
Milicias neogranadinas en las cercanías de Bogotá en 1843 un año después de la guerra, obra de Edward Walhouse Mark.
Guerra de los Supremos (1839-1842)
La Guerra de los Supremos, también conocida como Guerra de los Conventos, fue el primer gran conflicto civil de la Colombia independiente, desarrollándose entre 1839 y 1842. Su origen fue principalmente religioso, pero se transformó rápidamente en una guerra política y regionalista. Este conflicto marcó el inicio de una larga tradición de enfrentamientos entre tendencias ideológicas opuestas en el país, y sentó las bases para las divisiones entre liberales y conservadores que dominarían el siglo XIX colombiano.
Contexto político y social
Con la independencia de la Gran Colombia y la transformación del Virreinato de la Nueva Granada en república, surgieron nuevas estructuras de poder político, militar y administrativo. Muchas provincias que antes no tenían relevancia comenzaron a cobrar importancia, y emergió una nueva clase dirigente compuesta por abogados, comerciantes y militares.
Durante este periodo, se consolidaron dos tendencias ideológicas fundamentales: una de carácter liberal, que promovía reformas, libertad de comercio y el laicismo, y otra conservadora, más aferrada a las estructuras tradicionales, la religión católica y el orden centralista. Este nuevo contexto produjo tensiones entre el poder central y los líderes regionales, muchos de los cuales buscaron autonomía o control local frente al gobierno nacional.
Causas inmediatas del conflicto
El detonante del conflicto fue una ley impulsada durante el gobierno de José Ignacio de Márquez, que ordenaba la supresión de conventos con menos de ocho religiosos, especialmente en la ciudad de Pasto. El propósito de la ley era subastar los bienes de esos conventos para financiar la educación pública. Aunque la jerarquía eclesiástica apoyó la medida, fue rechazada por sectores populares y religiosos de Pasto, especialmente por el padre Francisco de la Villota. Este rechazo generó una revuelta local que fue apoyada por fuerzas armadas irregulares conocidas como guerrillas.
José María Obando
La rebelión adquirió dimensiones mayores cuando José María Obando, caudillo del sur, se declaró Supremo Director de la Guerra. Al conflicto se sumaron diversos líderes regionales que también adoptaron el título de "Supremos", transformando una disputa religiosa en una guerra civil generalizada. Estos líderes, en su mayoría antiguos próceres de la independencia y hacendados locales, se alzaron con el objetivo de combatir el centralismo y promover un modelo federalista.
Desarrollo del conflicto
Inicio en el sur
La guerra comenzó en el sur del país, específicamente en Pasto. El presidente Márquez envió inicialmente al general Pedro Alcántara Herrán para sofocar la rebelión, pero, ante la resistencia, también fue designado el general Tomás Cipriano de Mosquera como jefe de operaciones. El conflicto tomó una dimensión internacional cuando el gobierno de la Nueva Granada pidió ayuda al presidente ecuatoriano Juan José Flores. Este intervino con 2000 soldados, lo que ayudó a derrotar temporalmente a los rebeldes en la zona, pero provocó rechazo en otras regiones.
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Pedro Alcántara Herrán y Zaldua |
Expansión del conflicto
La entrada de tropas extranjeras fue vista como una traición por muchos caudillos regionales, lo que llevó al alzamiento de nuevas provincias. La guerra se extendió a zonas como Ciénaga, Mompós, Cartagena, Riohacha, Pamplona, Casanare, entre otras. A finales de 1840, de las diecinueve provincias del país, solo Bogotá, Neiva, Buenaventura y Chocó apoyaban al gobierno central.
Uno de los momentos más críticos fue la amenaza directa sobre Bogotá. Manuel González, Supremo del Socorro, marchó hacia la capital con 2500 hombres. El avance rebelde fue contenido por el general Juan José Neira en la batalla de Buenavista o La Culebrera, aunque este murió poco después debido a las heridas sufridas.
Durante este periodo, el presidente Márquez dejó el poder temporalmente en manos del general Domingo Caicedo, buscando reagrupar fuerzas y reunirse con sus generales. El gobierno organizó una defensa combinada por parte de los generales Herrán y Mosquera, quienes junto con moderados liberales formaron el llamado Partido Ministerial o de la Casaca Negra.
“La Gran Semana” y reorganización militar
En noviembre de 1840, Bogotá fue nuevamente amenazada. Se vivió un periodo de alta tensión conocido como “La Gran Semana”, cuando un ejército rebelde llegó hasta Cajicá. Para levantar el ánimo popular, se realizó una procesión con la imagen de Jesús Nazareno y se rindió homenaje al moribundo general Neira. Afortunadamente para el gobierno, el ejército de Herrán se acercaba desde el sur, lo que obligó a los rebeldes a retirarse.
En marzo de 1841, Pedro Alcántara Herrán fue elegido presidente por el Congreso. Aunque inicialmente se rehusó a aceptar el cargo, finalmente lo asumió. Se reorganizó el ejército en cuatro divisiones bajo los generales Mosquera, Collazos, Posada Gutiérrez y Joaquín París, con el objetivo de enfrentar la rebelión en distintas regiones.
Desenlace y derrota de los Supremos
A lo largo de 1841, el ejército nacional logró recuperar posiciones estratégicas. Mosquera derrotó a Obando en varias batallas, lo que llevó a su huida hacia Perú, donde pidió asilo. Herrán, por su parte, logró retomar Ocaña y otras regiones. Los líderes rebeldes del norte, al ver la caída de sus aliados, comenzaron a rendirse y reconocer al gobierno.
Uno de los últimos focos de resistencia fue Santa Marta, donde el Supremo Santiago Mariño seguía enfrentando al gobierno. Esta ciudad fue abastecida por aliados extranjeros, lo que motivó la intervención diplomática del ministro británico Robert Stewart. A través de su mediación, se logró una tregua. El 29 de enero de 1842 se firmó un armisticio en Ocaña, y posteriormente se decretó una amnistía general en Sitionuevo el 19 de febrero.
Intervención extranjera
La Guerra de los Supremos contó con participación externa de diversa índole. Inicialmente, el gobierno de Márquez pidió ayuda a Ecuador, lo cual tuvo consecuencias negativas. Por otro lado, Venezuela también se vio involucrada indirectamente: dos de los caudillos rebeldes, Santiago Mariño y Francisco Carmona, eran venezolanos radicados en Colombia. Más tarde, buques ingleses ayudaron a abastecer a las fuerzas leales en Cartagena, y finalmente fue un diplomático británico, Robert Stewart, quien facilitó el acuerdo de paz entre el gobierno y los insurgentes.
Consecuencias de la guerra
El conflicto tuvo un alto costo político, social y económico para el país. Además de miles de muertos y regiones devastadas, consolidó las divisiones ideológicas que definirían la historia nacional durante el resto del siglo XIX. Se formalizaron los bandos:
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Liberales federalistas, partidarios de la descentralización, la educación pública, el comercio libre y la separación entre Iglesia y Estado.
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Conservadores centralistas, que defendían un Estado confesional católico y estructuras tradicionales de poder.
Esta polarización fue la semilla de múltiples guerras civiles futuras en Colombia.
Además, la guerra reforzó el caudillismo regional. Los “Supremos”, muchos de ellos antiguos héroes de la independencia y hacendados ricos, movilizaron peones y esclavos para sus causas personales o ideológicas. Entre ellos estaban:
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José María Obando (Supremo Director)
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Vicente Vanegas (fusilado en 1840)
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José María Vezga Santofimio (fusilado en 1841)
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José María Tadeo Galindo (fusilado en 1840)
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Manuel González (Socorro)
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Juan José Reyes Patria (Tunja y Casanare)
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Salvador Córdova (Antioquia, fusilado en 1840)
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Francisco Javier Carmona (Ciénaga)
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Santiago Mariño (Santa Marta)
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Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres (Mompós)
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Tomás de Herrera (Istmo)
Todos ellos dejaron claro que en Colombia aún no existía un sentimiento de unidad nacional fuerte. La lealtad estaba con las regiones, no con el Estado central.
Conclusión
La Guerra de los Supremos fue mucho más que un conflicto religioso. Aunque se originó por la clausura de conventos, se convirtió en una guerra de poder entre el centralismo bogotano y el regionalismo caudillista, entre el conservadurismo y las nuevas ideas liberales. Fue también un escenario donde se empezaron a configurar las grandes divisiones políticas del país y se puso de manifiesto la fragilidad de la nación recién independizada. Su desenlace significó una victoria temporal del centralismo, pero dejó abiertas profundas heridas que se manifestarían en múltiples guerras civiles a lo largo del siglo XIX.