lunes, 17 de octubre de 2016

Guerra del Paraguay: Versión oficial brasileña del inicio de la guerra

Versión oficial de la diplomacia brasileña. Nabuco: el papel no intervencionista del Imperio. La responsabilidad de las facciones orientales en la crisis política uruguaya 

El análisis del diplomático e historiador brasileño Joaquim Nabuco, testigo de las negociaciones diplomáticas imperiales, contrasta notoriamente con el del revisionismo argentino e incluso con el de algunos de sus connacionales -tal el caso del historiador brasileño Teixeira Soares citado por Rosa- respecto de la adjudicación de intenciones de anexión territorial por parte del Imperio en la Banda Oriental. Nabuco -quien por cierto defiende la postura oficial del Imperio- plantea categóricamente respecto de la cuestión del Estado Oriental:

Cita:
Desde la guerra del dictador argentino Rosas, cuando impedimos que Montevideo cayese en poder de Oribe, fue la cuestión del Estado Oriental del Uruguay el más importante y peligroso problema de la política exterior. No ambicionábamos su anexión, ni queríamos mezclarnos en sus negocios internos, siendo nuestro único propósito tener una frontera tranquila y segura, para lo que era condición esencial la completa independencia de aquel Estado. “La política internacional (escribe el barón de Río Branco, partidario de este pensamiento) creada por el partido conservador y principalmente por el ministro Paulino de Souza, vizconde del Uruguay, consistía entonces, como todavía hoy (1875), en mantener la independencia de los dos Estados amenazados por la ambición argentina: el Paraguay y el Uruguay”. (1)
Joaquim Nabuco


A diferencia del planteo de José María Rosa y Miguel Angel Scenna, entre otros autores revisionistas, que presentan la política exterior de Brasil como expansionista y que por ende tenía como uno de sus móviles la intervención y anexión del Estado Oriental, Joaquín Nabuco presenta al Imperio como no intervencionista -éste en todo caso intervenía como garante del equilibrio en la región rioplatense-, y a su vez como expansionista la política exterior del gobierno de Buenos Aires. Esta percepción lleva a Nabuco como a muchos funcionarios de la diplomacia brasileña de la época a afirmar como móvil permanente del país vecino

Cita:
(...) la esperanza de rehacer algún día dentro de los límites de la cuenca del Plata, ya que no en totalidad, el antiguo virreinato. Aún sueñan con los Estados Unidos de la América del Sur muchos hijos de Buenos Aires, en quienes la tradición de un pasado y una literatura comunes, pesan todavía con la misma fuerza que sobre la generación de mediados de siglo, contemporánea del sitio de Montevideo. (2)


Prosigue Nabuco su argumentación en los siguientes términos:

Cita:
(...) desde 1828 la independencia del Estado oriental fue asunto de la mayor importancia para el Brasil, mientras que la Argentina no renunció a la idea de la unión con Montevideo hasta mucho más tarde (...) La prueba de que murió enteramente en el espíritu brasileño la idea de la anexión ó de la influencia en Montevideo nos la da completa la historia del período que siguió á la caída de Oribe, cuando los dos partidos, es decir, casi todos los hombres de Montevideo solicitaban, ora alternada, ora simultáneamente, la intervención brasileña ofreciéndonos toda suerte de ocasiones de hacer del Estado oriental una dependencia política del Imperio. A todo resistió nuestra falta de ambición. (...)
La dificultad de la política brasileña en Montevideo consistía en que, de una parte, el Brasil deseaba abstenerse de toda acción en los asuntos de la República, y de otra necesitaba tener en ellos mano suficiente para afianzar la estabilidad del gobierno. (...) Paulino de Souza (vizconde del Uruguay) formuló esta política en el Senado en 20 de septiembre de 1853: "La ocupación de 1817 no fue un remedio, ni en tales circunstancias podía serlo. Tampoco lo fue la incorporación, ni lo podía ser; sería peor que el mal; es contraria a nuestros intereses así como a tratados solemnes. ¿Cuál era, por tanto, el remedio? ¿Qué política convenía adoptar? La de cooperar a la pacificación de aquel Estado, ayudar al establecimiento y consolidación en él de un gobierno legal; colaborar en la obra de su regeneración, reorganizar su hacienda, consolidar el orden y la independencia y destruir con algunos años de paz la influencia de los caudillos. Cortábase el mal de raíz. Esa fue la política de los tratados de 12 de octubre". (3)


Cabe notar el contraste entre esta explicación de Nabuco acerca de los tratados del 12 de octubre de 1851 -en los que el oriental Andrés Lamas tuvo un rol significativo- supuestamente guiados por un interés brasileño en "pacificar" la lucha facciosa en la Banda Oriental, y la oprobiosa calificación del revisionismo argentino a los mismos tratados, como "inicuos" gestores de la hegemonía brasileña, al convertir al Estado oriental en un apéndice del gobierno brasileño -enfoque este último en el cual Lamas pasa a ser un "traidor" al "interés nacional oriental"-.
Partiendo de la idea de la ausencia de un interés expansionista o de anexión del territorio oriental en el caso de Brasil, Nabuco afirma que la intervención del Imperio en la cuestión oriental no tenía su origen en las autoridades brasileñas sino en el interés de las facciones blancas y coloradas orientales en utilizar la intervención imperial como medio de dirimir sus disputas internas. Dice al respecto Nabuco:

Cita:
Exceptuado Lamas, no teníamos un solo amigo en la política oriental, ni podíamos tenerle, porque a todos éramos sospechosos, y los que se nos mostrasen fieles habían de despertar las suspicacias de la democracia local y vendrían a quedar inutilizados por la influencia argentina. En una palabra: todos nos llamaban, todos nos querían, pero cada uno para sí, y como nuestra misión de neutrales nos hacía indiferentes a tales requerimientos particulares, era tan fácil y cómodo á éstos llamarnos, como volvernos la espalda. (...) La política de la intervención no tuvo nunca origen brasileño, sino que fue concebida por los partidos y los estadistas del Uruguay, siendo pedida siempre con vivas instancias por los gobiernos de ambos bandos; fue uno de esos recursos fáciles en apariencia, de que los partidos prefieren valerse en períodos de descomposición, antes que resignarse a sacrificios de amor propio personal, que el arreglo de sus discordias costaría. (4)


Las continuas disputas entre Blancos y Colorados en el Uruguay detonó el conflicto. Venancio Flores, líder de los Colorados había luchado en el bando de Mitre durante las luchas entre Buenos Aires y la Confederación. En 1862 Flores prepara, desde suelo argentino una invasión para derrocar al gobierno de Bernardo Berro. En Abril de 1863 Flores con 500 seguidores desembarca en el Uruguay y se dirigen hacia la frontera con el Brasil. En Junio, una nave uruguaya captura a un vapor mercante argentino que llevaba, supuestamente contrabando de guerra abordo. El gobierno argentino demandó explicaciones, bloqueó el Río Uruguay y amenazó con la guerra. Sin embargo, las tensiones disminuyeron. Berro despachó un enviado a Asunción, prometiendo aceptar a Francisco Solano López como mediador..

El 6 de septiembre Solano López escribe a Mitre, solicitando "una amistosa y amplia explicación de los cargos imputados por el gobierno uruguayo respecto a la intervención argentina. Mitre replica el 2 de octubre informándole a López que la República Argentina había observado una estricta neutralidad, negando todas los alegatos uruguayos al respecto,. En Diciembre, en otra imprudente nota, López demandó explicaciones sobre las fortificaciones en la isla de Martín García y el desplazamiento de unidades del ejército argentino en el Litoral. Mitre simple pero firmemente le hizo saber que el gobierno argentino había actuado dentro de sus derechos cuando ordenó fortificar Martín García, muy particularmente desde que la isla se hallaba en territorio argentino. El Paraguay movilizó sus fuerzas en Marzo, 30.0000 hombres recibían instrucción militar en Cerro León, 17.00 en Encarnación, 10.000 en Humaitá, 4000 en Asunción y 3000 en Concepción. El Paraguay podía movilizar 150.000 hombres de una población estimada entre 500.000 y 800.000 almas. Había armas y equipos para 200.000 hombres. En comparación, la población de Brasil era de 8 millones de habitantes, la de la Argentina 1,2 millones, y el Uruguay contaba apenas con 350.000 habitantes

En un intento de mediar entre Blancos y Colorados, Brasil despachó a José Antonio Saravia, uno de sus mas hábiles diplomáticos. El Ministro de Relaciones Exteriores argentino, Rufino de Elizalde y Edgar Thornton, ministro inglés en Buenos Aires pronto lograron una tregua ente los contrincantes. La iniciativa de paz fracasó y el 3 de agosto, Saravia presentó un ultimatún al gobierno Blanco. El 16 de octubre de 1865 el ejército brasileño invade Uruguay. El 12 de noviembre, López ordena la captura de un vapor brasilero el el Matto Grosso que llevaba a bordo 3000 mosquetes y al gobernador de esa provincia e invade al Brasil. Para golpear áreas vitales del Brasil, en enero de 1865 el gobierno paraguayo solicita permiso para que sus fuerzas crucen la provincia argentina de Corrientes. Cuando Mitre rechazó tal petición, López convocó al Congreso en sesión especial y declaró la guerra a la Argentina el 29 de Marzo. Antes de que esta declaracion de guerra llegara a manos el gobierno argentino, fuerzas paraguayas invadieron territorio argentino y capturaron la ciudad de Corrientes, un puerto indefenso en el Parana" 



NOTAS 

1. Joaquín Nabuco, La Guerra del Paraguay, París, Garnier, 1901, p. 11.

2. Ibid., pp. 11-12.

3. Ibid., pp. 13 y 15; discurso de Paulino de Souza en el Senado, 20 de septiembre de 1853, reproducido en Jornal do Commercio del 22 de septiembre de 1853, citado en ibid., p. 15.

4. Ibid., p. 22.

Historia de las RREE argentinas

domingo, 16 de octubre de 2016

Malvinas: El sistema Roland en la guerra

EL ROLAND EN MALVINAS 

La Batalla de Malvinas a pesar de su corta duración tiene características multifacéticas en las operaciones militares, por lo cual ha merecido un lugar especial dentro de la historia de los conflictos bélicos modernos. 

Una arista poco conocida son las operaciones antiaéreas (AA), llevadas a cabo con el sistema misilístico Roland, que cobraron a las fuerzas británicas cuatro aviones derribados. 

Antecedentes 
En noviembre de 1981, se incorporan al Ejército Argentino dos Unidades de Fuego (UF) Roland, que se integran a las baterías de la Agrupación de Defensa Aérea Mixta 602 (ADA Mix 602) con asiento en la localidad de Camet, en las cercanías de Mar del Plata. Poco tiempo antes, retornaba desde Francia un reducido grupo que integraban oficiales y suboficiales, que habían realizado en el país galo un curso primario para operar y mantener este nuevo elemento defensivo. 
 

El Roland del EA en Malvinas

  
Se trata de un sistema misilístico AA, de funcionamiento todo tiempo, contra aeronaves agresoras que vuelen a alturas medias y bajas con un alcance efectivo de 6.500 metros. El Roland puede disparar sus misiles de modo óptico con guiado manual o en forma radárica con guiado automático. La UF está compuesta por el radar de vigilancia, el radar de tiro, la mira óptica, dos brazos lanzamisiles, depósito de misiles, generador y una cabina de mandos operada por un jefe de pieza y un apuntador de modo óptico. El módulo de la UF está montado sobre un trailer y es remolcado por un tractor camión con un peso total de 20 toneladas, necesitando para su rodaje un camino asfaltado o consolidado. 

El despliegue 
Conocidos los acontecimientos de recuperación de la Islas Malvinas el 2 de abril, se dispuso el traslado de las dos UF desde Mar del Plata hacia Puerto Deseado por barco, para luego cruzar al archipiélago. Sin embargo, al llegar a este puerto, la nave sufre una seria avería en su casco que le impide continuar la navegación. Los dos Roland fueron descargados y se trasladaron a Comodoro Rivadavia por ruta. Llegados a esta ciudad, la de mayor actividad militar en la Patagonia, la superioridad decidió enviar por medio aéreo a la Batería "B" del ADA Mix 602 a Puerto Argentino, para quedar la batería restante como defensa antiaérea del Aeropuerto de Comodoro. 

Debido a que el traslado del sistema Roland requiere ser transportado por dos C-130 Hércules en forma simultánea, la Batería "B" pudo realizar el cruce a las islas recién el día 26 de abril de 1982. 


La Batería "B" de ADA Mix 602 estaba compuesta por: 

Sección Roland (1 UF, 30 misiles y dos cañones Oerlikon de 20 mm) 
Sección Tiger Cat (3 UF de misiles tiempo claro) 

Ambas secciones se agregaron al Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 (GADA 601) al llegar a Puerto Argentino. 

Los preparativos 
Dado lo reciente de su incorporación, los operadores del Roland no tenían experiencia alguna, salvo lo realizado en el curso primario en Francia. Por tal motivo, una vez que el sistema estuvo operativo, el Jefe de la Sección, teniente 1º Regalini, y sus hombres aprovecharon el vuelo de los aviones que efectuaban el puente aéreo para foguearse con el uso del radar de búsqueda, el seguimiento óptico, etc. Vale destacar que los repuestos y otros elementos de mantenimiento no habían llegado aún a la Argentina cuando el sistema fue desplegado, por lo tanto se debió trabajar en la armonización de los componentes de la UF y en el mantenimiento de 2do. escalón. También se hizo el reconocimiento de distintos lugares para eventuales cambios de posición y la ubicación de los cañones de 20 mm que cubrirían el ángulo muerto del misil. 

El Roland en combate 
Cerca de las 05.00 a.m. del día 1 de mayo, un avión AVRO Vulcan de la RAF efectúa el primer ataque aéreo sobre el Aeropuerto de Malvinas. Pocas horas más tarde son los Sea Harriers de la Royal Navy los que intentan averiar la pista, pero uno de ellos fue detectado por el radar del Roland y el sargento 1º Zelaya disparó un misil con seguimiento óptico con éxito, consiguiendo el primer derribo para la Sección. En este procedimiento, el radar enfoca la cámara optrónica hacia donde se aproxima el agresor. La imagen se presenta en una pantalla que tiene una cuadrícula movible mediante una esfera; con ella el apuntador guía al misil manteniendo al blanco dentro de esa cuadrícula. 
 

El Roland de Puerto Argentino persigue al Harrier de Ian Mortimer (pintura de Daniel Bechennec)



Las restantes victorias se lograron los días 25 de mayo, 2 y 12 de junio, todas ellas en modo radar (automático). En una oportunidad, se le efectuó un disparo a un Harrier, pero en el momento que el misil se aproximaba a su blanco, coincidió con una maniobra ascendente que realizó el piloto de la nave británica para arrojar una bomba. Finalmente, el misil impacta contra el arma lanzada, al tener ésta una mayor velocidad radial respecto del radar de tiro en ese instante. 

El día 3 de junio, un misil antirradar Srike disparado desde un Vulcan explotó contra un director de tiro Skyguard de los cañones Oerlikon de 35 mm (*). Por tal motivo, la Jefatura ordenó a los operadores de los radares de tiro evitar dejarlos encendidos en forma permanente. Esta limitación fue un nuevo desafío para los soldados argentinos, donde el temple, la inteligencia y hasta la picardía se tuvo que poner en juego para poder "iluminar" con el radar en forma intermitente a los aviones atacantes para poder disparar las armas AA. 



Pintura de MBDA


El sistema Roland tuvo una alta tasa de disponibilidad durante el conflicto, de los 50 días que operó en Malvinas, la única UF se detuvo dos días por rotura del generador y otros cinco por fallas en el radar de tiro (se lo podía utilizar en forma óptica). Por lo general, cada 20 horas de uso se le realizaban tres horas de mantenimiento operativo y el personal afectado a su operación mantenía 16 horas de guardia y ocho de descanso. A este esfuerzo debe agregarse que cada dos días o luego de dispararse un misil, la UF era cambiada de posición para evitar su localización por el fuego naval enemigo. El Roland y los cañones de 155 mm fueron los blancos más buscados por los británicos sobre las islas. 

Los valerosos hombres de la Sección Roland de la Batería "B" del ADA Mix 602 soportaron las inclemencias del tiempo, el bombardeo naval y terrestre, el dificultoso terreno blando y húmedo, como todas las tropas desplegadas, pero gracias a SANTA BARBARA, patrona de los artilleros, sus integrantes regresaron ilesos a sus hogares. 

(*) Fallecen en este ataque el Tte. 1º Alejandro Dachary, el Sgto. 1º Pascual Blanco, s/c Jorge Llamas y s/c Oscar Diarte. 

El autor agradece a los suboficiales Jorge Zelaya y Luis Marinkovic -ambos operadores de Roland durante la Batalla de Malvinas- su aporte fundamental para la realización de este trabajo. 

PARA CUADROS 

Personal de la Sección Roland 
(Batería "B" / ADA Mix 602) 

Islas Malvinas, 1982 

Teniente 1º Carlos Regalini (Jefe Secc.) 
Subteniente Diego Noguer (Jefe Oerlikon 20 mm) 
Sargento 1º Jorge Zelaya 
Sargento 1º Oscar Molina 
Sargento Ángel Palomeque 
Sargento Luis Marinkovic 
Cabo 1º Ramón Villoldo 
Cabo 1º Ramón Martínez 
Cabo Hugo Navarro 
Cabo Carlos Bonetti 
S/c 63 Miguel Ferreyra 
S/c 63 Víctor González 
S/c 63 Mario Molina 
S/c 63 Claudio Prado 

Síntesis de efectividad 

Sistema Roland
según registros ADA Mix 602
 

8 misiles disparados 
4 aviones derribados (todos Harriers) 
1 misil impactado en una bomba 
2 misiles esquivados por maniobras evasivas 

(ataques abortados) 
1 misil defectuoso 

Nota: Todos los aviones cayeron al mar, su trayectoria de caída fue registrada por el radar del Roland y en dos de los casos se vieron caer a simple vista. 

Ricardo Burzaco 
DeySeg

sábado, 15 de octubre de 2016

ARA: El asesinato del Comandante Mallo

El Asesinato del Comandante Mallo
Historia Digital - Artículos y fotos




El asesinato del Comandante Mallo, en la base naval de Punta Alta, fue un evento que caló hondo en la opinión pública del país en el año 1900. Raúl Oscar Infrán nos relata la historia de Mallo y su matador, Pablo Funes, protagonistas de un crimen del que nunca se llegó a saber toda la verdad.


El asesinato del Comandante Mallo: Entre la historia y la leyenda.
por Raúl Oscar Ifrán (Blog Personal)



I - Un hombre libre

El hombre se arregló el impecable traje oscuro, se acomodó el bigote de manubrio a la usanza de la época y saludó cortesmente al director del Hospital Militar. Había concluido los exámenes médicos que la ley imponía para su liberación.
- A partir de este momento, las puertas están abiertas para usted - le dijo el funcionario - es un hombre libre.
Eran las 9.00 a.m del martes 1 de agosto de mil novecientos once. Nadie hubiera reconocido en este joven de treinta y cuatro años, de aspecto distinguido y modales educados, al penado número 40 del Presidio Militar de Ushuaia, ó al sargento segundo distinguido del Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar de Bahía Blanca, y menos aún, al alevoso matador del teniente coronel Carlos A. Mallo, primer comandante de este cuerpo, cuna de la actual Base de Infantería de Marina Baterías. Pablo L. Funes, culminaba una dolorosa etapa de su vida iniciada trágicamente once años antes en las desoladas dunas de la Punta sin Nombre.
En el exterior, un grupo de amigos que lo aguardaba impaciente, prorrumpió en exclamaciones de júbilo. El comandante Aníbal Villamayor fue el primero en abrazarlo. Habían sido compañeros de celda en 1905, cuando el ex jefe del Batallón II de Infantería de Bahía Blanca fuera condenado por su adhesión a la revolución radical, involucrado en la masacre de Estación Pirovano. Funes, con la cara hundida en el pecho de su amigo, no pudo contener el llanto. El teniente Orfila, a unos pasos, aguardaba su turno para manifestar su alegría y su afecto.
Un fotógrafo y un cronista de la revista Caras y Caretas documentaban el momento.
- Estoy resuelto a formar en las filas de los hombres honrados y de trabajo - expresó lacónicamente el ex sargento.
Luego cruzó la calle del brazo de sus compañeros y cerró un capítulo escrito con sangre en la historia del primer puerto militar de la República Argentina.




El ex sargento Pablo Funes, en el centro, rodeado por el comandante Villamayor y el teniente Orfila, en las puertas del Hospital Militar, el 1 de agosto de 1900, al momento de recuperar su libertad.

II - Tormenta en el Cuartel de Artillería de Costas

La noche del jueves diez de mayo de mil novecientos, una paloma mensajera levantó vuelo desde el Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar hacia la unidad del ejército de la que dependía en Bahía Blanca. Abajo, entre los muros de piedra y hormigón de la flamante fortificación, un grupo de hombres alentaba su vuelo con desesperación. Una rigurosa tormenta, típica de la inhóspita región, confundió el rumbo del animal e hizo que llegara muy tarde a su destino.
Portaba un mensaje del doctor Sixto Laspiur dirigido a sus colegas Lucero y Vigo para que, provistos de algunos equipos de cirugía, se trasladasen con urgencia a Puerto Belgrano; el teniente coronel Carlos Mallo, sufría una violenta hemorragia. El doctor Lucero se comunicó enseguida por teléfono para obtener precisiones de lo que ocurría en el cuartel. La respuesta lo dejó atónito. Nada podía hacerse, ya. El comandante había fallecido el día once a la mañana, entre las 7 y 8.30 horas.
Poco a poco comenzó a destejerse la maraña del luctuoso acontecimiento. La muerte del jefe había sido ocasionada por 18 heridas punzantes causadas por un machete de máuser, esgrimido por su subalterno el sargento distinguido Pablo L. Funes.
Las cosas fueron así. En las últimas horas de la tarde del jueves, luego de las formalidades del cambio de guardia de prevención, el comandante Mallo requirió la presencia del sargento Funes en su despacho que se encontraba en el edificio de la séptima batería. A los pocos minutos se escucharon gritos desgarradores y desesperados.
- ¡Me asesinan! - vociferaba alguien - ¡Me asesinan!
Cuando los efectivos de la guardia y los oficiales de la comandancia acudieron al patio de la batería, encontraron al teniente coronel acribillado a puñaladas, yacente en un charco de su propia sangre. Parado frente a él, absorto, en actitud contemplativa, el sargento aún aferraba el arma. Uno de los cabos desarmó al victimario que no ofreció resistencia, mientras el resto de los hombres auxiliaba al jefe.
El doctor Laspiur, en un ligero examen, contó 18 heridas, todas en la caja del tórax, muchas de ellas afectando órganos vitales. Hizo unas primeras curas pero su rostro sombrío anticipaba el peor final. No existían esperanzas para el desdichado oficial. El agresor fue engrillado, incomunicado y encerrado en una de las mazmorras de la fortificación. El motivo del crimen era un misterio y, aún hoy, es motivo de controversias. Un redactor del diario “El porteño” de Bahía Blanca escribió con genuina amargura que esas 18 puñaladas se llevaban dos gratas esperanzas a la tumba.


Foto donde se observa al teniente coronel Mallo, a pocos metros del sitio donde fue herido (1) y donde cayó para no volver a levantarse (2).

III - El tren de la muerte pasó por Punta Alta

Eran varias chatas de hierro negro atravesando la nada.
El domingo 13 de mayo de mil novecientos, la formación que procedía del Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar trasladando los restos mortales del comandante Mallo, pasó por Punta Alta y llegó a la Estación del Ferrocarril del Sud en Bahía Blanca a las 2:20 horas de la madrugada. En diez minutos se agregaría al tren ordinario con destino a la Capital Federal. Allá, el almirante Daniel de Solier, ya organizaba los honores fúnebres a tributar por orden del Ministro de Marina. Allá, destrozada por el dolor, aguardaba una madre, la señora Magdalena García de Mallo.
Escoltaba el convoy una compañía de artilleros, en guardia de honor, con uniforme de gala y fusiles al hombro. En la estación de Bahía Blanca, por orden del ministerio de marina, esperaba una comisión de oficiales que, en señal de duelo, lucían un crespón negro en la empuñadura de sus espadas. A la comitiva se sumaron los hermanos del extinto jefe, señores Martín e Ignacio Mallo, llegados de La Plata apenas conocida la infausta nueva. Una verdadera multitud se agolpaba en el andén para despedir al distinguido jefe. Quedaron registrados, entre otros, los nombres de Ramón Zabala, Ángel Brunel, Luis Costa, Felipe Machado, Lorenzo Garay, Manuel Tobia, Sixto Laspiur, Rafael Rica, Guillermo Barker, Víctor Foricher, Juan Manuel López Camelo, Juan Rufrancos, Santos Brian, Augusto Brunel, Juan Lamberti, Eugenio Villanueva, Eduardo Córdoba, Bernardo Feinberg, Juan Schap, Marcos Mora, Martín Delpech, Manuel Moneta, Antonio Viñas, Juan Canata, Agustín López Camelo, Mario Fernández, Tomás Gutiérrez, Acacio Paiva, Santiago Rubert. Todos querían estar presentes en el último adiós al amigo .
El teniente coronel Carlos A. Mallo era un militar muy competente e ilustrado. Alumno destacado del Colegio Militar de la Nación, gozaba de mucho prestigio entre sus pares. Los cinco galones de su divisa eran fruto de su contracción al trabajo y su permanente capacitación. Su preparación fuera de lo común hizo posible que integrara numerosas comisiones técnicas en las que siempre sobresalió. El ejército y la artillería habían sido su vida. El ejército, la artillería y la sociedad argentina sufrían una gran pérdida.
Cuando el pito del tren anunció la partida, en medio del cataclismo ferruginoso de las ruedas, obnubilado por el humo de las calderas, el comandante Mallo emprendió su último viaje, dejando atrás las desoladas extensiones, feudo de las tribus de los Ancalao y los Linares. Partía el primer jefe del Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar, y por designios de la fatalidad, lo hacía para siempre.


Teniente Coronel Carlos Mallo, primer jefe del Cuartel de Artillería de Costas del Puerto Militar.



Formación ferroviaria conduciendo los restos del comandante Mallo a Buenos Aires.

IV - Un destino sellado en un día

Mientras en Puerto Belgrano se instalaba la capilla ardiente, con el cadáver del comandante todavía caliente, el capitán Badaró puso al tanto de la situación al comodoro Martín Rivadavia, ministro de marina. Éste le ordenó hacerse cargo de la jefatura de policía del Puerto Militar y envió un telegrama al ingeniero Luiggi para que facilitara toda la colaboración que el caso requería.
El capitán de fragata Eduardo Lan, designado Juez instructor del proceso, partió hacia Bahía Blanca con la misión del levantamiento del sumario y el esclarecimiento de los hechos.
El doctor Adolfo J. Orma, antiguo rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, se ofreció para llevar adelante la defensa del sargento. En ese establecimiento, Funes había cursado estudios hasta el tercer año, antes de ingresar al ejército y había dejado una excelente im-presión y amables recuerdos.
Correspondía actuar al Consejo Permanente de Guerra para marinería presidido por el capitán de navío Manuel Guerrico, a quienes secundaban los tenientes de navío Alegre, Pozzo, Aparicio, Bello y César, el subteniente Bosch como secretario y el doctor Escalada como auditor. En esa época, la ley tenía previsto para este tipo de delito, la sustanciación del juicio en una misma jornada. En un procedimiento breve y sumario, se oiría la acusación del fiscal, la defensa del doctor Orma y se dictaría sentencia. El destino de Funes, tenía que quedar sellado en un día.
Las opiniones estaban muy divididas. Había trascendido que el teniente coronel Mallo trataba con excesiva dureza al sargento y que existía una profunda antipatía entre ambos. Funes, en reiteradas ocasiones había confesado a sus camaradas que estaba profundamente disgustado con este trato. Días antes de la tragedia, en rueda de amigos, dijo que había soportado demasiados insultos y hasta bofetones de su superior, pero que no iba a tolerar otra vez aquella ofensa que ningún buen hijo puede perdonar. Evidentemente, se refería a un insulto que involucraba el honor de su madre.
Otra versión que circuló en esos días, afirmaba que Mallo había degradado a Funes por cuestiones del servicio, arrancándole brutalmente las jinetas y despojándolo del destacamento que tenía a su cargo. Los comentarios que hizo el sargento entre la tropa y en algunas casas de la guarnición, fueron motivo para que el jefe lo llamara a su despacho la noche del 10 de mayo cuando se desencadenó el sangriento drama.
Algunos hablaban de un pleito de polleras.
Unos doscientos vecinos de Puerto Belgrano, hicieron llegar a la redacción del diario “El porteño” de Bahía Blanca una petición dirigida al ministro de marina. Pedían consideración para el sargento Funes, mostrándolo víctima de humillaciones. La gente del diario, se negó a publicar esta petición. El comodoro Martín Rivadavia también desestimó el pedido.
En la memoria de la floreciente sociedad crecida alrededor de las obras del puerto, aún cruzaban las imágenes de la conmemoración, el último marzo, del primer aniversario del cuartel. Hubo una nutrida concurrencia que quedó impactada por la galantería, gallardía y hospitalidad del comandante Mallo y sus subordinados. La fiesta, en medio del desierto, duró todo un día.
Un mes después, con motivo de las pruebas de tiro de la batería III, el teniente coronel Mallo impresionó a personalidades de la zona, como el coronel Arent, los doctores Arata y Laspiur, el coronel Day, los mayores Lagos y Dieserens, el ingeniero Luiggi y el capitán Badaró. Era innegable, que el alto jefe, gozaba de mucho prestigio.
El 30 de mayo el capitán Lan dio por terminado el sumario, caratulándolo “Homicidio alevoso sin ninguna causa atenuante”. El fiscal pidió la pena de muerte. El doctor Orma, en tanto, pedía que se declare a su defendido exento de pena por sufrir de epilepsia. La epilepsia de Funes, decía Orma, estaba comprobada fehacientemente por exámenes médicos y otros medios de prueba, y era causa suficiente de exención de pena. De la actuación sumarial los médicos forenses habían determinado que Funes era epiléptico y que, en el acto de cometer el crimen se encontraba bajo los efectos de un paroxismo epiléptico. Esto lo impulsaba irresistiblemente a hundir una y otra vez el machete en el cuerpo de la víctima sin responsabilidad de su acción. Sugerían que el propio jefe lo había puesto en situación de violencia.
Una década más tarde, el ilustre José Ingenieros, comentó este caso y demolió el alegato del doctor Orma en su obra “Simulación de la locura ante la criminología, la psiquiatría y la medicina legal”, aduciendo que el epiléptico impulsivo es el más peligroso de todos los criminales, y por ende, merece la más grave de las condenas. Según Ingenieros, la condena de Funes se fundó en la responsabilidad de su acto y no en su verdadera peligrosidad criminal. Según este experto en criminología, la circunstancia de su enfermedad en lugar de absolverlo lo condenaba.
Gran conmoción causó la noticia del fallo absolutorio que, en un brillante triunfo forense, logró el doctor Orma, diputado nacional por Buenos Aires, para el sargento Funes ante el Consejo permanente, con solo dos votos en contra del tribunal, el 11 de julio de 1900. Sobre todo, considerando que prima facie, los argumentos de la fiscalía parecían abrumadores. Sin embargo, el 1 de agosto de 1900, en la próxima instancia, el Supremo Consejo de Guerra hizo lugar a la apelación del procurador fiscal y anuló esta sentencia condenando al sargento Funes a presidio indeterminado, a cumplirse en la Cárcel Militar de la Isla de los Estados.

El caso estaba cerrado.



La oficialidad del Cuartel de Artillería de Costas, con el comandante Mallo detrás del oficial sentado, en ocasión de la fiesta por el aniversario del Cuartel, en marzo de 1900.



Otra imagen de esa fiesta, donde los invitados posan junto al cañón nro 4 de la Tercera Batería.



Comida en el Cuartel de Artillería de Costas, en Abril de 1900, donde el comandante Mallo homenajeó a distinguidas personalidades.



El consejo de Guerra encargado de enjuiciar a Funes.



Izquierda dr. Adolfo Orma, defensor de Funes. Derecha, capitán de fragata Eduardo Lan, fiscal.

V - Un viaje al fin del mundo

El círculo de amistades de Pablo L. Funes se mostró consternado ante la noticia del crimen. Tenía veintitrés años y había sido alumno aventajado del Colegio Nacional de Buenos Aires, donde había cursado hasta el tercer año de estudios. El doctor Orma era rector del Establecimiento cuando Funes fue alumno.
Pablo Funes era nativo del Bragado y, huérfano desde muy pequeño, había sido recogido por el señor Miró, diputado provincial. Parte de su familia biológica residía en Tucumán, en el departamento de Famaillá.
Fue uno de los fundadores del Centro Literario Nicolás Avellaneda, y en más de una oportunidad demostró sus condiciones de poeta, sentimental y romántico.
En 1893 se incorporó al Batallón de Infantería de Marina creado el 26 de agosto de ese año en Capital Federal, permaneciendo en él hasta el 27 de noviembre de 1898 en que se disolvió el cuerpo. Junto con el resto de los efectivos pasó a revistar en la Artillería de Costas. Era buen subordinado, muy aplicado, y sus fojas de servicio muy satisfactorias. Llegó a desempeñarse como subteniente en comisión, teniendo un destacamento bajo su mando en el Cuartel de Puerto Belgrano.
Tenía auténtica vocación militar, y gran pasión por el arma de artillería. No perdía ocasión de devorar cuanto libro cayera en sus manos, y siempre estaba buscando alguna materia nueva que aprender.
El miércoles 16 de mayo de 1900, engrillado y custodiado por un piquete formado por un sargento, un cabo y cuatro soldados al mando del teniente Spurr, Funes llegó en tren a la Estación Constitución, donde lo aguardaba una pequeña muchedumbre que le hizo muestras de simpatía y le deseó suerte. Luego, el reo fue entregado al jefe de la prisión militar instalada en el pontón “La Paz”, viejo casco de madera del vapor Rosetti estacionado en el dique 3 de la darsena Sud.
En los últimos días de agosto Funes fue embarcado en el transporte “Guardia Nacional” con rumbo a los mares del sur, hacia el presidio del fin del mundo en la Isla de los Estados. Unos cronistas se habían apostado en el puerto para arrancarle alguna declaración. Su caso había interesado a la opinión pública de todo el país.
- Estudiaré zoología, botánica y mineralogía - dijo -Trataré de prestar mi concurso a la ciencia de aquellas apartadas y casi desconocidas regiones.


Sargento distinguido Pablo L. Funes.


Cárcel Militar en el Pontón La Paz, en la Dársena Sur.



El sargento Funes en el bote que lo conduce al transporte Guardia Nacional.

VI - El despensero del presidio

La colorida y variada población que despidió al “Guardia Nacional” fue el último contacto de Funes con la civilización por varios años. Este barco viajaba periódicamente hacia las áridas y salvajes zonas de nuestro sur, de modo que cada vez que partía reunía en el muelle a misioneros salesianos, buscadores de oro, marinos extranjeros, parientes de los escasos tripulantes y comerciantes que cargaban sus provisiones.
No hay registros de su estadía en isla de Los Estados. No hay fotos vistiendo el traje de rayas horizontales amarillas y negras. A la prisión de San Juan de Salvamento, y luego la de Puerto Cook, los hombres iban a morir de frío y soledad. Los presos gozaban de cierta libertad porque el clima y el mar, profundo y gélido, desbarataban cualquier idea de fuga. La cárcel no eran las miserables casuchas de chapa y madera, era el aire húmedo y enfermizo, era la vegetación rala y descolorida, era la turba que devoraba sus pisadas, era el silencio cubriéndolo todo. Como había dicho el mercenario rumano Julius Popper, la verdadera cárcel era la isla. El único descanso que esperaba a esos desdichados, era una tumba en el cementerio del presidio, anónima y sin flores.
En 1902 el gobierno decide, por razones humanitarias, trasladar el presidio a Puerto Golondrina, en Ushuaia. Este movimiento propició el cruento escape de cincuenta y un presos con muertos y heridos. Aquí se destacó el nombre del penado Pablo L. Funes, ex sargento del cuerpo de Artillería de Costas del Puerto Militar, se negó a participar del motín. Se quedó en el presidio auxiliando a los guardias heridos. Este comportamiento le valdrá el reconocimiento y la consideración de las autoridades del presidio.
En 1909, en el presidio militar de Ushuaia, había 62 penados a quienes custodiaba un destacamento de conscriptos. El director del penal era el mayor Herrera, secundado por el teniente Gregory y el contador Zambra. Los presos se dedicaban a diferentes trabajos. Martín Alfonso era boyero, Evaristo Sosa era pastor de una majada de carneros, Felipe Arce era el panadero, Angelino Arancibia cortaba y repartía leña, Martín Alfonso era boyero, Angel Urueña ayudaba al contador con sus libros. Todos estos nombres tenían un triste pasado, protagonistas de oscuros crímenes.
Todas las mañanas, los vecinos del pequeño pueblo de Ushuaia, veían un carrito pintado color plomo tirado por un caballo, pasar frente a la iglesia y devorar los tres kilómetros que separaban el presidio del almacén del señor Piqué. Lo conducía un joven alto, a quien todos conocían y estimaban. Era el ex sargento Pablo L. Funes encargado de comprar los víveres que consumían en la cárcel. Como no era practicable una licitación pública en el Territorio de Tierra del Fuego para proveer a la Cárcel de Reincidentes de racionamiento y artículos en general por falta de licitantes, el Ministerio de Hacienda asignaba 15.000 pesos moneda nacional para que la Dirección del Penal afrontara ese abastecimiento administrativamente.
Funes no sólo hacía las compras, también era responsable del reparto de la mercadería y llevaba la contabilidad de los gastos. Era el despensero del presidio.
Era un buen muchacho y los jefes lo querían mucho. Le permitían comer en la cocina del jefe de la cárcel el mismo rancho de los oficiales. En sus ratos libres se dedicaba a la lectura y a la fotografía. De Punta Arenas le habían mandado de regalo una cámara y con ella tomaba vistas de los paisajes fueguinos.
A los penados de buena conducta se les permitía tener su quinta y su gallinero. Con la venta de las aves y los huevos juntaban algunos pesos para sus gastos. Otros, se dedicaban a las tallas de madera que comercializaban con los pasajeros de los barcos que llegaban al puerto.
En la publicación “Registro Nacional de la República Argentina-Año 1910-Segundo Trimestre”, página 202, se lee “Decreto acordando indultos en conmemoración del primer centenario de la emancipación nacional- Buenos Aires. Mayo 18 de 1910. En conmemoración del primer centenario de la emancipación nacional y en uso de los poderes de guerra que la Constitución le acuerda, el Presidente de la República decreta: Artículo 1.0. Conmútase las penas de presidio indeterminado por la de presidio por 11 años, a los siguientes penados que han demostrado conducta intachable y demostrado arrepentimiento: Ejército.- Vicente Castillo, Teodoro Sánchez, Arturo Ortiz, Justino Sánchez, Angelino Arancibia, Pedro Ilcyesy, Amadeo Rinaldi. Armada.- Esteban Britos Pereyra y PABLO L. FUNES.”





El ex sargento Funes, en el carrito color plomo del presidio, de compras en el pueblo de Ushuaia.



El sargento Funes con el señor Pique, dueño del comercio que abastecía al presidio. Año 1910.

VII - Conclusión

Una de las primeras leyendas que los habitantes de Punta Alta, Puerto Belgrano, Baterías y toda la región aprenden, es la del Capitán sin Cabeza. Pero claro, es una leyenda borrosa, difuminada por la transmisión boca a boca de abuelos a padres y de padres a hijos. A veces se parece mucho y se confunde con la Leyenda de Sleepy Hollow de Washington Irving. Hablan de un soldado que espera trepado en las ramas de un árbol el paso del capitán, montado en su caballo, y le corta la cabeza que luego entierra en un lugar nunca revelado. Hablan de un duelo a espada, en las playas de Baterías, por una mujer que no se decide por uno o por otro.
En algún momento se descubre que la historia fantástica nace a partir de una historia real.
Aquí se sabe que el capitán era un teniente coronel y el asesino un sargento, porque en un principio, el Cuartel de Artillería de Costas pertenecía al ejército. Se sabe que los protagonistas de este drama eran dos caballeros ejemplares y admirados y que tenían rostros y nombres propios, Carlos Mallo y Pablo Funes.
No se sabe, y ya no se sabrá nunca, porqué las cosas sucedieron como sucedieron.
Inútil es emitir juicios cuando ha pasado tanto tiempo. Hubo mucha gente que simpatizaba con uno ó con otro y que justificaba a éste y denostaba a aquél. Sólo ellos dos conocieron lo que sucedió el 10 de mayo de 1900 por la noche, y las causas que condujeron a la muerte de Mallo y la condena de Funes. Lo cierto es que la muerte nunca se justifica y que nuestra historia, como dijo el periodista de “El porteño”, perdió con aquellas puñaladas dos gratas esperanzas.

Raúl Oscar Ifrán.
Punta Alta.


Fuentes:

  • Revista Caras y Caretas primera época.
  • Diarios "El porteño" y "La Prensa"
  • Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados 1905
  • Revista Militar del Círculo Militar Vol. 49
  • Revista Jurídica Argentina La Ley Vol. 126
  • José Ingenieros. "Simulación de la locura"
  • Alfredo Becerra. "Los prófugos de la is. de Los Estados según diarios de la época"
  • Argentina hacia el sur. Construcción social y utopía en torno a la creación del primer puerto militar de la República. 1895-1902
  • Revista Argentina Austral vol. 15
  • Registro Nacional 1901
Las fotos son, en su totalidad, de revista Caras y Caretas primera época.

viernes, 14 de octubre de 2016

Arte: La pintura de la PGM

Arte dentro del horror

Imágenes interesantes del gran pintor francés de la PGM, Francois Flameng. 
 
 


Esta es una imagen de trincheras alemanas de la PGM, obsérvese las armaduras que llevan puestas los soldados, además de sus cascos, y era esto necesario para evita que las balas y las esquirlas de la artillería causasen bajas en las guarniciones de las trincheras. Con el correr de la guerra, los alemanes dividieron sus trincheras en 3 zonas: de vanguardia, vigiladas con el mínimo de efectivos; la trinchera principal, con efectivos mas numerosos y las trincheras de reserva, con el mayor número de efectivos; esto era para evitar que los masivos bombardeos causasen bajas en las trincheras más expuestas: las de vanguardia, y a la vez poder reaccionar a los ataques, enviando refuerzos desde las trincheras de reserva, a través de las zanjas de comunicación. En poco tiempo los demás beligerantes adoptaron el mismo sistema, con lo cual los ataques se volvían extremadamente costosos. La solución siempre fue destruir las trincheras adversarias con denso fuego de artillería, pero esto a la vez alertaba al enemigo de un posible ataque, y lo mantenía preparado para enviar refuerzos al área en peligro. Como se ve en la imagen, las granadas eran esenciales y debían estar siempre disponibles y en cantidad suficiente para repeler ataques. El fuego de ametralladoras hacía que el avance fuese extremadamente riesgoso, y solo los británicos tuvieron en el primer día de la batalla del Somme (1 de julio de 1916), unas 35.000 bajas como precio de ganar tan sólo un centenar de metros de trincheras alemanas, y eso que el bombardeo preliminar había durado 4 días.



Estas son escenas de la PGM elaboradas por artistas, que nos dan una idea de las condiciones en que se lucho en aquella guerra. Los cuadros son del pintor ingles Fortunino Matania y los franceses Leroux y Georges Scott.






La artillería fué el arma por excelencia de la primera guerra mundial. Las ametralladoras habían vuelto imposible los avances y obligado a la infantería a protegerse en trincheras y a la caballería a desmontar y adoptar tácticas similares a las tropas de a pié. Entonces se vio que la única manera de avanzar era eliminando los nidos de ametralladoras adversarios para permitir el avance de las tropas. Los adelantos en explosivos: la aparición de la nitrocelulosa y la nitroglicerina y el nitrofenol en la segunda mitad del siglo XIX permitieron a la artillería de inicios del siglo XX lograr alcances y poder destructor nunca antes visto. Del total de las bajas causadas en la 1GM, la artillería fue la responsable de un 58%. Aquí vemos imágenes del célebre canon francés de 75 mm, modelo 1897, una de las mejores piezas de artillería de todos los tiempos, y una imagen de un canon pesado británico de 5" (127 mm).