesía pueda darnos algunas pistas. Un líder reunía a sus guerreros, elegía un objetivo y atacaba con rapidez antes de que las víctimas pudieran organizar sus defensas. Antes de embarcarse, probablemente se hacían juramentos de lealtad, y la noche anterior podemos imaginar a los guerreros alardeando de su valentía, posiblemente con el alcohol contribuyendo a exagerar su ardor. A primera hora de la mañana, se revisaban y afilaban las armas mientras se prometían cómo se dividiría el botín. Montaban a caballo y partían hacia su objetivo. Hay numerosas referencias en Beowulf a todas estas actividades, por ejemplo, cuando Beowulf se prepara para encontrarse con la madre de Grendel. Desconocemos si se realizaba un reconocimiento antes de un ataque; si se avistaba a un espía, se advertía al enemigo, por lo que quizás no se emplearon exploradores. Los desastrosos resultados de incursiones como la registrada en Y Gododdin sugieren que no siempre se obtenía información.

La forma más rápida y sencilla de viajar a la guerra era a caballo. Sin mapas detallados de los reinos vecinos, los asaltantes probablemente utilizarían calzadas romanas y antiguas rutas montañosas para adentrarse en territorio enemigo sin temor a perderse ni a desviarse innecesariamente. Cabe destacar que, a lo largo de muchas calzadas romanas, las aldeas con nombres de origen anglosajón se encuentran a pocos kilómetros de distancia, en lugar de en la carretera. Si recorres la calzada romana más cercana a donde vivo, no hay pueblos en los alrededores en unos 32 km. Esto sugiere que los asaltantes no se alejaban mucho de estas rutas, posiblemente por miedo a una emboscada o a perderse. Es quizás significativo que la palabra anglosajona rád no solo significara «ir a caballo», sino también «saltar» y «un camino».

Como hemos visto, en otras culturas la incursión ideal sería aquella que no encontrara resistencia o, en su defecto, aquella que venciera rápidamente a los defensores. Los asaltantes intentarían que el enemigo se dispersara y huyera (como hemos dicho, la mayoría de las bajas en batalla se producían cuando un bando huía), pero si esto no se conseguía rápidamente, los atacantes podían retirarse precipitadamente. Si los asaltantes atacaban granjas, los defensores serían campesinos locales, o ceorls, armados posiblemente con lanzas y escudos, así como con las armas improvisadas que se usaban normalmente como herramientas, como hachas, cuchillos o arcos de caza. Si los asaltantes se enfrentaban a enemigos armados, probablemente se producía un intercambio de proyectiles antes de usar armas portátiles a corta distancia. Si los asaltantes atacaban lugares religiosos, su oponente habría sido sacerdotes o monjes desarmados. Podrían atacar al gobernante de un reino vecino, con la esperanza de atraparlo con solo unos pocos miembros de su séquito para defenderlo.

Si bien los anglosajones viajaban a la guerra a caballo, no se sabe con certeza si luchaban a caballo. No contaban con caballos de guerra especialmente diseñados, ni herraduras de hierro que se pudieran clavar a los cascos para protegerlos en terreno pedregoso. Es posible que no tuvieran estribo, esencial cuando se usa un caballo como plataforma de combate. Los anglosajones sí perseguían a caballo a un enemigo que huía, a menudo durante muchas horas después de una batalla, aunque durante una incursión una huida rápida probablemente era más ventajosa que perseguir a un enemigo.

Tras la incursión, los atacantes recogían sus bienes robados y regresaban a casa por la ruta más directa (probablemente un camino de montaña o una calzada romana), pasando la noche festejando, presumiendo y bebiendo en su salón. Las incursiones desataban venganzas que desencadenaban ataques de venganza y un ciclo de contraataques; cuando los reyes surgían, intentaban frenar esto, en parte, mediante el uso de códigos legales escritos.

Una incursión podía tener varios objetivos: desmoralizar al enemigo, reducir su capacidad de contraataque y obtener botín. Si los asaltantes intentaban emboscar y matar al líder de un reino vecino (como ocurrió en Wessex en 755 cuando Cynewulf fue asesinado), esto podría explicar el gran número de reyes asesinados registrados en las fuentes medievales tempranas. Los bienes robados podían ser ganado que los asaltantes podían llevar de regreso a su comunidad. Quemar las granjas y almacenes de alimentos de sus víctimas reducía su fuerza y ​​capacidad de contraataque. Los saqueadores podían llevarse esclavos (como en el caso de San Patricio) y bienes de gran valor (como joyas); el líder de la incursión podía usar dichos bienes para recompensar a sus seguidores. Esta generosidad atraía a los guerreros hacia el vencedor, mientras que las víctimas podían volverse contra sus líderes por no protegerlas. Si había violación (y las fuentes anglosajonas sugieren que era frecuente en períodos de inestabilidad), esto sobrecargaba aún más la zona invadida con jóvenes no deseados que alimentar, que podrían ser vistos con sospecha, ya que sus padres serían enemigos. El hallazgo de broches femeninos hechos de metal británico e irlandés reutilizado en la Escandinavia de la época vikinga ha dado lugar a la sugerencia de que las incursiones también se realizaban para obtener una dote, es decir, una dote necesaria para que un joven se casara. Los ricos y con mejor educación, pero menos capacitados para el combate (como sacerdotes, maestros, abogados y poetas), huían de una comunidad que sufría incursiones, lo que destruía aún más su cultura. En numerosos reinos de la Britania medieval temprana, facciones rivales o ramas de familias reales luchaban por el control del reino; Quizás los diferentes grupos se centraron en zonas controladas por sus rivales para debilitar su poder.

Existen movimientos de tierra cerca del dique de Bokerley, en Dorset, que confirman que el robo de ganado, en particular, fue un problema real a principios del período medieval (tales incursiones son un tema recurrente en las leyendas irlandesas de la Alta Edad Media). Al este del dique de Bokerley (y, por lo tanto, sin su protección) se encuentran dos enormes cercados para ganado (las muestras de suelo del interior de los terraplenes confirman la presencia de grandes cantidades de estiércol). El primero, el Anillo del Soldado, es un recinto poligonal de 10,5 hectáreas rodeado de terraplenes dobles, construido hacia el final del dominio romano, mientras que el otro recinto (de 39 hectáreas) se encuentra 5 km más al este, en Rockbourne, y se superpone a los campos romanos. Estos movimientos de tierra reflejan la transición generalizada en Gran Bretaña de la agricultura a los pastos a finales del período posromano e inmediatamente después, cuando los nuevos ganaderos necesitaban cercados para proteger a su ganado de los saqueadores. Las incursiones ganaderas probablemente se convirtieron en un problema tan grande que los lugareños decidieron construir el cercano dique de Bokerley para intentar controlarlas.

Armas utilizadas en la guerra

Además de los hallazgos en turberas continentales ya mencionados, como los de Esjbøl-North en Dinamarca, disponemos de evidencia de las armas utilizadas en Inglaterra. Hasta su conversión al cristianismo en el siglo VIII, los anglosajones solían enterrar a sus muertos con objetos que simbolizaban su estatus; en la mitad de las tumbas masculinas, esto significaba un arma. Aunque he señalado anteriormente que algunas de estas armas podrían haber sido simbólicas en lugar de lo que la persona fallecida utilizó en vida, la mayoría parecen capaces de causar daños en batalla. No podemos saber si las proporciones de los diferentes tipos de armas halladas en las tumbas son típicas de las que se portaban en vida. Si bien los arcos y las flechas están poco representados en el registro arqueológico, evidencias escritas, como el poema de la Batalla de Maldon, sugieren que se utilizaban en batalla. No tenemos motivos para suponer que las proporciones utilizadas en la Inglaterra anglosajona fueran significativamente diferentes a las encontradas en las turberas continentales.

La mayoría de los entierros anglosajones amueblados contenían una lanza (algunas más ligeras, diseñadas para lanzar, mientras que otras con hojas más largas y pesadas eran, sin duda, armas de mano), casi la mitad contenía escudos, el 11 % espadas y algunos cuchillos o hachas que podrían haber sido herramientas además de armas. Los cascos y las cotas de malla son raros. Las espadas anglosajonas solían soldarse con un patrón, es decir, se retorcían barras de hierro y luego se aplanaban a martillazos hasta formar una hoja, lo que daba una superficie que, si se pulía con cuidado, me parece piel de serpiente metálica. Los vikingos posteriores tenían mejor acero, por lo que usaban una sola pieza de metal. La referencia a la espada que se rompió durante el combate cuando Beowulf luchó contra el dragón puede explicar por qué algunos fueron enterrados con múltiples armas, ya que habría sido ventajoso tener una de repuesto en tales circunstancias.

Si bien es posible que la gente fuera más propensa a enterrar objetos que fueran más fáciles de reemplazar, parece que la lanza y el escudo constituían la combinación de armas de la mayoría de las personas en este período. Para los pictos, escoceses y britanos de Gales, Cornualles, Cumbria y Escocia, hay muchos menos hallazgos con los que trabajar y menos literatura sobreviviente, pero es probable que usaran equipos similares. La piedra de Aberlemno en Escocia muestra a guerreros pictos usando lanzas y escudos, mientras que el escritor británico Gildas hace referencia al uso de espadas y lanzas en batalla. Si hubieran luchado con un estilo muy diferente y utilizando armas muy distintas a las de los anglosajones, autores de la Alta Edad Media como Gildas y Beda, quienes se preocupaban por enfatizar las diferencias entre las naciones, probablemente lo habrían mencionado.

La evidencia arqueológica de heridas por armas que causaron traumatismos esqueléticos demuestra los efectos de las armas. Los cuerpos de los siglos VII/VIII de Eccles en Kent y Heronbridge en Cheshire sugieren que los guerreros abatían con golpes en la cabeza con una espada pesada. Los daños encontrados en cráneos en estos yacimientos confirman la evidencia de los entierros amueblados que indicaban que los cascos eran una rareza. Como ya se ha comentado, el punto de equilibrio de una espada anglosajona se encuentra a mitad de la hoja; las espadas vikingas se fabricaban con acero de mejor calidad, eran más ligeras y tenían un punto de equilibrio más cerca de la empuñadura. La primera estaba diseñada para golpear la parte superior del cuerpo, la segunda para estocada y parada. Quizás los primeros guerreros anglosajones esperaban atacar a víctimas mal armadas, mientras que los vikingos posteriores a menudo se enfrentaban a enemigos también armados con espada. Los primeros guerreros anglosajones parecen tener predilección por usar el peso de su arma para abatir a su oponente, apuntando a la cabeza. Subir a un defensor a un dique hace que la espada del atacante sea mucho menos efectiva. El daño por lanza es más difícil de detectar que los golpes fuertes en la cabeza (especialmente si no se alcanzan los huesos), pero en la galería del museo The Collection de Lincoln, donde trabajó el autor, se exhibe una tibia con una punta de lanza incrustada que habría causado la muerte desangrada de la víctima.


lunes, 23 de junio de 2025

Medioevo: Los ostrogodos

Los ostrogodos





Visigodos y ostrogodos luchan entre sí en los campos catalanes.



Asedio de Roma por los ostrogodos, 537 d. C.

Un pueblo bárbaro cuyo nombre significa "godos del sol naciente", "godos glorificados por el sol naciente" o simplemente "godos orientales", los ostrogodos desempeñaron un papel importante en la historia del Imperio romano tardío. Identificados ya en el siglo I por escritores romanos, los ostrogodos formaron inicialmente parte de una población mayor de godos que incluía a los visigodos. Durante el siglo III, la mayor población goda entró en contacto, a menudo de forma violenta, con el Imperio romano. Derrotados por el imperio, con el que cultivaron entonces mejores relaciones, los godos se dividieron en grupos orientales y occidentales: ostrogodos y visigodos, y sus historias posteriores divergieron. Para los ostrogodos, así como para los visigodos, la historia de los siglos IV y V estuvo marcada por los movimientos de los hunos y el auge y caída del gran imperio huno de Atila. En el siglo V, una tribu ostrogoda reconstituida se transformó en un poderoso grupo liderado por reyes. El más famoso e importante de estos reyes, Teodorico el Grande, participó en la vida política del Imperio Romano de Oriente y creó un reino sucesor en Italia a finales del siglo V y principios del VI. A pesar de las cualidades de Teodorico y la fuerza de su reino, el reino ostrogodo de Italia no sobrevivió mucho tiempo a la muerte de Teodorico. En la década de 530, el gran emperador Justiniano intentó conquistar el Imperio de Occidente, que había caído bajo control bárbaro en 476. Durante unos veinte años, los soldados y generales de Justiniano lucharon contra los ejércitos ostrogodos antes de derrotarlos definitivamente, destruyendo la creación de Teodorico y eliminando esencialmente a los ostrogodos como pueblo y como fuerza histórica. Los relatos antiguos registran que la historia gótica comenzó en 1490 a. C., cuando un rey godo condujo a su pueblo en tres barcos desde Escandinavia hasta la desembocadura del río Vístula. Finalmente, los godos se trasladaron a la zona entre los ríos Don y Danubio, antes de ser expulsados ​​a mediados del siglo III d. C. por los hunos. Sin embargo, los relatos tradicionales sobre los orígenes de los godos, realizados por historiadores antiguos como Jordanes, no gozan de una aceptación general. Sus orígenes ya no se remontan a Escandinavia, sino a Polonia, donde los descubrimientos arqueológicos sitúan una cultura sofisticada, aunque analfabeta. Desde allí se trasladaron los godos, tras lo cual entraron en contacto con el Imperio romano. En el siglo III, los godos mantuvieron repetidos enfrentamientos con el imperio, logrando algunas victorias y poniendo al imperio, ya en graves apuros, en una situación aún más precaria. Los emperadores romanos gradualmente cambiaron la situación y casi destruyeron a los godos. Tras estas derrotas, sin embargo, la tradición sostiene que, alrededor del año 290, surgió un gran rey, Ostrogoda, quien fundó el reino de los ostrogodos. Aunque es improbable que Ostrogoda existiera, fue en ese momento cuando se produjo la división de los godos en dos grupos.

En el siglo IV, ambos grupos, los tervingios o visigodos, y los greuthingios u ostrogodos, habían llegado prácticamente a un acuerdo con el imperio. Sin embargo, para la década del 370, la relación entre los diversos grupos godos y el imperio cambió al enfrentarse a la amenaza de los hunos. Antes de la llegada de los hunos, el rey Ermanarico, miembro del clan Amal, había creado un importante reino en Europa oriental. Lideró la lucha contra los hunos, pero fue derrotado por ellos, y en el 375 se sacrificó a los dioses con la esperanza de salvar a su pueblo de los hunos. Su sucesor y algunos godos continuaron la lucha contra los hunos durante un año más antes de ser conquistados y absorbidos por ellos. Desde finales del siglo IV hasta mediados del V, los greuthingios/ostrogodos permanecieron como parte del imperio huno y lucharon en los ejércitos del más grande de los hunos, Atila.

Sin embargo, tras la muerte de Atila, la fortuna y la composición de los ostrogodos experimentaron un cambio. La mayoría de los estudiosos creen que los ostrogodos de este período no guardan relación con grupos anteriores identificados como ostrogodos. Sea cual sea la relación, a mediados del siglo V, bajo el rey Valamir, un amal, los ostrogodos se liberaron de la dominación huna. Valamir aprovechó la confusa situación del imperio huno tras la muerte de Atila en 453 y la derrota de su sucesor en la batalla de Nedao en 454. Aunque Valamir y sus godos probablemente lucharon junto a los hunos contra otros pueblos sometidos, los ostrogodos emergieron como un pueblo independiente debido a la caída de los hunos poco después de la batalla. Valamir se enfrentó entonces a otros rivales y soportó nuevos ataques de los hunos antes de su desaparición definitiva; murió en batalla contra los gépidos en 468/469.

Valamir fue sucedido por su hermano Thiudimer, quien trasladó a sus seguidores a territorio romano, donde se convirtieron en foederati (aliados federados) del imperio y entraron en contacto con otro grupo liderado por los ostrogodos del rey Teodorico Estrabón, o el Bizco. Ambos grupos lucharon entre sí por la preeminencia y la preferencia ante el emperador. Sin embargo, el propio imperio experimentó cambios importantes durante este período. En la década de 470, un nuevo emperador, Zenón, llegó al poder en Constantinopla, y el emperador de Italia fue depuesto, y la línea imperial terminó con el bárbaro Odovac en 476. Estos cambios entre los ostrogodos y dentro del imperio tuvieron una importante influencia en el futuro del pueblo ostrogodo.

En 473, Teodomiro falleció y fue sucedido por su hijo Teodorico el Amal, más tarde conocido como el Grande, quien había sido nombrado sucesor en 471. Antes de su nombramiento, Teodorico había pasado diez años en Constantinopla como rehén del emperador. Durante ese período, Teodorico aprendió mucho sobre el imperio, sus costumbres y cultura, aunque parece que no aprendió a escribir. Al asumir el poder, se encontró en competencia con el otro Teodorico, cuyos seguidores se habían rebelado contra el emperador en 471 y de nuevo en 474. La revuelta posterior fue parte de un golpe de estado en palacio contra el nuevo emperador, Zenón, quien recurrió al Amal en busca de apoyo. Para asegurar que ningún grupo de ostrogodos ni sus líderes se volviera demasiado poderoso, Zenón también comenzó a negociar con Teodorico y firmó un tratado con Teodorico Estrabón en 479. Las hostilidades entre los dos Teodoricos también se calmaron por un tiempo, ya que ambos cerraron filas contra el emperador. En 481, Estrabón atacó Constantinopla, pero no logró tomarla ni deponer al emperador. Poco después, murió cuando su caballo se encabritó y lo arrojó sobre un potro de lanzas. Teodorico el Amal fue el beneficiario de la muerte de su ocasional aliado y rival. Aunque Estrabón fue sucedido por Recitaco, sus seguidores se unieron gradualmente a Teodorico el Amal, quien lo mandó asesinar en 484.



Teodorico el Amal, o el Grande, por su nombre más familiar, logró crear un gran poder ostrogodo que rápidamente amenazó el poder del emperador Zenón. El rey ostrogodo continuó la lucha con Zenón, que se resolvió temporalmente en 483, gracias a las grandes concesiones del emperador. De hecho, Teodorico fue declarado ciudadano romano, recibió el título de patricio y se le otorgó un consulado para el año siguiente. Los ostrogodos recibieron una concesión de tierras dentro del imperio. Pero Zenón se dio cuenta de que no podía confiar en el creciente poder de Teodorico y lo reemplazó como cónsul, lo que provocó nuevas hostilidades entre los ostrogodos y el imperio. La revuelta de Teodorico en 485 aumentó la presión sobre Zenón, quien respondió ofreciéndole la oportunidad de liderar el asalto contra Odovacrio, rey bárbaro de Italia desde 476. Esta asignación, sugerida por el propio Teodorico en 479, benefició tanto al rey como al emperador, y Teodorico la aceptó rápidamente.

En 488-489, Teodorico lideró a sus ostrogodos, probablemente unos 100.000 hombres, contra Odovacrio en Italia. La lucha entre ambos líderes duró hasta 493; fue una guerra reñida, en la que Teodorico ganó las batallas, pero no pudo tomar Rávena, la capital de su rival. De hecho, tras perder dos batallas, Odovacrio se estableció en la capital, desde donde se aventuró a enfrentarse a Teodorico en el campo de batalla. La posición de Odovacario se vio fortalecida por uno de sus generales, quien se unió a Teodorico, pero luego se reincorporó a Odovacario, matando a los guerreros godos que lo acompañaban. Como resultado, Odovacario pudo tomar la ofensiva, pero solo por un corto tiempo, hasta que Teodorico fue reforzado por un ejército visigodo. A principios de la década de 490, Teodorico tomó gradualmente el control de Italia y obligó a Odovacario a llegar a un acuerdo. El 25 de febrero de 493, los dos líderes acordaron términos que se celebrarían en un gran banquete. Teodorico aparentemente acordó compartir el poder con su rival, pero en el banquete mató a Odovacario, y los seguidores de Teodorico mataron a los seguidores de Odovacario en una sangrienta masacre que puso fin a la guerra y entregó el control de Italia a Teodorico.

Tras su victoria, Teodorico fue aclamado rey de Italia, pero al principio tuvo que rechazar el título en favor de patricio de Italia. El nuevo emperador Anastasio I (r. 491-518) se negó a reconocer el título de rey, con sus implicaciones para la independencia de Teodorico, recordándole que su poder dependía de la discreción del emperador. Sin embargo, finalmente, Teodorico fue reconocido como rey en Constantinopla y gobernó Italia hasta su muerte en 526. Su reinado fue muy beneficioso para Italia, y su relación con la población romana nativa fue en general buena, a pesar de su arrianismo y el catolicismo romano. Preservó gran parte de la administración romana tradicional, al igual que Odoacro, y cooperó con el Senado. Aseguró el suministro de alimentos a Italia y patrocinó a Boecio y Casiodoro como parte de un renacimiento cultural. También fue un activo constructor en toda Italia, erigiendo monumentos públicos e iglesias, así como su famoso palacio y mausoleo en Rávena. Sus actividades no fueron del todo, no se limitó a Italia, sino que incluyó una ambiciosa política exterior que le permitió establecer la hegemonía sobre los vándalos en África y los visigodos en España. Compitiendo con Clodoveo en el norte de Europa, Teodosio logró limitar la expansión del rey merovingio hacia el sur de la Galia. Aunque solo era rey nominalmente, Teodorico, como reconocieron sus contemporáneos, gobernó con la misma eficacia que cualquier emperador.

Los últimos años de Teodorico y los posteriores a su muerte estuvieron marcados por una creciente agitación, que condujo a la caída del reino ostrogodo. Esta situación se debió en parte a los cambios en el Imperio de Oriente, así como a errores propios. En 518, un nuevo emperador, Justino, asumió el trono y puso fin a un período de incertidumbre doctrinal en el imperio. Era un cristiano católico que promovía la enseñanza ortodoxa tradicional, y en 523 prohibió el arrianismo en el imperio. El apoyo a la enseñanza ortodoxa y la estabilidad doctrinal restauraron la fe de la población italiana en el liderazgo imperial. Además, Teodorico se vio aún más amenazado en materia religiosa por el éxito del católico Clodoveo contra los visigodos. Su preocupación se acentuó por una supuesta conspiración que involucraba a varios senadores, incluyendo a su consejero Boecio. Ordenó la ejecución de Boecio y, al mismo tiempo, encarceló al papa, quien acababa de regresar de una embajada en Constantinopla. Estas acciones tensaron las relaciones con sus súbditos romanos y ensombrecieron un reinado por lo demás ilustrado.

La situación de Teodorico empeoró por la falta de un heredero varón, y justo antes de morir animó a sus seguidores a aceptar a su hija viuda, Amalswinta, como regente de su nieto Atalarico. Al principio, los deseos de Teodorico fueron aceptados, pero gradualmente la nobleza ostrogoda se volvió contra Amalswinta. Aunque fue elogiada por su inteligencia y valentía, la nobleza estaba dividida respecto a su guía de Atalarico y su política exterior prorromana. Cuando Atalarico alcanzó la mayoría de edad en 533, varios nobles intentaron persuadirlo para que se volviera contra su madre. La rebelión estuvo a punto de triunfar. Amalswinta solicitó un barco al emperador Justiniano para llevarla a Constantinopla, pero finalmente se quedó y triunfó sobre sus rivales. Se casó con un primo, Teodohad, en 534 para estabilizar el trono, pero su esposo no le fue leal, y Atalarico murió ese mismo año. Su arresto y asesinato, inspirado, según el historiador bizantino del siglo V Procopio, por Teodora, esposa de Justiniano, por celos, proporcionó al emperador el pretexto para su invasión de Italia.

La invasión de Italia por Justiniano, liderada primero por Belisario y posteriormente por Narsés, abrió el capítulo final de la historia de los ostrogodos. Las Guerras Góticas, que duraron del 534 al 552, fueron devastadoras tanto para Italia como para los ostrogodos. La fase inicial de la guerra presenció rápidas victorias y gran éxito para los ejércitos invasores, en parte debido a la debilidad de Teodoado. Belisario llegó a Roma en 536, y Teodoado fue depuesto en favor de Vitigis. El ascenso de Vitigis y la llegada de un segundo general bizantino, Narsés, frenaron el progreso imperial. Cuando Narsés fue llamado, Belisario volvió a la ofensiva y pudo haber obligado a Vitigis a tomar medidas desesperadas, que posiblemente incluyeron la aceptación del título imperial por parte de Belisario. Aunque esto sigue siendo incierto, Belisario fue llamado en 540 y se llevó consigo al rey ostrogodo. En 541, Vitigis fue reemplazado como rey por Totila.

Bajo el liderazgo de Totila, los ostrogodos contraatacaron con éxito y prolongaron la guerra durante once años más. Totila logró recuperar territorio en Italia de los ejércitos bizantinos y forzó el regreso de Belisario en 544. En 545, Totila inició un asedio a Roma; la ocupó en 546, devastando la ciudad en el proceso. El control de la ciudad fluctuó entre ambos bandos durante el resto de la guerra, que Belisario no pudo concluir, a pesar de ejercer una gran presión sobre su rival, debido a la escasez de suministros y soldados. Belisario fue llamado de nuevo en 548, a petición propia, y reemplazado por Narsés dos años después. Narsés exigió recursos suficientes para concluir la guerra rápidamente y los obtuvo. En 552, Narsés ganó la batalla de Busta Gallorum, en la que Totila murió y la resistencia goda organizada terminó. Aunque Totila tuvo un sucesor como rey y algunos grupos de ostrogodos resistieron hasta 562, el reino ostrogodo en Italia fue aplastado por la invasión bizantina. Los ostrogodos dejaron de ser un pueblo independiente y los últimos ostrogodos probablemente fueron absorbidos por los lombardos durante su invasión de Italia en 568.

Bibliografía

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  • Wood, Ian. The Merovingian Kingdoms, 450-751. London: Longman, 1994.





domingo, 22 de junio de 2025

Argentina: Las distintas campañas del desierto

Las campañas finales al desierto, el afianzamiento de la soberanía en la Patagonia

Por el Lic. Sebastián Miranda




Entre 1880 y 1885 se realizaron las últimas campañas al desierto en la Patagonia, asegurando la soberanía en la región, entonces en disputa con Chile y terminando para siempre con el flagelo del malón.

Presentamos la sexta nota sobre la cuestión.

Las grandes campañas realizadas por el general Julio Argentino Roca en 1879 barrieron con las tribus de La Pampa, reduciéndolas y obligándolas a entregarse o retirarse hacia los confines del Neuquén y los contrafuertes andinos para evitar ser capturadas. Entre 1880 y 1885 se realizaron una serie de campañas en regiones de difícil acceso que permitieron terminar con las últimas resistencias.
1. La campaña del general Conrado Villegas al Nahuel Huapi (1881)
El 12 de octubre de 1880 asumió la presidencia el general J. A. Roca, nombró como ministro de Guerra y Marina al general Benjamín Victorica. A pesar del daño propinado a los indígenas, algunos núcleos importantes todavía persistían. Si bien las incursiones eran aisladas, seguían generando daños e intranquilidad. El 19 de enero de 1881 300 moluches armados con Winchester asaltaron el fortín Guanacos y mataron al alférez Elíseo Boerr, 12 soldados y 17 vecinos. Los asaltos se repitieron en Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, llegando hasta Puán.  En agosto de ese mismo año murieron en combate contra los indios el teniente Abelardo Daza y 15 soldados del Regimiento 1 de Caballería. Otras incursiones, aunque menores, llegaron a las inmediaciones de Bahía Blanca. Desesperados por el hambre, los salvajes se arriesgaban a adentrarse en el territorio controlado por el Ejército Argentino para evitar perecer.
Ante esta situación, el presidente ordenó al ministro de Guerra y Marina el envío de una expedición para explorar la región en torno al lago Nahuel Huapi y reducir a los salvajes que incursionaban y aprovechaban la cercanía de la frontera con Chile –como lo venían haciendo desde hace décadas- para refugiarse en el país trasandino con el apoyo del gobierno. La misma quedó bajo la dirección del veterano general Conrado El Toro Villegas, uno de los más experimentados y valientes comandantes, entonces jefe de la línea militar del Río Negro. Previamente se realizaron una serie de exploraciones a cargo del teniente coronel Manuel J. Olascoaga, el teniente 1º Jorge Rohde y el capitán Erasmo Obligado que comandó una escuadrilla naval que recorrió el río Negro y el Limay. El general C. Villegas organizó la expedición dividiendo a las fuerzas en tres brigadas.

Primera brigada

Comandada por el Teniente Coronel Rufino Ortega, integrada por el regimiento 11 de caballería, el batallón 12 de infantería con 6 jefes, 16 oficiales y 474 de tropa. Debía salir de Chos Malal y batir a los indios en los contrafuertes andinos hasta el lago Nahuel Huapi. Inició la marcha el 15 de marzo de 1881, batiendo las zonas en torno al río Agrio, el arroyo Codihué, el lago Aluminé y el arroyo Las Lajas. El 26 de marzo se produjo un combate con indios que provenían de Chile que produjo la muerte de 2 suboficiales y 2 soldados. Posteriormente también murió en un enfrentamiento el teniente Juan Cruz Solalique. El 30 de ese mes 100 indios mandados por uno de los hijos del cacique Sayhueque, Tacuman, se enfrentaron a la división resultando muertos 1 suboficial y 10 salvajes.[1]

Segunda brigada

Mandada por el coronel Lorenzo Vintter, partió del fuerte General Roca. Debía avanzar hacia Confluencia, proseguir por la margen norte del Limay  luego dividirse en dos columnas para atacar las antiguas tolderías de Reuque Curá y las de Sayhueque. Estaba integrada por 6 jefes, 22 oficiales, 5 cadetes y 557 de tropa de los regimientos 5 y 7 de caballería y una sección de artillería con 2 piezas de montaña. Comenzó el avance en forma simultánea con la primera división. El 24 de marzo una avanzada mandada por el sargento mayor Miguel Vidal atacó sorpresivamente las tolderías del cacique Molfinqueo tomando prisioneros a 28 indios y a 3 comerciantes chilenos. Otro destacamento dirigido por el coronel Luis Tejedor recuperó casi 6.000 animales abandonados por los indios que huían hacia Chile. El 31 de marzo la partida del alférez Andrés Gaviña capturó una valija con las insignias del ejército chileno, dejada por un grupo de salvajes que escapaba de las fuerzas nacionales. El 9 de abril la brigada alcanzó el lago Nahuel Huapi.

Tercera brigada

Dirigida por el coronel Liborio Bernal comenzó las operaciones partiendo de la isla de Choele Choel, siguiendo por el arroyo Valcheta, adentrándose en Río Negro y de allí hasta el Nahuel Huapi. Las zonas a recorrer eran completamente desconocidas. Para su misión disponía de 10 jefes, 36 oficiales, 9 cadetes y 525 hombres de tropa del batallón 6 de infantería y el regimiento 3 de caballería. El 29 de marzo se logró la captura del capitanejo Purayan con 37 indios y 1400 cabezas de ganado. Previamente se había rescatado un niño que llevaba 8 años de cautiverio entre los salvajes. Gracias a la información aportada por el niño, se detectó una toldería cercada que fue atacada por un destacamento al mando del mayor Julio Morosini, permitiendo la captura de 10 indios y casi 1500 animales. El 2 de abril la brigada llegó al lago Nahuel Huapi.
El 10 de abril se produjo la reunión completa de las tres brigadas en las nacientes del río Limay. Finalizadas las operaciones y dado que en la época las temperaturas comienzas a ser muy bajas, el general C. Villegas dispuso el retiro de las brigadas hacia sus bases dando por finalizada la campaña. Si bien se produjeron importantes bajas a los indios, 45 muertos y 140 prisioneros, no se alcanzó el objetivo principal que era terminar con las masas de indígenas que aún quedaban en la región, dejando de esta manera la puerta abierta para nuevas acciones.
Mientras tanto los principales caciques que aún quedaban – Sayhueque y Reuque Curá- solicitaron apoyo a sus hermanos araucanos del otro lado de la cordillera para retomar la iniciativa. Los recursos, producto de los malones, actuaban como un importante imán para generar nuevos malones. El 16 de enero de 1882 aproximadamente 1000 indios atacaron un fortín ubicado en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay. A pesar de que lo defendían solamente 15 soldados y 15 paisanos mandados por el capitán Juan G. Gómez, rechazaron a los salvajes. La acción evidencia el valor que siempre ha caracterizado al soldado argentino y la eficacia de los Remington. El 20 de agosto de ese año una partida de 26 soldados al mando del Teniente Tránsito Mora y el Alférez indígena Simón Martínez fue emboscada por 400 indios en las lomadas de Cochicó, siendo muertos todos los efectivos argentinos. Quedaba en evidencia que los salvajes no habían sido reducidos. El ministro de Guerra y Marina dispuso la reorganización de la fuerzas que quedaron agrupadas en la división 2º que desde Choele Choel controlaría y operaría sobre los ríos Neuquén y Negro y la división 3º que con su comando en Río Cuarto controlaría la Pampa Central.
2. Campaña del general C. Villegas (1882-1883)
Ante los ataques de los indígenas, el General C. Villegas dispuso de una nueva expedición organizada con tres brigadas. Posteriormente emitió un informe que nos permite tener una muy detallada relación de todo lo sucedido en esta expedición en la que las fuerzas nacionales fueron eficazmente apoyadas por los indios amigos.[2]

Primera brigada

Al mando del Teniente Coronel Rufino Ortega, compuesta por una plana mayor, los regimientos 3 y 11 de caballería y el batallón 12 de infantería, con un total de 4 jefes, 20 oficiales y 310 soldados. Las fuerzas partieron en noviembre avanzando hacia el sur dirigiéndose a la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. La marcha se realizó de noche para ocultarse de la observación de los indios, recorriéndose 250 km en seis noches en medio de bajísimas temperaturas, lo que da una idea de los padecimientos de estos sacrificados hombres. Al llegar a las tolderías del capitanejo Millamán, este se entregó junto a 27 lanceros y 61 de chusma que pasaron a engrosar los efectivos de la brigada. Para evitar la detección, la brigada desprendió destacamentos menores para sorprender a los salvajes en sus tolderías, la brigada desprendió destacamentos menores.
Destacamento del Coronel Ruibal: Operó contra la indiada del cacique Queupo, batiéndolo y matando a 14 lanceros y capturando a 65 salvajes, perdiendo por su parte 5 efectivos que se ahogaron al cruzar el río Aluminé.
Destacamento del teniente coronel Saturnino Torres: logró la captura del cacique Cayul y 80 de sus hombres, perteneciente a la tribu de Reuque Curá.
Destacamento del Mayor José Daza: realizó una intensa persecución sobre los caciques Namuncurá y Reuque Curá que se escondieron en las zonas boscosas al sur del lago Aluminé pudiendo escapar.
Destacamento del Alférez Ignacio Albornoz: logró la captura de 2 capitanejos y 100 indios.
El 4 de diciembre la brigada se reunió en el lago Aluminé y desprendió nuevas partidas al mando de los mencionados Ruibal y Daza, sumándose el mayor O`Donell y el Teniente Coronel Torres que causaron nuevas bajas a los salvajes. En total la brigada logró abatir a 120 guerreros y capturar a 52 de lanza y 396 de chusma además de rescatar a 5 cautivos. Se construyeron un pueblo y 6 fortines para controlar los pasos cordilleranos e impedir el paso a Chile o su retorno desde el país trasandino.

Segunda brigada

Dirigida por el teniente Coronel Enrique Godoy, formada por una plana mayor y los regimientos 2 y 5 de caballería junto al batallón 2 de infantería, con 6 jefes, 32 oficiales y 512 de tropa. Inició la marcha el 19 de noviembre de 1882 hacia su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu desde donde desprenderían partidas para reducir a los salvajes de la zona. Operó en forma similar a la primera brigada, desprendiendo columnas menores para atacar a los salvajes.
Destacamento del mayor Roque Peitiado: operó contra las tolderías del capitanejo Platero, logrando tomar 23 prisioneros a costa de la pérdida de 2 soldados propios y 10 heridos.
Destacamento del Coronel Juan G. Díaz: prosiguió el ataque contra las indiadas que habían escapado del Mayor R. Peitiado. El 11 de diciembre en un desfiladero en las cercanías del lago Huechu Lafquen, fueron emboscados por los salvajes armados con Rémingtons que habían fortificado la posición cerrando el camino. Las fuerzas nacionales treparon por las laderas escabrosas y después de casi tres horas de combate desalojaron a los indios, perdiendo la vida un soldado y el Teniente 1º Joaquín Nogueira.
Dada la gravedad de los acontecimientos, el Teniente Coronel M. Godoy inició nuevas operaciones para acabar con las tribus de Namuncurá y Reuque Curá que se habían establecido en las márgenes del río Aluminé. El 1º de diciembre reinició el avance, enviando notas a los caciques para pactar su rendición. Cuatro días después se presentó el cacique Manquiel con toda su tribu por el que se supo que la 1º brigada había logrado la captura del grueso de las tribus de Namuncurá y Reuque Curá, incluyendo a los hijos y mujer del primero. El 14 de diciembre el teniente coronel M. Godoy llegó a su objetivo central, la confluencia de los ríos Collón Curá y Quemquemtreu. Desde este lugar emprendió una segunda operación, esta vez contra el cacique Ñancucheo que seguía evadiendo a las fuerzas nacionales atravesando terrenos dificilísimos de transitar. El cacique pudo escapar, pero se logró la captura de numerosos salvajes. El incansable Teniente Coronel M. Godoy dispuso una nueva expedición para limpiar de indios la región. En enero de 1883 se realizaron nuevas acciones que permitieron la captura de 55 indios, abatiendo además a 1 capitanejo y 3 guerreros. Ñancucheo fugó a Chile. Durante estas acciones el Sargento Mayor Vidal se enteró de la presencia de una partida del ejército chileno en territorio argentino lo que motivó las protestas del gobierno nacional.
El 6 de enero de 1883 se produjo el combate de Pulmarí, en esa ocasión el Capitán Emilio Crouzeilles y el Teniente Nicanor Lezcano con 40 hombres se enfrentaron a un grupo de salvajes. Un oficial con uniforme del Ejército de Chile pidió parlamentar, los oficiales se acercaron y en ese momento fueron atacados y muertos a traición junto a un soldado:

“(…) Los indios en número se sesenta, tomando aislados a estos oficiales con un reducidísimo número de hombres, sorprendidos en un terrible desfiladero, dieron fin con ellos y cuatro soldados, acribillándolos a lanzazos e hiriéndolos de bala (…)”[3]

El 16 de febrero el Teniente Coronel Díaz chocó con alrededor de 150 indios en las cercanías del lago Aluminé en las cercanías de Pulmarí en el paraje de Lonquimay.[4] Nuevamente las fuerzas del Ejército Argentino se enfrentaron a efectivos chilenos, Díaz no cayó en la trampa y ante el ofrecimiento de parlamento abrió fuego contra también los chilenos capturándoseles armamento y pertrechos con la inscripción Guardia Nacional:
“Rompió el fuego sobre aquella tropa que avanzaba y sostuvo un brillante combate, rechazando completamente a esa fuerza superior en número que avanzó hasta cuarenta pasos de sus posiciones. Quedaron tendidos en el campo parte de ellos: seis soldados uniformados y un indio (…)”.[5]

De esta manera los efectivos argentinos defendían la soberanía dejando de lado la diplomacia y expresándose con el lenguaje de los fuertes, necesario cuando se viola el solar patrio.
En total la brigada logró la captura de 700 indios, poniendo fuera de combate a un centenar de ellos y limpiando el territorio argentino de partidas chilenas. También se construyeron nuevos fortines, al igual que lo hizo la primera brigada, para impedir el paso de los salvajes entre Argentina y Chile.

Tercera brigada

Comandada por el teniente coronel Nicolás Palacios con 4 jefes, 22 oficiales y 437 de tropa, estaba integrada por el regimiento 7 de caballería, el batallón 6 de infantería y un grupo de indios auxiliares. El 15 de noviembre de 1882 partió de la isla de Choele Choel con rumbo hacia el lago Nahuel Huapi para establecer allí su campamento general desde donde destacaría partidas contra los salvajes. Se libraron una gran cantidad de memorables combates entre los que se destacaron las incursiones del teniente Coronel Rosario Suárez, la dirigida por el propio Teniente Coronel N. Palacios. El 22 de enero de 1883 una partida mandada por el Capitán Adolfo Druy y el teniente 1º Eduardo Oliveros Escola se enfrentó a 400 indios del cacique Sayhueque que huía de la persecución de las fuerzas nacionales.
Como resultado de las acciones de esta brigada 3 capitanejos y 140 guerreros resultaron muertos, 2 caciques, 4 capitanejos, 114 de lanza y 361 de chusma fueron capturados. También se construyeron nuevos fortines.
La expedición en su conjunto produjo el afianzamiento de la soberanía en las provincias de Neuquén y Río Negro, dejando fuera de combate a las principales tribus mapuches y bloqueando los pasos de la cordillera por donde penetraban estos y los araucanos desde Chile.
Uno de los libros indigenistas más difundidos sobre la cuestión de la guerra en el Neuquén es el de los autores Curapil Churruhuinca y Luis Roux Las matanzas del Neuquén. Curiosamente, los escritores ponen este título al libro, pero no demuestran la existencia de ninguna matanza. Sin embargo, hay una serie de datos que resultan interesantes. Según las cifras aportadas por los propios autores, había en la región del Neuquén alrededor de 60.000 indígenas, la mayoría dependientes de los caciques Sayhueque y Purrán.[6] Sostienen:

“De este modo concluye la Campaña de los Andes. Durante la misma mueren 354 indígenas y se capturan 1.721, con las bajas nacionales de 5 oficiales y 38 soldados. Para el resultado no fue mucho el costo, comparativamente”.[7]

Aunque el número de indígenas que habitaban la región, según los autores, nos parece excesivo, pero tomémoslo como cierto. Entonces si sobre 60.000 indios, fueron muertos 354, esto quiere decir que cayeron el 0,59% en operaciones militares, una cifra prácticamente irrisoria para una guerra, ¿a dónde están las masacres a las que se refieren los escritores? En su mensaje al Congreso de la Nación de 14 de agosto de 1878, el general J. A. Roca afirmó que en la zona había unos 20.000 salvajes. Si tomamos como el total este número, entonces el porcentaje de indios del tronco araucano caídos en la campaña al Neuquén sería entonces del 1,77%, cifra también muy baja para una guerra de exterminio como sostienen los indigenistas. De esta forma podemos observar como el tan mentado genocidio es una mentira. Uno podría sumar las bajas de las campañas de 1878-1879, pero esto no es aplicable a los indios del tronco mapuche o araucano del Neuquén y Río Negro ya que estos no fueron afectados por las mismas que estuvieron dirigidas contra las tribus de la región central de la Argentina. En otro orden, son los mismos autores los que admiten la gran incidencia de las luchas internas en las tribus y entre las mismas, en los índices de mortalidad de los indígenas. [8] Las cifras de las bajas indígenas también demuestran que la tan publicitada bravura indomable del indio se practicaba contra las poblaciones indefensas, pero de poco le valía contra los efectivos del Ejército Argentino.

3. Expediciones finales

A fines de 1883 y comienzos de 1884 comenzaron las operaciones finales contra los salvajes, enfermo y cargado de cicatrices, el célebre Toro Conrado Villegas se marchó a Europa para intentar curarse, pero falleció en París el 26 de agosto de ese año. Fue reemplazado en el mando de la 2º Brigada por el general Lorenzo Vintter que se convirtió en gobernador militar de la Patagonia y continuó las acciones en Neuquén y Río Negro. Acosado por el hambre y la implacable persecución de las fuerzas argentinas, el 24 de marzo de 1884 se rindió el cacique Namuncurá con 9 capitanejos, 137 de lanza y 185 indios de chusma.
Solamente quedaban en pie los restos de las tribus de Sayhueque e Inacayal. Para terminar con ellas, el general L. Vintter envió una nueva expedición, esta vez al mando del Teniente Coronel Lino Oris de Roa. Partiendo el 21 de noviembre de 1883 de fortín Valcheta con 100 hombres se dirigió hacia el río Chubut que se había unido a otros caciques, pero apenas lograba reunir algo más de tres centenares de guerreros. Las patrullas del sargento mayor Miguel Linares y el capitán Manuel Peñoiry continuaron los rastrillajes y las acciones que permitieron nuevas capturas. El 1º de enero de 1884 las fuerzas del teniente coronel de Roa chocaron con 300 indios dirigidos por el cacique Inacayal, quedando 4 de ellos muertos en el campo de batalla, 16 fueron tomados prisioneros. El hostigamiento constante generó nuevas rendiciones, poco tiempo después de la de Namuncurá, se presentó el cacique Maripán con 184 guerreros. Otros centenares se fueron presentando en los días siguientes.
El General L. Vintter dispuso ese mismo año el envío de tres columnas al mando del sargento mayor Miguel Vidal para batir a los indios que quedaban aún escondidos, especialmente en los poco accesibles contrafuertes andinos, logrando la captura de 300 indios. La presión constante dio el resultado esperado, el 1º de enero de 1885 Sayhueque, el último de los grandes caciques se presentó en el fuerte Junín de los Andes junto con 700 lanceros y 2500 de chusma.
El 20 de febrero de 1885 el general L. Vintter escribió al jefe del Estado Mayor General del Ejército, General de División Joaquín Viejobueno:

“En el Sud de la República no existen ya dentro de su territorio fronteras humillantes impuestas a la civilización por las chuzas del salvaje.
Ha concluido para siempre en esta parte, la guerra secular que contra el indio tuvo su principio en las inmediaciones de esa capital el año 1535”.[9]

Las campañas al desierto habían terminado poniendo fin para siempre al azote del malón, a las fronteras interiores, al cautiverio y asesinato de miles de pobladores habiendo asegurando la soberanía sobre la Patagonia pretendida por Chile.

4. El mapuchismo

Sometidas las tribus, la mayoría de los caciques fueron tomados prisioneros y liberados al poco tiempo, el propio Sayhueque, a pesar de la resistencia que había ejercido, en abril de 1885 ya estaba de retorno con su comitiva en Río Negro desde donde pasó con su tribu a las tierras asignadas por el gobierno argentino en Chubut. Es decir, fue detenido en enero, y en abril ya había vuelto a la libertad ¿dónde está la tan proclamada ferocidad genocida del Ejército y las autoridades argentinas? El otorgamiento de tierras a Namuncurá demoró más, pero el gobierno chileno intentó seguir usando a los mapuches contra la Argentina. En el Primer Congreso del Área Araucana Argentina en 1963, se afirmó que:

“En 1908 el Gobierno de Chile puso a su disposición 1.800 hombres aguerridos para reconquistar sus antiguos territorios”.[10]

Todavía en 1908 los mapuches seguían pensando, con el apoyo de Chile, en invadir el Neuquén. Nunca los mapuches aceptaron al hombre blanco en la Patagonia:
“Por cierto, tras las adjudicaciones y la llegada de los pioneros, funcionarios, comerciantes y, especialmente, colonos y hacendados, los mapuches constituyeron por un buen tiempo un peligro constante de represalias y daños, atosigados como estaban por el rencor y el deseo de venganza, con el oprobioso recuerdo de los desmanes del gran malón blanco”.[11]

Los citados autores indigenistas –Churruhinca y Roux- hacen amplias referencias al valor que dan a la pertenencia de la Patagonia a la Argentina y a la bandera nacional:
“(…) Moreno consideró que estas regiones debían incorporarse a la República Argentina. Y actuó en función de esa idea  (…) Si Moreno fue leal a su país no actuó lealmente con Sayhueque y sus muchos amigos indios, a quienes aseguró visitar solamente para conocerlos, mientras trabajaba su mente y su corazón al acuciamiento de trasladar esos dominios a la Argentina por la sumisión o por la fuerza”.[12]

Está claro que para los mapuchistas, el Neuquén y el Río Negro no eran parte de la Argentina, sino que formaban un Estado aparte, el mapuche. Después de hacer una referencia a las campañas finales de 1884-1885, y refiriéndose al destino de las tribus rendidas afirman:
“Para todas ellas principará una nueva etapa. Bajo nueva bandera. Bajo nuevos nombres”.[13]

A continuación, dejan muy claro el concepto indigenista de pueblo originario:
“(…) Gringos eran todos los no mapuches, argentinos o europeos. Extranjeros para los nativos neuquinos. Y la sangre ardida de los hermanos muertos ponía una pared rocosa entre naturales y blancos. Difícil entenderse”.[14]
Parecen olvidar que fueron los indios araucanos o chilenos, hoy llamados mapuches, los que desde el occidente de la cordillera de los Andes invadieron la Patagonia expulsando o exterminando a las tribus locales.
Finalmente, el rechazo a la bandera argentina aparece nuevamente reflejado en las siguientes palabras:
“(…) Las huestes roquistas han destruido en Neuquén indígena para enarbolar una enseña y traer una gringada. Negocio de usurpación, proclama de soberanía tres veces ilegítima, edificada sobre la mentira, la ofensa gratuita y el crimen, comercio infamado de tierras”.[15]
No es de extrañar que los mapuches se opusieran al proceso de fundación de pueblos y parques nacionales en Neuquén y Río Negro. Pasado el tiempo el movimiento mapuche parecía apagado, pero algo ocurrió. En 1963 los mapuches lograron concretar la reunión del Primer Congreso del Área Araucana Argentina en San Martín de los Andes. Por iniciativa de un vecino del Neuquén, Willy Hassler, nombre no muy originario (se trataba de un alemán), comenzó a avivar la problemática de los mapuches en los parques nacionales.
Las usurpaciones de terrenos y atentados de los mapuches se están convirtiendo en moneda corriente. Carlos Sapag, hermano del gobernador denunció:
“Son activistas que cuentan con apoyo de las FARC y relaciones con Batasuna, el brazo político de ETA”.[16]

El entonces intendente de Villla Pehuenia, Silvio del Castillo, declaró:
“En Villa Pehuenia los mapuches ya tienen 10.000 hectáreas en su poder. No voy a entregarles un metro más”.[17]
Sin embargo, no todos los mapuches comparten esta visión expansionista:
“Arrastran a los jóvenes a una lucha sin sentido. Nosotros queremos la paz. Hoy los mapuches ocupan tierras que nunca fueron nuestras”.[18]

La Sociedad Rural de Neuquén ha denunciado que en la provincia hay al menos 57 campos usurpados. Todo esto es promovido por la Confederación Mapuche que agrupa a las principales comunidades, sin embargo, sus detractores la acusan de:
“(…) Estar infiltrada por activistas de izquierda que pretenden escindir el territorio de la Argentina. También los acusan de malversación de fondos”.[19]

Este dato no es menor y es donde se encuentra el meollo de la cuestión. No solamente tienen nexos con organizaciones de izquierda, sino que reciben el apoyo mediático de supuestas ONGs. Curiosamente la sede central del movimiento mapuche reside en Londres que de esta manera debilita a la Argentina y ejerce una nueva amenaza sobre la Patagonia y sus recursos, sumándola a la presencia de la base militar de la OTAN en Malvinas.
En total en la Argentina el reclamo es por 15 millones de hectáreas, en Neuquén se centra en las zonas de San Martín de los Andes, Junín de los Andes, Villa la Angostura, Villa Pehuenia, Zapala, Aluminé y Cutral Có. En Río Negro los más importantes están en El Bolsón, Bariloche, Comallo, Trapalcó, Ñirihau, Cuesta del Ternero y Chelforó. Estos intentos de obtener tierras que son patrimonio de los argentinos se extienden incluso a la provincia de Buenos Aires, a la que nunca llegaron los mapuches.
El avance del movimiento mapuche es notable, las 18 comunidades originales que reclamaban tierras se han convertido en 55 solamente en Neuquén. Martín Maliqueo, vocero de una de ellas, la Lonko Purrán, declaró:
“(…) No somos ni chilenos, ni argentinos, somos mapuches y no nos sentimos representados”.[20]

El proceso cesionista y antiargentino se extiende.

Fuentes:

[1] Todas las cifras utilizadas en este trabajo han sido tomadas del libro de WALTHER, Juan Carlos. La conquista del desierto, cuarta edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1980. Se trata de una de las mejores obras generales sobre la cuestión de las campañas al desierto.
[2] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Campaña de los Andes al sur de la Patagonia. Partes detallados y diario de la expedición. Ministerio de Guerra y Marina, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1978. Para las acciones de los indios amigos ver pp. 86, 88, 94, 102, 106, 108, 112
[3] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., p. 85.
[4] Ver el excelente e imprescindible trabajo de PAZ, Ricardo Alberto. El conflicto pendiente. Fronteras con Chile, segunda edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, pp. 58-59.
[5] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA. Op. cit., pp. 18-19.
[6] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Las matanzas del Neuquén. Crónicas mapuches, tercera edición, Buenos Aires, Plus Ultra, 1987, p. 195
[7] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 167.
[8] Ver CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., pp. 54, 55, 68, 71, 89, 108, 149.
[9] Carta del general L. Vintter al jefe del Estado Mayor General del Ejército, general de división Joaquín Viejobueno, 20 de febrero de 1885.
[10] VIGNATTI, M. A. Iconografía aborigen. En: Primer Congreso del Área Araucana Argentina, Buenos Aires, 1963, T II, p. 52.
[11] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 242.
[12] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 103.
[13] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 173.
[14] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 216.
[15] CHURRUHUINCA, Curapil y ROUX, Luis. Op. cit., p. 249.
[16] Declaraciones de Carlos Sapag. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[17] Declaraciones del intendente de Villa Pehuenia, Silvio del Castillo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[18] Declaraciones de los caciques mapuches de las comunidades de Currumil y Aigo. En: MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6.
[19] MOREIRO, Luis. El regreso de la araucanía, Buenos Aires, La Nación, domingo 18 de octubre de 2009, sección 6
[20] En: VARISE, Franco. Crecen conflictos con aborígenes por reclamos de tierras, Buenos Aires, La Nación, 16 de agosto de 2009, p. 19
Fuente: https://deyseg.com/history/196

viernes, 20 de junio de 2025

Balcanes: Croacia sobrevive a los embates otomanos en el siglo 16

La supervivencia croata

War History



Relieve de la batalla de Sisak.


Mapa de Croacia en 1593.

Aunque Croacia era relativamente autónoma, formaba parte del reino húngaro, por lo que las relaciones políticas entre Croacia y el Imperio Otomano se limitaban principalmente a la interacción con las autoridades locales, como la correspondencia y la negociación de asuntos fronterizos.

A pesar de que las relaciones políticas formales eran limitadas, el Imperio Otomano mantuvo una presencia importante para los pueblos de Croacia, especialmente a partir de principios del siglo XV, cuando la continua expansión de los otomanos musulmanes comenzó a percibirse como una amenaza para la población católica del noroeste de Croacia y Bosnia central. Tras la caída de Bosnia ante los otomanos en 1463, la expansión otomana continuó en las zonas meridionales (Herzegovina y la costa hasta el río Cetina), pero en otros lugares no logró quebrar el sistema defensivo establecido por el rey Matías Corvino de Hungría (r. 1458-1490). Una nueva ola de conquistas otomanas comenzó en 1521 y se prolongó hasta 1552, año en que los otomanos habían conquistado buena parte de la actual Croacia, incluyendo territorios entre los ríos Drava y Sava. Durante aproximadamente los siguientes 150 años, debido principalmente a que los Habsburgo habían establecido un sistema defensivo eficaz en Hungría y Croacia, las fronteras norte y sur se estabilizaron. La frontera era, en efecto, una franja de tierra de nadie que se extendía entre Koprivnica y Virovitica, cerca del río Drava, hasta Sisak, luego hacia el oeste hasta un punto cercano a la actual ciudad de Karlovac, luego hacia el sur hasta los lagos de Plitvice y, al suroeste, hasta el Adriático. En Dalmacia, el territorio ocupado por Venecia quedó reducido a pequeños enclaves alrededor de las principales ciudades. Sin embargo, al este de la frontera de los Habsburgo, en la región central de Croacia, entre los ríos Una y Kupa, los ghazis bosnios, o guerreros musulmanes, seguían avanzando contra los nobles croatas, que luchaban sin el apoyo de los Habsburgo. La situación cambió en 1593 cuando los croatas rompieron el poder ofensivo de las tropas bosnias, con consecuencias duraderas, en la batalla de Sisak, en la confluencia de los ríos Sava y Kupa. En 1606, en el Tratado de Zsitvatorok entre los otomanos y los Habsburgo, que puso fin a la guerra de 1593-1601 entre ambos imperios, los croatas lograron nuevas conquistas territoriales, pero entre 1699 y 1718 la superficie de Croacia casi se duplicó como resultado de los tratados de Karlowitz y Passarowitz que pusieron fin a la Larga Guerra de 1684-99 entre otomanos y Habsburgo. Sin embargo, llevó algún tiempo negociar líneas de control claras y el cambio real se produjo lentamente. La jurisdicción de la administración autónoma croata en la zona norte de las tierras reconquistadas, hasta el río Danubio, se amplió en 1745, mientras que el resto se integró en 1871 y 1881, tras la abolición de la Frontera Militar de los Habsburgo.

La derrota en Mohács fue un acontecimiento trascendental para los croatas. El reino conjunto establecido en 1102 llegó a su fin. Los croatas se quedaron sin gobernante. Pocos días después de la coronación de Fernando en Presburgo, los Sabor se reunieron en Cetingrado, cerca de Bihak, para elegirlo rey de Croacia. La mayoría de los croatas apoyaron al candidato de los Habsburgo, aunque estaban decididos a utilizar la elección para reafirmar los privilegios de Croacia y su estatus como reino. El día de Año Nuevo de 1527, el Sabor se reunió en la Iglesia de la Visitación de Santa María, en el Monasterio de la Transfiguración, bajo la presidencia del obispo de Knin y los jefes de las familias Zrinski y Frankopan.

Tras las negociaciones finales con tres plenipotenciarios de los Habsburgo, eligieron a Fernando como rey de Croacia. El Sabor le dejó claro a Fernando que lo habían elegido con la esperanza de obtener mayor ayuda militar contra los otomanos, «teniendo en cuenta los numerosos favores, el apoyo y el consuelo que, entre los numerosos gobernantes cristianos, solo su devota majestad real nos concedió generosamente a nosotros y al reino de Croacia, defendiéndonos de los salvajes turcos…». La ceremonia concluyó con un Te Deum y un tumultuoso repique de campanas. El documento de lealtad se selló con el escudo de armas rojiblanco de Croacia, lo que marca la primera ocasión conocida en la que el símbolo del tablero de ajedrez se utilizó como emblema de Croacia.

El Sabor de Eslavonia, dominado por magnates húngaros, no compartía el entusiasmo croata por los Habsburgo. En 1505 se había comprometido a no aceptar jamás a otro príncipe extranjero (no húngaro) y apoyaba a Zapolya.

Cristo Francisco, hermano de Bernardino, se erigió como un poderoso partidario de Zapolya en Eslavonia y se unió a él en sus flirteos con los turcos, aunque murió en los primeros días de la guerra civil. Simón Erdody, obispo de Zagreb, fue otro pilar de la facción pro-Zapolya, asediando su propia capital diocesana en 1529 e incendiando las aldeas periféricas. Una fuerza leal a Fernando levantó el sitio de Zagreb, destruyó el Kaptol y extinguió esta amenaza a la reivindicación de los Habsburgo. En 1533, una coalición conjunta de Nabónido. Pudo haber sido uno que se oponía a los sacerdotes de Marduk, quien se había vuelto extremadamente poderoso.

Nabónido asaltó Cilicia en 555 y logró la rendición de Harán, gobernada por los medos. Firmó un tratado de defensa con Astiages de Media contra los persas, quienes se habían convertido en una amenaza creciente desde 559 bajo el reinado de su rey Ciro II. También se dedicó a renovar numerosos templos, mostrando un interés especial por las inscripciones antiguas. Prefería a su dios Sin y tenía poderosos enemigos en el sacerdocio del templo de Marduk. Excavadores modernos han encontrado fragmentos de poemas de propaganda escritos contra Nabónido y también a su favor. Ambas tradiciones continuaron en el judaísmo.

Las dificultades internas y el reconocimiento de que la estrecha franja de tierra desde el Golfo Pérsico hasta Siria no podía defenderse de un gran ataque desde el este llevaron a Nabónido a abandonar Babilonia alrededor de 552 y a residir en Taima (Tayma'), en el norte de Arabia. Allí, organizó una provincia árabe con la ayuda de mercenarios judíos. Su virrey en Babilonia fue su hijo Bel-shar-usur, el Belsasar del Libro de Daniel en la Biblia. Ciro aprovechó esta situación anexionándose Media en 550. Nabonido, a su vez, se alió con Creso de Lidia para luchar contra Ciro. Sin embargo, cuando Ciro atacó Lidia y la anexionó en 546, Nabonido no pudo ayudar a Creso. Ciro presagió su momento.

En 542, Nabonido regresó a Babilonia, donde su hijo había logrado mantener el orden externo, pero no había superado la creciente oposición interna a su padre. En consecuencia, la carrera de Nabonido tras su regreso fue efímera, aunque se esforzó por recuperar el apoyo de los babilonios. Nombró a su hija suma sacerdotisa del dios Sin en Ur, retomando así la tradición religiosa sumerio-babilónica antigua. Los sacerdotes de Marduk se inclinaban hacia Ciro, con la esperanza de tener mejores relaciones con él que con Nabonido. Le prometieron la rendición de Babilonia sin luchar si a cambio les concedía sus privilegios. En 539, Ciro atacó el norte de Babilonia con un gran ejército, derrotando a Nabonido, y entró en la ciudad de Babilonia sin batalla. Las demás ciudades tampoco ofrecieron resistencia. Nabonido se rindió, recibiendo un pequeño territorio en el este de Irán. La tradición lo ha confundido con su gran predecesor Nabucodonosor II. La Biblia se refiere a él como Nabucodonosor en el Libro de Daniel.

La sumisión pacífica de Babilonia a Ciro la salvó del destino de Asiria. Se convirtió en un territorio bajo la corona persa, pero conservó su autonomía cultural. Incluso la parte occidental del imperio babilónico, con una mezcla racial, se sometió sin resistencia.

Para 620, los babilonios se habían cansado del dominio asirio. También desconfiaban de las luchas internas. Fueron fácilmente persuadidos a someterse a la orden de los reyes caldeos. El resultado fue una consolidación social y económica sorprendentemente rápida, impulsada por el hecho de que, tras la caída de Asiria, ningún enemigo externo amenazó a Babilonia durante más de sesenta años. En las ciudades, los templos eran una parte importante de la economía, contando con vastos beneficios. La clase empresarial recuperó su fuerza, no solo en el comercio, sino también en la gestión de la agricultura en las áreas metropolitanas. La ganadería (ovejas, cabras, ganado vacuno y caballos) floreció, al igual que la avicultura. El cultivo de maíz, dátiles y hortalizas cobró importancia. Se hicieron grandes esfuerzos para mejorar las comunicaciones, tanto fluviales como terrestres, con las provincias occidentales del imperio. El colapso del Imperio asirio tuvo como consecuencia que muchas arterias comerciales se desviaran a través de Babilonia. Otra consecuencia de este colapso fue que la ciudad de Babilonia se convirtiera en un centro mundial.

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jueves, 19 de junio de 2025

Sumeria: El Imperio Neobabilónico

 Una revisión del Imperio Neobabilónico





Soldado Babilónico

War History

Los caldeos, que habitaban la zona costera cercana al Golfo Pérsico, nunca fueron completamente pacificados por los asirios. Alrededor del año 630, Nabopolasar se convirtió en rey de los caldeos. En el año 626 expulsó a los asirios de Erec (Uruk) y se coronó rey de Babilonia. Participó en las guerras destinadas a la destrucción de Asiria. Simultáneamente, comenzó a restaurar la deteriorada red de canales en las ciudades de Babilonia, en particular en la propia Babilonia. Luchó contra el asirio Asur-uballit II y luego contra Egipto, alternando sus éxitos con sus desgracias. En el año 605, Nabopolasar murió en Babilonia.


El rey babilonio Nabopolasar fue el fundador del Imperio Neobabilónico en el siglo VII a. C.



Nabucodonosor II

Nabopolasar le había puesto a su hijo mayor, Nabu-kudurri-usur, el nombre del famoso rey de la segunda dinastía de Isin, lo había entrenado cuidadosamente para su futuro reinado y compartía con él la responsabilidad. Cuando su padre falleció en 605, Nabucodonosor se encontraba con su ejército en Siria; acababa de aplastar a los egipcios cerca de Carquemis en una cruel y sangrienta batalla y los persiguió hacia el sur. Al recibir la noticia de la muerte de su padre, Nabucodonosor regresó inmediatamente a Babilonia.

En sus numerosas inscripciones de edificios, apenas habla de sus numerosas guerras; la mayoría terminan con oraciones. La crónica babilónica solo se conserva para los años 605-594, y no se sabe mucho de otras fuentes sobre los últimos años de este famoso rey. Viajó con frecuencia a Siria y Palestina, primero para expulsar a los egipcios. En 604, tomó la ciudad filistea de Ascalón. En el año 60,1 intentó avanzar hacia Egipto, pero se vio obligado a retirarse tras una sangrienta batalla sin resultado y a reagrupar su ejército en Babilonia. Tras incursiones menores contra los árabes de Siria, atacó Palestina a finales del año 598. El rey Joacim de Judá se había rebelado, contando con la ayuda de Egipto. Según la crónica, Jerusalén fue tomada el 16 de marzo del año 597. Joacim murió durante el asedio, y su hijo, el rey Joaquín, junto con al menos 3.000 judíos, fue llevado al exilio en Babilonia. Allí recibieron un buen trato, según los documentos. Sedequías fue nombrado nuevo rey. En el año 596, cuando el peligro amenazaba desde el este, Nabucodonosor marchó hacia el río Tigris e indujo al enemigo a retirarse. Tras el aplastamiento de una revuelta en Babilonia con gran derramamiento de sangre, se produjeron otras campañas en el oeste. Según la Biblia, Judá se rebeló de nuevo en el año 589, y Jerusalén fue sitiada. La ciudad cayó en 587/586 y fue destruida. Miles de judíos fueron forzados al exilio babilónico, y su país quedó reducido a una provincia del Imperio babilónico. La revuelta fue causada por una invasión egipcia que llegó hasta Sidón. Nabucodonosor sitió Tiro durante 13 años sin tomar la ciudad, por falta de flota. En 568/567 atacó Egipto de nuevo, sin mucho éxito, pero a partir de entonces, los egipcios se abstuvieron de atacar Palestina. Nabucodonosor vivió en paz con Media durante todo su reinado y actuó como mediador tras la Guerra Medo-Lida de 590-585.



El Imperio Neobabilónico en su máximo esplendor

El Imperio babilónico, bajo el mando de Nabucodonosor, se extendió hasta la frontera con Egipto. Contaba con un sistema administrativo eficaz. Aunque tuvo que recaudar impuestos y tributos extremadamente altos para mantener sus ejércitos y llevar a cabo sus proyectos de construcción, Nabucodonosor convirtió a Babilonia en una de las tierras más ricas del oeste de Asia, algo aún más asombroso porque había sido bastante pobre bajo el dominio asirio. Babilonia era la ciudad más grande del "mundo civilizado". Nabucodonosor mantuvo los sistemas de canales existentes y construyó numerosos canales complementarios, lo que hizo la tierra aún más fértil. El comercio floreció durante su reinado.

Los últimos reyes de Babilonia

Awil-Marduk (llamado Evil-Merodac en la Biblia; 561.560), hijo de Nabucodonosor, no logró obtener el apoyo de los sacerdotes de Marduk. Su reinado no duró mucho y pronto fue eliminado. Su cuñado y sucesor, Nergal-shar-us_Eur (llamado Neriglisar en las fuentes clásicas; 559.556), fue un general que emprendió una campaña en 557 en la áspera tierra de Cilicia, que posiblemente estaba bajo el control de los medos. Sus fuerzas terrestres contaron con el apoyo de una flota. Su hijo Labashi-Marduk, aún menor de edad, fue asesinado poco después, supuestamente por no ser apto para su cargo.

El siguiente rey fue el arameo Nabonido (c. 556.539) de Harán, una de las figuras más interesantes y enigmáticas de la antigüedad. Su madre, Addagoppe, era sacerdotisa del dios Sin en Harán. Llegó a Babilonia y consiguió que su hijo ocupara cargos de responsabilidad en la corte. El dios de la luna recompensó su piedad con una larga vida (vivió hasta los 103 años) y fue enterrada en Harán con todos los honores de una reina en 547. No está claro qué facción poderosa en Babilonia apoyaba al rey.


Navío de Nabónido. Pudo haber sido uno que se oponía a los sacerdotes de Marduk, quien se había vuelto extremadamente poderoso.

Nabónido asaltó Cilicia en 555 y logró la rendición de Harán, gobernada por los medos. Firmó un tratado de defensa con Astiages de Media contra los persas, quienes se habían convertido en una amenaza creciente desde 559 bajo el reinado de su rey Ciro II. También se dedicó a la renovación de numerosos templos, mostrando un interés especial por las inscripciones antiguas. Prefería a su dios Sin y tenía poderosos enemigos en el sacerdocio del templo de Marduk. Excavadores modernos han encontrado fragmentos de poemas de propaganda escritos contra Nabónido y también a su favor. Ambas tradiciones continuaron en el judaísmo.

Las dificultades internas y el reconocimiento de que la estrecha franja de tierra desde el Golfo Pérsico hasta Siria no podía defenderse de un gran ataque desde el este llevaron a Nabónido a abandonar Babilonia alrededor de 552 y a residir en Taima (Tayma'), en el norte de Arabia. Allí, organizó una provincia árabe con la ayuda de mercenarios judíos. Su virrey en Babilonia fue su hijo Bel-shar-usur, el Belsasar del Libro de Daniel en la Biblia. Ciro aprovechó esta situación anexionándose Media en 550. Nabonido, a su vez, se alió con Creso de Lidia para luchar contra Ciro. Sin embargo, cuando Ciro atacó Lidia y la anexionó en 546, Nabonido no pudo ayudar a Creso. Ciro presagió su momento.

En 542, Nabonido regresó a Babilonia, donde su hijo había logrado mantener el orden externo, pero no había superado la creciente oposición interna a su padre. En consecuencia, la carrera de Nabonido tras su regreso fue efímera, aunque se esforzó por recuperar el apoyo de los babilonios. Nombró a su hija suma sacerdotisa del dios Sin en Ur, retomando así la tradición religiosa sumerio-babilónica antigua. Los sacerdotes de Marduk se inclinaban hacia Ciro, con la esperanza de tener mejores relaciones con él que con Nabonido. Le prometieron la rendición de Babilonia sin luchar si a cambio les concedía sus privilegios. En 539, Ciro atacó el norte de Babilonia con un gran ejército, derrotando a Nabonido, y entró en la ciudad de Babilonia sin batalla. Las demás ciudades tampoco ofrecieron resistencia. Nabonido se rindió, recibiendo un pequeño territorio en el este de Irán. La tradición lo ha confundido con su gran predecesor, Nabucodonosor II. La Biblia se refiere a él como Nabucodonosor en el Libro de Daniel.

La sumisión pacífica de Babilonia a Ciro la salvó del destino de Asiria. Se convirtió en un territorio bajo la corona persa, pero conservó su autonomía cultural. Incluso la parte occidental del imperio babilónico, con una mezcla racial, se sometió sin resistencia.

Para 620, los babilonios se habían cansado del dominio asirio. También desconfiaban de las luchas internas. Fueron fácilmente persuadidos a someterse a la orden de los reyes caldeos. El resultado fue una consolidación social y económica sorprendentemente rápida, impulsada por el hecho de que, tras la caída de Asiria, ningún enemigo externo amenazó a Babilonia durante más de sesenta años. En las ciudades, los templos eran una parte importante de la economía, contando con vastos beneficios. La clase empresarial recuperó su fuerza, no solo en el comercio, sino también en la gestión de la agricultura en las áreas metropolitanas. La ganadería (ovejas, cabras, ganado vacuno y caballos) floreció, al igual que la avicultura. El cultivo de maíz, dátiles y hortalizas cobró importancia. Se hicieron grandes esfuerzos para mejorar las comunicaciones, tanto fluviales como terrestres, con las provincias occidentales del imperio. El colapso del Imperio asirio tuvo como consecuencia que muchas arterias comerciales se desviaran a través de Babilonia. Otra consecuencia de este colapso fue que la ciudad de Babilonia se convirtiera en un centro mundial.

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