1453: La Caída de Constantinopla y el fin del Imperio Romano
William Mclaughlin | War History Online
El Imperio Romano no terminó con las 476 deposiciones del Emperador Romulus Occidental o la Caída de Roma. Continuó con un sólido impulso en el este con el poderoso Imperio Bizantino. Aunque lo conocemos como el Imperio Bizantino, para ellos era inequívocamente todavía romano.
Incluso cuando el latín dio paso al griego, los bizantinos todavía se consideraban romanos. En el período medieval temprano, los Byzantines recuperaron el control de muchos de los territorios caídos, notablemente de la península italiana. Lucharon contra varias potencias emergentes y se enfrentaron a varios intentos de tomar su capital de triple pared. La única vez que se tomó fue a través de la lucha interna y la traición coincidiendo con la Cuarta Cruzada. Los muros de la gran ciudad nunca habían sido violados por un enemigo extranjero.
Con vistas a la ciudad como habría mirado antes del sitio. El cuerno de oro estaba protegido por una gran cadena que se extendía a través de la boca.
Aunque el Imperio volvió a celebrar Constantinopla después de recuperarla de la Cuarta Cruzada, estaba lejos del poder que había sido en el período medieval temprano. En el momento de la recuperación de Miguel VIII de Constantinopla, los territorios bizantinos fueron confinados a Tracia y el norte de Grecia y una parte de Turquía occidental. Los turcos habían tomado territorio en Asia Menor hasta el territorio de Nicomedia en el norte y cerca de la isla de Rodas en el sur.
Una amenaza más sofisticada en esta época, el Imperio búlgaro, y los imperios serbios lucharon contra los bizantinos también. La ciudad misma fue muy debilitada por la Muerte Negra y un gran terremoto, así como guerras civiles que dividieron a la población. Bajo la dinastía de Palaiologoi establecida después de la reclamación de Constantinopla, el imperio se convirtió en una sombra de su uno mismo anterior mientras que una nueva potencia del este fijó sus vistas en la gran ciudad.
Los turcos otomanos llegaron al poder con la caída de los turcos seljúcidas. A partir de un pequeño estado en Turquía, los otomanos llegaron a dominar a los otros estados de la zona y comenzó a crecer. En el siglo XV, los otomanos habían reclamado todos los territorios bizantinos en Turquía, con la excepción de un estrecho territorio del Imperio de Trebizond, un estado sucesor aliado.
Antes del asedio los bizantinos tenían solamente una pequeña área alrededor de Constantinopla y de partes de Grecia, los otomanos tenían mucho más y eran todavía un poder cada vez mayor.
Los turcos también habían cruzado el Bósforo y habían tomado todo el territorio de Tracia al oeste de Constantinopla, dejando el control de unas cuantas millas cuadradas al oeste de la ciudad a los bizantinos. Incluso la gran ciudad bizantina de Tesalónica, que una vez había sido considerada la nueva capital por Constantino, fue tomada por los otomanos hacia 1430. Los bizantinos habían recurrido a rendir tributo a los otomanos ya veces actuar como una extensión de los otomanos.
Los Emperadores de Constantinopla reconocieron la amenaza otomana y muchas veces trataron de manipular los asuntos de los otomanos al incitar a las rebeliones y apoyar a los poderosos demandantes al trono otomano. A veces fueron exitosos, pero otras veces sus intentos fallaron y fueron atacados en respuesta. En 1422, los otomanos bajo Murad II se dispusieron a saquear la ciudad. Los bizantinos estaban bien preparados para el asedio y habían adoptado nuevos cañones en sus defensas.
Los otomanos trajeron sus propios cañones, pero éstos eran todavía cañones tempranos que resultaron ineficaces contra las paredes de Teodosian fuertes. Los otomanos fueron finalmente obligados a retirarse, ya que no encontraron manera de acceder a la ciudad y los líderes bizantinos fueron capaces de incitar con éxito una rebelión dentro del territorio otomano.
Cerco de Constantinopla de la Bibliothèque nationale mansucript Français 9087 (folio 207 v). El ejército turco de Mehmet II ataca Constantinopla en 1453. Algunos soldados apuntan cañones a la ciudad y otros están tirando de barcos al cuerno de oro. La ciudad parece bastante gótica.
El imperio bizantino estaba en harapos, y la población seguía encogiéndose, pero los últimos restos de los romanos tropezaban. En 1448, el último emperador romano / bizantino, Constantino XI, ascendió al trono. Resolvió resistir a los otomanos, y cuando un joven y ambicioso Mehmet II tomó el trono otomano en 1451, los dos líderes lucharían con todo lo que poseían.
Mehmet II tenía una gran visión estratégica que dependía de asegurar Constantinopla para su uso como una nueva capital imperial. Mehmet tenía veintiún años cuando ascendió al trono y había pasado toda su vida aprendiendo a gobernar. Su enfoque para la captura de la ciudad fue similar a los anteriores intentos árabes; Aseguró y fortificó áreas alrededor de Constantinopla para cortar los suministros a la ciudad. Las dos fortalezas de Rumelihisari y Anadoluhisarı se completaron a ambos lados del Bósforo, a sólo unos kilómetros al norte de Constantinopla.
Mehmet comenzó su campaña construyendo su ejército cerca de Adrianópolis. Empleó los servicios de un talentoso diseñador de cañones conocido como Orban, que pasó meses diseñando y lanzando algunos de los cañones más grandes del mundo en ese momento. Mehmet II pasó el tiempo esperando a los cañones por la planificación incesante de formas de tomar realmente la ciudad. Mehmet II estaba realmente preparado para tomar la ciudad y llegó a las puertas con un estimado de 80-100.000 de infantería, 90 naves y 70 cañones de diferentes calibres.
jueves, 8 de junio de 2017
miércoles, 7 de junio de 2017
USA emerge como potencia de la guerra en Cuba
Cómo la guerra hispano-americana, no la Segunda Guerra Mundial, hizo de Estados Unidos una superpotencia
George Winston | War History Online
Tropas americanas que levantan la bandera después de la guerra hispanoamericana.
Este artículo se refiere a la poco conocida guerra hispanoamericana de 1898. Si bien muchos pueden creer que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial fue el momento definitorio que estableció a América como una superpotencia, puede atribuirse a la guerra hispanoamericana.
La guerra, que comenzó oficialmente con una declaración de guerra de España el 23 de abril, fue un duro golpe para España como potencia mundial. A su vez, preparó el escenario para que Estados Unidos se convirtiera en una superpotencia por derecho propio y reequilibrara para siempre el panorama geopolítico global.
Este es un cuento clásico de un poder emergente que viene a chocar con uno establecido, y hay muchas razones por las cuales la competencia entre las dos naciones se convirtió en un conflicto completo.
A largo plazo, España había encontrado su influencia en la disminución del Nuevo Mundo, mientras que la ciudadanía estadounidense había tratado de aumentar su acceso a los mercados y recursos allí encontrados. En el corto plazo, un punto de inflamación clave que condujo al conflicto fue el hundimiento del acorazado USS Maine, que Estados Unidos atribuyó a la agresión española.
El hundimiento de un buque estadounidense fue el motivo de una declaración de Estados Unidos que respaldó a los rebeldes cubanos, seguido por un bloqueo naval de la isla, provocando una declaración de guerra de España.
El Primer Batallón de Marines (Estados Unidos) desembarcó en el lado oriental de la Bahía de Guantánamo, Cuba, el 10 de junio de 1898.
La guerra que siguió fue combatida sólo parcialmente en Cuba. España tenía solamente una fuerza de guarnición relativamente inexperta situada en Cuba, y pronto fue invadida por las fuerzas estadounidenses. También en el teatro de guerra del Caribe, las fuerzas estadounidenses atacaron a los españoles en su colonia en Puerto Rico.
El grueso de los combates tuvo lugar en el teatro del Pacífico, centrándose en las batallas libradas para tomar el control de Filipinas de España, sin embargo, los EE.UU. enviaron tropas para capturar la isla de Guam también, informó el Interés Nacional.
El conflicto terminó oficialmente cuando el Tratado de París fue firmado por ambas partes el 10 de diciembre de 1898. El acuerdo de paz, que era muy favorable para los Estados Unidos, dio posesión de Guam, Puerto Rico y Filipinas a los estadounidenses.
América también tomó a Cuba como un protectorado, y conservó una fuerte influencia sobre la nación, hasta la revolución cubana del siglo XX. Así América tomó una posición como superpotencia en la escena global, sentando la escena para los acontecimientos sangrientos que seguirían en el vigésimo siglo.
George Winston | War History Online
Tropas americanas que levantan la bandera después de la guerra hispanoamericana.
Este artículo se refiere a la poco conocida guerra hispanoamericana de 1898. Si bien muchos pueden creer que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial fue el momento definitorio que estableció a América como una superpotencia, puede atribuirse a la guerra hispanoamericana.
La guerra, que comenzó oficialmente con una declaración de guerra de España el 23 de abril, fue un duro golpe para España como potencia mundial. A su vez, preparó el escenario para que Estados Unidos se convirtiera en una superpotencia por derecho propio y reequilibrara para siempre el panorama geopolítico global.
Este es un cuento clásico de un poder emergente que viene a chocar con uno establecido, y hay muchas razones por las cuales la competencia entre las dos naciones se convirtió en un conflicto completo.
A largo plazo, España había encontrado su influencia en la disminución del Nuevo Mundo, mientras que la ciudadanía estadounidense había tratado de aumentar su acceso a los mercados y recursos allí encontrados. En el corto plazo, un punto de inflamación clave que condujo al conflicto fue el hundimiento del acorazado USS Maine, que Estados Unidos atribuyó a la agresión española.
El hundimiento de un buque estadounidense fue el motivo de una declaración de Estados Unidos que respaldó a los rebeldes cubanos, seguido por un bloqueo naval de la isla, provocando una declaración de guerra de España.
El Primer Batallón de Marines (Estados Unidos) desembarcó en el lado oriental de la Bahía de Guantánamo, Cuba, el 10 de junio de 1898.
La guerra que siguió fue combatida sólo parcialmente en Cuba. España tenía solamente una fuerza de guarnición relativamente inexperta situada en Cuba, y pronto fue invadida por las fuerzas estadounidenses. También en el teatro de guerra del Caribe, las fuerzas estadounidenses atacaron a los españoles en su colonia en Puerto Rico.
El grueso de los combates tuvo lugar en el teatro del Pacífico, centrándose en las batallas libradas para tomar el control de Filipinas de España, sin embargo, los EE.UU. enviaron tropas para capturar la isla de Guam también, informó el Interés Nacional.
El conflicto terminó oficialmente cuando el Tratado de París fue firmado por ambas partes el 10 de diciembre de 1898. El acuerdo de paz, que era muy favorable para los Estados Unidos, dio posesión de Guam, Puerto Rico y Filipinas a los estadounidenses.
América también tomó a Cuba como un protectorado, y conservó una fuerte influencia sobre la nación, hasta la revolución cubana del siglo XX. Así América tomó una posición como superpotencia en la escena global, sentando la escena para los acontecimientos sangrientos que seguirían en el vigésimo siglo.
martes, 6 de junio de 2017
La miserable generación de los 70s que arruinaron un país
Las llamas de los 70 nos siguen devorando
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
Era una variante casera de la "bomba vietnamita": setecientos gramos de trotyl en una lata redonda y chata, con cien postas de 9 milímetros, un mecanismo de relojería y una manija para enganchar en el elástico de la cama. La cargaba en su cartera una angelical estudiante de voz cheta, que había nacido en Punta Chica y que bruscamente se había vuelto amiguísima de la hija del jefe de la Policía Federal: el general Cesáreo Cardozo, figura ascendente de la dictadura de Videla y hombre clave en la represión más oscura. Todo había comenzado unos meses atrás en el Colegio María Auxiliadora de San Isidro: la chica le había revelado a un referente de Montoneros a quién tenía por compañera de estudios; la información ascendió la escala interna y la Conducción tomó cartas en el asunto, le ordenó estrechar vínculos y la ayudó a planificar detalladamente el atentado. Ana María González se ganó la confianza de toda la familia, incluso el afecto de Cardozo, y por lo tanto los custodios no le revisaron a ella la cartera cuando pasaron a recogerlas a las dos por el instituto: con armas y sirenas, condujeron a las estudiantes hasta el departamento de su jefe sin sospechar que también trasladaban una bomba en el interior de una lata de perfumes. La secuencia parece extraída de un thriller de Brian De Palma: Anita y su amiga comienzan sus tareas, pero ella al rato pide permiso para hablar por teléfono (había una extensión en el dormitorio de los padres), pasa antes por el baño, activa la bomba, y luego la coloca bajo la cama. Tiene unos segundos de vacilación, porque no quiere fallar y calcula que colgó el "caño" a la altura de los pies: se imagina en ese momento que a pesar de todo Cardozo puede quedar vivo. No quiere correr riesgos. Vuelve entonces sobre sus pasos para reubicar el explosivo a la altura de la cabeza. Después anuncia que se siente mal y que prefiere irse a casa. A las 1.36 de la madrugada del 18 de junio de 1976 sobreviene la explosión: el cuarto del general queda reducido a escombros; su sangre salpica el techo. La hija de Cardozo grita, desesperada: "¡Nos traicionó, nos traicionó!"
El historiador Federico Lorenz, inscripto quizá sin pretenderlo en un nuevo revisionismo de los 70, rescata del pasado este hecho maldito en Cenizas que te rodearon al caer (extraordinario verso de Gelman), un libro flamante que intenta reconstruir la vida enigmática y la muerte nunca aclarada de esa chica paqueta que a través de un novio llegó a las villas y a la militancia revolucionaria, que después de la explosión se volvió tristemente célebre y fue buscada por cielo y tierra, y que era considerada "una santa de la Orga". El asunto condensa todas las contradicciones de una época manipulada por unos y otros, y recientemente glorificada con peligrosa banalidad por el aparato kirchnerista. La víctima era una pieza fundamental del terrorismo de Estado y de un régimen que cometió las peores atrocidades, y la victimaria era integrante de una organización con delirio militarista que pasó a la clandestinidad en democracia, que consagró como metodología el crimen político y que, tal como le admitió Firmenich a García Márquez, apostó al golpe militar: preferían esa dictadura a que continuara la guerra peronista.
Es interesante aunque completamente azaroso que este libro se publique la misma semana en que se desclasificó un decreto secreto firmado por Perón en abril de 1974. Allí el líder del Movimiento disponía la elaboración de un plan para "eliminar las acciones subversivas violentas y no violentas". Las primeras se entienden con claridad; las segundas abren incógnitas, y ambas recuerdan el amplio espectro con que a continuación la Triple A asesinó a simpatizantes y soldados de la JP, y cómo en paralelo, amenazó de muerte y persiguió a simples artistas de izquierda. Ya se sabe: bajo la administración justicialista se perpetraron 1500 ejecuciones y hay registrados 900 desaparecidos en la Conadep. Nadie reclama por esos muertos. El decreto en cuestión tiene una frase donde Perón, por oportunismo o por convicción renovada (venía de largos años en Europa) expone lo que decide atacar y lo que dice defender en esa hora: "El Estado argentino enfrenta la subversión armada de grupos radicalizados que buscan la toma del poder para modificar el sistema democrático pluripartidista".
Este revisionismo permite refrescar la rapidez con que aquellos adolescentes de "familias bien" pasaban de la frivolidad a la idealización de la lucha armada, y el encuentro entre esa vanguardia esclarecida y el peronismo real; una vez mientras Anita disertaba acerca de su repentina preocupación por la pobreza, un compañero de origen humilde estalló y le dijo en la cara: "¡Pero qué mierda hablás de la villa, si nunca pasaste hambre, vos no sabés un carajo de los pobres!" Más adelante, Lorenz la ubica en la columna de "imberbes" que es echada de Plaza de Mayo. Finalmente, durante la admisión regocijada de la Operación Cardozo, cuando Anita da una conferencia de prensa bajo la consigna "Perón o muerte". Ese Perón era, claramente, una construcción ficcional; como lo fue también la Evita revisitada. No les importaba la realidad, sino el obstinado relato que hacían de ella.
Lo cierto es que la estruendosa muerte del general Cardozo resultó una pésima decisión de la cúpula montonera. Ya no se trataba de la acción callejera contra un hombre armado y protegido o del ataque a un regimiento, sino de la infiltración aviesa de una familia para cometer desde adentro un homicidio íntimo. El asunto les vino como anillo al dedo a los jerarcas militares, que se victimizaron y dieron a entender que quienes rompían de tal manera las reglas básicas merecían una cacería sin códigos. El hecho provocó una serie de matanzas y un revanchismo sangriento y torturador, y además desató una opresiva campaña pública de sospecha y vigilancia contra toda la juventud. La guerrilla peronista confirmaba una vez más su mediocridad política y su insistencia en ser funcional a sus más enconados enemigos.
La generación que siguió a los setentistas fue bombardeada, en sus primeros años, por ese atentado icónico e indefendible con el que se pretendía justificar cualquier respuesta. Más tarde denunció la infame maquinaria de exterminio montada desde el Estado y tendió, a lo largo de la primavera alfonsinista, a aceptar que Anita, sus compañeros y sus superiores, se inscribían en aquella épica romántica del Che Guevara. Los últimos juicios a los responsables de la dictadura y la repugnante exaltación de Montoneros, dos operaciones (una buena y una mala) del kirchnerismo, construyeron un nuevo jalón en la conciencia y crearon la necesidad de revisar la historia para empezar a poner las cosas en su lugar. Que es este lugar incómodo, lleno de mentiras y falsos héroes, donde pocos sectores de la sociedad argentina se salvan del infierno de la complicidad. En ese contexto debe leerse Cenizas que te rodearon al caer: su autor cuenta cómo Ana María González vivió para siempre escondida, porque la Orga no quería correr el riesgo de que fuera capturada ni abatida por los militares. El investigador conjetura, con algunas pruebas a la vista, que la chica de la bomba vietnamita fue herida en San Justo, durante un tiroteo casual, y murió más tarde en una casa alquilada por Montoneros: como era un trofeo político, sus camaradas decidieron incendiar la vivienda y carbonizar el cadáver. Esas llamas nos siguen devorando a todos.
Jorge Fernández Díaz
LA NACION
Era una variante casera de la "bomba vietnamita": setecientos gramos de trotyl en una lata redonda y chata, con cien postas de 9 milímetros, un mecanismo de relojería y una manija para enganchar en el elástico de la cama. La cargaba en su cartera una angelical estudiante de voz cheta, que había nacido en Punta Chica y que bruscamente se había vuelto amiguísima de la hija del jefe de la Policía Federal: el general Cesáreo Cardozo, figura ascendente de la dictadura de Videla y hombre clave en la represión más oscura. Todo había comenzado unos meses atrás en el Colegio María Auxiliadora de San Isidro: la chica le había revelado a un referente de Montoneros a quién tenía por compañera de estudios; la información ascendió la escala interna y la Conducción tomó cartas en el asunto, le ordenó estrechar vínculos y la ayudó a planificar detalladamente el atentado. Ana María González se ganó la confianza de toda la familia, incluso el afecto de Cardozo, y por lo tanto los custodios no le revisaron a ella la cartera cuando pasaron a recogerlas a las dos por el instituto: con armas y sirenas, condujeron a las estudiantes hasta el departamento de su jefe sin sospechar que también trasladaban una bomba en el interior de una lata de perfumes. La secuencia parece extraída de un thriller de Brian De Palma: Anita y su amiga comienzan sus tareas, pero ella al rato pide permiso para hablar por teléfono (había una extensión en el dormitorio de los padres), pasa antes por el baño, activa la bomba, y luego la coloca bajo la cama. Tiene unos segundos de vacilación, porque no quiere fallar y calcula que colgó el "caño" a la altura de los pies: se imagina en ese momento que a pesar de todo Cardozo puede quedar vivo. No quiere correr riesgos. Vuelve entonces sobre sus pasos para reubicar el explosivo a la altura de la cabeza. Después anuncia que se siente mal y que prefiere irse a casa. A las 1.36 de la madrugada del 18 de junio de 1976 sobreviene la explosión: el cuarto del general queda reducido a escombros; su sangre salpica el techo. La hija de Cardozo grita, desesperada: "¡Nos traicionó, nos traicionó!"
El historiador Federico Lorenz, inscripto quizá sin pretenderlo en un nuevo revisionismo de los 70, rescata del pasado este hecho maldito en Cenizas que te rodearon al caer (extraordinario verso de Gelman), un libro flamante que intenta reconstruir la vida enigmática y la muerte nunca aclarada de esa chica paqueta que a través de un novio llegó a las villas y a la militancia revolucionaria, que después de la explosión se volvió tristemente célebre y fue buscada por cielo y tierra, y que era considerada "una santa de la Orga". El asunto condensa todas las contradicciones de una época manipulada por unos y otros, y recientemente glorificada con peligrosa banalidad por el aparato kirchnerista. La víctima era una pieza fundamental del terrorismo de Estado y de un régimen que cometió las peores atrocidades, y la victimaria era integrante de una organización con delirio militarista que pasó a la clandestinidad en democracia, que consagró como metodología el crimen político y que, tal como le admitió Firmenich a García Márquez, apostó al golpe militar: preferían esa dictadura a que continuara la guerra peronista.
Es interesante aunque completamente azaroso que este libro se publique la misma semana en que se desclasificó un decreto secreto firmado por Perón en abril de 1974. Allí el líder del Movimiento disponía la elaboración de un plan para "eliminar las acciones subversivas violentas y no violentas". Las primeras se entienden con claridad; las segundas abren incógnitas, y ambas recuerdan el amplio espectro con que a continuación la Triple A asesinó a simpatizantes y soldados de la JP, y cómo en paralelo, amenazó de muerte y persiguió a simples artistas de izquierda. Ya se sabe: bajo la administración justicialista se perpetraron 1500 ejecuciones y hay registrados 900 desaparecidos en la Conadep. Nadie reclama por esos muertos. El decreto en cuestión tiene una frase donde Perón, por oportunismo o por convicción renovada (venía de largos años en Europa) expone lo que decide atacar y lo que dice defender en esa hora: "El Estado argentino enfrenta la subversión armada de grupos radicalizados que buscan la toma del poder para modificar el sistema democrático pluripartidista".
Este revisionismo permite refrescar la rapidez con que aquellos adolescentes de "familias bien" pasaban de la frivolidad a la idealización de la lucha armada, y el encuentro entre esa vanguardia esclarecida y el peronismo real; una vez mientras Anita disertaba acerca de su repentina preocupación por la pobreza, un compañero de origen humilde estalló y le dijo en la cara: "¡Pero qué mierda hablás de la villa, si nunca pasaste hambre, vos no sabés un carajo de los pobres!" Más adelante, Lorenz la ubica en la columna de "imberbes" que es echada de Plaza de Mayo. Finalmente, durante la admisión regocijada de la Operación Cardozo, cuando Anita da una conferencia de prensa bajo la consigna "Perón o muerte". Ese Perón era, claramente, una construcción ficcional; como lo fue también la Evita revisitada. No les importaba la realidad, sino el obstinado relato que hacían de ella.
Lo cierto es que la estruendosa muerte del general Cardozo resultó una pésima decisión de la cúpula montonera. Ya no se trataba de la acción callejera contra un hombre armado y protegido o del ataque a un regimiento, sino de la infiltración aviesa de una familia para cometer desde adentro un homicidio íntimo. El asunto les vino como anillo al dedo a los jerarcas militares, que se victimizaron y dieron a entender que quienes rompían de tal manera las reglas básicas merecían una cacería sin códigos. El hecho provocó una serie de matanzas y un revanchismo sangriento y torturador, y además desató una opresiva campaña pública de sospecha y vigilancia contra toda la juventud. La guerrilla peronista confirmaba una vez más su mediocridad política y su insistencia en ser funcional a sus más enconados enemigos.
La generación que siguió a los setentistas fue bombardeada, en sus primeros años, por ese atentado icónico e indefendible con el que se pretendía justificar cualquier respuesta. Más tarde denunció la infame maquinaria de exterminio montada desde el Estado y tendió, a lo largo de la primavera alfonsinista, a aceptar que Anita, sus compañeros y sus superiores, se inscribían en aquella épica romántica del Che Guevara. Los últimos juicios a los responsables de la dictadura y la repugnante exaltación de Montoneros, dos operaciones (una buena y una mala) del kirchnerismo, construyeron un nuevo jalón en la conciencia y crearon la necesidad de revisar la historia para empezar a poner las cosas en su lugar. Que es este lugar incómodo, lleno de mentiras y falsos héroes, donde pocos sectores de la sociedad argentina se salvan del infierno de la complicidad. En ese contexto debe leerse Cenizas que te rodearon al caer: su autor cuenta cómo Ana María González vivió para siempre escondida, porque la Orga no quería correr el riesgo de que fuera capturada ni abatida por los militares. El investigador conjetura, con algunas pruebas a la vista, que la chica de la bomba vietnamita fue herida en San Justo, durante un tiroteo casual, y murió más tarde en una casa alquilada por Montoneros: como era un trofeo político, sus camaradas decidieron incendiar la vivienda y carbonizar el cadáver. Esas llamas nos siguen devorando a todos.
domingo, 4 de junio de 2017
Mierda cubana: Cuba traiciona a los terroristas que entrenó
“En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH”
Así evoca el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco las instrucciones de su gobierno. Y agrega: “Un guerrillero me comentó que todos los que entrenaban en Cuba morían si ésta tenía buenas relaciones con sus países”
Por Claudia Peiró | Infobae
cpeiro@infobae.com
Esta verdadera "bomba" la arroja Juan Antonio Blanco Gil quien integró la delegación cubana ante Naciones Unidas como negociador y como analista y director del Departamento Político del Movimiento de Países No Alineados. El guerrillero al que se refiere era mexicano; pero Blanco Gil dice que, al oír este comentario, le vino "a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich y su grupo", es decir,de Montoneros en los años 1979 y 1980.
En concreto, en su calidad de diplomático y funcionario cubano, Blanco fue ejecutor y testigo de la que llama "la entente" entre la Unión Soviética, Cuba y la Junta militar argentina, de funestas consecuencias para los argentinos, pero que a los tres regímenes implicados les representó beneficios tanto políticos como materiales.
La complicidad del castrismo con la dictadura es un hecho conocido, aunque muchos prefieran, por motivos ideológicos, pretender que no existió; pero Blanco Gil va más allá, insinuando la posibilidad de una conspiración para exterminar a los mismos grupos que se decía alentar.
A mediados de los 90, frustrada la alternativa de una apertura democrática en su país, para la cual había trabajado activamente, Blanco Gil salió de Cuba. Residió en Canadá y luego Estados Unidos, donde dirige la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba. De paso por Buenos Aires, invitado por Cadal (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina), dialogó con Infobae sobre su experiencia como diplomático del régimen y luego como analista del mítico Departamento América, desde donde se ejecutaba la estrategia cubano soviética hacia el subcontinente.
— ¿Cuánto hubo de realidad y cuánto de mito en el respaldo de Cuba a las guerrillas en Latinoamérica en los 70?
— No hay mito, está documentado. Incluso hay un argentino, Juan Bautista Yofre, que obtuvo toda la documentación del servicio de inteligencia checo, y buena parte la publicó en un libro, sobre las operaciones de los servicios de inteligencia cubana, de traspaso de guerrilleros, de políticos, etcétera, vía Checoslovaquia, hacia América Latina. Era la ruta generalmente escogida.
— ¿En qué consistía ese respaldo?
— Cuba intentaba insertarse en todos los países y establecer una hegemonía ideológica, política. En ese sentido, no se dedicaba exclusivamente a los grupos de extrema izquierda; trataba de influir en el grupo socialdemócrata, en los social-cristianos, incluso en sectores de la derecha tradicional y empresarial. Cada uno recibía de Cuba algún tipo de oferta o de colaboración. Por ejemplo, en la época de la dictadura de Pinochet (1973-90), en Chile había partidos contrarios a usar la violencia contra el régimen. A esa gente no se la llevaba a un campo de entrenamiento de guerrilleros, pero se le ofrecía dinero, posibilidades logísticas, pasajes y viáticos para ir a Naciones Unidas y hacer lobby. Así, La Habana lograba gratitud de fuerzas muy diversas por su generosidad. En realidad, el gobierno cubano sabía cuáles serían sus socios más cercanos y a cuáles estaba tratando de cultivar para neutralizar eventualmente en un proceso político.
— Ahora bien, la Unión Soviética había renunciado a promover revoluciones en otros países y apostaba a la llamada coexistencia pacífica con Washington y, si bien había conflictos en terceros escenarios, estaba aceptado que América Latina era terreno de Estados Unidos. ¿Qué buscaba entonces Cuba?
— Es importante eso, porque casualmente Fidel Castro durante todo el tiempo, los años 70, en que se estaba produciendo esa distensión, se estaban firmando los acuerdos SALT para limitar el armamentismo, hizo todo lo posible por salirse del esquema. Para Henry Kissinger era muy importante que Cuba quedara incluida en su arquitectura internacional de distribución de política de poder pero La Habana era renuente. Los soviéticos presionaban para persuadir al gobierno cubano de que entrara en esa normalización. El resultado fue que finalmente comenzó una conversación con Kissinger y éste fue cediendo a lo que La Habana ponía como obstáculo, al punto que levantó el embargo a todas las sucursales norteamericanas en terceros países, incluida Argentina, de donde se compraron importantes cantidades de material de transporte público. Pero Fidel Castro no quería que se consolidara esa situación. Hizo varias cosas, la más liviana fue atizar en Naciones Unidas la campaña por la independencia de Puerto Rico, cosa que siempre producía gran irritación en Washington. Cuando eso falló, de pronto finalmente liberó a (Francisco) Caamaño para que desde Cuba entrara en República Dominicana con una fuerza expedicionaria que había estado entrenando desde el 64, 65, luego de la invasión norteamericana a ese país. Pero el grupo fue aniquilado (1973). Entonces, lanzó una expedición militar a Angola, con el ejército regular cubano, decenas de miles de hombres y pertrechos, y ya eso era demasiado, Washington no podía pasarlo por alto, se endureció la posición conservadora en USA e hizo más difícil la ratificación de los acuerdos SALT en el Congreso. Por lo tanto Fidel Castro no solamente logró salirse del esquema de distensión sino que radicalizó las posiciones de la URSS porque todo lo que ésta alcanzaba quedaba en entredicho.
— ¿Todo eso no lo hizo Fidel en connivencia con la Unión Soviética?
— Hubo distintas etapas. En los primeros 70, cuando, como usted dice, los partidos comunistas no estaban de acuerdo con la lucha armada, hubo bastante tensión, sobre todo en torno a la figura del Che Guevara. Entre el 75 y el 80 aproximadamente, no fue en connivencia con la Unión Soviética. Después de eso vuelve, en connivencia con Moscú, la idea de que hay que apoyar los movimientos de liberación en distintos países.
— Con Argentina hubo una situación peculiar, distinta al resto de América Latina, porque Cuba mantuvo el vínculo con Montoneros y otras guerrillas y al mismo tiempo respaldó abiertamente al régimen de Videla desde 1976. ¿A qué se debió?
— A las relaciones de la Unión Soviética con el régimen militar argentino y Moscú incluyó a Cuba o en ese esquema para llegar a un acuerdo con la Junta. Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como director del Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho que ver también con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una instrucción del gobierno cubano de que se había llegado a un acuerdo de caballeros con la junta militar argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de Naciones Unidas que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos. Tres miembros de nuestra misión fuimos a una reunión con un diplomático argentino, para comunicar esta orientación de La Habana. Debo decirle, por salvar mi ética, que fue la única reunión que tuve con la representación argentina y me alegró mucho después saber que era un diplomático de carrera, se llamaba Raúl Ricardes. Me sorprendió que esa persona, que daba imagen de transparencia y decencia, estuviese representando a la Junta.
— Claro. Volviendo al relato, se produce esta entente entre Cuba, Moscú y la junta militar argentina y le dan alrededor de 4 mil millones de dólares en créditos a La Habana que los aprovecha para comprar de la industria argentina y de las corporaciones norteamericanas todos esos automóviles y demás. Cuando regreso a La Habana, yo tenía un cierto hálito de ser una especie de gurú de la política estadounidense. Entonces la gente del Departamento América me pide que me entreviste con una montonera argentina, María Antonia Berger (*), a la que le interesaba la cuestión de Estados Unidos. Yo no le transmití la orientación que había escuchado en Nueva York, pero era desconcertante ver que, por una parte, estas personas, los montoneros, estaban entrenándose y, por otra parte, había estos acuerdos de "caballeros"; siempre me pregunté cuáles eran los caballeros porque no conocía a ninguno en esa junta.
Dos hijos de puta: Fidel Castro abraza a Hebe de Bonafini. Pero durante la dictadura, su apoyo fue clave para que la dictadura militar evitara la condena en la ONU y desmantelara ataques de terroristas argentinos entrenados por Cuba
— ¿Era cuando Montoneros estaba preparando su contraofensiva, en 1979/80?
— La contraofensiva en la que los están esperando. Esto me recuerda un comentario que me hizo un ex guerrillero mexicano, que había pasado por Cuba: "Tú sabes una cosa, me dijo, cuando ustedes tenían buenas relaciones con algún gobierno todos los que se iban a entrenar allá llegaban al país y morían. Todos los guerrilleros mexicanos que se entrenaron en Cuba están muertos. Ahora, los que fueron a entrenarse a Libia o a Corea del Norte están vivos." Y a mí me vino a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich su grupo. Esto es especulativo, pero me llamó la atención que un ex guerrillero hubiera llegado a la conclusión de que por las relaciones de La Habana con el PRI mexicano, Cuba hubiera tenido esa doble cara, de entrenarlos a ellos por una parte y después resultaba que cada vez que llegaban fracasaban. Y eso también pasó aquí.
— ¿Cree que los líderes montoneros eran conscientes de esa contradicción entre la Cuba solidaria con su movimiento y a la vez aliada de la dictadura?
— Honradamente no le sabría decir. Pero hay cosas que eran públicas, los créditos era públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía cuando era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso de tener que quedarse callado.
— O sea que en esa etapa Cuba y Argentina se encubrieron mutuamente…
— Sí, se abstenían o votaban en contra. Además, en Naciones Unidas, más importante que cómo uno vota es qué capacidad de influencia uno tiene. No era lo mismo que Cuba simplemente se abstuviese en el voto contra Argentina a que Cuba hablara con todos aquellos sobre los cuales podía influir para que hicieran lo mismo.
— Que era todo el Movimiento de Países No Alineados.
— Casi todos, muchos países.
— Usted estuvo después en el llamado "Departamento América", otra estructura mítica del aparato cubano. ¿De qué se trataba?
— El Departamento América nace en el año 75 cuando se hace el 1er Congreso formal del Partido Comunista. Se crea un Buró político, una Secretaría, etcétera, y dentro de ese engranaje había un Departamento de Relaciones Internacionales que se ocupaba de monitorear y orientar al Ministerio de Relaciones Exteriores en todo aquello que no fuera el hemisferio occidental; porque todo lo que tenía que ver con el hemisferio occidental era competencia del Departamento de América, desde Canadá hasta la Patagonia. El núcleo inicial de ese Departamento proviene de la inteligencia. El jefe del Departamento, Manuel Piñeiro Losada, conocido como Barbarroja, por el color de su barba precisamente, había sido jefe de inteligencia casi desde el inicio de la revolución [1959].
— Es decir que, aunque era una sección partidaria, actuaba más bien como un grupo de Inteligencia.
— Sí, tenía además una cultura de inteligencia porque todos provenían de ahi. Todas las habilidades -o mañas- que traían de la época de la inteligencia pues las ponían en práctica, pero ahora como funcionarios del Partido. Pero cuando a mí me invitan a formar parte del Departamento, en el 83, 84, es porque se ha creado un nuevo grupo, con personas que ya no provenimos de la inteligencia, sino de la universidad. Tres de nosotros éramos del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, los que hacíamos la revista Pensamiento crítico en los años 60. Nos convirtieron en analistas y, como en todas las instituciones donde conviven dos culturas, había tensiones entre los operativos y los académicos.
— Imagino que por mucho tiempo usted tendría críticas y reservas, pero ¿en qué momento rompe con el régimen?
— Como bien dice usted hubo una acumulación de cosas. Yo decidí salir del gobierno voluntariamente a fines del 91. Mi apuesta era por el reformismo, pensé que al caer la Unión Soviética era posible retomar el proyecto nacionalista y democratizar a la sociedad de paso. Fallé. Evidentemente fue un error.
— Para un analista fue terrible estar equivocado. Yo era parte de una iniciativa creada en Cuba y existe aún que se llama Centro Félix Varela. Y ahí, en 1995, se me acercó un enviado del gobierno de Noruega porque su país quería ensayar con Cuba el mismo experimento que habían hecho con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) e Israel en las llamadas "Conversaciones de Oslo" [1993], que en aquel momento resultaron fructíferas, aunque después todo fue para atrás. Básicamente fueron a un fiordo por ahí, se metieron en un castillo y estuvieron conversando. Yo estuve de acuerdo con la idea e hice una serie de contactos. En Estados Unidos hablé con una hija de Rockefeller (Peggy) que tenía una institución llamada Synergos Institute. Porque yo propuse ver si el gobierno americano estaba dispuesto a mandar de forma no oficial, bajo paraguas de una ONG, al "fiordo". Si el gobierno de Cuba accedía, yo prestaba ONG y los encierran ahí, botan la llave, hasta que se pongan de acuerdo. Me puse en contacto con Richard Nuccio, asesor de Bill Clinton para Cuba y su respuesta fue: "Díganle a Juan Antonio que terrific, magnífico, estamos de acuerdo con la idea, que nos diga cómo proceder". En Cuba hablé con Ricardo Alarcón, que era el presidente de la Asamblea, la idea le parecía buena y entonces le escribí una carta a Roberto Robaina, el ministro de Relaciones Exteriores, para informarlo de todo. Eso fue en el verano (boreal) del 95, y un día de noviembre, después de que Fidel Castro había retornado de Nueva York [de la Asamblea de la ONU], Seguridad del Estado me tocó la puerta de casa a medianoche y me dijo, en la jerga policial que usan, que yo estaba en contubernio con el enemigo. Me sacaron de la cama medio dormido, no sabía de qué me estaban hablando, hasta que caí en la cuenta. ¿Por qué no nos informó?, me preguntaban, nos enteramos por la vía operativa. Pero porque ustedes son policías, les dije, yo informé a Relaciones Exteriores. Al día siguiente, me llamó la persona encargada de las relaciones internacionales en el buró político y me ordenó desmantelar el canal de información. Y en febrero del año 96 Fidel Castro pulverizó con dos Migs las avionetas civiles y desarmadas de Hermanos al Rescate (**) cuya ruta él conocía de antemano porque tenía un topo en esa ONG al cual le ordenaron abortar su misión 24 horas antes y regresar a Cuba para no ser capturado.
— Fue un acto de guerra deliberado.
— Un deliberado acto de guerra que impedía el mensaje que me había mandado Richard Nuccio, me faltó ese detalle muy importante: "Díganle a Juan Antonio que no se preocupen por la Helms-Burton. –es decir, la ley del embargo- porque no tiene suficientes votos para pasar al Congreso y, si los tuviera, Clinton la va a vetar." Todo eso cambió por supuesto con el ataque de Fidel.
— O sea que Castro necesitaba el bloqueo y la enemistad con Estados Unidos para sostenerse internamente.
— Lo hizo con Kissinger, lo volvió a hacer en esta ocasión con Clinton. Lo grave es que en los años 95, 96, Cuba estaba en el llamado "período especial", había hambruna en todo el país y una epidemia de polineuritis por falta de vitaminas, y a mí me pareció que lo más canallesco, bajo y mezquino que podía hacer un jefe de Estado era, por su egoísmo de mandar el país de forma autoritaria, negarse a cualquier tipo de normalización de relaciones con Estados Unidos.
— ¿Existe la posibilidad de una apertura real en Cuba? Porque si bien hubo normalización diplomática con Estados Unidos, y pareciera haber una mínima apertura a la iniciativa privada económica, políticamente todo sigue muy cerrado.
— Todo sigue cerrado políticamente. Y económicamente. Hay aperturas que generan titulares de prensa pero no cambian la realidad. Por ejemplo, a fines del año pasado, un gran titular recorrió el mundo: "Cuba duplicará el año que viene todos los puntos wi-fi elevándolos a 200 no sé cuánto…" A ver, el condominio donde yo vivo (en Miami) tiene tres edificios de cuatro plantas cada uno, y cada planta tiene veinte pisos. Todos tenemos router, por lo tanto todos tenemos un punto de wi-fi. En mi condominio hay más puntos de wi-fi que todos los que va a tener la isla de Cuba con 11,5 millones de habitantes, el año que viene. Pero eso genera un titular, una expectativa, crea un estado de opinión.
— ¿Por qué es tan difícil perforar esa protección que el régimen cubano todavía tiene en buena parte de la opinión pública internacional? Hay un mito fundado hace 60 años y parece indestructible. Le estoy haciendo una pregunta muy difícil…
— No, es una pregunta muy legítima, muy válida y muy importante. Casi que todos trabajamos en eso, en poder dar una visión real, objetiva, de qué cosas nos han sucedido, de dónde viene éste proceso, a dónde va o a dónde puede ir, etcétera. Yo soy tremendamente escéptico de que vaya a ninguna parte con Raúl Castro. Como analista, evito los términos absolutos, "nunca ocurrirá" o "Imposible", siempre me remito a probabilidades, "menos probable", "más probable", "sumamente probable"… Aquí creo que el nivel de probabilidad de un cambio importante es bastante bajo.
Han creado un mito adicional: que Raúl Castro dejará el poder a partir del año que viene
— Mientras esté Castro.
— Sí, pero ahí voy. Han creado un mito adicional: que Castro ya no va a estar a partir del año que viene. Que deja el poder porque ya no va a ser presidente del Consejo de Estado y de Ministros. Es una farsa, porque ya eso pasó. En Cuba hubo un presidente del Consejo de Estado y de Ministros durante más de una década que se llamaba Osvaldo Dorticós Torrado, y todo el mundo sabía que el poder lo tenía Fidel Castro. Lo llamaban "Presidente cuchara" porque ni pinchaba ni cortaba, no podía decidir nada. Entonces la idea es poner a una figura que diga alguna frase amable para tomar distancia y sobre todo porque hay una cláusula de la Helms-Burton, que dice que no se puede abordar el levantamiento del embargo mientras los Castro estén en el poder, entonces van a tratar de vender que lo abandonaron.
(*) Fue una de las 3 sobrevivientes a los fusilamientos de Trelew (tras la fuga de presos políticos del penal de Rawson), murió en la Contraofensiva montonera, en octubre de 1979.
(**) ONG que se dedicaba a rescatar a los cubanos que intentaban dejar la isla por mar
Así evoca el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco las instrucciones de su gobierno. Y agrega: “Un guerrillero me comentó que todos los que entrenaban en Cuba morían si ésta tenía buenas relaciones con sus países”
Por Claudia Peiró | Infobae
cpeiro@infobae.com
Esta verdadera "bomba" la arroja Juan Antonio Blanco Gil quien integró la delegación cubana ante Naciones Unidas como negociador y como analista y director del Departamento Político del Movimiento de Países No Alineados. El guerrillero al que se refiere era mexicano; pero Blanco Gil dice que, al oír este comentario, le vino "a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich y su grupo", es decir,de Montoneros en los años 1979 y 1980.
En concreto, en su calidad de diplomático y funcionario cubano, Blanco fue ejecutor y testigo de la que llama "la entente" entre la Unión Soviética, Cuba y la Junta militar argentina, de funestas consecuencias para los argentinos, pero que a los tres regímenes implicados les representó beneficios tanto políticos como materiales.
La complicidad del castrismo con la dictadura es un hecho conocido, aunque muchos prefieran, por motivos ideológicos, pretender que no existió; pero Blanco Gil va más allá, insinuando la posibilidad de una conspiración para exterminar a los mismos grupos que se decía alentar.
A mediados de los 90, frustrada la alternativa de una apertura democrática en su país, para la cual había trabajado activamente, Blanco Gil salió de Cuba. Residió en Canadá y luego Estados Unidos, donde dirige la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba. De paso por Buenos Aires, invitado por Cadal (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina), dialogó con Infobae sobre su experiencia como diplomático del régimen y luego como analista del mítico Departamento América, desde donde se ejecutaba la estrategia cubano soviética hacia el subcontinente.
— ¿Cuánto hubo de realidad y cuánto de mito en el respaldo de Cuba a las guerrillas en Latinoamérica en los 70?
— No hay mito, está documentado. Incluso hay un argentino, Juan Bautista Yofre, que obtuvo toda la documentación del servicio de inteligencia checo, y buena parte la publicó en un libro, sobre las operaciones de los servicios de inteligencia cubana, de traspaso de guerrilleros, de políticos, etcétera, vía Checoslovaquia, hacia América Latina. Era la ruta generalmente escogida.
— ¿En qué consistía ese respaldo?
— Cuba intentaba insertarse en todos los países y establecer una hegemonía ideológica, política. En ese sentido, no se dedicaba exclusivamente a los grupos de extrema izquierda; trataba de influir en el grupo socialdemócrata, en los social-cristianos, incluso en sectores de la derecha tradicional y empresarial. Cada uno recibía de Cuba algún tipo de oferta o de colaboración. Por ejemplo, en la época de la dictadura de Pinochet (1973-90), en Chile había partidos contrarios a usar la violencia contra el régimen. A esa gente no se la llevaba a un campo de entrenamiento de guerrilleros, pero se le ofrecía dinero, posibilidades logísticas, pasajes y viáticos para ir a Naciones Unidas y hacer lobby. Así, La Habana lograba gratitud de fuerzas muy diversas por su generosidad. En realidad, el gobierno cubano sabía cuáles serían sus socios más cercanos y a cuáles estaba tratando de cultivar para neutralizar eventualmente en un proceso político.
— Ahora bien, la Unión Soviética había renunciado a promover revoluciones en otros países y apostaba a la llamada coexistencia pacífica con Washington y, si bien había conflictos en terceros escenarios, estaba aceptado que América Latina era terreno de Estados Unidos. ¿Qué buscaba entonces Cuba?
— Es importante eso, porque casualmente Fidel Castro durante todo el tiempo, los años 70, en que se estaba produciendo esa distensión, se estaban firmando los acuerdos SALT para limitar el armamentismo, hizo todo lo posible por salirse del esquema. Para Henry Kissinger era muy importante que Cuba quedara incluida en su arquitectura internacional de distribución de política de poder pero La Habana era renuente. Los soviéticos presionaban para persuadir al gobierno cubano de que entrara en esa normalización. El resultado fue que finalmente comenzó una conversación con Kissinger y éste fue cediendo a lo que La Habana ponía como obstáculo, al punto que levantó el embargo a todas las sucursales norteamericanas en terceros países, incluida Argentina, de donde se compraron importantes cantidades de material de transporte público. Pero Fidel Castro no quería que se consolidara esa situación. Hizo varias cosas, la más liviana fue atizar en Naciones Unidas la campaña por la independencia de Puerto Rico, cosa que siempre producía gran irritación en Washington. Cuando eso falló, de pronto finalmente liberó a (Francisco) Caamaño para que desde Cuba entrara en República Dominicana con una fuerza expedicionaria que había estado entrenando desde el 64, 65, luego de la invasión norteamericana a ese país. Pero el grupo fue aniquilado (1973). Entonces, lanzó una expedición militar a Angola, con el ejército regular cubano, decenas de miles de hombres y pertrechos, y ya eso era demasiado, Washington no podía pasarlo por alto, se endureció la posición conservadora en USA e hizo más difícil la ratificación de los acuerdos SALT en el Congreso. Por lo tanto Fidel Castro no solamente logró salirse del esquema de distensión sino que radicalizó las posiciones de la URSS porque todo lo que ésta alcanzaba quedaba en entredicho.
— ¿Todo eso no lo hizo Fidel en connivencia con la Unión Soviética?
— Hubo distintas etapas. En los primeros 70, cuando, como usted dice, los partidos comunistas no estaban de acuerdo con la lucha armada, hubo bastante tensión, sobre todo en torno a la figura del Che Guevara. Entre el 75 y el 80 aproximadamente, no fue en connivencia con la Unión Soviética. Después de eso vuelve, en connivencia con Moscú, la idea de que hay que apoyar los movimientos de liberación en distintos países.
— Con Argentina hubo una situación peculiar, distinta al resto de América Latina, porque Cuba mantuvo el vínculo con Montoneros y otras guerrillas y al mismo tiempo respaldó abiertamente al régimen de Videla desde 1976. ¿A qué se debió?
— A las relaciones de la Unión Soviética con el régimen militar argentino y Moscú incluyó a Cuba o en ese esquema para llegar a un acuerdo con la Junta. Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como director del Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho que ver también con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una instrucción del gobierno cubano de que se había llegado a un acuerdo de caballeros con la junta militar argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de Naciones Unidas que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos. Tres miembros de nuestra misión fuimos a una reunión con un diplomático argentino, para comunicar esta orientación de La Habana. Debo decirle, por salvar mi ética, que fue la única reunión que tuve con la representación argentina y me alegró mucho después saber que era un diplomático de carrera, se llamaba Raúl Ricardes. Me sorprendió que esa persona, que daba imagen de transparencia y decencia, estuviese representando a la Junta.
— Sucede que muchos diplomáticos de carrera siguieron en funciones cuando vino el golpe…
Era desconcertante ver por un lado a los montoneros entrenándose y, por el otro, estos acuerdos de “caballeros” entre Cuba y la Junta Militar
— Claro. Volviendo al relato, se produce esta entente entre Cuba, Moscú y la junta militar argentina y le dan alrededor de 4 mil millones de dólares en créditos a La Habana que los aprovecha para comprar de la industria argentina y de las corporaciones norteamericanas todos esos automóviles y demás. Cuando regreso a La Habana, yo tenía un cierto hálito de ser una especie de gurú de la política estadounidense. Entonces la gente del Departamento América me pide que me entreviste con una montonera argentina, María Antonia Berger (*), a la que le interesaba la cuestión de Estados Unidos. Yo no le transmití la orientación que había escuchado en Nueva York, pero era desconcertante ver que, por una parte, estas personas, los montoneros, estaban entrenándose y, por otra parte, había estos acuerdos de "caballeros"; siempre me pregunté cuáles eran los caballeros porque no conocía a ninguno en esa junta.
Dos hijos de puta: Fidel Castro abraza a Hebe de Bonafini. Pero durante la dictadura, su apoyo fue clave para que la dictadura militar evitara la condena en la ONU y desmantelara ataques de terroristas argentinos entrenados por Cuba
— ¿Era cuando Montoneros estaba preparando su contraofensiva, en 1979/80?
— La contraofensiva en la que los están esperando. Esto me recuerda un comentario que me hizo un ex guerrillero mexicano, que había pasado por Cuba: "Tú sabes una cosa, me dijo, cuando ustedes tenían buenas relaciones con algún gobierno todos los que se iban a entrenar allá llegaban al país y morían. Todos los guerrilleros mexicanos que se entrenaron en Cuba están muertos. Ahora, los que fueron a entrenarse a Libia o a Corea del Norte están vivos." Y a mí me vino a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich su grupo. Esto es especulativo, pero me llamó la atención que un ex guerrillero hubiera llegado a la conclusión de que por las relaciones de La Habana con el PRI mexicano, Cuba hubiera tenido esa doble cara, de entrenarlos a ellos por una parte y después resultaba que cada vez que llegaban fracasaban. Y eso también pasó aquí.
— ¿Cree que los líderes montoneros eran conscientes de esa contradicción entre la Cuba solidaria con su movimiento y a la vez aliada de la dictadura?
— Honradamente no le sabría decir. Pero hay cosas que eran públicas, los créditos era públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía cuando era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso de tener que quedarse callado.
— O sea que en esa etapa Cuba y Argentina se encubrieron mutuamente…
— Sí, se abstenían o votaban en contra. Además, en Naciones Unidas, más importante que cómo uno vota es qué capacidad de influencia uno tiene. No era lo mismo que Cuba simplemente se abstuviese en el voto contra Argentina a que Cuba hablara con todos aquellos sobre los cuales podía influir para que hicieran lo mismo.
— Que era todo el Movimiento de Países No Alineados.
— Casi todos, muchos países.
— Usted estuvo después en el llamado "Departamento América", otra estructura mítica del aparato cubano. ¿De qué se trataba?
— El Departamento América nace en el año 75 cuando se hace el 1er Congreso formal del Partido Comunista. Se crea un Buró político, una Secretaría, etcétera, y dentro de ese engranaje había un Departamento de Relaciones Internacionales que se ocupaba de monitorear y orientar al Ministerio de Relaciones Exteriores en todo aquello que no fuera el hemisferio occidental; porque todo lo que tenía que ver con el hemisferio occidental era competencia del Departamento de América, desde Canadá hasta la Patagonia. El núcleo inicial de ese Departamento proviene de la inteligencia. El jefe del Departamento, Manuel Piñeiro Losada, conocido como Barbarroja, por el color de su barba precisamente, había sido jefe de inteligencia casi desde el inicio de la revolución [1959].
— Es decir que, aunque era una sección partidaria, actuaba más bien como un grupo de Inteligencia.
— Sí, tenía además una cultura de inteligencia porque todos provenían de ahi. Todas las habilidades -o mañas- que traían de la época de la inteligencia pues las ponían en práctica, pero ahora como funcionarios del Partido. Pero cuando a mí me invitan a formar parte del Departamento, en el 83, 84, es porque se ha creado un nuevo grupo, con personas que ya no provenimos de la inteligencia, sino de la universidad. Tres de nosotros éramos del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, los que hacíamos la revista Pensamiento crítico en los años 60. Nos convirtieron en analistas y, como en todas las instituciones donde conviven dos culturas, había tensiones entre los operativos y los académicos.
— Imagino que por mucho tiempo usted tendría críticas y reservas, pero ¿en qué momento rompe con el régimen?
— Como bien dice usted hubo una acumulación de cosas. Yo decidí salir del gobierno voluntariamente a fines del 91. Mi apuesta era por el reformismo, pensé que al caer la Unión Soviética era posible retomar el proyecto nacionalista y democratizar a la sociedad de paso. Fallé. Evidentemente fue un error.
Seguridad del Estado me tocó la puerta de casa a medianoche y me dijo que yo estaba en contubernio con el enemigo— Pero fue un error, o una esperanza, de muchísima gente en aquel momento.
— Para un analista fue terrible estar equivocado. Yo era parte de una iniciativa creada en Cuba y existe aún que se llama Centro Félix Varela. Y ahí, en 1995, se me acercó un enviado del gobierno de Noruega porque su país quería ensayar con Cuba el mismo experimento que habían hecho con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) e Israel en las llamadas "Conversaciones de Oslo" [1993], que en aquel momento resultaron fructíferas, aunque después todo fue para atrás. Básicamente fueron a un fiordo por ahí, se metieron en un castillo y estuvieron conversando. Yo estuve de acuerdo con la idea e hice una serie de contactos. En Estados Unidos hablé con una hija de Rockefeller (Peggy) que tenía una institución llamada Synergos Institute. Porque yo propuse ver si el gobierno americano estaba dispuesto a mandar de forma no oficial, bajo paraguas de una ONG, al "fiordo". Si el gobierno de Cuba accedía, yo prestaba ONG y los encierran ahí, botan la llave, hasta que se pongan de acuerdo. Me puse en contacto con Richard Nuccio, asesor de Bill Clinton para Cuba y su respuesta fue: "Díganle a Juan Antonio que terrific, magnífico, estamos de acuerdo con la idea, que nos diga cómo proceder". En Cuba hablé con Ricardo Alarcón, que era el presidente de la Asamblea, la idea le parecía buena y entonces le escribí una carta a Roberto Robaina, el ministro de Relaciones Exteriores, para informarlo de todo. Eso fue en el verano (boreal) del 95, y un día de noviembre, después de que Fidel Castro había retornado de Nueva York [de la Asamblea de la ONU], Seguridad del Estado me tocó la puerta de casa a medianoche y me dijo, en la jerga policial que usan, que yo estaba en contubernio con el enemigo. Me sacaron de la cama medio dormido, no sabía de qué me estaban hablando, hasta que caí en la cuenta. ¿Por qué no nos informó?, me preguntaban, nos enteramos por la vía operativa. Pero porque ustedes son policías, les dije, yo informé a Relaciones Exteriores. Al día siguiente, me llamó la persona encargada de las relaciones internacionales en el buró político y me ordenó desmantelar el canal de información. Y en febrero del año 96 Fidel Castro pulverizó con dos Migs las avionetas civiles y desarmadas de Hermanos al Rescate (**) cuya ruta él conocía de antemano porque tenía un topo en esa ONG al cual le ordenaron abortar su misión 24 horas antes y regresar a Cuba para no ser capturado.
— Fue un acto de guerra deliberado.
— Un deliberado acto de guerra que impedía el mensaje que me había mandado Richard Nuccio, me faltó ese detalle muy importante: "Díganle a Juan Antonio que no se preocupen por la Helms-Burton. –es decir, la ley del embargo- porque no tiene suficientes votos para pasar al Congreso y, si los tuviera, Clinton la va a vetar." Todo eso cambió por supuesto con el ataque de Fidel.
— O sea que Castro necesitaba el bloqueo y la enemistad con Estados Unidos para sostenerse internamente.
— Lo hizo con Kissinger, lo volvió a hacer en esta ocasión con Clinton. Lo grave es que en los años 95, 96, Cuba estaba en el llamado "período especial", había hambruna en todo el país y una epidemia de polineuritis por falta de vitaminas, y a mí me pareció que lo más canallesco, bajo y mezquino que podía hacer un jefe de Estado era, por su egoísmo de mandar el país de forma autoritaria, negarse a cualquier tipo de normalización de relaciones con Estados Unidos.
— ¿Existe la posibilidad de una apertura real en Cuba? Porque si bien hubo normalización diplomática con Estados Unidos, y pareciera haber una mínima apertura a la iniciativa privada económica, políticamente todo sigue muy cerrado.
— Todo sigue cerrado políticamente. Y económicamente. Hay aperturas que generan titulares de prensa pero no cambian la realidad. Por ejemplo, a fines del año pasado, un gran titular recorrió el mundo: "Cuba duplicará el año que viene todos los puntos wi-fi elevándolos a 200 no sé cuánto…" A ver, el condominio donde yo vivo (en Miami) tiene tres edificios de cuatro plantas cada uno, y cada planta tiene veinte pisos. Todos tenemos router, por lo tanto todos tenemos un punto de wi-fi. En mi condominio hay más puntos de wi-fi que todos los que va a tener la isla de Cuba con 11,5 millones de habitantes, el año que viene. Pero eso genera un titular, una expectativa, crea un estado de opinión.
— ¿Por qué es tan difícil perforar esa protección que el régimen cubano todavía tiene en buena parte de la opinión pública internacional? Hay un mito fundado hace 60 años y parece indestructible. Le estoy haciendo una pregunta muy difícil…
— No, es una pregunta muy legítima, muy válida y muy importante. Casi que todos trabajamos en eso, en poder dar una visión real, objetiva, de qué cosas nos han sucedido, de dónde viene éste proceso, a dónde va o a dónde puede ir, etcétera. Yo soy tremendamente escéptico de que vaya a ninguna parte con Raúl Castro. Como analista, evito los términos absolutos, "nunca ocurrirá" o "Imposible", siempre me remito a probabilidades, "menos probable", "más probable", "sumamente probable"… Aquí creo que el nivel de probabilidad de un cambio importante es bastante bajo.
Han creado un mito adicional: que Raúl Castro dejará el poder a partir del año que viene
— Mientras esté Castro.
— Sí, pero ahí voy. Han creado un mito adicional: que Castro ya no va a estar a partir del año que viene. Que deja el poder porque ya no va a ser presidente del Consejo de Estado y de Ministros. Es una farsa, porque ya eso pasó. En Cuba hubo un presidente del Consejo de Estado y de Ministros durante más de una década que se llamaba Osvaldo Dorticós Torrado, y todo el mundo sabía que el poder lo tenía Fidel Castro. Lo llamaban "Presidente cuchara" porque ni pinchaba ni cortaba, no podía decidir nada. Entonces la idea es poner a una figura que diga alguna frase amable para tomar distancia y sobre todo porque hay una cláusula de la Helms-Burton, que dice que no se puede abordar el levantamiento del embargo mientras los Castro estén en el poder, entonces van a tratar de vender que lo abandonaron.
(*) Fue una de las 3 sobrevivientes a los fusilamientos de Trelew (tras la fuga de presos políticos del penal de Rawson), murió en la Contraofensiva montonera, en octubre de 1979.
(**) ONG que se dedicaba a rescatar a los cubanos que intentaban dejar la isla por mar
SGM: 9 razones por las que se ganó la batalla de Inglaterra
La película de la cámara del arma demuestra la munición del trazador de un Supermarine Spitfire Mark I del escuadrón No. 609 RAF, volado por el teniente de vuelo J. H. G. McArthur, golpeando un Heinkel él 111 en su cuarto de estribor.
Nueve razones por las que los aliados ganaron la batalla de Inglaterra
Andrew Knighton - War History Online
Cuatro Defiant del escuadrón 264.
La batalla aérea más famosa de la historia, la batalla de Gran Bretaña fue una lucha dura y desesperada por detener la Alemania nazi. Después de lanzar ataques aéreos contra Gran Bretaña en junio y julio de 1940, el 8 de agosto, los alemanes lanzaron la primera de las incursiones de alta intensidad que marcó esta batalla. Con el fin de suavizar a los británicos listos para una invasión, estos ataques finalmente terminaron en fracaso. Gran Bretaña y sus aliados frenaron la marea.
Frente al poder de la Luftwaffe, ¿cómo ganaron?
Dos bombarderos alemanes de Dornier 17 sobre West Ham en Londres durante una incursión el primer día del bombardeo, el 7 de septiembre de 1940.
# 1 - Hicieron uso de pilotos de toda Europa
Al comienzo del conflicto, la Royal Air Force (RAF) enfrentó una escasez de pilotos entrenados. Algunos fueron atraídos desde el Brazo Aéreo de la Flota y desde el Comando Costero para hacer números. Pero fueron otros pilotos europeos los que hicieron de la Batalla de Inglaterra algo para toda Europa.Los pilotos de caza habían huido de los países de Europa oriental cuando cayeron ante los nazis. Bastantes llegaron a Gran Bretaña para formar cuatro escuadrones enteros de pilotos polacos y otro compuesto de pilotos checos. Con sus aliados a su lado, los británicos tomaron el cielo.
El clásico Spitfire británico de la SGM.
# 2 - Tenían mejores aviones
Las decisiones de diseño de ambos lados dieron a los aliados el borde tecnológico.Uno de los aviones alemanes fue el bimotor Messerschmitt Bf 110 "destructor", un avión mucho más lento y menos maniobrable que sus oponentes que se ganó el apodo de "locura de Göring". El Messerschmitt Bf 109E era mejor, siendo tan rápido como cualquier avión británico y capaz de escalar más rápido que los famosos Spitfires.
Pero fueron los Spitfires quienes marcaron la diferencia. Más manejable que nada, los alemanes volaron y armados con ocho ametralladoras, no tenían rival en los cielos.
# 3 - Los alemanes carecen de enfoque estratégico
Al comienzo de la campaña, la estrategia general de la Luftwaffe era concentrarse en la infraestructura que mantenía a la RAF en el aire. Los aeródromos, las fábricas y los puertos fueron los objetivos.Pero todavía faltaba atención en estos ataques, pasando de un objetivo a otro. Como resultado, el efecto de los ataques se atenuó.
# 4 - Los tanques de combustible británicos estaban llenos, los pilotos fueron descansados
Volando todo el camino desde bases en Alemania, los atacantes estaban empujando sus gamas de vuelo mucho más difícil que los defensores. Los combatientes, en particular, tenían tanques más pequeños y estaban a menudo cerca del final de su combustible en el momento en que alcanzaron sus objetivos.Como resultado, los bombarderos fueron a menudo obligados a atacar con poca cubierta de combate para defenderlos. Los bombarderos de buceo eran particularmente vulnerables a los ataques británicos.
Mientras tanto, los británicos, checos y polacos estaban defendiendo objetivos cerca de sus bases locales. Llegaron a la lucha con aviones llenos de combustible y pilotos mejor descansados que los que enfrentaban. Podrían tener menos aviones, pero esos aviones pasaron más tiempo en acción útil.
Un piloto de Spitfire cuenta cómo derribó un Messerschmitt, Biggin Hill, septiembre de 1940.
# 5 - El radar británico era el mejor alrededor
Se extiende desde las Islas Shetland en el norte hasta Land's End en el extremo sudoeste, la red de radar de Gran Bretaña es la más avanzada del mundo. Combinado con bases de la RAF en la zona de batalla de Gran Bretaña, esto les permitió detectar ataques en su camino y conseguir combatientes en el aire para contrarrestar sus bombardeos. Como resultado, los aviones británicos no fueron capturados en el suelo y destruidos por los bombarderos como Hitler esperaba.Una vez en el aire, los aviones fueron dirigidos por estaciones de control con acceso a la información de la red de radar. Podían ver a dónde iban los alemanes y dirigir a los pilotos hacia ellos, capturando a veces a los alemanes por sorpresa.
El primer ministro británico Winston Churchill.
# 6 - Los británicos estaban luchando por encima de sus jardines
Durante la Primera Guerra Mundial, German Flyers había dominado los cielos a través de la tecnología superior y el vuelo defensivo. Esta vez, esas ventajas recaían sobre los Aliados.La lucha por el terreno dio a los británicos y sus aliados muchas ventajas. Significaba que podían utilizar la red de radar para lograr el mejor efecto. Había menos desgaste en los aviones de volar hacia adelante y hacia atrás. Se gastó menos combustible, un factor vital dado la vulnerabilidad de las líneas de suministro británicas a través del Atlántico.
# 7 - Los británicos podrían tomar prisioneros
La ventaja más grande que les dio la ventaja de casa fue que mantuvieron más de sus pilotos. Si un piloto británico, checo o polaco sobrevivió a la destrucción de su avión, aterrizaría en Gran Bretaña, o en el peor de los mares circundantes. Podría ser recuperado, recibir tratamiento de sus lesiones y volver al servicio activo.No los alemanes. Todos los pilotos que perdieron en la batalla de Gran Bretaña cayeron en manos enemigas. Capturados por el ejército o arrestados por las autoridades locales, se convirtieron en prisioneros de guerra. Y así la batalla demostró ser un drenaje mayor en la mano de obra alemana que en la de sus enemigos.
Barrage Balloons sobre el centro de Londres en la Segunda Guerra Mundial.
# 8 - El bombardeo de la venganza de Hitler tomó el foco lejos de la lucha verdadera
La derrota de la Luftwaffe fue sellada a través de una mezcla de accidentes y la astucia del primer ministro Winston Churchill.El 24 de agosto, un avión alemán accidentalmente salió del blanco y bombardeó edificios civiles en Londres. En respuesta, Churchill ordenó un ataque de represalia contra Berlín. De los 81 bombarderos enviados por los británicos la noche siguiente, sólo 29 llegaron a la capital alemana. No hicieron mucho daño, pero no necesitaron.
El ataque provocó a Hitler, que había prometido a los alemanes que nada de eso les iba a pasar. Abandonando su enfoque en la destrucción de la RAF, convirtió sus bombarderos en ciudades británicas. A partir del 7 de septiembre, cientos de toneladas de bombas fueron lanzadas deliberadamente sobre Londres y otras ciudades en una serie de redadas conocidas como Blitz.
Al tomar presión de la RAF, el Blitz les dio tiempo para recuperarse. Pronto fueron derribando bombarderos más rápido de lo que los alemanes podrían hacer. El trabajo de las semanas anteriores fue deshecho. Aunque nadie lo sabía todavía, el resultado de la batalla de Gran Bretaña había sido decidido.
# 9 - Cambiaron a las incursiones nocturnas
Las incursiones contra las ciudades británicas continuaron a lo largo de septiembre. A principios de octubre, con las bajas en ascenso, los alemanes cambiaron a las incursiones nocturnas. Esto redujo sus pérdidas, pero también redujo su efectividad. Era casi una concesión de derrota.A finales de octubre, la Batalla de Bretaña había terminado. Los bombardeos continuaron, pero nunca más con la misma intensidad y concentración.
Gran Bretaña había sido salvada.
sábado, 3 de junio de 2017
SGM: Casamiento y suicidio de Hitler
Casamiento, cianuro y dos tiros: a 72 años del final de Adolf Hitler y Eva Braun
Se conocieron en una escena de comedia de Hollywood y murieron juntos como en una ópera de Wagner. Él le llevaba más de veinte años. Lo acosaba la oscura historia de otra amante que se suicidó a los 23, pero de la que se sospecha que él pudo ser el asesino. Eva también intentó suicidarse por celos
Por Alfredo Serra | Especial para Infobae
"Mis ojos cayeron primero sobre Eva. Estaba sentada, con las piernas estiradas y la cabeza inclinada hacia Hitler. Sus zapatos estaban debajo del sofá. Junto a ella, Hitler, muerto. Sus ojos estaban abiertos. Su cabeza se había inclinado levemente hacia delante".
(Testimonio de Rochus Misch, guardaespaldas del füher, en su libro "El último testigo de Hitler")
La última escena: 30 de abril de 1945, mientras el Ejército Rojo estaba apenas a trescientos metros del impenetrable bunker, y los soldados rusos esperaban cobrarse con sangre su millón de muertos en la batalla de Stalingrado.
Pero la primera escena de esa historia estuvo muy lejos de la última, digna de una ópera de Wagner. Como un clishé de una comedia romántica de Hollywood: una chica subida a una escalera y un hombre mirando con codicia sus piernas. Fue una tarde de 1929, en Múnich. La chica, en la escalera, archivaba unos papeles, cuando entró un hombre e hizo lo mismo que el galán del film: quedó estático mirando las blancas y bien formadas piernas.
Él es Adolf Hitler, 40 años, austríaco, pintor fracasado. Sus infantiles acuarelas no pasaron el examen de la academia de arte. Pero imagina un futuro colosal. Ya lidera el Partido nacionalsocialista (o Partido nazi), aspira a ser Canciller de Alemania –lo logrará en 1933–, y se siente amo absoluto de un mundo que hará volar en pedazos para instalar la dictadura de la raza aria. Nada menos.
Ella es Eva Anna Paula Braun, nacida en Baviera, hija de una familia católica de clase media. Padres: Friedrich y Margarete Franciska. Un matrimonio casi perfecto, de novela rosa: el género literario preferido de Eva –también las novelas del Lejano Oeste–, que además intenta tener el cuerpo de una walkiria, una de las doce diosas de la guerra que servían a Odín, amo del Universo, según la mitología nórdica. Esforzada nadadora, también esquía, patina, hace gimnasia, alpinismo, ciclismo. Pero su intelecto no crece: hoy sería juzgada como una rubia tonta. Completa su educación en un colegio de monjas. En Baviera, ninguna joven es bien mirada, una dama, si no ha pasado por esos claustros. A los 17 busca trabajo. Empieza como mecanógrafa, y poco después entra al taller y estudio fotográfico de un tal Heinrich Hoffmann, donde aprende a usar cámaras de fotos y filmadoras. Algo que al final del camino será clave para una reconstrucción de su vida íntima con Hitler.
Poco después de la escena de la escalera, Eva le escribe a una prima: "Y de pronto apareció un señor de cierta edad –tenía 40–, con un gracioso bigotito y un gran sombrero de fieltro, que se presentó como `el señor Wolf´". En alemán, "lobo".
Lobo que se obstina en conquistar, como al mundo, a Eva.
Lobo que viene de una relación muy oscura con su media sobrina Angela María (Geli) Raubal, hija del ama de llaves de Hitler.
Empieza a vivir con ella en 1925. La obliga a dejar sus estudios de Medicina. Descubre que tiene una relación con su chofer, Emil Maurice, y los celos lo transfiguran. La convierte en una prisionera. Ella, en cartas, denuncia que Hitler es "un perverso sexual que me obliga a hacer cosas repugnantes". En 1931, a sus 23 años, la encuentran muerta: balazo en el pulmón disparado por la pistola Whalter de su tío. La policía dictamina "suicidio". Pero su familia jamás creyó en esa versión. ¿La hizo matar Hitler, o fue él quien apretó el gatillo? ¿Lo hicieron sicarios de nazis que la odiaban porque alejaba al führer de la política?
El enigma jamás se aclaró.
La obsesión del "tío Wolf" por Eva es de ida y vuelta. Hitler le lleva más de treinta años, pero ella decide ser su amante casi de inmediato. Al principio, sus encuentros son furtivos: los jerarcas del partido la detestan porque aparta al jefe de su trono político. Y, para colmo, saben que a ella le repugna la política. Nada sabe del tema, no tolera charlas ni discusiones de ese tenor en su presencia, y esa actitud se mantendrá hasta el final de los dieciséis años que pasaron juntos… hasta cierto punto. Antes y después de 1939, año en que tropas nazis invaden Polonia y siguen su monstruoso avance sobre toda Europa, Eva vive casi en soledad, leyendo novelas baratas y fascinada con el cine romántico.
Modelo tomado de su familia, es la perfecta ama de casa –con Hitler y sin él– en el departamento de Berlín y en el Berghof (Nido del Águila), la magnífica casa en las montañas de Berchtesgaden que su amante hace construir para vivir sus últimos años, cuando la cruz esvástica flameara en todo el vasto mundo…
Eva, su amante y su esclava, recién describió su fanático amor por Hitler después del fallido atentado contra él en la Guarida del Lobo, un lugar secreto en el bosque urdido para las reuniones con su Estado Mayor.
El coronel y conde Claus von Stauffenberg planeó matarlo –decisión compartida por altísimos oficiales ante la inminente derrota– el 20 de julio de 1944 (Operación Valquiria) con una bomba oculta en un portafolio, pero Hitler, segundos antes, se alejó hasta un extremo del salón, y quedó ileso.
Al enterarse, y en su diario, confesó: "Desde nuestro primer encuentro juré seguirte a donde fueras, aún hasta la muerte. Sólo vivo para ti, mi amor". Pasión que, al principio de la relación y ante el desfile de mujeres que acosaban a su amante, la arrastró a un intento de suicidio. Pero el siniestro galán del bigotito la consoló comprándole un lujoso departamento amueblado a toda vela.
En el corazón de Berlín, Hitler hizo construir un bunker de cemento armado y acero. Refugio inexpugnable, servía de iglesia, salón de banquetes y hotel para Eva y Adolf. Pero los días del Tercer Reich, aquella locura de poder y muerte, empezaban su cuenta regresiva.
Desde el 14 de abril, el avance del Ejército Rojo sobre Berlín fue a tambor batiente: los cohetes Katyusha llovían sobre Berlín, la ciudad que el führer soñó como la futura capital del mundo. Salvo sus íntimos, como Joseph Goebbels, refugiados en el bunker hasta el final, la mayoría de generales y coroneles huyó en estampida.
Mientras, Eva escribía cartas… "Se oye el tronar de los cañones, no hay teléfono, no es posible huir en coche, hay bombardeos continuos. Pero estoy feliz por estar junto a él, y cada día que pasamos juntos es una victoria".
El 26 de abril, desde las hilachas del Alto Mando, el führer recibe la noticia fatal: no llegarán los refuerzos que esperaba. El Tercer Reich ha caído.
Le ofrece a Eva una escapatoria: el sur de Alemania o la embajada de Italia. Pero ella se niega. Si hay que morir, morirán juntos.
Hitler redacta su testamento, y dicta un párrafo inesperado: "Puesto que creí durante los años de lucha que no podía asumir la responsabilidad de formar un matrimonio, he decidido ahora, al fin de mi tránsito por el mundo terrestre, convertir en mi esposa a la mujer que, después de años de fiel amistad, llegó por su propia voluntad a la casi cercada ciudad para compartir su destino con el mío. Por deseo mío, se dirige a la muerte siendo mi esposa".
En el ocaso del 28 de abril, un servidor de Hitler le anuncia que fue imposible encontrar un funcionario del Registro Civil para concretar la ceremonia. "Encontramos uno, pero no tenía formularios", dice. En el derrumbe, no llega ni siquiera un mísero papel.
Sin embargo, antes de la medianoche los casa un jefe menor del Ministerio de Propaganda al que mandaron buscar en un auto blindado.
Los novios salen de su cuarto tomados de la mano. Hitler está pálido. Su mirada, perdida. Viste un traje arrugado: el mismo con el que durmió algunas horas durante el día. Lleva la Cruz de Oro del Partido nazi, la Cruz de Hierro de primera clase, y la insignia de los heridos en la Primera Guerra Mundial. Eva, demacrada, viste un traje azul marino y un sombrero gris. Se sientan. La sala –paradoja– es uno de los lugares de reunión donde se decidía el destino del planeta. Martin Borman, lugarteniente y perro fiel de su führer, preparó la sala para el acto corriendo algunos muebles. Alguien presta dos alianzas. Les quedan grandes. Pero es el único símbolo que tienen.
La ceremonia no pasa de los diez minutos.
El 29, las tropas rusas están a cien metros del bunker. La resistencia nazi es mínima. Disparan hasta unos niños con sus escopetas para matar pájaros.
Adolf y Eva no vuelven a salir de su cuarto. El 30, a las tres de la tarde, se oyen dos disparos. La pareja está muerta. Primero han tomado una pastilla de cianuro –método de Hitler para que se suicidaran los militares que creía traidores– y después se han pegado un tiro en la cabeza.
Seis soldados cumplen la última voluntad del jefe. Llevan los cuerpos a los jardines de la Cancillería (el palacio donde Hitler alcanzó la cumbre política en enero de 1933), los tiran a una fosa, los empapan con cien litros de gasolina, y una enorme hoguera los vuelve cenizas.
Sobre las ruinas de la calle resuenan las botas de los soldados rusos. Cae el telón sobre cincuenta millones de muertos.
Se conocieron en una escena de comedia de Hollywood y murieron juntos como en una ópera de Wagner. Él le llevaba más de veinte años. Lo acosaba la oscura historia de otra amante que se suicidó a los 23, pero de la que se sospecha que él pudo ser el asesino. Eva también intentó suicidarse por celos
Por Alfredo Serra | Especial para Infobae
"Mis ojos cayeron primero sobre Eva. Estaba sentada, con las piernas estiradas y la cabeza inclinada hacia Hitler. Sus zapatos estaban debajo del sofá. Junto a ella, Hitler, muerto. Sus ojos estaban abiertos. Su cabeza se había inclinado levemente hacia delante".
(Testimonio de Rochus Misch, guardaespaldas del füher, en su libro "El último testigo de Hitler")
La última escena: 30 de abril de 1945, mientras el Ejército Rojo estaba apenas a trescientos metros del impenetrable bunker, y los soldados rusos esperaban cobrarse con sangre su millón de muertos en la batalla de Stalingrado.
Pero la primera escena de esa historia estuvo muy lejos de la última, digna de una ópera de Wagner. Como un clishé de una comedia romántica de Hollywood: una chica subida a una escalera y un hombre mirando con codicia sus piernas. Fue una tarde de 1929, en Múnich. La chica, en la escalera, archivaba unos papeles, cuando entró un hombre e hizo lo mismo que el galán del film: quedó estático mirando las blancas y bien formadas piernas.
Él es Adolf Hitler, 40 años, austríaco, pintor fracasado. Sus infantiles acuarelas no pasaron el examen de la academia de arte. Pero imagina un futuro colosal. Ya lidera el Partido nacionalsocialista (o Partido nazi), aspira a ser Canciller de Alemania –lo logrará en 1933–, y se siente amo absoluto de un mundo que hará volar en pedazos para instalar la dictadura de la raza aria. Nada menos.
Ella es Eva Anna Paula Braun, nacida en Baviera, hija de una familia católica de clase media. Padres: Friedrich y Margarete Franciska. Un matrimonio casi perfecto, de novela rosa: el género literario preferido de Eva –también las novelas del Lejano Oeste–, que además intenta tener el cuerpo de una walkiria, una de las doce diosas de la guerra que servían a Odín, amo del Universo, según la mitología nórdica. Esforzada nadadora, también esquía, patina, hace gimnasia, alpinismo, ciclismo. Pero su intelecto no crece: hoy sería juzgada como una rubia tonta. Completa su educación en un colegio de monjas. En Baviera, ninguna joven es bien mirada, una dama, si no ha pasado por esos claustros. A los 17 busca trabajo. Empieza como mecanógrafa, y poco después entra al taller y estudio fotográfico de un tal Heinrich Hoffmann, donde aprende a usar cámaras de fotos y filmadoras. Algo que al final del camino será clave para una reconstrucción de su vida íntima con Hitler.
Poco después de la escena de la escalera, Eva le escribe a una prima: "Y de pronto apareció un señor de cierta edad –tenía 40–, con un gracioso bigotito y un gran sombrero de fieltro, que se presentó como `el señor Wolf´". En alemán, "lobo".
Lobo que se obstina en conquistar, como al mundo, a Eva.
Lobo que viene de una relación muy oscura con su media sobrina Angela María (Geli) Raubal, hija del ama de llaves de Hitler.
Empieza a vivir con ella en 1925. La obliga a dejar sus estudios de Medicina. Descubre que tiene una relación con su chofer, Emil Maurice, y los celos lo transfiguran. La convierte en una prisionera. Ella, en cartas, denuncia que Hitler es "un perverso sexual que me obliga a hacer cosas repugnantes". En 1931, a sus 23 años, la encuentran muerta: balazo en el pulmón disparado por la pistola Whalter de su tío. La policía dictamina "suicidio". Pero su familia jamás creyó en esa versión. ¿La hizo matar Hitler, o fue él quien apretó el gatillo? ¿Lo hicieron sicarios de nazis que la odiaban porque alejaba al führer de la política?
El enigma jamás se aclaró.
La obsesión del "tío Wolf" por Eva es de ida y vuelta. Hitler le lleva más de treinta años, pero ella decide ser su amante casi de inmediato. Al principio, sus encuentros son furtivos: los jerarcas del partido la detestan porque aparta al jefe de su trono político. Y, para colmo, saben que a ella le repugna la política. Nada sabe del tema, no tolera charlas ni discusiones de ese tenor en su presencia, y esa actitud se mantendrá hasta el final de los dieciséis años que pasaron juntos… hasta cierto punto. Antes y después de 1939, año en que tropas nazis invaden Polonia y siguen su monstruoso avance sobre toda Europa, Eva vive casi en soledad, leyendo novelas baratas y fascinada con el cine romántico.
Modelo tomado de su familia, es la perfecta ama de casa –con Hitler y sin él– en el departamento de Berlín y en el Berghof (Nido del Águila), la magnífica casa en las montañas de Berchtesgaden que su amante hace construir para vivir sus últimos años, cuando la cruz esvástica flameara en todo el vasto mundo…
Eva, su amante y su esclava, recién describió su fanático amor por Hitler después del fallido atentado contra él en la Guarida del Lobo, un lugar secreto en el bosque urdido para las reuniones con su Estado Mayor.
El coronel y conde Claus von Stauffenberg planeó matarlo –decisión compartida por altísimos oficiales ante la inminente derrota– el 20 de julio de 1944 (Operación Valquiria) con una bomba oculta en un portafolio, pero Hitler, segundos antes, se alejó hasta un extremo del salón, y quedó ileso.
Al enterarse, y en su diario, confesó: "Desde nuestro primer encuentro juré seguirte a donde fueras, aún hasta la muerte. Sólo vivo para ti, mi amor". Pasión que, al principio de la relación y ante el desfile de mujeres que acosaban a su amante, la arrastró a un intento de suicidio. Pero el siniestro galán del bigotito la consoló comprándole un lujoso departamento amueblado a toda vela.
En el corazón de Berlín, Hitler hizo construir un bunker de cemento armado y acero. Refugio inexpugnable, servía de iglesia, salón de banquetes y hotel para Eva y Adolf. Pero los días del Tercer Reich, aquella locura de poder y muerte, empezaban su cuenta regresiva.
Desde el 14 de abril, el avance del Ejército Rojo sobre Berlín fue a tambor batiente: los cohetes Katyusha llovían sobre Berlín, la ciudad que el führer soñó como la futura capital del mundo. Salvo sus íntimos, como Joseph Goebbels, refugiados en el bunker hasta el final, la mayoría de generales y coroneles huyó en estampida.
Mientras, Eva escribía cartas… "Se oye el tronar de los cañones, no hay teléfono, no es posible huir en coche, hay bombardeos continuos. Pero estoy feliz por estar junto a él, y cada día que pasamos juntos es una victoria".
El 26 de abril, desde las hilachas del Alto Mando, el führer recibe la noticia fatal: no llegarán los refuerzos que esperaba. El Tercer Reich ha caído.
Le ofrece a Eva una escapatoria: el sur de Alemania o la embajada de Italia. Pero ella se niega. Si hay que morir, morirán juntos.
Hitler redacta su testamento, y dicta un párrafo inesperado: "Puesto que creí durante los años de lucha que no podía asumir la responsabilidad de formar un matrimonio, he decidido ahora, al fin de mi tránsito por el mundo terrestre, convertir en mi esposa a la mujer que, después de años de fiel amistad, llegó por su propia voluntad a la casi cercada ciudad para compartir su destino con el mío. Por deseo mío, se dirige a la muerte siendo mi esposa".
En el ocaso del 28 de abril, un servidor de Hitler le anuncia que fue imposible encontrar un funcionario del Registro Civil para concretar la ceremonia. "Encontramos uno, pero no tenía formularios", dice. En el derrumbe, no llega ni siquiera un mísero papel.
Sin embargo, antes de la medianoche los casa un jefe menor del Ministerio de Propaganda al que mandaron buscar en un auto blindado.
Los novios salen de su cuarto tomados de la mano. Hitler está pálido. Su mirada, perdida. Viste un traje arrugado: el mismo con el que durmió algunas horas durante el día. Lleva la Cruz de Oro del Partido nazi, la Cruz de Hierro de primera clase, y la insignia de los heridos en la Primera Guerra Mundial. Eva, demacrada, viste un traje azul marino y un sombrero gris. Se sientan. La sala –paradoja– es uno de los lugares de reunión donde se decidía el destino del planeta. Martin Borman, lugarteniente y perro fiel de su führer, preparó la sala para el acto corriendo algunos muebles. Alguien presta dos alianzas. Les quedan grandes. Pero es el único símbolo que tienen.
La ceremonia no pasa de los diez minutos.
El 29, las tropas rusas están a cien metros del bunker. La resistencia nazi es mínima. Disparan hasta unos niños con sus escopetas para matar pájaros.
Adolf y Eva no vuelven a salir de su cuarto. El 30, a las tres de la tarde, se oyen dos disparos. La pareja está muerta. Primero han tomado una pastilla de cianuro –método de Hitler para que se suicidaran los militares que creía traidores– y después se han pegado un tiro en la cabeza.
Seis soldados cumplen la última voluntad del jefe. Llevan los cuerpos a los jardines de la Cancillería (el palacio donde Hitler alcanzó la cumbre política en enero de 1933), los tiran a una fosa, los empapan con cien litros de gasolina, y una enorme hoguera los vuelve cenizas.
Sobre las ruinas de la calle resuenan las botas de los soldados rusos. Cae el telón sobre cincuenta millones de muertos.
viernes, 2 de junio de 2017
San Martín: Entrenador de héroes
San Martín, el gran entrenador de héroes
Paso a paso, cómo fue la preparación profesional de los gloriosos granaderos que tuvieron influencia decisiva en la Guerra de la Independencia.
Daniel Balmaceda | LA NACION
El combate de San Lorenzo, obra del artista chileno Pedro Subercaseaux
En Buenos Aires, el coronel José de San Martín fue el principal maestro de los reclutas que iban incorporándose al Cuerpo de Granaderos. Se puso al frente de los entrenamientos que durante los dos meses iniciales se llevaron a cabo en el descampado conocido con el nombre de Ranchería, en las actuales Alsina y Perú. Además del jefe, cada recluta tenía su instructor particular. El sistema de adiestramiento era al estilo francés (San Martín admiraba a Napoleón) con algunas adaptaciones hechas por el propio coronel.
Lo primero que les enseñó fue a marchar. Los aprendices de héroes recibieron una instrucción completa sobre los movimientos de las columnas y en menos de dos semanas estaban capacitados para marchar, contramarchar y realizar giros en orden. Pero a pie, ya que aún no había llegado la etapa en que se les permitiría montar. A San Martín no le gustaba saltear pasos. Recién cuando advirtió que sus hombres dominaban el movimiento coordinado, comenzó con una nueva instrucción.
La segunda etapa consistía en dominar el manejo de las armas. Los reclutas aprendieron a usar las tercerolas, es decir una arma de fuego que podría definirse como un fusil tosco que funcionaba con chispa y contaba con la bayoneta para el ataque cuerpo a cuerpo. Pero esta no fue una enseñanza muy intensiva porque San Martín no confiaba mucho en este tipo de armamento. Lo que él dominaba era el uso del sable y de la lanza. Los secretos de su empleo fueron brindados por el ilustre militar a cada uno de sus granaderos. En ese sentido, puede decirse que actuaba como un personal trainner de cada uno de sus hombres. Formaba rondas, se plantaba en el medio, convocaba a alguno de los aprendices al centro del círculo. Allí el elegido ejecutaba los movimientos de ataque y defensa enfrentando al propio comandante, quien lo corregía delante de todos.
Estas clases de esgrima y lanceo a cargo del Padre de la Patria eran de lo más provechosas. San Martín les enseñaba de qué manera colocar el cuerpo, la cabeza, el torso, las piernas, las rodillas y las manos. Incluso les explicaba el efecto de cada pegada para que de manera mecánica emplearan la más efectiva de acuerdo con la situación.
Por ejemplo, para los sables existían tres tipos de golpe. Con el plano de la hoja se infería un planchazo que provocaba al adversario un mareo y un aturdimiento que lo anulaba. La estocada con la punta se empleaba para infligir una herida profunda. El filo, en cambio, era empleado para cortar en forma completa; un brazo, una mano, una pierna o, sobre todo, una cabeza. Terminadas las lecciones en ronda, armaba parejas para que practicaran y caminaba entre ellos, marcando defectos y señalando virtudes.
Luego, ya instalados en Retiro, se ejecutaron los movimientos a caballo. El clarín o trompa sonaba y todos podían entender a la distancia cuál era la orden general. El conocimiento de los distintos sones y la disciplina, aún en los momentos críticos, salvaban vidas.
El dominio del sable terminó otorgándoles una ventaja inmensa: a medida que los realistas se enfrentaban a estos sableadores profesionales, fue aumentando el respeto que inspiraban. Aquellos guerreros fueron dignos embajadores de la hidalguía sanmartiniana.
Paso a paso, cómo fue la preparación profesional de los gloriosos granaderos que tuvieron influencia decisiva en la Guerra de la Independencia.
Daniel Balmaceda | LA NACION
El combate de San Lorenzo, obra del artista chileno Pedro Subercaseaux
En Buenos Aires, el coronel José de San Martín fue el principal maestro de los reclutas que iban incorporándose al Cuerpo de Granaderos. Se puso al frente de los entrenamientos que durante los dos meses iniciales se llevaron a cabo en el descampado conocido con el nombre de Ranchería, en las actuales Alsina y Perú. Además del jefe, cada recluta tenía su instructor particular. El sistema de adiestramiento era al estilo francés (San Martín admiraba a Napoleón) con algunas adaptaciones hechas por el propio coronel.
Lo primero que les enseñó fue a marchar. Los aprendices de héroes recibieron una instrucción completa sobre los movimientos de las columnas y en menos de dos semanas estaban capacitados para marchar, contramarchar y realizar giros en orden. Pero a pie, ya que aún no había llegado la etapa en que se les permitiría montar. A San Martín no le gustaba saltear pasos. Recién cuando advirtió que sus hombres dominaban el movimiento coordinado, comenzó con una nueva instrucción.
La segunda etapa consistía en dominar el manejo de las armas. Los reclutas aprendieron a usar las tercerolas, es decir una arma de fuego que podría definirse como un fusil tosco que funcionaba con chispa y contaba con la bayoneta para el ataque cuerpo a cuerpo. Pero esta no fue una enseñanza muy intensiva porque San Martín no confiaba mucho en este tipo de armamento. Lo que él dominaba era el uso del sable y de la lanza. Los secretos de su empleo fueron brindados por el ilustre militar a cada uno de sus granaderos. En ese sentido, puede decirse que actuaba como un personal trainner de cada uno de sus hombres. Formaba rondas, se plantaba en el medio, convocaba a alguno de los aprendices al centro del círculo. Allí el elegido ejecutaba los movimientos de ataque y defensa enfrentando al propio comandante, quien lo corregía delante de todos.
Estas clases de esgrima y lanceo a cargo del Padre de la Patria eran de lo más provechosas. San Martín les enseñaba de qué manera colocar el cuerpo, la cabeza, el torso, las piernas, las rodillas y las manos. Incluso les explicaba el efecto de cada pegada para que de manera mecánica emplearan la más efectiva de acuerdo con la situación.
Por ejemplo, para los sables existían tres tipos de golpe. Con el plano de la hoja se infería un planchazo que provocaba al adversario un mareo y un aturdimiento que lo anulaba. La estocada con la punta se empleaba para infligir una herida profunda. El filo, en cambio, era empleado para cortar en forma completa; un brazo, una mano, una pierna o, sobre todo, una cabeza. Terminadas las lecciones en ronda, armaba parejas para que practicaran y caminaba entre ellos, marcando defectos y señalando virtudes.
Luego, ya instalados en Retiro, se ejecutaron los movimientos a caballo. El clarín o trompa sonaba y todos podían entender a la distancia cuál era la orden general. El conocimiento de los distintos sones y la disciplina, aún en los momentos críticos, salvaban vidas.
El dominio del sable terminó otorgándoles una ventaja inmensa: a medida que los realistas se enfrentaban a estos sableadores profesionales, fue aumentando el respeto que inspiraban. Aquellos guerreros fueron dignos embajadores de la hidalguía sanmartiniana.
jueves, 1 de junio de 2017
SGM: La operación Goodwood (1/2)
La batalla de tanques más grande del Ejército Británico en 25 impresionantes imágenes
Parte 1
Joris Nieuwint - War History Online
Sherman Firefly que lleva la infantería durante la operación "Goodwood", 18 de julio de 1944.
La operación Goodwood en Normandía (Francia) fue una ofensiva británica contra las fuerzas alemanas a finales de julio de 1944. Los historiadores calificaron a algunos historiadores como "la batalla más grande del tanque en la historia del ejército británico." Las fuerzas británicas desplegaron dos divisiones de infantería y tres divisiones blindadas con 1.100 tanques.
Los alemanes contrataron cuatro divisiones de infantería, tres divisiones blindadas y dos batallones de tanques pesados con 377 tanques. Las fuerzas británicas querían tomar el control de Caen en el noroeste de Francia para romper las líneas alemanas y liberar el resto del país ocupado.
Las fuerzas británicas avanzaron siete millas al este de la ciudad, pero los alemanes impidieron un avance total. Los ingleses tuvieron 3,474 bajas y perdieron 314 tanques. Los alemanes tuvieron un número desconocido de bajas, pero más de 2.500 soldados alemanes fueron capturados, y perdieron 75 a 100 tanques en la batalla.
Avro Lancaster B Mark II del 514 Squadron RAF taxi en la pista principal en Waterbeach, Cambridgeshire, para un ataque de la luz del día a las aldeas fortificadas al este de Caen, en apoyo de la ofensiva blindada del Segundo Ejército en el área de batalla de Normandía (Operación GOODWOOD).
Fotografía aérea vertical que muestra a Handley Page Halifax B Mark III, LW127 'HL-F', del Escuadrón No. 429 de la RCAF, en vuelo sobre Mondeville, Francia, después de perder todo su estribor a las bombas lanzadas por otro Halifax por encima. LW127 fue uno de los 942 aviones del Comando de Bombarderos enviados para bombardear las posiciones mantenidas por los alemanes, en apoyo del ataque del Segundo Ejército en el área de batalla de Normandía (Operación GOODWOOD), en la mañana del 18 de julio de 1944. La tripulación logró abandonar el avión Antes de que se estrellara en el área objetivo.
Fotografía aérea de reconocimiento fotográfico vertical de las acerías de Colombelles, al este de Caen, Francia, tras un ataque de la luz del día contra posiciones alemanas fortificadas por aviones del Bomber Command en la mañana del 18 de julio de 1944, en apoyo de la Operación GOODWOOD. Toda la zona de destino está tachonada con una densa concentración de cráteres y casi todos los edificios de la acería han sido destruidos.
Un tanque de Sherman y un crusader AA Mk III tanque del Staffordshire Yeomanry en Francia durante la Operación Goodwood, julio de 1944
Los tanques de Sherman que llevan la infantería esperan para avanzar en el principio de la operación 'Goodwood', Normandía, 18 de julio de 1944.
Los tanques de infantería y Sherman esperan para avanzar al inicio de la Operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944. Un Sherman Firefly está en primer plano.
Soldados de la Primera Guardia Galesa en acción cerca de Cagny durante la Operación Goodwood
Los tanques Sherman de Staffordshire Yeomanry, la 27ª Brigada Blindada, llevando infantería de la 3ª División, suben al inicio de la Operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944.
Los tanques Cromwell se mueven a través del puente de York, un puente de Bailey sobre el canal de Caen y el río de Orne, durante la operación Goodwood, 18 de julio de 1944.
Un Sherman Firefly cruza el puente de Euston sobre el Orne mientras que se mueve hasta la línea del comienzo para la operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944.
Infantería y tanques esperan para avanzar al inicio de la Operación 'Goodwood'.
Parte 1
Joris Nieuwint - War History Online
Sherman Firefly que lleva la infantería durante la operación "Goodwood", 18 de julio de 1944.
La operación Goodwood en Normandía (Francia) fue una ofensiva británica contra las fuerzas alemanas a finales de julio de 1944. Los historiadores calificaron a algunos historiadores como "la batalla más grande del tanque en la historia del ejército británico." Las fuerzas británicas desplegaron dos divisiones de infantería y tres divisiones blindadas con 1.100 tanques.
Los alemanes contrataron cuatro divisiones de infantería, tres divisiones blindadas y dos batallones de tanques pesados con 377 tanques. Las fuerzas británicas querían tomar el control de Caen en el noroeste de Francia para romper las líneas alemanas y liberar el resto del país ocupado.
Las fuerzas británicas avanzaron siete millas al este de la ciudad, pero los alemanes impidieron un avance total. Los ingleses tuvieron 3,474 bajas y perdieron 314 tanques. Los alemanes tuvieron un número desconocido de bajas, pero más de 2.500 soldados alemanes fueron capturados, y perdieron 75 a 100 tanques en la batalla.
Avro Lancaster B Mark II del 514 Squadron RAF taxi en la pista principal en Waterbeach, Cambridgeshire, para un ataque de la luz del día a las aldeas fortificadas al este de Caen, en apoyo de la ofensiva blindada del Segundo Ejército en el área de batalla de Normandía (Operación GOODWOOD).
Fotografía aérea vertical que muestra a Handley Page Halifax B Mark III, LW127 'HL-F', del Escuadrón No. 429 de la RCAF, en vuelo sobre Mondeville, Francia, después de perder todo su estribor a las bombas lanzadas por otro Halifax por encima. LW127 fue uno de los 942 aviones del Comando de Bombarderos enviados para bombardear las posiciones mantenidas por los alemanes, en apoyo del ataque del Segundo Ejército en el área de batalla de Normandía (Operación GOODWOOD), en la mañana del 18 de julio de 1944. La tripulación logró abandonar el avión Antes de que se estrellara en el área objetivo.
Fotografía aérea de reconocimiento fotográfico vertical de las acerías de Colombelles, al este de Caen, Francia, tras un ataque de la luz del día contra posiciones alemanas fortificadas por aviones del Bomber Command en la mañana del 18 de julio de 1944, en apoyo de la Operación GOODWOOD. Toda la zona de destino está tachonada con una densa concentración de cráteres y casi todos los edificios de la acería han sido destruidos.
Un tanque de Sherman y un crusader AA Mk III tanque del Staffordshire Yeomanry en Francia durante la Operación Goodwood, julio de 1944
Los tanques de Sherman que llevan la infantería esperan para avanzar en el principio de la operación 'Goodwood', Normandía, 18 de julio de 1944.
Los tanques de infantería y Sherman esperan para avanzar al inicio de la Operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944. Un Sherman Firefly está en primer plano.
Soldados de la Primera Guardia Galesa en acción cerca de Cagny durante la Operación Goodwood
Los tanques Sherman de Staffordshire Yeomanry, la 27ª Brigada Blindada, llevando infantería de la 3ª División, suben al inicio de la Operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944.
Los tanques Cromwell se mueven a través del puente de York, un puente de Bailey sobre el canal de Caen y el río de Orne, durante la operación Goodwood, 18 de julio de 1944.
Un Sherman Firefly cruza el puente de Euston sobre el Orne mientras que se mueve hasta la línea del comienzo para la operación 'Goodwood', el 18 de julio de 1944.
Infantería y tanques esperan para avanzar al inicio de la Operación 'Goodwood'.
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