domingo, 31 de mayo de 2020

SGM: Una polémica sobre quién ganó la guerra

Una polémica que persiste, 75 años después: ¿quién ganó realmente la Segunda Guerra Mundial?


Dos generaciones separan al conflicto más brutal en la historia de la humanidad con las realidades y penurias del mundo actual. Pero todavía hoy los antiguos aliados que derrotaron al nazismo intentan resaltar sus propias contribuciones a la victoria y relativizar las de los demás

Por Germán Padinger || Infobae
gpadinger@infobae.com





Íconos, postales y viñetas del fin de la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial no se peleó solamente en las llanuras de Europa del Este, las playas francesas, los desiertos del Magreb ni en las aguas del Pacífico. También fue combatida en el campo de las imágenes y los símbolos, de la mano de la propaganda. Desde la bandera roja de la Unión Soviética flameando sobre el Reichstag, en una Berlín arrasada, hasta la tricolor de Estados Unidos levantada sobre el Monte Suribachi, en lo alto de Iwo Jima, pasando por las tropas anglo-estadounidenses y soviéticas abrazándose en el río Elba, cuando las dos pinzas del avance aliado se encontraron en el corazón de Alemania.

En siglo de la comunicación de masas, de la radio, y poco después, también de la televisión y finalmente internet, a la guerra no sólo había que ganarla en el campo de batalla. También había que mostrar esa victoria y, en definitiva, “venderla” al gran público, especialmente al actual, para el cual la experiencia del conflicto sólo podía ser imaginada.

Aunque la URSS, Estados Unidos y el Reino Unido lideraron una amplia coalición de países que soportaron el ataque de Alemania, Italia y Japón, y luego finalmente derrotaron a las potencias del Eje, el quiebre ideológico que vino luego, dentro de lo que se conocería como “Guerra Fría”, desató una nueva contienda imágenes, símbolos y discursos en la que el objetivo parecía ser acreditarse la mayor responsabilidad en el triunfo sobre el nazismo y, en menor medida, el imperialismo japonés.

En un principio no fue así. En la inmediata posguerra, las “Naciones Unidas” habían triunfado en conjunto sobre las agresiones del nazismo, el fascismo y el militarismo japonés. Para los pueblos que habían soportado los largos años del conflicto, que éste hubiera terminado era muchísimo más importante que intentar analizar cuál de los ejércitos aliados había hecho más por llegar a esa conclusión.

Pero la división tajante de Europa en dos esferas de influencia, y los sucesivos alineamientos del mundo entero en torno a las dos superpotencias emergentes de la Segunda Guerra Mundial, motivaron una ola de propaganda contrastante, en la que cada bando exageró sus contribuciones y relativizó las del ex aliado, ahora rival.

La caída de la URSS, en 1991, pareció enfriar un poco el duelo propagandístico, por cuanto Rusia, heredera legal del imperio soviético, estaba demasiado preocupada por reconstruir su economía, alimentar a su pueblo y refundar un nuevo país que, necesariamente, debía quemar al menos algunas de las bases del anterior.


Tropas soviéticas en las ruinas de Stalingrado (waralbum.ru)

Pero en las dos últimas décadas, con una Rusia ya estabilizada, la atención se volcó nuevamente a la “Gran Guerra Patriótica”, como se llamó, y aún llama, a la Segunda Guerra Mundial en este país, casi como mito fundante del estado soviético/ruso moderno.

Los rusos de hoy, así, están convencidos de que fue la URSS la que ganó casi en soledad la Segunda Guerra Mundial, pues su contribución fue superior a la de cualquier otro país. Sin la ayuda de Estados Unidos y el Reino Unido, aún así hubieran derrotado a Hitler, considera el 63% de la población de acuerdo a una muestra reciente del Levada Center.

Estados Unidos no tuvo un recreo como el de Rusia en los noventa en su consideración de la Segunda Guerra Mundial. En este país el mito de la “generación dorada”, los hombres y, en menor medida, mujeres que marcharon a pelear en Europa y en el Pacífico por la democracia y la libertad, sigue siendo sagrado, y el cine se ha encargado de mantener la llama viva y de sugerir que fue Estados Unidos el principal contribuyente a la derrota del nazismo.

La propaganda estadounidense ha calado hondo en gran parte de Occidente, de acuerdo a la consultora francesa Ifop. En mayo de 1945, poco después de la rendición alemana, Ifop preguntó a los franceses qué país, en su consideración, había hecho más por ganar la guerra. El 57% respondió que la URSS, seguida por un 20% que mencionó a Estados Unidos y un 12% al Reino Unido.

En 1994, y una generación después, se repitió la consulta y esta vez Estados Unidos salió como el principal vencedor, para el 48% de los que respondieron, seguido por la URSS (25%) y el Reino Unido (16%). Y en 2004 la pregunta fue hecha de nuevo y por última vez: el 58% señaló a Estados Unidos, mientras que sólo el 20% mencionó a la URSS.

Pero entonces, ¿cuáles son los argumentos y criterios que esgrimen uno y otro bando para alzarse como el gran campeón que enterró la lanza en la serpiente fascista? Los hay muchos y de todo tipo, desde el balance de muertes sufridas e inflingidas, hasta

¿Rusia y los países de la ex Unión Soviética ganaron la guerra?


Se estima que entre 50 y 80 millones de personas, entre militares y civiles, murieron durante los seis años a los que comúnmente se circunscribe la Segunda Guerra Mundial, entre 1939 y 1945.


Soldados soviéticos operan un cañón antitanque en las afueras de Moscú, en 1941 (Deutsches Bundesarchiv)

De este escalofriante total, entre 20 y 27 millones eran ciudadanos de la URSS, contabilizando soldados y civiles, muertos en combate, en matanzas o por enfermedades. Más que ningún otro país beligerante.

Alemania, en comparación, sufrió la muerte de entre 6 y 7 millones de personas, también entre militares y civiles.

De acuerdo al historiador alemán Rüdiger Overmans, que en el año 2000 revisó las estimaciones de muertes en su país, del total mencionado 5.318.000 decesos corresponden a la Wehrmacht, la fuerza armada de la Alemania Nazi.

Entre estos, se cree que 3,5 millones murieron en el frente oriental, peleando contra la URSS, unos 740.000 perecieron en combate contra las tropas angloestadounidenses en el frente occidental, y el resto murió en otros teatros de la guerra.

Este es el principal argumento sostenido por la URSS en la posguerra, y luego por Rusia, de su contribución capital a la victoria en la guerra, y se basa en números duros y contundentes. Nadie sufrió tanto pelenado contra los alemanes, nadie les causó tanto daño.

Detrás de esos números, además, hay una destrucción a una escala nunca antes vista en la historia de la humanidad. Alemania y sus aliados invadieron la URSS en junio de 1941 con más de tres millones de soldados, avanzaron destruyendo ciudades ante un ejército Rojo que se retiraba dejando “tierra arrasada”, hasta contraatacar en Moscú a fines de ese mismo año.

Pero aunque la escala es apocalíptica, estos números no son concluyentes y centrarse sólo en la hecatombre, sin contexto, impide ver elementos estratégicos, logísticos y operaciones en la que fue, después de de todo, una guerra de material.

¿Estados Unidos y el Reino Unido ganaron la guerra?


Los aliados occidentales no tienen elementos para discutir el sacrificio desproporcionado realizado por la URSS, ni en el daño generado por ésta a la Wehrmacht. Pero esto no quiere decir que no puedan defender su enorme contribución al esfuerzo bélico que terminó por derrotar a Alemania.


Winston Churchill, Franklin Roosevelt y Josef Stalin durante la conferencia de Yalta, en 1945 (Wikipedia)

Aunque tanto la URSS como Estados Unidos llegaron a la guerra apenas en 1941 (en junio y diciembre, respectivamente), el Reino Unido ya estaba combatiendo desde 1939 en el Océano Atlántico y en 1940 había sido superado y envuelto por los alemanes en Francia, tras lo cual se vio forzado a la evacuación.

Pero Alemana sufrió su primera derrota durante la Batalla de Inglaterra, una campaña de bombardeo estratégico sobre las islas británicas destinada allanar el camino para una invasión o bien doblegar la resistencia del pueblo británico hasta su rendición.

Fue en junio de 1940 y ninguno de los dos objetivos se cumplieron, por lo que la fulminante victoria en Francia, esa culminación de la Bewegungskrieg (guerra de movimiento) y la Kesselschlacht (batallas de envolvimiento) que encandilaron al mundo, acabó en un fracaso estratégico: las potencias occidentales no habían sido sacadas de combate, eliminando la posibilidad de una guerra en dos frentes.

Más importante aún, aunque el ejército del Reino Unido había sido categóricamente derrotado y su Real Fuerza Aérea había quedado al borde del colapso durante la Batalla de Inglaterra, la marina real, muy superior a la alemana, seguía casi intacta.

Esto significó que el acceso de Gran Bretaña a sus colonias y los recursos nunca se cortó, ni siquiera en los mejores años de la fuerza submarina alemana.

Que el Reino Unido siguiera en juego significaba que Alemania debería siempre cubrirse su retaguardia y que nunca podría acceder a las vías marítimas internacionales para abastecerse de alimento y materias primas. El mineral de hierro que le proveyó Suecia y el petróleo de Rumania nunca fueron suficientes para mantener a la Wehrmacht. La solución a su escasez crónica de mano de obra y de comida, en cambio, debió buscarla en la Unión Soviética.

Como señala el historiador James Holland, la Batalla del Atlántico, los combates aeronavales por el control de las líneas marítimas de suministro, involucró a una pequeña fracción del total de hombres y máquinas que confluyeron en la hecatombe del Frente Oriental, pero sus implicancias estratégicas son imposibles de ignorar.

Además de cerrar efectivamente el mundo a los alemanes, los británicos y luego también los estadounidenses jugaron tres roles adicionales en los primeros años de la guerra.


Soldados soviéticos desfilando en Moscú

En primer lugar, proveyeron de alimentos, pertrechos y armamentos a la URSS, a través de convoyes que cubrían la ruta del Ártico y del Pacífico, en sus momentos más difíciles, cuando los soviéticos no paraba de ceder territorio y soldados al avances alemán, con Leningrado (hoy San Petersburgo) y Stalingrado (hoy Volgogrado) bajo asedio, Kiev y Sebastopol perdidas y una Moscú que se había salvado de milagro.

Estados Unidos destinó el 15% de su gasto militar en toda la guerra a los envíos a sus aliados, 20% del cual llegó a la URSS, o un total de 11.300 millones de dólares (unos 113.000 millones de dólares actuales), bajo la ley de préstamos y arriendos.

De acuerdo a cifras oficiales soviéticas, citadas por el historiador Robert Munting en su artículo Lend-Lease and the Soviet War Effort (Préstamo y Arriendo y el esfuerzo bélico soviético), publicado en el Journal of Contemporary History, el 12% del total de aviones, el 10% del total de tanques y poco menos del 2% de la artillería usados durante la guerra provenía de las potencias occidentales.

Quizás no se se trata de una ayuda determinante en el gran marco del conflicto, pero llegó cuando se necesitaba y los soviéticos apreciaban especialmente los tanques M4 Sherman recibidos de Estados Unidos, algunos de los cuales entraron en Berlín durante los últimos combates de 1945, y los cazabombarderos Bell P-39 Aircobra. También los soldados rusos, ucranianos y bielorrusos, entre otros, celebraban la lujosa comida enlatada que venía desde occidente y que hacía décadas que no probaban en cantidad: leche, carne y dulces.

En segundo lugar, a partir de 1941 pero más aún desde 1943 mantuvieron una presión constante sobre la industria alemana, con bombardeos en masa diarios sobre las principales ciudades del país. Aunque la efectividad de esta enorme campaña aérea aún es discutida, ya que la producción industrial germana no pareció sufrir nunca lo esperado, estos ataques desviaron la atención del frente oriental y forzaron a los alemanes a desplegar recursos en el oeste, especialmente aviones de combate, que necesitaban en el este. La matanza de civiles, como en Hamburgo o Dresden, fue también perturbadora, aunque sin llegar a forzar a los alemanes a la rendición.

Finalmente, Estados Unidos y el Reino Unido superaron categóricamente a Alemania en el plano de la inteligencia y la contrainteligencia. Los aliados lograron descifrar los principales códigos alemanes, escuchar con impunidad las comunicaciones alemanas y desarticular las redes de espionaje nazi en sus territorios, transformando a la mayoría de los agentes en doble agentes.


Buques, tropas y pertrechos en la costa Normandía, en junio de 1944 (AFP)

La guerra de la información fue ganada en Occidente pero sus frutos, en parte, compartidos en Oriente, como cuando los soviéticos fueron alertados por los británicos del día y hora del ataque alemán sobre las defensas rusas en torno a Kursk, la fallida Operación Zitadelle que se convertiría en la batalla de tanques más grande de la historia y uno de los principales puntos de inflexión de la guerra.

Además de esas tres contribuciones, los angloestadounidenses invadieron Italia en septiembre de 1943 y abrieron el esperado segundo frente en Francia el 6 de junio de 1944, luego de la Operación Overlord.

A partir de entonces, las dos tenazas del avance aliado comenzaron a cerrarse sobre Berlín desde Oeste y Este.

Ciertamente, el despliegue de soldados aliados en el oeste, y las bajas inflingidas a los alemanes, son incomparables con las registradas en el Frente Oriental, donde además las mejores unidades de Alemania fueron enviadas y, finalmente destruidas.

Pero la apertura del segundo frente forzó a los alemanes a retirar tropas del frente ruso y enviarlas al oeste.

De hecho, que la invasión angloestadounidense de Francia fuera una preocupación tan grande para alemanes y soviéticos, que la venían solicitando desde 1942 para aliviar la presión sobre sus ejércitos, muestra su importancia estratégica más allá de los números.

El líder supremo de la URSS, Josef Stalin, había pedido desesperadamente en 1942 la invasión de Europa Occidental por parte de Estados Unidos, el Reino Unido y sus aliados.


Tropas estadounidenses en Iwo Jima (Reuters)

Esto no ocurrió, y en la conferencia de 1943 en Teherán entre Stalin, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill, los “tres grandes” finalmente acordaron que la invasión tendría lugar en mayo de 1944.

Los soviéticos nunca perdonaron a sus aliados circunstanciales por retrasar por dos años la invasión. Lo vieron como una traición deliberada y en gran parte la razón por la que sus bajas fueron tan grandes. Finalmente, creyeron que cuando las tropas llegaron a normandía en junio de 1944, la URSS ya había soportado lo peor del ataque alemán y estaba ahora en condiciones de responder con superioridad.

¿China ganó la guerra?

La historia reciente de la República Popular China ha llevado al olvido y la relativización del esfuerzo bélico del gigante asiático durante la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, la República que fue agredida por los japoneses en 1937 estaba controlada por el líder nacionalista Chiang Kai Shek, jefe del partido Kuomintang, a su vez enemigo acérrimo de las fuerzas comunistas de Mao Tse tung.

Comunistas y nacionalistas debieron suspender el conflicto civil en el que estaban trenzados para dar cuenta de la amenaza japonesa, y durante los años siguientes las tropas de Chiang Kai Shek libraron enormes combates y sufrieron enormes pérdidas.

La población china, también. Se estima que el país sufrió entre 15 y 20 millones de muertes durante el conflicto, una cifra sólo superada por la URSS. Entre estas cerca de tres millones de los caídos fueron soldados, entre 7 y 8 millones fueron civiles, y el resto perecieron por la hambruna y la enfermedad.

La delicada situación política dentro de China significó que Chiang Kai Shek mantuvo un vínculo cercano con Estados Unidos y el Reino Unido (con cuyos líderes se reunió en Egipto en 1942), pero casi inexistente con la URSS, que apoyaba a las fuerzas comunistas de Mao.

Como en la posguerra éstas finalmente ganaron la guerra civil, expulsaron a los nacionalistas (que se retiraron a Taiwán) y tomaron las riendas del país, hubo pocos incentivos para celebrar el esfuerzo bélico del Kuomintag, los enemigos vencidos, contra Japón. Beijing no celebró su victoria en la Segunda Guerra Mundial, que le valió un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, sino hasta décadas después y tras la muerte de Mao, y aún así lo ha hecho muy tímidamente.


El hongo nuclear sobre Hiroshima (Universal History Archive/UIG/Shutterstock)

China, por supuesto, no participó el teatro europeo de operaciones y sólo combatió contra los japoneses. Aunque utilizando el criterio soviético, su sacrificio en vidas humanas la convierte en contendiente al país que más contribuyó al fin de la guerra.

Pero aunque su participación también tuvo un valor estratégico, manteniendo ocupadas a la mayor parte de las fuerzas terrestres japonesas del ejército de Kwantung, mientras su marina y fuerza aérea lidiaba con los estadounidenses, China nunca hubiera podido imponerse sobre Japón sin la ayuda de Estados Unidos y, en menor medida, el Reino Unido.

Después de todo, fueron las tropas estadounidenses las que protagonizaron la ofensiva final sobre la islas japonesas y las que luego utilizaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, una polémica que sobrevive hasta nuestros tiempos. Las bombas fueron lanzadas por aviones Boeing B29, cada uno tripulado por apenas 11 personas.

Pero, ¿podría Estados Unidos haber derrotado al Imperio Japonés si éste no hubiera tenido trancado el grueso de su ejército y buena parte de sus recursos en la guerra con China? ¿Podrían Estados Unidos y el Reino Unido haber invadido la Europa ocupada por Alemania y llegado hasta Berlín, si esta no hubiera estado abocada con la mayor parte de su esfuerzo bélico en el Frente Oriental?

Y, al mismo tiempo, ¿podría la URSS, que casi sucumbe en 1941 y sufrió una sangría descomunal, haber frenado por sí sola la invasión alemana, para luego pasar a la ofensiva y capturar Berlín, sin la ayuda logística recibida de Occidente, la presión de los bombardeos estratégicos sobre ciudades alemanes, el bloqueo de recursos en el Atlántico y la posterior invasión en Francia de los angloestadounidenses?

Lo mismo podría decirse, quizás, de cualquiera de las grandes potencias que se unieron para frenar el avance del Eje, un alianza antinatural tan necesaria como compleja en sus dimensiones tácticas, logísticas, operacionales y estratégicas.

sábado, 30 de mayo de 2020

Guerra de Corea: El piloto naval que combatió un MiG soviético y tuvo que mantenerlo en secreto

Durante más de 50 años, el piloto de combate de la Armada nunca le dijo a nadie sobre derribar en secreto aviones rusos


War is Boring



El Capitán de Marina retirado E. Royce Williams ha estado guardando un secreto por más de 50 años.

Para sus amigos, familiares y otras personas con las que sirvió, Williams era conocido como un piloto de combate condecorado, que dirigió una exitosa carrera en la Marina, donde sirvió durante más de 30 años y voló en más de 220 misiones en Corea y Vietnam.

Sin embargo, incluso su esposa no sabía lo que había hecho el 18 de noviembre de 1952.

Esa mañana, Williams continuó lo que se había convertido en una rutina diaria para él cuando era un joven piloto de la Marina estacionado a bordo del USS Oriskany en la costa de Corea durante la Guerra de Corea; volando su avión de combate F9F-5 Panther sobre los cielos de Corea del Norte para atacar objetivos en apoyo de las operaciones en tierra. En esta mañana en particular, la única diferencia era que los objetivos estaban más al norte de lo habitual, cerca de la frontera del país con la Unión Soviética.

A pesar de una tormenta de nieve con fuertes vientos y nieve, Williams dijo que la misión comenzó con éxito, con pequeñas cantidades de fuego antiaéreo. Sin embargo, no habían contado con la base soviética cercana para notar su presencia. En cuestión de minutos, los soviéticos fueron a cuartos generales y revolvieron siete cazas MiG-15 para reaccionar ante la situación.

"Nuestro centro de información de combate nos notificó que había bogeys entrantes", dijo Williams. "Vi siete estelas provenientes del norte y las identifiqué como MiG".

Una vez que los MiG pasaron por encima de Williams y su acompañante, dieron vueltas y se dividieron en dos grupos: cuatro a la derecha y tres a la izquierda. Williams perdió de vista el avión y se le ordenó acercarse al grupo de ataque para protegerlo en caso de que los soviéticos atacaran.

Fue entonces cuando volvieron a Williams.

"Volvieron y comenzaron a disparar", dijo Williams. "Desde que comenzaron la pelea, respondí".

Williams se enganchó rápidamente a uno de los aviones y lo golpeó, observando cómo se incendiaba y se hinchaba el humo al descender. Su ayudante lo siguió, dejando a Williams solo con los MiG restantes.

En otro momento intenso, Williams pudo esquivar el fuego de las armas y disparar, derribando a otro MiG, dejando a dos de los cuatro originales en la lucha.

"Estoy a la defensiva, en realidad no les estoy declarando la guerra", dijo Williams.

Mientras seguía maniobrando para evitar ser alcanzado por los cientos de balas disparadas, uno de los pilotos soviéticos cometió un grave error, poniendo su avión directamente en la mira de Williams. Aprovechó la oportunidad y abrió fuego, derribando un tercer MiG.

En otro giro, Williams sintió que su avión temblaba violentamente cuando fue golpeado por un cañón de 37 mm de MiG, rasgando agujeros en su fuselaje y explotando, dejando su avión severamente dañado.

Mientras lucha por mantenerse en la pelea, algo más sale mal: Williams se queda sin municiones.

Los MiG restantes siguieron a Williams mientras convertía su avión dañado en la tormenta, usando los fuertes vientos para protegerse de las rondas entrantes mientras se dirigía a toda velocidad hacia su fuerza de tarea.

"Pude ver las balas viniendo sobre mí y debajo de mí", dijo Williams.

A medida que se acercaba a la fuerza de tarea, los MiG restantes se retiraron rápidamente, suponiendo que Williams probablemente no volvería a Oriskany debido a daños severos. Williams sabía que si se eyectaba, terminaría muerto de frío antes de que pudiera ser rescatado, y sus comunicaciones ahora se cortaron debido al daño causado a su avión. No tuvo más remedio que intentar un aterrizaje.

Para empeorar las cosas, el grupo de trabajo había ido a cuartos generales con órdenes de abrir fuego contra cualquier avión no identificado; Como Williams no podía comunicarse con ellos, abrieron fuego contra su avión y afortunadamente se detuvieron una vez que se acercó lo suficiente como para identificarse.

Su Panther no pudo reducir la velocidad o se estancaría, lo que obligó a Williams a aterrizar a 200 millas por hora. De alguna manera, todavía podía atrapar un cable en la cubierta de vuelo y salió ileso.

Al día siguiente, la tripulación inspeccionó su Panther y encontró 263 agujeros en el avión.

"Te sorprenderías, fue casi como una misión de entrenamiento", dijo Williams, relatando la historia. "Estaba bastante estable".

Poco después de regresar, Williams recibió la orden de reunirse con su almirante y un representante de una nueva agencia gubernamental: la Agencia de Seguridad Nacional. La NSA había estado probando nuevos equipos de comunicaciones que estaban interceptando las conversaciones de radio de los soviéticos, y sabían que si se hacía público algún detalle de la misión de Williams, los soviéticos sabrían que Estados Unidos podía escuchar sus comunicaciones. Por lo tanto, a Williams se le ordenó que no le contara a nadie sobre su misión: estaba clasificada como Top Secret.

Durante el resto de su exitosa carrera en la Marina, y durante décadas después de la jubilación, los detalles de la pelea de Williams con los MiG soviéticos sobre Corea del Norte permanecieron en secreto.

Cuando finalmente fue contactado por el gobierno y le dijeron que su misión había sido desclasificada, la primera persona que Williams dijo que le dijo fue su esposa.

Story by Austin Rooney - Defense Media Activity (Historia publicada originalmente en 2018) 

viernes, 29 de mayo de 2020

PGM: Campbell, el prisionero que fue liberado para ver a su madre y volver a prisión luego

Un ejemplo extremo de honor y humanidad durante la Primera Guerra Mundial 

Javier Sanz || Historias de la Historia

El piloto alemán de combate Gustav Rödel, que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial en la Luftwaffe, repetía una y otra vez a sus subordinados:

Para sobrevivir moralmente a una guerra se debe combatir con honor y humanidad; de no ser así, no seréis capaces de vivir con vosotros mismos el resto de vuestros días.

Y ambos requisitos, honor y humanidad, se dieron en esta historia de la Primera Guerra Mundial.



Robert Campbell-Guillermo II

Pocas semanas después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el capitán del ejército británico Robert Campbell se encontraba al mando del Primer Regimiento East Surrey en una posición cercana al Canal de Mons-Condé, en el noroeste de Francia, cuando sus tropas fueron atacadas por el ejército alemán. Durante el combate, el joven capitán de 29 años fue gravemente herido y capturado, siendo trasladado a un hospital militar, donde fue tratado de sus heridas antes de ser enviado al campo de prisioneros de guerra de Magdeburg, en Alemania. Después de dos años internamiento, Campbell recibió una carta con una terrible noticia: su madre, Louise, padecía cáncer y le quedaba poco tiempo de vida. En un intento desesperado de poder ver a su madre moribunda una última vez, escribió una carta al mismísimo Káiser Guillermo II explicándole la situación y rogándole que, por motivos humanitarios, le permitiera visitar a su madre y despedirse de ella. Y aunque lo normal es que aquella carta no hubiese llegado a su destino o que no hubiese obtenido respuesta, el Káiser contestó… y contestó afirmativamente. Le permitiría regresar a su casa en Gravesend, en el condado de Kent, para visitar a su madre con una condición…
Campbell debería dar su palabra de caballero y de oficial del Ejército Británico de que, finalizada la visita, volvería al campo de prisioneros.

Robert Campbell dio su palabra de honor al Káiser. Con la mediación de la Embajada de los Estados Unidos -recordemos que permanecería neutral hasta el 6 de abril de 1917-, el 7 de noviembre de 1916 llegaba a Inglaterra para estar con su madre y despedirse de ella. Terminado el tiempo acordado, una semana, regresó al campo de prisioneros de Magdeburg, cumpliendo con su palabra de caballero. Su madre Louise falleció en febrero de 1917… justo cuando Robert y otros prisioneros estaban terminando el túnel por el que, poco más tarde, lograron escapar, aunque fueron capturados cerca de la frontera de los Países Bajos y enviados de vuelta al campo. Allí permaneció hasta que terminó la guerra en 1918.

La humanidad de Guillermo II y el honor de Robert Campbell dieron lugar a esta historia, tan extraordinaria como atípica… ayer y hoy.

jueves, 28 de mayo de 2020

Argentina: El clan Anchorena

Los Anchorena

Revisionistas




Escudo de armas de la familia Anchorena

Un trabajo titulado Linaje Ortiz de Rozas, de Manuel Alfredo Soaje Pinto, publicado en Genealogía, la revista del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas (1979), no consigna el parentesco entre aquél linaje y los Anchorena. Se repite hasta el cansancio la versión de que Tomás Manuel de Anchorena era primo de Juan Manuel de Rosas, si bien, volvemos a repetir, todavía no hemos podido verificar en árbol genealógico alguno esa unión familiar.

El marxista Juan José Sebreli –devenido, en su época, en ocasional columnista televisivo del liberal Mariano Grondona-, explica en De Buenos Aires y su gente (1982) lo siguiente: “El carácter mítico de esta familia (Anchorena) hace que se tejan diversas leyendas a su alrededor, y se la vincule frecuentemente con otros mitos. No podía faltar por supuesto el mito del “origen judío”. He oído la versión fantástica de que los tres hermanos Anchorena –Juan José, Tomás y Nicolás-, eran hijos de comerciantes portugueses judíos, y que habían sido salvados de un naufragio donde murieron los verdaderos padres, siendo recogidos en Buenos Aires por Juan Esteban Anchorena, quien los habría adoptado y dado el apellido (…).

“La leyenda de los Anchorena judíos es recogida en nuestros días por José María Rosa y Manuel Antón, quienes en el proyecto del filme sobre Juan Manuel de Rosas pensaron en el periodista judío Jacobo Timerman para interpretar a Tomás Manuel de Anchorena.

“El carácter imaginario del judaísmo de los Anchorena –sigue diciendo Sebreli- no excluye, por otra parte, la posibilidad de un auténtico origen sefardita, ya que como ha sido demostrado por numerosos historiadores, la mayoría de las familias tradicionales argentinas tienen ese origen, que desconocen o tratan de ocultar
”.

Estos conceptos resultan interesantes, a pesar de que el autor (Sebreli), quien publicó la obra por primera vez en 1964, era un activísimo militante marxista que seguía a Jean-Paul Sastre y al masón Ezequiel Martínez Estrada. Al referirse a la familia Anchorena, lo hace desde una posición que busca, indudablemente, la lucha de clases y, de paso, vituperar las figuras de Juan Manuel de Rosas y Juan Domingo Perón.

Tomás Manuel de Anchorena surge en nuestra historia como el más conocido de los de su estirpe, en primer término porque fue uno de los que apoyó la Revolución de Mayo de 1810, y porque además puso su firma en la Declaración de nuestra independencia en julio de 1816. Fue un fiel servidor durante la Santa Federación desempeñándose como Ministro de Relaciones Exteriores en el primer gobierno de Rosas (1829-1832). Murió en pleno segundo gobierno de Rosas, en el año 1847.

Sobre su origen supuestamente sefardí (judío), no hay constancias. El escritor Eduardo Fernández Olguin, autor de Un precursor de Mayo. El doctor Tomás Manuel de Anchorena, sugiere que éste tuvo por padre a “don Juan Esteban de Anchorena, acaudalado comerciante natural de la Navarra, en la península española, y doña Ramona López de Anaya, oriunda de Buenos Aires”. Nada nos dice sobre la adopción que habría tenido Tomás Manuel de parte de Juan Esteban Anchorena, como afirma Juan José Sebreli.

El hermano de Tomás, Nicolás Anchorena, tuvo una actitud muy ruin, pues una vez caído Juan Manuel de Rosas en 1852, no dudó en mostrarse como partidario del general Justo José de Urquiza, olvidando su apoyo dado al Restaurador. No será el único que traicionaría a Rosas: varios oficiales de sus ejércitos se afiliarían, tras la batalla de Caseros, a la Masonería.

El anonimato de los Anchorena

Hay que rescatar algo que sigue insinuando Juan José Sebreli respecto de los Anchorena, y es su anonimato…aunque siempre estén detrás de las máximas decisiones políticas y económicas. Dice así:

“El gran ruido que en el folklore cotidiano han hecho siempre los Anchorena, contrasta con el discreto silencio con que pasan por la historia oficial. Silencio que contrasta aún más si tenemos en cuenta que, en una burguesía como la nuestra, sin títulos nobiliarios, la necesidad de rescatar un pasado prestigioso, y a veces también de justificar una pensión estatal, lleva a la transfiguración de algún ascendiente más o menos destacado en “prócer de la patria”, a través de biografías apologéticas encargadas a algún escriba a sueldo. Los antiguos ricos se transforman en medallas. Es así como desde Bartolomé Mitre, el género biográfico fue la gran moda de la historiografía argentina (…).

“El interés de los Anchorena por pasar inadvertidos, por ocultar las huellas de un pasado no siempre reivindicable, los ha llevado, por ejemplo, a presionar sobre Pradere para que guillotinara de su Iconografía de Rosas las hojas con caricaturas de Tomás de Anchorena. Quedan de la versión original solamente una docena de ejemplares que escaparon a la autocensura, y que constituyen una verdadera rareza de bibliófilo”,

Sigue explicando Sebreli acerca de esta actitud típica de las familias patricias que desde siempre se han mantenido en las sombras:

“Los Anchorena nunca han gastado dinero en pagar libros que recuerden a sus antecesores. (…) A los Anchorena no les interesa la publicidad, no les conviene que se recuerde el origen poco prestigioso de su dinero, y tampoco les interesa que las demás clases los vean como los verdaderos responsables del poder político y social del país. Siempre han ejercido un poder oculto e ilimitado, como el de la electricidad subterránea, y su propia invisibilidad es la base de su fuerza, ya que les permite pasar inadvertidos ante la opinión pública quien distraídamente ejerce su crítica en otros poderes o en otros personajes más aparentes y superficiales”.

Este ocultamiento de sus arcas familiares pudo haber sido el motivo por el cual los Anchorena, salvo Tomás Manuel, no hayan querido ostentar cargos públicos. Nicolás Anchorena renunció varias veces para ejercer como Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo. Los descendientes de los Anchorena más renombrados, prefirieron abocarse a sus actividades comerciales o de haciendas, desechando las posibilidades de figurar como gobernadores, secretarios, ministros o diputados, es decir, en cargos de importancia. Tal vez, una excepción a la regla la brinda Manuel de Anchorena, embajador de Juan Perón en 1973-1974, o sino el mismo Tomás Anchorena que fue funcionario en el viejo Consulado virreinal.

Continuando con este aspecto, Sebreli agrega que “la documentación existente sobre los Anchorena en el Archivo General de la Nación o está escrita en clave o es de lo más anodina e inofensiva; la documentación que verdaderamente importa permanece, sin duda, oculta en archivos secretos, en gavetas familiares, en viejos arcones, y la mayor parte ha sido destruida”.

Miserias de algunos Anchorena

Un testimonio interesante surge de una conferencia que dio el 4 de agosto de 1932 Josefina Molina y Anchorena, hablando en contra de la ley de divorcio que se discutía por entonces en el Congreso de la Nación. Decía esta mujer Anchorena: “La prolongación material de la estirpe supone la existencia de algo que le sirve para mantenerse, para no perecer de hambre: necesita una posibilidad económica, y ésta, dado el carácter de la familia –institución que se prolonga, que no muere- ha de tener también carácter estable. De ahí que la misma noción de familia esté íntimamente vinculada a la noción de propiedad raíz y a la de herencia”. Como vemos, a mayor sostén material y económico, mayor será el beneficio y el prestigio de la institución familiar, sin importar cómo o de qué manera se acrecienta dicho materialismo.

El diario de humor político “El Mosquito” sacó un número en 1867 en el que aparecía retratado un Anchorena con toda su fama de derrochador y multimillonario. Este Anchorena proponía empedrar las calles de Buenos Aires con sus onzas de oro, en lugar de bloques de adoquines. Este ejemplo es gracioso pero denota una realidad que se propaga en los ámbitos populares.

No fue gracioso, en cambio, lo que ocurrió con un ‘dandy’ llamado Fabián Tomás Gómez y Anchorena (1850-1918), el cual jugó toda su fortuna personal para morir pobremente en Santiago del Estero. El escritor revisionista Carlos Ibarguren, escribió sobre sus comilonas y derroches en Europa:

“(…) el opulento manirroto argentino dilapidaba millones en París, entregado al goce de la vida. En su casa de Faubourg Saint Honoré, puesta con magnificencia –que fuera de la Condesa de Montijo, madre de la proscripta Emperatriz Eugenia y de Paca Duquesa de Alba-; en su palco de la Ópera, en los restaurantes lujosos, casinos, hipódromos, teatros y cabarets de moda; en los corsos del “Bois de Boulogne” y en espléndido yate “Enriqueta”, fondeado en el Sena: el dadivoso “rastacuer” sudamericano, veíase a la cabeza de un enjambre elegante de aprovechados adulones y de hetairas de alto precio”.

En 1880, Fabián Gómez y Anchorena se encontraba en Madrid, España, cortejando a “una dama de rancio linaje: María Luisa Fernández de Henestrosa y Pérez de Barradas”, hija de marqueses ibéricos. Para esa misma fecha, Gómez y Anchorena se había hecho tanta fama de dispendioso que cada vez que salía del lujoso palacio que tenía en Madrid, los mendigos lo acosaban cuando salía del mismo. “Recurrió entonces –dice Sebreli- a la treta de vestir a un mucamo con su ropa. Las aglomeraciones de mendigos alrededor del mucamo disfrazado de Anchorena eran tan grandes que una mañana apareció en la calle su cadáver destrozado”.

Otra “proeza” de Fabián Tomás Gómez y Anchorena fue que institucionalizó la limosna, “instalando una oficina donde cada semana los mendigos iban a cobrar un jornal”. Patético.

Aarón de Anchorena, primo de Fabián Tomás Gómez y Anchorena, se ganó una despreciable fama en los banquetes que celebraba en los hoteles más refinados de Europa. Cada vez que terminaba alguno de ellos, tiraba una vajilla de plata a un perro para que la destrozara con sus dientes y fuerza.

Sin reparar en la pobreza de las clases populares de Argentina, los Anchorena se hicieron odiar tremendamente. “Se cuenta de un Anchorena que cuando un pobre le pedía una limosna, le recomendaba comer pasto. Cuando murió, los pobres arrojaron fardos de pasto al paso de su cortejo fúnebre”, apunta Sebreli.

Desarreglos en la Isla Victoria

Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos, nacido en 1877 y fallecido en 1965, era hijo de Nicolás Anchorena. Perteneciente a la aristocracia porteña, fue aviador, estanciero y practicó una vida donde ser ‘dandy’ era la regla.

Lo vemos en 1902 llegando a la inhóspita isla Victoria, en las aguas del lago Nahuel Huapi, Provincia de Neuquén, donde sus ínfulas de superado le permitieron hacer perdurables desarreglos al hábitat de la zona. En sociedad con Pedro Luro, personalidad fundadora de la actual Mar del Plata, introdujo especies animales y vegetales que dañaron notablemente el ecosistema.



Puerto Anchorena en la Isla Victoria, Pcia. del Neuquén, Argentina

De los primeros, el paisaje de la isla Victoria fue obligado a convivir con jabalíes, ciervos colorados y dama-dama, especies que se reproducen con suma rapidez, lo que va de suyo la alteración del hábitat y el que sean considerados desde inicios del siglo XX bajo el mote o clasificación de plagas. Debe contemplarse, además, que los ciervos saben nadar, por lo tanto no solamente se vio afectado el ecosistema de la isla Victoria sino también el de sus alrededores. Tan gravísimo error, el cual más de cien años después sigue dando qué hablar, se parece al acontecido en el año 1888 en Carcarañá, Provincia de Santa Fe, donde fueron soltadas por primera vez las liebres, que, a partir de entonces, se reprodujeron a gusto.

En el mundo vegetal, la introducción del pino también acusó terribles consecuencias, pues dicha especie es invasiva y no deja reproducir a la flora restante debido a la acidez con que nutre los suelos (baja del ph). Sumado a lo dicho, tenemos el agravante de que las semillas de los pinares se desparramaron con facilidad hacia otros lugares por los fuertes vientos. Incurrimos, entonces, en el nombramiento de otra “hazaña” de la sociedad Anchorena-Luro. Al cabo de varios años, en 1924 más precisamente, el Estado tomó conocimiento de las lamentables condiciones en que se hallaban unas 32 hectáreas de la isla Victoria, situación que motivó la creación de un gran vivero para regenerar la flora perdida por la pésima iniciativa de Aarón Anchorena tiempo atrás.

Este vivero fue concebido por el Ministro de Agricultura de la Nación, Tomás Le Breton (1868-1959), teniendo por ayudante al perito Pablo Gross. El establecimiento recibió el nombre oficial de Antiguo Vivero, dentro del cual se plantaron unas 500 especies –entre autóctonas y foráneas-, y que perduraría hasta el año 1964, aunque la intención de efectuar una vuelta a la flora original ha seguido en pie.

Con tal de combatir los pinos plantados por Anchorena y Luro, se procedió a la plantación de las siguientes especies: picea de Serbia, ciprés de Monterrey, abeto griego, cedro africano, pino del Himalaya, sorbus (de origen europeo) y sugi (japonés), entre otras. En cuanto a las especies autóctonas, se plantó maitén, pañil, sequoias, arrayanes, etc. Actualmente, estos últimos ejemplares una vez que crecen son llevados a un sector de guarda para resguardarlos de la depredación de los ciervos.

¡Cuántas historias se habrán ocultado de la familia oligárquica Anchorena! Todavía resta un gran trabajo revisionista por delante, aunque la documentación más sensible de los Anchorena puede que esté guardado en rincones inaccesibles y hasta peligrosos para el investigador insaciable.

Referencias


(1) La versión oral más acorde a la hora de encontrar un parentesco entre los hermanos Anchorena y Juan Manuel de Rosas, es aquella que los posiciona como “primos segundos”.
(2) Comúnmente denominado gamo, el dama dama pertenece a la familia de los cérvidos, guardando similitud con el ciervo común.
(3) Unos 200 ciervos comunes y dama dama pueden llegar a procrear 2 mil ejemplares.
(4) Este proceso lleva por nombre “acidificación del suelo”.

Por Gabriel O. Turone

lunes, 25 de mayo de 2020

Japón medieval: El clan Takeda

Clan Takeda

W&W



Hideo Takeda, batalla en el río Fuji.



Batalla de Nagashino, una pantalla pintada de los siglos XVII-XVIII.

Batalla de Nagashino, (1575)

Batalla de Nobunaga Oda (1534–1582) y su aliado Ieyasu Tokugawa (1543–1616) con Takeda Natsunori, alrededor de la fortaleza estratégica de Nagashino. En este encuentro, las fuerzas de Tokugawa y Nobunaga Oda fueron las primeras en confiar principalmente en la potencia de fuego en masa en forma de armamentos occidentales, ayudando a transformar la guerra de los samuráis mientras empujaban a ambas casas a la hegemonía sobre Japón.

Ieyasu Tokugawa había forjado una alianza familiar con los Takedas, cuyos territorios limitaban con los suyos en el centro de Honshu. Se casó con un hijo y una hija en la casa Takeda en la década de 1560, pero en el mundo de las alianzas cambiantes y la guerra constante que caracterizó a Japón en ese momento, la alianza se desmoronó rápidamente. Los Takedas pronto estuvieron nuevamente en guerra con los Tokugawa.

La muerte del anciano Takeda (Shingen) en 1573, a manos de un francotirador en batalla, colocó a su hijo Natsunori a la cabeza de la casa Takeda. La creciente fortuna de los Tokugawa los había convertido en feroces rivales de los Takedas, y cuando en 1575 un traidor a Tokugawa se ofreció a entregar el castillo vitalmente estratégico de Ozaki a los Takedas, Natsunori Takeda aprovechó la oportunidad. Ozaki era la capital de la provincia de Mikawa, el corazón del territorio de Tokugawa, y su castillo estaba custodiado por el propio hijo de Tokugawa.

Takeda lideró una fuerza de 15,000 guerreros en lo que se esperaba que fuera una toma casi sin sangre del Castillo de Ozaki. En cambio, descubrieron en el camino que la traición había sido descubierta por Tokugawa. En lugar de enfrentarse a una humillante retirada, Takeda optó por enviar a sus tropas contra la fortaleza cercana de Nagashino, otro castillo estratégico ubicado en la convergencia de tres ríos y protegiendo la entrada a las provincias de Mikawa y Totomi.

Takeda comenzó su asedio al castillo en mayo de 1575, pero aún no tuvo éxito cuando llegó la noticia de que las fuerzas de ayuda dirigidas por Tokugawa y Oda estaban en camino. Takeda optó por mantenerse firme cerca de Nagashino y enfrentarse a los ejércitos aliados que se aproximaban, aunque sus fuerzas superaban en número a más de dos a uno. En la Batalla de Nagashino en junio de 1575, el mayor número de la alianza y, lo que es más importante, una potencia de fuego abrumadora, incluido el fuego de volea de mosquete por rangos alternos (la primera vez que se sabe que esta técnica se empleó en la guerra), se llevó el día. Takeda perdió casi dos tercios de sus hombres y generales, y el clan de Takeda, mortalmente herido, se quedaría solo hasta 1582, cuando fue invadido definitivamente.

Referencias y lecturas adicionales: Parker, Geoffrey. La revolución militar: innovación militar y el ascenso de Occidente, 1500-1800. Cambridge, Reino Unido: Cambridge University Press, 1988. Sadler, A. L. The Maker of Modern Japan: The Life of Tokugawa Ieyasu. Tokio: Charles E. Tuttle, 1937.

ENLACE

Los Takeda eran descendientes del emperador Seiwa (858-876) y son una rama del clan Minamoto (Seiwa Genji), de Minamoto no Yoshimitsu (1056-1127), hermano del Chinjufu-shogun Minamoto no Yoshiie (1039-1106). Minamoto no Yoshikiyo (c. 1075 - c. 1149), hijo de Yoshimitsu, fue el primero en tomar el nombre de Takeda.

Durante gran parte del período Sengoku, las provincias controladas por el Dagoyo Sengoku estuvieron bastante bien definidas y gobernaron como una unidad económica estable. Hay poca evidencia de guerra civil dentro de estos territorios, excepto donde estaban involucrados los sectarios Ikko-ikki. La guerra tendía a limitarse a enfrentamientos entre daimyo, particularmente en áreas sensibles donde se encontraban dos territorios. Así, la frontera entre las tierras de Takeda, Uesugi y Hojo fue frecuentemente disputada. Kawanakajima, un área de llanura que efectivamente era tierra de nadie para Takeda y Uesugi, vio no menos de cinco batallas en sus campos. Fueron tales conflictos, junto con su lejanía geográfica de la capital, los que actuaron como contrapeso a cualquier pretensión que estos daimyo pudieran haber tenido para convertirse en Shogun. Muchos poseían el poder militar necesario, pero pocos estaban destinados a ejercerlo en esta dirección.



Shingen Takeda, (1521-1573)

Un destacado señor de la guerra (daimyo) del período Sengoku de Japón ("la era del país en guerra"). Shingen Takeda nació Harunobu Takeda en 1521, el hijo mayor de Katsuyori Takeda, gobernante de la provincia de Kai en el centro-norte de Japón. El joven Takeda derrocó a su padre en 1541 y se instaló como el shugo provincial (gobernador militar). Luego se embarcó en la conquista de la vecina provincia de Shinano, que estaba asegurada en 1555. Sin embargo, esta acción lo llevó a un conflicto directo con Kenshin Uesugi (1530-1578) de la provincia de Eichigo, otra figura militar joven y dinámica. Durante casi dos décadas, los dos líderes se enfrentaron en el campo de batalla de Kawanakajima, con encuentros especialmente severos en 1553, 1554, 1556 y 1563.

Finalmente, ninguna de las partes pudo obtener una ventaja decisiva sobre la otra, y ambas volvieron sus ambiciones territoriales a otra parte. Durante este período, Takeda se afeitó la cabeza, se convirtió en sacerdote budista y asumió el nombre más familiar de Shingen.

En este momento, Japón estaba lleno de conflictos mientras las principales familias de samuráis luchaban por el control del país. En 1568, Takeda atacó a la familia Imagawa y la condujo desde la provincia de Surguga. Sin embargo, el equilibrio de poder siempre cambiante lo obligó a aliarse con las familias Hojo, Asakura y Asai para oponerse a la creciente fuerza de Nobunaga Oda. En 1573, Takeda atacó a las fuerzas combinadas de Oda y su sustituto, Ieyasu Tokugawa, en Mikatagahara, expulsándolos del campo. Esta derrota tuvo el efecto de inducir al debilitado shogun, Yoshiaki Ashikaga, a denunciar a Oda, una hazaña que finalmente llevó a la caída del shogunato. Sin embargo, Takeda se distrajo por los acontecimientos en otros lugares y, al no seguir esta impresionante victoria, permitió que sus enemigos se consolidaran.

En la primavera de 1573, Takeda volvió a avanzar contra Tokugawa y asedió uno de sus castillos en Noda. Los acontecimientos no están claros, pero murió de enfermedad o de una herida de bala el 13 de mayo de 1573. El clan Takeda no sobrevivió a su fallecimiento y Oda lo eliminó como amenaza militar en Nagashino en 1575.

Más allá de su destreza militar, Takeda también fue reconocido por sus habilidades administrativas y organizativas. Puso a la provincia de Kai en un orden muy alto de eficiencia y fue considerado cariñosamente por la población. Takeda también fue celebrado por su caligrafía y poesía, astucia militar y capacidad para grandes actos de caballería y crueldad.

Los ejércitos del Sengoku Jidai

Los ejércitos del Sengoku Jidai fueron manifestaciones de la estructura social feudal de Japón, que giraba en torno a parientes y vasallos. El jefe del clan y su ejército era el daimyo, traducido literalmente como "gran nombre". Fue apoyado por el kashindan. Estos eran un grupo de parientes y retenedores de sangre asociados con lazos familiares, matrimonio, juramentos filiales y vasallaje hereditario. A los criados se les dio tierra para gobernar y se esperaba que proporcionaran apoyo militar en tiempos de guerra.

Un ejército permanente era poco común, pero se popularizó durante los últimos años del Sengoku Jidai. Durante la mayor parte del período, los ejércitos estaban compuestos por agricultores que necesitaban retirarse durante las temporadas de siembra y cosecha. Combatir una campaña durante los períodos de inactividad ofrecería a los campesinos la oportunidad de obtener ingresos adicionales del saqueo y posiblemente ser promovidos a samurai.

Por lo general, cuando se emitía un llamado a las armas, se requería que cada samurai terrateniente reuniera una cantidad predeterminada de tropas y equipo en función de su riqueza. Las tropas de toda la provincia convergerían en un lugar designado donde se reorganizarían en batallones empuñando armamento similar y comenzarían a practicar simulacros. El daimyo determinó la cadena de mando para la campaña. Los retenedores prominentes actuarían como bushō (general). Se nombraría un taishō (mariscal de campo, comandante en jefe) si el daimyō no tenía la intención de asumir el papel él mismo.
Cada general comandaba una división compuesta por batallones especializados de caballería, misiles y tropas cuerpo a cuerpo reunidas de sus feudos. Estas tropas solo eran leales a su señor directo y al daimyo, no al taishō u otros generales. Para reflejar esto, los comandantes japoneses que no están asignados como Comandante en Jefe se clasifican como Aliados Generales. Sus unidades no pueden recibir ningún efecto de comando de otros generales excepto el C-in-C.

Los japoneses manejaban una variedad de armas, las más prominentes eran la katana (espada), yari (lanza), naginata (arma de asta), yumi (arco) y teppō (cerradura). Contrariamente a las representaciones populares, la katana era solo un arma secundaria y el yari era el arma de elección debido a su alcance y versatilidad. Todas las clases de soldados, desde el humilde ashigaru hasta el samurai de élite, llevaban una armadura de construcción laminar.

Antes de 1530, los samuráis montados utilizarían principalmente arcos, similares a otros de la caballería del este asiático. El cambio a las tácticas de yari y shock ocurrió alrededor de la década de 1530, pionero del clan Takeda.

La principal fuerza de combate era el samurai de pie, aumentado por ashigaru. Debido al terreno accidentado, los japoneses utilizaron formaciones sueltas y la lucha se realizó de hombre a hombre, como se muestra en las artes marciales y las películas de samurai. Por lo tanto, se clasifican como guerreros.

En 1543, los comerciantes portugueses introdujeron las armas de fuego (teppō) a los japoneses. Se desplegó la infantería Teppō ashigaru, pero no había suficientes armas de fuego disponibles para equipar unidades grandes. Estas pequeñas unidades se clasifican como Pie Ligero y se usan principalmente como tropas de escaramuza.

En 1551, a medida que las batallas se hicieron más grandes, se reunieron más y más infantería ashigaru, como resultado de lo cual la proporción de samurai de pie en el ejército se redujo algo. La Batalla de Nagashino en 1575 mostró a los japoneses que el fuego de voleo en masa de las armas de fuego detrás de las defensas de campo podría derrotar a la caballería samurai.

Para 1577, la caballería samurai había perdido su atractivo debido a los cambios en la tecnología y las tácticas del campo de batalla. Y para 1592, las tácticas de infantería ashigaru se convirtieron en combates en formación cerrada. Recibirían un mejor entrenamiento y formarían la columna vertebral del ejército de la última era de Sengoku. La infantería Ashigaru, incluidas las unidades armadas yumi y teppō, ahora se clasifican como pie medio. Un siglo de lucha también agotó el número de samurais disponibles. Al igual que sus homólogos montados, los samuráis de pie, que aún luchaban cuerpo a cuerpo, encontraban más difícil dominar el campo de batalla contra las tropas organizadas de los campesinos. La década de 1590 también introdujo algunos otros elementos de la guerra moderna, como la artillería ligera, pero estos no se utilizaron tan ampliamente como en el continente asiático.

Monjes budistas de varios templos también entrenados para el combate. Tuvieron que tomar las armas para proteger sus templos de las sectas rivales. Estos monjes guerreros fueron llamados sōhei. Durante la Guerra de Gempei (1180-1185), los sōhei finalmente se vieron envueltos en la política secular al unirse a los señores que apoyaban su templo. Esto se repitió durante el Sengoku Jidai y los daimyō pudieron obtener el apoyo de sōhei de sus templos locales.

El arma preferida de los monjes era la naginata, un arma de asta de hoja larga. También usaron arcos y cerraduras. Ocasionalmente, se los puede ver usando armaduras debajo de sus túnicas, pero la mayoría estaban desarmados.

La revolución Ikkō-ikki le dio a algunos Sōhei un nuevo propósito. En lugar de luchar por sus templos y mecenas, lucharon bajo una ideología de igualdad e independencia del daimyō. Los ejércitos rebeldes Ikkō-ikki estaban compuestos principalmente por sōhei y apoyados por turbas campesinas armadas. Los samuráis que compartían sus ideales también se unieron pero no formaron unidades separadas. Los samurai lucharon junto a los monjes y campesinos y proporcionaron liderazgo y capacitación.