Primera Parte - Segunda Parte
Escribe: Juan Carlos Serqueiros
“Los colonos son profundamente argentinos y no se debiera perseguirlos por su lengua; ella es un don de Dios.” (Lewis Jones, 1898)
"No es necesario que nosotros por aprender el español perdamos nuestro idioma y ganancias, sólo los tontos lo harían. No pudieron los ingleses ahogar el galés y no lo podrán los argentinos." (Lewis Evans, 1899)
Los primeros 153 colonos galeses habían llegado al Chubut el 28 de julio de 1865 a bordo del clipper Mimosa, luego de suscribir un contrato con el gobierno de nuestro país (por entonces, Bartolomé Mitre).
Sintiéndose oprimidos (y lo estaban) por los ingleses (con la connivencia y complacencia de los poderosos de su propio país), emigraban por una serie de motivos que iban desde lo religioso (y esto, ligado a una idea de identidad nacional, educativa y cultural) hasta lo económico; pasando por una esperanza de realización. Buscaban la bíblica tierra prometida, que al principio creyeron hallar en los Estados Unidos; para caer después en la cuenta de que el gigantesco país del norte los había absorbido y asimilado. Volvieron entonces sus ojos a la Patagonia, con la ilusión de que dejando atrás su patria, encontrarían allí un sitio en el que habitar y trabajar; pero en el que al mismo tiempo se les permitiese la conservación de sus costumbres, lengua y religión y se les tolerase en el propósito de mantenerse como una comunidad cerrada, sin admitir en ella individuos de otra etnia que no fuera la suya propia. Querían, en suma, fundar y afianzar una nueva patria para ellos y su descendencia: la soñada Nueva Gales del Sur.
A ese grupo de galeses que hablaban en gaélico y eran liberales radicales en lo político y protestantes metodistas, inconformistas en lo religioso; a diferencia de sus compatriotas ricos y terratenientes que hablaban en inglés y eran tories, esto es, conservadores y conformistas, es decir, anglicanos, que transaban en lo confesional (y en todo lo demás también) con la dominación inglesa, los movilizaba lo irrealizable, lo utópico; porque ningún estado del mundo, ni siquiera ese pseudo estado mitrista emergente de Caseros, Pavón y la secesión de Buenos Aires iba a consentir en atraer y cobijar en su seno a una comunidad extranjera otorgándole en propiedad una porción de lo más rico y bello de su geografía para después admitir que se la cercene e independice.
Si lo del mitrismo fue una estafa a esos galeses (y lo fue, porque les ocultaron que el Congreso argentino había rechazado el contrato tal como estaba suscripto y lo había modificado sustancialmente hasta convertirlo en lo que razonablemente debía ser: un convenio de inmigración entre los colonos y el estado de un país que los acogía bajo su bandera y sus leyes); también debe decirse que quienes lideraban a esos recién llegados habían sido perfectamente conscientes (y en muchos casos, partícipes) de las mentiras a designio de la prensa. Y tampoco pudieron desapercibirse, ya que estaban presentes en él, del acto más que elocuente de izamiento de la bandera argentina el 15 de setiembre de 1865 en la fundación de Rawson.
Los galeses vinieron pues, a nuestro país en busca de lo que el mismo les negaba a sus propios naturales; porque en esa Argentina de Mitre sectaria, oligárquica y extranjerizante, regida a sangre y fuego por una clase dominante sin virtud política, ligada a y sostenida por los intereses de ultramar no tenían cabida ni los criollos, ni los negros ni los indios. En síntesis; salieron de su tierra natal con el sueño de fundar en el sur una Nueva Gales y se dieron con que ésta ya existía; porque en lo sustancial la Gales británica que gemía bajo el yugo inglés no tenía mayores diferencias con la Argentina de Mitre, tan obediente a los designios extranjeros como el céltico país del mítico dragón rojo y el eisteddfod.
Así las las cosas, la relación entre esos inmigrantes galeses y el estado argentino tenía necesariamente que ser lo que en efecto fue: una bolsada 'e gatos.
Sólo la inteligente y eficaz política de la primera presidencia de Julio A. Roca (1880-1886) con el Tratado de Límites con Chile de 1881, la ley 1532 de Territorios Nacionales de 1884 y la designación en noviembre de ese mismo año del teniente coronel Luis Jorge Fontana como gobernador del Chubut, consiguió morigerar y atemperar esa siempre conflictiva situación.
Que volvió a recrudecer en 1895 con el nombramiento como gobernador de Eugenio Tello, muy resistido por los colonos, y sobre todo en 1898 con el del coronel Carlos O'Donnell. La objeción principal (o más apropiadamente; excusa pueril para una disconformidad que tenía otras raíces) de los galeses estaba dirigida a la obligatoriedad de enrolarse en la Guardia Nacional (esto es, el ejército de línea) y de cumplimentar los ejercicios militares en día de domingo (esto último ya había sido corregido por el presidente Uriburu, pero O'Donnell se negaba a cambiarlo).
El 5 de setiembre de 1898 una asamblea de los colonos designó a dos representantes de entre ellos: Llwyd ap Iwan y Thomas Benbow Phillips, para que se dirigieran a Inglaterra a fin de plantear el caso al gabinete británico. Para mediados de enero de 1899, los diarios The Times, de Londres; The Guardian, de Manchester y Western Mail, de Cardiff, publicaron la noticia de que los delegados habían pedido entrevistarse con algunos parlamentarios para "exponerles quejas que aquellos colonos les habían transmitido sobre abusos cometidos con ellos por el Gobierno argentino, y reclamar el apoyo del inglés, ó para ponerse bajo su protectorado, ó para que les auxiliase á conquistar su independencia". El 28 de febrero presentaron ante el Foreign Office un "informe" (extrañamente, fechado dos semanas antes, el 14) en el que detallaban sus quejas por los "agravios" que según ellos las autoridades argentinas les infligían a los galeses. Pero no se detuvieron allí; porque llevaron las cosas al extremo de negar los derechos de la Argentina a la soberanía sobre la Patagonia, instar a Inglaterra a reclamarla como suya y proponer que fuera proclamada como país independiente, bajo el protectorado conjunto de Inglaterra y los Estados Unidos:
Soberanía. Es innegable que la posesión formal efectuada por Sir John Narborough, y la subsiguiente colonización por sujetos británicos hace el reclamo de Inglaterra a la soberanía sobre la Patagonia principalísimo.
El reclamo de la Argentina sólo puede basarse en la hipótesis de que como su usurpación no provocó protestas de parte de Inglaterra, el silencio de ésta se entendió como equivalente al abandono del reclamo británico.
Que ningún gasto incurrido por la Argentina en el gobierno de los establecimientos le da derechos de soberanía. Las expensas realizadas por ese estado han sido hechas a su propio riesgo, siendo premeditadamente gastadas en tierras pertenecientes a otra nación, mientras ha más que recuperado tales expensas por los gravámenes que ha impuesto y recaudado y los derechos con que ha gravado los bienes consumidos por los pobladores, consecuentemente se manifiesta:
Que la permanencia de las autoridades argentinas en la Patagonia, el tratamiento vejatorio de los sujetos británicos, y el fuerte intento de hacerlos renunciar a su nacionalidad, es una grave usurpación de los derechos soberanos de Inglaterra, y contrario a la ley internacional.
Eventualidades. Los abajo firmantes son conscientes de que ciertas eventualidades, adversas a las aspiraciones de los pobladores, pueden aflorar, tal por ejemplo la insignificancia de la Patagonia comparada con el hecho de poner en peligro los intereses británicos en el Río de la Plata, o el riesgo de chocar con la Doctrina Monroe, pero la última objeción a la intervención del Gobierno de Su Majestad puede ser refutada con la acción conjunta del gobierno británico y el de Estados Unidos. Ellos piensan que las circunstancias ciertamente justifican sugerir que la Patagonia o por lo menos las tierras ocupadas en el valle del Chupat sean organizadas en un estado independiente de la Argentina bajo el protectorado conjunto de esas dos potencias.
Era un completo delirio. Suponer a Inglaterra ajustando su política exterior según las "sugerencias" de dos presuntos representantes de los colonos galeses del Chubut, encima, compartiendo un eventual botín con los Estados Unidos, era un disparate que sólo podía entrar en los cálculos de un oscuro aventurero como Thomas Benbow Phillips (que ni siquiera era galés, por otra parte) o de un sujeto como Llwyd ap Iwan, que actuaban en beneficio propio. Como era previsible, la petición fue rechazada.
A fines de ese mismo enero una mañana de domingo, el coronel O'Donnell, que tenía neto el sentido de nacionalidad y era celoso de sus funciones de gobernador; hizo meter presos a todos los miembros del comité de colonos por traición, insulto a la dignidad de la nación y conspirar contra la seguridad pública, notificándolos de que se los iba a juzgar por esos cargos. Era sólo para asustarlos un poco: los tuvo detenidos en Rawson unas horas nomás, y después los largó. Tanto como para que aprendieran esos gringos desagradecidos que este país no es para los galeses ni los ingleses, sino para los argentinos; tal como les había dicho.
Más allá de todo eso, el presidente Julio A. Roca iría personalmente a visitar la colonia, como narraré en la tercera y última parte de este artículo.
Esa vieja cultura frita