miércoles, 27 de junio de 2018

JMR: El robo a la Casa de Papel argentina

El (verdadero) robo a la Casa de la Moneda fue en Buenos Aires y en 1851


Daniel Balmaceda
PARA LA NACION



La Casa de la Moneda, ubicada en la calle Balcarce, en el barrio de San Telmo Crédito: Google Maps

Una mujer desembarcó en Buenos Aires muy enojada. Llegaba desde Montevideo y estaba ofendida porque durante el trayecto había pretendido saludar dos o tres veces a Andrés Villegas. Pero el hombre no sólo no le respondía, sino que simulaba no conocerla. Era la tarde del 28 de diciembre de 1851.

Villegas -38 años, delgado- tomó su maleta y se dirigió a la Posada del Globo en el centro de la ciudad. Alquiló una habitación y firmó su ingreso con sus iniciales: AV. Se encerró en el cuarto e inició los preparativos para llevar a cabo el robo más audaz del siglo XIX.

Después de bañarse y afeitarse un poco la barba, tomó un papel de la maleta, lo dobló y lo guardó en su levita. Se colocó antiparras oscuras y un sombrero negro, de pelo, adornado con la divisa y el cintillo federal. Rosas se mantenía en el poder y Urquiza galopaba con un inmenso ejército hacia Buenos Aires.


Consiguió un caballo y partió rumbo a la Casa de la Moneda, en la calle Balcarce, barrio de San Telmo. Esa noche llovía con ganas. Buenos Aires era un desierto de fango. Empapado, el hombre comunicó a los guardias que tenía urgencia en ver al presidente de la institución, don Bernabé Escalada. Los soldados le dijeron que no estaba; pero cuando Villegas explicó que traía una carta de Su Excelencia don Juan Manuel de Rosas, le suplicaron que ingresara y uno de ellos partió a buscar al funcionario.

Agitado y preocupado por lo inapropiado del horario, Escalada estrechó la mano del misterioso visitante. Villegas se presentó: "Soy José Murillo, vengo de Palermo y traigo un despacho del gobernador". El presidente lo invitó a pasar a su escritorio, tomó la carta, la acercó al candelabro y leyó:

Señor Don Bernabé Escalada. Luego que don José Murillo le dé a usted la presente, pondrá usted a su disposición la suma de dos millones de pesos, que le serán integrados bien pronto, y encargo a usted la mayor reserva. D. Ud. Afmo. Juan Manuel de Rosas. Palermo, Diciembre 28 de 1851. A las 7.

El presidente de la Casa de la Moneda, federal hasta la médula y recto como pocos, se sobresaltó. Era la letra de Rosas, su firma y sus sellos. Pero, ¡¿cómo era posible que el gobernador abandonara los pasos burocráticos y, en un tono epistolar poco habitual, pidiera semejante suma?! El alquiler de una de las mejores esquinas de la ciudad costaba 750 pesos mensuales. Por lo tanto, los dos millones eran una suma cuantiosa.

Escalada frunció el ceño y apuntó su mirada contra Murillo (es decir, contra Villegas) en busca de explicaciones. El falso emisario estaba preparado: dijo que esa misma tarde había llegado a la residencia de Rosas en Palermo, proveniente de Ramallo, con correspondencia del general Mansilla para el gobernador. Que Rosas, delante de él, había escrito esa carta y le había ordenado cumplir la comisión ante Escalada. Que el Restaurador le había exigido actuar con premura, ya que esa misma noche debía regresar al campamento de Mansilla.

Algo importante debía estar pasando y el estricto presidente de la Casa de la Moneda se sintió partícipe de algún acto patriota. De todas maneras, no iba a quebrantar la burocracia establecida. Mandó llamar al contador Manuel Terry, al tesorero Leonardo González y al llavero Manuel Ambrosio Gutiérrez. Le explicó al visitante por qué los convocaba: "Estas formalidades, señor Murillo, deben cumplirse para sacar dinero de la Casa de la Moneda. Sin embargo, los salvajes unitarios afirman que Rosas saca todo el que quiere".

Ingresaron los empleados y Villegas debió soportar una nueva ronda de sospechas. Tratando de encontrar respuestas a la actitud poco administrativa de Rosas, los funcionarios especularon con que, tal vez, se tratara del importe que debía entregarse en esos días para pagar salarios atrasados. Se adeudaban sueldos desde agosto de 1848. El delincuente jugó su última carta: "Señores, no puedo aguardar más. Ya mismo regreso a Palermo e informaré a Su Excelencia que no he podido cumplir su comisión".

Los funcionarios se estremecieron de sólo pensar en la ira de Rosas por no haber satisfecho su pedido. Rendido, Escalada ordenó que trajeran el dinero. Dos mil billetes de mil pesos (del doble del tamaño de los actuales) fueron amontonándose en el escritorio de don Bernabé. Comenzaba a introducirlos en grandes sacos cuando Villegas interrumpió: "Disculpen, pero está lloviendo. Envueltos así, los billetes podrían mojarse". Los ingenuos reconocieron que tenía razón. Consiguieron gruesos cartones para proteger la fortuna.

Terminaron de embalarlos, Villegas tomó los sacos, saludó con apuro y caminó con prisa hacia la puerta. "¡Un momento, señor Murillo!", gritó Escalada. El estafador se frenó, sin darse vuelta. "Falta que firme el recibo. Como verá, somos muy puntillosos". Villegas soltó una carcajada y contagió a todos. El ambiente venía siendo demasiado espeso y hacía falta un poco de distensión.

Luego de escribir "Recibido por orden superior. José Murillo", el ladrón partió como un rayo en medio del aguacero, a caballo y con los dos millones. Si bien se suponía que iría a Palermo y que la misión de los hombres de la Casa de la Moneda estaba cumplida, Escalada quiso deslindar responsabilidades. No fuera cosa que José Murillo cometiera la imperdonable falta de no ir a Palermo ni a Ramallo. Escribió una nota al gobernador y ordenó que se la llevaran de inmediato.

La nota decía: "Excmo. Señor. He cumplido con la orden de V.E., que me ha entregado don José Murillo. B. De Escalada, Diciembre 28".

En Palermo, Rosas bramó de furia y envió al capitán Pedro Rodríguez a la ciudad. Se sumó el jefe de Policía Juan Moreno. "¡Las once han dado y lluvioso!", anunció la voz quebrada de un sereno, mientras el viejo Escalada transpiraba con la respuesta escrita de Rosas en sus manos. Ninguno de los funcionarios podía dar detalles de la fisonomía de Murillo porque se había mantenido casi todo el tiempo en un rincón oscuro del escritorio. Además, nunca se había quitado los anteojos oscuros que llevaba puestos.

El policía Moreno ordenó que todos guardaran el secreto de lo que había ocurrido para que Murillo no se sintiera perseguido. También dispuso vigilar todas las salidas de la ciudad. Por último, tomó nota de la numeración de los billetes. En poder del ladrón estaban los que iban del 47.001 al 49.000.

Villegas regresó a la posada, guardó los fajos en su maleta y se fue a dormir. Madrugó, tomó un atado de cien billetes y salió de compras. En el negocio del platero Carlos Lanatta cambió 100.000 por 315 onzas de oro. Una hora más tarde la policía descubrió la operación. Poco tardaron en dar con la posada. Ingresaron al cuarto -Villegas no estaba- y en la maleta encontraron el oro y el resto del dinero. Además, había un sello con las iniciales de Rosas, dos salvoconductos con la firma falsificada del gobernador y una carta, también apócrifa, en la que el Restaurador pedía que se facilitara una embarcación al portador.

Lo detuvieron esa misma mañana. Engrillado en brazos y piernas, lo llevaron a la cárcel, en el edificio del Cabildo. Confesó haber sido la persona que se llevó el dinero de la Casa de la Moneda. Dijo que se llamaba Antonio Vidal, natural de Durazno, Uruguay, y que los otros nombres los había inventado para cometer el delito. Explicó que trabajaba en el consulado de Montevideo, establecido por "el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza", y que allí había estudiado las cartas de Rosas para imitar su letra y firma. Aclaró que el dinero lo necesitaba para mantener a su familia -mujer y cinco hijos-, porque él apenas ganaba veinte pesos por mes.

Pero él no era Antonio Vidal: su verdadero nombre era Andrés Villegas. La mentira recién pudo descubrirse por la intervención de la señora ofendida que había viajado en el vapor. Esta mujer acudió a ver los hermanos de Villegas para quejarse por la poca cortesía de Andrés. Ellos, que no lo veían hace años, salieron a buscarlo por toda Buenos Aires. Cuando dieron su descripción a la Policía, los condujeron al calabozo del estafador.

El 30 de diciembre lo fusilaron en el patio de la cárcel. Villegas había llegado a Buenos Aires hacía 48 horas. Durante once fue millonario y durante treinta, preso. En su confesión aseguró que no tenía cómplices. ¿Fue un acto solitario? ¿O fue el ejecutor de un complot tramado por unitarios o urquicistas? Nunca nadie reivindicó su figura como mártir de la causa antirrosista, ni aun pocas semanas después, luego de que Urquiza despedazara al ejército del Restaurador en Caseros.


martes, 26 de junio de 2018

España: El equipamiento y tácticas de los Tercios españoles

Así iba equipado un arcabucero de los Tercios españoles

Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

Manuel P. Villatoro | ABC


  • Ni llevaban botas, ni usaban casco. Por el contrario, solían portar un equipo ligero para poder «saquear» al enemigo y se costeaban sus propios proyectiles

El arcabucero y su funciónLos arcabuceros fueron una pieza esencial de los Tercios - Archivo ABC


Si por algo son recordados los míticos Tercios españoles (herederos para muchos de las disciplinadas legiones romanas) es por haber luchado hasta la extenuación pica y espada ropera en mano. Sin embargo, y a pesar de que tradicionalmente la valentía se suele medir atendiendo a los mandobles que se reparten, también contaban en sus filas con una parte considerable de soldados que se dedicaban a hacer que cayera sobre el enemigo un torrente de plomo. Estos combatientes podían ser arcabuceros o mosqueteros (dependiendo del arma que portasen) y, a pesar de que en la época no llevaban ningún uniforme, contaban con una serie de equipo común que les convertía en inconfundibles mientras repartían plomo entre los enemigos de la Cruz de Borgoña.

Para entender la importancia de los resueltos arcabuceros y mosqueteros que formaban una parte esencial de los Tercios, es necesario retroceder en el tiempo hasta el S.XVI. Fue en esta época cuando Carlos I (V para los alemanes, más prolíficos según parece en reyes con este nombre) creó tres unidades militares para proteger las comarcas de Nápoles, Sicilia y Milán de sus enemigos. No era para menos, pues los franceses andaban por entonces enfrascados hasta el corvejón en la santa y puñetera misión de quitarnos esas regiones o, al menos, darnos algún que otro susto espada en mano.


«En mi opinión, Carlos V creó los tercios para resolver el problema administrativo de gestionar su instrumento militar: El número siempre creciente de compañías sueltas que necesitaba para defender a sus vasallos, primero de los franceses y luego contra los turcos. El cuándo es la pregunta del millón. Al parecer existe una especie de instrucción del Tesoro de 1537 que explica cómo se ha de pagar a cada hombre de los Tercios. También se dice que una disposición imperial de 1534 redistribuyó las fuerzas españolas destacadas desde antiguo en Italia en tres tercios»», explica en declaraciones a ABC el general de Infantería e historiador José María Sánchez de Toca y Catalá, coautor de «Tercios de España. La infantería legendaria.


El combate y la función del arcabucero


Los famosos Tercios luchaban en grupos considerables. En su mayoría, las unidades estaban formadas por piqueros -combatientes ataviados con una extensa lanza de entre cuatro y seis metros- apoyados por tropas de disparo. Su forma de darse de mamporros contra el enemigo era sencilla. En primer lugar, los mosqueteros arrojaban a una distancia de entre 50 y 60 metros su munición contra el enemigo.

Posteriormente, y según se acercaban los contrarios, los arcabuceros (equipados con un arma considerablemente menos potente) salían de entre las filas y les disparaban varias andanadas a unos 20 metros. Una vez realizadas todas las bajas posibles a distancia, era el momento de que compañeros demostraran su destreza en el cara a cara, acero mediante, eso sí.

La importancia de los arcabuceros dentro de los Tercios españoles era vital, pues se correspondían con uno de los elementos más ofensivos y que más bajas podían causar (a nivel de infante) dentro de la gigantesca maquinaria de combate. Tal era su efectividad que, aunque en principio su número era la tercera parte del total de las unidades, este terminó aumentado hasta el 80% en su última época.

Su importancia era vital, tanto para desmoralizar al enemigo mediante continuas descargas de pólvora, como para acabar con él. «Arcabuceros y mosqueteros señorearon los campos de batalla hasta que fueron sustituidos en el S.XVIII por los fusileros, que tenían un arma de menor calibre y más fácil de disparar», explican Fernando Martínez Laínez y Sánchez de Toca en su obra conjunta «Tercios de España. La infantería legendaria».


Batalla de Rocroi

Por otro lado, su trabajo no acababa cuando empezaba el cruce de aceros. Y es que, una vez que las picas caían sobre el enemigo, los arcabuceros se aunaban en pequeños grupos (llamados «mangas») que defendían los flancos del cuadro de piqueros. Estos grupos se destacaban por su gran movilidad.

«Aunque el ejército español podía parecer muy monolítico, pues combatían en grupos de infantería, tenían una capacidad táctica considerable, pues las mangas podían disgregarse y actuar de forma independiente, más móvil», explica, en declaraciones a ABC José Miguel Alberte, presidente de la Asociación Española de Recreación Histórica «Imperial Service» (una de las más grandes de nuestro país y colaboradora activa en la exposición itinerante del Ejército de Tierra «El Camino Español. Una cremallera en la piel de Europa»).


Bondades y sufrimientos del arcabucero


A pesar de que estos soldados eran de los combatientes mejor considerados por su utilidad y versatilidad, su vida estaba llena de oscuros y claros. Bondades y sufrimientos con los que tenían que convivir en los páramos de Flandes. Entre las desventajas de ser un arcabucero se encontraba, en primer lugar, adquirir un arma, pues en el ejército de entonces cada soldado debía costearse sus propios pertrechos.

«Las armas eran propiedad del soldado y las compraba él, Eso era un problema para los arcabuceros, que tenían que gastarse un buen dinero. Con todo, hay que tener en cuenta que los rangos y los sueldos en los Tercios se conseguían dependiendo del equipo y de lo que se aportaba al ejército. Un pica seca (el rango más bajo) no cobraba lo mismo que un coselete (equipado con armadura). Éste, por su parte, era superado por el arcabucero y, en última instancia, estaba el mosquetero», añade Alberte.

Al pagar la pólvora, los arcabuceros evitaban disparar. Este hecho provocaba que los soldados le diesen un par de vueltas a la testa antes de abrir la bolsa y soltar una considerable cantidad de monedas a cambio de un arcabuz. Era una reacción lógica, pues, como bien señala el recreador histórico, los armeros de la época hacían todas las piezas de estas armas a mano y no solían desprenderse de ellas a cambio de poco dinero. De hecho, el precio rondaba la friolera de entre 30 y 80 ducados, una inmensa cantidad para la época si se considera lo que cobraban por combatir los soldados del escalafón más bajo. «El sueldo de un pica seca [armado únicamente con una pica y un casco] era de dos ducados, mientras que el del arcabucero era de ocho», añade Alberte.

Por otro lado, el Ejército español no se rascaba precisamente el bolsillo a la hora de equipar a los arcabuceros, lo que daba lugar a situaciones absurdas (y muy españolas) en el campo de batalla. «Los mandos de los Tercios no pagaban ni alojamiento, ni comida, ni mecha, ni balas. ¿Qué sucedía? Pues lo que sucede en la actualidad, que si en tu trabajo pagas la impresión de los informes, no utilizas la impresora. Muchas veces preferían no disparar. La falta de fuego costó muchos disgustos al Ejército Español, por lo que los oficiales usaron un sistema muy nuestro: premiar a aquellos arcabuceros que disparasen más con otros dos ducados. Sin embargo, como seguían sin hacer fuego, se estableció que se daría uno más a aquellos que los responsables considerasen que disparaban más que el resto. Esto ponía sus sueldos en 11 ducados», añade el recreador.

Por otro lado, los arcabuceros carecían de un equipo defensivo pesado como el de los piqueros más veteranos, los que hacía que tuviesen muchas más posibilidades de marcharse al otro barrio si entraban en combate cuerpo a cuerpo. No obstante, contaban con poco equipaje y una mayor libertad para desplazarse en las «mangas» a través del campo de batalla, lo que hacía que tuviesen también más capacidad de rebuscar entre los cadáveres enemigos y marcharse con un buen botín (ya fuera en dinero, o en botas y ropajes –todo muy codiciado en aquellos tiempos en los que las pagas llegaban con meses de retraso). Por el contrario, los piqueros no podían disgregarse, pues su fuerza radicaba en que el enemigo no superase la barrera de filos que le ponían frente a sus narices.

lunes, 25 de junio de 2018

Pueblos originarios: La masacre de niños en Perú

Descubren en Perú los restos del mayor sacrificio de niños del mundo

En la ciudad de Chan Chan, los investigadores han encontrado restos de 140 niños y 200 llamas de hace 550 años, según National Geographic


Restos de la fosa común de niños de Perú. (Gabriel Prieto / AP)

REDACCIÓN/AGENCIAS, Barcelona
La Vanguardia


Chan Chan (Perú), es la ciudad de barro más grande del continente y durante años se ha conocido como el territorio que vio nacer una de las primeras civilizaciones de América Latina, los Chimbú. Sin embargo, ahora la urbe pasará a ser recordada por ser el lugar en el que se cometió el mayor sacrificio de niños de la América precolombina.

La revista National Geographic anunció este viernes en exclusiva, que un grupo de investigadores había descubierto en el territorio una hecatombe sin precedentes. Según explica la publicación, los arqueólogos descubrieron en la costa norte del Perú los restos óseos de 140 niños, que acompañados de 200 llama s murieron de manera simultánea hace 550 años.

La existencia de sacrificios humanos en las civilizaciones precolombinas es un hecho que se ha acreditado en diversas ocasiones gracias a las momias encontradas en los Andes. Sin embargo, según apuntan los investigadores, nunca se había dado a conocer un sacrificio de esta magnitud, que lleva oculto siglos cerca de la turística ciudad de Trujillo.



"Es complicado saber si pasó el mismo día, pero sí en el transcurso de una semana o unos pocos días", explica en la publicación el arqueólogo de la Universidad Nacional de Trujillo Gabriel Prieto, artífice del descubrimiento junto a John Verano, de la Universidad de Nueva Orleans (Estados Unidos) que iniciaron la expedición en 2011.

Según se recoge en la revista, los exámenes practicados a los restos óseos determinaron que en la hecatombe murieron a partes iguales niños y niñas de edades que oscilan entre los 6 y 15 años, aunque la mayoría tenía entre 8 y 12 años, mientras que las llamas también eran ejemplares jóvenes, de entre 6 y 9 meses.

Ante los motivos que llevaron a cometer semejante sacrificio, Prieto apunta a uqe podría tratarse posiblemente de una "respuesta desesperada" de los gobernantes Chimú frente a una inundación o riada causada por las lluvias torrenciales del fenómeno climatológico de El Niño, un evento periódico que el año pasado causó en la misma región cerca de 80.000 damnificados.


Restos óseos encontrados enla fosa común de niños de Perú (Gabriel Prieto / AP)

En este sentido y a pesar de la inexistencia de escritos de esa civilización, los investigadores sostienen que la muerte de esos niños sería una ofrenda para "aplacar la ira de los dioses" y acabar así con las lluvias que podrían haber puesto en peligro el mayor exponente arquitectónico de los Chimú.

"Ellos ofrecieron lo más importante que tenían. Por un lado, sus niños, y por otro, las llamas, el único animal de carga de la zona andina que además era un elemento importante en la dieta, ya que su carne era lo más consumido por los Chimú", explica Prieto. El sacrificio consistió en hacer un corte horizontal en el pecho que partiera el esternón por la mitad para, posiblemente, romperles la caja torácica y así quizás extraerles el corazón, "aunque eso es muy difícil de demostrar", aclaró el arqueólogo.

domingo, 24 de junio de 2018

Guerra de Vietnam: Operación Popeye y la guerra del clima

Con la Operación Popeye, el gobierno de los EE. UU. hizo del clima un instrumento de guerra

A medida que los proyectos de geoingeniería se disparan, el proyecto desclasificado es nuevamente relevante.
Por Eleanor Cummins | Popular Science




Tropas vadean un río en Vietnam.
Wikimedia Commons

Fue una tarde tropical en 1974 cuando los senadores Claiborne Pell, un demócrata de Rhode Island, y Clifford Case, un republicano de Nueva Jersey, ingresaron a las cámaras del Comité Senatorial de Relaciones Exteriores para una sesión informativa confidencial. Si bien la reunión fue etiquetada como "alto secreto", el tema en cuestión era bastante mundano: estaban allí para hablar sobre el clima.

Más específicamente, Pell, el presidente del ahora desaparecido subcomité de Océanos y Medio Ambiente Internacional, y su colega estaban a punto de conocer el verdadero alcance de una operación secreta de siembra de nubes de cinco años destinada a alargar la temporada de monzones en Vietnam, desestabilizar el enemigo, y permite que los Estados Unidos ganen la guerra.

Aunque pasó por varios nombres en su historia, la "Operación Popeye" se estancó. Su objetivo declarado, garantizar que los estadounidenses ganaran la guerra de Vietnam, nunca se realizó, pero la revelación de que el gobierno de los Estados Unidos jugó contra Dios con la guerra que altera el clima cambió la historia. La administración de Nixon se distrajo, negó y, al parecer, mintió abiertamente al Congreso, pero periodistas emprendedores publicaron historias condenatorias sobre el uso de la lluvia como arma, y ​​los documentos del Pentágono goteaban detalles clasificados como lluvia artificial. Eventualmente, el gobierno federal desclasificaría sus documentos Popeye y las leyes internacionales dirigidas a prevenir proyectos similares estarían en los libros.

Pero el público, más o menos, olvidaría que sucedió alguna vez. Dado el aumento de los proyectos de geoingeniería, tanto de los gobiernos municipales como de las empresas privadas, algunos expertos creen que Popeye es nuevamente relevante.


Un radarescopio presentado en el Compendium of Meteorology, 1951.
Imágenes de libros de Internet Archive a través de Flickr

La mayoría de los agentes de viajes recomendarían planificar su visita a Vietnam aproximadamente entre los meses de noviembre y abril. Los precios tienden a saltar durante la llamada temporada alta, pero es la única forma segura de evitar la lluvia. Y, chico, ¿hay lluvia?

Entre aproximadamente mayo y octubre, el mercurio se eleva a 90 grados y la humedad puede llegar al 90 por ciento. Pesada por el agua y revuelta por los vientos del monzón, la metrópolis norteña de Hanoi recibe típicamente 8.2 pulgadas de lluvia solo en julio, mientras que la ciudad de Ho Chi Minh en el sur, donde el monzón golpea un poco más tarde, registra un promedio de 11 pulgadas cada septiembre . (En comparación, el estado del sudoeste de Arizona recibe típicamente 8.04 pulgadas de lluvia en un año).

En la década de 1960, sin embargo, los patrones de lluvia de Vietnam no eran la preocupación de los turistas estadounidenses, tanto como los militares estadounidenses. Cuando las pruebas preliminares para la Operación Popeye comenzaron en octubre de 1966 bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, la Guerra de Vietnam había estado en marcha por más de una década (aunque todavía estaba a una década de su sombría conclusión) y más de 8,000 estadounidenses ya habían muerto. Con los métodos tradicionales fallando, el gobierno de los EE. UU. decidió mirar hacia el cielo.

"El monitoreo del tráfico de tropas y camiones en las rutas donde había llovido confirmaba sin lugar a dudas los efectos naturalmente adversos de la lluvia y la humedad acumulada sobre el esfuerzo logístico del enemigo", dijo el teniente coronel Ed Soyster a los Senadores Pell y Case, según el documento desclasificado. notas de esa reunión de 1974. La operación Popeye, continuó, tenía la intención de seguir arruinando carreteras, atascando ríos y extendiendo la cantidad de tiempo que las franjas de Vietnam no eran transitables.


El proceso de siembra de nubes se puede hacer desde un avión o con un generador en el suelo.

Wikimedia Commons

La siembra en la nube es un método para estimular artificialmente la precipitación, como la lluvia o la nieve. La práctica se cree que se originó en 1946. Al experimentar con hielo seco, Vincent Schaefer, un químico autodidacta empleado por General Electric, hizo un gran descubrimiento. Advirtió que los núcleos de condensación de las nubes -las diminutas partículas alrededor de las cuales se condensa el agua- podrían producirse artificialmente para crear lluvia y nieve. Schaefer puso a prueba su descubrimiento "sembrando" las nubes sobre las montañas Berkshire en Massachusetts y creó con éxito la precipitación. "Fue aclamado como la primera persona en hacer algo sobre el clima y no solo hablar de ello", escribió el New York Times en su obituario.

Por supuesto, el descubrimiento de Schaefer no fue recibido solo con entusiasmo. Mientras algunos soñaban con terminar con la sequía (o, como dice rotundamente el Times, asegurando Navidades blancas hasta el final de los tiempos), a otros les preocupaba que la lluvia fuera "robada", ya que los científicos sacaban la precipitación de las nubes en algunos lugares y no en otros.

Al principio, nadie parecía considerar las aplicaciones de la siembra de nubes durante la guerra, pero el 20 de marzo de 1967 comenzó la "fase operativa" de Popeye. Los pilotos y su tripulación volarían sobre regiones selectas de Vietnam con un bote de plata o yoduro de plomo, que en la década de 1960 se consideraban dos de las principales fuentes de núcleos de condensación de agua. La tripulación del avión encendería las latas y liberaría humo rico en partículas en una tormenta existente. Si todo iba bien, la sacudida de los núcleos artificiales repercutiría a través del sistema, provocando precipitaciones adicionales por la fuerza.

A pesar de los 80 años de esfuerzos de siembra de nubes, la investigación rigurosa destinada a probar (o refutar) su eficacia todavía está en marcha. Durante su sesión informativa secreta sobre Popeye, a los Senadores Pell y Case se les dijo que aunque los contribuyentes estadounidenses pagaban, sin su conocimiento, unos $ 3.6 millones al año por tales operaciones en Vietnam (o $ 23 millones por año en dólares de hoy), el éxito de Popeye " ciertamente limitado "y también fundamentalmente" no verificable

A medida que asimilaba estos hechos, procesaba todo el alcance del proyecto secreto de manipulación del tiempo de guerra, el senador Pell parecía cada vez más indignado, como se documentaba en el informe oficial de la reunión. ¿Por qué, preguntó, se mantuvo en secreto? ¿Y qué otros secretos había allí? "Lo que me preocupa", dijo Pell, "no es la lluvia per se, pero cuando abres la caja de Pandora, ¿qué sale con ella?" Cuando los detalles de la Operación Popeye se hicieron públicos dos meses después, el 19 de mayo, 1974, muchos estadounidenses, así como nuestros aliados y enemigos en el extranjero, se quedaron reflexionando sobre la misma pregunta.


Un avión, fotografiado en 1964, según los informes, se utilizó en los esfuerzos nacionales de siembra de nubes.
Wikimedia Commons

Mientras lees esto, en algún lugar, alguien probablemente esté sembrando una nube. Los funcionarios estatales y municipales siembran nubes en la Sierra Nevada cada invierno. Es una forma de ganar un poco de dinero de las estaciones de esquí que pagan por el potencial de una rociada extra de polvo. Pero también es un esfuerzo coordinado para aumentar el suministro de agua que fluye del deshielo de la nieve cada verano y saciar la sed de California y sus vecinos en la cuenca del río Colorado. Y los funcionarios locales de Wyoming a Mumbai llevan a cabo la siembra en verano para proporcionar lluvias a los agricultores. Mientras tanto, la Asociación Meteorológica de China es la operación de siembra de nubes más grande del mundo, según los informes, la creación de miles de millones de toneladas de lluvia cada año por una suma de cientos de millones de dólares.

Estos esfuerzos en tiempo de paz son perfectamente legales. Pero después de que los detalles de la Operación Popeye se hicieran públicos, los legisladores comenzaron a presionar por un tratado internacional que prohibiría que la modificación climática se usara en la guerra una vez más. Como suele ser el caso, la ley se originó en los Estados Unidos, entre las mismas personas que habían estado probando en secreto y, sin duda, se estaban beneficiando de la tecnología en primer lugar. Funcionarios de los EE. UU. Se acercaron a la ex Unión Soviética sobre un acuerdo internacional, que pasó por las Naciones Unidas en 1976 y entró en vigor en 1978.

Llamado Convenio de Modificación Ambiental, el tratado internacional prohíbe cualquier acción emprendida por fuerzas militares u otras fuerzas hostiles que podrían resultar en "terremotos, tsunamis"; un trastorno en el equilibrio ecológico de una región; cambios en los patrones climáticos (nubes, precipitaciones, ciclones de varios tipos y tormentas tornádicas); cambios en los patrones climáticos; cambios en las corrientes oceánicas; cambios en el estado de la capa de ozono; y cambios en el estado de la ionosfera. "La convención es, en efecto, tan completa que prohíbe muchas formas de modificación del clima que, al menos de acuerdo con el conocimiento disponible públicamente, aún no existen. Si bien hay un elaborado wiki de 12 pasos sobre un tornado en una botella, las tormentas no parecen ser tan fáciles de crear -o, para el caso, detenerse- en el mundo real. La siembra en la nube, siempre y cuando funcione, solo tiene éxito porque se aprovecha del clima existente, en lugar de crear nuevos frentes de tormenta desde cero.

Pero Deborah Gordon, directora del programa de energía y clima de Carnegie Endowment for International Peace, dice que la convención es en última instancia desdentada. "Ni siquiera sabes dónde mirar", dice sobre los esfuerzos actuales de manipulación del clima. "Hay una falta de transparencia en la investigación. Ni siquiera sabemos en qué está trabajando la gente. No puedes gobernar algo que no puedes ver. Y eso es para aplicaciones pacíficas. "Sin la capacidad de medir estas modificaciones, la Convención de Modificación Ambiental o cualquier otro tratado relacionado con el clima es casi imposible de hacer cumplir. "¿Cómo sabremos que no hay Operación Popeyes ... continuando o no?", Pregunta.

Dada nuestra incapacidad para monitorear estas actividades, hay motivos para preocuparse de que Estados Unidos u otras naciones puedan violar silenciosamente los términos de la convención. Pero, dice Gordon, la pregunta más apremiante es si miles de proyectos de modificación ambiental a pequeña escala que ya están en marcha eventualmente se sumarán al impacto global. "No importaba [que no hubiera transparencia], porque había muy pocos proyectos", dice Gordon sobre el siglo XX. Pero "en la última década", dice, "el aumento en la experimentación en términos de ingeniería climática no solo ha mejorado desde el punto de vista del gobierno (...) ahora se recoge en el espacio privado".

Por ejemplo, una empresa con sede en Bangalore, Kyathi Climate Modification Consultants, lidera el proyecto de captación de agua en Mumbai. Los técnicos de Kyathi fueron, a su vez, entrenados por la empresa con sede en Dakota del Norte Weather Modification Inc., que ha participado en los esfuerzos de modificación del clima de México a Marruecos. En los últimos años, dice Gordon, también hemos visto el paso más allá de los esquemas de alteración del clima dirigidos por el sector privado a los que alteran el clima. Las grandes corporaciones como Shell, así como docenas de nuevas empresas como Carbon Engineering, han desarrollado y comenzado a implementar tecnología de captura de carbono. Si bien estos proyectos en tiempo de paz están destinados solo a beneficiar a la comunidad local, se han generalizado tanto que podrían tener un efecto a escala planetaria. "Si hay suficiente modificación del clima local", pregunta, "¿en qué punto eso suma más que la suma de sus partes?"


En la década de 1960, otra operación experimental de modificación del clima estaba en marcha. Llamado Proyecto Stormfury, los militares desplegaron pilotos (en la foto) armados con yoduro de plata con la esperanza de debilitar las dañinas tormentas tropicales.

La mayoría de los funcionarios involucrados en la Operación Popeye están muertos. Y aunque la modificación climática es real (y el tema de la literatura científica), también alimenta infinitas teorías de conspiración, desde la preocupación de la era de la Guerra Fría de que los soviéticos controlarían la temperatura del globo hasta los temores actuales sobre el clima de InfoWars. blandiendo superpoderes.

Pero la verdadera preocupación, dice Gordon, es nuestro clima que cambia rápidamente y sus efectos en los sistemas mundiales de agua. Mientras Ciudad del Cabo mira hacia el final de su suministro de agua y las inundaciones y las sequías desestabilizan comunidades en todo el mundo, dice, estamos comenzando a "darnos cuenta de lo poco que sabemos sobre la atmósfera". Las nuevas tecnologías que alteran el clima continuarán surgir. Pero en lugar de brindarnos respuestas fáciles a nuestros mayores problemas, estos desarrollos deberían generar nuevas preguntas.

sábado, 23 de junio de 2018

Cruzadas: Los lazaristas, caballeros leprosos

Los Caballeros de San Lázaro, los suicidas guerreros leprosos de las Cruzadas

JORGE ALVAREZ | La Brújula Verde


Balduino IV en Montgisard rodeado de su guardia lazarista /Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A menudo parece que las órdenes de caballería se redujeran a una, la tan manida y adulterada del Temple, pero lo cierto es que hubo muchas más y una de las pioneras fue la de San Lázaro de Jerusalén.

Creada siglos antes de las Cruzadas y dedicada inicialmente a asistir a los peregrinos que acudían a los Santos Lugares, después se sumaría a las otras en lo de tomar las armas para defenderlos. Pero lo más significativo de esta institución es que, como indica su nombre, cuidaba especialmente de los leprosos, con la particularidad inaudita de que incluso los admitía en sus filas.

Es difícil hacerse una idea hoy de lo terrible que suponía sufrir ciertas enfermedades para las gentes de otros tiempos. No hablo sólo de males letales como el cólera o la Peste Negra (de cuyos fallecidos se encargaba la orden de los celitas o alexianos), sino de afecciones que, aunque no matasen al paciente, lo convertían en un proscrito, con lo que no sólo debía padecer los síntomas más o menos graves en su organismo sino que además quedaba marginado socialmente.

Hay un ejemplo muy evidente en la Historia: la lepra, cuyos síntomas resultan tan visualmente estigmatizantes que, junto con la posibilidad obvia de contagio, los enfermos eran apartados de la comunidad y/o recluidos en los llamados lazaretos.


Escudo de la orden/Imagen: Mathieu Chaine en Wikimedia Commons

La lepra, aunque actualmente no está considerada especialmente contagiosa gracias a los tratamientos, producía antaño auténtico terror por los nódulos deformantes que provocaba en la piel de quienes la padecían, confiriéndoles un aspecto terrible.

De origen bacteriológico (Mycobacterium leprae o Bacilo de Hansen), aunque relacionada con cierta predisposición genética al parecer, no se le encontró tratamiento hasta el siglo XX por lo que en otras épocas se recurrió al citado aislamiento y a la obligación, por parte del afectado, de llevar unas tablillas que debía hacer chocar entre sí para avisar de su proximidad y permitir que la gente se apartara a su paso.

Ese instrumento era conocido como tablillas de San Lázaro, porque dicho santo fue designado patrón de los leprosos y mendicantes. Y ese nombre se eligió también para bautizar a una de las órdenes hospitalarias que se dedicaba al cuidado de esos enfermos, presuntamente -según cuenta su tradición- desde que en el año 370 San Basilio Magno se proclamara maestre de una leprosería bajo la advocación de San Lázaro, aunque no sería hasta el siglo XI cuando se organizó como orden propiamente dicha.

La Primera Cruzada constituyó el contexto perfecto: Gerardo Tum, fundador de la Orden Hospitalaria y rector del hospital de San Juan de Jerusalén, puso las instalaciones a disposición del conquistador de la ciudad, Godofredo de Bouillon, quien le confirmó como maestre. Luego, se desgajó del hospital un lazareto extramuros.


Un leproso avisa de su presencia haciendo sonar las tablillas de San Lázaro / Imagen Dominio público en Wikimedia Commons

El primer documento que menciona la orden explícitamente es de 1227 (una concesión de indulgencias a quienes donen limosnas al hospital) y en 1255 una bula pontificia confirma que los lazaristas se regirán por la regla de San Agustín. Para entonces, los nuevos caballeros ya habían tomado parte en su primera batalla (Gaza, 1244), muriendo todos los participantes, y siguieron en esa línea en Mansura (1250) y otras campañas, incluyendo la defensa de San Juan de Acre ante los musulmanes.

En el año 1255 la constitución Cum a nobis promulgada por el papa Alejandro IV dotó a aquella orden hospitalaria de estructura militar, pasando entonces a regirse por la regla de San Basilio. ¿Por qué ese cambio? En realidad fue fruto de las circunstancias.

Como decía antes, una de las características insólitas de los caballeros de San Lázaro era que podían ser leprosos (aunque no participaban en la elección del Gran Maestre). Esta enfermedad, cuya infección favorecían las deplorables condiciones higiénicas de la guerra, afectaba a muchos miembros de otras órdenes militares, algo que les incapacitaba para continuar en ellas y encontraban en esta otra una alternativa para seguir con su estilo de vida como monjes guerreros.

Así parece deducirse de la lista de sucesores de Gerardo Tum (que falleció en 1120) y se corrobora en algunos fragmentos del Libro de Reyes del Reino Latino de Jerusalén, donde se especifica que los caballeros de San Juan y del Temple que hubieran contraído la lepra debían abandonar sus hábitos para tomar los lazaristas. Consecuentemente se fueron incorporando multitud de caballeros cuyo oficio, básicamente, era el de las armas, transformando o ampliando así el espíritu de su nueva orden.


Gerardo Tum, fundador de los hospitalarios/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El momento de auge de la orden tuvo lugar durante el reinado de Balduino III, joven monarca de trece años que contó con la regencia de su madre Melisenda, ya que uno de los cruzados, el rey Luis VII de Francia, se llevó consigo a su país a un grupo de caballeros lazaristas, que dieron así el salto a Europa.

Más tarde, en 1174, era coronado en Jerusalén Balduino IV, conocido como el Rey Leproso por razones obvias, a quien se atribuye la oficialización del nuevo carácter guerrero de la orden.

Balduino se hacía escoltar en sus campañas (batallas de Beqaa, Montgisard…) por un cuerpo de lazaristas que peleaban obstinadamente hasta la muerte porque al fin y al cabo ése era el destino que les esperaba en caso de derrota, ya que ningún enemigo estaba dispuesto a tener prisioneros con lepra y los ejecutaba inmediatamente.

De ahí la famosa hazaña del caballero Gismond D’Arcy, igualmente leproso, que en pleno combate y viendo que el rey había caído y era rodeado, le cubrió con su cuerpo y se cortó un brazo que arrojó a los atacantes, poniéndolos en fuga aterrorizados ante la idea de contagiarse. En su huida los islámicos abandonaron una bandera con el característico color verde mahometano, que a partir de entonces quedó asociado a la Orden de San Lázaro: una cruz de ese tono sobre fondo blanco..


Caballeros lazaristas / Imagen: st-lazarus.org.uk

Los lazaristas también pueden presumir de haber sido quienes protegieron las reliquias de la Santa Cruz que llevaba el obispo de Acre; lo hicieron en una batalla atroz, la de los Cuernos de Hattin (1187), que poco después permitiría a Saladino tomar Jerusalén.

La orden, que perdió sus posesiones en la ciudad santa, obtendría compensaciones en Acre tras su reconquista en la Tercera Cruzada, levantando un nuevo hospital y otra leprosería, y construyendo varios castillos. Se abrió un período de enriquecimiento que terminó abruptamente en 1244, cuando los cruzados recibieron una nueva y contundente derrota que supuso el exterminio de todos los lazaristas. Esta elevada mortandad entre los miembros de la orden se debía al motivo antes apuntado y se repetiría más veces a lo largo de su historia, como volvió a pasar en la defensa -y pérdida- de Acre en 1291.

Los escasos supervivientes que quedaban en Palestina se fueron a Europa, de cuyas fronteras ya no saldría la institución. Bajo la protección del monarca Felipe el Hermoso (el Capeto, no el de Borgoña) adoptó las formas que aún conserva en la actualidad, si bien no abandonaron las armas pues lucharon en el ejército de Juana de Arco.

El mayor peligro, no obstante, vino del intento del papa Inocencio VIII de unificar todas las órdenes en una bajo la adscripción a la de Malta; la Corona francesa eludió cumplir la orden de disolución y siguió manteniéndose ese vínculo entre lazaristas y reyes galos.

En la actualidad la orden sigue existiendo pero, evidentemente, ha abandonado la parte militar para centrarse en el cuidado de los enfermos; todos, no sólo los de lepra, pues de todas formas esta afección va siendo dominada y reducida poco a poco.

Fuentes: Gran Priorato de España de la Orden de San Lázaro / Leper Knights. The Order of St Lazarus of Jerusalem in England, C. 1150-1544 (David Marcombe) / Las órdenes militares: realidad e imaginario (María Dolores Burdeus, Elena Real y Joan Manuel Verdegal) / An abridged history of the Order of Saint Lazarus of Jerusalem (Charles Savona-Ventura).

viernes, 22 de junio de 2018

República Dominicana: Las mariposas asesinadas por el tirano

La trágica historia de las tres hermanas que lucharon contra la tiranía

Jorge Fernández Díaz

Jorge Fernández Díaz comenzó Pensándolo bien leyendo un artículo de Alfredo Serra que cuenta la trágica historia de las Mariposas, las tres hermanas Mirabal que fueron asesinadas por oponerse fervientemente al dictador dominicano Rafael Trujillo.



“Después de apresarlas, las condujimos al sitio cerca del abismo, donde ordené a Rojas Lora que cogiera palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas, María Teresa. Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta, Minerva, yo elegí a la más bajita y gordita, Patria, y Malleta al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas. Traté de evitar este horrendo crimen, pero no pude, porque tenía órdenes directas de Trujillo y Johnny Abbes García. De lo contrario, nos hubieran liquidado a todos”.

(Testimonio de Ciriaco de la Rosa, uno de los asesinos, ante el tribunal, junio de 1962).

“La fiesta del Chivo” (Alfaguara, 2000), es posiblemente el último gran libro de Mario Vargas Llosa. No sólo por el brillante estilo de las tres historias que contiene –y que es sólo una–: también por la reconstrucción (perfecta obra de relojería) del plan de la resistencia para matar al tirano Rafael Leónidas Trujillo, amo y señor de horca y cuchillo que gobernó a la República Dominicana desde el 16 de agosto de 1930 hasta la noche del el 30 de mayo de 1961, cuando terminó su borrachera de poder omnímodo acribillado a tiros en la carretera que une Santo Domingo con San Cristóbal. Lo mataron los conspiradores Juan Tomás Díaz (general retirado), José Román Fernández, Antonio De la Maza (en venganza: Trujillo ordenó asesinar a su hermano), y Amado García, su custodio personal.

El pueblo dominicano –que por años lo había llamado “padrecito”– respiró la primera bocanada de libertad. Nadie olvidó los miles de encarcelados, torturados, asesinados en las mazmorras del dictador. Y mucho menos al mayor y más doloroso símbolo de la resistencia: las hermanas Mirabal. Las Mariposas. María Teresa, Patria, Minerva y Bélgica Adela (Dedé) Mirabal Reyes nacieron y se criaron en un hogar rural de buen nivel económico en Ojo de Agua, municipio de Salcedo. Su padre, Enrique, exitoso hombre de negocios, las hizo estudiar como internas en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, regido por monjas españolas de la Orden Franciscanas de Jesús. Un mundo equilibrado y feliz.

Pero Trujillo habría de acabar con todo. Y también, entre tantos atropellos, con casi toda la fortuna de Enrique Mirabal.

Sus hijas, salvo Dedé, no tardaron en comprender que ese grotesco tirano cubierto de medallas falsas –se autocondecoraba– que se hacía llamar El Jefe, El Generalísimo, El Chivo (por su supuesto vigor sexual), El Padre de la Patria, tildado también El Chapita por su pecho ornado de chafalonías, sería el germen de la destrucción nacional. El Padre del Caos.

Y no tardaron en alistarse en la resistencia contra ese “enano huachafo (cursi) y criminal”, como lo definió Vargas Llosa. El grupo de oposición se llamó 14 de Junio en memoria de una fracasada insurrección contra Trujillo ese día de 1959. Pero la clandestinidad era caminar por una cuerda floja a punto de romperse.

Casi todo el país estaba controlado por el siniestro SIM (Servicio de Inteligencia Militar), cuyo máximo y más pérfido cerebro era un tal Johnny Abbes, más tarde reemplazado por el marino Cándido Torres Tejada, y al final por José (Pupo) Román Fernández, ambos militares y diestros jefes de las redes de delación y de las siniestras cárceles del Chivo.

A una de esas cárceles (La Victoria) fueron a parar varias veces dos de las hermanas Mirabal: Minerva y María Teresa, ambas casadas y madres, y también sus maridos. Todos padecieron torturas, y ellas, además, violaciones.

Pero La Bestia Negra –otro apodo de Trujillo– no estaba conforme. El 18 de mayo de 1960, las dos y sus maridos fueron juzgados “por atentar contra la seguridad del Estado dominicano” y condenados a tres años de prisión. Pero fue una trampa…

Apenas tres meses más tarde, el 9 de agosto y extrañamente, el tirano ordenó que Minerva y María Teresa fueran liberadas, pero no sus maridos. Un disfraz de generosidad para la tragedia que se incubaba: en realidad, todo estaba decidido de antemano, y paso a paso…

Primer acto. Trujillo le ordenó al general Román que mudara a los maridos de las hermanas a la cárcel de Salcedo, para evitarles el largo viaje desde sus casas hasta la cárcel de Victoria. Segundo acto.

El teniente Víctor Alicinio Peña Rivera recibe del general Román estas instrucciones, que mucho después recordará en su libro de memorias: “Hay que disponer el traslado a Puerto Plata de los esposos de las hermanas Mirabal. La justificación del traslado será el descubrimiento de armas clandestinas dirigidas al movimiento que ellas encabezan. La idea es que ellos nos ayuden a determinar si las personas apresadas son miembros de ese movimiento. Una vez terminado esto, les puedes decir que serán regresados de nuevo a Salcedo. Una vez trasladados les prepararás una emboscada en la carretera a las hermanas Mirabal. Deben morir. Se simulará un accidente automovilístico. Ese es el deseo del jefe”.

Al otro día, el cabo de policía Ciriaco de La Rosa llegó al cuartel del SIM en Santiago, pidió cuatro agentes y un vehículo, Peña Rivera designó a Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora.

El 18 y el 22 de noviembre no se atrevieron a cumplir su orden de muerte porque las hermanas “viajaban con niños”. Pero el 25 iban sólo con el chofer Rufino de la Cruz y otra de las Mirabal: Patria.

Luego de visitar a sus maridos en Puerto Plata pusieron proa a Salcedo. A sus casas. Pero cuando el jeep llegó al puente de Marapica, cuatro hombres les cruzaron un cepillo: así llamaban al Volkswagen escarabajo. Las tres hermanas, a punta de pistola, fueron obligadas a subir a ese auto: el de sus verdugos.

Los dos vehículos llegaron al patio de la casa de Minerva y María Teresa, en La Cumbre, Salcedo. Peña Rivera repartió pañuelos de seda entre sus tres compañeros, “para ahorcarlas”. Los gritos de ellas no se oyeron: la casa era de adobe y estaba forrada con madera de caoba.

Luego, aun agonizantes, las remataron a palazos. Sus cuerpos –también el del chofer–, cargados en uno de los autos. Y el auto, arrojado al fondo de un barranco para simular un accidente y atribuirle los golpes mortales.

Sucedió el 25 de noviembre de 1960. Hace cinco décadas y siete años. Minerva tenía 26 años. Patria, 30. María Teresa, 36. Entre las tres, cinco hijos.

El final no las sorprendió: siempre sospecharon que estaban condenadas a muerte. Minerva llegó a proclamar:

–¡Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte!

No se equivocó. Rafael Leónidas Trujillo murió asesinado por la resistencia apenas seis meses después. Final celebrado por la mayoría del pueblo. A pesar de vivir postrado bajo la feroz tiranía del tan atroz como ridículo personaje investigado y descripto por Mario Vargas Llosa en su novela, el asesinato de las hermanas Mirabal, las “Mariposas” (nombre en clave que usaban para sus mensajes en la resistencia), desató un ciclón de furia, odio y alegría ante el cadáver del tirano que había decidido extender su poder ad infinitum: al morir tenía 70 años, pero previó que lo sucedería su hijo Ramfis. No pudo ser: éste murió a los 40 años en un accidente en la carretera de Burgos, España.

Pero el martirio de las Mirabal no se olvidó. La fecha de su muerte fue declarada como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una provincia, una calle, una estación de subte, un monumento, un billete y hasta una nueva planta, la Salcedoa mirabaliarum, las recuerdan. Además del Museo Mirabal, que conserva sus ropas y sus habitaciones tal como estaban al morir.

También cinco películas y media docena de libros. En cuanto a los centenares de estatuas, bustos y placas con su nombre que ordenó Trujillo, nada queda. Basura de la Historia.

(Post scriptum: pero el castigo a los asesinos fue una farsa. Los instigadores y los autores materiales, condenados en junio de 1962 a treinta años de prisión… apenas cumplieron dos. Escaparon en masa aprovechando un levantamiento militar: un alto jefe les abrió la puerta de la Fortaleza Ozama, donde estaban recluidos. Y se dispersaron para siempre.)

jueves, 21 de junio de 2018

Guerra hispano-norteamericana: Carta del Jefe de la Armada española en memoria del Alte. Cervera

Carta abierta del jefe de la Armada a Ada Colau por el trato dado al almirante Cervera

por Esteban Villarejo | ABC






A continuación reproducimos la carta abierta que ha enviado el almirante jefe del Estado Mayor de la Armada Española (Ajema), Teodoro López Calderón, ante el hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona quitara la calle al almirante Pascual Cervera Topete.

Un acto en el que la alcaldesa Ada Colau tildó al almirante Cervera, fallecido en 1909, de «facha». Sí, un calificativo político que él ni siquiera conoció.

Este trato es calificado de «decepcionante» por el jefe de la Armada Española:



«La Armada, como institución secular, cuyos valores y tradiciones han sido forjados a través de una larga historia, tiene la obligación de velar por el buen nombre y el honor de sus miembros, especialmente de aquellos que se han distinguido por algún hecho relevante afrontado con dignidad y espíritu de servicio.

Recientemente, el Ayuntamiento de Barcelona ha tomado una decisión que afecta al vicealmirante D. PASCUAL CERVERA TOPETE, Comandante de la Escuadra de Operaciones de las Antillas durante los hechos que dieron lugar a la pérdida de Cuba como territorio español, que, según lo informado en los medios de comunicación, se ha basado en una evaluación negativa de la actitud del almirante que daña a su honorabilidad y respetabilidad.


El almirante Pascual Cervera

La Armada custodia las hojas de servicio de sus miembros a lo largo de la historia, en las que constan los hechos contrastados de su actividad durante sus años de servicio. Ante el calificativo dado al almirante por la autoridad del Ayuntamiento de Barcelona para justificar su decisión, aporto una breve reseña sobre este insigne marino, conforme a los datos históricos que constan en los archivos de la Armada:

Nace D. Pascual en Medina Sidonia, Cádiz, el 18 de febrero de 1839, ingresando en el Colegio Naval Militar de San Carlos (San Fernando, Cádiz) el 30 de junio de 1852, cuando sólo contaba con la edad de 13 años, y recibiendo su despacho como alférez de navío con apenas 21 años.

Si se repasa la dilatada y brillante hoja de servicios de D. Pascual Cervera Topete, no cabe duda de que pueden encontrarse evidentes signos de lealtad, valor y sacrificio para el servicio a España. La primera prueba de ello fue su ascenso a teniente de navío por méritos de guerra durante su estancia en Filipinas los primeros años de su vida militar, en la lucha contra los rebeldes malayos y en los combates que se desarrollaron durante los asaltos a los fuertes de la Cotta de Pagalugan, defendiendo a la patria y reprimiendo la piratería filipina y joloana que se llevaba por delante vidas y haciendas.

También durante su primera estancia en Filipinas levantó cartas náuticas en costas intrincadas y peligrosas, así como socorrió a náufragos y a pescadores en peligro.

De vuelta en la Península, entre 1865 y 1868 estuvo a cargo de la formación de guardiamarinas. Siendo capitán de fragata, participó activamente en la lucha cantonal, defendiendo a la Primera República española, tanto en Cartagena como en Cádiz, siendo nombrado benemérito de la Patria.

Posteriormente volvió a Filipinas, donde ejerció el mando de la corbeta “Santa Lucía”, interviniendo en acciones de guerra en Mindanao, y en 1876 fue nombrado Gobernador de la isla de Joló.

De nuevo volvió a la Península y ocupó diversos cargos en el Ministerio de Marina. En 1879 fue comandante del buque escuela de guardiamarinas y en 1880 fue nombrado Comandante Militar de Marina de Cartagena.

Posteriormente, siendo Presidente de la Comisión de construcción del acorazado “Pelayo” y durante su estancia en Francia, se le concedió la condecoración de la Legión de Honor francesa.

Entre el 14 de diciembre de 1892 y el 23 de marzo de 1893 ocupó el cargo de Ministro de Marina en un gobierno liberal presidido por Sagasta, lo que pone de manifiesto que el Almirante Cervera tenía un pensamiento ciertamente liberal para su época. En la legislatura de 1893-94 fue elegido como senador por Cádiz, siendo durante este período Jefe de la Comisión de Marina de España en Londres.

Tras este paréntesis en su carrera militar, volvió al servicio activo en puestos de la Marina y en 1896 fue nombrado Comandante General del Arsenal de la Carraca (San Fernando, Cádiz).

Pero, sobre todo, D. Pascual Cervera Topete es conocido y será recordado por el cumplimiento del deber durante la defensa de Cuba contra las pretensiones de los Estados Unidos en 1898, obedeciendo las órdenes recibidas de enfrentarse al enemigo aun conociendo la inferioridad en que se encontraba la escuadra española con respecto a la de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, lo que supuso la pérdida de la escuadra bajo su mando y de los territorios españoles en ultramar.

Tras la pérdida de la escuadra en Cuba, fue hecho prisionero por los Estados Unidos, junto con los supervivientes de las dotaciones de sus barcos. Al volver a España y tras el sobreseimiento de la causa (consejo de guerra) que se le incoara por la pérdida de la escuadra en Cuba, en la legislatura de 1903-04 fue nombrado senador vitalicio.

En 1902 se le dio el primer cargo público después de la Guerra, Jefe de Estado Mayor Central de la Armada, al que seguirían, en años siguientes, el de miembro del Consejo Supremo de Guerra y Marina; Capitán General del Departamento Marítimo del Ferrol; Jefe de la Jurisdicción  Central y Presidente de la Junta de Adjudicación de los barcos de la nueva escuadra en proyecto.

Falleció en Puerto Real (Cádiz) el 3 de abril de 1909, habiendo alcanzado el grado de vicealmirante. Desde el 19 de junio de 1916 sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), al considerarse que D. Pascual Cervera Topete fue un héroe para la historia.

 Por otra parte y ya ajeno al contenido de su hoja de servicios, el respeto que el almirante Cervera despertó en sus antiguos enemigos está patente en lugares a miles de kilómetros de España:

 Las dos ciudades más importantes de la República de Cuba exhiben bustos del almirante Cervera, sin ningún tipo de complejo. Uno se encuentra en el Castillo del Morro de Santiago de Cuba (desde 2005) y el otro en el Castillo de la Real Fuerza, de La Habana (desde 2012).

En 2015 el gobierno cubano organizó un homenaje a los marinos españoles caídos en la Guerra de 1898, en la costa oriental de Cuba. A 12 metros de profundidad, en el pecio donde reposan los restos hundidos del Crucero “Almirante Oquendo” se colocó una tarja (lápida) de bronce, y dos submarinistas, uno catalán y otro vasco, depositaron una corona de laurel alrededor de la misma, como reconocimiento de los cubanos a los marinos españoles muertos en el combate contra la Marina de los Estados Unidos.

Para la Armada ha sido decepcionante el trato y el calificativo dado al almirante Cervera por la autoridad municipal de Barcelona, ciudad de gran tradición marinera y muy vinculada a la Armada, con la que siempre ha mantenido una relación de afecto y cooperación cercana».

AG. Teodoro López Calderón

miércoles, 20 de junio de 2018

Arqueología naval: El Prinz August Wilhelm autohundido en Colombia durante la PGM

La increíble disputa detrás del naufragio de un lujoso buque alemán en el Caribe colombiano durante la Primera Guerra Mundial

El Prinz August Wilhelm fue hundido en Puerto Colombia por su misma tripulación, cuando recién se iniciaba la conflagración mundial y el país caribeño era tironeado de ambos lados de la contienda para que abandonara su neutralidad
Por Adriana Chica | Infobae



Hace 100 años, el estallido de la Primera Guerra Mundial cambió el rumbo del vapor alemán Prinz August Wilhelm (PAW) hacia aguas del municipio de Puerto Colombia, donde jamás volvió a zarpar. Los restos de su naufragio reposan cubiertos de corales a 18 metros de profundidad, donde por décadas se escondió la disputa política entre Estados Unidos y Alemania, que hizo que Colombia, sin querer, terminara tomando partido en el conflicto bélico en el que se había declarado neutral.


Cuando Alemania se convierte en la potencia enemiga de todos, el PAW queda atrapado de este lado del mundo, fondeado en la bahía de Santa Marta. Solo, porque sus barcos hermanos de la compañía alemana Hamburg Amerikanische Packetfahrt Actien Gesellschaft (HAPAG) habían sido vendidos a la Hamburg American Line y se refugiaban en el puerto de Nueva York; entonces, Estados Unidos mantenía su neutralidad en la guerra.

La historia da un nuevo giro con la destrucción del barco Lusitania frente a las costas de Irlanda, el 7 de mayo de 1915, por el ataque de un submarino alemán. El hundimiento se produjo en 18 minutos, acabando con 1.198 vidas, 123 de ellas norteamericanas. Ese fue el desencadenante de la entrada de Estados Unidos al conflicto, que como primera tarea creó la agencia naviera USS Shipping Board, cuya misión era apropiarse de las embarcaciones alemanas y austriacas refugiadas en las costas neutrales del Caribe y Suramérica.


El vapor alemán Prinz August Wilhelm fue hundido en Puerto Colombia por su misma tripulación en 1918, para evitar caer en manos enemigas durante la I Guerra Mundial.

Y ahí estaba el PAW, en uno de esos puertos, desde el 11 de noviembre de 1915. Las naves militares inglesas, francesas y estadounidenses empezaron a custodiarlo para apresarlo. Sabiéndose en peligro, el capitán August De Wall da vuelta al timón hasta llegar al muelle de Puerto Colombia, donde se sentía respaldado por la gran colonia alemana asentada en Barranquilla, a solo unos minutos del pueblo costero.

Lo que no sabía la tripulación del vapor alemán era que este ya había sido negociado a USS Shipping Board. Pero Alemania no permitiría que su embarcación quedara en manos enemigas. Al enterarse de que miembros de la agencia naviera habían llegado a Barranquilla el 21 de abril de 1918, el embajador alemán en Colombia entra en comunicación con su cónsul en la ciudad, Paul Grosser, quien a la vez da la orden al capitán de destruir su navío.

Así, la noche del lunes 22 de abril de 1918, dos tripulantes del PAW, Josef Sperer y Francisco Capell, ciudadanos alemanes, prenden fuego a la zona de mando, y sueltan las válvulas para que el barco se aleje del muelle y finalmente se hunda, a 500 metros de la punta del muelle de Puerto Colombia. El mismo capitán De Wall lo contó a la prensa de esa época.

"Mi tripulación consta de 19 marineros, cuatro de los cuales son compatriotas suyos. No se vaya a creer que el buque fue incendiado en el propio sitio donde se hallaba anclado. Listo el combustible, hice soltar las amarras. La brisa sacó el buque hacia afuera, lado izquierdo del muelle y a una distancia de una milla; seguro de no perjudicar en ninguna forma al puerto, ordené que se produjera el incendio. Las maderas del buque estaban resecas, con poca cantidad de petróleo en pisos y muros bastó para que el Prinz August se hundiera rápidamente", describió.

La prensa de la época publicó el suceso por varios meses.

Desde antes del suceso, Colombia había sido presionada por Francia e Inglaterra para destruir la antena inalámbrica del vapor alemán, acusado de ser espía. Supuestamente enviaba información a su gobierno sobre los barcos que ingresaban y salían de los puertos colombianos. Y que así también se hiciera con el resto de las embarcaciones alemanas: quitarles las baterías del área de control para interrumpir las comunicaciones.

Estados Unidos, incluso, instó a Colombia para que entregara al PAW. Pero el país no accedió, pues seguía latente el resentimiento por la separación de Panamá en 1903; orquestada por el gobierno de Theodore Roosevelt, luego de que el Congreso de la República que recién ingresaba no aprobara el tratado Herrán-Hay con el que los norteamericanos pretendían construir el canal de Panamá.


Fotografía donde se observa el pedazo del vapor alemán que quedó sin hundirse sobre la superficie del mar.

Sin embargo, la noche del incendio el barco encalló en un banco de arena y solo quedó sumergido el 50% del mismo, dejando al descubierto el plan. Con ello, Colombia tuvo que apresar a su capitán y tripulantes, quienes por varios meses estuvieron recluidos en una cárcel del municipio. Mientras que Estados Unidos presionaba para declarar a todo ciudadano alemán como un peligro para la sociedad. Finalmente, los marineros fueron eximidos y dejados en libertad. Y muchos rehicieron su vida en el modesto pueblo.

Reconstrucción del fragmento de historia bajo el mar

Durante décadas, esta increíble historia quedó escondida entre los restos coralinos del naufragio, ubicado a 1.700 metros de la punta del muelle de Puerto Colombia, a una profundidad de unos 18 metros, porque la sedimentación del río Magdalena que llega a esas aguas del Caribe no le permitió más. Era conocido en el pueblo porteño como 'El Alemán', muchos habitantes no sabían nada de él más que las piezas rescatadas que servían de adorno en sus casas.

Hasta que un buzo se interesó en el "oasis" que se había formado en los restos del barco, donde convive un extraordinario ecosistema marino que no se ve en otra parte de estos mares, tan cerca de la orilla. Se trata de Enrique Yidi, un empresario barranquillero que, en medio de una recolección de caracoles en todo el litoral Caribe, encontró 70 especies solo en ese lugar. "Entre el lodo que trae el río Magdalena, era algo insólito para un área tan pequeña, recolecté más de los que había hallado en todo el departamento", dice.


Los restos del vapor alemán están cubiertos por colares a 18 metros de profundidad.

Se propuso entonces investigar a 'El Alemán'. Le valió la lectura de más de 15.000 periódicos de Colombia y Nueva York de la época para reconstruir la bitácora del vapor alemán a quien ya le tenía un nombre: Prinz August Wilhelm, el mejor y más lujoso barco que había tocado puerto colombiano. Diseñado con las últimas tecnologías de ese entonces, con comunicación inalámbrica y más de 2 mil toneladas de metales preciosos; de aproximadamente 5.000 toneladas, en el que podían viajar hasta 791 pasajeros.

El PAW realizó su viaje inaugural el 26 de mayo de 1903, destinado al transporte de carga y personas, con ruta de Hamburgo-Nueva York-El Caribe. "Era el que traía el correo internacional, que eran cartas y postales. El barco, incluso, tuvo dentro un negocio de estampillas", cuenta Yidi. Y en cada uno de sus recorridos, mil historias iba dejando: las tormentas que amenazaron con hundirlo, el tiburón que casi devora a uno de sus pasajeros, el asesinato a bordo, los rescates de naufragios, y otras tantas que quedaron consignadas en el libro 'De la Gloria al Olvido', de coautoría con Álvaro Mendoza.


Estampilla encontrada en el Prinz August Wilhelm.

Pero de ese esplendor ya no queda casi nada. Muchos objetos fueron saqueados por los mismos porteños y luego comprados por Yidi para recuperarlos. Mientras buzos y pescadores desbalijaron las tuberías de bronce y cobre, y otras piezas de plata para venderlas a chatarrerías por un precio irrisorio. Las piedras preciosas, por supuesto, fueron robadas. Y todo ello comienza porque el barco no se hunde en su totalidad.

Las autoridades recomendaron cortarlo y desvalijarlo porque representaba un peligro para la navegación. "Eso genera un malestar porque complica la actividad portuaria de la ciudad. De hecho, existe una demanda de un ciudadano donde exige a la cancillería colombiana que pida una indemnización al gobierno alemán por los daños de ese naufragio", explica el arqueólogo Juan Guillermo Martin, quien desde 2015 realiza un estudio oceanográfico con un equipo de científicos de la Universidad del Norte, para determinar los procesos de deterioro y conservación del PAW.


Algunas de las piezas rescatadas del naufragio, que tienen más de 100 años.

Del barco fueron rescatadas más de 700 piezas, entre cerámicas y porcelana, elementos cartográficos, numismáticos (monedas y medallas), filatélicos (estampillas, sellos, postales, telegramas), vajillas (platos, tazas, cubiertos, copas), entre otros. Pero del exfolio al que aun sobrevive le aparecen otras amenazas naturales. Además de las malas prácticas de pesca, que incluyen explosivos que han deteriorado la estructura, aclara Martin, director del museo Mapuka.

"Hicimos una revisión de las condiciones oceanográficas de Puerto Colombia para evaluar el impacto de la corriente en el naufragio y el resto de la bahía. Encontramos que el barco está en un proceso de deterioro por la fuerte corriente que debilita la proa, hasta que termine partiéndose", explica el arqueólogo. La misma corriente que ha ocasionado más de seis desplomes al muelle de Puerto Colombia, dejando en pie solo 769 metros de su estructura en dos pedazos, de los 1.219 que tenía originalmente. Y a esto se le suma la erosión, que, según los investigadores, en cinco años lo romperá.


El arqueólogo Juan Guillermo Martin (derecha) se dispone para iniciar uno de los monitoreos a los restos del naufragio para evaluar su estado de conservación.

El equipo de científicos monitorea periódicamente el desarrollo de estos daños para poder encontrar una solución integral que permita conservar este fragmento de historia que custodia el mar, y que al cumplir los 100 años de su hundimiento el pasado 22 de abril se convirtió en patrimonio cultural sumergido de Colombia. Aunque para los porteños siempre será la evidencia material de que por Puerto Colombia entró la modernidad al país.